jueves, 23 de abril de 2015

Corazón Envenenado(VI)


ACTO VI
ABSTRUSA MARIPOSA






El grito la había dejado paralizada. No había podido ver la reacción del resto debido a la oscuridad, pero a juzgar por el silencio todos estaban petrificados. La única luz que había aparecido por un momento entre la oscuridad les había cegado momentáneamente. Y entonces escuchó dos palabras pronunciadas por el guardián que la extrañaron: “nos vamos”. Habían ido allí para comprobar si escondía el cofre, si se podían ahorrar el viaje al norte. Y a pesar de que ella ya había asegurado que no poseía el cofre, puesto que no lo había encontrado cuando se dispuso a robarlo, no la habían creído. ¿Qué había pasado en ese instante? ¿Por qué gritaron el príncipe y el guardián? ¿qué había sido esa luz? No conocía ninguna artimaña similar de sus hermanos, pero ¿y si era un sistema oculto de defensa? No tenía sentido, sus hermanos no habían actuado tras activarse esa intensa luz.
Sus pensamientos se interrumpieron. Oyó pasos. Una de las antorchas se encendió. Poco después otra, y luego otra...los rostros de los allí presentes iban desvelándose entre las tinieblas, algunos desencajados, otros impertérritos. No veía al príncipe por ninguna parte. Entonces escuchó un desagradable gemido, a alguien vomitando sobre el suelo de la caverna. Era el príncipe, arrodillado con las manos sobre el estómago. El guardián se acercó a él para ponerle una mano en la frente mientras seguía devolviendo. Después de limpiarle le cogió, miró a todos los que le estaban observando y se giró hacia el pasillo de vuelta.
-Acompañadnos a la salida, no podemos perder ni un segundo más.-Comenzó a caminar con el príncipe en brazos dispuesto a que le acompañaran.
-¿A qué habéis venido?-Preguntó su hermano molesto.
-A encontrar respuestas que ya se nos han dado.-Siguió caminando.
-¿Quiénes sois?-Intervino por fin la líder.
-Un guardián. Nada más que un guardián. La pregunta es quiénes sois vosotros.-Se detuvo y se volvió a girar.
-Humildes ladrones...nada más.-Nunca había visto así a su superiora. Afectada por algo que parecía no poder controlar.
El guardián no añadió nada. El condestable hubiese soltado una carcajada estridente al oír tal frase, pero él se mantuvo muy serio y continuó caminando.
-Que alguien les acompañe a la salida, por favor.
Fue ella la que se ofreció. Comprensiblemente nadie se opuso, algo que no hubiese sido tan comprensible hacía solo unos minutos. Era como si en ese momento todos tuviesen miedo de todos. El soldado cojo la siguió.


Llegaron a la salida. Al guardián y su compañero les vendó los ojos. Al príncipe no hizo falta, se había desmayado. Recogieron a los caballos, subieron los primeros escalones, momento en el que ella cogió una piedra del suelo y la apretó contra su mano. Esperaron unos segundos y entonces una compuerta se abrió permitiéndoles seguir subiendo hacia el exterior. Su líder había recibido la señal y abierto la compuerta con la única piedra que podía hacerlo, una especie de diamante rojizo que ella poseía. Salieron, dieron varios pasos y cuando la ladrona considero les quitó a todos las vendas.
El guardián se subió a su caballo junto al príncipe inconsciente, comenzando a hacer trotar la caballo sin mediar palabra. No tenía intención de despedirse. La ladrona le observaba entrecerrando los ojos, la luz del sol la molestaba y todavía se sentía un poco mareada debido a la luz que les había cegado abajo y al golpe en la cabeza que había recibido de Rojiza, de hecho todavía tenía sangre e la frente.
-Parad, por favor.-Había hablado el caballero cojo.
-No hay tiempo, si quieres llevártela a la cama hazlo, pero no esperaremos por ti.-Había decidido hablar mientras su voz sonaba cada vez más lejos.
Por un momento el soldado cojo no sabía qué decir.
-No...no podemos irnos sin ella..
Él guardián le ignoraba.
-La necesitamos.
-La necesitas tú, no yo. Además, no me fío de ella.
-Nos ha ayudado. ¡Nos dijo la verdad! ¿Por qué no confiar en ella?
-Tal vez en quien no se pueda confiar es en ti...guardián. Tal vez no me temes a mí si no a tu pasado.-La ladrona no pudo quedarse callada, algo que seguramente debería haber hecho.
El guardián detuvo al caballo y la miró.
-¿Acaso quieres venir con nosotros? No sacarás ningún beneficio a menos que nos robes el cofre y no me voy a arriesgar a tal cosa.
-Si intenté robar el cofre fue porque era lo único que me quedaba...el ciempiés está cercenado, pero puede coserse, volver a unir sus partes. Me siento libre viviendo como una ladrona, pero soy consciente de que me falta algo nada que ver con lo material. Déjame intentarlo. Ayudar. Déjame viajar contigo ahora que sé que la gente puede cambiar. Ahora que lo he visto con mis propios ojos.
El guardián volvió a girarse en silencio continuando su camino. Nunca pensó que fuera más testarudo que el propio condestable.
-Ven si así lo deseas. Pero no me temblará el pulso si tengo que usar la espada contra ti.
Sin añadir nada la ladrona cogió su caballo y marcho tras el caballo sin jinete que arrastraba desde el suyo el guardián, seguida por el del guardia cojo.

Volvían a ponerse rumbo a su destino juntos, aunque tan en silencio como siempre, incluso más en silencio que nunca. Ya ni siquiera comentaban nada sobre lo que comían o sobre la climatología. Algo en esa cueva había sucedido que nadie comprendía y nadie parecía querer comentar. Terminó el día y comenzó uno nuevo, su tercer día de viaje desde que se pusieron en marcha antes de llegar a la guarida de la ladrona. El guardián había calculado que en el sexto día de viaje (teniendo en cuenta los dos que les llevó la desviación hacia la guarida) llegarían al monasterio fronterizo sí no surgían percances en el transcurso, por eso había dejado un margen de dos días para reunirse con el condestable. Se habían desviado simplemente hacia el este, así que al poner rumbo al norte no tuvieron que perder más días de viaje. El tercer día fue idéntico al final del segundo y al primero: bosques, silencio, cansancio, escasas paradas...El ritmo al que se movían durante tantos días seguidos acabaría con cualquiera. Durante ese tercer día el príncipe viajaba solo en su caballo. Se encontraba mejor y no había vuelto a tener ataques. El condestable dijo que al final del día, en la última parada, comenzaría a enseñarle a usar la espada. Y así hizo.

