domingo, 22 de diciembre de 2013

Corazón Impenetrable(VI)





                                                                               
ACTO VI
                                                                                           Ardientes Recuerdos



 






Caminaba torpemente por unas calles abarrotadas de gente. No sabía en que ciudad se encontraba, ni quien eran esas personas, solo caminaba temeroso de perderse, sin saber el pobre incauto que ya estaba perdido. La gente le ignoraba, le empujaba, le insultaba e incluso le escupía. No había hecho nada malo.... puede que hubiese robado algunas manzanas, pero todo lo malo que hacía lo hacía para sobrevivir. Empezó a correr entre la gente pidiendo auxilio, pero seguían sin hacerle caso. Le tiraron al suelo incontables veces, pero él no dejaba de levantarse y de caminar. Entre las personas que caminaban no menos perdidas que él, encontró a un hombre que le miró desde arriba y le sonrió. En un segundo se puso a su altura y le devolvió la sonrisa. Ambos salieron corriendo apartando a la gente, esta vez era él quien les empujaba, pero seguía sin rumbo y teniendo que hacer cosas malas para sobrevivir. Aunque ya no robaba manzanas, sino personas...eso cuando no las tenía que matar. Cuanto más sangre le manchaba más oro le bañaba y su conexión con aquel hombre se hacía más y más intensa, una conexión que se bifurcó cuando salvó a aquel caballo, un zaino con el que recorrería llanuras, montañas y bosques. Su zaino, su segundo amigo y del que nunca se separaría.



Su mentor, su caballo y su espada, eran las únicas cosas que necesitaba y de las que jamás se separaba. Disfrutaba escuchando los consejos dados con ese tono de voz tan grave Y escuchando los relinchos mientras cabalgaba y se balanceaba sobre el sillín. Pero si había algo que le hacía sentir vivo era el sonido del acero contra el cuero, contra más acero y finalmente pasando por la carne, un suave sonido, limpio, rápido, solo interrumpido a veces por algún hueso con el que se impactaba y que también acababa destrozado. Por fin tenía un lugar en la vida; un lugar, que no un hogar, pues su hogar estaba en todo el reino siempre que estuviese con sus tres inseparables compañeros. Mató, secuestró, salvó y liberó, ese era su trabajo, su vida.


No lo hacía tanto por el dinero como por la sensación de ser alguien. Alguien desvinculado a los gobiernos de las ciudades, a un reino que estaba desintegrado, solo viviendo para él. Allí estaba, sobre aquel maravilloso zaino, con su crin oscura moviéndose con tanta libertad como lo hacía él, junto al temido mercenario que le había adiestrado y que ya peinaba canas. De repente se encontraba en un camino montañoso, en el campamento de unos viajeros que no conocían, pero a los que debían matar. La sincronización era perfecta. Las espadas bailaron en el aire al unísono mientras la sangre salpicaba a la tela de las tiendas como la pintura al lienzo, de forma delicada y ordenada, para formar figuras que solo el pintor entendía. Ante ese espectáculo de cadáveres cercenados y tela ensangrentada, en apariencia no había mucho que entender, pero se podían sacar mil interpretaciones. Asesinos, justicieros, locos, saqueadores, mercenarios, cazarrecompensas...muchas lecturas e interpretaciones, pero solo una única verdad. Hombres libres.


Los grandes pintores solo veían el dinero y el éxito bajo la tierra, cuando los gusanos se comían su carne carente ya de la necesidad de cubrirse de oro. Él también veía el oro después de la muerte, pero no de la suya; y así vivió durante años. El orgullo que se combinaba con la culpabilidad y los recuerdos almacenados, apartados sobre una explicación coherente y un convencimiento férreo, afloraron con el calor que sentía su cuerpo. Niños arrancados de los brazos de sus padres, padres asesinados delante de sus hijos, mendigos y nobles despojados de sus miserables vidas, mujeres casadas secuestradas para que algún admirador secreto pudiera satisfacer sus fantasías más aberrantes, mujeres asesinadas por amar a quien no debían. Cabezas cortadas, tripas sacadas, pulmones perforados, corazones desgarrados, gritos, miedo, incomprensión, injusticias, intereses, verdades, mentiras...al final solo quedaba la supervivencia. Esos niños secuestrados, esos padres asesinados, esas mujeres trasladas a un destino cruel en este o el otro mundo habían sido en el pasado algunas de las personas que le habían ignorado, empujado, gritado o pegado.


Se había levantado una última vez para no volver a caer, para pagarles con su misma moneda...al final todo se trataba de dinero. Ignoraba por qué lo hacía su mentor. Tal vez porque era lo único que sabía hacer, tal vez porque le gustaba, por venganza o por el simple hecho de sobrevivir. Nunca se lo preguntó. Eran uno y les empezaban a respetar y temer, eso era lo único importante. El reino se extendía ante sus ojos, y mientras más se extendía más sangre se deslizaba a sus pies y más dinero recibía. Contempló pueblos inmundos, ciudades magníficas, conoció asesinos letales, rateros despreciables, negocios extraños, placeres desconocidos, pero seguía bajo el mismo cielo y sobre el mismo suelo, cubierto por la misma sangre y cosechado con el mismo odio. Nunca contempló el amor hasta ese día, que lo sintió.


Era curioso que tras el amor viese, escuchase y sintiese lo mismo de siempre. Vio la sangre salpicar el mostrador, escuchó el acero sobre la carne y sintió satisfacción,  a pesar de que no conocía ni a la víctima ni al verdugo. No sabía porque pintaba ella, pero su manejo con el pincel era magnífico y había creado una auténtica obra de arte en esa taberna aburrida consiguiendo despertar ciertos sentimientos que permanecían dormidos en su interior. Fue la primera que vez sintió satisfacción por un rojo diferente al de la sangre. Su pelo se deslizaba por una cara que lo decía todo...todo lo que ella quería decir, ocultando lo que él tenía que haber sabido. Un nuevo vínculo se abrió, aunque ella parecía ignorarle, solo le importaba su mentor. Al fin y al cabo era quien poseía el dominio del arte que practicaban día tras día. Tras escucharla hablar comprendió que ella entendía a la perfección ese arte, entendió que no se trataba de matar por el puro placer de matar, comprendió que era una forma de vida tan digna como lo eran otras aceptadas socialmente. Aunque también, en el fondo, era una forma de venganza que él intentaba reprimir.


Y así llegó su cuarto bien más preciado. Tras el hombre, la espada y el caballo, había llegado la mujer, con la que cabalgó no solo en llanuras, montañas o bosques, también en un lago. El arte ya no solo era su pasión, ahora también lo era aquella mujer, aquella artista que le inspiraba y con la que crear arte era todavía el doble de placentero. Tres espadas se alzaban en el aire, tres espadas que lo podían todo, tres espadas temidas y admiradas, tres espadas sin escrúpulos que perforaban la carne de todo tipo de personas cuyos nombres se reflejaban con tinta sobre un papel y junto a una cifra. Los motivos no importaban. Trabajaron juntos durante mucho tiempo, el tiempo justo para ella. Él estaba esperando el momento que cambiaría su vida, ella también.


Recordaba aquel espléndido cielo azul situado sobre la hierba enrojecida tanto como sus mejillas. La costumbre a acumular y liberar el odio no hacía fácil desatar las cadenas del amor. No quería volver a recordarlo, ni a sentir más calor, no si no era con el calor de antaño. Se tumbaron sobre el lago, pero ni siquiera esa imagen conseguía refrescarle. Estaba sudando y gimiendo antes de que la escena se reavivará. Quería hacerla desaparecer, pero no pudo. Sintió su piel, antaño le calentaba por dentro, ahora solo le quemaba por fuera, e incluso le hacía daño. Deseaba desenvainar su espada de acero, no la que solo estaba compuesta por piel y venas. Quería derramar la sangre de su interior, no su semilla en su interior, pero era un recuerdo incontrolable y no el viaje al pasado que desearía. El día que cambiaría su vida había llegado, pero el de ella todavía no lo había hecho, no hasta pasados siete meses.


-¡Cerdos!-El insulto no iba dirigido a él.




