ACTO I
VIGILADOS VIGILANTES
Habían ensayado durante meses. Días enteros se pasaron preparando el jardín. Horas enseñando al muchacho todo lo que tenía que saber y decir, y por fin su día había llegado. Las armaduras de los soldados brillaban bajo la luz del sol, cuyo calor era reducido por el frescor del césped húmedo y las fuentes cercanas. Aunque a veces pensaba que el frescor que sentía era más bien una sensación, al fin y al cabo la armadura no ayudaba a reducir el calor y ni una gota de agua le llegaba a salpicar.
Daba igual, era un día radiante, tan radiante como todos esperaban y deseaban que fuera, tan radiante como se merecía un príncipe. Caminaba al compás de su rey, radiante también de felicidad, que avanzaba siguiendo el son de una música majestuosa hacia el altar de marfil en el que se encontraba su hijo, junto a otra fuente, por encima de todos ellos.
Observó las caras de todos sus compañeros de armas y miembros de la corte. Todos sonreían mientras contemplaban la armoniosa escena. Subió las escaleras junto a su rey a un ritmo pausado. El muchacho les esperaba unos peldaños más arriba mostrando cierto nerviosismo en su rostro. Cuando llegaron, tragó saliva con fuerza y forzó media sonrisa dirigida a su padre.
El guardián del rey se hizo a un lado dejando juntos a padre e hijo. El primero le tendió la mano al segundo y se acercaron al pie de la escalera contemplando a toda la corte y dejando atrás la fuente de agua cristalina que culminaba esa preciosa escena.
El rey pronunció un emotivo discurso sobre su familia, sus años como príncipe y sus largos y duros años al frente del reino. Le dirigió una mirada cómplice a su hijo y le besó una mejilla, tras lo que el joven también pronunció un discurso bien preparado, equivocándose solo en una ocasión. Después, el rey se volvió hacia su guardián alargando el brazo hacia él, que desenvainó una espada cuyo filo lanzaba destellos azules hacia el príncipe, y que colocó por el puño en la mano de su rey. Antes de soltar la espada le miró y le sonrió. El rey le devolvió la sonrisa, inclinó levemente la cabeza y se dirigió de nuevo a su hijo, poniéndose de perfil para la corte.
El príncipe hincó una rodilla en el suelo, bajó la cabeza y cerró los ojos. El rey alzó la espada lentamente para dirigirla a un hombro. Después la volvió a alzar dejándola inmóvil en el aire. El rostro del rey se desencajó, la mano le empezó a temblar y, con ella, la espada.
Muchos pensarían que se trataba de una pausa dramática, otros que el rey empezaba a notar la edad, otros que simplemente le pesaba, pero el guardián podía verlo con claridad. No era nada de eso.
Finalmente hizo bajar la espada al otro hombro, pero con una velocidad y violencia inusual en un acto como ese. El guardián no pudo llegar a tiempo para evitar el impacto, la espada se clavó en el hombro izquierdo del muchacho que gritó abriendo los ojos desconcertado, mirando a su padre con incredulidad, dudando si era parte del proceso de nombramiento. No lo era. El guardián actuó sin pensar en su protegido, ni como rey ni como amigo. Solo pensó en el príncipe, en su deber como guardián.
Cuando su rey ya había sacado la espada de la carne de su hijo y se disponía a lanzarle otro espadazo, esta vez mortal, el guardián ya había desenvainado su propia espada, interponiéndola en el camino de la del rey, compañera y amiga de la suya hasta ese momento.
El restallido del acero sobrecogió al público. Algunos gritaron; otros corrieron, huyendo; otros tantos corrieron también, pero cumpliendo su deber. Con lanzas y espadas en mano rodearon al rey y su guardián, poniéndose algunos delante del príncipe. Parecían no saber a quien ayudar. El imbécil que tocaba la majestuosa música continuó tocando tras desafinar por el susto que se había llevado. Debían de pagarle por cada acorde.
La espada del rey temblaba demasiado para mantener un combate serio y en igualdad de condiciones. Su guardián se limitó a esperar el siguiente y tembloroso ataque que detuvo sin dificultad. Los ojos del rey estaban inyectados en sangre y por las comisuras de los labios asomaba bilis. Al final, el guardián optó por atacar arrebatándole la espada de un simple estoque. Con la mano libre y sin pensar el rey agarró a su guardián por el cuello, que no tuvo más remedio que herirle un brazo con el filo de su espada para que le soltase. La sangre salpicó a la fuente en el momento en el que él se apartó soltando un bufido y mirando con inquina a su guardián. Cuando iba a arremeter desarmado contra alguno de sus guardias su rostro volvió a desencajarse. Se miró las manos, el brazo herido y finalmente dirigió la mirada al hombre que tenía frente a él.
Cayó de rodillas respirando con dificultad. Primero colocó una de sus manos en el pecho, después en la garganta y finalmente ambas en la cabeza. Comenzó a vomitar y a suplicar llorando. Antes de que su guardián o cualquier otro guardia le socorriese cayó inconsciente con los ojos en blanco y convulsionando.
Los gritos de pánico se intensificaron, los llantos del príncipe le encogieron el corazón y las órdenes de intervención y arresto le dieron un escalofrío.
El día seguía siendo radiante; la escena era, ahora, espeluznante. La fuente teñida de sangre salpicaba a un rey derribado y tembloroso sobre un altar cubierto de más acero que de marfil y de más miedo que de esperanza. El heredero contemplaba a su padre sabiendo que pronto debía ocupar su lugar y, quién sabe, tal vez la misma suerte.
Estar allí encerrado era de locos. Al principio se había resistido, pero comprendió que solo demostraría su inocencia si se mantenía tranquilo. Había herido al rey, sí, pero solo un ciego no hubiese visto por qué. No le extrañaba que quien diese la orden fuese el tío de su rey. Antiguo condestable y antiguo consejero de su alteza. Ahora solo tenía ciertos privilegios, pero ni voz ni voto. El rey se había visto obligado a firmar que, mientras su hijo fuese menor de edad y no pudiese ejercer como heredero legal, su anciano tío sería quien tomaría las decisiones importantes en su ausencia. Sabía que si del rey hubiese dependido él hubiese sido su mandatario en funciones y no el hermano de su padre fallecido, pero había leyes de descendencia y ascendencia que debía respetar.
Estar allí encerrado le permitió pensar en más cosas de las que le gustaría. Lo primero que pensó fue lo curioso que resultaba que el día del nombramiento del príncipe como heredero legal ocurriese un percance como ese. Y que el mismísimo tío del rey no dudase ni un segundo en sobreponerse a tal inesperada desgracia tomando el cargo de mandatario al instante para ordenar que le encerrasen en prisión. Era consciente de que le tenía ganas desde hacía años. Posiblemente desde que fue nombrado consejero y guardián de su sobrino. No, posiblemente mucho antes, desde que eran como hermanos.
