lunes, 11 de mayo de 2020

La última lágrima del Elegido




Intento mantener la calma, convencerme una y otra vez de que esto es lo correcto, el único camino, consecuencia directa de los errores de los jedi. He obrado bien, todos ellos merecían la muerte. O tal vez no, ¿y si me he equivocado? La duda me golpea el corazón y me desequilibra, obligándome a aferrarme con firmeza a la barandilla.
Ya no hay marcha atrás, y eso me aterra por momentos. Para mantener el tesón cierro los ojos e intento sentir la Fuerza Viva de la que tanto hablaba mi primer y efímero maestro, Qui-Gon Jin. Estoy aquí y ahora, en esta situación, por ella. No por la galaxia, por la paz o la justicia; estoy aquí por Padmé. Fue en ella la primera vez que vi la Luz más allá de mi madre. No la vi en las palabras de Qui-Gon, no en la figura de Yoda ni en los ojos de los miembros del Consejo Jedi, tampoco en las enseñanzas de Obi-Wan, sino en aquella muchacha de 14 años. 

Y no sólo fue la primera vez que vi la Luz en otra persona que no fuera mi madre, me atrevería a asegurar que fue una de las pocas veces que la vi y la sentí; en el mismo lugar triste, apartado y oscuro en el que nací y me crie. Pues, a pesar de ser un planeta con dos soles, Tatooine es el lugar más oscuro que conozco, más incluso que el planeta Dathomir. Un lugar abandonado por la República a la suerte de sus habitantes, donde el civismo escasea más que el agua, mientras el salvajismo, el contrabando y el esclavismo prosperan sin nadie que lo impida, donde la vida de un niño y su madre valen menos que una vaina de carreras. Un lugar en el que una madre se ve obligada a decir adiós a su hijo de nueve años, dejando que un desconocido lo lleve a una vida de conflictos y militarizada sólo porque, incluso esa, sería una vida mejor y más digna. Un planeta remoto en el que sobrevive el que dispara primero y demuestra ser tan vil como el resto. Allí no hay lugar para seres puros como mi madre, Shmi: una mujer fuerte y resiliente que me crio ella sola en las peores condiciones, encontrando su fatal desenlace en las manos de esas bestias a las que exterminé.

Aquella vez no fue la primera que tuve esa sensación en mi interior, en absoluto. Ya con la muerte de Qui-Gon sentí algo similar. Una sensación de ahogo provocada por la frustración y la ira. No hay que dejarse llevar por ella, repite una y otra vez Yoda. ¿Qué he de hacer, entonces? ¿Contemplar con pasividad cómo asesinan a mi madre sin merecerlo? ¿Perdonar a criaturas sin sentimientos que mañana volverán a hacer lo mismo con otro ser inocente, si es que queda alguien inocente en aquel desierto infinito? ¿Podemos abandonar la esencia de un jedi para luchar en pos de la República y no en defensa de nuestros seres queridos? ¿Acaso no merecen nuestra venganza? 
 Es propia de los sith, dicen. Tampoco es propio de un jedi enamorarse ni tener hijos, sólo es propio de un jedi luchar, pero no por quien realmente lo necesita cuando lo necesita. ¡No es justo! Ese día debía empuñar mi sable láser más de lo que nunca había debido hacerlo, mi madre así lo merecía. No negaré que los lamentos de los niños de esos moradores de las arenas me perturbaron durante un tiempo, pero sé que algún día habrían cometido una barbaridad similar a la de sus padres. Si los jedi no pueden eliminar el problema de raíz, ¿para qué nos necesita la galaxia?
Nunca había dejado fluir mis sentimientos más profundos como ese día, nunca había desatado ese nudo que me atenazaba desde que abandoné Tatooine, jamás había demostrado mi odio hacia ese lugar más allá de las palabras como lo hice aquella noche. Tuve miedo, pues mi conducta fue la de un sith. Incluso había escuchado el eco de la voz de Qui-Gon gritándome que no lo hiciera en algún rincón de mi mente que ignoré.
También sentí rabia hacia mí mismo por no actuar antes cuando tuve esas visiones y hacia la Fuerza por darme ese poder clarividente sin dejarme libertad de acción, ya que por aquel entonces pensaba que los jedi y la Fuerza eran uno sólo, y, teniendo en cuenta que los jedi y sus reglas me ataban en corto, de alguna manera era como si la propia Fuerza y las “normas” que la rodeaban también lo hiciese. Al tiempo que me daba alas me las cortaba. Pero cuando tuve esas visiones sobre Padmé juré que no pasaría lo mismo.
Fue Padmé la que ese día estaba allí, la que me escuchó y me consoló. No sólo no se asustó por mis palabras o por mi furia y mi odio patente, sino que me supo tranquilizar. Sentí su mirada penetrándome, intentando ver mi propia luz entre tanta oscuridad; a veces parece que sólo ella es capaz de encontrarla y comprenderme, la única que confía en mí. Ese día, cuando me derrumbé, sentí su luz como el primer día, pude notar su calor mientras me arropaba y dejaba que llorara desolado por la pérdida.

