lunes, 22 de diciembre de 2014

Los cuentos Prohibidos(II)



Así que...Talina protege a los niños abandonados por su padres. Nunca había sentido tanta felicidad ni llorado como ahora...¡Te quiero Talina! Aunque mi peluche no tiene el pelo tan largo como me he imaginado. ¡Bueno, ya le crecerá! Gracias por contarme el cuento de Talina, no sabía que existía. Es mucho más que un peluche ¡qué bien! Sí, sí. Ya me duermo. Voy a dormir mejor que nunca ¡ya verás! 

¡He soñado con Talina! Dormía en su pelo, acurrucado, junto a otros niños y junto a ti, claro. No me separaré de Talina nunca, nunca, nunca más de los jamases. Je,je,je,je.
Aunque me sigan pinchando, la comida este mala y hablen conmigo señores tristes y arrugados, con Talina y contigo siempre seré feliz.
¿A que a ti tampoco te gusta la comida? Me regañan cuando te la doy porque tú no te la puedes comer. ¡Pues que te den algo que puedas comer! Menos mal que a ti no te importa.

 Por la ventana veo casas muy altas, demasiado altas. No me gustan, aunque sí me gusta que vivan gente en ellas y sean felices. Aunque no lo son, como los señores blancos y arrugados. Todos son arrugados, laberintos con patas. Ja,ja,ja,ja. Me río aunque no sea del todo divertido. Pero hay que reírse. No pasa nada, ellos no se dan cuenta de que están tristes. Supongo que tiene que ser así.
La gente triste y arrugada se convierten en cosas tan enfadadas como Gasgoroz, con hambre cuando se suben en esas casas en movimiento. Debe ser porque son pequeñas y hay muchas. ¡Yo tampoco sabría por dónde meterme! No sé como no se chocan.

La gente es de muchos colores fuera de aquí, pero todos son grises y negros. Andan sin ir a ningún sitio ¡es un rollo! Yo les sigo porque no sé hacer otra cosa, pero yo soy feliz aunque esté con ellos. ¡Y aprendo cosas! Aunque esas cosas no importen un pimiento, como dice mamá. Pero no se lo digas que lo he dicho, que a ella no le gusta que diga pimiento, no sé muy bien por que. Papá sabe que a mamá no le gusta que diga “me importa un pimiento”, por eso él usa otra palabra que empieza por “m”. ¡Jolín! Ahora no me acuerdo de que palabra es. Ahora que lo pienso, mamá parece enfadada cuando lo dice papá. Supongo que a mamá no le gusta que no nos importen las cosas y por eso se enfada. No lo sé.
  
El caso es que las cosas que aprendo en el cole no importan, le guste o no a mamá. Nos dicen que si el corazón se para dejamos de vivir. ¡Menuda mentira! Y que el mundo es redondo y tiene cinco continentes. ¡Pues menudo rollo si fuese verdad! Pero hay que ir al cole para que mamá no se enfade. Nos dicen que tenemos que ser buenos y ayudar a la gente y que si vamos al cole aprendemos muchas cosas. Pues la gente de ahí fuera no debe de haber ido porque al venir he visto como a un señor muy, muy triste, con tanto pelo como Talina, pero en la cara, no se acercaba nadie. ¡Yo lo hubiese hecho! Pero no podía. A lo mejor ellos tampoco pueden, a lo mejor su profe no tuvo tiempo de enseñarles esa lección. Es que son muchas cosas importantes las que tienen que enseñar ¡jolín! No da tiempo a todo. Aunque si algunas cosas son mentira ¿por qué no enseñan lo que de verdad importa? A lo mejor no les dejan enseñarlas, igual que a mí no me dejan acercarme al señor del pelo en la cara.

Pobre señor, ¿qué le pasaría? A lo mejor se cansó de caminar como los demás ¿no crees? ¿Y si no sabe caminar? A lo mejor se ha perdido y no sabe dónde está su casa. ¿Te imaginas que no tiene casa? Espero que no esté solo como estos niños. Si estuviese aquí Talina les protegería con su pelo. Incluso al señor del pelo en la cara ¡Seguro!
Ahora me siento un poco mal. Yo tengo cama y a mis dos mejores amigos haciéndome compañía. El no tiene nada. Si pudiéramos bajar y ayudarle. Ya, ya sé que tengo que dormir, pero es que...¡Es verdad el cuento! ¿Le gustarán los cuentos al señor del pelo en la cara? Un día se lo preguntamos. Hoy toca el segundo cuento que no conozco, ¿verdad? ¿Ryhen? ¡Vaya! Nunca lo había oído. ¿Quién era Ryhen?



EL CUENTO DE RYHEN






Ryhen era un niño del bosque del umbral, un paraje maravilloso en el que vivían infinidad de niños que jamás crecían y cuya alma se reflejaba en sus ojos, no olvidando jamás su auténtico espíritu ni quiénes eran en realidad. De todos los cuentos existentes son, sin duda, los seres más alegres y felices que existen, pero Ryhen no era feliz. ¿Por qué no era feliz Ryhen? Os preguntaréis. Porque su auténtico espíritu, su alma, no se reflejaba en sus ojos. Todos tenían a su acompañante eterno para hablar, jugar, cantar, bailar y reír, pero Ryhen estaba siempre solo.

Nadie sabía por qué Ryhen no tenía un acompañante eterno, pero realmente a nadie le importaba, por eso no le hablaban. Era raro y muy callado. Se pasaba el día apoyado sobre su árbol, esperando a que algún niño se le acercase, pero nadie lo hacía.Un día de cada año en el bosque nevaba y hacía un frío  descomunal. Eran tan bajas las temperaturas que cualquier persona corriente quedaría congelada tras pasar unas horas en el bosque. Si los niños del bosque del umbral no morían era gracias a su acompañante eterno, que se fusionaba con ellos creando energía muy, muy cálida en su cuerpo. Ese día, el bosque brillaba con una luz verde muy intensa que podía verse desde cualquier rincón del mundo. Ese brillo anunciaba el fin de ciclo y la renovación del alma de cada persona, la oportunidad de enmendar errores y de encontrarse a sí mismo, por eso, durante un mes se iluminaban las calles con luces verdes. Era una fiesta que sacaba lo mejor de las personas. Sí, como la Navidad, solo que aquí la llamaban fiesta de la Umbralita. Con la umbralita, un mineral muy común, podían iluminar las calles con la luz verde, muy parecida a la luz que emanaba del bosque. Y, al fin y al cabo, el bosque de donde provenía esa luz se llamaba bosque del umbral, como ya te he contado, así que el nombre le venía que ni pintado.

El día previo de la Umbralita los espíritus de los niños se introducían en sus cuerpos para comenzar el periodo de hibernación de tan solo un día. La nieve empezaba a caer y el brillo que desprendían los niños echados junto a su árbol iluminaba cada copo. Esa lluvia de luz verde indicaba que quedaban pocas horas para que todo el bosque brillase.
Durante el día siguiente a los niños de todas las ciudades del mundo se les regalaban cosas para que les hiciesen compañía durante todo ese año, aunque siempre eran cosas materiales.
Pero Ryhen era el único que estaba verdaderamente en el umbral, el umbral entre la gente corriente y los niños del bosque, pues ni recibía regalos ni el calor del reflejo de su espíritu. ¡Para colmo era el primer año de Ryhen en el bosque! Cuando los niños se fusionaron con sus espíritus y se tumbaron junto a su árbol empezó a sentir mucho miedo. Después del miedo vino el frío acompañado de la nieve.

 Pasaron tres horas y ahí estaba el pobre Ryhen, solo y asustado congelándose de frío. Entonces vio a un espíritu despistado y un poco lentorro que todavía no se había fusionado con su niño, que también estaba tiritando. Se acercó a él y le saludo tímidamente. El niño le miró de reojo y no le respondió.
-¿Me dejas tu espíritu?-Preguntó esperanzado.
-No, es mío.-Respondió tajante.
-Pero es que tengo frío.
-Si te lo dejo me congelaré yo.
-¡Podemos compartirlo!-Se le ocurrió a Ryhen.
-¡He dicho que no!
Desesperado, Ryhen intentó coger con su mano el espíritu del niño, que le hizo salir disparado. No le calentó, aunque la mano le quemaba.
-¡Ladrón!-Gritó el niño sin recibir respuesta de sus compañeros.-¡Ladrooooón!
El espíritu del niño se iluminó con fuerza haciéndole mucho daño en los ojos, por lo que Ryhen, muerto de miedo, salió corriendo.

 La ventisca se intensifico, los árboles se sacudían furiosos y la nieve lo cubría ya todo. Ryhen casi no podía moverse del frío. Tras dos horas caminando lentamente entre la nieve cayó de rodillas exhausto. No podía más. Empezó a sentir un calor inusual y a quedarse dormido. Finalmente cruzaría el umbral. ¡Y vaya si lo cruzo! Cuando despertó se sentía con energía, aunque seguía en el bosque en medio de la ventisca. Sintió algo en el pecho que le hizo continuar hasta salir de él, mientras la luz verde lo bañaba todo un poquito más. Fuera del bosque hacia frío, pero no tanto.
Había empezado la fiesta de la Umbralita y él la celebraría fuera de ese bosque. Por fin podría ser como los demás, así que, entusiasmado, se dirigió al primer pueblo que encontró, con casitas de madera de dos pisos, con los tejados nevados y gente colocando los minerales de umbralita de diferentes formas y tamaños en las ventanas, puertas y tejados. También hacían una recreación del bosque del umbral con los niños correteando por él en el centro del pueblo y adornaban una réplica del árbol sagrado del bosque, que perteneció al primer niño del bosque. Era precioso.

En una tienda tenían una cosa que parecía blanda con algo negro por encima. ¡Eran bollos de chocolate! Y muy ricos, por cierto. Ryhen nunca había visto uno, y mucho menos los había probado, así que entró a la casita y cogió uno deseoso de saber si sabían mejor que las plantas que comían en el bosque. ¡Ya lo creo que le gustó! Se comió  otro, y otro, y otro...cuando el despistado tendero se quiso dar cuenta, el niño ya se había comido una bandeja entera. ¡Hay que ver que glotón era Ryhen! Y lo peor era que no tenía dinero, ni siquiera sabía lo que era eso. El tendero no tardó en exigírselo, pero el bueno de Ryhen no podía darle nada, así que el hombre lo echó de una patada de su tienda. Pronto descubrió que así pasaba en todos los sitios con cualquier cosa.
Deambulaba por la calle buscando a alguien con quien hablar, pero su aspecto no gustaba. Llevaba la fina ropa de los bosques, iba despeinado y caminaba solo. Algún niño curioso se acercó a él, pero sus padres no tardaron en alejarlo de su lado. Pidió bollitos y eso a lo que llamaban dinero, pero nadie le dio nada. Se asomó a las ventanas de algunas casas y vio como a los niños les regalaban muchas cosas: Caballos y espadas de madera, pelotas, ropa... Quería ser uno de esos niños. Pero no lo era, y volvía a estar solo.

 Estaba acurrucado apoyado sobre la puerta de madera de un edificio con una cruz. Aunque Ryhen no lo sabía, era una iglesia. Un hombre mayor y sin pelo salió por la puerta.
-Vete a casa niño.-Le pidió el señor mayor.
-No tengo casa, señor.
-Vaya...pues lo siento, hijo, pero no puedes quedarte aquí. Algunos vecinos se han quejado...entiéndelo, hombre, no es plato de buen gusto para nadie ver a un niño tan pequeño vestido de esta forma pidiendo dinero en la puerta de la iglesia. La Umbralita es una fiesta muy bonita, las calles tienen que lucir espléndidas. Además, pronto pasará la gran luz y no te lo querrás perder. Anda vete.
-¿La gran luz?
-¡Ay! Pero, que niño más ignorante. Después de la lluvia verde el bosque del umbral se ilumina tan intensamente que todos pueden verlo desde cualquier sitio. Entonces, antes de que termine el día, todos se reúnen en el punto más alto de su ciudad o pueblo para ver la gran luz que cruza el cielo y absorbe la luz del bosque, devolviéndolo a la normalidad. Se dice que la luz absorbida del bosque por la gran luz celestial se esparce por todo el mundo repartiendo prosperidad. ¡Es más! Si te has portado bien y eres de corazón puro te puede conceder un deseo. ¡Anda, niño, vete y corre a pedir un deseo!

 Corrió, claro que corrió, pues esa era su última esperanza. La gente estaba arremolinada en la colina, pero todos le miraban mal, muy mal. Se alejó de ellos buscando otro sitió. En su búsqueda de un lugar alto vio su reflejo en el escaparate de una tienda. Cuando vio lo diferente que era al resto comprendió porque le miraban así. Tenía la piel muy blanca, estaba muy delgado y se le marcaban muchos los huesos...era raro. Pero no quiso pensar más en ello y salió veloz como la gran luz celestial a lo alto de un árbol.
Entonces la vio, magnífica, cruzando el cielo con una grandiosidad inexplicable, iluminando el mundo, tan verde como la luz del bosque. Ryhen la miró fijamente. No cerró los ojos, solo la miró y se concentró. Podía haber pedido ser como los demás, tener un acompañante eterno, un amigo normal, un bollo o dinero. No pidió nada de eso, de hecho no pidió nada. Se quedo anonadado mirando esa luz, dejándose bañar por su verdor, asombrándose por su gran calidez. Era magnífica. Entonces la gran luz celestial se detuvo sobre el bosque y se hizo más grande cuando absorbió la luz del bosque. Se quedó por un momento flotando en el aire y, tras unos segundos, salió disparada hacia el pueblo.
  