No había sido astuto envenenar a su rey el mismo día que el perdía sus derechos de mandato en ausencia del gobernante. De hecho, su tío era demasiado retorcido para pensar tal simpleza, aunque, de hecho, que alguien como él cometiese tal simpleza de forma repentina y cruenta resultaba tan retorcido que podía ser plausible. Deberían comenzar una investigación. La comenzaría él mismo si no estuviese encerrado entre esas cuatro paredes de piedra y esa puerta de metal. Merecía un juicio, no podían arrestarle por algo que no había hecho. Pero antes de comenzar con juicios se encargarían de reunir a todos los sospechosos. ¿Quiénes era sospechosos? Todos y ninguno.
Hubiese jurado que su rey era el hombre más querido en todos los reinos. No solo había heredado un reino y las alianzas que su padre, y antes que él su abuelo, había conseguido; también había heredado su buen carácter, su don de gentes, su bondad. Durante muchos años ninguna guerra se había librado en ese reino, el más grande y próspero de todos los reinos. Era tan difícil unificar a todos los pueblos y evitar pugnas absurdas que los antepasados de su rey habían puesto todo su esfuerzo en conseguirlo. Aunque no todos lo lograron y no pudo evitarse que se librasen algunas guerras por el control del basto reino. Muchos contaban que el reino no había vivido una guerra ni siquiera cuando se instauró. Hay leyendas que cuentan que los reinos no los forjaron los hombres, que fueron arrebatados. Todos excepto ese, que fue ofrecido pacíficamente. Un reino de paz y un reinado pacífico.
Las leyendas, leyendas son. No obstante era cierto que los últimos reyes gozaban de una reputación inigualable. El pueblo los adoraba, creían en ellos, algunos creían incluso que no eran dignos de su amor y su sabiduría. ¿Quién querría matarle? ¿Quién querría una guerra en ese momento? Volvió a pensar en el tío del rey. Coherente, pero absurdo. ¿O no? La prisión le estaba empezando a volver loco.
Visualizó a todos los cortesanos de nuevo. Sonrientes, tranquilos, emocionados. Ninguno parecía querer que un día como ese acabase de esa forma. De nuevo el tío del rey apareció en su mente. Pero él siguió pensando. Tampoco los guardias tenían motivos para querer algo así. Pero ¿y si el motivo del envenenamiento no era el de matar al rey sino el de encerrarle a él? El tío del rey de nuevo en su mente. Había guardias que querían su posición y el actual condestable no le dedicaba miradas muy cariñosas. La envidia les había envenenado a ellos antes que el misterioso veneno a su rey.
Otra cosa ¿cuándo y cómo había ingerido el veneno? ¿Con quien había comido por última vez el rey? Hizo memoria. Su última comida había sido el desayuno y su último compañero en la mesa, él, como casi siempre. Eso no ayudaría mucho. Su tío de nuevo en la mente.
Había comido pan horneado untado en mantequilla con azúcar. Tanto el pan como la mantequilla eran de la ciudad, el azúcar provenía directamente del bosque de la caña, extraída por trabajadores de ciudades de la zona meridional del reino y trasladada por la zona sur, donde se encuentran las ciudades más ricas, capaces de pagar grandes cantidades de esa azúcar, la mejor y más cara azúcar.
También había comido una sola chuleta de cerdo, carne que era enviada desde el noroeste del reino, las ciudades más cercanas a las montañas tenían la mejor carne; y para terminar ingirió clementinas de los jardines del palacio al que muchos tenían acceso. Para acompañar había bebido cerveza. La cerveza que bebían en palacio la suministraban pueblos colindantes con ningún interés en envenenar al rey. Por supuesto, cualquiera podía haber envenenado esos alimentos. Mercaderes, compradores, cocineros...comensales. Cualquiera.
Habría que abrir el cuerpo del monarca para examinar el veneno y comprobar de qué tipo era, de dónde se pudo extraer, en qué momento hacía efecto...Solo esperaba que encontrasen al asesino pronto, por su propio bien.
El que lo hizo manejaba sustancias inhabituales. Hay muchos tipos de venenos: venenos que te provocan la muerte súbitamente, que te asfixian poco a poco, que te hacen cagar sangre durante días, que te queman por dentro, que te inmovilizan para el resto de tus días. ¿Pero que te hagan actuar como un asesino enloquecido capaz de atacar a tu propio hijo antes de matarte?¿Qué tipo de sustancia puede causar tal estado de locura? Y lo más importante, ¿quién tendría acceso a ella?
No le era fácil olvidar los ojos rojos, casi ensangrentados, el rostro lleno de ira y la bilis comenzando a asomar por los labios. Horrible.
La puerta abriéndose le quitó de la mente el veneno, la cara del tío de su rey, los ojos en sangre de su rey, las lágrimas del hijo de su rey, la sonriente cara de los cortesanos...todo se desvaneció para centrarse en su visitante: un hombre bajito, con una túnica gris, de rostro rechoncho, pelo canoso y ojos entrecerrados, con expresión aburrida. Llevaba un pergamino en una mano y una pluma en la otra.
-Buenos días, ser.-Saludó sin mirarle mientras cerraba la puerta.
-Buenos días-respondió educadamente-.Aunque no sé si es la mejor expresión que podemos usar esta mañana.
-Vos no, desde luego.-No mostraba sorna al decirlo, simplemente fue un comentario sincero.
-¿Qué trae a mi angosto calabozo a un escribano de cámara como vos?
-Vengo a poner por escrito lo que declaréis como vuestra defensa previa al juicio.-Anunció aburrido desenrollando el pergamino mientras se sentaba en un banco de madera podrida.
-¿Entra eso dentro de vuestras funciones?-De poco le podía servir saber eso, simplemente era curiosidad.
-Mi función aquí era la de redactar, leer, entregar y firmar el documento que establece al príncipe como heredero legal y mandatario en ausencia del gobernante, pero me temo que se ha anulado todo tras el pequeño inconveniente surgido. Como el buen rey me había pagado parte de los honorarios con antelación, decidieron darme alguna utilidad.-Humedeció la pluma en un tintero que llevaba bien cerrado en uno de sus bolsillos.
-Esto quiere decir que el juicio no se celebrará pronto.-No aguardaba muchas esperanzas de que así fuese.
-En efecto. Van a comenzar las oportunas investigaciones y a reunir a todos los sospechosos y testigos posibles, tras ello se encargarán de tu juicio.
-Pero esto no es legal.-El quejido de indignación más bien parecía el de un niño al que le han castigado sin jugar en la calle-.Soy un sospechoso, de acuerdo, pero no se me puede retener aquí sin pruebas de ningún tipo.
-No hace falta tener pruebas de algo que vieron todos.-Explicó el escribano mirando por encima del pergamino a su interlocutor.
