No soy una jedi, tan solo
una senadora que ha luchado con todos sus recursos por mantener en pie la
República, la democracia y la justicia. Pero, a pesar de ello, puedo sentir la
Fuerza de la que tanto hablan Ani, Obi-Wan y los demás. Pude sentirla en mi
interior momentos antes de dar a luz a Luke y Leia y puedo sentirla ahora,
cuando me desprendo de mi cuerpo. Siento cómo una energía que hasta ahora
apenas podía comprender me guía para cruzar las estrellas de esta y otras
galaxias muy, muy lejanas. Siento el calor de la Luz acompañándome y, por unos
instantes, soy capaz de verlo y sentirlo absolutamente todo.
Me veo a mí, de niña, estudiando con mi madre Jobal en nuestra casa de las
montañas, en Naboo: el planeta que me lo dio todo. Allí me enseña sobre la
historia de Naboo y sus reyes y reinas del pasado, sobre la historia de nuestra
galaxia desde los tiempos de la Alta República (doscientos años atrás), sobre
música, pintura, literatura, ética o filosofía. Mi padre, Ruwee, también se
encarga de enseñarme muchas de esas cosas por la tarde, en su tiempo libre.
Disfruto con cada clase, aunque no siempre son divertidas. Pero me mantengo
firme en mis estudios desde bien pequeña y sé cuándo es momento para aplicarme
y cuándo para actividades lúdicas.
Todas las tardes tengo un par de horas reservadas para jugar junto a mi hermana
Sola en plena naturaleza, disfrutando de los campos verdes de nuestro bello
planeta, contemplando las grandes cascadas y deleitándome con sus curiosos
animales, como los escurridizos pelikki, los malhumorados galoomp, los
reservados gatos colmillo o los esbeltos Ikopi.
Cada día es un regalo allí y, aunque no lo sabía, jamás volvería a sentir la
felicidad plena de aquellos días. A veces la rozaría junto a Anakin, pero nunca
llegó a ser igual. Tenía esperanza de vivir algo similar cuando nuestros hijos
vinieran al mundo: mudarnos a Naboo los cuatro y darles tanta felicidad como la
que tuve yo era mi único objetivo. Pero esa esperanza se ha desvanecido en tan
solo unas horas. Todo se ha destruido y jamás podré sentir ni vivir lo que
tanto deseaba con ellos.
Pero sé que Luke y Leia quedan en buenas manos: confío en Obi-Wan y en el
senador Bail Organa como pocas veces he confiado en alguien. Sé que mis hijos serán
felices a pesar de que no podré estar con ellos; aunque también sé que tendrán
que luchar y sacrificarse, como aprendí yo desde bien pequeña.
Con ocho años tuve que abandonar el lugar que tanta felicidad me dio para vivir
en Theed, la capital de Naboo. Al menos seguía viviendo en ese maravilloso
planeta que me vio nacer y crecer.
En Theed asistí a las mejores escuelas, en las que seguí mi preparación
académica. Mucho de lo que aprendí allí me sirvió para ascender y tratar a
muchos tipos de personas en la galaxia: desde políticos a jedis, pasando por
refugiados, aristocráticos, maestros, obreros… Todos eran importantes y
formaban parte del engranaje perfecto que era la República. Pero lo que en las
escuelas a las que asistí no me enseñaron fue a enfrentarme al dolor. Sí a
sobrellevarlo, a ignorarlo o a fingir que todo iba bien o nada me afectaba. Si
iba a ser la cara visible de todo un reino y, en el futuro, de todo un planeta
en el Senado, debía mostrar mi estoicismo y mi entereza. ¿Pero qué haces cuando
ese dolor interno te consume, te devora las entrañas y amenaza con destruirte?
Nunca lo supe, simplemente lo soporté. Y por ello jamás pude ayudar a Anakin a
que pudiese lidiar con ese dolor que soportaba él. Un dolor tan intenso como el
mío, aunque por motivos diferentes.
Y él, paradójicamente, a pesar de su entrenamiento jedi, no logró soportarlo y,
finalmente, sí le consumió.