La gente gritó entre maravillada y asustada cuando la gran luz pasó por encima de sus cabezas, él en cambio se quedó en silencio cuando le atravesó el pecho, saliendo de él la silueta de una mujer reluciente ante la que todos se inclinaron. Todos menos Ryhen.
-No he venido a concederte ningún deseo-susurró la mujer.-Al fin y al cabo ningún deseo has pedido. Pero siento tu corazón. Que no puedas proyectar tu alma no quiere decir que no la tengas...de hecho es la más intensa que he conocido, tanto que no hace falta que la veas y hables con ella para que te sientas bien. Ella te ilumina y te mantiene con fuerzas y calor, por eso saliste del bosque sin congelarte, Ryhen.
-Sabes mi nombre.-Se maravilló Ryhen.
-Tu alma me lo ha dicho.
-Pero yo no la oigo.
-Yo tampoco...pero la siento con la misma intensidad que tú.
-¿Y qué hago para que la gente me quiera?
-Nada, Ryhen. No has de hacer nada. No aquí, este no es tu lugar. Tu lugar está muy lejos, cruzando otro umbral. Te necesitan más en ese otro lugar, pues otro niño debe llegar donde estás tú y tú has de conducirlo hasta aquí, Ryhen.
-Y, ¿entonces seré feliz?
-No a ojos de los demás, pero los demás no saben mirar. No debes buscar su aceptación, no la necesitas. Tampoco les culpes por ello, necesitan la luz que a nosotros nos sobra. ¿Sabrás dársela, Ryhen?
-No sé cómo, pero sé que lo haré.
La silueta de la mujer creó con su luz un portal, tras él se veía un mundo totalmente diferente.
-Crúzalo, y devuélvenos el equilibrio que perdimos hace siete años.
Ryhen ya no se sentía triste, ni tenía frío. Ahora sentía el calor, siempre había estado ahí aunque no se había dado cuenta. Y, ahora, repartiría esa luz y ese calor en aquel mundo para compartirlo con la gente que estuviese sola como lo había estado él.
Antes incluso de cruzar el umbral, sintió eso a lo que llaman felicidad.







       

lunes, 8 de diciembre de 2014

Corazón Envenenado(IV)

 
ACTO IV
                                                 ÚLTIMA OPORTUNIDAD




Estaba a punto de saltar hacia un árbol cuando sintió cómo la agarraba con firmeza por la pantorrilla, produciendo que cayera e impactase con la barbilla en el tronco. Tenía tierra y sangre de otros soldados por toda la ropa y la cara, lo que provocaba que no se moviera con toda la comodidad a la que estaba acostumbrada, pues acostumbrada no estaba a llamar tanto la atención. El soldado se abalanzó hacia ella agarrándola por un hombro con una mano y por el cuello con el otro brazo. Antes de que pudiera aprisionarla del todo le propinó un cabezazo con la nuca liberándose de él. Agarró su puñal y se lo clavó en un hueco de la armadura. Otro soldado apareció de la nada pateándole el costado. La ladrona fue derribada al tiempo que se le cortaba la respiración durante un instante. La espada del soldado arrasó con toda la carne y los músculos que encontró en su camino. Por suerte era la espada de otro soldado, la del hombre alto con aspecto de estúpido, la que acabó con la vida de su nuevo adversario. 

La mujer miró hacia otro lado para ver cómo el condestable derribaba a su enésimo contrincante pisándole la cabeza.
-¡Por el rey!-Gritó al tiempo que se la aplastaba.
-¡Vienen más!-Avisó el soldado más bajito y con barba.
El condestable recuperó su espada y se preparó para recibirlos. Tenía algunos golpes en la cara y una herida en la sien, pero no parecía nada grave. Sus soldados le imitaron mientras ella trepó el árbol que instantes antes no había podido, para asaltarles por sorpresa.
Los caballos les rodearon, eran más de los que habían enviado en un principio. Consideraban al condestable un hombre demasiado importante para la corona como para dejarle escapar.
No sabía muy bien si iban a ser arrestados o asesinados, pero esta vez no les superaban simplemente en número, les duplicaban. Aún así el condestable estaba dispuesto a luchar y a derribarlos a todos con su espada.
-¡No seáis ridículos y entregaos! ¡Tal vez nuestro gobernante os deje uniros a nuestra causa!
-¿La causa de unos traidores? ¡Que os joda un viejo con la polla podrida a ti y a todos los vuestros!
Digno de los modales de un noble, por supuesto. Y digna del condestable tal estupidez. La realidad es que los que estaban jodidos eran ellos y no podían hacer nada. Si al menos tuviera uno de sus productos. Pero era absurdo pensar en lo que podía hacer con lo que no tenía. Debía analizar la situación y buscar alternativas con las posibilidades que estaban a su alcance.
La realidad era que no la habían visto y podía realizar un ataque por sorpresa. Aunque atacar sin más no serviría de nada más que para llevarse a uno o dos, cuatro a lo sumo, por delante. Debía causar el caos, darles una oportunidad al resto. Incluso al pérfido condestable. Si pudiese causar una explosión, generar fuego de alguna manera. Era imposible.
-Tenéis una última oportunidad.
<<Una última oportunidad>>
-Entregaos o morid aquí, junto a los cadáveres de nuestros hermanos de armas.
<<Una última oportunidad...>>
El condestable aferró la espada con más fuerza.
-Os llevaríais una sorpresa ¡Ja!
Una última oportunidad, pero ¿para quién? ¿Para el condestable y sus hombres, para los soldados que les rodeaban o para ella? Una última oportunidad, tenían una última oportunidad y no sabía como enfocarla.
El condestable esperaba algo, un ataque; y a alguien: a ella.
Una última oportunidad para rendirse, una última oportunidad para atacarles y acabar con ellos o...una última oportunidad para escapar.
Eligió la última elección de sus últimas oportunidades. Algo de lo que no se sintió especialmente orgullosa. Una elección que tomó más bien por la falta de ideas que por el hecho de escapar.


Podía ver el sudor del condestable desde lo alto. Esperando, casi temblando de ira y de miedo. Temblando como un gato al acecho que espera su oportunidad para dar caza a su presa. Y ya sabemos todos que un gato es demasiado obstinado como para dejar escapar a su presa aún siendo superado en número y tamaño. El problema es que el condestable, además de obstinado era irremediablemente estúpido y, al fin y al cabo se merecía cualquier destino funesto. No tanto sus hombres, que le seguían sin muchas mas alternativas ni oportunidades.
-Yo me entrego a la causa.
El rostro del condestable se desencajó.
-Valoro mi vida por encima de la del rey, ni siquiera él me encomendó esta tarea.-Se adelantó cojeando el nuevo traidor.
Había hablado el soldado alto, el que había sido aplastado por el caballo que montaba con ella.
-¿Cómo puedes...? ¡Hijo de una puta con viruela!
Su soldado no le miró. Tampoco al que había sido su compañero. Detectaba algo en su mirada...parecía mentira que ella le conociese mejor que el propio condestable.
-Coged a ese pues. Vosotros, ¿elegís morir bajo nuestra espada, entregaros a nuestra justicia o, por el contrario, a nuestra causa?
-Ninguna de las tres. Elijo llevaros a unos cuantos de vosotros conmigo a la tumba.
El condestable levantó su espada en dirección hacia el soldado que le había traicionado, que con cojera o sin ella, seguía manejando la espada con maestría, deteniendo el golpe de su superior sin devolvérselo.
-La primera prueba de vuestra fidelidad. Matad a vuestro protegido condestable.-Ordenó el único que había hablado hasta ese momento.
Miró a los ojos al condestable, que no dejaba de jadear mirando con rabia a su hombre.
-No seáis insensato, mi señor, y entregaos.
-Siempre supe que eras un estúpido que jamás se enteraba de nada, pero jamás pensé que llegases a este nivel de estupidez.
-Es demasiado tarde para él.-Anunció el que siempre hablaba-.Matadle.
-¡Esperad!-El soldado alto levantó la mano-.El condestable os es de más utilidad vivo que muerto. Podéis usarlo como señuelo para entrar más fácilmente en la capital.
Asombroso que ese hombre tuviese una idea tan brillante. Y ella creyendo que lo único que controlaba con maestría era su espada. Sin dobles sentidos, se sorprendió pensando. Más le sorprendió que le sobreviniera una sonrisa por el pensamiento que había tenido.

Y una vez más, el condestable demostró ser más estúpido de lo que nadie pensase. Apartó de un empujón a su soldado e hirió las patas del caballo del que parecía el comandante, que para mas inri casi le aplasta al caer. El resto de caballos se alborotaron un poco, pero sus jinetes supieron controlar la situación al tiempo que aplacaban al cansado condestable, que consiguió matar a uno de los muchos soldados y herir a otros dos, solo a uno de gravedad.
El comandante miró a su caballo, después al condestable y otra vez al caballo. Una vez más miro al condestable mientras le sujetaban antes de golpearle con los nudillos de su guantalete. Varios dientes del impecable noble salieron disparados hacia las vísceras de otros hombres. El condestable intentó liberarse, pero no pudo hacer nada. Solo escupir la sangre de los dientes destrozados a su agresor.
Después vino un golpe en el estómago y una patada en la cara. Los golpes de la vida que tan justamente estaba recibiendo. La ladrona miró. Miró y se deleitó con cada golpe, con cada gota de sangre, con cada gemido de dolor. Hubiese deseado ser ese comandante, ser sus puños, se conformaba con ser simplemente sus guantaletes. Cómo le gustaría ser aquella bota para impactar contra su cara. Cómo le hubiese gustado que el comandante sacase su espada y le amputase una mano, las dos. El brazo entero, incluso. Cómo hubiese disfrutado si le hubiese rebanado el cuello allí mismo. Como le gustaría verle desplomarse en el suelo convulsionando mientras su sangre se derramaba sobre la tierra.
Era una ladrona, no acostumbraba a matar más que por defensa propia si las cosas se complicaban, como había sido el caso. Pero en ese momento hubiese bajado del árbol para acabar lo que el comandante había empezado. Se tuvo que conformar con ser una espectadora agradecida de tal espectáculo.
El condestable terminó con la cabeza bajo la bota del comandante. Y ahí estaba ella, recordando sus asquerosas palabras.
<<La vida te ha colocado donde debías, cabronazo. Cada golpe que te está dando ese hombre es un golpe que te debía la vida. Ahora solo hay que esperar a que se te dé el golpe definitivo.>>
-¡Zorra!-Vociferó repentinamente el condestable mirando a la copa de los árboles como podía mientras besaba el suelo.-¡Zorra, puta! ¡Da la cara sucia ladrona! ¡Traidora! ¡Todos traidores!-Otro golpe.
Algunos miraron a lo alto de los árboles. Ella no supo qué hacer. Si se movía para ocultarse mejor la verían. Si se mantenía inmóvil la verían. Evidentemente, la vieron.


Saltó de rama a rama no con la agilidad que la caracterizaba, pues tenía las piernas y otras partes doloridas a causa del combate. Una decena de caballos la seguían por debajo, cabalgados por hombres que esperaban un mínimo error para atraparla al caer. Sorprendentemente ninguno llevaba un arco para darla caza. Aunque aún llevándolo no lo tendrían tan fácil. Se agarraba con las dos manos a las ramas balanceándose hacia otra rama en la que se apoyaba con firmeza y ligereza al mismo tiempo. No faltaron traspiés que supo solventar con soltura. Y ella continuó esperando perderles de vista, una tarea nada fácil. Vio como un par de jinetes se adelantaron bastante para bajar del caballo y trepar ellos algunos árboles. Fue de lo más divertido. Escalaron con torpeza, pero llegaron a la altura por la que se movía ella. Al primero simplemente le esquivó, pero al segundo lo utilizó como impulso para llegar a la siguiente rama, consiguiendo tirarle. No supo si a esa altura simplemente se dañó un poco la espalda o se quedaría sin movilidad. Poco la importaba.
Después decidió sacar el puñal para saltar hacia abajo, en dirección a uno de los caballos. Tuvo que calcular muy bien la caída. Se adelantó lo justo y se tiró con los pies ligeramente separados, el brazo izquierdo hacia delante con la palma abierta y el derecho hacia atrás empuñando su arma. Cayó sobre el lomo al tiempo que clavaba su arma sobre el equino, que relinchó violentamente  derrumbándose al instante, momento en el que ella saltó. Algunos de los jinetes que la seguían tropezaron con su compañero y el caballo que manejaba, siendo derribados ellos también. Oyó gritos exageradamente escalofriantes, por lo que supuso que hubo aplastamientos dolorosos en el proceso. El siguiente saltó lo realizó de la misma manera, pero hundiendo su puñal en el cuello del jinete, que caía de su caballo provocando también el caos.

Con el siguiente no tuvo tanta suerte. El pie entró en contacto con el caballo en mal momento, cuando los cuartos traseros se estaban moviendo, lo que produjo un desequilibrio en la ladrona que cayó al suelo. El impacto pudo ser peor, pero los caballos que venían detrás iban dispuestos a aplastarla. Se recompuso rápidamente y se retiró de un salto puñal en mano, hiriendo la pata de un caballo que estuvo a punto de aplastarla y esquivando a otros tantos que iban junto a él. Sin pensar se subió al árbol más próximo algo dolorida. El resto de jinetes dirigieron sus caballos hacia ella sin resultado. Finalmente desistieron y abandonaron la persecución.



Era libre, completamente libre. Libre para marcharse a su guarida, su único hogar. Podría olvidarse de todo, del puto cofre y su contenido, de viajar al culo del mundo, de aguantar a gilipollas repugnantes. De él. Pero abandonar todo de esa manera solo para asegurar su integridad le parecía un desperdicio, una cobardía. Había tomado las riendas de su vida, vivido como quería, ajena a ningún tipo de control por más hombres, empezando por su padre y terminando por el rey. Era hábil, ágil, perspicaz y autosuficiente, y no tenía abuela. Pero sería estúpido negar lo evidente. No necesitaba ser mantenida por nadie para vivir, ni quería pagar absurdos impuestos por mucho que estuviesen ajustados.