Pasados esos siete meses, quedaban solo dos para que tanto su vida como la de ella cambiase para siempre. Tal vez a partir de ese momento lo único que importaría no fuese sobrevivir. Tal vez cuando tuvieran un niño entre sus brazos comprenderían lo doloroso que sería que se lo arrancasen de ellos, igual que comprendía lo doloroso que resultaría que alguien se llevase a esa mujer a la que con tanta pasión amaba. Pero jamás pudo comprenderlo, jamás pudo experimentarlo ni disfrutarlo, pues dos meses antes de que pudiese hacerlo había llegado el día tan esperado por su amada durante todo ese año.


¡No por favor!-Los gritos eran ajenos a sus recuerdos.


Allí estaban los tres, su mentor, su amada y él. Tres artistas, de los cuales uno de ellos se convertiría en lienzo. Por fin se habían destapado los motivos de aquella cautivadora mercenaria, por fin tantos asesinatos cobraron sentido para ella, pues en realidad no era una artista, sino una censuradora. Censuradora de un arte incomprendido que les daba de comer. Una censuradora que no dudó en usar su pincel para emborronar todo lo que su mentor había pintado con tanto esmero. La pintura que utilizó la mujer para emborronar tal obra de arte fue su propia sangre, derramada por la espalda, sin que él pudiese hacer nada.


-¡NOOOOO!-Un grito tan desgarrador como la pérdida de un ser querido.


Una acción que cambiaría el sentido de las futuras obras de aquel mercenario. Fue la primera vez que asesinó a un bebé nonato y a una mujer sin que se lo pidiese un contrato. Aquella cazarrecompensas esperaba alcanzar el mismo éxito que esos pintores después de muerta, pero lo único que consiguió fue revalorizar el precio de las obras del que fue su mentor e inspirarle a él, un pintor que viviría durante muchos años más llenando de rojo su lienzo, creando escenas de todo tipo que solo tenían una interpretación, la injusticia inherente a toda forma de vida. Eso reflejaban sus pinturas, la vida misma en su forma más cruel. Se despojó del amor y se dejó inundar por completo por el tan conocido odio que perduraría hasta entonces.


-¡Levántate! ¡Honra su muerte!-Eso es lo que iba a hacer.




Después de perder a su mentor y a su amada, perdió a su zaino, que lo dio todo hasta el final para salvar a su jinete. También sintió que había perdido su espada, pero era algo que no había visto. Eran imágenes que pasaban por su cabeza constantemente y con más intensidad que nunca. Seguía oyendo los gritos que había ignorado, los llantos que había callado, el tintineo de monedas que arrancaban la vida con tanta facilidad. Supervivencia, supervivencia, supervivencia...no. Venganza, venganza, ¡venganza! ¡Excusas! ¡Mentiras! ¡Justificaciones! Vida...por muerte, muerte por vida y odio...odio por más odio. Odio que tomaba forma, una forma humana. Allí estaba él, con su rostro serio, su pelo blanquecino y su inmutable presencia. Se acercó para abrazarle, él no le hacía revivir aquel sentimiento. Sacó el amor que ocultaba bajo la manga y se lo clavó mientras le abrazaba, un amor puntiagudo que desintegraba a su mentor. Al desfragmentarse su cuerpo pudo ver pedacitos de odio que resbalaban entre sus brazos para alejarse y volver a componer una forma humana.

-¡Como quieras!-¿Qué significaba aquello?

Esta vez era ella. Alta, esbelta, pelirroja, cautivadora, magnífica, autosuficiente, sonriente...manipuladora. Tuvo ganas de acercarse a ella, pero no para abrazarla o besarla, sino para clavarla el puñal que inconscientemente le había clavado a su mentor. Pero sus piernas no respondían. Ella sonreía con más énfasis. “Ven, acaba conmigo, es lo que quieres, destrozarme una vez más, intenta desintegrar el odio”. La oyó decir. El mercenario se esforzó en mover las piernas en aquel caluroso vació en el que ahora se encontraba. Un vacío compuesto solo por odio y personas a las que había querido. “Acércate un poco más, déjate abrazar por el odio que me compone y hazme sufrir. Ya estoy muerta, pero no te basta con matarme, tienes que torturarme, golpearme. Lo estás deseando” Y era verdad. Tardó más de lo que le gustaría, pero cuando estuvo a su lado la miró mientras ella no dejaba de sonreír. Apretó el puño y lo alzó contra una de sus mejillas.

-No...¡Por favor, no! ¡Por favooooooor!


 El impacto provocó que el pómulo se hinchase y se tornase púrpura, pero ella no se inmutaba, como si le retase. Cuando se quedó sin más lugares en la cara que golpear, comenzó a golpearla el estomago, le dio varias patadas e incluso la presionó el cuello para asfixiarla, pero ella ni siquiera pestañeaba.


Finalmente la golpeó fuertemente entre los pechos y cayó al suelo, quedando tumbada de costado, lamentándose. La siguió golpeando sin piedad con puñetazos y patadas. Por fin no se encontraba en el vacío, sino entre barro, barro cubierto de fuego. La cazarrecompensas le miró, él sonrió como tanto le gustaba. “Mátame” Le pidió la mujer. “Eso haré” respondió él mientras hacía bajar su pierna a gran velocidad, haciendo que su bota impactase contra su cara, aplastándola la cabeza. El mercenario, finalmente, había perdido el control. La cabeza se desintegró, el odio que la componía se dispersó y los restos se combinaron con lo que parecía amor, recomponiéndose. Su cabeza volvía a estar en su sitio. No podía deshacerse de ella, así que siguió golpeándola con más fuerza, ansioso por borrar su imagen de su mente. Pero cuando quiso darse cuenta, el rostro que estaba ahora bajo su pie, ensangrentado, hinchado y lleno de moratones, no era el de aquella cazarrecompensas traidora, sino el de una mujer que lo había cambiado todo, que había formado parte de un contrato y a la que se molestó en adiestrar, sin dejar de cumplir su objetivo de entregarla.



 Para hacerlo hizo cosas tan horribles como siempre durante aquellos años, engañando y matando de la forma más cruel a una pobre criada, ocultando su moralidad bajo un manto de falsas promesas sobre la libertad. Pues era demasiado listo para saber que hasta él mismo se engañaba cuando hablaba de vivir libremente cumpliendo contratos. Vivir era una tortura que podías aceptar o de la que te podías resistir, pero que irremediablemente te hacía sufrir hasta llevarte a la muerte. Pero esa mujer, esa princesa, había puesto color a las pinturas de aquel pintor y le había devuelto lo que antaño había perdido. “Acaba lo que has empezado, llévame contigo”. El mercenario no pudo matarla. La princesa sonrió. “Una vez más fracasas, y llegado el momento, cuando estemos frente a frente en el duelo que nos espera al final de nuestro camino, no cumplirás tu palabra, volverás a creer en el amor y éste esta vez te apuñalará directamente a ti, morirás y lo que es peor, fracasarás, mancharás su recuerdo” El mercenario comenzó a sentir un dolor muy intenso en el brazo izquierdo, le ardía tanto como le ardía de rabia el corazón. Y al final solo tuvo que repetir el movimiento con su pie. Aplastó la cabeza de la princesa, la historia no volvería a repetirse, no volvería a caer en la trampa. El amor y el odio hechos uno se desintegraron y todo alrededor se desvaneció, todo menos el calor y el dolor.


Despertó rodeado de fuego, cubierto por una manta que comenzaba a arder y de la que se deshizo con rapidez. Aún así, las llamas habían llegado ya a su brazo izquierdo y el dolor llegaba a ser insoportable, pero casi no tenía fuerzas ni para gritar. Miró a la única ventana de la habitación, que por fortuna estaba abierta. Se tiró de la cama, no para evitar el fuego que le rodeaba, sino porque era incapaz de caminar, y se arrastró hacia la ventana sintiendo las llamas entrar en contacto esta vez con su brazo derecho, por suerte volvió a ser rápido apartándolo. Cuando, manteniéndose agarrado a la ventana, se levantó, sintió el fuego en su espalda. Las llameantes lenguas le lamieron la espalda tan ardientemente como habían hecho las lenguas de cualquiera de las putas a las que había pagado. Al recibir sus vulgares y violentos lametazos (no más que los de cualquiera de esas rameras a las que había despreciado), gritó de dolor, un grito camuflado por el chisporrotear de las llamas y el crujir de la madera que se derrumbaba. Salió lentamente tirándose al barro del exterior, frío y húmedo para su fortuna, pues calmó el dolor de su piel enrojecida y ennegrecida. El mundo parecía venírsele encima. No sabía cuanto llevaba inconsciente, qué había pasado ni por qué le dolía tantísimo todo el cuerpo y no solo las partes acariciadas por las llamas. Al alzar la mirada manteniendo la barbilla hundida en el barro pudo ver la misma escena que estaba protagonizando en su mente. Un caballero fornido que recordaba bien tenía bajo su bota la cabeza de una mujer que parecía la de su contrato. Una escena rodeada de cadáveres que no reconocía.