-¿Qué vieron? ¿Cómo atacaba a nuestro rey?-No daba crédito a lo que estaba escuchando.
-Eso mismo. Creo que se os informó al ser arrestado.
-Todos vieron que le ataqué para defenderme, para defender a su heredero. ¡Alguien enveneno a nuestro rey!-No pudo evitar levantarse en un impulso de ira.
-De eso no se os acusa, por el momento. Tan solo sois un sospechoso más. No mezclemos los delitos.
-Yo no cometí ningún delito.-Pronunció cada palabra con lentitud, como si su inocencia quedaría más clara por ello.
-Eso es lo que tendréis que dictarme para que yo escriba. Si estamos aquí es para eso. Este documento servirá para que el mandatario en funciones y su consejo tenga una idea previa y, de paso, un documento que autorice vuestro arresto.
-¿Un documento que autorice mi arresto?
-Si dictáis esto es porque tenéis argumentos para defenderos de vuestro delito, y si debéis defenderos es porque hay algo de lo que acusaros, no pudiendo nadie acusar al actual mandatario de imprudencia judicial.
-Entonces me niego a redactar nada y mucho más a firmar cualquier cosa que me entreguéis.
-Entonces se dará por hecho que no precisáis de defensa, negándosete en juicio.
-Pero se me sacará de aquí hasta que se celebre el juicio o se estará cometiendo una imprudencia judicial.
-En realidad no. Tenéis un documento que os acredita como guardián del rey y su familia. Teóricamente habéis incumplido el decreto número cinco, que deja bien claro que si el guardián fuese el causante de cualquier tipo de daño (moral, físico o material) hacia el rey deberá: en caso de cometerse por imprudencia pagar cinco mil monedas de oro, entregar su espada durante tres meses y renunciar a su cargo de guardián hasta cinco meses, pudiendo reducir dos el rey en caso de que así lo decida, o añadir los meses que él crea necesario, pudiendo también expulsarle de tal cargo. En caso de realizar cualquier tipo de daño intencionado, el rey decidirá la pena, que iría desde la simple expulsión o destierro, hasta el encierro o la ejecución. En caso de que el rey pereciese tras recibir el daño, será su heredero legal o mandatario en funciones, hasta que su heredero legal sea mayor de edad, quien decida la pena. Sin posibilidad de salvación, pues el guardián deberá ser ejecutado o encerrado para siempre.-Lo recitó con una facilidad pasmosa, como si lo estuviese leyendo en algún sitio.
-¿Qué hay escrito en caso de que el guardián dañe al rey en defensa propia y como protección al heredero legal, sin haberle provocado la muerte?-Sabía que nada, lo preguntaba para remarcar la situación en la que se encontraba.
-Nada. No siempre la ley es infalible y contempla todos los casos posibles. Por eso se ha de deliberar. En caso de muerte habrá que investigar qué le produjo la muerte, si el veneno o tu ataque. No es tan fácil. Por eso se os pide paciencia. La corte no quiere tener al hombre que atacó a su rey pululando por palacio.
-Entonces...es definitivo. El rey ha muerto.
-He dicho “en caso de” como suposición real, no como suposición legislativa.
El guardián cerró los ojos y suspiró muy levemente, quitándose un peso mayor del que parecía en un primer momento.
-¿Hay posibilidades de que siga vivo?
-No lo saben. El veneno está actuando de forma extraña. Pero ahora me preocuparía más por vuestro estado que por el suyo.
-Vamos a ver si lo he entendido. Si no redacto y firmo mi defensa previa no puedo tener defensa en mi juicio, pero podría salir del calabozo o acusar de imprudencia judicial al actual mandatario si yo no hubiese violado uno de los decretos de guardián. Por lo que simplemente le podría acusar de imprudencia judicial por el caso de envenenamiento, sin poder salir del calabozo por haber atacado al rey que debía proteger.-Se quedó pensativo digiriendo lo que acababa de decir y sin obtener más que un gesto afirmativo del escribano.-¿Quién coño redacta las leyes aquí?
-Es complicado cuando se cruzan diferentes delitos, imprudencias y legislaciones. No todo proviene de la misma persona. Resumiendo, puedes quedarte encerrado defendiéndote o quedarte encerrado atacando, pero con escasas posibilidades si eliges lo segundo.
-Poco tendrán en cuenta las quejas de imprudencia judicial, me imagino.
-Vuestro rey las toma en consideración. Por su puesto el tribunal y el pueblo también.
-Por algo nuestro rey se ganó el respeto del pueblo, me refiero al mandatario en funciones. Su tío no parece tan...honrado.
-No se trata de eso. Los miembros del tribunal no permiten corrupción interna. El rey inculcó bien sus principios a sus hombres. Pero me temo que cuando, tanto el pueblo como la corte, decidan cómo resolver la imprudencia judicial, votarán a favor del mandatario, sin posibilidad de procesarle.
-Entonces le da igual que escriba o no ese documento.
-Es un proceso tedioso, aunque se celebraría más rápido que tu juicio llevaría también unos días. Además, supongo que no se quiere arriesgar a una mayoría de votos a favor de su procesamiento por imprudencia judicial, al fin y al cabo acaba de entrar al cargo sustituyendo al rey, no sabe como reaccionará el pueblo. Tampoco querrá una mancha en los documentos oficiales. Si alcanzas diez quejas por imprudencia judicial, aunque en la decisión popular hayas sido defendido y protegido, se te expulsa del cargo durante el tiempo establecido, según el intervalo de quejas por imprudencia.
-¿Diez?-El guardián encarcelado dio un resoplido-. Si que hay que hacerlo mal. O ser demasiado estúpido para encerrar a alguien sin atar bien los cabos.
-De esta forma se puede asegurar que no se encierra a alguien sin motivos suficientes, pruebas o testigos.
-¿Cuánto se tardará en celebrar mi juicio?
-Depende de lo que tardéis en redactarme vuestra defensa previa y narración de los hechos acontecidos esta mañana en los jardines de palacio.
-Está bien. Escribid.-Dio la orden con cierta desgana, como un niño que acepta a comerse las espinacas a regañadientes.
El escribano humedeció de nuevo la pluma y comenzó a escribir el relato del guardián encarcelado.
Hasta ese momento su mente todavía había estado demasiado afectada por lo ocurrido, por lo que no había pensado en las consecuencias del reino tras ese ataque, ni en que más que un amigo estaba en las puertas de la muerte. Había sido todo demasiado rápido. Tantas cosas había pasado con él desde que no eran más que niños, tantas vicisitudes, que ahora era absurdo que todo terminase de esa forma para ambos. Habían luchado tanto por mantener el reino sin fracturas, por conseguir mantener la paz, por erradicar el mínimo atisbo de maldad. Habían sacrificado tanto por asegurar la estabilidad del reino que le producía un gran malestar pensar en cómo todo estaba temblando ahora por la codicia de alguien. ¿Y si finalmente moría? Apenas tenía enemigos, cierto, pero el reino sería más vulnerable que nunca. Se tendría que celebrar otra ceremonia de ascenso y firmar los documentos del escribano de cámara nada más morir, tenerlo todo preparado para poder contar con un rey. Mientras el actual rey siguiese vivo tendrían que conformarse con su tío como gobernador en funciones, pues era ilegal nombrar como heredero legal al príncipe mientras el rey estaba en cama, era una tarea que solo su padre podía realizar si seguía con vida.