Ella prefería hacerse con todo por ella misma, utilizando sus habilidades, pero no robaba a pobre gente lo poco que tenía, no. Comenzó robando para vivir a cualquiera que podía, hasta que se puso unos límites. Robar a los que más tenían no era fácil, pero sí lo era robando junto a gente que dedicaba su vida a lo mismo, aunque por diferentes motivos. Formar una hermandad de ladrones fue lo más acertado, y así pudieron repartirse las tareas. Alguien se encargaría de obtener lo necesario para vivir, mientras que el resto se dedicaba a robar reliquias, algunas como trofeos y otras para venderlas. Dejó de depender de nadie y comenzó simplemente a colaborar con otros iguales que ella. El dinero que obtenían de sus ventas lo usaban en contadas ocasiones, para darse caprichos, y así de paso hacer más ricos a humildes tenderos. Pero lo importante era labrarse una reputación como ladrón, obtener el mejor botín y dar prestigio a la hermandad, además de a tu propio nombre.
Por eso ese cofre era tan importante. Un cofre casi desconocido, pero legendario. Perteneciente a un linaje de reyes y cuyo contenido ni siquiera ella conocía. Había sido valiente, no se había dejado amedrentar, ¿y ahora iba a abandonar su tarea por un condestable? Había tenido tanta paciencia... Sabía que su destino se encontraba tras el palacio de la capital, pero adentrarse de nuevo en él no sería tan fácil, por eso vigiló y esperó. Por dos tesoros que cambiarían su vida.
La única forma de reencontrarse con el guardián era volver a su guarida y esperar o volver con el condestable. La primera opción era la más cómoda, pero no la más inteligente, pues cuando el guardián llegase a la guarida, que tarde o temprano encontraría siguiendo sus sinceras indicaciones, la tomaría como una traidora que había roto su trato abandonándoles. Así que tenía que hacerlo por más que detestase la idea. Tenía que rescatar al condestable.


No la hizo falta seguir el confuso rastro de los caballos, pues sabía a qué ciudad les habían llevado, la misma en la que habían sido retenidos tras haber recibido una carta del gobernador en la que anunciaba la situación actual del reino y la próxima llegada de éste. Había comenzado una guerra civil. El condestable se indignó tras enterarse de la traición de ciertos gobernadores. Por desgracia la noticia había, literalmente, volado antes de que llegasen a su guarida y ahora se encontraban en esa situación. No habían sido arrestados, tenían un alojamiento decente mientras esperaban la llegada del gobernador de la ciudad, que sería el que decidiera qué hacer con el condestable y sus hombres. Pero el señor condestable no pudo estarse quieto y terminó, un día, arremetiendo con varios soldados, primero con improperios y después con su espada. El resto, evidentemente, tuvo que unirse a la fuerza a tal alocada empresa.

Y así acabaron huyendo hacia el bosque, perseguidos por soldados dispuestos a hacerles pagar lo que habían hecho. Y a punto estuvieron de morir si no hubiese sido por la astucia de uno de los hombres del condestable, el que más estúpido había parecido hasta ahora.
No entraba en sus planes volver a dicha ciudad para vigilar los cambios de guardia y buscar una forma discreta de entrar. Pero había que hacerlo.
La muralla no era alta y los árboles estaban cerca de ella, algo muy poco adecuado. Suponía que el largo periodo de paz les había tranquilizado y por ello habían dejado crecer los árboles cerca de sus muros protectores, lo que ella usaría como ventaja.


Esperó disfrutando del tacto de la corteza, de la vista nocturna de aquella ciudad, de la tranquilidad que no llegaría a romper, de la situación controlada, del salto, del aire fresco recorriendo su cara, de la caída firme, del silencio de sus pies, de no existir. No tanto disfrutó hendiendo su cuchillo en la parte del cuello más cercana al hombro de aquel soldado, de sentir su sangre en la cara, de sufrir el dolor de sus extremidades al moverse, de tener que salvar al condestable. Pero continuó. Recorrió silenciosa como un felino la muralla, bailando con las sombras y tropezándose intencionadamente con el resto de guardias, demostrando que ella era la dueña de aquel baile y que la sombras eran las únicas que tenían derecho a entrar en contacto con ella. La muralla quedó vacía, hora de bajar.

No estaba acostumbrada a matar. ¿Alguien se creería ya esa afirmación? Nunca pensó que le sería tan fácil, no por falta de habilidades, sino por exceso de escrúpulos que,  según parecía, ya no conservaba...o nunca tuvo. Continuó con aquella matanza más propia de una asesina que de una ladrona. Silenciosa, concentrada, divertida incluso. Le iba cogiendo el gustillo. Cuando robaba se sentía la dueña de aquello que robaba. Como el amante que consigue enamorar a la persona ya comprometida. Ella se gana la posesión de todo aquello que roba mediante su habilidad. Y lo mismo pasaba con la vida. Si no eres suficientemente hábil para mantenerla, quien te la quita no es un ladrón ni un asesino, sino simplemente un gran amante, un conquistador. Había embaucado a la vida con sus encantos para que abandonase a esa persona y a la muerte para que se la llevase con ella. Amante y celestina, eso es lo que era. ¿Qué había de malo en ello? Todos merecemos vivir y tenemos algo por lo que hacerlo. Todos. Pues todos somos víctimas de un destino cruel y un mundo que no comprendemos, fuera de nuestro control. Pero también, todos, absolutamente todos, merecemos morir. Todos hemos hecho algo por lo que no deberíamos estar en este mundo si nos regimos por la lógica de la moral. Daba igual la perspectiva, todos merecemos desaparecer de este mundo o lo mereceremos pronto. Incluso ella, por supuesto. Pero mientras no hubiese nadie más hábil que ella solo habría una cosa capaz de llevársela de este mundo, el tiempo, que no tiene enemigo alguno.

No era cierto, todos no merecen morir, pensó mejor. Los niños no. Ya tendrán tiempo de convertirse en adultos y ganarse el derecho de muerte. No puedes juzgar una espada cuando todavía se está fundiendo el acero. Eso no quiere decir que el acero fundido no sea peligroso, pero todavía no está preparado para dar estocadas o recibirlas. Y eso eran los niños, espadas afiladas a medio hacer que podían hacer mucho daño si querían, pero que no merecían conocer a la terrible dama encapuchada tan pronto. Y el condestable había acercado a un pobre niño a ese destino, por eso era el que más se merecía morir de todos. Y ahí estaba ella, salvándole, matando por  mantenerle con vida y conseguir su libertad. Por esa misma razón ella merecía tanto la muerte como la vida, así era el mundo. Ni justo ni injusto, un cúmulo de infortunas casualidades y causalidades que no llevaban a ninguna parte más que al beneficio de las partes.

Y todo esto lo pensaba mientras mataba. Mataba y se acercaba a su objetivo. Llegó, ni sabía ella muy bien cómo, a las celdas del edificio del gobernador. No las había visitado, pero no era tan difícil encontrarlas como acceder a ellas. Para entrar solo había necesitado hacer uso de las sombras...bueno, y de una ventana mal cerrada, de su cuchillo, de su capacidad de observación y de la confianza de los guardias. El caso es que había llegado.
Observó escondida tras unas cajas con un olor bastante desagradable las rutinas de los dos guardias que paseaban por los, prácticamente, vacíos calabozos. Esperó, observó, se movió y se deleitó. ¿Con la muerte? No...o eso creía. Era el placer de un trabajo bien hecho que concluyó con el segundo guardia, al que mató en cuanto se giró.
En la celda los dos presos la miraron, pero no tenían cara de agradecimiento, sino de sorpresa; pero tampoco de sorpresa agradable.
-¿No vais a decir nada, sucios desagradecidos?
-Sí, que solo hay una cosa que disfrute más que ser rescatado.-La sonrisa parcialmente desdentada y la expresión de la cara del condestable no le gustaron ni un pelo. Parecía la típica de alguien que se deleitaba por ganar algo más antes de perderlo todo.
-¿A qué te ref...?-Algo le presionó la garganta.
-A que una puta ladrona sea atrapada in fraganti como una sucia rata despistada.
Fue la última frase que escuchó antes de quedar inconsciente.

No sabía cuánto tiempo había pasado, solo que la dolía el cuello y que se había movido unos pasos, la diferencia era que ahora podía ver la zona desde otra perspectiva. Perspectiva que, de haber tenido antes, le hubiera permitido evitar ser atrapada
-Hay que ser estúpida. Evitas a todos los guardias de fuera, entras hasta aquí, llegas hasta nosotros y no eres capaz de darte la puta vuelta para acabar con el único que te había visto. ¡Menuda ladrona de los cojones!
-¿Qué tienen que ver eso que tanto te gusta mencionar y de lo que careces con comer trigo? Ser mejor o peor ladrona no se relaciona con haberme dejado atrapar. Estúpidos vosotros que no me avisasteis y os quedasteis con más cara de alelados, si cabe. Y te recuerdo que he llegado hasta aquí sola, y no evitando a los guardias, precisamente, sino matándoles.
-Encima de puta, impostora y ladrona, asesina. Mereces esta celda, escoria.
-La misma que comparto con vos, noble señor.
-Menos sorna. Quien me ha encerrado aquí no es más que un traidor de la corona.
-Al que vos enfadasteis.
-Deja de hablar así.
-¿Así como?
-Tomándome el pelo fingiendo que me respetas por mi título nobiliario y tratándome a la vez como a un imbécil
-Con respeto hay que tratar a todo ciudadano, noble o no, noble señor. Y como a un imbécil solo a los que lo son, como es el caso.
-¿Te han dejado tonta del todo? No pretendas hacerte la indiferente y la graciosilla, te han jodido y humillado. Puta.
-Haciendo uso de tal palabra constantemente no haces más que demostrar tu amplio conocimiento del léxico propio de una persona que ha recibido una educación como la vuestra, al contrario que la mía, vulgar ladrona e impostora que solo pretende fingir buenas maneras y una indiferencia con la que intento ocultar mis heridas.
El guardia de estatura normal y barba descuidada gruñó cansado de la discusión, posiblemente porque se le escapase el tono que había adquirido.
-Puta. No tengo más que decir.-Intentó seguirla el juego torpemente. No tenía habilidad para discutir con ironía. Aunque tenía cierta gracia que lo hiciera de tal modo.
Después imperó el silencio. No hablaron sobre cómo salir de ahí, qué deberían hacer, o el por qué de su regreso. El regreso de la que el condestable ya consideraba traidora, una traidora que nunca le fue fiel.
Pasaron la noche en silencio, aunque despiertos. Ella no pudo dejar de pensar en lo que estaba haciendo en esa celda. Tenía una última oportunidad para saldar todas sus deudas y conseguir lo que quería y la había desaprovechado compartiendo celda con un cerdo cabrón. Solo podía hacer una cosa antes de que la ejecutaran...desahogarse. Tener unas últimas palabras con el condestable, juzgarle sin miedo a las represalias. Podía decir que su alma era libre y siempre había hablado con libertad y sin miedo, pero mentiría. Vivir como había vivido había sido una opción mejor que la de vivir subyugada a su padre, pero una vida que no hubiera decidido en la comodidad de un hogar decente. Lo reconocía, era una cobarde que necesitaba esconderse y quitar a los demás lo que no era suyo, lo que jamás podría ganarse por si misma.

Si no se quedó con su padre fue porque estaba harta de recibir golpes, si decidió vivir al margen de la ley fue porque temía morir de hambre o del asco bajo las ordenes de hombres que la utilizarían a su antojo, si nunca dijo lo que pensaba fue por miedo a recibir más golpes por partes del condestable. Siempre el miedo, el mismo miedo. Miedo a sufrir esos golpes. Pero ahora ambos habían recibido el mismo golpe, que les había dejado en la más fría y sucia oscuridad, esperando por recibir el golpe que terminaría con todo.

Y esperando ese golpe desapareció el miedo. Frente a ella solo tenía al condestable, o solo le veía a él. Ya no hacía falta ser cautelosa, por una vez no. Por una vez podía hacer las cosas de frente. Miró al condestable en silencio, acumulando la rabia que a veces desaparecía por mucho que se esforzaba, como si se hubiese acostumbrado a ver ciertas cosas que no le gustaba ver. Cómo si una parte de su ser comprendiese eso a lo que debía odiar. ¿Era miedo o piedad entonces? No había miedo, no había piedad, solo una cruda y asquerosa realidad.
-Puede que sea una puta-La voz sonaba extraña en aquella celda tras tanto tiempo en silencio-.Puede que sea una sucia ladrona e incluso una asesina. De hecho soy las tres cosas, lo reconozco. De la misma forma que reconozco mis pecados y mi único deber en este mundo, que es el de morir. Vivo con ello y asumo mi responsabilidad. Y aún así, después de todo, después de haber hecho tanto daño queda algo en mi interior, algo...una pequeña parte que me permite odiar tanto como amar. Que me permite tener piedad. La piedad que tú no tuviste cuando...
Las palabras le robaban la entereza de la misma forma que ella robaba las bolsas de cuero.
-No sigas por ahí.-El condestable se mantuvo sentado, al contrario que la ladrona-.No se te ocurra...
-Amenázame lo que quieras. No te gustan las ironías, los dobles sentidos, ni las bromas. Hablemos en serio, entonces.-Se esforzó en contener las lágrimas para no mostrarse débil. No acostumbraba a llorar como las malcriadas de la nobleza...como las malcriadas cuya vida envidiaba-.Fuiste capaz de cortarle la mano a un niño que te suplicaba piedad, que te pedía tu perdón. Un niño que robaba por supervivencia y que no tenía culpa de nada...Y tú...tú...
Cuando le vino la imagen que había intentado olvidar se le agitó la respiración tanto como si volviese a estar allí. Pero esta vez no se desmayó.
-Tú...no titubeaste, no mostraste un atisbo de sufrimiento o de arrepentimiento. Ejecutaste un castigo injusto ignorando los gritos de miedo y dolor de un infante. ¿Qué hay en tu interior? ¿Cómo cojones esperas limpiar el mundo de escoria si la mayor escoria insensible que hay en él eres tú? ¿Cómo...?
Por un momento se planteó rodearle con sus cadenas y estrangularle. Pero ella todavía poseía justamente lo que el condestable no tenía, y no pudo. Tal vez su guardia no le hubiese permitido acabar con él, pero el simple hecho de intentarlo...por una parte la reconfortaba. Pero al no hacerlo también le daba una oportunidad al condestable. Una última oportunidad de mostrar el atisbo de humanidad que parecía haber perdido. La desaprovechó.
El condestable se levantó, miró fijamente a la ladrona y, con un gesto que desprendía demasiada ira contenida, alzó sus manos encadenadas abarcándola todo el cuello. Un movimiento que pilló por sorpresa a la ladrona, pero que no la sobresaltó. No la asustaba, pues tarde o temprano debía llegar ese último golpe. Su última mirada iría dirigida a los ojos de ese hombre, tan llenos y tan vacíos. En su último aliento encontraría la respuesta que buscaba. ¿Podía quedar algo de humanidad en personas impías? ¿Podían tener un motivo por el que vivir, ganarse una última oportunidad? ¿Había una forma de sanar el mal del mundo sin destruirlo o castigarlo? ¿Era una celda más efectiva que apelar a la razón? ¿Era más efectivo encerrar al hombre que liberar su alma? Ahí estaba la prueba.