No creo que se deba a que sea débil o malvado. No, me niego a pensarlo. Era
precisamente por todo lo contrario. Ani era demasiado bueno y sensible para
esta galaxia, era la Luz encarnada en un niño, era la Fuerza en su estado más
luminoso y puro. Por eso la oscuridad le hacía tanto daño y le afectaba de esa
manera. Él creyó que yo era un ángel, pero estoy convencida de que el ángel es
él.
Él cruzó las estrellas como
yo lo estoy haciendo ahora. Aterrizó en el planeta más inhóspito y despiadado
que conozco, le usaron como esclavo y aun así, conservó el amor y la esperanza.
Su madre se lo dio todo y él le dio todo a su madre. Perderla fue excesivamente
doloroso para él, una escisión de la que nunca se recuperaría. Durante años ella
había sido lo único bueno que había conocido, la que había traído esa luz
concibiendo a ese niño por obra y gracia de la Fuerza. Es el Elegido, mantuvo
Qui-Gon hasta su muerte. Yo no sé si lo es, pero estoy convencida de que sigue
siendo ese ángel que intenta aferrarse a la luz inmensa que posee. La luz que,
después de a su madre, nos dio a mí y a su maestro. Pero cada vez que me veía
sufrir a mí y en cada ocasión que percibía que Obi-Wan dudaba de él esa luz se
apagaba. O peor, la luz se tornaba en un fuego abrasador que le quemaba, como
un macabro augurio de lo que finalmente terminaría ocurriéndole. Mi pobre Ani.
El dolor que soporté durante toda mi vida parece insignificante si lo comparo
con el dolor que has tenido que pasar tú. Dolor que, me temo, seguirás
padeciendo hasta tu último día. Y no fue poco lo que sufrí cuando vi morir a
esos refugiados cuando me uní al Movimiento de Ayuda de Refugiados en
Shadda-Bi-Boran para salvar a los n’a-kee-tula, fracasando de forma estrepitosa
al no poder adaptarse a la vida en otros planetas.
También fue doloroso tener que alejarme de mi primera pareja, Palo, para
continuar mi carrera política. A los trece años ya fui nombrada princesa de
Naboo, perdiendo definitivamente la poca infancia que me quedaba mientras
estudiaba en la Legislatura de Aprendices. No tardé en convertirme en reina y tener sirvientas que llegaron a hacer de
señuelos y sacrificaron su vida por mí. Aun en la muerte, esas pérdidas, como
la de mi querida Cordé, siguen doliendo.
De la misma forma que Anakin
abandonó una parte de su ser cuando se despidió de su madre y su planeta natal,
yo perdí una parte de mí misma cuando me convertí en reina e incluso tuve que
abandonar mi apellido, Nabarrie, para ostentar un apellido real: Amidala.
Obi-Wan me dijo que Anakin ahora es un sith con el nombre de Darth Vader, pero
yo sé la verdad. De la misma forma que yo parecía diferente cuando pasé a ser
la reina Amidala, mostrándome regia, severa, adusta incluso; en mi interior seguía siendo Padmé, la Padmé
de siempre: curiosa, soñadora, esperanzadora, alegre, rebelde, testaruda.
Amidala era mi papel, el papel que se esperaba de mí en Naboo y en toda la
galaxia. El mismo papel que interpreta ahora Anakin para deleite del Emperador
Palpatine. Pero es solo eso, un papel para soportar el dolor, la incomprensión,
el miedo y la pérdida. Un nombre y una pose tras la que se oculta su verdadero
ser, una sombra que proyecta su luz y que no le representa. Pero sé que un día
se quitará la máscara como lo hice yo cuando dejé der reina para ser siempre la
senadora Padmé. Lo sé, sé que él volverá a ser el jedi Anakin Skywalker, el que
está destinado a ser.
Alguien verá en él su luz interior deseosa de volver a brillar, verá a Anakin
en el interior de Vader, igual que él vio a Padmé en el interior de la reina Amidala.
