viernes, 5 de julio de 2013

Corazón Impenetrable(II)

                                                                                ACTO II

                                                      Destructora Protección

 

 

   Cabalgar por esa llanura envuelta en la oscuridad con aquella mística ciudad reinando la noche con más poderío que la luna o las estrellas, esperando al final del camino para abrazar a cualquier viajero que intentase echarse a sus brazos para estrangularlo cuando menos lo esperesase; con aquella torre vigilante sobre el castillo en la que, según las historias, un alma torturada aguardaba la llegada de alguien que acabase con su tormento, era algo que hubiese puesto nervioso a cualquiera. Él, en cambio, tenía claro lo que tenía que hacer en aquel respetado e indeseado lugar, no había porque ponerse nervioso y las mil situaciones que había vivido ya, las cientos de personas con las que habia tratado, le habían dado experiencia, le habian curtido.

¿Para qué? para nada en especial y todo en general. Prestaba sus servicios para cualquier tipo de trabajo, desde una simple entrega hasta asuntos más peliagudos. La única condición era que estuviese pagado. Ni siquiera pedía que estuviese bien pagado, pues con poco era capaz de vivir y sus caprichos no iban mucho más allá de poder pagarse un poco de alcohol y alguna prostituta. Solía comer y dormir en diferentes posadas, consideraba todas las posadas del continente su hogar, aunque no siempre comía y dormía en una, pues sus viajes eran largos y a veces tenía que cazar para llevarse algo al estómago o dormir en la intemperie, cosa que no le importaba, de hecho le divertía.

Según se iba a aproximando a la puerta principal comenzó a vislumbrar varios guardias frente a ella. Algunos con las lanzas ya en riste y las espadas desenvainadas. Había incluso algún arquero en la torre de guardia con la cuerda ya tensada. Eran muchos incluso para una ciudad tan grande y pocos para poder explicar la excelente seguridad de la que gozaba la capital del desgastado reino. Lo único que explicaba colocar tantos guardias en la entrada principal era la paranoia de un rey que ha visto años mejores.

Cuando todavía estaba a unos diez pasos de distancia, el viajero detuvo el caballo con su habitual tranquilidad, bajándose de él ágilmente. Elevó las manos y se acercó a los alarmados guardias sin quitarse la capucha. Tras esperar unos segundos los soldados le ordenaron quitársela e identificarse.

-¡Por supuesto! Siempre he pensado que las capuchas tienen un nosequé muy atractivo y más aún si sales de viaje, pero no hay ningún problema en enseñaros mi común rostro, pues solo soy un mercader que os trae vuestras usuales mercancias del peligroso exterior.-El hombre parecía estar hablando con sus amigos de taberna y lo hacía mientras echaba hacia atrás la capucha sin dejar de caminar, a pesar de que cada vez estaba más cerca del filo de las armas que apuntaban hacia él.

-Habláis demasiado y no decís nada-dijo uno de los guardias sin bajar su espada.-Tenemos registrados a todos los mercaderes y no sois uno de ellos.

-¡Oh Sí! Cierto, lo mío nunca han sido las presentaciones. Pero creí que estaríais debídamente informaros, pues el mercader encargado de traer el mejor pescado de los ríos del este cayó enfermo hace unas lunas y me encargaron a mí traer su escasa mercancia debídamente conservada en aquel caballo. Ya sabéis que no es temporada de pesca, por lo que traer un carromato lleno no siempre es posible, pero con esto y con lo que, por lo que me han informado, os traerán del mar del sur, tendréis pescado suficiente para vuestra gente.

Los soldados se miraron sin saber muy bien que hacer.

-Debieron avisarnos para estar al tanto de la llegada de extranjeros cuya identidad desconocemos, ya sabéis que el acceso a esta ciudad requiere mucha documentación previa y no todos pueden acceder a ella.

-Lo sé, pero, como comprenderéis, un pobre mercader como yo solo cumple con su trabajo. Supongo que avisar con tiempo hubiese retrasado la mercancia y el pescado hubiese acabado estropéandose antes de que lo pudieses siquiera oler, y no creo, de ser así, que quisieseis olerlo, pues su aroma no sería demasiado agradable.

-Acerca el caballo y muéstranos la mercancia, con cuidado.- El soldado pronunció las palabras apuntando más firmemente con su arma al joven mercader.

-Con todo el cuidado que se debe tener cuando ocho soldados le están apuntando a uno con espadas, lanzas y flechas.-El mercader les dedicó una sonrisa antes de volver hacía el caballo con dos sacos a cada lado, atados a la silla de montar. Se acercó despacio sujeando las riendas con una mano y acariciando la crin negra del caballo con la otra para que no se pusiese demasiado nervioso al ver a cinco hombres armados frente a ellos (confiaba en que no viese a los tres arqueros que se encontraban sobre ellos)-.Antes de acercaros a mi montura , agradecería que envainárais vuestra espada, ser. Ninguno queremos que huya galopando con tan excelente pescado ¿verdad?

El guardia, mirando desconfiando al mercader, guardó la espada molesto, sin convencimiento, volviendo a mirar a sus compañeros para asegurarse de que ellos seguían en guardia, pues no sabían que podía suceder si confiaban demasiado en un extranjero tan osado en sus palabras como él. Se acercó con lentitud al caballo, un zaino que podía pasar  desapercibido sin dificultad en la noche y al que el soldado parecía temer. Pero lo que en realidad temía era lo que llevaba en esos sacos. Se acercó a uno de ellos, mirando de reojo y con la misma desconfianza de hace unos segundos al mercader que no dejaba de sonreir, una sonrisa molesta que mostraba toda la seguridad que le faltaba al guardia de la puerta que abrió el saco con sumo cuidado. Se inclinó levemente mientras todos esperaban su respuesta, un movimiento sospechoso del viajero o de su caballo, daban por hecho que algo iba a salir mal.

-Pescado-dijo el guardia con más decepción que tranquilidad.-Solo pescado. Y muy bien conservado,  todo sea dicho.

-¿Qué esperábais? Somos los mejores mercaderes del continente, sabemos como tratar la mercancia.-El mercader volvía a montar sobre el caballo con el que tantas leguas había recorrido-.Ahora, si me permitís...

-No, no os permitimos-el soldado sujetó las riendas.-Los sacos pueden entrar, vos no. El encargado de este menester os pagará y os marcharéis.

-No me digáis que seguís desconfiando de un pobre mercader sustituto, armado solo con espinas y un sueño que llevo arrastrando ya durante gran parte del trayecto.

-No tenéis la documentación necesaria.

-Pero tengo el pescado que necesitáis.

-Si insinuáis que podéis marcharos sin darnos los sacos estáis muy equivocado. Pues estaríais rompiendo el contrato que tenemos con el mercader encargado de traernos este pescado y podríais ser ejecutado, aunque no seáis el encargado habitual de traernos esta mercancia.

-Venga, si no quiero problemas. Registradme si queréis, pero tened piedad y dejadme entrar para disfrutar de alguna de las camas de la taberna.-El mercader se echó la mano a un saco que llevaba colgado en la cintura.-Os daré cuarenta monedas de plata, cinco para cada uno de vosotros, si me dejáis pasar. Son buena parte de mis anteriores ganancias y una posada del camino me saldría más barata, pero me caería del caballo antes de poder llegar a una.

-Diez par cada uno.

-Si que os paga mal vuestro rey...Bien, que sean diez. Este encargo me va a salir a perder, ya podéis pagar bien por lo que traigo.

-¿Por dos sacos con pescado de los rios del este? Si tenéis suerte os darán cien monedas de plata por cada uno. Si hubieseis traido un carro la cantidad podría llegar a mil.

-Bueno...algo recuperaré de lo que estoy a punto de perder ahora ¿verdad?-Les dijó sin perder su incansable sonrisa y sacando las ochenta monedas de plata del saco.

El guardia cogió el puñado de monedas sin dejar de mirar al jinete, como si todavía esperase que de entre las monedas sacase un cuchillo y se lo clavase en un ojo. Antes de empezar a repartirlas con sus compañeros dio la orden de que abriesen las puertas. El mercador esperó tranquilo mientras le hacían bajar de nuevo del caballo y le registraban, hasta que el portón principal se abrió de par en par. Esperaba ver alguna defensa especial en la entrada de una ciudad como esa, pero solo había un portón enorme, además de un numero inusual de guardias vigilando. Tras subirse de nuevo a su zaino y dar los primeros pasos hacia el interior, el soldado le detuvo.

-Espera.-Avisó el guardia secamente mientras se situaba en el umbral del portón-. Ahora, pasa.

Esta vez su avance no fue interrumpido. Pasó junto al soldado, inmovil bajo la muralla, vigilante, desconfiado aún con el saco lleno de plata. Al cruzar las murallas sintió algo, tuvo la sensación de que se metía en las profundas aguas del mar. Tras unos pasos la presión cedió, aunque la vista se mantuvo borrosa unos segundos. Sintió un pequeño mareo y algo muy extraño en el pecho. No fue dolor, fue una sensación que nunca había tenido. Tampoco fue exactamente agradable, fue algo...inexplicable.

Avanzó por las silenciosas y oscuras calles buscando la taberna, pues los soldados no le habían dado ninguna indicación y visto lo visto prefería no hablar demasiado con ellos. La ciudad estaba altamente protegida, eso decían las historias. Pero las historias no hablaban de la porquería que inundaba sus calles. Olía mal, había mendigos en ellas, aunque llamaba la atención que todas estaban empedradas. Era una ciudad segura de la que parecía que solo se habían hecho cargo de su defensa. Había casas bajas y viejas, algunas de madera desgastada y otras de piedra que empezaba ya a desmoronarse. Según avanzaba por la vía principal, observando oscuras y tristes calles de las que emanaba olor a orines y excrementos que contaminaba la ciudad entera, iba ascendiendo a una parte más presentable de la ella, con el suelo también empedrado, pero más pulcro que el que había dejado atrás. En la parte alta de la ciudad había jardines decentes y casas de dos pisos que parecían palacetes. Junto a ellas, un inmenso castillo de marmol blanco con inumerables ornamentos sobre la puerta principal, las ventananas y en la cúspide del torreón del rey que proyectaban destellos verdes con la luz de las antorchas. Y sobre la muralla interior del castillo, una inmensa torre que se alzaba imponente sobre él.

Tras observar el lugar en el que pasaría, por lo menos, un par de días, decidió meterse por las indecentes calles para encontrar la deseada taberna. Los mendigos que se mantenían despiertos ni se molestaban en pedir unas monedas, parecían estar habituados y haber perdido toda esperanza de encontrar misericordia tras esas murallas. Siguió avanzando cuidadosamente con su caballo. Por lo que le habían dicho, tanto por el día como por la noche, podía encontrar mendigos y rameras vagando por las calles, borrachos cantando, rateros y algún asesino que mataba por mera diversión.

 Al rey le bastaba con estar a salvo en su castillo, cada semana salía en contadas ocasiones y según decían nunca nadie había visto a su hija la princesa, solo gente de la corte. Creía que la auténtica amenaza estaba fuera de su ciudad y que dentro la gente le respetaría, porque si le mataban a él o a su preciada hija, la protección se acabaría y todos se verían expuestos a la muerte o la esclavitud ahí fuera. Por eso no se preocupaba demasiado en poner orden, eran los ciudadanos los que tenían que organizarse, él solo se encargaba de abastecer la ciudad con comida y agua, pues no permitía que los mercaderes entrasen en la ciudad para comerciar. Por eso contrataba a mercaderes de confianza que llevaban años haciendo el mismo recorrido para llevarle los mejores pescados, las mejores carnes, las más dulces frutas, pero en ese lugar no se cosechaba nada, ni se cazaba, y mucho menos se pescaba.

Por todo esto era una ciudad tan respetada, en decenios jamás había sido atacada y la protección estaba asegurada; y al mismo tiempo tan repudiada, pues no todos tenían la calidad de vida deseada ¿Acaso servía mantenerte con vida si tu vida no tenía ningún valor para el rey que gobierna? Es como una libertad decapitada. El rey les daba un lugar en el que vivir sin miedo, pero no les daba nada para vivir con dignidad. Él joven a caballo era de los que estaban de acuerdo con que cada uno tenía que velar por si mismo, pero no de aquella manera, no dependiendo de las acciones de alguien superior, no mientras no puedes luchar contra gente más poderosa y tienes que matarte por un mendrugo de pan con gente como tú. Era más gratificante vivir con poco, pero como uno decide, enfrentándose a amenazas constantes y con tu vida peligrando a cada instante, pero vibrando cada día con la misma intensidad. Era más natural que vivir tras esas murallas, bajo ese castillo.