Un rey joven provocaría cierta desconfianza, perder de esa manera a un rey tan querido y protegido envalentonaría a los que tuvieron que rendirse ante los antepasados de la corona. Las ansias expansionistas de otros reinos también podrían suponer un problema, aunque algunos les debían más de un favor a la corona. Pero, muriese o no el monarca, si eran suficientemente eficientes para encontrar al culpable se ganarían de nuevo el respeto, manteniendo la tranquilidad de la corte y el resto de ciudadanos. Mientras estuviese allí encerrado poco podría ayudar. El reino se hundía y lo único que podía hacer era hundirse con él.
Pasaron dos días más. Tan solo dos días que allí se hacían eternos, allí encerrado no podía decir que eran tan solo dos días. Dos días en un espacio angosto, pensando siempre en lo mismo: en su rey, en el tío de su rey, en su destino, en el destino del reino. Podrían esperarle muchos más días allí, incluso meses antes de que se celebrara el juicio, podrían si no fuese porque la puerta se abrió ese mediodía. Tras ella esta vez no apareció un contable bajito y rechoncho, sino un hombre tan alto y fuerte como él, no tan ancho de hombros pero imponente, con armadura dorada y capa roja. Iba con un guardia a cada lado.
-Siento tener que irrumpir en vuestros aposentos de esta forma.-Asomó una sonrisa maliciosa.
-Cállate y dime a qué vienes. ¿A interrogarme?-El condestable era otro sospechoso.
-Habéis tenido suerte, el rey quiere veros.-Borró poco a poco la sonrisa, hasta que empezó a percibirse cierta molestia en el gesto de su cara.
-Así que ha despertado.-Se levantó enérgicamente colocándose frente a su interlocutor.
-Sí. Y quiere veros. Ya.-Se hizo a un lado para dejarle pasar, sin duda sería escoltado hasta los aposentos del rey.
Se puso en marcha sin pensarlo un momento, no le importaba ir oliendo a orines ni presentar ropa sucia ante su monarca. Había la suficiente confianza para hacerlo, y era suficientemente urgente como para no tener en cuenta esos detalles. Además, el condestable no le dejaría desviarse de su camino ni un momento.
Avanzaron hacia las habitaciones del rey sin mediar palabra a un ritmo ágil que marcaba el guardián. ¿Por qué le querría ver? ¿Qué le querría decir? ¿Qué imagen presentaría? Aunque estuviese débil ¿se recuperaría? Que hubiese despertado era una muy buena señal.
Por fin llegaron ante la puerta. El condestable pidió a sus guardias que se quedaran tras ella, entrando él con el guardián. Allí estaba el rey, postrado en una enorme cama, gimiendo y alzando costosamente la cabeza para comprobar quién entraba en sus habitaciones.
-Mi señor, os traigo a su guardián tal y como me solicitasteis.-Informó inclinando la cabeza.
-Bien...podéis retiraros.-Ordenó meneando la mano con cierta debilidad.
-Pero mi señor, no os podéis quedar con un preso que...
-No desobedezcáis a vuestro rey enfermo...por favor.-Fue la suplica de un moribundo más que la orden de un rey.
-Si, mi señor. Perdonadme.
Cuando estuvieron solos, el guardián se acercó a la cama para poder ver mejor a su rey. La barba enmarañada le cubría parte de la cara brillante por el sudor. Un mechón castaño de su pelo liso y perfectamente peinado hacia abajo se deslizaba por la ardiente frente de la que caían gotas de sudor con frecuencia. Tenía los ojos llorosos, con unas ojeras del tamaño de un coliseo, el párpado superior hinchado y el inferior casi en carne viva.
-Me alegro de veros con vida.-Le acarició la frente sudada y se inclinó para tenerle cerca.
-Debo tener un aspecto lamentable, me temo.-Sonrió con esfuerzo.
-No mejor del que tendría cualquiera tras superar...lo que quiera que vos hayáis superado.-Se arrepintió de abordar el tema tan rápido y de aquella manera.
-¿Qué paso? ¿Qué es lo que hice? Perdí totalmente el control de mis actos...veía, pero no...-Se empezó a alterar al recordarlo todo.
-Chss. Tranquilo, no penséis en ello ahora.
-Sí, solo puedo pensar en eso ahora, por eso os he llamado.-Hablaba con la voz reseca y no tan fluidamente como era habitual en él.
-Creía que me habíais llamado solo para ver a un amigo.-Intentó suavizar el ambiente bromeando.
-Oh...pues claro, hombre.-Torció la boca como pudo para mostrar un intento de sonrisa-. Pero también os necesito. Además, no aguantaba pensar que os habían apresado por atacarme, es absurdo.
-Lo sé, pero así son las leyes. Más difícil de lo que jamás imaginé.
-Y más absurdo de lo que a mí me gustaría. Si yo considero que mi guardián es inocente es que es inocente.-Dijo con toda la firmeza que pudo-.Y no habrá juicio que valga.
-Os lo agradezco, esa celda me estaba matando.
-Os creía más resistente.
-Resistí un ataque vuestro, mi señor.-Se lamentó de decir eso cuando vio cómo el rostro de su rey se ensombrecía.
-Lo vi. No podía parar, pero lo vi. Vi como atacaba a mi propio hijo, como le ensartaba la espada en el hombro. Quería parar...pero también quería matarle, sentí un deseo irrefrenable. Cuando os vi a vos atacándome sentí algo muy extraño, pero una vez más no pude parar. Era como si...como si yo fuese un mero espectador que vive intensamente el espectaculo. Hasta que me heristeis el brazo. Recordé algo, no supe decir el qué y entonces solo sentí dolor y mucha confusión en la cabeza. Parecía como si alguien me hubiese cogido el cerebro y me lo comenzase a aplastar.
-¿Sabéis que tipo de veneno puede hacer algo así?-El relato le estremeció. Había sufrido, todavía podía verse su sufrimiento en la cara.
-No, pero sé cómo puede curarse. Actúa de forma extraña, los curanderos han hecho una labor excelente evitando que me destroce los órganos internos, pero no por ello estoy libre de morir. Es como si, cuando parece que ha desaparecido, volviese a formarse. Solo hay una forma de eliminarlo por completo.-Tosió antes de poder decir qué le curaría.
-¿Qué forma? Sea cual sea yo os curaré.
-Acercaos, os la diré al oído. Es más que una cura, es un veneno.-Continuó tosiendo.