Ese fatídico día tuve a mi lado al ángel que me fascinó cuando era un infante, al ángel que se prendó de una ternura que no tardé en perder, al ángel que me dio un motivo por el que vivir más allá de la esclavitud, la servidumbre, los combates y la guerra. Un ángel que me apaciguaba con su sola presencia y con el sonido de sus palabras -incluso cuando manifestaba sus ideas políticas contrarias a las mías-, que me hacía sentir dichoso en el día más desgraciado de mi vida, que me hacía sentir en Tatooine como si estuviera rodando por las praderas de Naboo, en aquellos momentos en los que el mal y la muerte sólo se fingían tras jugar montados en un shaak. Ella estuvo allí el día que enterré a mi madre y, con ella, una parte de mí, a aquel niño esclavo y dulce del que, diez años después, e incluso en aquel momento, sólo quedaba su fascinación por aquel ángel. Bajo la ardiente arena de Tatooine yacen mi madre y parte de mi luz, sepultada en las sombras de esa tumba solitaria. Al fin y al cabo esa era una luz que sólo le pertenecía a ella y allí debe descansar durante toda la eternidad.
¿Y qué me queda ahora? Sombra, la sombra proyectada por la República, los jedi y las palabras de mi nuevo maestro, Palpatine; Darth Sidious, más bien. Sólo la luz de Padmé mantiene una pizca de mi cordura a flote. Poco me importan ya la política y el Imperio que Sidious quiere forjar tras el derrocamiento de sus enemigos, tan sólo me importa salvarla a ella. Estaría dispuesto a matar a Palpatine tras enseñarme el poder de traer de vuelta a los muertos, para, así, autoproclamarme Emperador junto a mi Emperatriz, y juntos regir la galaxia con sabiduría y firmeza.
Desaparecerían la esclavitud y los sindicatos del crimen, el hambre y la guerra, la monopolización de la Fuerza por parte de jedis y sith. ¿No querían los jedi equilibrio? Pues lo tendrán. Mi oscuridad y la luz de Padmé guiarán a cada ser vivo de esta inmensa galaxia, la Luz y la Oscuridad, el verdadero Lado Luminoso y el auténtico Lado Oscuro. Seremos justos, pero contundentes y nadie se atreverá a cuestionarnos.
 
¿Y sí Padmé no lo aprueba? Dudas, otra vez. Si ella me traicionara, si desaprobara lo que he hecho… no quiero ni pensarlo, no sé cómo actuaría. Pero no podría matarla, no podría hacer lo que hice con los tusken, los separatistas o esos niños jedi. Todos eran peligrosos, todos habían aportado su granito de arena para destruir la galaxia, incluso los niños estaban siendo instruidos para ello.
Pero Padmé, ¿cómo hacerla daño cuando sólo está equivocada? No sé vivir sin ella; si lo he destruido todo ha sido por ella, y si ella me abandona yo acabaría destruido. Nunca más volvería a ser un ser humano, hasta el día de mi muerte sería lo más parecido a una máquina que existe, caminando hacia delante con el fin de volver a ver la Luz, su luz, algún día. Con el fin de encontrar respuestas a preguntas que no dejan de acosarme, con el único fin de volver a ver al ángel mientras camino entre demonios. Dispuesto a servir a un bien mayor que mantenga estable la galaxia al mismo tiempo que espero una señal de que su luz existe todavía más allá de las estrellas.
Una luz que es intensa en mis recuerdos: recuerdos de nuestro primer beso en Varykino, nuestra boda envuelta en tantas sombras como luces frente al Lago de Retiro, nuestro apasionado beso en la arena Petranaki de Geonosis -un beso que nos liberó mucho antes de que se soltarán los grilletes-, la primera vez que demostramos nuestro amor más allá de los besos entre las sábanas de la cama de Padmé en su apartamento, el día que me anunció su embarazo… Todos esos recuerdos estarán por encima de la oscuridad y el dolor pase lo que pase, todos ellos me guiarán entre los escombros de aquello que algún día amamos.