Se arrastró por el barro decidido a hacer algo, aunque en ese estado no sabía muy bien el qué. Su cuerpo se deslizaba entre el lodo como había hecho desde que era un infante, arrastrando las piernas, sin apenas levantar la cabeza, sin ser consciente de nada, sin entender qué había pasado, dirigiéndose a un lugar sin tener ningún plan, era la segunda metáfora que encontraba en ese viaje sobre su vida. Su único objetivo era llegar a empuñar la daga que se encontraba junto a un cadáver, la misma que le había dado a la princesa en la cueva, y clavársela al caballero al que había enfadado en la cena y al que se había enfrentado junto al río, aprovechando que estaba de espaldas, arrodillado ante el inerte cuerpo de la mujer que había secuestrado para su enésimo contratista. Parecía que el hombre lloraba acariciando su cara y gimotenando. “perdonad, majestad, os he fallado, la he matado...la he matado” El mercenario no dejaba de mover su cuerpo entre la mierda y la sangre, como siempre había hecho, dispuesto a manchar la tierra con más sangre, lo único que sabía hacer. La distancia parecía que no se reducía, la visión se le emborronaba, el sudor se deslizaba por su frente, la espalda y los brazos todavía le ardían y el cuerpo entero le pesaba como el plomo, pero allí seguía, sin detenerse, avanzando como podía.


En ocasiones el caballero parecía intentar reanimar a la mujer muerta, le limpió la sangre de la cara y colocó sus manos sobre el pecho. Ese no era el tipo de caballero que abusaría de la mujer que tenía que proteger, lo hizo solo para intentar que volviese a respirar, pero no tuvo éxito.

-Mi rey ordenará que me corten la cabeza...no puedo volver siendo el asesino de su hija.-Si lloraba no era por la vida de la mujer que parecía haber causado todo ese daño, si lloraba era por las consecuencias que tendría su furia descargada sobre el cuerpo de la indefensa princesa.


Entre el barro, además de muertos (alguno desnudo), sangre, mierda (no toda de animal) y una polla que flotaba entre todo aquello, pudo ver su espada. Estaba demasiado lejos, junto a la princesa, delante de aquel caballero con parte del pelo quemado, por lo que su única  opción era empuñar la daga situada junto al cadáver desnudo.


-Pero...no puedo huir. Los otros dos me encontrarán y será peor. He de dar la cara o...-El caballero parecía haberse vuelto loco, pues ya hablaba solo. Mientras lo hacia, gimoteando como un niño al que iban a castigar, empuñó su espada y se la acercó al corazón. Cuando creía que ya estaba todo solucionado gracias a la cobardía de aquel patético hombre, soltó la espada y lloró con más fuerza-.¿A quién quiero engañar? No puedo hacerlo...he nacido para clavar esta espada a infinidad de gente, pero no puedo clavármela a mí...eso sería de cobardes ¿Qué hago? ¿Qué hago?

Con que no se diese la vuelta y no dejase de hablar, al mercenario, que no dejaba de arrastrarse, le valía. Por el momento parecía que comenzaba a tranquilizarse y a pensar, aunque no en silencio.

-Debo esconder su cadáver y decir que no la he encontrado...sí...¡sí! El miedo no me dejaba pensar...pero puedo enterrarla. La historia la conocerá como la princesa que tras desaparecer de su torre desapareció del mundo. Nadie la encontró jamás...y...y....y dicen que se la puede ver vagar cerca de la torre...sí...una historia para asustar a los niños. O...¡No! Mejor...mi amigo, el necrófilo degenerado, la mató, la violó una vez muerta y...o ya la encontramos muerta. La mataron los desconfiados granjeros, o...


El mercenario pensaba que ese caballero era de los más cuerdos que había conocido en esa mesa. Estaba claro que la ciudad impenetrable, en mayor o menor medida y más tarde o más temprano, les hacía perder la cabeza. Sabían que su rey era implacable y un error suponía la muerte.



-No pasa nada...soy un respetado caballero de la Guardia Real, el rey me quiere entre los suyos.-El mercenario pasó por encima del cadáver de la joven desnuda-.Si le digo que no fui yo quien la mató sabrá perdonarme. –Cogió la daga con mucho cuidado y siguió arrastrándose hacia su víctima, que no dejaba de hablar consigo mismo-.Si además le entregase el cadáver del mercenario me recompensaría. El problema es..¿dónde esta el mercenario? ¿Murió finalmente en el río? Si es así debo volver, buscarle río abajo y recogerle. Y si lo encuentro vivo mejor que mejor. Es un puto mercenario que nos engañó, yo soy un caballero Real, ya me enfrenté a él y no fue para tanto, podría matarle sin problemas.-El caballero por fin se había callado, un silencio tan seco como estaba la boca del mercenario, tan cortante como la daga que empuñaba y que atravesaba la carne del muslo de su nueva víctima.

El mercenario no pudo ni siquiera levantarse para llevarle el arma al cuello, por ello tuvo que conformarse con estirar el brazo y clavárselo en un lugar no tan usual, pero igual de efectivo, pues solo había que saber donde cortar. La sangre se deslizó con rapidez por la pierna y sobre el pelo del mercenario mientras el caballero caía hacia delante. Su atacante se arrastró un poco más para situarse a su nivel y mirarle a los ojos


-Aquella noche te dije que esa armadura no hacía al Guardia Real. Hoy te lo he demostrado, te ha matado un hombre con el torso desnudo, enfermo y sin más arma que una daga.

El caballero gimoteó de nuevo como un perro, sin poder pronunciar palabra, pues se desangró enseguida muriendo también como un perro. Como habían muerto todos los que estaban allí, apaleados y destrozados sobre el barro como auténticos perros que durante toda su vida se habían mantenido atados a un poste sin poder hacer mucho más que ladrar y escarbar entre la mierda, mordiendo la pierna de quienes pasaban a su lado e incluso de los que les daban de comer. Perros que no comprendían nada y que veían el mundo sin color, perros despreciados que llegado el día se mataron entre ellos, quedando solo restos malolientes que servirían de comida a las aves carroñeras, más despreciadas que esos perros, pero capaces de volar sobre sus cabezas, dominando los cielos, el mundo. Él era un perro más, lo había sido toda su vida y más desde aquel día en el que una astuta zorra le había engañado matando al perro más noble que había conocido. Esa zorra ya estaba muerta, y algunos de los corderos que la seguían también, pero ahora tenía a un animal diferente frente a él. Un animal indómito, fiero, tranquilo si sabías donde acariciar, noble y fiel, con las ansias de libertad que le había dado aquel viaje entre una jaula y otra. Un animal inclasificable que no tardaría en transformarse en un perro más...sino había muerto ya como uno, como todos.


Se acercó a ella sin dejar de arrastrarse. El olor a carne quemada, a sangre y a mierda se había esfumado tanto como el dolor en brazos y espalda, como el dolor de su cabeza, de sus piernas, de su garganta e incluso el que sentía en el pelo. Solo existía ella, su cadáver era el único que importaba entre todos aquellos cuerpos maltratados, su sangre la única que sentía ver derramada, sus ojos cerrados los únicos que deseaba ver abiertos, su cuerpo el único que lamentaba ver inerte. Cuando estuvo a su lado le limpió la sangre que todavía salía por su nariz, su boca e incluso sus ojos. Le acarició el pómulo hinchado lleno de moratones y los labios inflamados y agrietados. ¿Qué la habían hecho? Tenía la nariz completamente rota y de los ojos salían lágrimas que se perdían entre la sangre. La habían desfigurado el rostro.


-Princesa...tenéis que vivir.-Le susurró a la oreja también sangrante-.Princesa...por favor.-El mercenario colocó su cabeza sobre su pecho para comprobar, de igual forma que el caballero, que no respiraba.