-¿La cura es un veneno?-¿Tendría fiebre y le estaría afectando o lo que decía tenía sentido?
-Acercaos y os lo desvelaré...acercaos.
El guardián le obedeció aproximando la cara a la de su rey. Agudizó el oído y esperó.
-La cura es...la cura es...es...-Le costaba hablar más que al inicio de la conversación-.La cura es...
El brazo apenas tuvo que estirarse para poder agarrarle por el cuello. Sentía la mano fría y sudosa agarrándole con una firmeza poco habitual en un hombre enfermo. Apretaba cada vez más, como si quisiera matarle.
-Mi...mi señor...agh...me está...ahogan...ahogan...ahogh.
Pudo mirar a su rey mientras le estrangulaba. No tenía los ojos rojos, no se podía decir que simplemente estuviesen rojos, más bien no parecían ojos humanos. Eran ojos llenos de ira por los que salían sangre en forma de lágrimas.
-Por...favor...volved a ser vos...
Cada vez le costaba más respirar. Ojeó con nerviosismo alrededor, esta vez no tenía una espada con la que quitárselo de encima. No había nada sobre la cama, ni nada en la pared. Lo único que podía usar eran las manos, en las que, curiosamente, no tenía suficiente fuerza para quitarse el brazo estrangulador de su enfermo rey.
Comenzó a agitarse mirando al techo y haciendo toda la fuerza que podía para apartar el brazo. Rezó esperando a que alguien entrase a la habitación a socorrerle o para que el rey entrase en razón. Ya ni siquiera podía suplicarle entre gemidos.
Pudo echar un ultimo vistazo a su verdugo. La sangre caía hacia la boca cubierta de nuevo de bilis. Su cara estaba llena de ira, odio y sufrimiento. Respiraba con dificultad esperando la muerte de su guardián. Se mordía el labio con tanta violencia que se lo hacía sangrar. La mano le temblaba de la fuerza que estaba ejerciendo, parecía que quisiera destrozarle la garganta.
Comenzaba a sentirse mareado, se agitaba cada vez con más violencia intentando quitárselo de encima. La estancia se puso borrosa, viendo solo las imágenes que se pasaban por su cabeza. Las últimas imágenes que contemplase. Vio a su rey de joven, siempre junto a él. La vio a ella. Se vio a si mismo enfadado y entristecido. Le vio a él. Después vio a su rey con ese rostro terrorífico. Vio a su tío en el trono, vio al condestable sonriendo.
-Todos...debemos...morir.-Pronunció el rey enloquecido mientras mataba a su guardián
El corazón le latía con tanta velocidad como fuerza usaba para estrangularle. Demasiado estaba aguantando. Entonces, unas últimas imágenes pasaron por su mente. Fuego, sangre, muerte...terror. También oyó gritos y risas que no le calmaron. Sintió rabia, odio y deseo de venganza. Pero, ante todo, sintió un poder que jamás había sentido. Se tenía que reponer. No podía morir así después de todo lo que había hecho. Tenía que luchar y cumplir su misión. No podía fallar por un error. No podía mandar al traste el futuro del reino por un error de cálculo.
Casi sin respiración alzó la cabeza, todavía con la mano de su rey apretándole el cuello. Le miró a los ojos ensangrentados con esfuerzo. Le sostuvo la mirada y le habló con una voz que no supo cómo podía salir de su garganta.
-Suéltame...soy yo.-Ambas miradas se mantenían fijas-.Sin mí no estarías aquí...soy...soy...
-Tú...eres tú.- El rey comprendió. Todavía con los ojos rojos llenos de sangre soltó a su guardián sin dejar de mirarlo-. Eres tú. Eres...-Los ojos de monarca volvieron a ser del marrón de siempre, aunque mantenía la sangre que había expulsado por ellos-.Sois vos, mi guardián...Disculpadme. ¿Estáis bien? Mostró su preocupación irguiéndose hacia él todo lo que pudo.
Para el guardián la sala todavía estaba borrosa. Se echó una mano a la cabeza y otra a la garganta mientras tosía sin parar. Tenía el cuello ardiendo.
-Sí...cof, cof. Estoy bien, no os...¡cof, cof! Nos os preocupéis.
-Una vez más he sido un mero espectador, no pretendía haceros...
-Lo sé...cof, cof, cof. Lo sé. No debéis disculparos, es el veneno.-Se irguió fingiendo cierta despreocupación.
-Tengo que eliminarlo cuanto antes, antes de que pueda volver a suceder.
-Yo me encargaré de ello. Es mi misión la de proteger al rey. Por eso debéis decirme dónde encontraré esa cura.
-Es curioso. Antaño os tendría que haber convencido de que os alejarais de mí.-Sonrío sin ganas mientras se limpiaba la sangre y la bilis de la cara, como si estuviese ya acostumbrado-.Supongo que...el haber estado a punto de mataros os anima a no manteneros muy cerca de...
-¡No! Jamás. Solo quiero asegurar vuestra protección. No podéis fiaros de nadie. Si enviáis a por la cura a cualquiera podríais cometer un error. ¿Y si enviáis al hombre que os envenenó? Jamás os la traería.
-Lo sé. Por eso os envío a vos. Era solo una broma. Ya no sé como llevar esto que me está pasando. He estado a punto de...de...
-Si no me hubieseis soltado quiero que os quede clara una cosa. No hubieseis sido vos quien me hubieseis matado, si no el hombre que os envenenó.-Le cogió la mano con la que había intentado estrangular y la agitó. No podía dejar que su rey decayese por culpa de lo que le estaba sucediendo
-¿Quién habrá sido capaz de...?-El rey apartó la mirada hacia la ventana, como si buscase respuestas de alguien superior ahí fuera. Observando su ciudad, su reino, como un padre que observa a un hijo que le ha decepcionado.
-Me gustaría investigar, pero...
-No. Debéis ir a por la cura. La necesito. Cuando vuelva a estar en condiciones juntos comenzaremos las investigaciones que ya han comenzado el consejo y mi tío.
-Me andaré sin rodeos, mi señor ¿Os fiáis de él?
-No...pero no puedo hacer nada.-También parecía lamentarse por no poder fiarse de su tío.
-Temo que al abandonar la ciudad puedan atacaros de nuevo.
-Y yo, si os soy sincero. Pero al fin y al cabo ni vos pudisteis evitar que me envenenasen. No creo que el hombre que ideo todo esto se exponga a intentar matarme de nuevo. Dicen que el veneno es el arma de los cobardes.
-También que el cementerio está lleno de valientes. Eso es porque los cobardes son más inteligentes y pragmáticos. No me fiaría de quién ha urdido este plan. Si alguien ha sido capaz de envenenaros sin levantar sospechas claras también puede ser capaz de buscar otra forma de asesinaros sin dejar huellas.