Finalmente encontró la taberna con una tenue luz que salía al exterior. Bajó de su zaino, lo ató a un poste de madera podrida y se llevó los dos sacos consigo. El ambiente de la taberna estaba cargado y olía a vómito, orina y sudor. Era tarde y solo quedaba un borracho que balbuceaba dormido y un par de ellos que discutían acaloradamente sobre un tema que al mercader no le interesaba lo más mínimo. Se acercó a la barra colocando sobre ella los dos sacos de pescado. La tabernera dormitaba con una jarra de cerveza en la mano, vertiendo el escaso contenido en el suelo, junto a un poco de baba que le caia de la boca entre abierta. El mercader carraspeó para llamar su atención, pero no obtuvo respuesta.

-¡Apuesta dama!-La llamó con tono sarcástico y elevado. La apuesta dama gruñó, soltó la jarra y siguió durmiendo con la boca todavía abierta.

-No molestes a esta floreci..¡hic!...lla.-Los dos borrachos habían dejado de discutir tras ver al mercader entrar y dirigirse a la tabernera.

-Esta...encantadora florecilla me conmueve con su néctar recorriéndole la barbilla, pero me gustaría tomar una jarra de esa cerveza que ella está desperdiciando, pagar por una cama y obtener algo de información.

-¿¡Quién eres!? ¿¡Qué quieres!?-Gritó el segundo borracho.

-Esto es lo que sucede cuando el alcohol enturbia unos sentidos que ya llegaron atrofiados al mundo.-Masculló con la mirada cansina dirigida a la barra.

-¡¿Qué estás farfullando?! ¡¿Qué llevas en esos sacos?!

-Creo que si me lo propongo puedo pasar aquí la noche sin que me pares de lanzar preguntas y sin responderte yo a ninguna. Te ha faltado preguntarme de dónde vengo y a dónde voy, pero me temo que son preguntas cuya respuesta todos buscan y nadie conoce, aunque dudo mucho que tú te hayas esforzado en buscarla alguna vez, ni siquiera te lo has preguntado a ti mismo, no queda tiempo para ese tipo de cosas entre tanto alcohol ¿Verdad que no?

-¡¿Qué cojones estás diciendo?! ¡¿Eres un loco?!

-¡Y sigue la ronda de preguntas! Si por no entender mis palabras me consideras un loco, no quiero saber a la cantidad de locos que has conocido.-El borracho, inesperádamente, comenzó a reir escandalósamente, seguramente sin percibir el insulto.

-¡Aquí a mi lado tengo a uno!-El otro afirmó con la cabeza, serio, sin quitarle ojo al viajero.

-Discrepo, por el momento solo veo a un borracho que no sabe discernir entre un jamón grasiento y una florecilla bañada en néctar.

-¡Yo distingo muy bien un jamón de una flor!-le gritó enfadado-Los jamones me los como y las flores no.

-Sí, no dudo que no comas flores, mucho menos las flores que yo conozco, auténticas flores a las que no vale con pagar si quieres probar su néctar. Tal vez con este jamón si puedas, aunque más bien parece la parte del cerdo que nadie quiere.

-¿Acaso hay alguna parte del cerdo que nadie quiera?-Preguntó extrañado el segundo borracho.

-¡No! ¡Del cerdo se aprovecha todo! ¡Hasta las pezuñas!-Respondió el otro a voces.

-Me comería un cerdo entero, vivo, con una buena jarra de cerveza.-El segundo borracho babeaba al imaginarse devorando al animal.

-Fascinante, si todos en esta ciudad captan las sutilezas como vosotros dos, me va a ser muy difícil comunicarme, pero muy  fácil divertirme.

-¡¿Verdad que somos divetidos?! ¡Sin nosotros la taberna sería un muermo!

-Y las conversaciones un espectáculo de ingenio.-Les dijo el mercader confiando en que lo tomarían como un cumplido.

-¡Eso es! ¡Eso es! Me has caído bien muchacho ¿Qué quieres saber?-Preguntó el que no hacía más que preguntar

"Seguro que si me hubiese esforzado en caerles bien ahora estaría estrellándoles una de esas jarras de cerveza en sus huecas cabecitas"

-Empiezo a dudar que podáis resolver mis dudas.

-¡¿Acaso piensas que somos tan antipáticos?!

-No sería ese adjetivo el que emplearía.

-¿"Aje" qué?-Preguntó como si hubiese hablado en una antigua y desaparecida lengua.

-¡"Ajetivo" imbécil!-Le respondió su compañero.

-¡¿Y que es eso?! ¿Es malo?

-No lo sé, pero ha dicho "ajetivo" ¡Eso seguro!

-Qué gran oído tiene tu compañero, me fascináis por momentos.-Les dijo con su habitual sarcasmo.

-¡No puede ser malo! Nadie de los que pasan por esta taberna nos ha respetado tanto como tú.

-No me lo creo...¡Pero si sois únicos!

-Tienes razón, amigo, ninguno tiene nuestro encanto.

-Me dejas mucho más tranquilo.-Le respondió el mercader cansado ya de tan estúpida conversación.

-Bueno a ver ¿Qué es lo que querías saber?

-Simplemente me gustaría entregar estos sacos en la corte y no sé donde se lleva a cabo tal menester.-Les explicó sin esperanzas de que ellos le pudiesen sacar de dudas.

-Ahora mismo te lo digo.-Le dijo el primer borracho con el que habló-¡FLORECILLA! ¡FLORECILLA, DESPIERTA!-La florecilla pegó un brinco en el taburete al mismo tiempo que eructaba y alzaba su mirada de beoda, mirando con los ojos entreabiertos al borracho que la había llamado.

-¿Mmmaaaás cerveza?-La tabernera casí ni se podía mantener quieta en el asiento.

-¡Claro, florecilla! Pero antes, una cosa ¿dónde se pueden entregar esos sacos para la corte?

-N.. ¡hic! idéa...¿No será cerdo?-preguntó mirando a los dos sacos-.Me muero por un poquito de ccccerdo, estaba soñando con un jamón que me hablaba de un "ajenosequé" y otras cosas muy raras que no entendía, pero me lo quería comer.-Los borrachos comenzaron a reír con fuerza.

El mercader se mantuvo serio, observando tal lamentable espectáculo. Tenía su gracia tomarles el pelo, pero empezaba a pensar que se lo tomaban a él. Había conocido a muchos estúpidos, pero había que buscar muy bien para encontrar unos estúpidos como esos. Cuando pararon de reír, el que había preguntado se giró hacia el mercader con los ojos llorosos.

-Dice que ni idea, pero pregunta  que si llevas cerdo. ¡JA,JA,JA,JA!

-Sigues demostrando un gran oído y sentido común, por poco creí que jamás me enteraría de lo que te había respondido el jamoncillo.

-"Ajetivo" le dijo en sueños el jamoncillo, "ajetivo".-Le explicó todavía riendo

-Sí, a ese jamoncillo me estaba refiriendo, justamente a ese.

-¿A cual sino? ja, ja, ja, ja.

El mercader, agotado de tanta estupidez, decidió zanjar la noche. Se dirigió al jamoncillo que seguía bebiendo de la jarra vacia, sentada en el taburete detrás de la barra.

-¿Serías tan amable de proporcionarme un lugar en el que descansar?

-Claro, cla...¡hic!..ro. Sube y a la derecha...o a la ¡hic!...quierda, no recuerdo, encontrarás una puerta con una cama libre tras ella. "Gue" pases una buena noche.

-Me encantará pasarla...cuando me des la llave.

-¡Oh! Claro, claro...la llave ¿dónde está la llave?-Se levantó, no sin antes caerse para gozo y disfrute de los dos borrachos, y la buscó entre la polvorienta estanteria repleta de botellas.-¡Ah! ya recuerdo...no hay llave, La puerta está ¡hic! rota.

-Veo que durmiendo aquí mi cuello seguirá el mismo destino que la puerta.

-¡Peor sería que te robasen el cerdo!-Gritó uno de los borrachos, ya no se esforzaba en distinguir cual de ellos era, pues se habían movido de sitio y no tenía intención de molestarse en recordar sus caras.

-Peor sería para el que me lo robase.-Les advirtió con mirada desafiante

-Por nosotros tranquilo, nos has caído bien, pero si nos dieses solo un poco...¿Que tienes? ¿Morros de cerdo? ¿Panceta?

-Tengo coles y tomates, saludables y muy ricos.-Mintió el mercader.

-¡Puagh! Aparta eso de mí-Se quejó como un infante.

-Bien, pues si me permitís, no me gustaría interrumpir más vuestra interesante juerga.

-Contigo era más divertida, espero que te volvamos a ver durante muchos días, muchachote.

-Seguro...-El mercader pasó por encima del tercer borracho dormido que, aún con los gritos, seguía roncando como el ansiado cerdo de esos dos borrachos y su florecilla. Mientras subía las escaleras y abría la puerta desencajada, finalmente situada a la derecha, oyó como vomitaba uno de los ímbeciles de abajo. Sonaba a grasa de jamoncillo, lo que significaba que las risas no le tardarían en llegar a su habitación.

A penas durmió, se mantuvo vigilante tirado en la cama, esperando la primera luz de la mañana, esperando que la taberna comenzase a llenarse de gente y estas empezasen con sus rutinarias vidas. Hubiese dormido mejor en la intemperie que en esa incómoda cama rellena de paja que parecía llevar ahí años,  con chinches que le recorrían el cuerpo. Pero tenía que pasar la noche en esa posada si quería realizar bien su encargo.

Estaba durmiéndose más de lo que le gustaría, posiblemente pasó dos horas sumergido en un profundo y placentero sueño a pesar de la incomodidad, el olor y el cargado ambiente. Despertó con los primeros rayos de luz. Se levantó con rapidez de la cama, se estiró bostezando y cogió los sacos con los que había dormido, oliendo a pescado que en poco empezaría a estropearse a pesar del gran trabajo de conservación que había realizado el otro mercader.

Bajó las escaleras mientras observaba la gran cantidad de gente que comía y bebía en la taberna. Algunos sentados en las mesas, otros apoyados en la barra, todos voceando y riendo. La tabernera tenía los ojos rojos y las comisuras del labio manchadas de lo que parecía bilis. Apenas atinaba con lo que servía y los clientes no hacían más que reirse de ella o recordarla a gritos lo que habían pedido. Había otro hombre trabajando junto a ella, parecía más espabilado y se mostraba enfadado con su compañera. No dejaba de pasear con jarras llenas de cerveza y platos de comida del día anterior. Lo hacía con más presteza y habilidad que el jamoncillo.

El mercader se sentó en una de las pocas mesas libres, no sin antes pasar por encima del mismo borracho de anoche cuando bajó las escaleras. No descartaría que estuviera muerto si no fuese por esos profundos ronquidos que apenas quedaban ahogados con el jaleo del lugar. Buscaba con la mirada a dos jovenes de pelo moreno, ambos con chalecos de lana vieja y descolorida. Mientras esperaba decidió acercarse al hombre que servía detrás de la barra para pedirle la jarra de cerveza que no pudo tomar por la noche y un poco de alguno de los guisos que estaba sirviendo. Ya de paso preguntó por la entrega de la mercancia.

-Cerca del castillo hay una caseta vigilada por dos guardias y con un hombre regordete, de bigote castaño y rostro amigable que se encarga de guardar las mercancias enviadas al rey para hacérselas llegar y que él las distribuya según le convenga.-Le explicó sin dejar de servir bebidas y llenar platos de comida.

-De acuerdo, gracias.-El mercader cogió su jarra y su plato, y se volvió a la mesa donde había dejado los sacos que no perdía de vista. Era curioso, le habían dado la descripción de los muchachos, el momento del día en el que tenía que estar en esa taberna, la señal para salir al exterior, el momento de actuar...y no le habían dicho donde estaba esa caseta. Era de suponer que era obvio que tenía que estar cerca del castillo, pues el debía estar cerca del rey cuando saliese al exterior haciendo entrega de esos sacos de pescado.