Tras comprobarlo no pudo evitar cerrar un puño y maldecir a esos cabrones de la Guardia Real...como había hecho ya una vez no hacía tanto tiempo. Después le colocó los dedos índice y anular sobre el cuello enrojecido...tampoco tenía pulso. Era el momento de aceptar la realidad...había fallado, y lo que era más importante, ella había muerto. Deseaba lamentarse solo por haber perdido el contrato, pero no pudo evitar sufrir la pérdida de una mujer que consiguió arrancar de cuajo aquellos sentimientos que la cazarrecompensas había despertado. La quería, sí, pero era como si él la hubiese matado en aquel sueño. Por otra parte tenía que ser así, él tenía que matarla, nadie más. Él tenía que hacerla libre cumpliendo lo que en su día no cumplió como mercenario.



-Perdonadme, princesa, yo os traje aquí...yo os he matado...antes de lo previsto.-El mercenario alargó el dolorido brazo para abrazarla. Se acurrucó junto a ella y la besó en una mejilla, todavía no estaba fría-.Ha merecido la pena vivir con vos este tiempo y será un honor morir también junto a vos...yo ya he luchado suficiente para sobrevivir, ha llegado el momento del merecido descanso. Ahora...solo espero poder... acariciar... vuestros pechos en el... más allá-susurró perdiendo poco a poco las fuerzas y sonriendo como tanto le gustaba, a pesar de que sabía que no había descanso eterno en un más allá inexistente-. Os... confieso que... me gustaban así, pequeños...como vos, pero...apetecibles, imponentes a pesar de... su tamaño.-Por la boca torcida resbaló una lágrima procedente de los ojos que no dejaban de contemplar la belleza que nunca poseyó y el rostro desfigurado que el no veía. El veía a la soñadora, a la luchadora, a la insensata, a la desconfiada y a la vez ingenua. Él veía a su mercancía, a su objetivo, a su discípula, a su compañera, a su amiga, a su...su posible nuevo error.


 Incluso aceptando que de nuevo había caído en la trampa que el mundo nos tendía, no podía dejar de verla a ella y lo que representaba, olvidándose del atractivo físico que a su manera poseía, y contemplando más bien su valor, nada que ver con el de la cantidad escrita en aquel pergamino, sino el que tenía como persona, el valor de un corazón tan difícil de conquistar como su ciudad-.Espero haber penetrado...vuestro impenetrable corazón, tal y como habéis hecho vos...con él mío.-El mundo se desvaneció para siempre junto al dolor, siendo lo último que vio su rostro, ahora repulsivo, y sintiendo algo muy alejado a la repulsión. Lo único que no se desvanecía de ese dantesco espectáculo que él había ayudado a pintar era la cautivadora y tranquilizadora sonrisa que se dibujaba en su cara por última vez.



O eso le hubiese gustado. Volvía a sentir el calor del abrasador fuego calentándole parte de la cara y el brazo izquierdo, al igual que afloraba de nuevo el dolor en su cuerpo, esta vez también en sus muñecas, que se encontraban atadas fuertemente por una cuerda. Era una pesadilla de la que no podía despertar, un castigo que debía recibir y lo más cercano a un infierno al que debería bajar, si no lo había hecho ya. De nuevo se arremolinaron las imágenes. Una cantidad incontable de cadáveres le rodeaban y se amontonaban creando una muralla a su alrededor, el olor era insoportable. Bajo la montaña de cadáveres personas aun vivas eran aplastadas por el peso de la muerte de sus seres queridos. Lloraban, gemían y suplicaban, todos mirando al mercenario, maldiciéndole, rogándole, insultándole...

Y justo en el medio, frente a él, dos mujeres le miraban, ambas con desprecio y cierta admiración. La animadversión era mutua con la que se situaba a su izquierda, en cambio con la de su derecha compartió cierta complicidad. Ambas reflejaban ira y miedo y ambas tenían heridas incurables. La primera tenía la carne perforada allí donde había clavado su espada, de la herida abierta y sucia salía un cordón umbilical del que se balanceaba un bebé cubierto de sangre que le miraba fijamente...con sus mismos ojos y su misma sonrisa. Entre el calor del tortuoso fuego, el mercenario sintió un escalofrío. Apartó la mirada para contemplar a la otra mujer, con la cara totalmente destrozada y también la carne perforada. Por el agujero de su pecho, limpio, sin rastro de sangre, podía ver músculos y huesos, y tras ellos podía ver su corazón, un corazón que latía con fuerza y se mantenía intacto. La mujer del corazón palpitante se acercó despacio a él, mientras la otra se alejaba arrastrando al bebé todavía conectado a ella, mezclándose entre el resto de cadáveres para convertirse en uno más de ellos.


Devolvió la mirada a la mujer del rostro desfigurado, que se encontraba a un palmo de distancia mirándole fijamente. Poco a poco la sangre y los moratones desaparecían, los labios recuperaban su suavidad, la inflamación bajaba, la nariz se recomponía y el cráneo tomaba su forma habitual. Volvía a mirarle aquella princesa que había conocido y a la que había perdido y condenado. Ella no dijo nada, solo alzó una mano que acercó al pecho del asustado mercenario. Nunca se había sentido así, pero tener a esa mujer frente a él, en aquella pesadilla tan real, en aquel infierno que él mismo había generado, le producía un temor incomprensible. Por una vez era él el que debía pagar. Sentía la suave y fría mano en su piel, le acarició con delicadeza para después, en un movimiento brusco, atravesarle la carne. No sintió dolor, todo lo contrario, le gustó sentir sus dedos rozando sus músculos y huesos. Era agradable, un calor como el que había sentido antaño. Y así fue como ese calor generó fuego, un inmenso fuego que hizo arder a todos los cadáveres que le rodeaban creando una barrera de llamas circundante abrumadora. Contempló cómo los rostros de sus múltiples víctimas se derretían, cómo aquella mujer se descomponía entre el fuego de su particular infierno y cómo su hijo no le dejaba de sonreír mientras la sonrisa se convertía en ceniza. Llevaba horas, incluso días sintiendo fuego, pero ahora que parecía tener frente a él un gigante venido del mismísimo sol, se sentía fascinado, mejor que en toda su vida. Con el fuego estaba ardiendo también el miedo que hasta hace poco sentía.



El brillo de sus ojos se intensificaba con semejante espectáculo ardiente, una pira en la que se consumía su pasado, sus contratos, sus víctimas, su vida e incluso su odio. Una pira en la que, de nuevo de una forma muy peculiar, consumían su amor. No podía dejar de mirarla mientras el olor a carne quemada desaparecía para ser el agradable olor de aquella mujer el que se imponía, un olor que no supo describir y que, sin ser consciente, había olido siempre que estaba junto a ella. La sangre derramada se acercaba a ellos, fundidos en un encuentro que parecía eterno. Deseaba abrazarla, besarla, tomarla, pero sabía que no podía. El fuego avanzaba por la sangre con la facilidad que lo hacia entre matojos secos. A pesar de que bajo sus pies se había generado un charco de sangre, no se movieron.

 Aún sentía su mano en su interior, que se movía buscando algo. Finalmente consiguió tocarlo. Al sentirlo, el mercenario dio un pequeño bote. Jamás en su vida había sentido ese placer, la mano de aquella mujer agarraba con delicadeza pero con seguridad su corazón, el mismo que había sentido detenerse hacía no mucho tiempo, tal vez demasiado. El fuego les alcanzaba, ella apretaba con suavidad, el no podía dejar de cerrar los puños con fuerza. Ni el sexo le había hecho sentir ese placer. Entonces lo sintió, como si fuese el culmen del acto que solo una vez había realizado con amor, pero esta vez sin ningún tipo de fluido derramado, ni siquiera el de la sangre. Ella sacó lentamente la mano de su cuerpo, el fuego seguía aproximándose, lo sentía ya muy cerca. Su corazón palpitaba ahora con tanta fuerza como el de ella, tanto era así que parecía un tambor cuyo sonido constante anunciaba su retorno, su llegada...el fuego se aproximaba y ella le miraba. Ambos sonrieron al mismo tiempo que el fuego se alzaba sobre el charco de sangre que pisaban. Las llamas les cubrieron, pero tampoco sintió dolor alguno, esta vez no. Sus rostros sonrientes se perdieron entre el intenso e incansable fuego y él abrió los ojos... de nuevo.