El hombre ya había comenzado a apretar. Al principio solo vio ira, pero cuanto más apretaba más cristalinos se volvían sus ojos, más acuosos. No los de ella, sino los de él. Estaba pensando.
-No puedes juzgarme...no sabes nada de mí ni de este mundo.
-Tú...tampoco...puedes...juzgarme.-Dijo como pudo, con unas palabras roncas apenas audibles.
-Tu eres una fugitiva, debes ser juzgada.
-No..se..trata...de...eso. Se trata de...algo...más...humano. De...no...convertirte...en...el monstruo...contra el que...
La presión de sus manos aumentó por un momento.
-¡Yo no quería matar al hijo de ese violador! ¡Lo hizo la vida, lo hizo el destino! Hizo lo mismo con la mano de ese niño...
-In...ten..taste...viol...
No podía seguir hablando. Y el condestable no podía seguir apretando. La soltó. Por alguna extraña razón la propia ladrona olvidó el rencor y el castigo para dar paso a la piedad, al sentido común. Ella era una sucia ladrona tanto como el condestable un cerdo cabrón. Lo eran, pero ambos tenían motivos para serlo. Repugnaba que un hombre justificase una violación, pero tenía ojos y había visto al condestable tras dejarse llevar; se castigaba por lo que había estado apunto de hacer. Ambos tenían motivos para estar muertos, pero también los tenían para reponerse a los golpes y seguir viviendo. Vivir con miedo a los golpes de los que siempre hablaba el condestable te nubla el juicio, pero cuando ya no tienes nada que perder, cuando el orgullo y el rencor no van a conseguir que esquives el golpe, una lucidez te invade. Ella sabía que el condestable hablaba por su padre y golpeaba como su padre. Ella robaba por su padre y evitaba más golpes recordando los de su padre. No quería pensar lo que había llevado a esa actitud a sus padres. Pero era cierto, el maldito destino era el único que nos daba los golpes llevándonos a una u otra dirección. Antes de que el destino se saliese con la suya podían mostrar un último momento de valentía y coherencia. Mostrarse como eran ellos. Y ¿quiénes eran ellos? Nadie. Personas que asumían un papel y que estaban hartos del dolor. Ciegos por los hematomas que tenían una última oportunidad de abrir los ojos.

El condestable se volvió a sentar apoyando la espalda contra la pared.
-Llevo demasiados años propinando golpes, todavía no me acostumbro a que me los den. Años cargando el peso de la culpa por el reino para que el reino acabe de esta manera. Demasiado tiempo para que mi mente aguante. He perdido la noción del bien y el mal...he dejado de sentir. ¡Joder! Mis golpes han dejado marca en gente inocente vinculadas de alguna forma a lo que yo he considerado amenazas para el reino. He actuado contra la amenaza utilizando las armas de anteriores amenazas...te intenté violar. Sigue pareciéndome inmunda tu profesión, pero violarte...¿qué me pasó? ¿Qué pretendía?
-Romper las cadenas de tu propia moral, supongo. Juzgar rompiendo tu barrera autoimpuesta. Mostrar tu lado más ruin y humano respaldándote tras el deber que el destino crees te ha impuesto.
-No hay limpieza posible...-Abrió los ojos, mostrando una decepción y una tristeza inusuales en el condestable-.Todos en nuestro interior guardamos esas cicatrices. Y, esas cicatrices han causado esta rebelión. Las personas vinculadas a los que he ajusticiado querrán verme muerto, los gobernantes quieren un control que hasta ahora el destino les había negado y alguien, por motivos posiblemente personales, ha envenenado el rey. No hay limpieza.
El condestable vivía acallando las voces de otro tipo de moral. Una moral natural, no política, que intentaba silenciar, continuando el trabajo de su padre. No le habían enseñado a pensar por si mismo, sino a asimilar los golpes tanto como a agradecer su posición nobiliaria. Sus instintos más básicos, sus deseos más mundanos, sus cicatrices más marcadas, el tiempo encerrado en aquella celda y las palabras de la ladrona habían hecho sangrar las heridas de nuevo.

El condestable había comprendido que de la misma forma que todos merecían la vida y mantener su integridad, todos merecían la muerte para cerrar el ciclo inacabable de violencia, rencor, miedo y dolor. Ella había comprobado que bajo la sangre que emanaba de las heridas podía seguir habiendo un humano. Y en ese momento también comprendió algo más: de la misma forma que los golpes de la vida nos confunden, abaten y convierten en monstruos, nos pueden ayudar a recuperar la conciencia antes de dejarnos llevar por el abatimiento, a ver las cosas de otra manera. Rebatiendo el argumento del condestable había comprendido que tenía parte de razón, si algo nos hace iguales a todos es que todos recibimos esos golpes, y que son esos golpes los que nos hacen reaccionar. Y al condestable ese golpe no le podía haber sentado mejor.
-¿Qué haremos ahora?-El condestable parecía desolado.
-Nada más que aceptar nuestro destino, condestable. Creo que dejar de ser parte del problema comprendiendo el problema es un final muy noble.
-Siempre pensé que moriría combatiendo. Siempre lo quise.
-¿En un reino pacífico?
-En un reino pacífico no faltan los rufianes y villanos con los que batirse en duelo. Morir arrancando el mal de raíz. Es curioso que ahora me suene tan infantil.
-Lo es, pero también muestra tu parte más noble. La que siempre me negué a ver.
-Ánimo mi señor.-Decidió por fin hablar el guardia de la barba que les acompañaba-.Toda su vida ha luchado por lo correcto y murió combatiendo a los rebeldes.
-¿No has entendido nada, imbécil?-Desde luego no se puede cambiar a una persona de la noche a la mañana, y el condestable seguía manteniendo un tono severo-.Nuestra forma de gestionar el reino no ha sido tan distinta a otra. Nuestros reyes han sido justos, pero es imposible hacer las cosas como se debiera. Mis golpes han causado rencor y ese rencor ha envenenado al rey, provocando esta rebelión. Nosotros somos los causantes de esto. Joder ¿a que juegan con nosotros?
-¿Quién?-Preguntó confuso el guardia.
-No lo sé. Quien coño maneje esto. Si nos da golpes es porque está resentido con nosotros y si nos da golpes no demuestra ser mucho mejor que esto. Dioses, Dios, Sacerdotisa, Justicia, putas entes que todo lo ven ¿A qué coño jugáis?
-Eso da igual. Asume los golpes...no te dejes llevar por el rencor, pero asume los golpes que no podrás evitar.-La ladrona utilizó, con matices, las palabras del condestable.
-Y después de asumirlos ¿qué?
-Nada. Seguir o morir. Vamos a acabar en el mismo sitio.
-¿Por eso robas? ¿Por el mero hecho de seguir?
-Podría decirse así. Asumí los golpes de la vida, no los de mi padre. Huí y me hice responsable de mí misma, sin esperar nada de nadie, ni de los dioses.
-Sin pensar en el reino.
-¿Lo hacías tú? ¿No actuabas por ti mismo? ¿Para sentirte útil ejerciendo un poder que creías tuyo?
-Sí. Fuera de esta celda hubiera gritado y te hubiese escupido. Posiblemente si saliese de esta celda volviese a hacerlo por el miedo de vivir sin ese papel. Pero ahora te puedo decir que sí.
-Por eso no te preocupes, jamás saldremos de aquí.
-Solo podemos pedir que el golpe se nos dé pronto.
-Seguro que llega cabalgando.

Y así llegó, cabalgando. El gobernador volvió de la reunión y tras acomodarse solicitó que se llevase a los presos a la Sala Mayor, una sala con una gran mesa central, un trono de madera y ventanales en forma de arcos detrás de ese austero trono. El gobernador con la palabra “dialogo” en un brazal les dio una última oportunidad. Muy propio y afortunado.
-Me han puesto al corriente de vuestro delito y de las bajas que he sufrido entre mis hombres. Lo más fácil sería ejecutaros y acabar con el problema definitivamente. Pero sé que lo hicisteis al sentiros traicionados en el reino que debéis proteger. Condestable, gozáis de tan buena reputación aquí y en otras ciudades de este, nuestro reino, como nefasta en otras muchas. Yo, personalmente, creo que sois un hombre sensato que ha sacrificado mucho por el reino. Y el reino ahora está en crisis, como bien sabéis. Un traidor a la corona ha envenenado al rey y se encuentra en la capital. Sé que no sois vos, por eso os doy una oportunidad. El rey morirá y su hijo no puede gobernar el reino sin que se resquebraje, algunos nos hemos unido para controlar la situación y asegurar el futuro del reino.
<<Más que “diálogo” su brazal debería tener grabado “monólogo”.>>
-Que el rey va a morir lo decís vos. Que su hijo será mal rey lo decís vos. Y que controlaréis la situación lo decís vos. ¿Qué pasará cuando haya que decidir qué gobernante se pondrá al frente del reino? Además, ¿crees que el pueblo aceptará fácilmente la ausencia de su justo rey por uno que ha usurpado el trono?
-Esto no es ni usurpación ni traición. Se trata de poner entre las cuerdas al urdidor y de anticiparnos al problema.
La ladrona vio el gesto de desagrado que hizo el condestable. Seguía siendo como un libro abierto. Suponía que había recordado al hijo de ese violador de su historia.
-¿Anticiparos? ¡Ja! No podéis anticiparos a un problema que no conocéis.-Lo mismo que había hecho él en el pasado.
-Buscaremos al envenenador, lo encontraremos y lo castigaremos.
-Para eso debéis adentraros en la ciudad a fuerza de espada.
-No si vos nos conducís a ella. Con vos nos abrirán las puertas y aceptarán dialogar.
El condestable miró a la ladrona como si no supiese qué hacer o decir. Era una situación extraña, el condestable siempre sabía qué decir, aunque fuese una estupidez.
Parecía convencerle de alguna manera parar la guerra, conducir voluntariamente a los gobernadores a la capital, establecer una reunión con el tío del rey y abrir una investigación para coger al envenenador. Si se llegaba a un acuerdo se podía establecer a un nuevo rey sin derramar sangre y manteniendo la confianza de la gente. Sin causar más heridas que se convirtiesen en cicatrices que algún día fuesen devueltas.
-Puede ser un buen trato-.Afirmó la ladrona.-Pero no asegura nada. Si la otra parte se niega a negociar entonces la guerra seguirá abierta y el condestable os habrá llevado de la mano a la capital.
-Entraremos solo otro gobernador y yo, viajando con un reducido grupo de hombres. Firmaré lo que haga falta. Intentaremos hacerlo todo mediante el diálogo y si eso falla...si eso falla solo podremos rezar y afilar nuestras espadas. Pero sin trampas ni juegos sucios. No por mi parte.
-Es arriesgado, pero...-el condestable volvió a mirar a la ladrona que afirmó con la cabeza-.Acepto. Espero que esto sirva para cerrar las heridas y realizar una limpieza más efectiva. Aunque antes de partir debemos esperar la llegada del guardián del rey, que será el encargado de buscar la medicina del monarca. Si podemos curarle nos ahorraremos muchos problemas. Y si mientras lo intentamos conseguimos detener esta locura, las gentes del reino lo agradecerán. El asesino encontrado acallando rumores de traición por parte de su círculo más cercano y el rey curado devolviendo la confianza a la gente y el resto de gobernadores. ¿Acaso no podíais haber llegado a esta conclusión en la reunión que celebrasteis, joder?
-Sí, si no hubiese sido por los infortunios causados por un par de exaltados que cometieron asesinatos tras una agitada reunión. La paranoia invadió a algunos y tuvimos que decidir. No se trataba de traidores o fieles a la corona, sino de tomar la decisión correcta para el reino cuando el diálogo, por desgracia no era posible con el resto de gobernantes. Hasta que vos llegasteis en estas circunstancias favorables para todos.
-En todo caso, algunos de los gobernadores serán juzgados por sus actos. Aunque si nuestro monarca sobrevive seguro que es piadoso con ellos.
-Sin duda. Me alegro de haber podido llegar a...
Los gritos de alarma interrumpieron la reunión.
-¡Se aproximan! ¡Unos cuatrocientos hombres a caballo!
-¡¿Qué?! No estamos preparados.
La última oportunidad había llegado, tal y como pensaron en la celda, cabalgando. O, mejo dicho, la que anteriormente podían haber considerado última oportunidad, pues ahora no era más que un jinete que asestaba un golpe letal a la auténtica última oportunidad de paz que se les había dado.
Los vieron llegar desde los ventanales, irrumpiendo en la ciudad por la puerta principal, sin un plan de ataque, pillando a todos por sorpresa. No tenían la vigilancia adecuada y el gobernador había llegado apenas unas horas antes. El descontrol era evidente. Las consecuencias de ese descontrol, terribles. Aplastaron a todo el que se cruzaba ante ellos: soldados, ciudadanos, animales...era una masacre que contemplaban como espectadores de un espectáculo desagradable, pero atractivo a la vez. No podían dejar de mirar desde ese palco improvisado, sin tener en cuenta, por un momento, el peligro que corrían. Sin saber con certeza quién atacaba con esa agresividad la ciudad.