Lo primero que hizo fue echar un largo trago a la tan ansiada cerveza para después probar el guiso que le habían servido frio y espeso. Mientras comía observó que los dos borrachos descerebrados no estaban entre la multitud, ni tampoco los chicos que buscaba. Tras unos minutos llenándose el estómago con esa porquería se fijó en que dos jóvenes entraban por la puerta con esos chalecos de lana vieja, de un color oscuro, casi negro, sobre su piel desnuda. Los chicos también parecían buscarle con la mirada, lo que significaba que su contratista lo había dejado todo muy bien preparado.

Parecía que no le encontraban, así que decidió levantarse mientras se echaba la mano al saquito que llevaba atado al cinto para coger dos monedas de plata, una para cada uno.

-Ya sabéis lo que tenéis que hacer.-Les dijo sin apenas mirarles.

Los chicos fueron a la barra mientras el mercader volvía a la mesa sin quitarles ojo. Mientras esperaba pudo escuchar a uno de los hombres que se sentaban en la mesa de al lado hablar a voces del rey.

-¡Ese cobarde solo sale de su castillo para rezar! ¡Seguro que no tardaría ni dos segundos en derribarle con un palo!

-¡Y sus guardias no tardarían ni uno en cortarte la cabeza con sus espadas!-Gritó otro de los que compartían mesa con él.

-¡Además, cobarde o no, nos prometió protección y lo ha cumplido! ¿Hace cuanto no nos preocupamos de saqueos?-Preguntó un tercero que comía y bebía con ellos.

-¡Ahora solo nos tenemos que preocupar de que algún vecino no nos robe o viole a nuestras mujeres!

-¡O algún guardia del rey! ¡Sus pollas son más peligrosas, afiladas y conocidas que sus espadas!-Todos en la mesa rieron tras el comentario.

-Yo a la que si violaría sería a su hijita, tiene que estar muy aburrida en esa torre todo el día.-Comentó un cuarto en voz no muy alta.

-¡Pero si nunca la has visto! ¡A lo mejor la tiene encerrada por ser más fea que un demonio!

-¿¡Más fea que un demonio!? ¿Acaso no conoces a mi mujer? Pagaría por follarme a una muchacha que seguro no llegará a los veinte, por horrenda que sea.

-Los guardias han tenido que sacar a pasear sus vergas en esa torre más que nosotros la nuestra en toda nuestra vida. La chiquilla tiene que tener seca la almendra.-Las risas eran cada vez más fuertes y desagradables.


El ingenio de las conversaciones no aumentaba durante el día. Se preguntaba si dirían lo mismo al encontrarse el rey ante ellos. Se preguntaba también por qué un padre tendría encerrada a su hija en una torre, era tan...de cuento infantil. Fuese como fuese, poco le importaban los motivos, tenía cosas que hacer y pensar no llevaba a ninguna parte. Había una mercancia que entregar y otra que recoger. La cerveza ya se había acabado y el guiso estaba siendo catado por varias moscas. No le importaba, pues con algunas había dormido esa noche, ya había confianza. Esperó tranquilo intentando escuchar conversaciones más interesantes, pero no las encontró. Hablaban de un par de curanderos que entraron el día anterior al castillo, de un caballero de la Guardia Real que hacía tiempo no veían, de los últimos asesinatos que había habido en una calle de nombre absurdo, de la violación de dos gemelas en su propia casa, seguramente por parte de un caballero del rey, de la paliza que un herrero propinó a un ladrón, aplastándole la cabeza con su yunque, y de mil miserias más, unidas a chistes sin gracia y burlas despiadadas sin una pizca de originalidad.

Cuando ya estaba cansando, las campanas del santuario repicaron. No sabía donde estaba ese santuario, pero no le importaba, pues podía seguir el sonido de las campanas, solo tendría que acudir allí si algo en el plan salía mal. Se levantó con rapidez observando a los dos muchachos que también le miraban. Salió de la taberna con los dos sacos, no sin antes dejar las diez monedas de bronce correspondientes al tabernero y su jamoncillo. Acarició a su zaino que se quedaría allí atado un tiempo, a riesgo de que alguien lo robase. Ya en las calles contempló el impoluto castillo contrastando con la mugrienta ciudad y se dirigió con paso ágil hacía él. Buscó con la mirada esa caseta mientras no dejaba de caminar. La pudo ver junto a las cuestas que llevabas a la parte alta de la ciudad, con el tendero todavía bostezando. En efecto, había dos guardias custodíandola, pues la caseta era grande, ocupaba todo el espacio que había entre las dos cuestas, unos diez metros de distancia. A pesar de su gran tamaño no había reparado en ella anoche, seguramente porque estaba completamente vacía en ese momento. Ahora, en ella, había pocos árticulos, pues todavía era pronto y cada noche, cuando llegaba el momento de retirarse a descansar, se recogían todos los productos recibidos para llevarlos al castillo desde donde se administraban entre la corte, la parte alta y la baja de la ciudad. Ese pescado de los rios del este seguramente iría para la corte y en menor medida para la parte alta, mientras que el del mar del sur que llegaría en unos días sería para la parte alta y para los más afortunados de la baja.

Se acercó a la caseta mirando hacia una de las cuestas y después hacia los lados. Cuando se acercó, el bondadoso hombre le recibió con una amplia sonrisa.

-¿Qué traeis para la ciudad y sus gentes, buen señor? Nunca me habíais honrado con vuestra humilde presencia.-El hombre se frotaba las manos mientras sonreía.

-Pescado, de los rios del este.-Le respondió amablemente mientras dejaba los sacos sobre el mostrador-.Bien conservados.

-Se nota que el rey contrata a los mejores mercaderes.-Le alagó mientras observaba la mercancia-.Habéis llegado en el momento oportuno.-El agradable señor le extendió un documento para que lo firmara.

-Me alegro. Soy el sustituto de uno de los mercaderes que frecuentan el lugar, no recuerdo su nombre, y esperaba no defraudaros a vos o al rey. Y ahora ¿vos me pagaréis?-Las campanas seguían retumbando por toda la ciudad.

-Por supuesto, con dinero sacado de las arcas del rey.-El hombretón, que llevaba una simple túnica anaranjada con cordones en el pecho, se acercó a un baul.

-¿A que se deben estas campanadas?-Lo sabía bien.

-¡Oh! Todas las semanas hay un par de días reservados en el santuario para el rey y sus caballeros. Ya sabéis, expían sus pecados, rezan por sus familias, por el reino... No dejarán de tocar hasta que el rey llegue.-Sacó del baul varios sacos llenos de algo que tintineaba de una forma muy reconfortante para los oídos de cualquier persona.

-Parece que se retrasa.

-Siempre lo hace, es nuestro rey, y nos protege de todos los males exteriores desde hace...por lo menos una veintena de años. Puede hacer esperar a los dioses si le place.

-Si los dioses son los que le dan la gracia y el poder de protegeros, no creo que sea buena idea faltarles el respeto.

-Amigo, se dice que este rey no es humano, pues no creáis que hace años no intentaron atacarnos de un millar de formas diferentes, pero jamas consiguieron atravesar los muros de la ciudad, ni dañarla un ápice, se dice que tiene un pacto con los dioses e incluso que es un dios.

-Se dicen muchas cosas y todavía no he oído nada sobre dioses ni poderes, aunque si de cobardes, débiles y encarcelamientos...

-Si os referís a la princesa...-el hombre había borrado su sonrisa y cambiado su tono agradable por uno que mostraba cierta molestia hacia las palabras de ese desconocido impertinente que cuestionaba al rey que servía-...tiene criadas, caballeros que la protegen, todos los caprichos que desea...

-¿Acaso no desea salir?

-¿Acaso no deseais vos vivir en un castillo sin tener que viajar de un lado a otro del continente con todas las comodidades posibles?

-En realidad, no.-Le respondió arqueando las cejas.

-¿Acaso, entonces, hacéis todo lo que deseáis?

-Pues...sí, siento defraudarte.

-La vida no es así, no podemos tener todo lo que queramos.-Dijo con desdén-.Además, dudo que deseéis patearos el continente para venir a traer pescado por cientocincuenta monedas de plata.

-¿Cientociencuenta? Vaya, me prometieron al menos doscientas.

-¿Por dos sacos de pescado? Si hubieseis...

-...traido un carro, sí, sí lo sé. Los pececillos no entienden de dinero y no siempre les da por picar con tanta frecuencia. En fin, me conformaré con esto.

-Bien, pues gracias, espero veros pronto.-Esta vez la sonrisa fue fingida.

-¿De veras? Al final las relaciones sociales se me van a dar mejor de lo que pensaba.-Se burló. El hombre regordete no se molestó en responderle y se giró para colocar los sacos de pescado y evitar mirar a la cara a ese injurioso hombre.

Ya no veía a los muchachos, lo cual podía ser bueno o malo, pero tampoco veía al rey, lo cual empezaba a preocuparle. Se movía despacio, no sabía muy bien a donde ir. En realidad sí lo sabía, pero era ahí donde debía estar, así que tenía que hacer tiempo como fuese, improvisar. Decidió sentarse en un banco cercano para contar el dinero que le acababan de dar por aquel pescado.

Cuando iba por treinta y siete monedas de plata, el sonido de cascos de caballo sobre la piedra del suelo y el del acero de las armaduras al caminar le hizo perder la cuenta, que en realidad no le importaba. Era el momento, fingió seguir contando mientras esperaba la llegada del majestuoso rey escoltado por sus honorables caballeros. Allí bajaban por la cuesta situada a la derecha del banco, él con una túnica de terciopelo verde grisáceo y una capa de lana gruesa también verde, un verde más oscuro; su Guardia Real con una armadura plateada y con un círculo del mismo color de los diamantes que adornaban la fachada, dibujado en el peto. También llevaban capas del mismo verde que el rey. Ellos iban andando con paso ágil, a cada lado del palafrén blanco de su rey.

Se levantó del banco con tranquilidad antes de que pasasen por delante y se acercó de nuevo al puesto.

-Bueno, está todo bien, las cientocincuenta monedas de plata que me prometiste.-No había terminado de contarlas, pero quería acercarse al puesto sin levantar sospechas.

-No dudéis nunca del honor del rey, amigo.-El hombretón sonreía mirando al rey que tan cerca estaba, por si le escuchaba, como si esperase que desde el caballo le acariciase la barbilla como a un obediente perro.

-No lo haré. Ahora he de irme he de...¡Encargarme de otra mercancia!-Elevó el tono sin aparente necesidad, algo que extrañó al tendero.

Giró la cabeza para ver como la comitiva del rey estaba a tan solo unos pasos a su derecha, bajando todavía de la parte alta de la ciudad. Después miró tras él para comprobar como uno de los muchachos del chaleco de lana vieja salía de detrás de un árbol que había tras el banco en el que hacía un momento había estado sentado, y se dirigía corriendo y gritando puñal en mano. El mercader recogió velozmente una vara que tenía el tendero apoyada sobre el mostrador para atizar con ella la mano del muchacho. Lo hizo sin complicaciones, con una rapidez  asombrosa. Tras el golpe en la mano que le hizo tirar el puñal, le dio otro golpe en la cara con la misma vara y en la otra dirección que le tumbó. Se acercó a él esperando la respuesta del otro que no se hizo esperar demasiado.

-¡Cuidado, joven!-Gritó el tendero.

El otro chico aparecío tras él con otro puñal en la mano, pero no se lo clavó en la espalda, sino que se tiró hacia él subiéndose a su espalda y acercándole el filo del puñal al cuello. Los soldados que hacían guardia en el puesto de mercancias corrieron a ayudarle desenvainando sus espadas, pero antes de que pudieran usarlas contra el joven asesino, el mercader, tras tirar la vara, consiguió quitárselo de encima agarrándole de los antebrazos que sujetaban su cuello y tirándolo al suelo, hacia delante. El chico se levantó con fiereza y el puñal todavía en la mano abalanzándose contra el pecho de su víctima. Él se apartó  hacia un lado con facilidad y rapidez, le agarró la muñeca al muchacho con su mano derecha y se colocó tras el sujetándole todavía la mano, haciendo que se llevase él mismo su propio puñal hacia la garganta. El chico lo soltó asustado, el mercader le retorció el brazo, y con un golpé de su puño en su nuca le dejó inconsciente.