Y salvará a todos los que estaba destinado a salvar. No pudo salvarme a mí,
empeñarse en hacerlo le llevó a sumirse definitivamente en las sombras, y me
siento culpable por ello. Puedo sentir el amor que me procesaba, el más puro y
auténtico que he sentido nunca después del de mis padres y mi hermana, un amor
que me dio la vida y me salvó de formas que ni se imaginaba.
Fue ese amor lo que me hizo recuperar mi fuerza cuando ya parecía agotada en los momentos más oscuros de las Guerras Clon, fue ese amor el que reavivó mi esperanza por una galaxia en la que imperase ese sentimiento tan potente y no la guerra que la asolaba en ese momento. Fue ese amor el que me hizo soñar con que los días de mi infancia en Naboo volverían con nuestros hijos. Fue ese amor que me ofreció el que me hizo creer y darle sentido a todo.
No fueron las clases de filosofía, ética, religiones o historia. En absoluto.
Todo eso es muy valioso para vivir, para luchar, comprender ciertos aspectos de
la existencia y poder reflexionar. Pero lo que realmente le dio el sentido a
todo lo que hacemos durante nuestra limitada existencia en una galaxia tan
inmensa fue sentir ese amor.
Comprendí que todos luchábamos por ello, por sentir algo que trasciende de la
lógica, de la razón y que nos da un poder tan enorme como el de la Fuerza que
nos rodea. El amor es una parte de ella, el eje de eso a lo que los jedis
llaman Lado Luminoso, lo que se encuentra en el centro de esa red de energía
que nos une a todos. E incluso los jedi, que renuncian a las relaciones
formales y al apego, no renuncian jamás a él. No renuncian al amor que sienten
por la vida, por sus alumnos y maestros, por su pasado, su futuro, por la
galaxia, la República, la justicia o la verdad. ¿Si no es amor lo que hay en
nuestras vidas qué queda? Y cuanto más intenso y puro es el amor, más poder nos
da y más responsabilidad debemos asumir para no perdernos.
Creo que los jedis se equivocan al renunciar al apego. Tal vez no sea la
indicada para cuestionarles, pero no puedo evitar pensar que durante siglos han
cometido un gran error al no procurar encontrar ese equilibrio del que tanto
hablan entre el apego y la responsabilidad en vez de huir de él. En ese
equilibrio se encuentra el amor sano, el que hace bien: el verdadero equilibrio
entre el Lado Luminoso y el Lado Oscuro.
Y esa responsabilidad pasa por asumir la pérdida como una parte dolorosa del
amor, una responsabilidad que mi pequeño Ani no ha podido asumir, a la que ha
dado la espalda enfrentándose al destino para aferrarse a un amor que se tornó
en tristeza y dolor.
Y cuanto más se aferraba a él intentando lo imposible y abrazando lo
antinatural, más lo corrompió. Los jedi deberían estar preparados para entender
el amor, sentirlo y afrontarlo, no obviarlo. Si lo hiciesen de esa forma es posible
que menos jedis acabaran perdidos entre sus confusos sentimientos, zambulléndose
de lleno en el lado oscuro.
El amor no es solo estar, querer, expresar, sentir y hacer sentir. El amor no
solo es reír, abrazar, acariciar y besar. El amor también es dudar, es luchar,
es ceder, es compartir y, por difícil que sea, es dejar ir. De la misma forma
que dejé ir a Palo por el bien de su carrera artística y mi carrera política, Ani
me debió dejar ir a los brazos de la muerte, debió soltarme y asumir el dolor para transformarlo en una nueva ilusión y un nuevo amor criando a nuestros
hijos. Pero no puedo enfadarme con él. Ha hecho cosas terribles, cosas que la
mayoría no perdonarán, pero siento su dolor, su jaula, su prisión y escucho sus
gritos atravesando mil mundos desde Coruscant para llegar a lo que queda de mí.
Sigue siendo el niño esclavo que conocí en Tatooine; un niño perdido que se ha
equivocado y no sabe volver. Un niño que solo sabe seguir hacia delante
asumiendo un nuevo papel que no le representa, que le protege de las heridas
mientras inflige otras nuevas, intentando liberarse de las suyas.