Los gritos resonaban hasta donde estaban ellos, el acero chocando retumbaba, la sangre podía verse incluso desde tan lejos y el miedo podía incluso olerse. El condestable observaba pensativo, cómo si viese por primera vez tal brutalidad, como si lo hiciese con unos nuevos ojos. Después ella observó a quienes realizaban tal acto. La distancia no la impidió verle. El guardián, desde su caballo, golpeaba con su montura a cualquiera que se interpusiese sin pensar en nada, incrustando su espada en cuerpos de desconocidos. ¿Qué podía reprochar ella cuando había hecho lo mismo para entrar en la ciudad? Nada. No podía hacer nada porque no era nadie, como siempre.
Cuando quiso hacer algo, el gobernante ya estaba corriendo dando órdenes mientras era escoltado a otra sala.
-¡Esperad!-Le gritó el condestable.-Si os vais os matarán. Tenemos un acuerdo. Quedaos aquí con nosotros y no os pasará nada.
-¿Cómo podéis garantizarlo?
-No puedo. Pero sé que alguien entrará en razón.-El también le había visto. El único problema era que él no lo conocía como ella. Ni siquiera ella lo conocía tanto como deseaba y temía.


Y entró. La escena resultaba escalofriante hasta para ellos. La luz de las antorchas proyectaba unas sombras siniestras en la pared del pasillo. La silueta de un hombre situado en el umbral y la de una espada cuyo filo apuntaba al suelo goteando sangre. Pero más escalofriante que la silueta era él, Con aquel pelo anaranjado, esa barba sin arreglar, esa mirada penetrante, esa seguridad. Seguía imponiéndole más de lo que la hubiese gustado. Nunca la había penetrado, pero en ese momento su mirada parecía querer penetrar incluso a esos dos hombres, con su sediento acero siempre por delante.
-¡Os conozco! ¡Sois el guardián del rey!-Lo único que el gobernante puso delante de él fueron sus manos-.¡Hemos hecho un trato! Todo está bien, ser.
Un paso.
-Os he dicho que ya está todo hablado, intentaremos ir por la vía diplomática.
Otro paso.
-Esta rebelión solo ha sido un toque de atención.
Y otro.
-Un intento de devolver el sentido común.
Uno más.
-Un intento de salvar un reino que se resquebraja.
Cada vez más cerca.
-Un intento de no terminar como nuestros vecinos del este.
No se detuvo.
-Un intento de...de...¡Condestable!
Se detuvo.
-¡Dijisteis que estaría a salvo!
-Y lo estáis. ¿Verdad?-Miró al guardián.
Nada respondió éste.
-Recordad que sois más que el guardián del rey, sois el guardián de este reino. Y de los dos, vos sois el que tenéis el sentido común.
-¡Eso es! Mostrad sentido común. Diálogo, siempre di-á-lo-go. Como dijo mi mentor: “el diálogo asegura...”
Le perforó el pecho con una contundencia que asustaba.
-Por eso mismo, condestable. Porque soy el único con sentido común y, lo más importante, el guardián de algo más que el rey. 


La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart: JakeMurray http://jakemurray.deviantart.com/art/Idraen-431989061
La segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart: KateMaxPaint http://katemaxpaint.deviantart.com/art/To-victory-339882587

lunes, 13 de octubre de 2014

Corazón Envenenado(III)





ACTO III
INCONTROLABLES LLAMAS




El estruendo del bosque era atronador a pesar de ser tan solo cuatro caballos los que golpeaban el suelo. La rapidez a la que viajaban era a la que debían haber viajado desde el principio, pero era agotador hasta para los jinetes. Todo lo que podía haber salido mal salió mal. Tuvieron que desviar su rumbo y forzar a los caballos hasta el límite, no era fácil ser más rápido que las noticias.
A pesar de la velocidad del viaje se permitió desviar la mirada más de una vez hacia el condestable, que miraba al frente muy serio, agazapado sobre su montura. 

Sabía que debía hacer ese viaje solo con el príncipe, ir hacia el monasterio fronterizo directamente. Sabía que en la guarida de esa ladrona no encontrarían el cofre. El destino la puso frente a ellos por un motivo diferente. Tal vez sin motivo. Posiblemente la única razón fue la que dio  el condestable, recibir la paliza que la vida le debía. Los golpes no fueron lo peor que pudo recibir, ni mucho menos. Presenciar esa amputación, escuchar los gritos de ese crío, oler la sangre que salía de la herida. Fue excesivo. Un ladrón debe pagar, pero no de esa manera.

El condestable lo hizo sin pensar, dejándose llevar tan solo por la ira y el rencor, por la infección de sus propias heridas, sin pensar en su misión. Todo se había jodido ¡Todo! Y más que podía joderse. Por eso debían ser rápidos, el reino temblaba desde hacía días, sí, pero ahora su gente empezaría a sentir el temblor. Si su compañero de viaje no hubiese abierto la boca de esa manera... Ahora ya todos en esa ciudad sabían que el rey había sido envenenado y se estaba muriendo. La noticia no tardaría en llegar al resto de ciudades dispuesta a propagar confusión y miedo. El caos.

De vez en cuando miraba a la ladrona tambaleándose sobre el caballo. Tenía toda la imagen de una damisela en apuros...a veces deseaba que lo fuese. Pero sabía que cuando despertara nada bueno ocurriría. Con ella estaban en peligro, pero sin ella estaban directamente sentenciados. Cuánto hubiese deseado que fuese una chica inocente que se conformase con permanecer encerrada en una taberna trabajando para su padre. El hecho de que no fuese una princesa desvalida encerrada en una torre como las que tienen en otros reinos había propiciado esa situación. Luchando por proteger al reino parecía haberlo condenado. Y, curiosamente, muy al fondo de su ser, no sentía miedo, ni se reprochaba nada. ¿Por qué entonces no podía dormir por las noches?

Era imposible que nadie llevase la noticia antes que ellos. Pero, ¿qué harían cuando llegasen a la ciudad más conflictiva, el último pueblo que se arrodilló? Ni ellos mismos lo sabían. Podían intentar mantener la calma y usar el decreto como medida de contención, pero ¿sería suficiente? Dioses, su misión se estaba complicando.
El tiempo que perdieron cuando al príncipe le dio otro ataque al ver el brazo del niño cercenado no le tranquilizaba. Esperaba que durante el viaje no le diese otro. En ese momento estaba adormilado, si no se dormía del todo era por el ritmo del viaje.

Llegaron a un manantial en el que el guardián decidió detenerse, a pesar de la negativa del condestable. Los caballos necesitaban beber.
-¡Nunca llegaremos, la ciudad está a dos días más de viaje!
-Nunca llegaremos si los caballos mueren de agotamiento. ¡Tardamos más en discutir que en descansar!
El condestable cedió.
Esa noche a penas durmieron. Tres horas y media se permitieron descansar. Y la ladrona no despertaba, en otro momento tal vez le hubiese preocupado.

Al día siguiente tuvieron la suerte de encontrar un río en el que pudieron reponer a los caballos, junto al que  un hombre se refrescaba. Antes incluso de que bajasen del caballo el hombre les miró con desconfianza. No saludó ni siquiera con un sencillo gesto, dejó de beber agua repentinamente y se dirigió con paso lento al caballo. Parecía querer fingir una tranquilidad que no mantenía. El guardián miró al condestable, después miraron a los guardias que les acompañaban. Las noticias iban por delante, pero se habían retrasado demasiado. El hombre se montó al caballo y se fue trotando del lugar.
-¡Esperad! Gritó el condestable.
El hombre no hizo caso.
-¡Os digo que esperéis!
-El hombre aceleró.
-¡Si no os detenéis os arrestaremos! ¡Somos hombres del rey!
-El hombre se detuvo. Giró la cabeza, les miró, agarró con fuerza las riendas y huyó cabalgando a gran velocidad.
-¡Una vez más vuestra boca no ayuda!-Protestó el guardián dirigiendo su caballo tras el fugitivo.
El condestable y los demás no hicieron comentarios y fueron tras el guardián. Lo que les faltaba en ese momento era una persecución.

Era un mensajero. Habían reaccionado rápido ante una situación delicada que se estaba ocultando. Era lógico que reaccionasen con cautela y decidiesen informar cuanto antes a las ciudades aliadas. La capital estaba en crisis y se la estaban ocultando a sus habitantes. Eso restaba confianza y reforzaba la posibilidad de una rebelión. La primera crisis después de tantos años y tenía que suceder mientras él era guardián. Un nuevo golpe de la vida, tal y como diría el condestable.
Sus caballos eran más rápidos que los del mensajero, pero estaba más cansados, tuvieron que forzarlos demasiado, más de lo que le hubiese gustado. El caballo en el que viajaban el guardia alto y la ladrona se desplomó, el cuerpo de la ladrona salió disparado y el del guardia quedó aplastado.
-¡Mierda!-El guardián no podía parar, no podía dejar escapar al mensajero. Miró el cuerpo de la ladrona sin dejar de avanzar. Ya no era útil, ya no era útil, ya no era útil. Solo un estorbo, una herramienta usada aunque todavía afilada, dispuesta a ponerse en su contra. En cambio ese mensajero tenía la caja de los truenos en su poder. Si las noticias llegaban antes que ellos...tal vez el resultado fuese el mismo, pero si llegaban con tiempo cabía la posibilidad de controlar la situación.

El condestable también se percató de la pérdida de la ladrona.
-¡No la dejéis ahí, volved a cogerla!
-¡Ni hablar! ¡Tú solo no le cogerás!-El caballo del condestable era el más robusto, pero al que más habían forzado.
Sin decir nada, el otro guardia giró para volver sobre sus pasos. Pero lo primero que hizo no fue dirigirse hacia la ladrona, sino hacía su compañero malherido.
La persecución continuó con ellos dos solos. El mensajero no dejaba de mirar hacia atrás, en su cara se reflejaba claramente el miedo que sentía. Solo estaba haciendo su trabajo en favor al reino...tal y como hacían ellos. Se amputaban manos, se apalizaban a mujeres, se silenciaban a hombres...todo era por el reino, todo era justicia. Justicia que se contradecía, una justicia entendida de formas diferentes por los hombres, una justicia que en el fondo no existía. La justicia del hombre es tan compleja que acaba destruyendo a unos y favoreciendo a otros, hasta que descompone una región, un país, un mundo entero.

La justicia era matar a ese mensajero. No era justo para él, desde luego, pero era justo para las personas que morirían si se desataba una guerra. La justicia es que él fuese guardián, pero había leyes que la justicia había dictado y que no le dejaban ejercer como tal. La justicia decía que él había traicionado a su rey por golpearle aquella mañana, pero solo trataba de proteger al príncipe, ser justo. La justicia solo es la expresión del egoísmo, adaptada por cada cual para la meta que quiere lograr de la manera que la quiere lograr. La justicia no existía...no. De hecho la justicia era lo que dañaba realmente a los hombres libres que algún día poblaron el mundo. Solo había una justicia, la de la propia vida, ella ejerce su control de forma sabia, conociendo los porqué. Nada es más justo que ella. Empezó a sentirse extraño sobre el caballo.
Se lo habían arrebatado todo a ella. Su mundo era, era...Algo le espabiló, algo por lo que había rezado que no apareciese. Las convulsiones eran más violentas que nunca. El caballo se puso nervioso mientras el muchacho no dejaba de moverse de un lado a otro. En cualquier momento se caería de la montura.

Asió las riendas con fuerza y tomó el control como pudo. Pudo hacerlo, y de hecho le benefició más de lo que hubiese pensado, pues debido al susto el caballo incrementó la velocidad, adelantando al del condestable. Él se echó hacía el príncipe para presionarle contra la crin del equino y evitar que acabase cayendo al suelo.
-Aguanta por favor, aguanta.-Era un susurro dirigido a príncipe y caballo.
El mensajero se desvió del camino metiéndose entre los árboles en un intento fallido de despistarles. Pasaron varios minutos tras el mensajero. Los tres caballos perdían velocidad, ellos tenían dos oportunidades, él solo una. Pero no hizo falta esperar a que algún caballo muriese de cansancio, solo hubo que esperar al árbol. El sonido que produjo el animal al estrellarse contra la corteza de uno de los muchos árboles fue repentino y desagradable. Su jinete también acabó con la cara sobre el tronco, cayendo al suelo junto a su compañero de cuatro patas. Lo habían conseguido.
  
Tenía una herida abierta en la frente y otra en la mejilla derecha, nada excesivamente grave, solo parecía un poco mareado. Cuando abrió los ojos lo primero que vio tuvo que ser el acero del condestable sobre su garganta; lo primero que vieron ellos fue nuevamente el miedo.
-Te pagarán bien, espero.-No sonó a burla tanto como se podría esperar.
-No...no me dais miedo. Solo estoy haciendo mi trabajo...estoy sirviendo al reino, lo mismo que debíais estar haciendo. ¡Corruptos!
La espada del condestable se hundió levemente en la carne.
-No permito que un cobarde ignorante me acuse de corrupto.-Apretó los dientes mientras introducía la espada.
El mensajero se cagó sobre la hierba. A ninguno le sorprendió más que al propio mensajero.
-¡Vale! Vale...vosotros no sois corruptos, solo servís como yo...pero, pero...pero el rey y sus consejeros lo son. Pretenden ocultar una crisis como esta solo para...para mantener el poder.
-Reitero lo de ignorante...-Si no introdujo más la espada fue porque le mataría.
-Dadnos la carta.-Ordenó el guardián.
-No puedo, señor. Las cartas que me encomiendan son...
-¡Que nos la des!-Gritó el condestable.
-Sí, sí...la tengo aquí.
Cuando se echó la mano a uno de sus bolsos, el condestable agarró con más firmeza la espada y el guardián colocó una de sus manos sobre la empuñadura de la suya. Finalmente sacó un pergamino que el condestable abrió y leyó.