-Magnífico espectáculo-rió el rey-,ni mis hombres son tan ágiles y rápidos.

-Lo dudo.-Dijo el mercader quitándole importancia-.Aunque no me importaría formar parte de la Guardia Real, esto de ser mercader no acaba de llenarme.

-Pero si me acaba de dec...-intervino el tendero.

-...que esto de viajar por el continente me gusta.-Le interrumpió el mercader-.Pero donde esté servir al buen rey de esta ciudad como un honorable caballero más...

-¡Serás mentiroso! Acaba de decir...-Volvió a hablar el tendero.

-...que hacer esperar a los dioses no es buena idéa, solo eso y que los ciudadanos os llaman de todo menos héroe, aunque reconocen que les protegéis bien. Y es que además de servirte con la espada puedo hacerlo con mi honestidad y mi cerebro, ya he visto que aquí de eso estáis un poco faltos.-El rey rió entre dientes al escuchar el comentario de aquel desconocido.

-Eres directo, me gusta, pero solo habéis derribado a unos chiquillos con los que puedes decidir qué hacer.

-¡Oh! Dejadles, son unos chiquillos hambrientos, siento lástima por ellos.

-Está bien, como queráis, ahora si me permitís...

-Os permito si antes me permitís a mí.-Le dijo sin apartarse de su camino

-¡Serás osado!-Gritó uno de los guardias más fornidos, el único calvo que había entre ellos.

-Solo quiero demostrarle a vuestro rey que puedo servirle bien, por lo menos he demostrado ser más rápido que esos guardias de la ciudad que están a mis espaldas.-Los guardias tosieron mientras envainaban las espadas y volvían a su puesto disimuládamente.

-Las campanas no dejarán de tañer hasta que no me presente al santuario, y ya voy con retraso, joven.-Le dijo tranquilo el rey.

-No tengo prisa, puedo esperaros hasta que volváis, aunque no tardaré demasiado en despachar a uno de estos caballeros.-Tres de ellos comenzaron a reir, el calvo gruñía furioso.

-¡Yo me encargaré de este mierdecilla!-Rugió-.No rezaré tranquilo si no me lo quito antes del medio.

-Bien, pero daos prisa por favor, quiero divertirme, pero, como bien decís, no quiero hacer esperar más a los dioses, puede no ser una buena idea.

-¿El desorejado entonces?-Preguntó con despreocupación y tono burlón el mercader sin mirar al hombre de la cicatriz en la mejilla izquierda y al que le faltaba media oreja derecha.
El furioso desorejado desenvainó con rabia su espada.

-¡Este desorejado te va a convertir en...! ¡En el descorazonado!-Gritó después de pensarlo un instante.

El mercader no pudo menos que reirse.

-Y veo que, además de desorejado, sois decerebrado.

Ante el insulto, el caballero soltó un estruendoso grito mientras corría hacia el mercader con la espada en alto. Las campanas no dejaban de tañer con fuerza. El mercader mantenía su burlona sonrisa de siempre, una sonrisa que mostraba seguridad y osadía. Con la misma ligereza y facilidad que contra los muchachos, se apartó del área de ataque del hombretón que solo cortó el aire y golpeó la piedra del suelo. El mercader a sus espaldas seguía riendo.

Furioso como siempre, el fornido caballero se giró lanzando un mandoble horizontal que su rival esquivó agachándose velozmente, cogiendo la vara que había tirado al mismo tiempo y propinando un golpe con ella a la parte de la pierna que no estaba protegida mientras se mantenía en cuclillas. El caballero se quejó cuando recibió el golpe, el mercader se levantó tranquilo como si frente a él no tuviese una mole de carne, acero y rabia dispuesta a macharle.

Al ataque con su vara de madera le siguieron más mandobles en todas direcciones dirigidos a su cabeza, su pecho, sus extremidades...dirigidos a matarle. Esquivó todos los ataques con brillantez, sin apenas despeinarse, mostrando que era tan ágil y rápido como parecía. Con cada espadazo que esquivaba se movía un paso hacia atrás mientras encajaba algún golpe con la vara entre sus brazos o su cuello e incluso en su única oreja entera, que se puso roja tras el impacto. Cuando llegó al banco en el que estuvo sentado, pegó un salto esquivando otro ataque y subiéndose a él. El caballero arremetió con fiereza mientras él pegaba otro salto hacia atrás para situarse tras el banco. El banco era de piedra, por lo que no iba a poder destrozarlo con su mandoble.

Comenzaron a rodearlo mientras se observaban, el mercader con su sonrisa, el caballero con el ceño fruncido y apretando los dientes. Dieron una vuelta completa, quedando cada uno en el mismo sitio, el mercader tras el banco, el caballero frente a él. De repente, el caballero hizo algo inesperado, se subió al banco todo lo rápido que pudo con su pesado cuerpo para saltar desde él, espada en mano, en dirección a su contrincante, que comenzó a correr en dirección contraria, hacia el banco, mientras el caballero caía al suelo clavándo la espada en la hierba que hacía un momento pisaba el muchacho. El caballero y el mercader estaban dándose la espalda mutuamente, el caballero en dirección a un arbol que había tras el banco, el mercader en dirección a la parte de atrás del banco y frente al puesto de mercancías del rey que se encontraba a varios pasos de distancia. Aprovechó ese momento de inestabilidad para golpearlo con la vara en su calva nuca sin siquiera girarse. Tras el golpe en la nuca, el mercader saltó de nuevo por encima del banco quedando otra vez al lado opuesto de su enemigo.

El caballero se giró con rapidez frotándose la dolorida nuca. Esta vez el mercader dejó de dar vueltas al asiento para retroceder hacia la parte central de la calle, entre el puesto, las cuestas, el banco, y el rey y los otros tres caballeros que observaban atentos cada movimiento, sorprendidos por la agilidad del combate. El caballero desorejado rugía mientras se acercaba a su rival. Hubo un momento de silencio interrumpido solo por las campanas. El mercader no parecía querer comenzar el ataque, así que esperó a que el impaciente caballero arremetiese contra él. Siguió esquivando todos los ataques, saltando, agachándose, retrocediendo, golpeando de vez en cuando con su improvisada arma de madera. Finalmente notó el mostrador del puesto a su espalda, pero al contrario que el banco, no era buena idea saltarlo, pues estaba situado junto a la pared de la que sobresalian las cuestas que llevaban a la parte alta de la ciudad.
-¡¡Se acabó!!-Gritó el desorejado mientras alzaba su mandoble cuyo filo resplandecía con el fulminante sol que iluminaba el despejado cielo. Las campanas parecían tañer con más intensidad.

La espada se abalanzó imparable contra él, que no pudo hacer otra cosa que elevar su vara de madera para parar el golpe. La espada partió la vara y el golpe tumbó al mercader que desde el suelo vió como el mandoble seguía descendiendo destrozando parte del mostrador de madera y acercándose a su cara, con las campanadas y los gritos del tendero rematando la escena. Todo pasó muy deprisa. Desde el suelo dio varías vueltas hacia su izquierda apartándose de la trayectoria del mandoble que terminó destrozando un par de guijarros del suelo después de despedazar el mostrador. Todavía tirado en la calzada, el mercader, que había soltado los fragmentos de la vara, cogió uno de los puñales de uno de los muchachos que había en el suelo y lo clavó velozmente en uno de los huecos que había entre las grebas y las rodilleras del caballero que no había tenido tiempo de sacar la espada de los restos astillados del mostrador.

Profirió un grito de dolor mientras se arrodillaba soltando la espada y recibiendo una patada en la nariz, que quedó aplastada y ensangrentada, del mercader que se levantó con presteza. Con el golpe había tirado para atras al fornido calvo con el que se enfrentaba. El mercader, todavía con el puñal en la mano, se tiró contra su mareado rival tendido en el suelo boca arriba, acercándole la punta del puñal a la nuez.

-Tú los has dicho...se acabó.-Sonreía el hábil mercader-.Y, además de ese puesto en la Guardia Real, quiero un trofeo.

No bajó el puñal para atravesar su garganta, sino que lo elevó hasta su oreja izquierda, colorada por el impacto de la vara, para cortarla por completo. Los gritos se impusieron al sonido de las campanas y la sangre manchó de rojo el blanco de la armadura, parte del verde de la capa y el impoluto suelo.

-Un hombre que no es capaz de escuchar con calma no merece tener dos orejas, con media le sobra.-Los caballeros esta vez no rieron, aunque el rey si mantenía una disimulada sonrisa en su cara. El grandullón se retorcía de dolor en el suelo mientras el mercader cogía su oreja izquierda para tirarla a los restos del mostrador destrozado-.Tal vez le interese a vuestro rey...o tal vez a alguno de sus caballeros, para recordar que antes de actuar hay que pensar y antes de atacar...escuchar.-Dijo mirando al escandaloso y derrotado caballero que gritaba sin parar.

El rey adelantó su palafrén hacia su dolorido caballero y el mercader que se mantenía sonriente y no demasiado fatigado para todo lo que se había movido.

-Esta bien, está bien. Quiero ganar un caballero en mi guardia no perderlo. Parecéis uno de los mercaderes de la ciudad y comprenderéis que es extraño que un simple mercader sepa moverse así.

-Lo comprendo, alteza, pero has de saber que me crié en las peligrosas tierras del este. Fui bien entrenado por mi tío, que fue escudero de un gran caballero, para sobrevivir allí y poder tener una vida digna. Seguro que algunos de vuestros mercaderes han muerto en alguno de sus viajes, a pesar de que intentan coger las vias seguras, pues no siempre sabemos lo que nos espera en el camino. De esta forma he sobrevivido desde tan joven siendo un simple mercader que recorre tierras tan peligrosas.

-Un mercader desperdiciado, sin duda. Tal vez lo lógico sería que vos empezáseis también como escudero o guardia de la ciudad, pero habéis demostrado ser más útil que algunos de estos incompetentes-Les echó una mirada a los guardias del puesto, que se mantenían rígidos, mirando al vacio como si la cosa no fuese con ellos-.Además, hace poco perdí a uno de mis mejores caballeros. Entraréis en la Guardia Real.


Sus aposentos eran más grandes que cualquier habitación de cualquier posada en la que hubiese estado. Allí las únicas chinches que había eran las criadas que pasaban de vez en cuando, algunas de ellas verdaderamente molestas y picoteras con sus compañeras. También estaba bien iluminada, gracias a un ventanal cubierto con cortinajes verdes, parecía que al rey le gustaba el verde. La habitación había sido ocupada por otro guardia hacía no mucho, según le dijeron. Y se notaba en el guardarropa, donde todavía había alguna prenda, además de joyas sin demasiado valor en los cajones. En uno de los cajones, bajo un puñado de monedas de plata y alguna de oro, pudo encontrar un diario mal escondido. Se sentó en la cama leyendo su contenido, escrito con una letra clara, precisa, bonita. Parecía de mujer, pero lo firmaba un hombre. Abrió una página al azar.

Mi Señora hoy estaba más deslumbrante de lo normal. A pesar de que sus ojos almendrados me miraban con rabia y de  que de sus dulces labios solo salían insultos, me cautivó como siempre. Su pelo parece tan suave, su blanca piel tan apetecible, sus senos incipientes  tan perfectos...me dificultan mantener la mirada alta. Es tan hermosa, tan frágil y resistente a la vez. Me da igual no  poder  tocarla más de lo debido, no poder acariciarla, besarla...pues con poder verla me conformo.  Ojalá tuviese que hacer siempre el turno de guardia tras su puerta, ojalá pudiese protegerla de todo mal, ojalá pudiese hacerla feliz. De hecho, ante estas hojas en blanco, ante esta tinta con la que reflejo mi alma y mi amor, ante esta luna menguante, juro que viviré para protegerla, amarla y hacerla féliz, juró que viviré por ella y moriré con ella.

Mientras el mercader leía no podía dejar de sonreir con esa sonrisa suya que molestaba a tanta gente. El amor era tan maravilloso, tan incomprensible, tan complejo, tan peligroso, tan turbador, tan necesario y a la vez tan molesto. El amor no daba más que problemas. Te hacía sentir bien durante unos días, semanas, meses tal vez, pero después se esfumaba para aparecer con otra persona que despertaba nuestro interés. Si lo consumábamos se esfumaba antes. Él prefería el sexo, era la máxima representación del amor, daba mayor placer, menos complicaciones y podía durar desde unos minutos hasta algunas horas, nada más. El amor, al igual que el dinero, te hacía perder la cabeza y cometer estupideces peligrosas. Solo que con el amor no se compraba comida, ni caballos, ni una casa, ni armas...y lo que sí se podía comprar con dinero, además de todo eso, era una puta y con ella una sesión de sexo ¿Quién necesitaba amor? En una de las páginas, entre muchas frases empalagosas leyó "el amor compra la vida", como en respuesta a lo que estaba pensando.