Comenzaron a entrenar con palos que encontraron por el camino y que el guardián arregló para poder practicar. El príncipe parecía estar despertando de un sueño muy largo, pero dos horas después se manejaba con cierta decencia para ser quien era. Aunque no podía hacer absolutamente nada contra el guardián, claro, que le hacía parecer más patético de lo que era. Mientras los observaba pensaba. ¿Por qué un hombre daba tanto por un reino? ¿Cómo era posible olvidar su identidad para representar la de toda una nación? Parecía que era la única forma de vivir que conocía. Como si no tuviera otra vida, como si no sirviera para nada más que para luchar en nombre de algo. Aunque ¡que tontería! todos luchamos en nombre de algo, el problema es que él lo hacía más fervientemente que cualquier persona que hubiese conocido. Tal vez no fuese solo por llenar su vida vacía, tal vez hubiese algo de verdad en su vínculo con el rey. Siempre fueron inseparables, incluso llegó a pensar que... Podría ser una razón por lo que no disfrutó esa noche. Cumplió con su palabra igual que ella cumplió con la suya, pero no disfrutó tanto como lo hizo ella.
Le gustaría hablar de todo eso con él, pero ya lo había intentado. Tal vez la única solución fuese él, o tal vez empeorase las cosas. No obstante tendría que arriesgarse. No sabía cómo reaccionaría, por eso lo mejor sería actuar antes de que llegase el momento; si encontraba la forma de hacerlo, claro. Ella misma se sentía estúpida por sentir lo que sentía. Había vivido subyugada a los hombres y cuando buscaba algo de libertad no hizo más que colocarse bajo sus botas ella misma, sin que nadie la obligara a hacerlo. Pero ¿qué podía hacer? Al fin y al cabo no era solo a ella a la que le pasaba: el guardián, ese soldado...o incluso él. Todos presos de un corazón que no les pertenece y por el que no merece la pena mantenerse encerrados. ¿Era eso malo? Sentirse atraído incontrolablemente por otra persona que viaja en otra dirección. ¿Es conveniente ponerse en su camino continuamente para recibir empujones? Qué complicado... Nadie se libra, absolutamente nadie. Hombres, mujeres, niños, ancianos...todos podemos vernos atrapados por ese sentimiento que tanto esquivamos en ocasiones y que no sabemos cómo gestionar. Tal vez la naturaleza programó al ser humano así para asegurar la procreación, tal vez ese sentimiento sea una trampa que nadie puede evitar. Pero ninguna trampa es tan dolorosa y placentera a la vez.
A veces pensaba en la princesa del reino impenetrable, en aquella mujer que nadie ha visto y que no puede salir de su torre. ¿Habrá conocido el amor? Dicen que solo se permite que entren a sus aposentos los guardias reales y que tienen prohibido cualquier relación con ella. ¿Habrá podido la princesa resistirse? ¿Cambiaría la forma de percibir ese sentimiento para ella?
Le hacía gracia encontrarse lamentándose de una muchacha que ni conocía cuando ella no era tan diferente. Solo había conocido una vez el amor y no había salido bien. Había mantenido relaciones sexuales con más hombres, por supuesto, pero solo una vez lo hizo con ese amor. Estúpida. Tenía una vida, una profesión, unos hermanos; tenía libertad y aún así tuvo que inmiscuirse en esa misión arriesgándolo todo por él. Algo que él ni de lejos haría. A veces no se perdonaba por algo como eso, pero otras veces no podía evitar ceder tan fácilmente a la presión en el pecho. Es como si ese guardián hubiese envenenado su maldito corazón. Cuánto deseaba arrancárselo para dejar de sentir. También quería pensar que se conformaría con su amistad, que se conformaría con que todo volviese a ser como antes, que sintiese la felicidad que hacía años no sentía, que el ciempiés volviese a caminar. Un ciempiés humano compuesto por cuatro partes bien diferenciadas. Si la única forma de que el ciempiés se mantuviese en movimiento era la de estar juntos siguiendo cada uno a la parte que le correspondía ¿por qué no luchar por eso? Ya ni siquiera pedía ser correspondida. Y eran esos pensamientos los que la hacían sentirse como una cría. Había intentado robar esa llave para acceder al cofre y asegurarse un camino más sencillo en la hermandad, pero sabía que también lo hacía porque esa llave podría abrir más cosas.
Lucharía por ello, pero no era tan estúpida. Si las cosas salían mal tendría que tomar una dura decisión y mirar por ella misma. Era una mujer enamorada, pero antes era una ladrona con cierto prestigio. ¿Y sí el ciempiés tenía que mantenerse cercenado y cada una de las dos partes corresponder a la anterior? Tal vez no fuese tan terrible. Pero el corazón...


El guardián había dicho que el amor podía ser egoísta. Y lo era, sin duda. Pero no se puede reducir todo a esa afirmación tan a la ligera. El amor es egoísta porque con él se busca la auto-satisfacción, pero va más allá. Nuestra auto-satisfacción se liga a la satisfacción que siente la otra persona creando un sentimiento de pertenencia y unión que puede poner en peligro nuestra individualidad. También el guardián estaba siendo egoísta cuando actuaba en nombre del reino, solo para satisfacer su necesidad de sentirse útil. Pero el hecho de que dé su vida por el reino hace que su egoísmo beneficie al resto y que la desdicha del resto le consuma a él mismo. ¿Qué mas da que sea el egoísmo lo que nos una si por lo menos hay algo que nos une? Tal vez el amor no signifique nada, tal vez la vida no signifique nada. A veces lo pensaba, cuando más caminaba por el mundo más lo comprendía. Cuando arrebató esas vidas con aquella facilidad...no somos nada y nos creemos que somos todo en este mundo. Pero al mismo tiempo había comprendido que el pequeño aleteo de una mariposa es capaz de provocar un terremoto más allá de la montaña olvidada a la que nadie puede adentrarse sin perderse para siempre. Si su padre no le hubiese dado esas palizas nunca hubiese llegado a ese punto de su vida, jamás hubiese conseguido sentir lo que sintió. Y tal vez, eso que siente ahora la lleve por un camino que provoque muchos cambios. No sabemos lo que una pequeña acción puede suponer para el mundo ni lo que un sentimiento como el amor puede lograr cambiar. En la hermandad de ladrones todo funcionaba con un sencillo sentimiento de unión. Todos eran ladrones unidos, por lo que todos eran un único ladrón que movían cada extremidad con certeza para conseguir lo que deseaban. Así funciona el mundo. Todos somos seres humanos, por lo que hasta la peor acción puede suponer algo positivo en el mundo a la larga. Formamos parte de un todo que no comprendemos, tal vez que ni siquiera tenga sentido, pero al que nosotros podemos otorgar uno. Por eso tal vez matar con tal de alcanzar un fin no le parecía tan horrible, en ese aspecto seguía pensado lo mismo.
Le hubiese gustado no dormirse antes de que terminaran el entrenamiento, pero no pudo evitarlo. Se dejó llevar por sus pensamientos y la visión del guardián. Después observó de reojo al soldado cojo. No la molestaba que la mirase, pero la hacía sentir como podría sentirse el guardián con ella. Se sentía mal por él, pero tal vez ese sentimiento que seguro le torturaba le condujese a alguna parte. Tal vez ya lo había hecho, al fin y al cabo se encontraba lejos de la guerra civil y de una posible muerte gracias a ella.
Pensó otra vez, por alguna razón que desconocía, en aquella princesa. ¿Les daría la vida lo que ambas necesitaban? Se durmió ansiosa de encontrar una respuesta algún día.