Cuatro hombres, un joven y una mujer con un decreto real, han parado hoy en nuestra ciudad. Aplicaron la antigua justicia del rey amputándole la mano a un pequeño ladrón y gritaron que el rey había sido envenenado encontrándose en el momento que escribimos esta carta moribundo y descontrolado, atado a una cama. Dos de los hombres parecían nobles de alto rango por sus ropas y su forma de hablar y caminar. Algunos pudieron ver el sello real en el pergamino. Parece que viajan con el propósito de asegurar las ciudades y, posiblemente las fronteras, aunque eran pocos hombres para tal propósito. No descartamos la movilización en pequeños grupos de más hombres para el control del reino.

Si alguien a querido matar a nuestro rey debemos unir nuestras fuerzas con ellos, pero si nos quieren ocultar tal suceso puede que sea porque los urdidores mueven los hilos de la corona. Hemos mandado más mensajeros a las ciudades más cercanas. Esperamos que hagáis lo propio con las ciudades situadas más al norte. Debemos reunir a los representantes de gobierno de todas las ciudades para tomar una decisión.

Fdo: (Ininteligible)


El guardián alzó la cabeza y miró a su compañero
-Se acabó. Soltad vuestra espada.
-¡¿Qué?! ¿Qué pone? Deberíamos por lo menos arrestarle.
-No. Hay más mensajeros, como era de suponer. Han percibido la gravedad del asunto.
-Entonces...
-Cuando lleguemos ya estarán prevenidos. Pero en la carta instan al diálogo. Podemos todavía mantener la calma.
-¿Dialogar? ¿Sabes a que ciudad nos dirigimos, verdad? El último reducto de opositores en los tiempos de su bisabuelo.
Señaló al príncipe que había dejado de convulsionar antes de que la persecución hubiese terminado. El guardián lo había bajado del caballo y colocado sobre la hierba, durmiendo plácidamente.
-Hace mucho de eso. No alzarán las armas, saben que tendrán en contra al resto si quieren dialogar. Les contaremos la verdad, nos escucharán y entenderán. Seguro que nos apoyan.
-¡Dame esa carta que te ha convencido tanto!-No le dio tiempo a que se la diese, antes se la arrebató de un tirón.

En el tiempo que el condestable leía él miraba al mensajero, hundido en su mierda. Se parecía al relato que narró aquella noche el condestable. Un hombre inocente sobre su propia mierda a punto de morir para prevenir un mal mayor. No era tan diferente al condestable. Él también había utilizado el cuerpo de una mujer para su beneficio, aunque obtuvo un placer diferente y tampoco se sintió un dios creador o destructor, solo un dios protector. Lo que siempre había soñado. Él no le había amputado la mano a un niño, pero habría dejado morirse a esa ladrona en aquel bosque, inconsciente y pasto de animales y hombres más animales que los propios animales.

El condestable y él buscaban lo mismo y sospechaban el uno del otro. En ese momento comprendió que el condestable no podía ser el envenenador. Lo sabía. Miró al príncipe, después otra vez al condestable y después al mensajero.
-Si no es ahora será pronto. El golpe siempre llega.
El condestable le miró por encima del pergamino.
-¿Qué dices?
-Si no nos movemos puede que se levanten en armas y el rey muera en su cama. Y si lo hacemos en una sola dirección puede que suceda cualquiera de esas cosas.
-¿Insinúas que debemos separarnos?
-Todavía no. Juntos debemos reunirnos con el máximo mandatario de la próxima ciudad. Una vez hablemos con él uno de nosotros se dirigirá a la reunión que con casi total seguridad celebrarán en el lugar más cercano de todas las ciudades, y el otro viajará al monasterio fronterizo. No podemos perder más tiempo.
-¿Y la guarida de la ladrona?
-Ese golpe pudo haberla matado. No estamos seguros. Y, en realidad no creo que ella tenga el cofre.
-¿Todavía os fiáis de ella? ¿Acaso no recordáis lo que consiguió aquella noche? Ella sabe dónde está el cofre.
-Y yo sé donde está el sol, pero no he encontrado la forma de hacerme con él.
-No podemos asumir riesgos, ya lo hemos hablado. El camino a la guarida, según nos señaló la propia ladrona, no es tan largo como el que lleva al monasterio. Es mejor intentar ganar tiempo.
-¿Y si no hay nada?
-Lo habremos perdido, pero no habremos arriesgado.
El guardián afirmó mirando de nuevo al mensajero.
-¿Qué hacemos con él?
El condestable se agacho agarrándolo por un hombro.
-¿Vas a contar algo de lo que ha pasado aquí?
-No, ser.-Aseguró con voz temblorosa.-Sé que en el fondo sois buena gente.
-Eso está bien, hombre. No sois tan ignorante como llegué a pensar. De hecho sois muy inteligente.-Le acarició la nuca.
El mensajero sonrió con el labio tembloroso, casi no le dio tiempo a mostrar una sonrisa más sincera cuando su cara impactó de nuevo contra el mismo tronco con el que se había estrellado. Y otra vez, y otra, y otra...aunque sobreviviese a los golpes jamás podría volver a sonreír.
-Yo también lo soy, y por eso no puedo dejaros con vida.
Un golpe más, un único grito más antes de que la cara impactase por quinta vez y dejase de respirar. Las heridas ahora sí eran graves, de hecho habían sido letales.
El guardián se encontró consigo mismo impasible, sereno, callado, observando. Debía haberlo detenido al segundo golpe, pero por fin el condestable había hecho algo inteligente: un asesinato que, más o menos, parecía un accidente. Podía decir en alto que lo sentía por el mensajero, pero en el fondo se sentía aliviado. El golpe llegó más pronto de lo esperado para él. Más bien, cuando todos lo esperaban.
-Pongamos rumbo entonces.
-Vamos.
Enrollaron el pergamino antes de meterlo en uno de los bolsos del cadáver. Las aguas volverían a su cauce.

No redujeron en exceso el ritmo, aunque en realidad el viaje estaba siendo más calmado ahora que tenían las cosas más claras. Al príncipe no le volvió a dar ningún ataque en la jornada que les ocupó, por suerte para ellos, pues desde que salieron de palacio sufría de ataques cada vez con más frecuencia e intensidad sin un motivo aparente. Los planes que tenía para él no pudieron llevarse acabo, aunque todavía quedaba mucho viaje por delante. Tal vez fuese mejor idea dejarlo en la siguiente ciudad, aunque siendo el príncipe podía usarse como moneda de cambio, poniendo en peligro su vida si las cosas se torcían. Mejor no separarse de su alteza.

Por la noche se mantuvieron en silencio junto a la hoguera, comiendo con tranquilidad lo que todavía llevaban encima. Por suerte para ellos los guardias llevaban también en sus caballos provisiones. En caso de que la ladrona y el guardia alto hubiesen muerto serían más que de sobra para el otro guardia. Para ellos dos también había suficiente comida.
-Siento la metedura de pata.-Interrumpió el condestable sus pensamientos con esas palabras que le pillaron por sorpresa.
-¿Cuál de ellas?-No pudo evitar mostrarse incisivo.
-¿Cuál va a ser? La de anunciar a los cuatro vientos que el rey ha sido envenenado...fue una estupidez.
-A no ser que pretendáis que cunda el pánico en el reino.-Sabía que no era así, algo en su interior se lo decía.
-Una lástima que sigáis sin fiaros de mi...guardián.
-¿Y lo decís vos? Os recuerdo que vuestra misión es vigilarme.
-No confío en la ladrona. Lo que hizo aquella vez...siempre pensé que fue cosa vuestra, que estabais enamorado de ella incluso, y que no pudisteis soportar lo que sucedió. Pero hoy he visto lo que habéis hecho por mantener el equilibrio del reino, dejar a esa mujer tirada cuando estábamos persiguiendo a ese hombre.-Apartó la mirada con cierta vergüenza-.Reconozco que me cuesta decirlo, pero creo que he estado equivocado durante mucho tiempo.
-Yo también con vos. No he querido decirlo en voz alta, pero creo que nada tenéis que ver con el envenenamiento del rey. No obstante...sigo desconfiando de su tío.
-No todos los tíos de los príncipes y reyes son usurpadores en los reinos ¿sabéis?-Se hecho a reír con una delicadeza impropia en él-.Puede que no se parezca a su hermano y nuestro antiguo rey en muchas cosas, pero sigue queriendo lo mejor para este reino.
-Siendo él quien se siente sobre el trono.
-Sentándose en él quien lo merezca.-Reafirmó con tono serio.
-¿Quién le envenenó, entonces?
Ambos miraron al príncipe, que comenzaba a balancearse mirando al fuego. Decidieron callarse.


El príncipe estaba ya dormido en su tienda. Pensaron que lo mejor era montar solo una para que durmiera uno de ellos con el príncipe mientras el otro vigilaba.
-Siempre soy yo el que cuenta historias sobre mis experiencias como soldado, pero vos nunca contáis nada. Sé que si llegasteis a guardián fue por la amistad que os unía al rey y por el error que cometieron otros, pero...
-No hay mucho que saber.
-¡Venga ya! Solo en este viaje...¡No! ¡Antes de salir de viaje un hombre más fuerte que tú os ha dado una paliza! Eso ya es algo.
El guardián forzó una sonrisa. El condestable seguía sin caerle demasiado bien, pero prefería tenerle de aliado que de enemigo.
-Haré la primera guardia. Ve a dormir con el príncipe.
El condestable obedeció no sin antes rechistar un poco por no poder escuchar esa historia antes de dormir. A veces era peor que un crío. Un crío capaz de cercenarle la mano a otro crío o de destrozarle la cabeza a un hombre contra un tronco.


Al día siguiente, tras dormir lo justo, retomaron su viaje a la misma velocidad que habían llevado los días anteriores. Los caballos estaban descansados y se notaba.
El paisaje no parecía cambiar demasiado según iban avanzando, la sucesión de bosques en ese basto reino era de sobra conocida por todos, pero siguiendo el camino era difícil perderse. No iban justo por el camino principal, a la velocidad a la que viajaban eran peligroso para los demás viajeros, cada vez más numerosos al acercarse a la conocida como última ciudad de la resistencia, pero lo seguían de cerca.
Y llegaron. Una ciudad como cualquier otra, no tenía nada en especial. Ajetreo matinal, gente riendo y maldiciendo, niños correteando, animales molestando... En la plaza había una estatua que el rey había permitido construir en la que se podía ver al general más importante que tuvieron en la ciudad luchando contra el guardián de un tatarabuelo del rey. Era evidente que batallas hubo en el reino, a pesar de no ser azotado por grandes guerras. Y al fin y al cabo hacía años que no había grandes problemas...hasta ese momento.

El condestable miró con desprecio la famosa estatua y, lo que es peor, a los habitantes del lugar. Algunos les señalaban, otros simplemente les miraban y otros les evitaban. Sabían a lo que iban, sabían quienes eran, no eran imbéciles.
Pasaron a buen ritmo entre ellos y se dirigieron al castillo situado al final de la corriente aunque bonita ciudad. Habían decidido no restaurar algunas marcas de las batallas del pasado, cicatrices que guardaban con orgullo incluso los más satisfechos con el monarca actual. Eran muestras de la fiera resistencia de un pueblo contra toda una nación, marcas del pasado que refuerzan la estabilidad y recuerdan a las nuevas generaciones lo que sucedió tiempo atrás, antes de que existiese tal estabilidad en el reino. Algunos ven esas marcas como señales de obstinación, errores del pasado que jamás debían volver a cometer. Unas marcas que nadie querría volver a sufrir, lo que haría más fácil evitar una guerra.

Al mostrar el decreto a los guardias de la entrada ambos se miraron reflejando cierta tensión. Hicieron llamar a un hombre que les acompañó, no sin antes desarmarles por completo. El castillo no destacaba por sus dimensiones. Era frío y triste, demasiado anclado en el pasado. Llegaron a una sala austera con varias mesas de madera situadas bajo un estrado en el que había una gran silla de madera.
La gente de las mesas, que tenía papeles y plumas sobre ellas e incluso jarras de cerveza que algunos se servían de un barril cercano, se callaron cuando les vieron entrar.
El hombre que les había acompañado, alto delgado y con un gran bigote castaño, les anunció. Por una puerta casi oculta tras la silla de madera apareció un hombre de rostro serio, también con un gran bigote, aunque este moreno, una cinta verde alrededor de la cabeza y un medallón con una inscripción en la frente.
  