"Díselo a los mendigos que hay por ahí tirados, a los ahorcados en los árboles del camino o a los granjeros que trabajan sus tierras con la amenaza constante de ser atacados por bandidos y mercenarios sin escrúpulos." Pensó. "Seguro que todos ellos han estado enamorados, pero si no trabajan y luchan por ganar dinero con el peligro constante acechándoles, mueren. Incluso los mercenarios hacían tales cosas por dinero, por sobrevivir." Así de duro y real era. El amor era una mierda, lo sabía bien y más en un mundo tan lleno de mierda como este.

Alguien tocó a su puerta, era la hora de comer. Bajó por unas relucientes escaleras adornadas con una alformbra también verde, que recorría un inmenso pasillo rodeado de puertas. Una de ellas estaba abierta de par en par, mostrando la gran sala que había tras ella, con una gran mesa situada en el medio para los caballeros de la Guardia Real y otras más pequeñas situadas alrededor con guardias del castillo y la ciudad. Era una lástima que solo hubiesen pasado unas horas desde que entregase el pescado, pues todavía no había sido preparado para ser consumido por los hambrientos soldados. Al sentarse junto a los caballeros de la Guardia Real oyó risas alrededor, cuatro de los diez caballeros también se rieron.

Uno de los que no se rieron, de barba espesa y castaña, pelo revuelto del mismo color y mirada adusta, le miró de arriba abajo.

-¿Vais a sentaros así ataviados en la mesa de la Guardia Real?

-Cómo es ese dicho...¡Ah sí! La espada no hace al guerrero. Y yo digo que esa armadura y la capa verde no hace al Guardia Real.-Sonreía como tanto le gustaba y se sentaba con toda tranquilidad.

-Sois muy impertinente para haber llegado hace solo unas horas a tan alto puesto.

-Seguro que vos también cautivasteis al rey con vuestra presencia y habilidades en tan solo unos minutos.-Comenzó a cortar un poco de ternera que tenía sobre el plato.

-Pasaron años antes de que pudiera servirle, antes demostré mi fidelidad, mi valía, me entrené y sustituí a un viejo caballero que murió en su cama debido a unas fiebres.

-Entonces a lo mejor sois vos los que tenéis que quitaros esa vestimenta e iros a comer a alguna de las tabernas de las ciudad.-Comentó con la boca llena. Al caballero se le hinchó una vena del cuello-.Pero no os enfadéis hombre, yo también he tenido suerte, me he enfrentado a un descerebrado desorejado al que he vuelto a desorejar y he entrado sustituyendo a algún imbécil que ha desaparecido.

-El hombre al que sustituís no era ningún imbécil-le increpó uno de los caballeros que iban con el rey, de pelo corto y gris, peinado sin gracia hacia abajo, parecía el más formal de todos-,era uno de los más respetados caballeros de la Guardia Real, no sabemos que pasó con él.

-¡Hombre! Un poco imbécil si era ¿Recordáis cuando me amenazó de muerte con ese tono tan continuo, calmado y aburrido? Si hasta me puso el filo de su espada en la garganta.-El que hablaba era un caballero de la misma edad que el mercader, rubio, de pelo rizado, con mirada de víbora, las cejas finas y siempre arqueadas concediéndole cierto aire maléfico.

-Sabéis que es lo que dijisteis para provocarle. Solo cumplió con su deber, a veces parecía que era el único que lo hacía.-Respondió el caballero de pelo gris.

-Bueno...pero dejemos de hablar de aquel honorable caballero ¡Qué hay de vos?-Preguntó un caballero de pelo rojizo que le llegaba hasta los hombros.-Dicen que si ahora el imbécil desorejado está siendo atendido por un curandero es por vos

-Más bien fue por él mismo, es lo que pasa cuando crees que puedes ganar usando solo fuerza bruta y ni una pizca de sentido común

-Según dicen fue vuestra agilidad la que hizo que ganases.-Dijo el pelirrojo.

-Más bien fue un palo de madera.-Le respondió sin siquiera mirarle mientras comía.

-Y un puñal.-Dijo uno de los cuatro caballeros que habían acompañado al rey y contemplado el combate; de pelo moreno, largo y rizado, cogido con una coleta. En su rostro se reflejaba una sonrisa similar a la del mercader.

-Y un puñal.-Reconoció el mercader-.Un puñal que me sirvió para desorejarlo un poco más. Y ya que estamos, mi pierna, con la que ejecuté una brillante patada contra su no tan brillante nariz.

-Un palo, una patada y un puñal contra ese bestia y su mandoble...-El pelirrojo parecía sorprendido.

-Bien visto estaba en ventaja, pues él solo tenía su mandoble. Yo tenía un arma de más, dos si consideramos también el cerebro...dos y media si tenemos en cuenta también la oreja, escuchar es importante en un combate.-Algunos de los caballeros rieron.

-¿Ya os han ungido caballero?-Preguntó el de la coleta.

-Aún no, el rey me dijo que esta misma tarde me nombraría caballero de la Guardia Real.

-Antes has de ponerte la armadura, pero no la capa. Y después empuñaréis el arma que elijáis.-El tono del hombre adusto, de pelo castaño y barba espesa, era brusco.

-Pero antes, a los que no estuvimos allí, nos gustaría ver vuestras dotes como guerrero.-Comentó el de pelo rubio y rizado.

-¡Diciéndolo así vas a hacer que nos enseñe la polla!-gritó entre risas el pelirrojo.

-¿Como se la enseñásteis vos a esas gemelitas en su casa?-El rubio le siguió el juego.

-¡Es verdad! Si hasta os pillo su madre mientras jugábais con las hermanas. ¿Las violásteis al mismo tiempo?-Intervino uno de los caballeros que no había hablado todavía y al que el mercader ni se molestó en mirar.

-¿Cómo quieres que las viole al mismo tiempo? ¿Crees que tengo dos pollas, imbécil?-Respondió molesto el pelirrojo.

-Pero tenéis boca y lengua ¿Solo os enseñaron a usar la polla?

-A mí, al contrario que a ti, nadie me enseñó a usar la polla. Para tu información, mientras me tiraba a una, la otra miraba llorando. De vez en cuando alzaba una mano para tocarla una teta, pues lo que si hice al mismo tiempo fue desnudarlas, pero nada más.

-¡Joder! Se me ha puesto dura ¿Dónde decís que viven esas gemelitas?-preguntó el rubio.

-Siento interrumpir vuestra excitante charla-el mercader no les miraba a la cara, no por miedo sino por asco-,pero he de deciros que, como nuevo caballero de la Guardia Real me preocupa que las conversaciones entre vosotros tengan el mismo nivel que las que escuché en la taberna y más me preocupa que os dediquéis a violar a pobres niñas indefensas.

-A ver si te queda clara una cosa-le dijo el rubio-.Somos la Guardia Real, nuestra labor es proteger al rey y a su princesa, evidentemente a ella tampoco la podemos tocar. No tenemos nada de lo que defender al rey más que de algunos chalados como los chiquillos que según dicen te atacaron, y eso cuando sale a la calle. No podemos comprometernos con ninguna mujer, pues el rey quiere disponer de nosotros al máximo y no quiere a más mujeres en el castillo que las criadas. Y las criadas, en fin, son todas unas viejas arrugadas y secas con las que solo dan ganas de vomitar. Solo hay un par decentes de unos treinta y muchos a las que ya todos hemos probado y de las que nos hemos cansado. Que necesitemos unos pechos entre las manos y y unas piernas que abrir es lo más normal.

-En la ciudad hay putas.-Por primera vez el mercader no sonreía.

-No pienso pagar por follar con una sucia puta que me puede pegar cualquier mierda que le haya pegado uno de esos apestosos.

-¿No contáis con prostituas de lujo en el castillo?

-¿Qué es lo que no entendéis de que el rey no quiere más mujeres que las criadas en el castillo?

-Lo que no entiendo es que los encargados de proteger el reino se dediquen a violar niñas.

-Al rey, no al reino. Además, a nuestro rey le importa una mierda la ciudad, solo le importa estar a salvo, igual que a nosotros. Este tipo de cosas las consideramos un pago por protegerles de amenazas exteriores.-Respondió esta vez el de pelo castaño.

-¡Anda! Así que después de metérsela a la fuerza os tienen que dar las gracias...esplendido.

-Si no queréis follaros a las niñas y mujeres que veis por las calles de la ciudad nadie os dirá nada, pero no intentéis venir de justiciero, la ciudad funciona bien, lleva veinte años funcionando así, es estable y os aseguro que a la larga prefieren ser violadas por pulcros caballeros que por asaltantes de caminos. Los agujeros están para llenarlos con algo y el destino de toda mujer es tener una de las nuestras en su interior, para eso han nacido, mejor que sean la nuestras, os lo aseguro. Algunos les podemos dar más placer que sus maridos. Si poseemos dos espadas y ambas se mantienen envainadas ¿para que las queremos?

El mercader rió mientras negaba con la cabeza y miraba uno a uno a los monstruos que comían sin conciencia alguna.

-Tengo unos compañeros encantadores. Recordadme que duerma con la puerta cerrada, no quiero que el desorejado me desvirgue por el culo.-Tras el comentario rieron. No todos. Algunos desconfiaban de él, pues la moral no era bien recibida en ese lugar. Otros no se rieron precisamente porque compartían su moral, aunque permanecían callados, ya estaban acosumbrados a esos comentarios y actos. A veces ellos también habían sentido la necesidad y lo habían hecho, aunque después no alardeaban como sus compañeros. La vida en ese lugar no era fácil ni siquiera en la corte, pero era una vida, que no era poco.

A pesar de que eran muchos los que querían luchar contra el mercader y demostrar que no valía tanto como el rey creía, fuera hacía demasiado calor y sus estómagos todavía estaban haciendo la digestión, así que algunos decidieron jugar a los dados, otros beber y charlar y unos pocos irse a dormir. El mercader se retiró a sus aposentos. Al llegar se tumbó en la cama y se quedó pensativo. Había visto todo tipo de gente desagradable: rateros, asesinos, violadores...pero eran eso, rateros, asesinos y violadores, no caballeros protectores. Bien era verdad que los caballeros de los cuentos no existían, todos tenían ganas de meterse en la cama de alguna fulana y pocos de rescatar princesas y proteger reyes, pero lo de violar chiquillas era demasiado incluso para un caballero sin honor. Siempre había considerado el honor algo sobrevalorado, él nunca lo tuvo, tenía las manos manchadas de sangre y mierda desde hacía tiempo, pero hasta él parecía más honorable que cualquiera de esos cabrones.

Durmió durante un rato y después se levantó para echar otra ojeada al diario de aquel caballero que algunos respetaban en ese lugar. Volvió a pasar hojas al azar, dudaba que encontrase algo interesante más alla de palabras envueltas en un tierno y puro sentimiento de amor que contrastaba exagerádamente con el tierno y puro sentimiento de asco que emanaba de aquellos que habían sido sus compañeros. No le extrañaba nada que hubiese decidido irse.