Cuarto día. Empezaba a estar cansada del silencio, pero tampoco hacía nada para evitarlo. A medio día, mientras comían sobre el caballo, decidió dirigirle la palabra al soldado cojo para intentar que el guardián se animase a participar.
-¿Sabes? Sin ánimo de ofenderte, cuando te vi nunca pensé que fueras tan bueno en combate, ni siquiera un hombre medianamente interesante. Tan delgado, con esa postura, ese corte de pelo, esa cara...de verdad, no te ofendas, pero creía que eras un pelele más que habían puesto a cargo del condestable. Incluso un poco idiota. Pero me has sorprendido. Manejas la palabra mejor que muchos diplomáticos y la espada mejor que muchos guerreros...
-G-gracias...es un honor recibir tales palabras de alguien como vos, bella, inteligente y grácil.-La ladrona sonrió confortablemente al escuchar tales palabras, torpes, por otra parte.
-Siento lo de...tu pierna. Recuerdo que cuando desperté tras la caída al primero que vi fue a ti intentando reanimarme. Gracias.
-No debéis disculparos, no fue vuestra culpa que el caballo cayese debido al cansancio, yo apreté demasiado para atrapar a aquel mensajero. Me lo busqué solo.
-Es una lástima que no puedas seguir combatiendo, me gustaría verte mejor.
-Tengo otra pierna, y dos brazos. Creedme, me las apañaré.
-Confió en ver...en veros de nuevo en acción.
-Lo haréis.-El soldado también sonrió.
Muy probablemente nunca le había visto sonreír, ni siquiera cuando se hacían bromas. A veces parecía que ni siquiera las pillaba, pero ahora le veía con otros ojos y comprendía ciertas cosas.
-¿Qué te llevó a convertirte en soldado?-Siguieron la conversación más adelante.
-No os sabría responder. No os diré que por honor o por el rey, pues os mentiría. Siempre he sido muy delgado y ágil, y me ha costado poco subir por los árboles, tejados...por eso me fascina cómo vos lo hacéis.
-Cuando huía de vosotros no parecíais muy por la labor de subir.
-Con los años me he vuelto más torpón. Los cincuenta comienzan a pesar, supongo. El caso es que los guardias de la ciudad me llamaron la atención más de una vez, e incluso una vez multaron a mi padre por mi culpa. No sé, supongo que vi poder en esos hombres. Además, mi hermano se reía porque decía que era un flojo y no valdría para mucho cuando creciera. No tenía necesidades económicas, podía estar viviendo en una casa en el centro de la capital junto a una esposa que cuidar y que me cuidara. O en una buena zona de las afueras, en una parte del bosque tranquila. Pero quería probar a tener ese poder, demostrar que sin fuerza también podía ser útil, supongo. Y aquí estoy.
-¿Con cuantos años entraste? Porque ahora eres muy diestro manejando la espada.
-Diecisiete. Hasta los treinta no empecé a destacar. Me cuesta pulirme haciendo cualquier cosa, pero si le dedico mucho tiempo supongo que puedo ser como el mejor. Aunque hay muchos soldados mejores que yo, claro.
-¿Qué opinas de todo esto?-Quiso saber la ladrona.
-¿De qué?
-De esta misión, de esta guerra civil, del envenenamiento del rey.
-No lo sé, la verdad. Creo que deberían haber investigado con más profundidad para encontrar al posible urdidor, de dónde sacó el veneno...y dejar todo mejor atado antes de partir en busca de algo que no sabemos si servirá. Aunque el rey parecía muy seguro. Tampoco pienso que lo mejor fuese enviar al condestable con nosotros. Creo que el guardián está capacitado para hacer un trabajo como este él solo. No me malinterpretes, el condestable no es tan mal tipo como parece, aunque de vez en cuando me golpee, pero no es discreto. Y si esta guerra civil ha comenzado es por su metedura de pata en aquel pueblo.
-Cierto...¿crees que el tío del rey hizo esto a propósito?
-No. Nunca pensaría en él como el envenenador. No me cae bien, si me tengo que sincerar. Pero sé que no es capaz de esto, está muy apegado a la familia. Tampoco pienso que fueran el condestable o el guardián, ambos se deben a su rey por una cosa o por otra. Solo se me ocurre una persona, pero no creo que en este momento...
-¿Yo?-A la ladrona no le extrañaba que tuviese esa duda. Había elementos que apuntaban a ella, pero era del todo imposible si el cofre no estaba en el palacio y ella no tenía la llave.
-¡No! Claro que no. Hablaba de...
-De él.-Acababa de caer en la cuenta, y tenía sentido.
-Tenía algo que no me daba buena espina, aunque parecía tomarse su trabajo muy en serio. Tal vez como venganza...
-Pero igualmente la llave estaba en el palacio. ¿Cómo es posible que le envenenara?
-¿Qué tiene que ver esa llave?
Había olvidado que ese soldado no conocía la historia. Eran secretos de palacio que pocos manejaban.
-Es igual, es todo demasiado complicado.


El cuarto día había llegado a su fin. De nuevo príncipe y guardián entrenaban. El príncipe estaba mejor que nunca y empezaba a manejar la espada como un joven digno de su edad que se había entrenado para ello. Era extraño, nunca se lo hubiese imaginado.
-¿Qué piensas del príncipe? Las cosas que dice, las cosas que hace...lo que pasó en la guarida.
-No lo sé. En el palacio nunca dio tantos problemas. Creo que simplemente se traumatizó al ver lo que vio aquel día.
-¿Qué día?
-El día que iba a ser nombrado heredero legal. Ahora el príncipe sería rey en funciones por derecho propio, con su tío-abuelo como consejero. Igualmente hubiese corrido peligro en la ciudad y nos lo hubiéramos tenido que llevar, pero tal vez sería todo más sencillo frente a la revolución. No se puede presentar ningún documento legal que asegure la estabilidad del reino.
-¿Qué pasó en la ceremonia?-Quiso saber la ladrona.
-Nadie lo sabe con certeza. El rey atacó a su propio hijo, se cree que fue a causa del veneno. Yo estaba en el patio aquel día, no te puedes imaginar lo espantoso que resultó...ver como atacaba a su hijo con la espada, ver cómo temblaba el rey, ver como lloraba el muchacho. Desde ese día todo cambió para él. Como si de alguna forma el veneno hubiese afectado a ambos.
-Pobre chiquillo...
-Recemos para que el plan del rey salga bien y el remedio para el veneno funcione.
-Sí...me gustaría verle una vez más y no que muriera de una forma tan horrible.
-¿Conociste al rey?
-Es mejor que nos durmamos.
La ladrona echó una ultima mirada al guardián antes de cerrar los ojos. El soldado no se quejó por esa brusca respuesta.


Al día siguiente el príncipe parecía cansado, incluso estuvo a punto de caerse del caballo una vez. El guardián le estaba exigiendo demasiado. Ese día pararon en un pequeño pueblo para comprar algunos víveres y asegurarse de que iban bien encaminados hacia el monasterio. Iban bien según les confirmó un anciano. Los caballos descansaron y ellos hicieron una parada en una taberna. Cuando estaban todos juntos seguían sin hablar. Se limitaban a comer, beber y mirar a su alrededor. El guardián se ausento durante varios minutos. Cuando volvió reanudaron su viaje. Se lo tomaban con más calma porque cada vez estaban más cerca. Cumplirían los plazos de sobra si el viaje de vuelta a la capital iba tan bien como el de ida al monasterio.
El quinto día estaba finalizando, la noche les recibía y cada vez estaban más cerca del monasterio fronterizo. A lo lejos ya podía empezar a vislumbrarse la montaña olvidada, siempre tan lejana. Iban a un ritmo más pausado para darles un respiro a los caballos. Suerte habían tenido de que ninguno cayera. Se agradecía que ni tan al norte hiciera demasiado frío, aunque de noche la brisa empezaba a ser más molesta. Observaba cómo las hojas se movían como si les saludasen. Entonces observó más allá de la brisa. Más allá de la quietud de la noche. Las hojas se movían con más violencia. Lo veía, lo oía.
-¡Parapetaos tras los caballos!-Gritó en cuanto comprendió.
El guardián lo hizo con mucha destreza, deslizándose hacia su izquierda, dejándose caer tocando con su pierna izquierda el suelo y dejando la pierna derecha sobre el lomo. El príncipe no reaccionó, mientras que el soldado intentó imitar al guardián sin mucho éxito debido a su pierna aplastada, por lo que cayó al suelo aparatosamente.
La ladrona, que pudo ver una flecha sobrevolándola por encima, fue la que más agilidad demostró. El objetivo era ella. Desde la posición en la que estaba no la costó tirarse del caballo apoyando las dos manos en el suelo, para dar después una voltereta bajándose por completo del animal y escondiéndose tras el árbol más cercano. Otra flecha, justo en la corteza.
Era Rojiza, estaba segura. Les había seguido. Su caballo se había desbocado, no tardó en caer herido por una flecha de su atacante. Quería dejarla sin escapatoria posible.
-¡Tras los árboles!-Gritó el guardián tirándose del caballo también y situándose tras otro árbol. Otra flecha, esta vez contra el caballo del príncipe para dejarle bajo el caballo. Por suerte el príncipe ya estaba intentado bajar y no le aplastó ninguna de las dos piernas, aunque la caída fue aparatosa. El guardián se mantuvo escondido mientras el soldado se dirigió hacia donde estaba el joven señor al que ayudó a levantarse. Estaban muy expuestos.
-Sal de tu escondite o mato a esos dos ¡zorra!
La veía capaz. En ese momento sí. En otra ocasión no le hubiese importado, pero ese muchacho molesto y aquel soldado con aspecto de enclenque eran mucho más de lo siempre pensó. Salió.
-¡Traidora! ¿Algo que decir antes de recibir lo que siempre has merecido?
-¡Rojiza detente!
Ninguno de ellos había gritado. Había sido su hermano, él también había ido tras ellos. Gracias a eso el ataque fue interrumpido. Dirigió los ojos hacia donde oyó la voz, en la copa de los árboles.
-¡No te acerques! ¡Esto es cosa nuestra!
-¡No! Ha de ser juzgada.
El soldado escondió al príncipe tras un arbusto y, cojeando, se colocó delante de la ladrona.
-¡No permitiré que la mates!
Hay estaba ese hombre, cojeando entre los árboles para clocarse delante de ella, arriesgando su propia integridad por ella. Heroico a la par que estúpido. Pero él no era como los demás hombres que se querían hacer los héroes o que querían la gloria. Tampoco como los que buscaban el favor de una mujer con bravuconadas, no. Ese hombre era diferente, sabía que lo que hacía lo hacía de corazón. Se sentía atraído por ella de una forma que ella podía llegar a comprender, aunque solo en cierto modo. No sabía qué era lo que realmente había visto en ella.
-¡En todo caso me permitirás que te mate antes de que la mate a ella!
-Tu compañero no permitirá una sola muerte. Si me matas actuará.
-No se atreverá...
-¡Rojiza! Hemos venido a traerla de vuelta, no a matarla.
-¡Júzgame si quieres!-Intervino la ladrona-.¡Ya sabemos quién es mejor ladrona, ahora juzguemos quien es mejor combatiendo! Báñate en mi sangre y haz honor a tu nombre. Somos mujeres que cuando hemos tenido que matar lo hemos hecho desde la sombra. Hagamos, pues, que nuestras sombras choquen. Veamos que es lo que sucede. ¡Luchemos en igualdad de condiciones!
Rojiza bajó de un salto y tiró el arco al suelo. Desenvainó una espada curva y se acercó a la ladrona y el soldado.
-Aparta, cojo de mierda. Tú. Desenvaina, zorra.
-¡Rojiza! Su hermano también descendió. Si la matas tú te harás responsable de ella.
-Gustosamente.
-En caso de que seas tú la que venzas-señaló a la ladrona-.serás arrestada igualmente por mí.
-No.-El soldado se adelantó. Cojeando no infundía demasiado temor-.No lo permitiré.
-No me obligues a combatir, no he venido aquí a eso.
-Tampoco has venido a llevártela.
-Lucha contra él si es lo que quiere. Mátale, y después a esos dos que siguen escondidos. Puede que ya tengan información sobre la guarida que ella les haya proporcionado. Es mejor que estén todos muertos, hermano.
Su hermano no respondió. Desenvainó su espada y miró al soldado. No era muy bueno en el manejo de la espada, al fin y al cabo en lo único en lo que destacaba era en las artes del apropiamiento ajeno, algo que le diferenciaba de Rojiza. Pero con su contrincante cojo tal vez tuviese alguna posibilidad.