Serás odiado, Anakin; temido y repudiado. La sombra de tu casi extinta luz
cubrirá la galaxia entera, pero tu luz no termina contigo. Tú dejaste luz en
mí, y esa luz sigue cruzando las estrellas como parte de la Fuerza que a todos
nos une. Esa luz que dejaste en mí se ha materializado en dos bebés que crecerán
sanos y fuertes. No sé si se convertirán en jedis, políticos, príncipes o
soldados, pero sé que se rebelarán a la sombra que se cierne sobre cada
sistema, que se enfrentarán con su luz (y por lo tanto la tuya) a la oscuridad
y, en ella, encontrarán tu luz, la potenciarán y harán que vuelva a iluminar a
todos como me iluminaste a mí desde que te conocí en Tatooine.
Ese día no vi dos soles en el planeta de arena, vi tres. Un sol que me acompañaría
en los momentos más difíciles de mi vida, que me guiaría en las sombras y que
haría palpitar mi corazón como jamás palpitó, ni siquiera en mis días de
infancia más felices. Mientras mi espíritu viaja por la galaxia hacia un lugar
o un estado que desconozco, siento de nuevo cada momento, Ani. Siento mi
curiosidad la primera vez que crucé una mirada contigo, la ternura cuando me
llamaste ángel o te lamentaste del frío del espacio.
Vuelvo a sentir esa conexión inexplicable cuando me regalaste el collar que
tallaste a mano y que descansa sobre mi cadáver en Naboo. Revivo los nervios
que me sacudían cuando volví a verte aquella mañana en Coruscant después de
tanto tiempo. Me conmuevo cuando vuelven
a mi mente los días que pasamos juntos en Naboo, en mi hogar. Esos días volví a
ser la niña de antaño, pero experimentando cosas nuevas que jamás había
sentido. Eso días rocé esa felicidad perfecta y pura de la infancia. Y fue
gracias a ti.
Vuelvo a saborear aquella manzana que me ofreciste haciendo uso de la Fuerza y
me estremezco nuevamente al notar tu mano acariciando mi espalda desnuda y aquella
mirada penetrándome, intentando llegar a lo más hondo de mi corazón hermético,
mientras mi mente trataba solo de centrarse en la política y recordaba tu
prohibición para tener una relación o intimar con otra persona. No quería
meterte en problemas, pero me era imposible resistirme a esa mirada, a esas
torpes palabras con las que tratabas de conquistarme, al tacto de tu piel, a
tus labios rozándome tímidamente antes de apartarme para intentar no complicar
las cosas.
Nunca al besarme con alguien había sentido ese vuelco en el corazón, ese deseo
de dejarlo todo y seguir consumando nuestro amor allí, en Varykino, frente a
las grandes cascadas del Lago de Retiro, lejos del bullicio, la burocracia y la
guerra. Ojalá lo hubiese hecho. No hubiese cambiado nada y hubiese prolongado
nuestra felicidad, pues hasta en esos momentos de rechazo podía sentir ya tu frustración
y tu ira latente; no hacía mí, sino a tu propia incapacidad de hacer lo
correcto conmigo y la Orden Jedi.
Soy capaz de volver a sentir la inmensa pena que me corroía al verte sufrir por
la muerte de tu madre mientras intentaba consolarte y te daba mi hombro para
que pudieses llorar y echar todo ese dolor.
Siento la excitación y el éxtasis de la lucha contra los geonosianos y los
droides junto a ti, compenetrándonos como si hubiésemos luchado juntos toda la
vida, yo con mi blaster y tú con tu sable láser.
Y antes de eso nuestro beso sin dudas ni interrupciones, previo a la salida a
la arena Petranaki, de Geonosis, donde esperaba nuestra sentencia. Fue en ese
momento donde me convencí de que quería pasar toda mi vida junto a ti, aunque fuese
al margen de las leyes intergalácticas. Ese beso selló nuestra unión antes de
nuestra boda secreta en Naboo. Un beso de despedida que finalmente no lo fue,
pasando a ser el beso que inició algo mayor y que nos dio la fuerza que
necesitábamos para afrontar el destino que nos aguardaba.