La chiquilla que debemos proteger es crucial para el reino, por eso ninguno de mis compañeros de dudosa moral la harán daño alguno. Pero me preocupa que crezca en este entorno, escuchando las barbaridades de los caballeros de su padre, los rumores que las criadas hacen danzar por los salones. Por eso la miento, la juro que los hombres que la protegen son dignos a pesar de no serlo. En la torre está a salvo de la muerte, pero no del miedo, de la locura. Si además de protección pudiese asegurarla una vida mejor, más digna...Pero si quiero servir con honor a su padre, si quiero servir al reino y proteger a sus gentes, debo mantenerla allí, a salvo.
El otro día tuve una conversación con el más anciano y honorable de nosotros. Me confesó que en una de las salidas del castillo vio a una muchachita de la zona alta de la ciudad paseando sola. Era bella, según su descripción, joven y alegre. Él desaprovaba la violenta conducta de los nuestros, su abuso de poder y  hasta la pasividad del rey, pero llevaba mucho tiempo sin complacerse entre las embriagadoras curvas de una mujer. Su cuerpo no respondía, la tomó en un callejón. Jura que no la hizo daño, que no la gritó. Jura que la acarició, que la secó las lágrimas, que lo hizo con delizadeza, pero jura que lo hizo y que no hay noche que no se atormente, que no vea su triste  y horrorizada cara, que no la escuche gimiendo de miedo y dolor con cada sacudida. La pidio perdón, hasta la juró que se haría cargo del bebé si su semilla engendraba a uno, pero que le perdonase.
¿Qué nos está pasando? ¿Qué nos hace la Guardia Real? ¿Qué nos hace el rey? ¿Qué nos hace esta ciudad? Estamos aislados de todos los enemigos, pero ahora nos hemos convertido en nuestros propios enemigos, los esclavistas ya no son un peligro, pero ahora somos esclavos de nuestros deseos, de nuestras necesidades, de nuestro cuerpo. Hasta yo, que jamás he violado a ninguna mujer, que jamás he dado ninguna paliza a un hombre solo para desahogarme, ni siquiera para castigarle, yo, que juré mantener mi honor hasta el último de mis días, he sentido deseos de hacerlo. No de tomarla a la fuerza, pero si de amarla, de besarla, de salvarla. He soñado que me amaba, que mataba a esos bestias sin escrúpulos y que la sacaba de esta doliente ciudad. Pero no puedo, esa no es mi misión...


El mercader se quedó pensativo, esta vez , tras la lectura, no sonreía. A pesar de que el caballero era un estúpido enamoradizo que creía en el honor, sabía muy bien cómo era el lugar en el que vivía. Por eso se había marchado, esta ciudad no daba tregua y convertía a todos en personas despreciables. Una ciudad que representa muy bien al ser humano, pues el hombre que se encierra en si mismo, protegido del exterior, que no conoce más que sus pensamientos y emociones, que no se comunica con nadie, que vive sin hacer nada, es un ser humano que peligra y se vuelve peligroso, un ser humano que roza la locura, un ser humano capaz de hacer atrocidades inimaginables. Eso era la ciudad, un hombre aislado que se ha vuelto loco y que ha comenzado a autodestruirse. Se preguntaba si le acabaría pasando a él lo mismo.

Había llegado el momento de su nombramiento. Entró en la sala del trono portando una nueva y pesada armadura. El rey estaba sentado sobre el trono de marmol blanco enjollado con grandes diamantes de jade y una almohadilla verde, ese incansable verde que aparecía en todas las estancias del castillo. El mercader avanzó con paso decidido por la alfombra, también verde, que recorría la sala hasta el trono donde se sentaba el rey, un trono que no le otrogaba grandeza sino más bien todo lo contrario. Contrastaba con su rostro cansado, su cuerpo delgado y su débil pelo grisaceo otorgándole un aspecto patético ahí sentado.

El mercader se inclinó ante el trono.

-Mi señor, estoy preparado para el nombramiento, para romper mis lazos con el exterior y serviros hasta el fin de mis días.-Al pronunciar las palabras mantenía los ojos cerrados.
El rey blandió una espada que le ofreció el caballero de pelo gris, el más anciano y sabio entre los que había allí, el único que parecía algo más decente que el resto, del que parecía hablar el caballero del diario.

-Yo, señor de la ciudad impenetrable, padre de la protectora de sus gentes, hijo de su conquistador y hermano de su defensor, os nombro honorable caballero de la Guardia Real-la espada se desplazó de un hombro a otro-,y os condecoro con la sagrada capa verde cuyo color simboliza la protección de nuestro glorioso reino.-El caballero de la coleta, otro de los pocos que no parecía tan desalmado, le puso la capa verde cuando se levantó-.Te levantas, ya no como mercader, sino como glorioso caballero de la Guardia Real.

Cuando terminó la discreta ceremonia el rey le hizo llamar a sus aposentos. Tras elegir como arma una espada bastarda, común y ligera, con doble filo, se dirigió a las habitaciones del rey.

-Esta ciudad me preocupa más de lo que la gente cree, ser.-El rey estaba de pie, tras su escritorio, observando el exterior desde una gran ventana. En su hombro derecho parecía llevar una venda sobre una herida-. Luché por ella con todas mis fuerzas, sacrifiqué a mi esposa en pos de la vida de esos ciudadanos, deshonré su memoria por su protección. Quería que me respetaran, que me aplaudieran, que se inclinaran. Nunca fue ese mi destino pero luché por poseerlo. Les juré protección, les jure seguridad, les juré la vida...y se la di. Gané una guerra sin derramar más sangre de la que ya había derramado. Gané una guerra sin atacar, solo defendiéndome, solo por eso me llaman cobarde y El Bandera Blanca. Sé que la gente es desagradecida y con los años olvidan los sacrificios, por eso no me importa lo que hagan ahí fuera, yo cumplí mi juramento. Hubo un día en el que sí me importaron, pero llegó un momento en el que se hizo demasiado difícil controlar el caos, tener para todos. Les dejé claro que si mi hija o yo moríamos la ciudad se iría al infierno con ellos y ellos saben que es verdad. Con que no intenten nada contra mí las pocas veces que salgo me doy por satisfecho...-El rey no apartaba la vista de la ciudad, estaba tranquilo, pero el mercader no entendía el motivo del discurso.

-¿Por qué me contáis esto, majestad? No soy yo quien...

-Os cuento esto porque os necesito y como caballero de la Guardia Real no puede haber secretos para vos.-Le interrumpió el rey girando la cabeza hacia él-.La historia es dura y tergiversa muchas cosas. Tal vez lo sepáis, pero la hija de la que os hablo vive confinada en una torre del castillo...por eso también me llaman Majestuoso Carcelero, El Sin Alma o El Esconde Princesas. Pero sin ese encarcelamiento cruel la ciudad no tardaría en sucumbir. Me gustaría darla una vida mejor a mi hija, pero eso significaría la muerte de todos nosotros, la mía también. No sé si por parte de nuestros enemigos, pero sé que acabaríamos muertos algún día.

-Majestad, voy a ser claro ¿De que sirve la vida sin dignidad?

-Tenéis razón, mi hija vive sin dignidad, mi pueblo vive sin dignidad, incluso yo vivo sin dignidad. Antes pensaba que podía cambiarlo algún día aún manteniendo la protección, pero ahora sé que es imposible. La solución sería darles dignidad para quitarles la vida...te aseguro que muchos, incluso algunos de los mendigos o las prostituas, querrían seguir viviendo, temen a la muerte. Y yo más que ellos, pues sé lo que me espera tras ella. Además, mi jurado enemigo viviría para verme caer, morir con la misma dignidad que conservo en vida...ninguna. Los libros de historia me humillarán.

-Así que...también es orgullo.

-Si conociéseis a mí enemigo me comprenderíais. No puedo dejar que crea que me ha vencido. Yo viviré lo suficiente para verle morir, lo sé, solo tengo que mantenerme a la espera en mi castillo. Entonces podré descansar en paz, sabre que, además de proteger una ciudad, gané una guerra. Y los libros de historia hablarán de mi ciudad impenetrable con respeto. La gloria será nuestra eternamente.

-Y ¿cuando vos muráis?

-Ya nada importará. Moriré victorioso y mi hija gobernará como le plazca. Si es sabia mantendrá la protección eternamente, si se deja llevar por eso de lo que la protejo, morirá junto a los ciudadanos, pero será su error, no el mío, será su decisión y serán las ruinas de una ciudad gloriosa, no derrotada.-Los ojos del rey brillaban cuando hablaba, no miraba al mercader, sino al infinito, a la gloria que tanto ansiaba.

-Y ¿me necesitáis para proteger a la princesa?

-No, es pronto para que vos os acerquéis a sus estancias, debéis ganaros mi confianza, aunque, curiosamente, ahora sois el único en quien confio.-El rey se sentó con tranquilidad, aunque tenía un aura de locura y nerviosismo. Algo que en el exterior no había percibido tanto como en ese momento. Era como si la cordura y amabilidad lucharan contra el orgullo y el miedo-.Como os dije, la historia es peligrosa, tuvimos que mancharnos las manos para proteger y gobernar esta ciudad y otorgarle un papel a mi hija que ella no puede descubrir, pues si lo conociese podría jugar con él a su antojo poniendo sobre el abismo la vida de todos nosotros.

-¿Cual es ese papel?-Preguntó manteniéndose allí de pie.

-Ha de mantenerse encerrada sin conocer la verdad, con que sepáis eso es suficiente.-Era lógico que el rey considerase que aún era pronto para decirle toda la verdad a un mercader que había sido nombrado caballero de la Guardia Real hace tan solo unos instantes-.El problema es que alguien a intentado hacerla poseedora de esa verdad poniéndonos en peligro a todos.

-Supongo que no sabéis quién y queréis que sea yo quien lo descubra.

-No solo sois hábil en combate. Así es, alguien la ha dado los libros de historia de los que creí haberme deshecho, pues la verdad se ve reflejada en ellos en forma de conjetura. Un antiguo monje explicó cuales eran las formas de forjar la defensa definitiva en una ciudad, todas eran mediante antigua hechicería que, según dice, solo algunas personas de antiguas y ocultas regiones poseen.

El mercader se quedó dubitativo, mirando con desconcierto a su rey.

-¿Es eso cierto?

-Lo es...entre todas las formas posibles que escribió ese monje dio con la que forjó nuestro escudo...mágico y, por tanto, la forma de deshacerlo. El enemigo no podría hacer nada sin tener a la princesa, así que da igual quién posea ese libro de historia, pero si mi hija lo leyese probaría la forma de romper el hechizo y no puedo permitirlo.

-¿Os disteis cuenta de que poseía tales libros antes de que los leyese?

-Por fortuna sí, por lo que pude arrancar las hojas que hablaban sobre nuestra familia, sus conquistas, esta ciudad y el hechizo a tiempo.
Debí sospechar que pasaría algo así, el día anterior amenazó con quitarse la vida si no le dábamos tales libros, nunca los había pedido hasta ese día.

-Con todos los respetos, majestad ¿No es un poco estúpido tener esos libros aquí si tan peligrosos son? ¿No hubiese sido más inteligente deshacerse de ellos al principio o arrancar esas hojas antes?

-Y lo hice, ya os lo he dicho. En mi biblioteca privada jamás veréis un libro de historia. Eran libros de un particular, por eso he descartado a las criadas y algunos de mis caballeros como al que gustas llamar desorejado, pues no creo que entre sus pertenencias tengan libros de ese tipo. Pero tengo otros caballeros más cultivados...

-Como el de pelo canoso peinado hacía abajo, el que os tendió la espada en mi nombramiento.

-Como ese. Quiero que investiguéis, empezad por donde queráis, haced lo que sea necesario, pero descubrid su identidad y hacédmelo saber.


La noche era fresca, la brisa que corría se agradecía después de un día tan caluroso como el que habían tenido. La tranquilidad de la noche se quebró con el sonido del vibrante acero empuñado por dos de los caballeros de la Guardia Real, que aprovechaban la ausencia de calor para entrenarse y, de paso, entretenerse. El caballero de pelo gris observaba apoyado sobre una pared.

-Estas armaduras no parecen muy cómodas para combatir.-El mercader, ahora un caballero más, se apoyó junto a él.

-Te acostumbras a ellas después de mucho tiempo.

-¿Incluso a esta molesta capa?

-Incluso a la capa. Además, hace años que no combatimos en una batalla o duelo real, así que tampoco es muy necesario que te acostumbres.

-Así que los caballeros de la Guardia Real os pasáis el día comiendo, jugando, paseando, entrenando y follando. Y yo que creía que esto sería duro.

-Lo es más de lo que parece, ser.

-Sobretodo cuando lleváis sin meterla unas semanas y tenéis que decidir si autocomplaceros hasta que os abráis la muñeca o abrirle las piernas a alguna mujercilla indefensa.

-Mira chico, no me caéis mal y lo que dijísteis antes era cierto. No deberíamos hacer estas cosas, pero es duro. Vivir en esta ciudad es cada vez más difícil incluso tras estos muros de marmol.