En un lado del bosque Rojiza y ella, en el otro su caballero andante y el hermano de su contrincante. Y en el medio, escondidos, guardián y príncipe, los ejes del reino. Estaba claro que ese combate no afectaría de ninguna forma al destino del reino, era una piedra en el camino. Su sacrificio era nimio. Si fuese parte de una de esas historias que gustan contar alrededor de una hoguera ese combate no sería más que un fragmento que el narrador saltaría, ofreciendo rápidamente el resultado del combate para que el verdadero protagonista, el guardián, siguiese con su historia. Pero para ella, y sobre todo para Rojiza, ese combate significaba todo. Las espadas chocaron y sus miradas se cruzaron. Vio en ella ese instinto asesino que la había seguido toda su vida y que volvía con fuerza al verla. Siempre la había odiado.
Mientras intercambiaban golpes con sus armas recordaba todas las historias sobre Rojiza. Pensó en que ella se había conformado con huir de su padre, mientras que Rojiza le había matado como respuesta a sus abusos. No solo la golpeaba, según cuentan abusaba sexualmente de ella. No esperó a que le viniera la primera sangre para hacerlo. Se dice que su padre era carnicero y que tras matarlo se pasó horas descuartizando su cuerpo. Era una cría de catorce años cuando lo hizo. Primero le clavó un cuchillo en la espalda, y cuando cayó al suelo de rodillas se lo clavó en la nuca. No paró de asestar golpes hasta que le cortó la cabeza, los brazos, las piernas y, por supuesto, su miembro. Su padre se convirtió en varios trozos de carne ensangrentados que algunos aldeanos llegaron a probar, pues su hija fingió sustituir a su padre por asuntos personales y vendió su carne en su propia carnicería. Eso dice la historia, exagerada como todas las historias. Pero en Rojiza veía esa brutalidad posible. Abandonó el pueblo todavía bañada en sangre, llevándose algunos de los cuchillos de su padre. Acechaba a viajeros a los que cogía desprevenidos, matándoles para quedarse con sus víveres. Y siempre, siempre, les amputaba el miembro.

Solo mataba hombres, hasta que un día una mujer la atacó intentando defender a su marido. La historia cuenta que la destrozó la rodilla con una de sus armas en cuanto tuvo ocasión, y después hizo lo propio con su cara. Se dio cuenta de que estaba sola contra el mundo.
Ella había escuchado historias sobre Rojiza, a la que se la conoce comúnmente como la carnicera del camino. Escuchó cómo llegó a comerse la carne de sus víctimas para subsistir. Historias exageradas que siempre quiso pensar eran falsas.
Pero ahí la tenía, con esa mirada, ese pelo bañado en rojo como si de sangre de cada una de sus víctimas se tratara. Lo que si sabía era que Rojiza no tenía el pelo de ese color, era morena, pero usó un tinte para ocultarse y así parecer más amenazadora. Rojiza es el nombre que se le dio en la hermandad... todos la recuerdan como la carnicera del camino.
Un día, un viajero la puso contra las cuerdas. Había sido demasiado osada al atacar a un grupo de cuatro hombres. Dos murieron, uno resultó gravemente herido y el otro la atrapó. Un ladrón que acechaba a ese grupo para hacerse con parte de sus mercancías intervino y la salvó. Fue la única vez que vio a otra persona como alguien en quien apoyarse y no al que destrozar sin piedad. Ella siempre había sido tratada como un trozo de carne por su padre, por ello para ella todas las personas eran un trozo de carne necesario para subsistir. Ese día encontró otra forma de subsistir sin matar. Ese hombre no la juzgó ni la entregó, ese hombre la dio a conocer la piedad, ese hombre la hizo comprender el dolor que podía llegar a causar, ese hombre le enseñó que en el mundo se puede sobrevivir sin matar y que se puede perdonar. Ese hombre la salvó. La carnicera del camino se convirtió en Rojiza. Una estela de fluidos rojos la precedía, no podía negar quién había sido, pero sí podía convertirse en una persona nueva. Cuando se fundó la hermandad ella fue aceptada y entrenada gracias a ese hombre que la había salvado, ese que se convertiría en su hermano más que nadie en la hermandad.

Volvió a asaltar e incluso a atemorizar a los viajeros, pero sin tocarles. Nunca dejaba ver su cara, pero sí su pelo. Permitían que los viajeros fueran testigos del rojo envolviéndoles para que apreciasen sus vidas y valorasen lo que los ladrones hacían. Podía robar sus vidas para evitar testigos, y con ellos problemas. Pero les ofrecía un regalo de valor incalculable. En comparación, las pertenencias que les eran robadas no significaban nada. Pero no debían olvidar el rojo. Nunca.
Se daba cuenta de que ella había sufrido el cambio contrario. Jamás se había llevado ninguna vida por delante, siempre había actuado como una ladrona hasta que comenzó ese viaje. Robó la vida para asegurarse la suya propia, pues cierto era que todos merecían morir tanto como vivir.

Ahí estaban ambas, asesinas en algún momento en el tiempo, dos ladronas que robaban vidas y que habían sufrido el mismo destino, dos rivales fundidas en un último encuentro que acabaría de una sola forma. Con un robo, con rojo, con dolor.
Las espadas se cruzaban con destreza, pero notándose su falta de control en los combates directos. Tendían a esquivar, a apartarse, a atacar con sus extremidades. Se apoyaban en el entorno para impulsarse y dar saltos que alcanzasen a su rival en los puntos más desprotegidos. El hombro de la ladrona se llevó un tajo, muy cerca del cuello, que no supo bloquear. Rojiza se lo llevó en un antebrazo al agarrar de forma incorrecta el arma cuando quiso ejecutar otro bloqueo. Aun así no se detenían. Ambas estaban ya acostumbradas al rojo, a las heridas infectadas de las que hablaba el condestable. Esas heridas las había llevado a ese preciso momento en el que luchaban para que solo una quedara con vida.