-Recordad que el veneno sigue en mi cuerpo y, sin una cura, puede matarme más pronto que tarde. Supongo que mi asesino se dedique a esperar. Los cobardes también puede ser muy pacientes. Con tal de no exponerse harán lo que sea, incluso esperar sin obtener resultados a corto plazo.
-Ojalá así sea. Aún así, su hijo sigue corriendo un gran riesgo. Con vos vivo y consciente, aunque en cama, puede ser nombrado heredero legal. Si vuestro tío ha planeado todo esto no dudará en...ya sabéis. Quitarse al muchacho de en medio.
-Por ello esperaré. Seré inteligente y no le nombraré heredero legal todavía. Dejaré que mi tío gobierne. Sea o no el envenenador me vendrá bien que se siente él en el trono en mi ausencia y no mi hijo.
-Sabía decisión. Aunque sigo pensando que lo mejor es sacarle de aquí. El envenenamiento produjo que le atacases. Parecía que todo estaba perfectamente planeado para acabar con ambos. No está a salvo pululando por palacio y menos sin guardián.
-¿Qué proponéis entonces?-Preguntó con curiosidad el rey entrecerrando los ojos.
-Llevarlo conmigo.-Le preocupaba que el rey no acogiese con agrado su idea.
-¿Con vos? No diré que el reino es un lugar peligroso, pues por fortuna es uno de los reinos más prósperos y pacíficos. Pero sigue siendo arriesgado.
-Yo le protegeré con mi vida. Ya lo sabéis. Es una oportunidad excelente para que vea mundo. Además, aprovecharé para enseñarle a combatir, a defenderse. Será un viaje muy productivo para él. Y seguro, os lo prometo.
El rey respiró hondo y finalmente accedió a la petición de su guardián.
-El lugar al que debéis ir está lejos de aquí. Casi al otro extremo de nuestro reino, cerca de la frontera con el reino más al norte. Al monasterio fronterizo, allí donde ningún rey manda, solo un dios.
-El monasterio fronterizo. Algunos de sus monjes han contribuido al conocimiento más profundo de nuestro mundo. ¿Allí está la cura?
-Allí hay mucho más. Allí escondemos nuestro tesoro.
-La famosa herencia de nuestro reino.
-En efecto. Codiciado por muchos y oculto hasta hace no mucho. Ese tesoro es nuestro veneno y nuestra cura. Los monjes lo estudiaron para descubrir sus facultades.
-¿De qué se trata? Hay muchas leyendas y teorías, pero...
-Bayas.
-¿Bayas?
-Bayas.
-Vaya...¿Ni oro, ni armas, solo bayas?
-Solo bayas.
-¿Quién sabe que solo hay bayas?
-Lo sabía mi padre, y antes que él el suyo. Lo sé yo y lo sabrá mi hijo. Lo sabía mi antiguo guardián y lo sabe mi tío. Ahora lo sabéis vos.
-¿Y esas bayas pueden detener el veneno?
-Más bien lo producen. Pero si lo ingiere alguien con el veneno alojado en el organismo lo expulsa.
-Pero para imponerse el nuevo veneno.
-No. Según se ha comprobado el veneno producido se acopla al veneno asentado absorbiéndolo, pudiendo ser fácilmente expulsados. Más bien se destruyen mutuamente. Digamos que es como si metes a los hermanos reyes del reino impenetrable en la misma sala. Ambos son terriblemente nocivos para el reino, pero si coinciden en un mismo sitio se matarían entre ellos curando el mal del reino.
-Buena analogía.
-Necesito ingerir una de esas bayas, por ello debéis ir al monasterio fronterizo con un decreto real que mandaré redactar al escribano y que os firmaré, lo que os autorizará la recogida del cofre con las bayas. El decreto también os servirá para moveros sin dificultades por el reino.
-¿Confiáis en que los monjes del monasterio conserven el cofre con las bayas intactos?
-Es un cofre irrompible fabricado por los monjes herreros, que dominan los materiales más extraños de nuestro mundo. Para abrir se necesita tan solo una llave.
-Que espero tengáis vos.
-De hecho la tengo. Os la daré antes de partir. Es lo único que abre el cofre así que debéis llevarla siempre con vos. Solo hay un problema.
-Un buen viaje no puede comenzar sin un buen problema, supongo.
-El problema es aquella mujer que conocimos de vuelta al palacio aquel día.
-El secreto del guardián...
-En efecto, es lo que su hijo la desvelo, así que tal vez hayan robado el cofre. En principio los monjes no son fáciles de convencer y el cofre está bien escondido, así que incluso torturándolos seguramente no haya conseguido encontrarlo, incluso aunque pusiese patas arriba el monasterio. Si lo ha robado, me temo que será complicado encontrar a esa mujer después de tanto tiempo.
-Un momento...si ese cofre contiene el veneno. Cabe la posibilidad de que quien os haya envenenado posea esas bayas y por tanto el cofre. Esa mujer...
-En efecto. Pero no veo porque esa mujer querría borrarme del mapa.
-Ella no, pero cabe la posibilidad de que se las vendiese a alguien al que sí le interesase por un buen precio. Puede que unas bayas no entrasen en su concepto de tesoro milenario.
-No podemos seguir haciendo simples conjeturas. Lo primero que hay que hacer es viajar al monasterio. Si lo han robado, entonces, volverás a palacio e investigaremos como es debido a los sospechosos. Muy probablemente uno tenga el cofre.
-Pero si poseen más bayas pueden volver a envenenaros. No puedo viajar tranquilo al monasterio sabiendo el riesgo que corréis.
-Nunca me ha gustado tener catadores, siempre he confiado en la gente que me rodea, pero haré que alguien pruebe antes que yo todo lo que ingiera, no os preocupéis por mi. Os daré la llave y a mi hijo, son dos de las cosas más importantes que tengo y que mantienen la estabilidad del reino, y os las confío a vos.
-Gracias, mi señor. No os defraudaré.
Al salir de los aposentos del rey comprobó que el condestable seguía allí con sus hombres, esperando. Le miró con la cara de pocos amigos con la que solía mirarle esperando que le dijese algo sobre su charla con el monarca. Ese idiota no era capaz de mover sus desarrollados músculos si alguien no se lo ordenaba.
El guardián sacó el decreto real manteniéndole la mirada al condestable. Al ver la firma del rey en el documento que concedía la libertad al guardián y le permitía viajar a la frontera norteña apretó los dientes. Se dio media vuelta y, con paso firme se fue, seguramente a lamer el nuevo culo que se posaba sobre el trono.
Entró a los aposentos del príncipe, cercanos a los del rey. Mantenían los mismos lujos y el mismo orden que los de su padre, no parecía que allí se alojara un joven muchacho. Estaba tumbado en la cama boca arriba. con un hombro vendado y un libro de caballería en el regazo.
-Mi príncipe, debéis prepararos para partir.