-Yo os voy a demostrar que es posible vivir aquí sin pensar constantemente en follar y respetando a los ciudadanos. Si me conseguís algunas cosas puedo montar un teatrillo que divertirá a la gente de la ciudad y a nosotros en cada ensayo.

-No somos bufones.-Le espetó el caballero sorprendido ante la idea.

-Ni violadores, creo recordar.-El hombre sonrió levemente.

-Necesitaríamos crear un escenario, coser mucha ropa y conseguir alguna obra literaria que representar. Además de convencer al resto en hacer de dramaturgos...no es buena idea.

"Estás llegando justo a donde quiero que llegues"-Pensó esforzándose por no sonréir demasiado.

-No hay ningún problema, ser. Yo me encargo de encontrar actores, carpinteros, costureros y una obra literaria en el pueblo.

-Actores y libros no creo que encuentres muchos, además ¿quien les va a pagar?

-Hablaré con el rey sobre el dinero. Sobre los actores, no hace falta que sean profesionales, seguro que alguno participará gustósamente para divertirse. Y sobre los libros...¿Acaso no hay una biblioteca en la ciudad?

-El rey la derribo. Para lo que se usaba... Los únicos libros que hay en la ciudad son de propiedad privada...y, por desgracia o por fortuna, no creo que encuentres muchos libros entre esos pobres desgraciados. El resto están en la biblioteca privada del rey, cuyos libros solo puede leer la princesa, además de su majestad.

-Vaya...¿Y no sabéis de alguien que posea alguna obra?

-Yo mismo tengo varios libros.

"Ha sido demasiado fácil"-Incluso el caballero que más inteligente le parecía se había dejado manipular con facilidad.

-¿Y que libros son esos?

-Me extraña que un mercader conozca algo de literatura.

-¿Dónde veis vos a un mercader? Yo solo veo dos caballeros de la Guardia Real charlando.

-Cierto, pero dos muy diferentes.

-¿En qué? ¿En que yo soy más rápido, ágil, hábil y guapo?-Bromeó el tan rápido, ágil, hábil y guapo caballero.

-No, en que uno es sospechoso de traición por entregarle un libro de historia a la princesa y el otro está investigando la supuesta traición.
Por un momento el mercader no supo que decir. Finalmente solo aplaudió lentamente. Aplauso que los que entrenaban consideraron para ellos.

-Confieso que os subestimé.

-¿Un mercader que se convierte en Guardia Real y el mismo día quiere hacer de actor, después de hablar con el rey tan solo un día después de que se sepa lo del libro? Me lo pus
isteis fácil.-El mercader rió con ganas,le tranquilizaba que en aquella ciudad no todo el mundo fuera tan estúpido.

-Sabéis que por confesar tan abiertamente que poseéis libros aun sabiendo que yo estoy investigando, no os elimina de mi lista de sospechosos ¿verdad?

-Lo sé.-Ambos habían bajado la voz-.Y ahora dime
¿cuan larga es tu lista de sospechosos?
El mercader volvió a reir con fuerza.

-Me has vuelto a pillar, pero seguro que un fiel servidor al rey, libre de toda culpa, puede ayudarme a confeccionar dicha lista.

-Os puedo decir quien no debería estar en la lista. El desorejado, las criadas, el pelirrojo que ahora combate...

-No descarto a nadie, pero desde luego esos están al final.

-De hecho te puedo decir que los únicos con los que tenía interesantes conversaciones sobre literatura, historia o filosofía era con dos caballeros.

-Y ¿me diríais, ser, la identidad de esos cultivados y traicioneros caballeros?

-Uno lo tenéis enfrente.-Señaló al de la coleta que seguía blandiendo su espada contra el pelirrojo.

-Bien...nos ha visto hablar, así que le dejaré para después. ¿El otro?

-Me temo que con él vais a tenerlo más difícil para hablar. Se trata del caballero que huyó, el que dormía donde
vos descansáis ahora y me temo que él no fue, pues cuando se le dieron los libros a la princesa ya no estaba.-El mercader sonrió más ampliamente que  nunca, como si le hubiesen contado un chiste que solo él podía entender.

-Pudo encargárselo a alguien antes de irse...desde luego es el mayor sospechoso actualmente. Gracias por la información, ser, ahora he de ir a descansar.

-Que os sea fructífera la investigación, ser.

-Y que los dioses no quieran que seáis vos el traidor.

-Que los dioses no quieran que me descubráis, si es así.-Ambos sonrieron.

El mercader volvía a estar en sus aposentos, con el diario de aquel caballero entre sus manos. Buscó los escritos cerca del final, hasta que vió algo que le podía ser util.

Antes de abandonar este lugar he de deshacerme de mis libros, sobretodo  del de historia, si los  dejo aquí cualquier indeseado podría hacerse con ellos, haciendo que todos corramos peligro. Podría quemarlos o arrancar las hojas correspondientes, pero eso sería profanar la historia, destruir los últimos resquicios de cultura que nos quedan en esta ciudad.  Tampoco  puedo  dárselos a ningún caballero, pues sería un movimiento sospechoso y tal vez no me dejen marchar. Lo más recomendable es dárselo a esa anciana criada que siempre habla de lo mucho que la gustaría tener tiempo para leer. No verá sospechoso que le dé esos libros y ella no sabe que en el libro de historia se esconde tal secreto.

Al día siguiente, tras preguntar al caballero canoso quién era la criada más vieja, no tardó en asaltarla en uno de los pasillos del castillo.

-Buena señora, no querría interrumpirla en vuestras labores, pero necesito unos libros que sé que poseéis para organizar una obra de teatro en la ciudad.

-¡Por fin un caballero que se interesa por la cultura! D
ecidme, joven ¿sobre que será la obra?

-Bueno, aún no lo sé, por eso os los pido, para documentarme, aunque quería hacerla sobre alguna gran batalla histórica.

-Je, je. Apreciáis la cultura, pero no demostráis ser culto...ni inteligente. Hace dos días fue descubierta la princesa leyendo un libro de historia y ahora buscan al culpable. Vos venís a preguntarme inocentemente sobre un libro de historia para que, en un despiste, diga que lo poseí y tengáis a vuestra culpable.

-Puede que sea un ignorante, pero no un estúpido. Si soy tan directo es porque no tenéis muchas más opciones, sé que tuvisteis ese libro y sé que me querréis decir como llegó a la princesa si no queréis que el rey os torture hasta que...cantéis.

-Dudo mucho que el rey me torturase, ser. Es demasiado...refinado.

-Entonces, tal vez sea yo mismo quien lo haga.

-Hace años que no me toca un joven como vos, no me resistiré.

-¿Sois consciente de que no tenéis salida o solo bromeais porque la estupidez es mayor que vuestra osadía?

-¿Sois consciente de que no tenéis pruebas?

-Ahora sois vos la que no demostráis demasiado ingenio, pues nada me llevaría a una mera criada de forma tan directa sino tuviese pruebas.-Le mostró el diario y la página en la que leyó lo de los libros. La anciana cambió el gesto.

-¿Ese gilipollas tenía que escribirlo todo? ¡Su polla de caballero solo ansiaba meterse en el coño de princesa de esa malcriada! Por eso se fue, su honor no le dejaba mirarle las tetas sin sentirse mal. Y eso le hizo cometer un error tras otro. Pero yo no soy ninguna imbécil, sabía perfectamente que uno de esos libros eran peligrosos para la princesa y para quien se los diese, no consigo saber de que manera, pues si lo supiese, yo mismo se lo hubiese dicho para que acabase con esta mierda.

-Esto es demasiado grosero incluso para una criada.-Dijo simulando molestia-.Vos vivís para servir a la princesa, no para destruirla, no estaría bien que se enterase de eso vuestro rey. Y lo hará, a no ser que me digáis lo que quiero saber.-El mercader la miró fijamente-¿Quién le di
o ese libro?

-Os lo diré gustos
a.-La criada mostró una sonrisa fingida y desdentada-.Se los di a la criada joven de cabello oscuro. Tuvo que ser ella.

-¿Por qué se los d
isteis a esa criada?

-Era la más cercana a la princesa. Con un poco de suerte acabaría cometiendo una estupidez y se los diese para complacer a su querida princesita, desvelando el misterioso secreto o delatándose como una traidora, aunque dudaba que alguna de las dos reparasen en la importancia de ese libro.

-Cuanto rencor acumulado hacia dos jóvenes encantadoras. Perder la juventud, los dientes y la belleza que tal vez nunca pose
isteis os ha hecho ganar litros de un peligroso veneno que no me gustaría probar.-La anciana le miró frunciendo el ceño, mostrándose muy ofendida-.Es un placer contar con los servicios de una bondadosa anciana como vos.-El mercader se quitó de en medio en busca de esa joven criada. Solo había visto un par de ellas jóvenes y solo una con el pelo oscuro.

Durante ese día la buscó allá donde iba, hasta que, sin haberlo planeado, la encontró en sus aposentos, adecentando la cama.

-Lo hacéis con más gracia que cualquier posadera que he conocido.-Dijo apoyándose al guardarropa con los brazos cruzados

-¡Oh! Perdón, no sabía que ibáis a disponer ahora de vuestras estancias.

-Y no iba a disponer de ellas, pero tras veros aquí no creo que pueda resistirme.

-Por favor, ser...-La
mujer parecía asustada.

-No temáis, solo si vos queréis. Y veo que no es así. He debido perder algo de encanto, dijo mientras se quitaba la capa y abría la ventana. La joven criada sonrió-.No quiero importunaros ¿Preferís que me vaya?

-No, en todo caso sería al revés. Pero quedáos, me haréis compañía, parecéis más educado que...muchos de los hombres con los que he tratado.

-Esos que se hacen llamar caballeros os han tomado a la fuerza ¿verdad?

-No señor, son todos honorables, no quisiera...

-Tienen de honorables lo que yo de caballero.

-Vos sois un caballero.-Su sonrisa volvía.

-No lo era cuando llegué aquí y no lo soy ahora con esta armadura y esta capa verde. Por cierto, alguien debería decir al rey que existen más colores además del verde.-La muchacha, que alcanzaba perfectamente los treinta y cinco años, no pudo evitar reirse. El caballero sonrió con ternura-.Mientras yo esté aquí no os volverán a tocar, lo juro.

-Entonces espero que estéis aquí durante mucho tiempo.-Dijo sonrojada y mirando al suelo.

-Me gustaría, aunque tengo asuntos importantes que atender lejos de la ciudad.

-¿Volveréis?.-La chica parecía preocupada.

-Hace un momento os incomodaba y ahora parecéis preocupada por que no regrese de un viaje que aún no he emprendido.

-Esa capa os hace parecer igual a todos, pero vuestras palabras no.

-No es difícil, parece que estas gentes solo conocen las palabras "polla" y "follar".

-Y ninguno sabe usarla, ninguno sabe como complacer a una mujer.-Se permitió decir la mujer. El mercader soltó una carcajada.

-Como la usen igual que la lengua y el cerebro, no dudo en tus palabras.-La risa precedió al beso que la criada le di
o al mercader.

-Hace unos días le dije a nuestra princesa que el amor nos hace esclavos, pero jamás había conocido unas cadenas tan cálidas como vos, tan apetecibles.

-Yo no soy vuestras cadenas, por mi parte seréis libre, mi señora.

-Cada uno tiene que cumplir su papel, pero yo ya he cumplido el m
ío durante muchos años y estoy segura de que nuestros destinos no se han cruzado por casualidad. Seamos libres los dos, vayámonos de este peligroso lugar.

-Yo me iré, pero es peligroso que vayáis vos, además no iré solo y no me conocéiss, es muy precipitado. Te has dejado llevar y es normal después de permanecer aquí tanto tiempo, trabajando para estos bárbaros.

-Está bien, actuaremos con sensatez ¿Cuando os váis?

-Seguramente en un par de días.

-Habéis dicho que no iréis solo. ¿Quién os acompañará?-El príncipe la miró serio, callado.

-A la princesa.-La criada se quedó paralizada, con los ojos completamente abiertos y una lagrima corriéndole por la mejilla.-No os sintáis apenada, no la amo, solo quiero protegerla, salvarla.