Lo primero que vio fueron las estrellas cubriendo un manto de oscuridad, para sentir después el calor del fuego que llegaba a su rostro y el de una manta que le cubría. Quiso destaparse con rapidez para huir de las llamas y arrastrarse de nuevo entre el barro, condenado a vivir en esa pesadilla cíclica y sin fin, pero no lo hizo. Se quedó tumbado, esperando, sintiendo la vida con más intensidad que antaño a pesar de que era menos libre de lo que jamás había sido, pues bajo la manta y junto al fuego, tenía las manos atadas. Giró la cabeza para comprobar que no estaba entre madera chamuscada y cadáveres cercenados, sino junto a una hoguera y a una silueta humana con una espada en su regazo y la mirada perdida en las llamas.



-Por fin habéis despertado.-Oyó decir a una voz grave, severa, triste, gastada y familiar que venía de otra persona-.Habéis tardado más de lo que nos hubiese gustado.


La silueta humana de la espada giró la cabeza para contemplarle con una mirada que conocía bien y que tanto se repetía en su vida, la de la tristeza y el odio. Al girarse vio que se trataba de un joven mal vestido con el pelo seco y sucio y un moratón en un ojo. No le gustaba aquella visión, así que miró hacia donde había oído aquella voz. Al otro lado de la hoguera pudo ver a un hombre canoso y con la piel arrugada, pero un cuerpo robusto no tan acorde con su edad. Sobre esa piel arrugada que mostraba su rostro cansado, tenía puesta una armadura que recordaba con demasiada claridad, con un símbolo verde que no le inspiraba ninguna confianza y una capa del mismo color que caía desde los hombros hasta el sucio suelo.


-Más marionetas del rey siguiendo nuestros pasos, admiro vuestra determinación, aunque no tanto vuestra forma de actuar ¿Os ha costado mucho atrapar a un moribundo?.-Al propio mercenario le sorprendía la energía con la que se encontraba su cuerpo tras lo que había vivido, no había perdido las ganas de bromear.




-Os creéis fuerte por haber matado al resto de mis compañeros e indigno a mí por atraparos enfermo, pero no sois más que un mal perdedor que no estaríais en este mundo si no fuese por nosotros.-El caballero canoso se acercó a su preso.



-En ese caso, gracias. Ardía en deseos de volver a la vida arrestado para ser ejecutado en unos pocos días, es todo un detalle por vuestra parte.-Su ironía no había ardido en aquella pira.


-Podría haberos matado cuando os encontramos, al fin y al cabo es lo único que os merecéis, pero hasta vos debéis responder ante la justicia del rey.-Afirmó con tranquilidad su captor.


-Justicia y rey son dos términos que solo usarían en la misma frase un ignorante o un embustero y vos me demostrasteis que tenéis de anciano tanto como de sabio.



-Me llama embustero el mercader que quería organizar una obra de teatro antes de desenvainar la espada y raptar a nuestra princesa.-¡La princesa! La había visto de nuevo, pero...


-Era ella a quien queríais ¿la habéis encontrado?-El mercenario mostró más seriedad al tratar el tema.



-Sí, vos la hundisteis en la miseria entre barro, muertos, mierda y sangre. Juzgáis a nuestro rey, pero lo que sembrasteis en aquella granja no distaba mucho del infierno que describen los libros.



-No fui yo quien la destrocé hasta la muerte, sino uno de vuestros admirables y valientes compañeros.-Todavía dudaba sobre lo que había dicho, pero misteriosamente, a pesar de lo que sentía por aquella mujer asesinada, no sentía rabia ahora que hablaba de su muerte. Tenía muy reciente su rostro en la memoria, su mano en su corazón...aquel sueño.


-No dudo que mis...admirables y valientes compañeros llevasen la muerte a algunas de esas personas, pero ante la princesa lo único que hicieron fue morir.


Al mercenario parecía habérsele parado el recientemente reanimado corazón.



-¿Sobrevivió?-Preguntó incrédulo.


-Y os mantuvo con vida hasta que nosotros llegamos.-Dijo el caballero extrañado por la reacción del mercenario.



-¿Cómo está? ¿Qué vais hacer con ella?-El mercenario comenzaba alterarse.


-Está bien, y así seguirá hasta que la llevemos a su padre.-Comentó sin dar mucha importancia a lo que había dicho.


-Quiero verla.-Las palabras fueron tan directas como las del caballero.

-Ahí la tenéis.-Señaló al otro lado de la hoguera.

Levantó medio cuerpo para verla. En efecto allí se encontraba, junto al fuego, tumbada también  bajo una manta. Respiraba con tranquilidad mientras dormía, sus ojos cerrados estaban intactos y su nariz impoluta, ni rastro de sangre o moratones. No era posible.


-Llevaba dos días sin dormir, al final ha caído rendida, pero por lo demás está bien.-Explicó el caballero.


-Uno de los tuyos la aplastó la cabeza, yo mismo la tomé el pulso. Estaba muerta, estoy seguro.


-No lo estéis tanto, la fiebre estuvo a punto de llevaros con los granjeros y los otros caballeros.

De repente, el muchacho sentado junto a la hoguera clavó furioso la sucia espada en la tierra. En ese momento no le importaba lo más mínimo quién era aquel perturbado chaval, su princesa estaba...su objetivo volvía a...


-Sé que pediros un favor puede sonar absurdo, pero si en vuestro interior existe algo diferente a lo que poseían los otros caballeros, si de verdad queréis proteger a la princesa, la dejaréis marchar conmigo, su destino no está en aquella torre.-El mercenario no esperaba que cortésmente el caballero le cediese su captura, pero por ella tenía que intentarlo, aunque no le gustase suplicar a gente como aquella.


-No sé en que os basáis para decir que soy diferente, y no sé donde está su destino más que en la ciudad en la que nació y dónde es protegida por el amor de su regio padre.-El caballero no dijo eso para zanjar la discusión, realmente esperaba una respuesta.


-He de seros sincero, yo tampoco, ni siquiera ella. Sé que hay alguien que la quiere, pero no sé si su destino será mejor que en aquel lugar. Aún así ahora ella podrá elegir, os aseguro que ha luchado mucho para llegar hasta aquí, no le quitéis ahora la recompensa. Aunque no sea el lugar que la corresponda, vuestra princesa tiene un objetivo que cumplir y un camino que recorrer, sola o con compañía, pero ha de seguir caminando.


-Os equivocáis. Cuando os capturamos ella no se resistió. Recuerdo que miró fijamente el cadáver de una niña desnuda y nos dijo que la llevásemos a la ciudad impenetrable con su padre, que cumpliría el único objetivo que debía cumplir en su vida.


El mercenario estaba desconcertado ¿le estaba mintiendo de una forma tan estúpida aquel caballero? Antes de que volviese a formular una pregunta, el joven de la espada agarró la empuñadura con la poca fuerza que poseía para sacarla del lugar en el que la había clavado. Miró a los dos hombres que hablaban de cosas que no parecían interesarle. Después de un rato observándoles y respirando entrecortadamente, la tiró al suelo con rabia para alejarse de la hoguera. Las lágrimas en su cara brillaron con el fuego que en ese momento les daba calor y hacía no tanto había calcinado su hogar, su vida.


-¿Es ese vuestro compañero? ¿Acaso le enfada que hablemos de la princesa y su destino?


-Le enfada que hablemos de su familia muerta.-Dijo con cierta solemnidad el caballero.


Los cadáveres...la chica desnuda...No había sido un sueño.


-¿Fue el único superviviente?-Al mercenario le empezaba a interesar aquel chico.


-No, nadie sobrevivió a tal barbarie, nadie que habitase en aquella granja, claro.-Pero el mercenario estaba seguro de que la princesa, ni siquiera él, habían sobrevivido a aquella matanza-.A él le encontramos en el camino que va del río a la granja, tuvo la mala suerte de encontrarse antes a mis compañeros, que le robaron el caballo y le dejaron inconsciente de un golpe en la cara. No le mataron porque llevaban demasiada prisa. Decidimos que nos acompañase a la única granja cercana, su hogar. Cuando llegamos el chico soltó un gritó que me asustó. Abrazó a todos los cadáveres que yacían en el barro. No paraba de llorar. Quiso enterrarlos, pero no había tiempo y decidimos quemarlos junto a la casa y el granero. Nunca encontró a su madre, así que suponemos que se quemó, posiblemente antes de morir.


-Ese mismo fuego me envolvía cuando desperté, estoy seguro de que fue real.-El mercenario se miró las quemaduras que alcanzaba a ver en el brazo izquierdo.