El príncipe se mantuvo mirando fijamente al techo.
-Quiere matarme.-fue lo único que dijo.
-¿Quién? ¿Quién quiere mataros?-Le asustaba que el muchacho lo dijese con esa seguridad.
-Él. Quiere matarme.
-¡No! Ha despertado. Está mejor, mucho mejor.-El muchacho estaba afectado, al fin y al cabo era un joven de tan solo dieciséis años.
-Le he visto, pero sé que el veneno puede volver a afectarle.
-¿Os lo dijo él?
-No.
-¿Lo habéis leído?-Dudaba que hubiese información sobre ese veneno. Además, el príncipe parecía más preocupado por actuar como un buen caballero de novelas que conocer el origen del veneno.
-No. Simplemente lo sé. Sé que todavía no está bien. Sé que me volverá a atacar. Y sé que aunque vuelva a fracasar intentará matarme de nuevo, de otra forma. Y sé que moriré.
-¡No digáis eso!-El guardián se acercó a la cama de su protegido-.Yo estoy aquí para protegeros.
-Vos también moriréis, él os matará.
-No. Vuestro padre va a ser atado a su cama, hasta que esté curado no volverá a haceros daño.
El joven príncipe giró la cabeza lentamente para mirar a su guardián. Tenía los ojos vidriosos y le temblaba la boca.
-Nos matará él. La persona que envenenó a mi padre nos matará a todos.
El guardián se quedó paralizado sin saber qué decir. Tardó unos segundos en reaccionar.
-¿Sabéis quién envenenó a vuestro padre?-Tragó saliva nervioso, esperando la respuesta.
El muchacho hizo un gesto negativo con la cabeza.
-Pero siento que está cerca.-Hablaba en un susurro.
-¿Sospecháis de alguien?
El joven abrió la boca para hablar, pero entonces comenzó a temblar mucho. Empezó a gritar de pavor mientras se tapaba los odios y no dejaba de moverse. El guardián creyó que le había dado algún tipo de ataque e incluso pensó que le habían dado el veneno a él también. Tras dos minutos sin saber qué hacer e intentando tranquilizarle, el príncipe se detuvo.
-Llevadme lejos de aquí. Por favor.-Le suplicó sollozando.
-Sí. Tranquilo, os llevaré a...
-Al monasterio fronterizo, sí. Allí estaré a salvo.
Prefirió no preguntar por qué lo sabía.
Estaba preparando los caballos y explicando al príncipe los caminos que cogerían y qué verían, cuando alguien se le acercó por detrás. Uno de los caballos se alteró al ver el hombre imponente con aquella capa roja y su armadura dorada. Era el condestable.
-¿Qué es lo que queréis ahora?-Preguntó molesto volviéndose de nuevo hacia el caballo.
-Yo nada. El gobernante en funciones quiere veros.
-¿A mí? No tengo nada que hablar con él.-Se detuvo un momento, pero siguió ultimando los preparativos mientras el príncipe observaba inquieto.
-Pero él sí con vos. Es una orden directa del trono. Si no obedecéis...
-¿Qué? ¿Me encarcelaréis otra vez? Tengo una misión que cumplir que me ha encomendado la corona, no el trono. Quien se siente en el trono ahora me es indiferente mientras nuestro rey siga con vida y consciente.-No se fiaba de lo que podría hacer el posible envenenador. O los posibles...
-Hay leyes, y vos debéis cumplirlas. Incluso el rey. Puede sacaros de prisión por los delitos cometidos hacia su persona si así lo considera, pero por desobedecer al actual mandatario hay una pena que tendríais que cumplir hasta que el rey vuelva a tener los derechos de gobierno absoluto. Pues sería un delito hacia su tío y no hacia él. Poca mano podría meter.
-Lo dudo.-Esta vez si se giró hacia el condestable-.Os encantaba seguir las órdenes de nuestro rey, ¿qué ha pasado para que os mostréis tan desafiante?
-Que tengo delante al posible envenenador, eso es lo que pasa.-No le temblaron las palabras al lanzar la acusación.
-Cualquiera podría serlo.
-A vos fue a quien encerraron y no a mí.
-Sabéis perfectamente que...
-Id con él.-Interrumpió el joven príncipe.
El guardián se volvió hacia él con gesto de incredulidad, estaba claro que no sabía el peligro que corría la misión si antes de irse visitaban al más que posible urdidor del intento de asesinato de su padre.
-Pero, mi señor...
-¡Qué vayáis! Por favor...-El joven señor bajó la mirada avergonzado.
El condestable sonrió sin disimulo.
El anciano tío de su rey apenas llenaba el trono de marfil con su delgado cuerpo. Se sentaba con seguridad, pero no resultaba imponente. Conservaba el pelo, aunque de un gris apagado que no encajaba con la energía que se esforzaba en trasmitir allí sentado. Tenía pocas arrugas para la edad que tenía y mantenía un gesto firme sin llegar a resultar excesivamente desagradable.
-Me han informado de vuestra marcha al monasterio fronterizo.
El condestable había sido el informador, claro.
-Así es.-No tenía nada que ocultar.
-Sé perfectamente a qué vais allí, pero no lo considero... prudente.-No mostraba ninguna malicia en sus palabras, ni nerviosismo.
-¿Tal vez porque no encuentre nada?-Sabía que arriesgaba mucho dejando caer eso sobre la mesa.
-Tal vez. Es de sobra conocido que en esta corte deambulan algunos incompetentes.-Afirmó con rotundidad. Sabía a quién se refería.
-De la misma forma que hay otros demasiado competentes.-No pudo evitar fulminarlo con la mirada.
-Esa no es la cuestión. La cuestión es que es posible que malgastéis vuestro tiempo y el de nuestro rey haciendo ese viaje.
-Nada es perder el tiempo cuando se trata de salvar a nuestro rey.-Agachó la cabeza solemnemente al pronunciar las palabras.
-Algo que no conseguiréis si viajáis a un lugar que seguramente ya haya sido saqueado.
-A no ser que conozcáis a sus saqueadores-hizo una pausa-.No se me ocurre otro lugar por el que empezar.
-Conocí a uno de sus posibles saqueadores, lo sabéis bien. Y no estaríamos en esta situación si no fuese por...
-Por el absurdo deseo de desestabilizar la corona que tiene algún necio.-Le miraba fijamente, esperando una respuesta desagradable, un gesto que mostrase incomodidad, un cambio en la postura. Nada. Todo lo cálido que había sido su hermano lo tenía de frío él.
-Que bien podríais ser vos.-Tan contundente como siempre.
-O vos.
Un tenso silencio les inundo en ese momento. Había sido una acusación muy grave que no debía haber realizado.
El condestable miró al anciano que se sentaba sobre el trono, sereno pero con la tez blanca y apretando los puños con fuerza. El guardián le sostenía la mirada como podía. Los guardias se mantenían todo lo impertérritos que debían.