Al otro lado, el soldado cojo daba toda una lección de cómo moverse sobre si mismo esquivando y ejecutando ataques sin demasiada dificultad. Pocas veces se podía la ladrona permitir observarle, pero cuando lo hacía veía cómo el soldado hacía parecer que ese combate era una extraña danza. ¿Qué no podría hacer con las dos piernas? El hermano de Rojiza estaba pasando serias dificultades, teniendo que alejarse de su rival en varias ocasiones para pensar por dónde colar su espada.
Mientras, ellas seguían moviéndose sin parar, agitando sus espadas, su pelo, su sangre salpicando al césped oculto en un manto de oscuridad. La luna le daba al pelo de Rojiza un brillo especial. Un rojo diferente adornaba su cabeza, un rojo más tenue que delataba a Rojiza. Ya no era la asesina que fue. La carnicera del camino había desaparecido. Ante ella tenía a Rojiza intentando sacar de lo más profundo de su corazón a esa carnicera. Pero en su corazón no pudo encontrar el odio que necesitaba descargar para vencer en aquel combate. Su corazón seguía envenenado por los golpes de su padre, su cuerpo manchado de la sangre de sus víctimas, pero ahora no eran más que retazos de ese veneno, marcas de sus víctimas que no eran visibles a simple vista. Su hermano había borrado ese rastro, había inclinado la balanza hacia un lado. mientras el guardián había mantenido tan dañino como siempre el veneno que afectaba a su corazón.
Junto al condestable la había salpicado de sangre hacía no mucho, inclinando a su vez la balanza hacia otro lado. Lo correcto había sido lo que había hecho ese hombre que ayudó a la carnicera del camino, lo justo. Pero si algo había aprendido del guardián es que la justicia es la mayor falacia sobre el mundo por la que se realizan auténticas barbaridades, la que mantiene el mundo en desequilibrio. La justicia no era honrada como aquel hombre que había convertido a una asesina en ladrona, era más bien como aquel guardián que había convertido en asesina a la ladrona. La mariposa aleteó el día que tanto su padre como el de Rojiza las pegaron, y aleteó de nuevo cuando hizo que dos personas muy diferentes se cruzaran en su camino, decidiendo quién sobreviviría en ese encuentro, quién seguiría su camino y quién aseguraría la estabilidad del reino.
Quién merecía vivir y quién morir no importaba. El soldado que amaba a una mujer enamorada de un hombre injusto e hipócrita se enfrentaba al hombre honrado que había llevado por el buen camino a una asesina, pero ¿qué importaba el hombre honrado? Para muchos era un vulgar ladrón que merecía morir. Y así debía ser. Esa muerte no solo serviría para contentar a un pueblo en busca de justicia, servía también para recordar lo cruenta que era la justicia, servía para desequilibrar la balanza. Suponía un nuevo aleteo de una mariposa que tarde o temprano podría suponer la salvación o la destrucción de su reino.

El soldado cojo se movió sobre si mismo una vez más girando sin dificultad, pero en esta ocasión no se conformó con esquivar el ataque del rival, sino que completó el movimiento agarrando el antebrazo con el que sujetaba  la espada, atrayéndole hacia él y ensartándole la suya en el pecho. Las dos ladronas se detuvieron al instante mirando una a su izquierda y la otra hacia su derecha. El hombre cojo, sin mover una ceja, extrajo la espada del pecho de su rival y le dejó caer al suelo sin vida.
-No...¿qué has hecho?
Rojiza se giró acercándose lentamente hacia su hermano caído, como si temiese encontrarse de bruces con la realidad.
-Cojo de mierda ¿cómo te has atrevido? Qu...¿qué has hecho?
El cuerpo de Rojiza temblaba, la sangre que brotaba del cuerpo de su hermano parecía hacerla recordar. La carnicera del camino parecía dispuesta a resucitar. La ladrona no podía permitir que esa mujer despiadada retornase. No fue justa, no fue honorable, no demostró ser más hábil, demostró aprovechar mejor la circunstancia que le había ofrecido ese aleteo. Cambió los roles y, por un momento, ella se convirtió en Rojiza, en aquella carnicera. Atravesó con su espada la espalda de su contrincante, tal como hizo ella con su padre años atrás. La extrajo enseguida contemplando cómo Rojiza se tambaleaba.
-T-traidora. Eres peor...que...yo.
La cabeza de la que un día fue una despiadada asesina intentó girar en dirección a su rival. La ladrona temió que ese dolor la hiciese recordar, que de la sangre brotara la asesina que llevaba dentro, que en un último aliento se la llevase a ella por delante. Todo concluyó como su contrincante lo había empezado, siendo lo siguiente  que golpease la espada lo mismo que había golpeado el cuchillo de Rojiza hacía tantos años. Perforó la nuca de su adversaria bañando su pelo en el rojo más auténtico. De nuevo sacó la espada. A pesar del contundente ataque Rojiza pudo girarse por completo, pudo mostrar su lado más espeluznante. Con la sangre deslizándose desde la nuca, los ojos inyectados en sangre, la mirada dirigida directamente a la que se suponía debía haber sido su hermana, a la que compartía una unión más fuerte de lo que deseaba con ella. Tosió, escupió una ingente cantidad de sangre por la boca, y Rojiza cayó más rojiza que nunca.
Había caído la carnicera del camino, asesina de viajeros, bajo la espada de una viajera, de la misma forma que había caído su padre; bajo la espada de una de sus hermanas, de la hermana con la que más vínculos mantenía. Había caído bajo la espada de su reflejo, había caído en uno de esos caminos que tanto acechaba, junto al hombre que la ayudó a volver a pisar el camino sin esconderse de él. Allí yacían ambos, víctimas de su destino, víctimas de un robo, víctimas de un simple aleteo.
Si esto fuese una de esas historias que se cuentan alrededor de la hoguera podría decirse que los buenos habían ganado. Pero eso era el mundo real, la historia de un reino que estaba en su peor momento, y de este capítulo solo se podía decir que los más fuertes habían ganado. Que la mariposa había decidido sin pensar en la justicia, muy posiblemente sin criterio alguno.

Escondieron los cuerpos, pero no se molestaron en enterrarlos. El guardián no dijo nada, no reprochó ni aprobó nada. Simplemente cogió al príncipe y lo subió a su caballo, dejando que la ladrona viajase junto al soldado cojo, pues Rojiza había herido de muerte a las dos monturas. El soldado tampoco dijo nada, simplemente se subió a su montura haciendo un amago de ayudarla a subirse con él.
-¿No vamos a descansar?
-No aquí.
La herida del hombro cada vez le escocía más. Necesitaba tratarla antes de que fuese a peor. Pasaron media hora a caballo hasta que se detuvieron. Era completamente de noche, una noche cualquiera, la última noche de su viaje de ida. La ladrona ya no pensaba en nada. Prefería no pensar. Tal vez porque no podía hacerlo con claridad. Se desmayó. Por suerte lo hizo al bajar del caballo.