-Claro que lo fue. Te encontramos entre el barro, con quemaduras en la espalda y uno de tus brazos, y con la princesa intentando reanimarte, como ya os he dicho. Ella os mantuvo con vida, sí, pero fue la ulmaria de aquel joven la que hizo desaparecer la avanzada fiebre. Aún con plantas, fue un milagro que salieseis con vida.


-Esforzaros en mantenerme con vida solo para que el rey en persona puede matarme...curioso.



-Bueno, como ya habéis comprobado mientras fuisteis caballero de nuestra Guardia Real, no es del gusto del rey mancharse las manos para ejecutar la sentencia, aún así, observaría con gusto vuestra ejecución.


-¿Qué se puede esperar de un rey cobarde?


-Lo mismo que de un hombre que contrata a un mercenario para capturar a una princesa.-El caballero le miraba esperando algo de él.


-Tenéis buen ojo para identificarme como un mercenario.-Dijo sonriendo.


-Todos lo sabíamos antes de partir en tu busca, tu forma de actuar y ciertos elementos que el rey hiló, nos hicieron a todos pensar que eras solo el hilo conductor de una historia que no tenía nada que ver con vos.


-Tal vez ahora tenga más que ver conmigo que con vos, os lo aseguro.-Mercenario y caballero se miraban fijamente.


-Y bien ¿quién ese hombre que contrató vuestros servicios para conseguir a la princesa?


-Nunca revelo la identidad de mi contratista, no mientras perdura el contrato.-La sonrisa del mercenario era incansable. La felicidad de ver con vida a la princesa se combinaba con la gracia que le hacía esa conversación con aquel caballero que se esforzaba por hacer su trabajo de la mejor forma posible, y todo a pesar de ser su prisionero.


-Miradlo de este modo. El viaje que emprendamos hacia el contratista es tiempo que os mantendrá con vida junto a la princesa, y cuando lleguemos, puede que si el contratista sabe luchar tengáis una oportunidad de salvaros.-Esta vez el mercenario soltó una risotada que por fortuna no despertó a la joven princesa.



-Sin duda sois el caballero más astuto de aquella ciudad, pero también el más estúpido, pues os arriesgáis a fracasar cuando lo importante ya lo tenéis hecho.


-Estúpido considero el darme razones para llevaros de vuelta a la ciudad impenetrable.


-Como queráis pues, no os diré quien es pero os llevaré con él, continuaremos el más que corto viaje que nos queda y os lo presentaré, momento en el que nuestra suerte jugará por nosotros más que nuestra habilidad, pues conociendo al contratista, puede pasar cualquier cosa.


-Si es quien todos creemos, será sin duda un mal trago el que pasemos, pero la recompensa puede ser importante.


-Ya lo creo.-Respondió el mercenario sin dejar de torcer la boca.



El mercenario apenas había dormido, tal vez por miedo a que las pesadillas volviesen. Pero no fue así, su sueño fue tranquilo, tan extrañamente  tranquilo como se encontraba en un momento tan delicado y crucial de su misión. 


-Por fin vuelvo a ver esos ojos de mercader astuto y mentiroso abiertos.-Oyó decir junto a una nueva hoguera.

-Se me había olvidado que vos también erais uno de los perros falderos del rey.

-Un perro gracias al cual desayunaréis esta mañana. Mientras anoche dormíais como un bebé yo me dedicaba a cazar entre las sombras.-El caballero de pelo oscuro y rizado recogido con una coleta parecía satisfecho.


-¿También esperáis a que los animales estén enfermos y desvalidos cuando vais a cazar?-El mercenario se incorporó como pudo con las manos atadas.


-Mercader o mercenario seguís siendo tan hábil con la lengua como siempre.


-Y eso que no habéis conocido a ninguna de las putas a las que...


-Haced el favor de callaros. Los dos. Vos no dudasteis en darnos lecciones morales aquel día sobre la mesa. Pero pocos modales mostráis ahora.


-Ya veo que no se me tuvo muy en cuenta, desde entonces he visto al desorejado intentar violar a la princesa mientras el caballero de los destellos la agarraba, al pelirrojo practicar la necrofilia y al caballero castaño destrozar a su alteza a golpes.


-Vos atravesasteis el coño de una criada con más de una espada, secuestrasteis a una princesa y habéis sembrado el camino de cadáveres.-El caballero de la coleta lo mencionó mientras mordía el trozo de carne, como si esas cosas se hiciesen todos los días.


-Sí, eso es lo que pasa cuando no se hacen caso a mis consejos, que caes bajo el filo de mi espada.


-Ya lo veo, aquí estamos nosotros, acorralados por la espada que empuñáis con vuestras manos atadas. Creía que erais más humilde.


-No me gusta la falsa humildad, prefiero ser realista, vuestros compañeros  cayeron bajo mi espada, no siempre empuñada por mí, pero cayeron. Es un hecho, no una bravuconada.


-Igual que es un hecho que sois nuestro preso y coméis de nuestra comida.-Siguió respondiendo el caballero moreno.


-Lo es, de la misma forma que lo es que me estáis llevando ante mi posible salvador y no hacia mi ejecutor, lo que no me convierte en un perdedor todavía. Además, a vosotros todavía no os he visto realizar ninguna barbaridad, estáis a tiempo de ser los únicos que os salvéis del castigo.



-A tiempo de mataros y de que dejéis de irritarnos con tanta palabrería.

-Con palabrería me estáis irritando los dos.-Interrumpió el anciano.


El mercenario comió como pudo sin apenas movilidad en las manos, esperando con ansia a que la princesa se levantase. Cuando acabaron de desayunar cogieron los caballos, el anciano caballero subió al mercenario al suyo, mientras que el de la coleta hizo lo propio con la princesa todavía dormida.


-¿Seguro que se encuentra bien?-El mercenario no pudo evitar mostrar cierta precaución.


-Os lo aseguro, es solo cansancio acumulado, ni siquiera sé como ella no acabó enfermando también.


Antes de que el caballero moreno subiese a su palafrén, el chico al que esa mañana no había visto salió de entre las sombras de los árboles cercanos.


-Chico, tú te quedas, empieza una nueva vida, viaja caminando al pueblo más cercano, haz lo que quieras, pero ya no hay sitio entre nosotros, lo siento.-Por el tono del caballero más viejo, parecía sentirlo de verdad.



-No.-Fueron las primeras palabras que oyó de su boca el mercenario-.Ya no tengo sitio ni entre vosotros ni en ningún otro lugar de este mundo.-El mercenario se giró para contemplar como comenzaba a temblar-.Me lo habéis quitado todo, mi familia, mi casa...
”...y tú mi espada” pensó el mercenario.
-Y ahora...pretendéis que siga viviendo como si nada. Moriré ahí fuera, pero no me importa, no si lo hago llevándome a la escoria que ha arruinado mi vida.


El campesino se abalanzó elevando la pesada espada que la noche anterior había tirado al suelo. La alzó todo lo que pudo contra el caballero del pelo recogido, que la esquivó sin problemas.

-Vete, chaval, antes de que me obligues a matarte.

El joven cayó al suelo de rodillas cediendo por el peso de la espada.


-Adelante-dijo derrotado-.Es imposible que un granjero como yo pueda hacer algo contra dos caballeros, mi única esperanza era acabar contigo, pero...acaba con esto, por favor.-Pidió entre sollozos.

El caballero de la coleta se acercó desenvainando su espada sin mirar a los ojos del muchacho que le daba la espalda sin levantarse siquiera del suelo. Sin que nadie dijese nada más la espada se posó bruscamente sobre el cuello del campesino, que cayó muerto al instante.


-Ahí va la primera barbaridad que contempláis de mi mano.

-Un acto de piedad, más bien.-Reconoció el mercenario-¿Podéis recoger la espada que empuñaba y devolvérmela? si sois tan amable.

-Como si la fueseis a necesitar.-Se rió el caballero que aún no había cabalgado.

-Por lo menos para que me entierren con ella. Si es del gusto del rey, incluso podría cortarme la cabeza con la misma espada que tuve que usar cuando me ordenó atravesar las partes intimas de aquella mujer.

-Cogedla y llevadla vos.-Ordenó a su compañero el anciano, que ya estaba preparado para cabalgar.