Un último acto de amor antes de que empezase la auténtica guerra.
Y esa felicidad casi pura me vuelve embriagar cuando recuerdo nuestra boda con
C3-PO y RD-D2 como únicos testigos. Los únicos que contemplaron aquel beso que,
ya sí, selló de forma oficial nuestro compromiso frente a las cristalinas aguas
que proyectaban la luz del sol de Naboo, mientras la luz de tu propio sol se
proyectaba en mi alma.
Recuerdo el tacto de tus labios, el sabor de tu boca, el calor de tu aliento y
la humedad de tu lengua como si todavía conservara un cuerpo con el que sentir
todas esas sensaciones, como si pudiese volver a experimentar lo que sentí
nuestra primera noche juntos, ruborizados, sin experiencia, pero con muchas
ganas. Recuerdo tu ímpetu, tus nervios y tu deseo ardiente, pero también tu
delicadeza, tu suavidad y tu preocupación constante porque yo también
disfrutara. Y ya lo creo que lo hice, Anakin.
Soy capaz de proyectar en mi memoria todas
las noches que pasamos desvelados uniendo nuestros cuerpos hasta que las
estrellas dejaban de verse porque salía el sol de la mañana. Fueron
inolvidables. E incluso ahora, más allá de mi último aliento y de las estrellas
que nos acompañaban y contemplaban como únicos espectadores, soy capaz de
recordar cada una de ellas y de sentir cada caricia y mucho más.
Y en una de esas noches les concebimos, Ani: a nuestros hijos. Una de esas
noches de amor sembramos una nueva luz para la galaxia y, sobre todo, para ti.
Lejos quedará la amenaza fantasma que nos ha acechado todo este tiempo,
olvidados los tiempos del ataque de los clones a la Orden Jedi y de la venganza
del sith que es en realidad Palpatine. Con ellos llegará una nueva esperanza
capaz de rebelarse cuando el Imperio contraataque, consiguiendo con su lucha el
retorno del jedi que siempre has sido, que guardas en tu interior y que no
tengo duda serás, para hacer frente al verdadero mal que encarna Palpatine,
aquel que se hace llamar Darth Sidious.
Percibo un futuro brillante
y prometedor para la galaxia y sus futuras generaciones. Habrá un despertar de
la Fuerza que mantendrá en pie al último jedi aun cuando la sombra pueda
volver. Y todo por lo que hemos luchado, todo lo que hemos sembrado, servirá
para guiar a los que vengan, siguiendo la estela de los que estuvimos antes, y
con tu ascenso, el ascenso de Skywalker, les guiarás como un faro para que
puedan seguir combatiendo el mal hasta el final.
Creo en ti, Ani: creo en tu luz, en tu fuerza, en tu amor y en tu lucha
interna. Fue lo último que le dije a Obi-Wan antes de morir y lo vuelvo a
repetir. “Todavía hay bien en él”. Esas fueron mis últimas palabras y quiero
que ese sea mi último pensamiento antes de cruzar el umbral. Tal vez la Fuerza
lleve hacia ti el eco de mis últimos pensamientos y emociones. Sé que me
sientes y me seguirás sintiendo hasta el final. No quiero que mi recuerdo sea
una cadena tortuosa que arrastrar, sino un hilo de esperanza que alivie tu
dolor y te aligere el peso de la culpa que llevas contigo.
Cruzo las estrellas como hacían nuestras almas todas esas noches, pero esta vez
lo hace la mía sola. A pesar de ello no tengo miedo porque, aunque no sé hacia dónde voy,
sí sé que siempre estaré contigo. Cada día, en cada momento, hasta el final.
Hasta el día que te redimas y seas tú el que cruces las estrellas para que nuestras
almas vuelvan a reunirse más allá de ellas.
Esta vez para siempre.