Un hombre suplicaba por su vida. Junto a él se encontraba el cadáver de su padre. Era el padre de ese muchacho, lo sabía, aunque ninguno de los dos tenían rostro. Sobre el cadáver se apoyaba una mariposa manchando de sangre sus alas. Con cada aleteo se formaban figuras frente a ella, figuras de un hombre violando a varias mujeres, figuras que generaban otras figuras de otros hombres que se borraban con nuevos aleteos. Ella tenía una espada, el hombre seguía suplicando, la mariposa aleteando. No había vuelta atrás. Lo primero era el reino. La justicia, la sabiduría. Anticiparse. ¡Ja! La justicia no, el miedo a la justicia, el miedo a su padre. Miró al hombre que observaba la escena, sonriente, seguro de lo que se hacía. No era su padre, pero lo reconocía como tal. Tampoco tenía rostro. El hombre suplicaba, la mariposa aleteaba. Con cada aleteo ella movía un músculo, movió todos los necesarios hasta que su espada pudo atravesar a ese hombre. La mariposa echó a volar esparciendo la sangre de sus alas por la zona hasta impactar contra su propia cara. Vio las figuras que formaban los colores de sus alas, no supo interpretarlas. Y cuando la mariposa se apartó de su campo de visión la escena había cambiado. Ahora era Rojiza la que suplicaba y era su hermano el que yacía muerto junto a ella. La mariposa se volvía a posar en el cadáver de aquel hombre. Justicia, defensa, obsesión, egoísmo, posposición. El insecto comenzó a agitar sus alas cada vez con más violencia. El suelo empezó a temblar, miles de mariposas comenzaron a salir de todos lados agitando las alas con más violencia que la primera. El suelo se desvanecía, los cadáveres eran engullidos por la nada. Ella corría escuchando solo el estruendo, intentando evitar ver cómo su mundo era engullido. Pero nunca se es suficientemente rápido. La misma mariposa de las dos visiones se colocó frente a ella, el suelo comenzó a desaparecer por delante también. El vació la engulló y en su última visión pudo ver un rostro dibujado en las alas de la mariposa. Un rostro de muchos colores que cubría las dos alas, un rostro manchado de sangre por un lado, en una sola ala. Parecía sonreír al tiempo que la sangre cubría más colores al deslizarse. Sí...Sonreía.


Tenía al guardián frente a ella. Le veía borroso, con los brazos dirigiéndose hacia ella. Sentía la brisa en su torso, sentía las manos. Sentía su frío en los pechos y su calor en la herida. Le escocía bastante el hombro izquierdo. Miró hacía abajo. La herida le llegaba casi hasta el pecho izquierdo. Le hubiese gustado que también le tocase los pechos, necesitaba el calor de sus manos en ese otro sitio. Pero solo sentía el frío que traía la brisa, casi convertida en viento. No sabía qué la estaba haciendo, cómo lo estaba haciendo. No la importó.
Buscó con la mirada al soldado cojo, no le sorprendería que estuviese allí, mirándola, contemplándola. No la hubiese molestado. Pero no estaba allí, sino unos metros más allá, con el príncipe, que de vez en cuando miraba hacia ella. Era normal en un joven de su edad, pero también lo hubiera sido en ese soldado, y aun así...El guardián tampoco parecía interesado en mirar, solo se concentraba en la herida.
-Gracias.
El guardián no respondió.
-Aquel día me dejaste atrás, no te importó si estaba muerta. Pero ahora demuestras que no te resulto tan indiferente como te esfuerzas en aparentar.
-No...simplemente tu herida nos entorpecería más la labor.
-No tengo labor aquí que te incumba, supuestamente.
-Si aquella vez no te socorrí fue porque hacerlo nos retrasaba frente a un bien mayor, si esta vez te dejase es eso precisamente lo que nos retrasaría.
-Podrías dejar de tirar de mí y dejarme morir aquí.
-Él no me lo permitiría.
No era la respuesta que esperaba.
-Tampoco a él le necesitas.
-Y ¿qué hago? ¿Le mato?
-Dejarle aquí conmigo.
-No permitiría que me llevase al príncipe conmigo, entonces.
-Entonces si lo haces es realmente por interés.
-Como todo lo que hacemos en esta vida. Y deja de tratarme como si fuese un hombre despiadado. Mirar por el bien mayor es lo único que podemos hacer.
-Más bien diría actuar por el mal menor.
-Como sea. Seguirás con nosotros. Sé que no volverás a la hermandad de ladrones. No tiene sentido después de lo que ha sucedido, por lo cual tampoco pienso que quieras ese cofre, a no ser que busques la perdición del reino. Que podría ser, si no tuviéramos en cuenta que el rey, en caso de sobrevivir, te perdonará tus delitos y ofrecerá una vida normalizada con sus pros y sus contras. Si lo que eliges es llevar el reino a su perdición no tendrás si quiera posibilidades de vivir y no veo qué beneficio podrías sacar de algo así. Solo confió en que, llegado el momento, sepas guardar discreción.
-A mí me perdona, pero a él le destierran. No veo por qué.
-No se le desterró, se le expulso de la corte.
-Tú mismo lo dijiste discutiendo hace días con el condestable.
-Tal vez se le presionó. Era peligroso, tú en cambio no eras más que...pues eso, una puta y una ladrona. Querías prestigio, no hacer daño. Sabrá perdonarte.
-Cínico incluso conmigo. La mejor forma de mantener una mentira es cree-eeh! ¡Au! Me estás haciendo daño.
-Compórtate y olvídate de ese episodio, olvídate ya de mí. Por favor.
-Siempre has sido tan educado...supongo que es otra de las tantas cosas que me gustan de ti. A pesar de conocer lo que hay en tu interior. Sé quien eres y...también ese “yo” interior que posees me gusta. Eres educado, cumplidor y persistente. Consigues lo que te propones sin manchar tu imagen y actuando siempre por el mal menor. No, perdón, el bien mayor.
Puede que sonase irónica, pero ciertamente todo eso le gustaba de él. Tal vez porque fue testigo de su cambio gradual, de lo que mantuvo desde joven y de lo que apareció cuando era más adulto. Era un humano lleno de defectos, pero también de virtudes. Y, ante todo, era el único hombre capaz de sacar lo mejor y lo peor de ella, pero sin tocarla. Y al final se hacía irresistiblemente apetecible. Buscaba ese contacto que siempre le negaba. Era el guardián que no la protegía y que incluso la ponía a ella como escudo. Un escudo que desechar tras la batalla. Eso es. Era el escudo de su guardián y un escudo siempre debe cumplir su función, pero para ello debe estar siempre sobre el brazo de quien lo porta, del guardián que debe proteger el reino.
-Tú no tienes ni idea de lo que guardo en mi interior...ladrona.
-Muéstramelo. Ya me usaste una vez. Soy tu escudo, y entre el escudo y su portador debe existir una unión, una simbiosis.
Le apartó los brazos cogiéndole las manos húmedas por los fluidos de plantas que estaba utilizando para tratarla la herida. Se aproximó a su cara acariciándole el pecho, esperando que él hiciera lo mismo, y le besó como solo ella sabía hacer: robando. El guardián se apartó.
-No te pido que disfrutes-le susurró-.No te pido que finjas ni que me ames. Solo te pido que sigas siendo quien has sido todo este tiempo. Te aseguro que pronto es posible que necesites nuevamente el escudo. Si crees que no lo necesitas me iré y juro que no volveré. Pero cuando vayas a echar mano de él ya estaré lejos y te lamentarás. Solo por no pasar unas horas arreglando el acero mellado. Sé que un día te atraje. Recuerda esos días, recuerda cómo empezó todo antes de que cambiaras y lo dieses todo por el reino. Recuérdame.
Le besó de nuevo. No se apartó. Fue un beso lento, cálido, suave, melancólico, oculto, nostálgico, culpable, ansiado. Comenzó a convertirse en un beso más impaciente, más agitado, más dañino. Sintió por el fin el calor de sus manos donde debía sentirlo. Empujó al guardián aplástondolo contra el suelo. No paraba de besarle. Por un instante recordó al soldado cojo y al príncipe a escasos metros de allí. No hizo nada para detenerse. El guardián tampoco. Le quitó la parte de arriba aparatosamente, le lamió el hirsuto pechó, se lanzó a su cuello, volvió a descender. Echaba de menos ese miembro. Ninguno le había llenado tanto como aquel. Mientras se lo introducía en la boca alzó un poco la mirada para comprobar cómo el soldado cojo miraba la escena. No lo hacía de forma lasciva, ni oculto, igual que no podía ocultar su dolor. No tardó en reaccionar y en llevarse de allí al príncipe.
Siguió con su tarea sin importarle nada. Volvió a sus labios. Y esta vez ella fue la derribada contra el suelo. Sintió por primera vez su lengua en sus pezones. Aquella vez no lo hizo, aquella vez no se mostró en absoluto interesado por sus pechos. Pasó directamente a lo importante, o lo que se considera más importante. Pero esta vez se detuvo hasta en su vientre. Nunca había sentido tal placer. Jamás. Ni siquiera aquella otra vez. La herida ya ni la notaba. Por ella podía morirse desangrada allí mismo que no la importaba.
Le quitó la parte de abajo y paso la lengua entre sus muslos hasta llegar al pubis. Introdujo su lengua con cierta torpeza. No la importó, disfrutó de lo hasta ahora inalcanzable, de sentir partes de su cuerpo que nunca había sentido en su interior. Y la lengua o los dedos solo fueron el principio. Después volvió a utilizar su lengua para besarla, colocando cuidadosamente su pene para introducirlo como lo hizo aquella noche. Y aunque eso ya lo había sentido, no como en ese momento.
Lo hizo pausadamente, de la misma forma que lo hizo aquella noche. Pero en esa noche tan especial para ella él jamás aumentó el ritmo. En esta ocasión no fue así, se dejó llevar por la pasión. Aceleró el ritmo, sabiendo cuándo detenerse para cambiar de postura. La puso encima y después a horcajadas con la espalda apoyada en el árbol sobre el que había estado sentada mientras la trataba la herida. Sus gritos tuvieron que oírse por todo el bosque como se oyó por toda la guarida el grito del guardián ante aquella luz ¿Qué fue eso? Ni siquiera le había preguntado. ¿Qué importaba? Le tenía en su interior, volvía a ser suyo...aunque ella le pertenecía. Insultante para muchas mujeres, vulgar para otras que estaban acostumbradas a la subyugación del género masculino, placentero para ella. No podía explicar qué le proporcionaba ese hombre, tampoco tenía que justificarse. Ella elegía su propia vida, con todas sus consecuencias. Vivir al margen de la ley, someterse a ese hombre.... Pero esa vez no la estaba penetrando por interés, esa vez había logrado que desease penetrarla, esa vez tuvo lo que deseaba. Por una vez fue ella, con sus palabras, los recuerdos y su cuerpo, quien consiguió someterle a él, aunque fuese por unos minutos. Al fin y al cabo no era más que un hombre.
 Terminó en su vientre, pero con ello no terminó el acto. Ambos se quedaron tumbados sobre la hierba, sumidos en la oscuridad, manchados de la sangre de su herida, cubiertos de su semilla. No hablaron. Se miraron añorando y temiendo el pasado, deseando y evitando el futuro. La ladrona se giró, el guardián pasó su brazo izquierdo por encima de ella, rozándole los pechos. Allí estaba ella, su escudo, y allí estaba él, el guardián que empuñaba ese escudo y que no dudaría en utilizar llegada la ocasión.