Emprendieron el viaje con rapidez, cabalgando de nuevo entre bosques y llanuras, y por fortuna sin más imprevistos. Al fin y al cabo ya no les perseguía nadie más, estos eran los últimos caballeros reales que le quedaban al rey. Montar a caballo atado mientras otro controlaba la montura no era tan cómodo como esperaba. Incluso, con el vaivén y la cantidad de días que se había pasado enfermo, sintió una pequeña nausea que por fortuna no fue a más. Les había dicho hacia donde debían ir, y cuando llegasen debería informarles quien era el contratista. No eran estúpidos, y sabía que no podía engañarlos, de hecho ganaba más diciendo la verdad. Serían dos contra uno, pero él ya había luchado en desventaja y no había tenido problemas, con un poco de suerte el hombre que le había contratado sabría defenderse.


Todavía no era capaz de explicarse qué había pasado en aquella granja. Había enfermado por culpa de las lluvias, el barro que pisaban día y noche, y por viajar con el torso desnudo. Por suerte ahora contaba con las ropas de uno de los campesinos, posiblemente del más mayor, puesto que no le quedaban pequeñas, aunque tampoco le favorecían demasiado. Olían mal, a cerdos, a humedad y a muerte, tenía cerca del cuello un agujero rodeado de sangre seca por donde entraba el frío, pero era mejor que no llevar nada. El caso es que...lo último que recordaba era perder al animal que iba a cazar, una tos repentina y la cara asustada de la princesa. Perdió la fuerza y sintió el barro metiéndose en la boca y los ojos, nada más. Después de las pesadillas y los recuerdos se había despertado en una granja ardiendo que parece ser habían quemado el caballero pelirrojo y el castaño, pero ¿qué más había pasado? ¿Lucharon los campesinos? ¿Tan osados fueron? No lo creía. Suponía que tras encontrar a la princesa mataron a todos los que la habían dado cobijo. Había planeado con la princesa asaltarles, pero no había sido necesario, sin conocerles de nada les habían dado refugio. Él hubiese conseguido ese cobijo a punta de espada, pues ya no confiaba en la caridad religiosa de ningún humano, pero se equivocaba.


Su caridad les había costado su vida y el poco honor que podían tener unos campesinos. Los cadáveres mostraban heridas en el pecho, la garganta...habían sido muertes rápidas, pero igual que violaron a la criada que él mismo se vio obligado a matar, parecían haber violado a una pobre inocente a la que habían cortado el cuello. Recordaba con claridad la escabrosa escena. Suponía que también habría muerto alguien más dentro de la casa o el granero ardiendo. Él había tenido suerte, aunque no gracias al que le había tapado para que no le viesen los caballeros. Había sido una acción estúpida, pues igualmente no tardarían en encontrarle y si hubiese tardado más en despertarse, la manta hubiese ardido por completo haciendo casi imposible liberarse del fuego que le envolviese.


Aun así habían tenido suerte, la princesa no parecía haber usado la daga que le había dado, posiblemente se la diese a la niña desnuda, ella le había quitado su espada que creía haber perdido entre las llamas. Lo que sí había perdido entre las llamas eran sus plantas y el diario, pero ya no importaba. La princesa parecía haberse defendido bien, como pudo. Dudaba que al pelirrojo lo hubiesen matado los campesinos, tal vez trabajaron en equipo, pero niños que jamás han usado una espada tienen muy pocas probabilidades de siquiera tocar a un caballero, por mejorable que sea su habilidad en combate, y la del pelirrojo lo era. Había tenido tiempo de follarse un último cadáver antes de morir. ¿Cómo le habría matado la princesa? ¿Luchó en igualdad de condiciones contra él? ¿Tanto había mejorado? ¿Le había cogido por la espalda? De ser así ¿Por qué le dio el caballero la espalda? ¿Tantas ganas tenía el caballero de meter su polla entre las piernas de un cadáver?


Fuese como fuese la princesa no se había conformado con matar a aquel necrófilo caballero, también le cortó la polla, como había hecho él cuando el desorejado estuvo a punto de violar a su compañera de viaje, pero la princesa habría cometido un error. El error de cebarse con su víctima, pues no descartaba que el otro caballero la cogiese por sorpresa. Tenía el pelo quemado, así que el fuego le había alcanzado, por lo que la princesa podría haber creído erróneamente que las llamas habían acabado con él. Pero lo único que consiguieron fue que ardiese de ira y matase a la princesa. Porque la había matado...lo sabía...lo había comprobado. La princesa estaba muerta, tan muerta como había quedado el caballero castaño tras clavarle la daga en el muslo. Y él, él creía haber muerto junto a ella. Pero la ulmaria le había salvado, era plausible, pero como el mismo caballero canoso había dicho, cercano al milagro. En cambio, era imposible que la princesa siguiese con vida, y más imposible aún que su rostro ya no mostrase desfiguración alguna.




La miró mientras dormía, ni siquiera el brusco movimiento del caballo galopando la despertaba, estaba exhausta, habían pasado demasiadas cosas. Había visto el horror desde su ventana, encarnado en él mismo y su criada, había huido de la torre como un cadáver, había sufrido el ataque de cazadores y el de los hombres de su padre, había tenido que matar, entrenar y cabalgar mientras eran perseguidos en medio de una lluvia torrencial. Había tenido que luchar junto a él y ese río bravo y había tenido dejarse llevar por la corriente para que aquel mercenario dejase de sufrir. Ya en ese momento había creído que murió. Oyó el golpe seco contra el dique, nadie podía haber sobrevivido a aquello. Después la colocó la espada sobre el cuello en aquella oscura cueva, había perdido el conocimiento y había escuchado su historia. Había dormido junto a él con el torso desnudo, pero ni en aquel momento descansaron todo lo que les hubiese gustado. Continuaron viajando sin apenas detenerse, discutiendo sobre el mundo, descubriendo ella la realidad que les rodeaba en boca de su compañero. Había tenido que arrastrarle hasta aquella granja mientras la lluvia les golpeaba, había tenido que cuidarle y enfrentarse ella sola a aquellos caballeros, viendo como las personas a las que debía proteger morían, como lo había visto él. Pues se había enfrentado a la muerte y había perdido contra ella. Había muerto; y eso cansaba a cualquiera.


Ahora dormía, sin mostrar ninguna gana de volver al mundo real, sin ganas de resucitar como lo había hecho ya dos veces, o tal vez ninguna. Tal vez la ciudad impenetrable le había vuelto loco a él también, tal vez había sido solo la fiebre, tal vez empezó a perder la cabeza cuando se había enamorado, otra vez. Tal vez lo mejor hubiese sido que ambos muriesen en aquella granja, pues el fracaso todavía era una posibilidad y de sentirlo era mejor de forma rápida y sin dar la posibilidad a su enemigo de saborearlo. Pero incluso si ganaban nada les garantizaba descansar. La victoria no es más que un alto en el camino, un alto a partir del cual no sabemos hacia donde continuar y si lo hacemos, es con más responsabilidades, con más sufrimiento a nuestras espaldas y con mucho más por llegar. No estaba seguro de que quisiese seguir con todo eso, pero en su interior estaba seguro de una cosa, quería seguir con ella, y si le quedaban solo días de vida se alegraba de vivirlos junto a ella, aunque fuese solo contemplándola mientras dormía, no necesitaba mucho más.


Todavía era capaz de sentir su suave y fría mano en su corazón, una mano fría que trasmitía toda la calidez que añoraba y que ni el fuego portaba. Cerró los ojos esperando volver a ver su rostro frente a él, sus ojos observándole y su boca imitando la mueca burlona que tanto le gustaba mostrar cuando hablaba. En su mente la miró el pecho, pero esta vez le interesaba contemplar lo que había en su interior, como había visto en su sueño. Allí seguía su corazón, palpitando con fuerza, pero tranquilamente y con constancia. Deseó hacer lo mismo que había hecho ella, deseaba introducir su brazo, extender la mano y agarrarlo, solo para que ella sintiese lo mismo que sintió él. Apretó con fuerza los ojos para intentar volver a sentir, pero no era lo mismo, esa sensación fue mucho más que un sueño, fue muy real o un engaño más con el que la vida se seguía riendo. Al abrir los ojos de nuevo vio como la princesa se empezaba a mover en el sillín. Poco a poco ella también abría los ojos que se dirigían hacía el caballo de al lado, hacía donde él se encontraba atado. No se sobresaltó al verle, ni gritó, ni abrió los ojos con más fuerza, solo sonrió muy poco a poco. No quiso aturdirla con preguntas, así que se limitó a devolverla la sonrisa.