Pero nada malo va a pasar, porque sé que su amor por mí está por encima de su amor por la democracia y la República, y porque no permitiré que nada malo le pase cuando dé a luz a nuestro hijo. Luke será su nombre, y ni en un jedi ni en un sith se convertirá, pues trascenderá como lo he hecho yo. No se verá arrastrado al abismo por unas absurdas normas de un Consejo que ha olvidado el significado de la Fuerza y que no conoce el significado del amor. No conocerá la desconfianza ni le temerán por su poder incomprendido: le respetarán y continuará el legado de su padre para que la galaxia no vuelva a ser la que era. 
Y si con su nacimiento la muerte recibe a Padmé, me encargaré de resucitarla con el poder que me otorgue Sidious. Un poder antinatural, afirman todos, pero ¿cómo puede ser antinatural traer de vuelta a la vida a un ser que amamos? Si los jedis tienen prohibido contraer matrimonio y vincularse emocionalmente de  ninguna forma con nadie, es lógico que no comprendan la necesidad de usar ese poder que está por encima del bien y del mal. Usarlo no es algo que me convierta en un sith, de la misma forma que ese nombre que me ha otorgado Sidious: Darth Vader, tampoco lo hace.
Haré lo que desee mientras me ofrezca lo que necesito. Seré partícipe, una vez más, de los juegos de aquellos que son cortos de miras con tal de que su corazón vuelva a latir en caso de que se pare. ¿Acaso no usamos la Fuerza para alterar las funciones cognitivas de los más débiles de mente? ¿No es eso antinatural para los jedi? Solo son unos traidores ignorantes, pretenciosos y sectarios que se cierran a utilizar todo el potencial y las maravillas infinitas que nos ofrece la Fuerza y que, seguro que en algún momento, los primeros jedis de hace miles de años utilizaron sin etiquetar con esa facilidad despreciable a quienes lo hacían. 

Los jedi se equivocan, siempre han estado equivocados, tan equivocados como cuando acusaron injustamente a mi padawan Ahsoka de un crimen que no cometió. Ella se fue por voluntad propia, e incluso cuando tuvo oportunidad de volver no lo hizo. Nos ayudó hasta el último momento luchando por lo que creía, pero sin dejarse engatusar de nuevo por el Consejo Jedi y sus mentiras. Fuiste lista, Chulita, como siempre lo has sido. Otra de las pocas luces que han iluminado mi vida. Una togruta indómita, más testaruda que yo, pero con un corazón puro que lucha por lo que cree que es justo, que se cuestiona cosas y que ha sido tan pisoteada como lo he sido yo por los que una vez luchó. ¿Habrá sido exterminada como una jedi más tras ejecutarse la Orden 66?
Lo último que supe de ella fue que se trasladó a Mandalore junto a Rex para dar caza de una vez por todas a Darth Maul, otra marioneta que ya ni siquiera es un sith, como muchos le denominan erróneamente. Fue utilizado como un juguete más por los poderes superiores que pugnan por controlar la galaxia, desechado como un despojo tal y como fuimos desechados por los nuestros Ahsoka y yo. 


Ojalá mi joven padawan haya sobrevivido, y, si lo ha conseguido, espero que los caminos de la Fuerza nos unan de nuevo y apruebe todo lo que he hecho con los jedi que tanto daño le hicieron. Espero que comprenda en qué me he convertido y decida trascender ella también, pues combatir contra la mejor jedi que he conocido y una de las personas que más he querido sería demasiado doloroso, una carga más que no sería fácil soportar.
 Las últimas palabras que me dirigió fueron: “buena suerte”.  No pude devolverle las palabras, no pude decir nada. La miré y, antes de apartar mi rostro de ella, percibí en su interior lo que yo mismo sentía. Ambos sabíamos que era una despedida y que necesitaríamos esa suerte, pues nuestros destinos están envueltos en una sombra creciente, tan oscura que nos es imposible siquiera imaginar qué nos espera más allá. Ojalá tu suerte me acompañe, Ahsoka. Ojalá. 


