lunes, 13 de febrero de 2017

El poder de una sonrisa


Poseo un gran poder que lo puede cambiar todo, un poder que nadie entiende, un poder que admiro y temo. Un poder que me revive, que me da esperanzas incluso ante tanta miseria. Un poder que me mueve y que me ata, que me da fuerzas y que me las quita. Un poder que necesito, un poder que alguna vez rechacé, pero que también busqué. Un poder que no me deja dormir ni comer, y a duras penas pensar. Un poder que puede volver loco, pero que a mí me da la vida.
Con este poder puedo hacer el bien y causar mucho dolor. Puedo crear y puedo destruir. Puedo correr sin cansarme y hasta cansarme sin correr. Con él, incluso, soy capaz de ver belleza en el lugar más sórdido.

Recuerdo cómo detestaba que me tocase el sol, cómo detestaba escuchar a la gente hablar, cómo odiaba oírles reír o llorar, cómo me repugnaba verles matar o morir. Recuerdo cómo sentía lastima por todos ellos, por todo lo que les rodeaba. Tenía el poder de destruirlo todo con un simple movimiento de mi muñeca, provocando un chispazo que envolvería el mundo en llamas, así que me planteé acabar con aquello. No pretendía destruirlo, solo salvarlo, acabar con el último organismo y empezar de cero. Sigo sin saber quién me dio ese poder y para qué me lo dio, pero yo tenía muy claro cómo usarlo.

  Me elevé ante todos como un dios sin que pudiesen verme y esperé, no sé muy bien a qué. Les miré por última vez y, antes de volver a elevar la mirada, pude verla sonreír. ¿Por qué? ¿Por qué su sonrisa me detuvo? ¿Por qué sonreía en aquel lugar sin sentido? No lo sé, no sé nada, solo que quería verla sonreír todos los días de mi vida. Seguramente fuese como todos, seguramente lo sea, pero su sonrisa a mí me parecía distinta. A su sonrisa le siguieron su mirada, sus andares, le siguieron sus palabras. Al verla no pude hacer lo que debía. Decidí bajar, renunciar a aquel otro poder que nos salvaría y sucumbir al poder que ella me había otorgado. Bajar a aquel infierno para acercarme al paraíso. Fui un egoísta, un inconsciente, un impulsivo, pero ante todo fui feliz como nunca lo había sido.

Por un momento vi a la gente de otra manera. Me di cuenta de que estaban tan perdidos como yo, que algunos no tenían intención de encontrarse, pero que a otros la angustia les devoraba tanto como a mí. Y aun así luchaban, continuaban, vivían. Era increíble, peligroso, pero admirable. Eran como yo, pero muchos sin ese nuevo poder que ahora me imbuía.

O eso creía. Al observarles más de cerca comprendí que cada uno, a su manera, tiene ese poder, y cada uno decide qué hacer con él. Yo lo sé, o, mejor dicho, sé lo que no puedo hacer con él. Con este nuevo poder no puedo mejorar el mundo, no puedo cambiarlo. Con este poder sigo viendo lo mismo de siempre, pero no de la misma manera. Por eso es tan importante este poder, porque no nos hace poderosos, simplemente felices; porque no nos hace superiores, solo iguales; porque nos permite vivir en un mundo donde la vida a veces parece carecer de sentido. Se trata de un poder que nos conecta a la otra persona y que, manteniendo nuestra mortalidad, nos convierte en imparables hasta el fin, como si de verdad fuésemos inmortales.

¿Qué puedo tener yo? os preguntaréis, ¿qué la puedo ofrecer? Nada que no puedan tener los demás, menos de lo que pueden ofrecerla muchos, os lo aseguro, yo solo puedo ofrecerla ese mismo poder. Es probable que no sea correspondido, es posible que me deba conformar con verla, con oírla y hablar con ella de vez en cuando, pero ya es más de lo que tenía antes.
No será un final triste, simplemente un final sin ella, un final que no llega con estas últimas líneas, pues yo seguiré aquí, continuando la vida que ella me devolvió, dispuesto a mantener ese poder en cualquier rincón del mundo y a ofrecérselo a alguien que lo necesite como yo. Un poder al que algunos llamamos “amor” y que cada uno entiende de una forma. Lo importante es que, de una forma u otra, ese poder siempre esté ahí y sepáis usarlo, que os libere y jamás os encadene y, sobre todo, que no lo perdáis en la oscuridad y en la distancia. Sabed que siempre estará ahí esperando a que lo recibáis y deseoso de que lo compartáis.

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