El sexto y último día amaneció de la mejor forma posible, con el guardián, ya vestido, despertándola. Se movió, ella todavía desnuda. Al hacerlo sintió de nuevo el dolor en el hombro, pero la herida no sangraba. Al levantarse vomitó sobre el lugar en el que habían fornicado y descansado. Recuperando la estabilidad poco a poco se vistió despacio y con cuidado de no empeorar la herida que el guardián le había tratado. Se tocó la frente sintiendo todavía el huevo del cabezazo de Rojiza días atrás, antes de llegar a la guarida. Se sentía echa una mierda, pero no podía quejarse después de una noche en la que había luchado, matado, amado y follado.
Se pusieron en rumbo enseguida, tras comer algo para reponer fuerzas. Ella comió con desgana, pues apenas la entraba nada. Esperaba acabar pronto con esa misión y tener tiempo para rehacer su vida con él. Aunque a lo mejor era más favorable para ella continuar su viaje con el guardián el máximo tiempo posible.

El bosque que en ese reino parecía eterno llegaba a su fin. Se encontraban ante una llanura inmensa en la que descansaba una cordillera en la lejanía. Al este, más allá de la frontera de ese reino, se encontraba aquel volcán inactivo en el que descansaba una ciudad. Al oeste el mar. Al norte lo desconocido. No, se conocía muy bien lo que esperaba al norte. La muerte...tampoco. El olvido...menos, pues nunca se olvidaba a la gente que allí viajaba para desaparecer sin dejar rastro. Tal vez la nada. Demasiado absurdo para ser real. Lo desconocido es posiblemente el término más preciso, pues aunque se conocía que de allí no se volvía, se desconocía el motivo. Y allí, al pie de esa inmensidad desconocida descansaba un pequeño monasterio en el que se estudiaban los misterios del mundo. Alquimia, química, biología...magia lo llamaban algunos, aunque no hay ni una evidencia de la existencia de la magia, pues todo parece tener una explicación lógica. Por otro lado, muchos aseguran que la magia no se contrapone a la lógica, e incluso compone una lógica que jamás podemos comprender. En la hermandad chocaban mucho ambos puntos de vista. Desde luego, esas runas formaban parte de un conocimiento que no les pertenecía.

A medida que se acercaban al monasterio una calma insoportable les iba inundando. El cielo sobre ellos era gris, y arrastraba una tormenta del este que no tardaría en descargar. El príncipe la miraba de una forma que la incomodaba, como si se hiciese preguntas a la par que intentaba ver de nuevo a través de su ropa, repitiendo las imágenes de anoche. El soldado ni siquiera la miraba. ¿Qué esperaba? ¿Qué le correspondiese? Podía hacerlo solo por complacerlo, pero no era ninguna puta. O eso se decía a ella misma. Nunca había sido la puta que decían que era a pesar de que lo aceptase. Ella era la única capaz de entenderlo. Tal vez también el guardián, por mucho que se resignase. Aunque durante ese sexto día tampoco la dirigió la palabra. Seguro que sentía remordimientos por haberse dejado llevar, por haber intentado recuperar un pedazo del pasado dejando a un lado el reino y la misión, por poner en peligro su estatus...

Después de casi una hora cabalgando llegaron al monasterio fronterizo, un edificio de dos pisos descansando sobre la piedra de la montaña. No abrumaba, pero tenía algo que inquietaba. En medio del bosque hubiese pasado desapercibido, pero allí desprendía un aura inquietante. Aunque lo más inquietante fue encontrar un cadáver apoyado en uno de los dos portones. El otro portón estaba abierto. Todos bajaron de los caballos. Antes de hacer nada, de acercarse al cadáver o asomar la cabeza al interior del monasterio, el guardián agarró por los brazos a la ladrona y la empotró contra el portón cerrado. Hubiese deseado que lo hubiese hecho con la intención de volverla a penetrar, sin importar ya siquiera la presencia de cadáveres.
-¡¿Qué has hecho?!-Gritó furioso-¡Dijiste que tú tan solo te dedicabas a robar, no a matar! ¡Es imposible que no obtuvieses el cofre si les torturaste!
Por un momento la ladrona tuvo miedo. Pero no tenía porque tenerlo si decía la verdad. Tampoco debía tenerlo porque el soldado puso su espada en el cuello del guardián, amenazándole con dureza.
-Suéltala, por tu bien.
-¡Tú fuiste el que decidiste irte de la guarida sin registrarla! ¡Confiaste en mí! O te cagaste en los pantalones tras lo que sucedió allí, no lo tengo claro visto lo visto.
El guardián cerró los ojos presionando fuerte los brazos de la ladrona, como si se estuviese controlando. El soldado deslizaba con cuidado su espada por su cuello para recordarle que estaba ahí.
-Dime que no te lo llevaste. Dime que no hemos venido aquí para nada.
-No me lo lleve porque nunca lo encontré.
-¿Y era necesario matarlos? Esta gente sabe más de lo que nosotros soñaríamos, podría habernos dado respuestas. Respuestas a nuevas preguntas que nos han surgido durante el viaje.
Las runas.
-Yo tampoco los maté. No maté a nadie. Lo juro.
El guardián la soltó al tiempo que el soldado envainaba el arma. El primero se acercó al cadáver y examinó su sangre.
-No es reciente. Pero tampoco más de un mes.
Volvió a mirar a la ladrona.
-Entraré. Vosotros os quedáis aquí fuera. Puede ser peligroso si esto lo ha hecho otra persona.
-Precisamente por eso debemos estar contigo. Yo al menos.
Le dedicó una mirada cómplice. Era su escudo, a pesar de cómo la trataba era su escudo.
-No. Voy a investigar y a buscar supervivientes. A mí se me encomendó esta misión, lo que encuentre aquí es cosa mía y de mi misión como guardián. Sea el cofre o sea a un asesino.
-¡Maldita sea! Ya no soy una simple ladrona. ¡No volveré a ser una ladrona! Soy parte de tu misión.-No pudo evitar alterarse.
-Un escudo a veces no hace más que molestar. Si me encuentro un asesino dentro solo necesitaré mi espada y mis conocimientos. El reino puede necesitar al príncipe. Y, en caso de que fracasase, os necesitará a vosotros. Si no vuelvo ya sabréis que os enfrentaréis a algo en el interior de este edificio. Quiero que luchéis por cumplir la misión que yo no pude. Confío en el escudo del reino y en su espada. Confío en su príncipe.-Añadió mirando al joven muchacho.
Ella no era el escudo del reino, era su escudo. El escudo del guardián del reino, nada más.