También Obi-Wan en nuestro último encuentro deseó que me acompañara la Fuerza. Una consigna que utilizamos con inercia, sin pensar, sin sentir. ¿Lo sentía Obi-Wan realmente cuando me lo dijo por última vez? ¿Era consciente de lo que era realmente el Consejo Jedi? Pues claro que lo era, formaba parte del Consejo. Son muchas las veces que pensaba que estaba contra mí, a pesar de ser como un hermano. Ni siquiera me defendió cuando me aceptaron en el Consejo presionados por Palpatine sin concederme el título de Maestro. Era uno más de una Orden Jedi corrupta cuyos jedis tenían ya el juicio nublado. Para mí era la otra luz que me ayudaba a mantenerme en pie, pero a veces sentía que se apagaba y me abandonaba. Ahora sé que lo ha hecho. Algo me dice que ha sobrevivido a la Orden 66 y que, en algún momento, irá a por mí. Un odio creciente se apodera de mis sentimientos hacia él, siento que ha traicionado mi confianza y el amor que le he ofrecido. Siento que todavía se siente superior a mí, que subestima mi poder y que le repugna lo que he hecho. Él si tendrá que morir, es mi enemigo y pagará todos sus errores cometidos con aquel al que debía anteponer a los intereses políticos de su querida Orden. 
Abro los ojos y enciendo mi sable láser azul pensando en un combate inevitable que tarde o temprano decidirá el destino de ambos. Su zumbido aviva los gritos de los niños que aniquilé. Es azul, pero en realidad ya está teñido de rojo, un color que tarde o temprano empuñaré hasta mi último aliento. Intento centrarme en el combate que se avecina, pero los llantos de los niños jedi me acosan como me acosaron los de los críos Tusken, y su chillido es más agudo y doloroso, solo Padmé puede acallarlos. Necesito sentirla cerca, necesito abandonar este planeta ardiente para siempre y abrazar a la mujer que mantiene los pilares de mi existencia, necesito que haga callar a esos niños, que silencie el sonido de su carne siendo perforada y el de sus suplicas desesperadas, que borre de mi mente las imágenes de aquellos que se escondían temerosos de mi sable tras los sillones del Consejo que no pudieron protegerles de mis ataques. La necesito más que nunca.
 Apago el sable y lo guardo en mi oscura túnica esperando que vuelva el silencio en mi mente. 



Siento una lágrima recorriendo mi mejilla, no soporto este ardor en mi corazón, en mi mente y en mis ojos. Percibo que algo cambia, no sólo en mi interior; es como si con esta lágrima me abandonara la última mota de luz que me quedaba y comenzara una transformación ya imparable. Auguro que el final se acerca. 
 Me quedo mirando fijamente la lava que me rodea, una lava que otorga algo de luz a la oscuridad de este planeta, pero que destroza todo lo que toca. Siento la necesidad de sentir esa luz ardiente, ese fuego purificador que podría destruir todo el dolor que me invade, para poder seguir así hacia delante. Recuerdo la pira funeraria de Qui-Gon, al que ahora considero afortunado, y espero correr algún día su misma suerte. ¿Quedará alguien para llorarme mientras mi cuerpo se incinera bajo las estrellas?

Mis pensamientos son interrumpidos con la llegada de una nave. Es la nave de Padmé, ¿qué hace aquí? Me quito la capucha, me seco mi última lágrima y me dirijo con paso firme hacia ella. Siento que son mis últimos pasos como Anakin, siento que me dirijo a mi destino, al juicio moral de Padmé, al combate definitivo entre mi antiguo maestro y yo. Camino junto a esta lava y, de algún modo, comprendo que es el camino que seguiré hasta mi muerte, rodeado de este infierno en vida, en busca de algo que creo que ya he perdido.
Pero no me detengo, continúo, continúo, continúo mientras escucho en mi cabeza voces, voces que siempre han estado ahí y otras que nunca he escuchado, llantos de bebés recién nacidos, gritos de dolor combinados con un sonido electrizante que me recuerdan a los de Windu, palabras compasivas y de reproche que nunca he recibido de Padmé y Ahsoka, sonidos de sables láser entrecruzándose, de nuevo la carne perforada, gritos de dolor y pánico, sonidos ahogados de gente que suplica por su vida sin éxito y, al fin, escucho una profunda respiración mecánica que ya he escuchado en una ocasión, en Mortis.

 No me detengo, avanzo sin pausa, jamás me detendré mientras ella esté al otro lado, esperándome. La miro mientras baja de la nave con esa cara de preocupación que tanta ternura y desazón me produce, acelero el ritmo y no pienso en nada más. Todos los sonidos e imágenes desaparecen, ya solo quedamos nosotros. Solo nosotros dos, no importa nada más. Nunca ha importado. Así ha sido siempre y así seguirá siendo, pase lo que pase.