La madera de los árboles quedó atrás para dejar paso a la madera de las casas construidas sin cuidado y amontonadas en calles embarradas repletas de gente por lo general mal vestida y sucia, con carros de caballos que quedaban atrapados en el lodo, puestos en los que vendían escasa y no muy fiable comida, enfermedades que se dejaban ver a simple vista en pieles repletas de heridas y en carne viva...Habitual era también ver a niños desnudos, algunos pidiendo una moneda tirados en el barro, sin fuerza para caminar debido al hambre. Otros niños también se tiraban al barro pero para jugar y lanzarse más barro entre ellos, otros ayudaban a sus padres con lo que debían transportar y otros simplemente se sentaban acurrucados, temblando de frío viendo a la gente pasar.



-Es...desgarrador, más de lo que jamás habría pensado.-Susurró la princesa.

El mercenario se sintió tranquilizado al oirla hablar de nuevo.


-Es nuestro mundo. No siempre es así, pero esto es una buena demostración de la bajeza del ser humano. ¿Injusto? Sí, pero con el tiempo te acabas acostumbrando.

-¿No se puede hacer nada por ayudarlos?-Preguntó la princesa preocupada.

-Rezar si creéis en dioses para que se apiaden de su alma, matarlos si queréis que dejen de sufrir.-Respondió el caballero de la coleta.

-Yo más bien diría preocuparos por abastecerles con más comida y constructores que hagan de esta ciudad un lugar habitable, con más curanderos que los que han aprendido el oficio y han vuelto a sus casas para ofrecer ayuda. Pero supongo que el rey está muy ocupado esperando a que su enemigo muera.-Al mercenario no parecía importarle el estado de la ciudad, pero tampoco le gustaba que a quien sí debía importarle la ignorase por completo.


-Dejaos de discusiones ahora-les increpó el anciano caballero-.Llevadnos al hombre que os contrató.

El mercenario miró de reojo a la princesa, no parecía sorprendida. Posiblemente sus captores ya la habían dicho lo que pretendían hacer antes de llevarla de nuevo a su torre.

-Seguid avanzando pues y dejad los caballos atados junto a la taberna.

-¿Taberna? Debe de ser un pozo de enfermedades.-Se quejó el de la coleta.

-Y en ese pozo está vuestro hombre.-Le aclaró el mercenario.

-No fue sabio por vuestra parte citaros en la ciudad más cercana a la nuestra.-Mencionó el canoso caballero.

-Si a esto se le puede llamar ciudad.-Musitó su compañero.

-Tampoco lo sería viajar muchas millas más con una mercancía viva que no sabía como iba a responder a su secuestro.-Les dijo sonriendo mientras miraba a la princesa. Esta vez ella no le devolvió la sonrisa, todavía estaba impactada.


Avanzaron con los caballos como pudieron entre la escandalosa multitud. Al ver sus armaduras algunos se apartaron asustados, otros, ignorantes del peligro, continuaron intentando abrirse paso e incluso maldiciendo a los robustos caballos que montaban. El mercenario se sentía observado en muchos lugares que conocían su historia y más observado se sentía en el pasado cuando caminaba por alguna ciudad con su mentor, pero esta vez las miradas le incomodaron más que nunca, pues la mayoría eran de miedo y desprecio, e ir con las manos atadas no le daba una mayor seguridad. Cuando se estaban acercando a la taberna un montón de barro impactó contra la cara del anciano caballero, manchando de marrón su pelo grisáceo. Su compañero se rió a carcajadas mientras él se limpiaba entre gruñidos. Antes de que se lo hubiese quitado, el barro volvió realizar la misma trayectoria, esta vez para impactar contra el caballero de la coleta que dejó de reír.


-¡Mocosos de mierda!-Gritó mientras se bajaba del caballo y echaba la mano a la espada.

-¡No! ¡Déjalos por favor!-Gritó la princesa.

Pero no habían sido niños, sino dos hombres manchados de barro más que ellos que les miraban con inquina.

-¡No os queremos en nuestra ciudad!-Gritaron casi al unísono.

Los hombres parecían saber de donde venían los caballeros. Si era así, eran más imbéciles de lo que el mercenario pensaba, aunque bien pensado ya poco les importaría lo que les pasase.

-Lo que no queréis es vivir, desgraciados.

-¡Déjalos!-Ordenó el caballero más viejo-.No hemos venido a esto. Vuelve al caballo.

El caballero moreno, mostrando su enfado mientras se limpiaba el barro y maldecía aquella apestosa ciudad, hizo caso y se subió al caballo.


-¡Eso! ¡Fuera!-Gritaron algunos ciudadanos que se sumaron a la protesta haciendo llover más barro mientras otros se metían en sus casas asustados.

-Les creía más ignorantes, pero el pueblo no olvida quien es el causante de sus males fácilmente.-Le dijo el mercenario al caballero que le llevaba.

-La guerra y un traidor es el causante de sus males, no nosotros.

-Si viniésemos a prestarles nuestra ayuda estos gilipollas nos atacarían igual.-Intervino el indignado caballero.

-Si vinieseis a prestarles vuestra ayuda, antes habrían pasado los dioses con un ejército de ángeles para que su ciudad fuese gloriosa. Os conocen bien, ser.

-Si nos conociesen tan bien no nos hubiesen retado.

-No creo que aprecien mucho sus vidas, morir retando a los que les ignoran es mejor que morir de hambre hundidos en la mierda hasta el cuello.

La princesa no intervenía en la conversación, pues no dejaba de mirar a su alrededor con los ojos llorosos. El mercenario sabía que ver el mundo exterior sería duro para ella. Después de un rato contemplando la máxima pobreza de aquel lugar decidió hablar.

-Y...si yo no cumplo mi función, si la absoluta defensa de la ciudad de mi padre cae ¿ellos irán a peor?

-¡Chsss!-La hizo callar el caballero que montaba con ella-.No habléis de vuestra misión en alto como si nada.

-Pero...con guerra o sin ella, la miseria les invade.-Se lamentó la princesa.

El mercenario vio como los caballeros se miraron con seriedad.

-Con guerra solo pueden ir a mejor, pues acabarían muertos y dejarían la miseria para los supervivientes.-La princesa se estremeció ante las palabras del mercenario. A partir de ese momento iba a ser más duro para ella. Debía serlo, debía abrir los ojos, había pasado mucho tiempo encerrada, demasiado.


Los caballeros y sus prisioneros llegaron a la taberna. Más sucia y oscura que la de la ciudad impenetrable y, sorprendentemente, tan abarrotada de gente, si no más. Ataron los caballos en la entrada mientras la gente desde el interior, pues el lugar carecía de puerta, observaban tan fascinados las armaduras como los caballos. Entraron en el lugar como pudieron. El caballero de la coleta no dejaba de mirar con cara de asco los platos y bebidas de las mesas. El mercenario se acercó al mostrador con intención de pedir alguna bebida, pero el caballero canoso lo detuvo.

-¿Qué coño crees qué haces? No hay tiempo para tomar nada. ¿Dónde está el contratista?

-Venga, no seáis así, os iba a invitar con el dinero que me diese el contratista que con tantas ansias buscáis.-El mercenario solo trataba de ganar algo de tiempo, esperaba que su contratista se percatase de que había cumplido su misión a medias y que le esperaba un combate.


-¿Nos lo dices ya o te pasamos por la espada a ti y a todos los de la taberna? Y no queráis saber qué haremos con tu mercancía.-Le amenazó el caballero de la coleta mirando a la princesa.


-Está bien, como queráis.-Fingió despreocupación, se acercó a la princesa y, como pudo estando maniatado, apuntó a una dirección. Entre las sombras, sentado junto a una mesa, podía verse a un hombre encapuchado que observaba la escena sin inmutarse ni para coger la copa de agua que tenía frente a él.-¿Veis a aquel hombre?

-Sí...-Respondió la princesa escudriñando la vista para poder verle el rostro oculto.

-Aquel es el contratista, el fin de nuestro camino, la mitad de vuestro objetivo.

Los caballeros se adelantaron, la princesa tragó saliva y el mercenario sonrió. Iba a ser un espectáculo entre caballeros digno para el final de su misión.


 La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart Charro-art: http://charro-art.deviantart.com/art/Jaak-truths-and-lies-298342490

La segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart AnthonyFoti (y sí, es una escena de E Señor de los Anillos xD): http://anthonyfoti.deviantart.com/art/Lord-of-the-Rings-TCG-Strider-296478937

No hay comentarios:

Publicar un comentario