Se sentó y les miró fijamente.
-No tenéis pinta de ser simples mensajeros.-Su voz atronó la sala.
-No lo somos, señor. Aunque podría considerarnos como tales.-Reconoció el guardián.
-Sé quienes sois, aunque no nos conozcamos en persona. A vuestro compañero, en cambio, le conozco.
Por la cara que ponía el condestable, no parecían viejos amigos.
-Entonces no hará falta decir que, junto a mí, el guardián de nuestro rey, se encuentra el condestable. Un hombre...
-Ya os han anunciado, no hace falta que os repitáis. ¿Quién es el crío?
-Vuestro príncipe, mi señor.
El hombre sentado sobre la silla de madera le miró dubitativo.
-¿Qué hace aquí?
-Es posible que os lleguen mensajeros en algún momento. Si no os han llegado ya, pero nos vemos en la obligación de adelantarnos e informaros sobre el envenenamiento de su padre, el rey.-Agarró al príncipe por los hombros con fuerza para evitar que sufriera un ataque, aunque casi seguro no surtiría efecto.
-¿El rey envenenado?-Dejó de fruncir el ceño para mostrarse sorprendido, solo habían enviado un mensajero a esa ciudad, el que habían interceptado ellos. Mejor así.-¿Quién a hecho tal cosa?
-Se esta investigando, mi señor. Pero no queríamos que lo supierais por terceros. No se trata de una maniobra silenciosa para cambiar la corona y las leyes que amparan a esta y otras ciudades. Al contrario, necesitamos vuestro apoyo. Ya sabréis que la capital os recompensará como es debido, sobreviva el rey o no. Por eso nos hemos traído al príncipe, debemos asegurar un heredero legal.
-¿Quién gobierna ahora, entonces?
-El tío de nuestro rey se está encargando de todo. Nos ha enviado para mantener las relaciones diplomáticas importantes. Sabemos que muchos fugitivos están organizados en grupos resistentes que hace años no actúan y que podrían ver en esto una oportunidad. También es posible que algunas ciudades decidan tomar la iniciativa para mejorar su estatus y hacerse con el control, no os lo negaremos, es una situación delicada.
Estaba siendo un vil mentiroso a la par que lo más sincero posible. El condestable le miró de reojo con desconfianza. Si mentía tan bien, ¿qué le impedía mentir sobre el asunto del envenenamiento? Seguro que era lo que le estaba pasando por la cabeza
 -¿Acaso no considera vuestro condestable, esta como la ciudad más problemática y la que, con mayor probabilidad, decida tomar la iniciativa para hacerse con el control?
-¡Oh no! Sabemos que no sois tan estúpidos, solo que...
-¿Estúpidos? ¿Nos consideraríais estúpidos por aprovechar un punto débil del que fue nuestro enemigo, el hombre que nos sometió?
-¡Ese hombre se ganó el derecho de gobernar! Sus antepasados consiguieron dominar el reino sin grandes guerras ni enfrentamientos.-Para sorpresa de todos no fue el condestable el que se dejó llevar por la ofensa, sino él mismo.
-Bien que batalló para asegurar el reino, no salió a sus antepasados, parece ser.
-Le obligasteis. ¿Quién decide enfrentarse a un rey que mantiene el equilibrio de un reino sin luchas y con justicia?
-El que tiene oportunidad de hacerlo, claro.
-¿Esos fueron vuestros motivos? ¿Por qué teníais la capacidad suficiente para hacerlo? Entonces sí que sois estúpidos.
El condestable miró al guardián sorprendido. Apretó los dientes para reprochar en silencio, pero el guardián decidió no hacerle caso a pesar de que sabía que le estaba mandando señas.
-Estúpido es venir a mi castillo a insultarme.
-¿Vais a encarcelarnos?-Preguntó desafiante.
-Sé lo que pretendéis y no voy a caer. Todos sabemos qué pasará si os arrestamos al poco de que todos conozcan la noticia del envenenamiento. Aunque, permitidme por lo menos deciros que como conservadores de relaciones diplomáticas sois nefastos.

Al día siguiente comenzaron a llegar informaciones de otras ciudades. Todo el reino conocía ya la noticia. En efecto, se iba a celebrar una reunión en la ciudad más central del reino para deliberar sobre cómo debían abordar el problema. Tal y como habían decidido, uno de ellos acudiría a la reunión mientras otro esperaría la llegada de la ladrona y los guardias que la acompañarían.
El guardián hubiese preferido ir directamente al monasterio fronterizo, pero tampoco le hacía mucha gracia tener que esperar a ladrona e ir juntos a su guarida para cerciorarse de que no tenía el cofre con las bayas. También tenía que  asegurarse de que el príncipe se mantuviese a su lado el mayor tiempo posible, y si había que ser diplomático desde luego prefería ir él mismo a la reunión. Había prometido al condestable no volverse a dejar llevar por la ira por muy mal que hablasen de su rey.

Finalmente así fue. Partió junto al príncipe y al representante de gobierno de la última ciudad de la resistencia a la asamblea que se celebraría en una ciudad situada más al sudeste, es decir, que se alejaban bastante de la dirección del monasterio y se acercaban considerablemente a la guarida de la ladrona situada más al este del reino. El condestable sería el que esperaría a la ladrona y partiría junto a ella.
Esperaba que el tiempo que perdiese en la reunión fuese el equivalente al que perdieran ellos en la guarida de la ladrona para así poder alcanzarles e ir juntos al monasterio fronterizo.

Partieron al día siguiente con una comitiva numerosa. No cruzó palabra alguna con ningún soldado, ni siquiera con el príncipe. Fue un viaje más incomodo que los que tenía con el condestable, pero sabía lo que tenía que hacer. Se alojaron en campamentos que levantaban en espacios amplios del bosque, para proseguir su viaje al día siguiente.
A él le dejaban dormir junto al príncipe en una de las tiendas. El príncipe no hablaba mucho, pero a veces se le quedaba mirando con unos ojos extraños.
-Debería hacer algo.-Pronunció el joven en la oscuridad de la tienda.
-Vos no debéis hacer nada, para eso estoy yo aquí. Solo debéis manteneros lejos de palacio y cualquier desconocido, y observar.
-Veo el fuego. El fin.
-¿Cómo?-No poder ver el rostro de quien decía tales cosas, aunque fuese el príncipe, le inquietaba.
-Deberías enseñarme a blandir una espada. Sé que dentro de poco lo necesitaré.
-¿Por qué lo dices?-Cada vez entendía menos al muchacho.
-Se acercan...lo siento. El reino impenetrable, ella...he visto su nueva prisión, su compañero de celda, sus alas. Pronto se desplegarán, cuando ambas cadenas se entrelacen. Y eso solo será el principio. He visto las bayas, el fuego junto a ellas...fuego sobre más fuego. Llamas de otro color. He visto mi muerte, la de mi padre...y la tuya. He visto tu muerte. Te he visto muerto. Te veo muerto. No...ya no te veo, ya no te veo. No quiero dormir. No quiero hacerlo para siempre...Sé por qué estoy aquí realmente. Y tengo miedo.

No le dieron convulsiones, no deliraba, no hablaba en sueños. Estiró el brazo. Le acarició una mejilla, húmeda. No le veía, pero sentía el miedo. Y ahora se había dado cuenta él también. Ese muchacho no estaba simplemente traumatizado por lo que vio aquella mañana en el jardín. Ese muchacho veía algo más, algo muy enquistado en su interior que no podía extraer ni descifrar. Necesitaría su ayuda para liberarse de ese peso. Y la tendría. Pero necesitaba tiempo.

Dos días después de llegar al punto de reunión y de organizar a los soldados, cada representante de las ciudades principales se presentaron en el edificio acordado, en una estancia austera con una mesa de piedra en el centro y banderas de sus respectivas regiones en cada rincón de la sala, tras el asiento que ocupaba cada uno de ellos. La reunión había comenzado.
Cada uno de los representantes llevaban uno de los obsequios que el rey les había otorgado con un título. El gobernante de la última ciudad de la resistencia mantenía el medallón en la frente con la palabra que ahora sí alcanzaba a leer, “voluntad”. El rey también le había obsequiado a él con algo más personal como guardián.
Todas las ciudades parecían estar de acuerdo en sitiar la capital y no dejar que nadie saliera hasta atrapar al asesino. Cada ciudad enviaría a dos agentes especiales para investigar y sus mejores doctores para tratar al rey. También utilizarían efectivos para rastrear a cualquier persona que hubiese salido de la ciudad en los días anteriores al sitio. Si se quería mantener la estabilidad había que tomar medidas rigurosas. Evidentemente, el actual mandatario, tío del rey y principal sospechoso no se tomaría bien todo esto, por lo que primaba que los documentos que declaraban al príncipe como heredero legal se firmasen rápido.

La sorpresa llegó cuando uno de los representantes sugirió que el sitio tuviese como objetivo no evitar que el asesino escapase, sino desgastar al tío del rey. Según aseguraba, con el rey a punto de morir y su joven hijo como heredero el reino no tenía asegurada la prosperidad de antaño ni aunque se cogiese al asesino. Era la oportunidad de cambiar las tornas sin necesidad de batallar. Un desgastamiento interno de la corona había acabado con el reinado del linaje de “los pacíficos”. Un nuevo mandatario más preparado que el príncipe y sin tanto riesgo a la traición debía coger el mando. ¿Sin tanto riesgo a la traición? Si un rey como el actual había sufrido una traición, difícil sería encontrar fidelidad máxima ante cualquier mandatario.

Tras esas palabras la reunión se agitó. Sorprendentemente, muchos apoyaron la idea. Pero ¿quién mandaría? El guardián debería haber intervenido, pero prefería esperar y observar. Enseguida la piedra que formaba la mesa se resquebrajó en dos, los que defendían esa postura y los que la tachaban de locura. Y cuando los bandos parecían claros decidió que era el momento de hablar.
-¿Vais a traicionar a un rey que se ha desvivido por vosotros y que os ha tratado como hermanos?-Preguntó con cierta molestia en medio de la agitación de los allí presentes.
-No hemos sido nosotros los que le hemos traicionado.-Respondió uno de los representantes-.En todo caso eso se lo debemos al envenenador. Nosotros solo miramos por la supervivencia del reino. Si nos mantenemos fieles a las leyes actuales los que acabaremos perdiendo somos nosotros. Algunos de los reinos vecinos están en crisis, no podemos permitirnos flaquear nosotros también, debemos coger las riendas cuanto antes.
-Debéis coger las riendas, sí. Pero solo uno puede dirigir a todos los caballeros que decidan cabalgar en pos de esta locura. ¿Quién será?
Hubo un silencio. Todos se miraron. Había dado con la pregunta clave que abría una nueva brecha en la mesa. Estaba ganando tiempo para el reino, pero perdiendo tiempo para su rey.
Comenzaron los insultos, los reproches, los gritos, las maldiciones, los juramentos, las amenazas...las miradas desfilaron como cuchillos que acabaron clavándose convertidas en palabras. No se llegó a un acuerdo. De momento comenzarían a movilizarse hacia la ciudad para sitiarla y apoyar al rey, aunque había posibilidades de que a mitad de camino organizaran alguna otra reunión improvisada para determinar si se dejaba morir al rey, acabando con su tío e instaurando un nuevo gobierno encabezado por alguno de ellos. El consenso no sería sencillo. Y no lo fue.

Cayó la noche. Habían comenzado el viaje bien temprano, aunque debido a la cantidad de soldados que llevaban no habían recorrido una gran distancia.  El fuego de las fogatas se había apagado, la brisa mecía la tela de las tiendas y el silencio se convertía en el único gobernante con derecho a imponer su orden. Pero hasta el silencio fue traicionado. Su gobierno duró poco, pues el sonido producido por uno de los tantos que viajaban con ellos lo destronó. Y después nuevos gobernantes comenzaron su mandato: la muerte y el miedo.
Su mirada de terror le hizo sentir vivo. Era lo que se merecía, lo que se habían buscado. Era un pequeño movimiento que desencadenaría un cambio, un poco más de sangre que brotaba sin aparente sentido y que conformaba ese río que purificaba la tierra que pisaban. Sangre sin derechos de gobierno que brotaba por un cuello con demasiada carne hasta derramarse sobre unas botas enormes bañadas en oro con una inscripción: “firmeza”. No mostró tanta firmeza cuando tuvo que enfrentarse a la muerte, cuando tuvo que mirarle a los ojos a él, vestigio del origen y la cura, del veneno para la plaga que se vertía una última vez por propia voluntad, necesitando para la próxima un impulso que pronto encontraría.

Y un nuevo grito azotó el campamento que despertó al guardián. No estaban siendo atacados ni asaltados, que es lo primero que se le pasó por la cabeza, se trataban de asesinatos aislados. Las conspiraciones para gobernar habían comenzado. Tiempo, valioso tiempo que sabía ganaría sembrando la semilla de la discordia. Todos salieron de sus tiendas alterados, buscando el origen de los gritos, los cadáveres de sus representantes, cada uno de un bando. Uno de ellos era el representante que estaba totalmente de acuerdo con el derrocamiento del actual gobierno, el gobernante de la última ciudad rebelde, el hombre que le había acompañado, ahora con la medalla de la frente metida en un ojo. Sus antepasados tuvieron la voluntad suficiente para enfrentarse a todo un reino y él la tuvo para retomar ese enfrentamiento ostentando el trono que según él les hubiese correspondido por la fuerza y, precisamente, la voluntad que demostraron. Pero la voluntad le había dejado literalmente ciego, o más bien tuerto. Aunque en realidad no importaba, su voluntad le llevó a la tumba.

El otro cadáver era, precisamente, de uno de los gobernantes que defendían que el rey enfermo debía ser protegido y encontrado su envenenador. Sus pies ya no pisaban con firmeza, sino que colgaban de la mesa en la que su cuerpo estaba tumbado. El dorado de sus botas perdían esplendor manchadas de rojo, pero ganaban en fiereza, le otorgaban un aura especial que ya no poseía su mirada. Mostró su firmeza en la reunión, pero con las palabras no aplastas a los traidores y te proteges de los demás conspiradores, desde luego. El tajo en el cuello del gobernante con el emblema de “firmeza” era mucho más profesional y limpio, mientras que el hacha en el cráneo del tuerto con voluntad denotaba una brutalidad de la que, por desgracia, incluso en el reino más pacífico, te acababas acostumbrando.

Y todavía quedaba descubrir lo más hilarante, el único gobernante ausente era otro de los partidarios en aplastar al monarca actual y todo su linaje ahora que se encontraban débiles. En apariencia él había realizado uno de los asesinatos, si no había perpetrado ambos; una decisión inteligente por su parte si no hubiese escapado, pues todo apuntaría a él sin crear una desconfianza firme entre el resto de los representantes. Pero, al apartar el medallón con la inscripción de “voluntad” del ojo convertido en una masa sanguinolenta y viscosa descubrieron en su cuenca una nota mal doblada, casi arrugada. Esa nota llamaba en armas al resto de hombres que le apoyaban. Según contaba el asesino en la carta, había acabado con uno de los gobernantes que apoyaban su idea, el gobernante de la última ciudad rebelde, porque sabía que daría problemas a la hora de negociar quién sería el más indicado para retomar el gobierno. Prometía, por su parte, no cometer un acto así de nuevo si se unían a él el resto. Estúpido, muy estúpido escribir una carta así. Como si eso asegurase que todo fuese a ir sobre ruedas si decidían seguir a alguien que era capaz de asesinar por el poder del reino y como si el resto de gobernantes les fuesen a dejar ir tan fácilmente. Sorprendentemente había más estúpidos entre el resto de gobernantes y ninguna nota en el otro cadáver. Lo cual parecía indicar que el asesino del gobernante que había jurado proteger al rey era otra persona, o bien un partidario de la abolición o de la restauración, consiguiendo sembrar la desconfianza necesaria para comenzar un conflicto justificado. Fuese como fuese ambos asesinatos daban alas a los dos bandos.