-No, no, no, no. No me siento apenada, no...Me siento aliviada. Hay esperanza. Sentía pena por la princesa, sentía miedo por ella. Cada día está peor. Es una chiquilla encantadora, solo quiero protegerla, pensé que se pudriría en esa torre. Nos habían dicho que su papel era crucial para la ciudad, yo mismo la animé a cumplir ese papel, quería darle un sentido a su vida, tenía que tenerlo, me autoconvecí, pero hasta yo empiezo a estar cansada de este lugar. Y ahora llegáis vos a rescatarla, a rescatarnos. No sé de que la conocéis, no sé porque lo hacéis, pero demostráis no ser como el resto, sabía que no podíais ser de la Guardia Real.

-Me alegra que alguien se preocupe por ella en este castillo. Verás, hace tiempo investigué sobre la historia de su familia, descubrí muchas cosas que sé que ella no sabe y debe saber. Mi misión no es sacarla de aquí, es mostrarla la verdad y que ella decida. Quería entregarla documentación sobre su pasado y su misión, pero no podía traerla encima, confiaba con encontrar un libro de historia en algún lugar de esta ciudad, pero no hay biblioteca y el rey no posee el libro que busco.
La joven criada sonrió.

-Has de jurarme que mantendrás el secreto.

-Has de jurarme que mantendrás tú el mío.-El mercader le devolvió la sonrisa.

-Conocí la importancia de ese libro hace no mucho, para mí antes era un simple libro de historia, ella mismo me lo pidió. No pensé en robarlo, era peligroso para mí. Por lo que veo tampoco hubiese podido. Pero hace poco lo conseguí sin buscarlo. La criada anciana me dio varios libros, dijo que no quería mierda en estos aposentos y que eran del caballero que huyó. Cuando vi que uno era de historia decidí demostrar mi amor hacia la princesa ocultando los libros bajo su cama con una nota que solo ella entendería. Podía encontrar respuestas que la ayudaran a vivir más feliz.-El mercader no hizo ni una mueca-.Por desgracia, por lo que me dijo, el rey había arrancado las hojas después de haberlos solicitado y la pobre sigue sin conocer su papel.

-Lo conocerá, mañana o pasado mañana la sacaré de aquí. Tengo un plan. Intentad estar en el momento que os indique en sus aposentos. Y esta noche, si queréis, esperad en los mios, organizaremos la huída...y otras cosas.-Ella sonrió y le besó, un beso que duró unos largos minutos.


Por la noche, cuando había llegado el fin de su guardia en las puertas del rey, volvió a su habitación para encontrarse a la joven criada desnuda sobre su cama. El mercader, excitado, dejó la puerta entreabierta.

-El viaje será largo y con la princesa cerca no sería correcto consumar nuestro amor. Además, nada garantiza que todo salga bien. Quiero que me hagáis subir al cielo, quiero que me hagáis sentir especial, quiero fundirme con vos antes de emprender nuestra huída.

"Es tan joven, tan enamoradiza como ese caballero, tan pasional. Apenas me conoce y ya se está entregando a mí por unas palabras cautivadoras que he soltado. Lo peor es que es encantadora e inocentemente dulce". El mercader se quitó la capa y la armadura, yse puso de rodillas sobre la cama. Le acarició la pierna derecha con su mano, pasándola después por el muslo mientras la besaba. Ella le acariciaba el torso mientras pasaba una mano por debajo de los calzones.

-Existe un libro de un famoso y pervertido autor, que ilustra todas las posturas sexuales posibles e imposibles. ¿No habría uno de esos libros entre los que le disteis a la princesa, verdad? Nos vendría muy bien ahora.-Bromeó el mercader entre besos.

-Entre esos libros había cosas más importantes, ser ¿Acaso necesitáis un libro para hacerme el amor?-La muchacha sonreía y le besaba sin parar.

-No, solo necesito...que me perdones.-La puerta se abrió de golpe, tras ella apareció el rey y dos de sus caballeros. La mujer gritó asustada, tapándose, confusa, mirando a su amado con la esperanza de que hiciera algo.

-¿Así que fue una puta criada de mierda la que puso en peligro todo el reino?-Dijo el rey en apariencia tranquilo-.Por algo no quiero mujeres en mi castillo. ¡Llevaosla a las mazmorras!

El caballero rubio afeitado y el del pelo castaño y barba espesa la cogieron cada uno de un brazo y la arrastraron sacándola del lugar desnuda. Ella no gritaba, no se resistía, solo lloraba mirando a su amado que allí permanecía, quieto, serio, evitando encontrarse con su mirada. En un principio se sintió confusa, pero no necesitó mucho tiempo para comprender lo que había pasado. Su triste lamentó se oyó aún cuando ya la tenían en los pisos inferiores.

-Has cumplido con tu misión, ser y lo habéis hecho de forma rápida y limpia. Vuestras palabras os llevarán al fin del mundo.

-Mi lugar no está en el fin del mundo sino aquí, con vos, mi señor.-Seguía sin mostrar esa risa tan suya.

-Así es. Y pensar que la imbécil se tragó que estábais aquí para sacarla a ella y a mi hija de la ciudad.-El rey negó con la cabeza sonriendo con cierta crueldad. El mercader también forzó una sonrisa-.El reino está a salvo de traidores gracias a vos. Mañana os quiero a primera hora en el patio de armas, quiero agradecéroslo personalmente.

-Allí estaré, mi señor.

Seguía haciendo mucho calor, aunque el cielo se había vuelto de un feo gris que filtraba los rayos de sol a duras penas. Muy temprano habían caido algunas gotas, pero finalmente se mantuvo sin llover durante buena parte de la mañana. Al salir al patio de armas pudo ver al rey junto a todos sus caballeros, las criadas y guardias de la ciudad observando a la mujer atada de pies y manos entre dos columnas, con los brazos estirados y las piernas totalmente abiertas, desnuda.

Ya estáis aquí-celebró el rey-.Podemos empezar entonces con el enjuiciamiento de la traidora.

El mercader se situó junto a algunos de sus compañeros...seguía sin mirarla. Ella comenzó a llorar cuando le vio. Tenía golpes en la cara y sangre en la nariz y el labio, también se podían ver moratones en las piernas y un corte en un pecho.

-Por favor...ser, salvadme como jurasteis.-Sollozaba la criada en un último y desesperado intento por sacar del interior del mercader al auténtico caballero que había conocido. La mujer no obtuvo respuesta alguna.

-En vista de los hechos que nos narró ayer nuestro nuevo y fiel caballero y de la confesión de la mujer, caida la noche de ayer, hemos de ejecutar a esta traidora al trono, a la ciudad, al reino...y a la princesa.

-La única persona a la que la princesa ha querido un poco es a mí, esta traidora. Si por ella fuese estaríais todos muertos.-Las palabras fueron débiles, pero las pronunció con toda la fuerza de su alma.

El desorejado, que ya parecía estar recuperado, se adelantó para darla un bofetón.

-¡El ejecutado no habla!-Gritó tanto que parecía que con sola media oreja no podía escucharse bien a si mismo.

-Tampoco las criadas hablan.-Continuó el rey-.Pero vos hablasteis más de la cuenta, por lo que deberíamos cortaros la lengua, pero no fue con la lengua con lo que nos traicionasteis. Tampoco con
vuestro conocimiento, pues sois una ignorante, así que tampoco tendría sentido cortaros la cabeza. Los libros no los robasteis, según parece-la criada anciana, que hasta ese momento sonreía complacida mostrando su boca desdentada, cerró la boca y bajó la cabeza-, así que tampoco os cortaremos las manos. Nos traicionasteis adentrándoos en nuestra historia, adentrándoos en nuestra muralla sagrada, en nuestra seguridad, adentándoos en la cabeza de nuestra querida princesa... os adentrásteis en lugares que no debiais, lugares íntimos del reino, y por eso moriréis con uno de nuestros caballeros adentrándose en vuestro interior, en lo más íntimo que vos poseéis.

-Sería íntimo si no lo conociésemos ya todos.-Susurró uno de los caballeros entre risas.

-Y, como fui un maleducado interrumpiendo vuestra diversión, y mi querido y recien ungido caballero merece una recompensa, vos quiero que acabéis lo que empezásteis, que la hagáis gritar de placer y de dolor, que la clavéis entre sus piernas las dos espadas que poseéis.-Sentenció mirando al mercader.

-Mi señor, no creo que sea necesario...

-¡Lo es! Yo decido como ejecutar a los traidores y a las amenazas, si digo que lo haréis, lo haréis. Os he permitido mucho y habéis demostrado ser valioso y fiel. No os consideraré traidor si no lo hacéis, pero tampoco esperéis que os considere un caballero de la Guardia Real si no cumples mis órdenes. He sido muy permisivo en los últimos años y eso me ha llevado a que un caballero me abandone sin previo aviso y una criada me traicione poniendo en peligro nuestras vidas. Si no lo hacéis vos lo hará otro y vos abandonaréis esa capa y esa armadura ¡¿Queda claro?!
El mercader, mirando con resginación a su rey, se quitó la la capa y la armadura, pero no para renunciar al puesto. Se acercó a la mujer, esta vez mirándola fíjamente. Ella apenas podría verle, pues tenía los ojos inundados de lágrimas. Se quitó los calzones y se acercó aún más a ella. Las piernas le temblaban. Acarició una con su mano derecha para tranquilizarla, llevándola hasta los muslos. Ella no se resistió, pero esta vez no rió. Con una mano le tocó el pecho sangrante y se acercó para besarla. Le pasó los labios por una mejilla mientras deslizaba su lengua por ella. La llevó hasta la oreja y le susurró un "perdóname". El miembro tardó en ponerse erecto, pero cuando lo consiguió no tardó en introducirlo con toda la delizadeza que pudo, entre las risas y los gritos del resto.

-¡Vamos, con más fuerza!

-¡Qué no te va a morder!

-¡Métesela bien! ¡Por puta!

Ella miraba al cielo intentando no verle, no pensar, no gritar. Hacía unas horas, entre las sábanas de aquella cama, hubiese gritado de placer. Ahora solo podía gritar de dolor, cada vez que la sentía en su interior es como si llegase a su corazón. El mercader podía ver reflejado ese dolor en su mirada. Sus movimientos cada vez eran más violentos, hasta que se convirtieron en sacudidas que el resto jaleaban.

-¡Vamos, vamos, gime perra!

No les daría el placer, tenía que aguantar, pero cuando cerró los ojos le vio tan encantador como le había concocido. Le vio tumbado sobre la cama besándola mientras lo hacían. Soñó que la estaba haciendo el amor, no violándola antes de matarla. Finalmente no pudo evitar gemir. Con cada sacudida gemía, cada vez más fuerte, con más intensidad. Fue capaz de sentir el placer entre las lágrimas, entre la pena, entre sus doloridas piernas. Hubiese querido cogerler del pelo y tirárselo, arañarle la espalda, pasar la mano por su torso, pero seguía atada mientras se lo hacía. Después de unos segundos gritando se sintió húmeda. El caballero había terminado, o eso le hubiese gustado a él.

-Ya has terminado con una espada, es el momento de que la penetres con la otra.

Sabía perfectamente qué pasaría si se negaba, así que cogió su nueva espada del suelo sin titubear. Aquel caballero tenía razón, la ciudad inevitáblemente te cambiaba, te sumergía en una espiral de locura y barbarie que podía cambiarte para siempre, una espiral de autodestrucción que terminaría en catastrofe. Se acercó a aquella mujer que por unas horas le había amado, la miró otra vez. Ella le devolvió la mirada, fue solo un instante que concluyó con un brusco movimiento del brazo derecho del mercader, un movimiento que terminó con su espada clavada entre sus piernas, hasta la empuñadura. Por la entrepierna de la criada comenzó a deslizarse sangre mezclada con la semilla de aquel hombre que deseó y que amó, aquel hombre que la había penetrado con carne y acero. El mercader se giró sin sacar la espada de su interior para evitarla dolor antes de morir. En su último aliento ella pronunció una palabra que no llegó a entender. El caballero se alejó, desnudo, manchado con su propia semilla, manchado con la sangre de aquella buena muchacha. Dejó atrás su cadaver atado obscenamente entre las columnas, un cadaver que parecía seguir mirándole, juzgándole, con su espada clavada entre las piernas. La dejó para encontrarse, en lo alto de la famosa torre, la inquisitiva mirada de una mujer clavada en su rostro.

 

La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart, Achillesliu: http://achillesliu.deviantart.com/art/untitle-341185114

La segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart, Sickbrush: http://sickbrush.deviantart.com/art/Creep-285311830