Entró cuidadosamente desenvainando su espada, dejándoles atrás a ellos. Un error del que se podría arrepentir. Se pasaron buen rato allí de pie, esperando. Observando los lejanos relámpagos iluminar las grises nubes en constante movimiento que se acercaban. El eco de los truenos que no tardarían en retumbar con fuerza en sus oídos. El príncipe se sentó apoyado en el portón cerrado, sin temer al cadáver. El soldado, con una mano sobre la empuñadura de su arma, paseaba mirando a la extensa llanura, vigilando lo que no necesitaba vigilancia. O eso querían creer. Esperaban oír gritos en cualquier momento provenientes del interior. Pero lo que vigilaban era la llanura, en la que ningún enemigo que se les acercase podía esconderse. Una pérdida de tiempo. Era un escudo inservible tirado en el suelo.
Un trueno se oyó más cerca poco después de que el relámpago se dejase ver. Miró al cielo. Lo vio. Vio la auténtica tormenta, el relámpago en la oscuridad. Era él, de pie, sobre una alta roca que sobresalía de la montaña ¿cuánto llevaba allí? El viento movía su melena mientras su semblante repleto de orgullo y rabia encogía su corazón. Saltó al tejado del monasterio y después al suelo. En un momento le tenía a su lado, con la espada en su garganta y su mirada clavada en ella, una mirada llena de rencor, recuerdos y hasta piedad. Una sonrisa asomó.
El soldado cojo desenvainó sin dudar su arma.
-¡Suéltala!
-¿Otro bufón en tu vida? Espero que a este tampoco te lo folles. Parece tan...patético.
Apartó la espada del cuello de la ladrona y se dirigió a su rival.
-¿Quién eres?
-Nadie importante. Solo un cabo suelto en el que tú no pintas nada.
-Pinto más de lo que te piensas...-No soltaba el arma, dispuesto a hacerle lo mismo que al hermano de Rojiza.
-¿Tú? No me vayas a decir que te has enamorado de ella. No...pobrecillo. Ella solo tiene corazón para un hombre. Tú tienes pinta de humilde, honorable incluso, simplón...no le van esos hombres, ¿sabes? Nuestra ladrona tiene gustos muy extraños. No le gusta que la traten bien, supongo que para ella es como si la despreciaran, como si la desmerecieran. Le gustan las adversidades, no que se lo pongan fácil.
-Has sido tú quien ha matado a esos hombres, ¿verdad?
-¿Tiene importancia eso?
-Claro que la tiene. Responderás ante el rey. Suelta el arma.
-Haz el favor-se acercó más-.No me menciones...¡Al rey!-Le asestó un golpe con una espada que desenvainó a gran velocidad y que el soldado detuvo a duras penas, perdiendo la suya tras el bloqueo. No esperaba que fuese tan fuerte ni que desenvainase una espada con esa velocidad y destreza.
El siguiente movimiento de su espada le cortó la cabeza al soldado cojo e indefenso, ahora también decapitado. A aquel que siempre la había protegido.
La ladrona lamentó su muerte, y hasta había sentido cierta pena, pero no se enfureció como debiera haberlo hecho al verle morir
-Ese peinado no le favorecía. Le he hecho un favor. Estar enamorado de ti es una tortura que pocos pueden aguantar.
-Gilipollas...-La ladrona le escupió.
-Cuánto desprecio injustificado hacia mi persona. Eres tan cínica como él. ¿Por qué no nos podemos llevar como antes?
-Porque no eres el de antes. Has cambiado.
-Ja,ja,ja,ja. ¡Claro que he cambiado! ¡Tú me cambiaste! ¡Vosotros me cambiasteis! Y él también me cambió.
-Sabes que siento lo sucedido. Tú en su día quisiste cedérselo, pero las leyes no lo permitían. Él solo...
-Miró por si mismo. Lo mismo que voy a hacer yo. Podría decir que actúo solo por venganza. Demasiado simple para mi gusto. Voy a ir más allá...no solo este reino está al borde del abismo. El mundo entero. Yo me encargaré de encauzarlo.
-Tú...tienes el cofre. ¡Pero si ni siquiera sabes lo que hay en su interior!
-Sé que de él depende este reino. Y se que tras él se esconde algo más que desconozco y pienso descubrir. Se me negó lo que me pertenecía por derecho. Se me arrastró a una vida en el olvido y el desprecio. ¿Es lo que pensamos restaurar? Yo me aseguraré de que no se consiga, solo con eso me daré por satisfecho. Y espero que tú no hayas cambiado de opinión.
-No voy a dejar que lo mates, si es a lo que te refieres. Los planes han cambiado.
-¿Me estás diciendo que, después de todo, te estás dejando manipular otra vez por él?-Volvió su semblante serio.
-Las cosas han cambiado...voy a ayudar al reino.
Fue el puñetazo más doloroso que le dieron en su vida.
-Si te unes a él otra vez correrás su misma suerte.
-Que así sea...-Escupió hacia él la sangre.
La espada se movió a una velocidad asombrosa, deteniéndose al mismo tiempo de la forma más repentina. La podía sentir en su cuello. No podía matarla, algo se lo impedía. Se giró. Ella comenzó a levantarse hasta que recibió una patada que la volvió a tirar.
-Esperarás aquí y saldaremos cuentas del pasado.
Cogió una correa del caballo, agarró la muñeca de la ladrona y la ató a una roca de la montaña.
-Saldré con su cadáver y el contenido del cofre. Y entonces tendrás que elegir, él o yo. Te lo pondré muy fácil.

El trueno había sonado varios minutos después de que el relámpago se mostrase sobre la roca de esa montaña y cayese sobre sus cabezas fulminando una de ellas. Ese rayo apunto de penetrar el monasterio le miró, era una mirada distinta. Añoraba, recordaba, lamentaba. Podía verlo. El ciempiés se resignaba a morir, pero ya había empezado a autodestruirse.
Apartó la mirada y se adentró en el monasterio, dejando atrás dos cadáveres sembrados por él, a una mujer de su pasado atada como un perro en una roca y el vacío de un príncipe que había desaparecido aterrado por la tormenta que les había caído encima.
Junto a ella vio pasar una mariposa que se posó en el tejado del monasterio. Un auténtico rayo descendió de los cielos y la primera gota de lluvia mojó su pelo. La mariposa, por un momento, parecía que la observaba. Después se posó sobre el cuerpo sin cabeza del soldado cojo. Hurgó en su cuerpo manchando sus alas de sangre, como en su sueño. Después alzó el vuelo de nuevo aleteando con entusiasmo y esparciendo pequeñas gotas de sangre, provocando su propia y peculiar lluvia. Un nuevo rayo les acompañó, una lluvia más intensa. La mariposa ascendió y ascendió y, para siempre, se perdió en la tormenta.

 -La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart LuisaPreissler: http://luisapreissler.deviantart.com/art/Human-293960069 
-La Segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart btsucks: http://btsucks.deviantart.com/art/butterfly-3017737