Cada gobernante aumento la vigilancia de su pellejo y el de los demás, nadie se fiaba de nadie. El único que no contaba con vigilancia era él, que tenía que encargarse de vigilar al príncipe. Al día siguiente comenzaron las primeras deserciones de ambos bandos. Puesto que el asesino había escapado con algunos de sus hombres, era de suponer que en los alrededores había vigías para evitar a los posibles enemigos y conducir a los aliados, aunque era peligroso fiarse incluso de los que en la reunión le habían apoyado, pues podía ser una trampa. Era una situación complicada para cualquier bando. En uno de los campamentos, ese mismo día, hubo un duelo entre dos gobernantes que acabó con la muerte de uno de los que defendían a la monarquía y la huída de su rival, que fue aniquilado a flechazos. Cayendo la noche hubo una pelea entre varios soldados que acabó con una veintena de muertes y la deserción de otro de los gobernantes. Veintitrés ciudades, veintitrés gobernantes y ya solo quedaban diez que mantenían la cordura y continuaban su viaje todo lo diplomáticamente que podían.

Pasó un día más, un día más en el que se podría haber esperado que el príncipe temblase como un conejo, pero nada de eso. Parecía asumir que todos acabarían matándose entre ellos, parecía no asustarle tanto la idea del desorden en cada campamento que montaban y los asesinatos entre la gente que les rodeaba como las consecuencias de todo esto. Una noche el guardián lo encontró de pie contemplando una fogata cuyo fuego, por la incompetencia del soldado encargado en encenderla, se había extendido hasta una tienda cercana.
-Lo veo. Somos nosotros y son ellos. Sois vosotros. Nuestro reino. Se extiende...
Varios hombres echaron un cubo de agua para apagarlo.
-Y siempre estará ahí.-volvió la mirada a la fogata encendida que había provocado ese pequeñísimo incendio en la tienda.
¿Estaba loco? ¿Qué le esperaba al reino con él sentado en el trono? ¿Se sentaría algún día en el trono?
Un nuevo cadáver esa noche y una nueva huída.


A la tarde siguiente ya solo quedaban cinco gobernantes. Tres que defendían a la monarquía y dos que habían manifestado su intención de sitiar la ciudad para aplastarla. Ese día habían pasado por alguna ciudad, descubriendo que sus habitantes ya habían sido llamados a las armas por ambos bandos. Todo se estaba movilizando demasiado rápido y había que posicionarse. Cuatro de los gobernantes se acercaron a su tienda esa misma tarde. Ya no tenía sentido seguir movilizándose hacía la capital con tan pocos efectivos y la posibilidad de entrar en una guerra.
-Disponéis de unos minutos para atendernos, supongo.-Espetó uno de los cuatro gobernantes, el de la hombrera con la inscripción de “fiereza”.
-Por supuesto, siempre hay tiempo para los fieles al rey.-Miró al único que no lo era-.Incluso para los que no lo son y están dispuestos a hablar.
-Barajé como una buena idea asegurar el reino sin riesgos, no empezar una maldita guerra entre todas las ciudades.-El hombre con el colgante de “perspicacia” se mostraba visiblemente molesto con el comentario del guardián, pero también con los últimos acontecimientos.
-No hay tiempo para discusiones, necesitamos saber si contamos con vuestro apoyo o volveréis a la capital para informar al tío del rey.-Había hablado el de los guantaletes en los que se podía leer “fidelidad”.
-Cuando habláis de mi apoyo os referís a mi espada, puedo suponer.-El mismo gobernante afirmó con la cabeza.
El guardián hizo una pausa y miró al príncipe.
-He de atender algunos asuntos lejos de aquí. Creía que mi presencia aquí iba a ser de más utilidad para evitar un conflicto, siento que no haya sido así.
-Pero ahora sí es de utilidad para acabar con el conflicto.-Aseguró el último gobernante que quedaba por hablar. A ese no le veía ningún emblema en la ropa o la cara que destacase como el del resto. Puede que lo tuviese guardado o fuese imperceptible a simple vista, qué importaba.
-¿Cuál es vuestro plan?
-Atacar la ciudad de cada gobernante que ha desertado. Que se queden sin refuerzos. Y si podemos pillar a alguno en su hogar mucho mejor.-El del emblema de “fiereza” hizo honor a su título.
De nuevo el guardián decidió pensar bien lo que debía responder.
-Me proporcionaréis un contingente y viajaré a la ciudad más cercana del lugar al que me dirijo, después cederé el mando a otro hombre, el condestable. Posiblemente le conozcáis.
-Si no fracasáis.-Señaló el perspicaz del colgante.
-Recemos para que no suceda tal cosa. De mí depende algo más que el derrocamiento de uno de los gobernantes.
-Bien. Y esperamos que vuestro amigo el condestable sea también efectivo en combate.
-Por mucho que pueda molestarme, os aseguro que puede llegar a ser incluso más fiero que cualquiera de los que estamos aquí. Sin querer quitaros honores.-Dijo en tono de broma al gobernante de la hombrera-.Os ayudará contra más ciudades y desertores. Supongo que también contaréis con el apoyo de otros gobernantes que han huido persiguiendo a los traidores.
-Contemos con ello.-Suspiró el gobernador perspicaz.

Era perfecto. Solo perdería tiempo invadiendo una pequeña ciudad que, con suerte, a penas contaría con resistencia y los recursos militares suficientes. Después pondría rumbo al lugar señalado por la ladrona con la esperanza de que todavía se encontrasen allí con ella. El condestable no podría resistirse a la idea de combatir en nombre de su rey, lo que le dejaría el camino despejado para viajar solo con el príncipe y posiblemente uno de los guardias del condestable al monasterio fronterizo, conseguir las bayas y volver a la capital sin incordios que le molestasen. Evitaría el conflicto durante el viaje y recorrería las distancias lo más rápido posible. Sabía que su rey aguantaría vivo el tiempo que hiciese falta, se curaría gracias a las bayas y recuperaría el control y la confianza del pueblo, restaurando el equilibrio y acabando con la crisis que les había azotado. Lo juraba como guardián de su rey y protector de ese reino.

Los hombres sobre los caballos se situaban tras él, preparados para seguir sus órdenes. Eran soldados del gobernante con la inscripción de “fidelidad”, creía que era lo más propio y veía improbable que el rey concediese títulos con ironía. Ese gobernante le inspiraba confianza, así que tomó la decisión de pedirle recomendación sobre sus mejores y más fieles hombres para que se encargaran de la protección del príncipe mientras asaltaban la ciudad. Ya podía no meter la pata y no estar ofreciendo en bandeja al príncipe a los hombres de ese gobernante. Al fin y al cabo no se le ocurría una idea mejor para poner a salvo a su alteza durante la invasión.

Antes de partir intercambió miradas con el quinto gobernante y único que no se había presentado en su tienda. Era uno de los que se había ofrecido para sitiar la ciudad con el fin de acabar con el actual mandatario y no de defender al rey, y en cambio era ese gobernador quien no se fiaba de él, según le habían dicho los otros cuatro. Salió del campamento con sus jinetes rumbo al este. Cerca de donde se encontraba la guarida de la ladrona llegarían a una ciudad gobernada por uno de los traidores, ese era su objetivo.
Antes de ser guardián había lidiado con situaciones difíciles, matado a gente y mantenido el orden a la fuerza, pero jamás se había visto en una igual, el asalto de una ciudad con inocentes para presionar a  su gobernante y dejarlo sin refuerzo alguno con el que contar para una posible reconquista.

No se sentía bien, pero tampoco se encontraba incomodo en esa situación. Era extraño saber lo que estaba a punto de hacer y lo bien que le hacía sentir su posición frente a hombres que ni siquiera eran suyos a punto de entrar en combate para proteger el reino, ejerciendo su función de guardián. ¿En qué lugar le dejaba eso? ¿Acaso importaba?  Haría su trabajo, aplicaría su justicia y evitaría la caída de un linaje que había obrado siempre justamente. Unos civiles pagarían la insensatez de un traidor. Una historia ya muy antigua que puede encontrarse en muchos relatos. Y así sería siempre, la gente que nada tiene que ver con los conflictos acabará pagando con su sangre. Y a él, esta vez, le tocaba derramar esa sangre.

Guardián. Una palabra cargada de fuerza, un cargo cargado de responsabilidad. Un título inspirador de confianza, un nombre que daba seguridad. Llevado por un hombre que participaría en una matanza. ¿Guardián de qué? De un rey, esa es la primera respuesta que saltaba a su cabeza. De todo un linaje, si se pensaba con detenimiento. De todo un reino si se era justo. ¿Qué pensarían los que les veían llegar cabalgando sus caballos, gritando por la euforia, comandados por ese guardián, ese protector, ese escudo que arremetía con bravura contra sus puertas? ¿No eran ellos parte de ese reino? ¿Fieles a ese linaje? ¿Humildes servidores de su rey? Lo eran. Habían sido justos respondiendo con su trabajo y sus escasos impuestos a la bondad de su rey, y justo era protegerlos de cualquier mal. Pero ¿quién les defendería de su defensor? ¿Qué hacer cuando la justicia utiliza su balanza como soporte para nuestras cabezas? ¿Qué hacer cuando esa mujer ciega ha de mirar a dos sitios a la vez? Que ha de decidir qué lugar le interesa más mirar, pues si intenta abarcar con su frágil cuello todas las perspectivas acabará rompiéndoselo, y si eso sucediera moriría sin poder mirar ya a ningún sitio.

Y ahí se colocó la enorme mujer con una venda en los ojos, dando la espalda al portón de la ciudad, mirando a los jinetes que estaban a punto de irrumpir en ella, mirando al guardián. La vio, por un momento vio a través de los vendajes, por un solo instante le vio los ojos. No estaba ciega, alguien le había puesto una venda, pero no estaba ciega. Y en ese momento le miraba solo a él, como si en él pudiese hallarse la respuesta de la justicia, la que todos buscaban para sí. Posiblemente eso es lo que todos viesen, a una dama que les miraba diciéndoles “tú tienes la verdad, la única justicia que debe impartirse”. Por desgracia algunos decidían violar a la bella, aunque dura dama, cuando se ponía en sus caminos.
Y aunque la mirase con sinceridad, buscando lo que quería decirle con sus ocultos ojos, no podía aguantarle la mirada. Era el guardián, el guardián de todo y el guardián de nada más que de su propio interés. Y entonces la justicia dejó de mirarle, pero sin apartar los ojos de él, ni siquiera la cabeza. Fue extraño, pero ya no sentía que le mirase a él. En cambio ahora la mirada le tranquilizaba más. La justicia sonrió y se esfumó. Cuando volvió en sí mismo vio lo cerca que estaban de irrumpir ya.
No siguieron ningún procedimiento, como bárbaros penetraron sin nadie que se les opusiese. Solo los gritos, los llantos y el miedo, pero no eran opositores suficientes para que se detuviesen. El guardián sintió algo que le quemaba el pecho, posiblemente lo que cualquiera de sus jinetes sentía al entrar en batalla. No...no era la exaltación propia de un acto como ese, era algo más. Sintió un deleite impropio que se combinó con el horror que contemplaba. La justicia se había ido antes de comenzar, cierto. Pero él seguía ahí, y ahí seguiría hasta el final. Hasta el final de todo.

Sin bajarse del caballo perforó pechos de hombres que no lo sacaron en un intento de alardear ante un peligro real, atravesó gargantas de mujeres que se desgañitaban al ver morir a sus hijos, arrolló a niños que corrían buscando a sus madres, decapitó a personas que muy posiblemente no habían hecho nada más que trabajar para mantener su estómago lleno y su cabeza sobre los hombros. Se enfrentó a otros soldados que, en un intento de proteger la ciudad en ausencia de su gobernante, murieron aplastados por los caballos que ellos mismos mataban, o destrozados por las espadas a las que decidían hacer frente. No duró mucho, no para ellos. Posiblemente supusiese una eternidad para quienes seguían tendidos en el suelo, desmembrados y gimiendo de dolor.
Lo siguiente que tuvieron que hacer fue quemar el castillo. Sí que era atractivo el fuego. Se extendía con tanta facilidad...Se extendía sin remedio y sin malas intenciones, simplemente actuaba según su propia naturaleza. E igual que nos puede calentar las noches de intemperie más frías y nos ayuda a cocinar alimentos que de otra forma nuestro estómago no digeriría, puede arrasar con lo que más queremos, hacernos un daño atroz e incluso matarnos de la forma más horripilante. ¿Es injusto el fuego? No, solo es fuego. El príncipe lo sabía y por eso lo contemplaba. Disfrutaría con ese espectáculo que se contemplaría muy seguramente varias millas más allá de la ciudad. Mirándolo tal vez buscaba la respuesta, la justicia de la que todos nos adueñamos, pero que nadie encontramos. Tal vez solo esperaba a las cenizas para buscar lo que había más allá de esa justicia. Tal vez solo por que le atraían las luces y los colores que desprende. Tal vez porque el mundo que conocían se había cimentado con fuego y se desmoronaría fruto del mismo fuego. Un fuego que nadie, jamás, podrá apagar y al que todos deberán hacer frente, acostumbrándose a su envoltura y aceptando el dolor que esa noche nadie pudo evitar.
Era solo fuego, nada más. Y esa noche, un fuego que debía ser placido para ellos, resultó tortuoso. Por eso, para poder conciliar el sueño, apagar los gritos y borrar la sangre tuvo que repetirse una y otra vez la misma frase. Solo era fuego, nada más que fuego, fuego, fuego...fuego. 


La primera imagen pertenece al usuario de deviantart artastrophe http://artastrophe.deviantart.com/art/Hierophant-352762334

La segunda imagen pertenece al usuario de deviantart JakeMurray http://andreiaugrai.deviantart.com/art/Save-the-Villagers-342317653