El anciano tío de su rey se levantó con lentitud del trono. No por que le fuese difícil moverse, sino por la tensión del momento. Ni él sabría qué iba a hacer mientras bajaba los escalones que le separaban del resto de hombres situados en la sala.
Al guardián se le comenzó a acumular saliva en la boca que no quería tragar para evitar mostrar algún signo de debilidad ante ese posible asesino que cada vez estaba más cerca. Lo tenía a diez palmos, nueve, ocho. Su rostro empezaba a endurecerse. Siete, seis, cinco. Notaba la mandíbula marcándose en su cara. Cuatro palmos entre su cara y la del hombre que ostentaba el trono. Y hasta tres y dos, hasta que se detuvo.
-Os ejecutaré.-Le recorrió un escalofrió del que no se sintió orgulloso. Pero no cualquiera era capaz de sostenerle la mirada a ese hombre, y menos cuando había pronunciado esas palabras-.Cuando el rey muera, os ejecutaré.-Repitió con voz baja, pero firme.
-Sé que vos habéis preparado este escenario.-Ya no tenía nada que perder. Si sabía que el fiel amigo de su sobrino sospechaba de él tendría más cuidado en sus próximos movimientos, lo cual le dificultaría más realizar un nuevo ataque al monarca.
El gobernador en funciones sonrió.
-Es curioso, iba a decir exactamente lo mismo.
-Partiré, traeré la cura, salvaré al rey y os sentenciaremos.
-No creáis que os dejaré partir sin más.-Miró al condestable-.Tendréis vigilancia.
El guardián imitó al hombre que tenía frente a él y miró al condestable, que se mostraba más nervioso de lo normal.
-No pienso viajar con nadie más que el príncipe.
El anciano se dio media vuelta para volver a su trono.
-Envenenáis al rey, os lleváis a su hijo, desviáis las sospechas hacia mí y pretendéis que no sospeche de vos y os deje ir sin más.-Se volvió a sentar.
-Lo único que pretendo es hacer algo, y cuanto antes.
-Si queréis que os dejemos partir deberéis aceptar vigilancia.
-No la acepto.-Con el rey consciente no tenía ningún poder con el que obligarle a llevar vigilancia o detenerle.
-¡Cerrad las puertas del castillo y de la ciudad y no permitáis que el guardián salga!
-¡¿Qué?! ¡Exijo hablar con mi rey! ¡No permitirá tal cosa!
-Vuestro rey ya ha sido atado a la cama. No podrá hacer nada.
-No...no podéis.
-Con él atado incluso podría encarcelaros por vuestros delitos. O ejecutaros, como os he dicho que haré. Pero por ahora no será necesario. No quiero que nuestro rey piense que pongo en duda su palabra.
-¡Os mandará encarcelar por esto!-Los guardias ya se habían apresurado a cogerle otra vez, aunque esta vez se resistió más que en el jardín.
El gobernador en funciones miró al condestable al tiempo que le hacia una señal. El condestable, robusto e imponente, se acercó al tiempo que mandaba a los guardias que le soltasen. Cuando los soldados le soltaron lo primero que hizo fue mirar al anciano sentado sobre su trono frunciendo el ceño con la mandíbula apretada. Antes de que el guardián pudiese mirar al condestable recibió un puñetazo de este que le tumbó.
-Esto es por acusarme de tales cosas sin pruebas.-Declaró el hombre sentado sobre el trono.
Desde el suelo vio que hizo otra señal. Una patada le golpeó el costado.
-Y esto por que os lo merecéis, simplemente.
Tirado en el suelo notó que le ardía la nariz, el pecho y los ojos. En ese momento se hubiese levantado y le hubiese arrancado la cabeza al condestable para que se la comiera ese viejo. Pero no podía hacer nada.
-Podría mataros aquí mismo si quisiese, pero como os he dicho, no quiero enfadar en exceso a nuestro rey.
-Él...te juzgará por esto.
-El rey no se encuentra estable mentalmente, he de tomar ciertas decisiones por él por el bien de nuestro reino.
-Sí...queréis salvarle de verdad...dejadme...ir. Incluso si...sois...el culpable....sería lo más...inteligente.-Se le había cortado la respiración del golpe en el costado.
-Os dejo ir, pero con vigilancia. Si os negáis, la paliza continuará hasta que se os olvide cómo mear. Os recomiendo que si vais a tener al condestable cerca sea como vigilante y no como torturador.
-Hijo...de...
-Dadme una respuesta ya o el siguiente golpe que le ordene dar será en partes más nobles.
-Iré con él...pero juro que os...-se estaba recuperando del golpe, pero ver la sangre de su nariz derramada por el mármol le estaba enfureciendo-.Os juró que acabaréis dónde debéis. En el puto...infierno.
El condestable le levantó del suelo bruscamente.
-Ya sabéis que no tendré ningún apuro en golpearos si intentáis jugármela. Tened cuidado.
Incluso con la vista borrosa era capaz de captar el odio en su mirada. No sería un compañero de viaje agradable.
El príncipe se asustó al verle la cara hinchada con manchas de sangre que salían del labio y la nariz. El guardián le quitó importancia y siguió con su tarea en las cuadras. Cuando hubieron acabado se dirigieron al portón de la ciudad. Caminando por la calle se preguntó si la gente se imaginaba lo que estaba pasando en el palacio. Nadie parecía preocupado, todos hablaban y paseaban con tranquilidad, hacían sus tareas diarias, reían, discutían y gritaban como si fuese un día cualquiera, como si el reino no hubiese empezado a tambalearse.
Alguien quería a su rey fuera del trono, controlar esa y el resto de ciudades que mantienen alianzas con ellas. No había fisuras en el reino, por lo que controlar la capital significaba tener control total sobre todas las ciudades. Pero si el linaje de su rey era destruido no podía asegurar que todos sus aliados se mantuviesen. Tampoco creía que el que ocupara el trono fuese tan tolerante como él actual monarca. Fue duro cuando tuvo que serlo y mostró toda su fuerza cuando tuvo que mostrarla. Tomó decisiones difíciles que no gustaron a todos, pero supo cómo aplacar la ira de los afectados con recompensas por otros sitios. Jamás pensaba solamente en su beneficio.
Todos a los que veía pisar las calles embaldosadas estaban en mayor o menor medida contentos con el hombre que les gobernaba. No había una sola zona de la ciudad descuidada y los impuestos no eran excesivamente altos. El reino que controlaba era suficientemente grande como para conseguir grandes beneficios a nada que los ciudadanos pagasen una pequeña cantidad en cada ciudad. El dinero iba directamente a las arcas del monarca, que lo utilizaba únicamente por el bien del pueblo. El palacio apenas había tenido arreglos en todos estos años, y se habían reducido costes en el mantenimiento del ejército en cuanto a armamento y nuevos reclutas aceptados, sin llegar a expulsar a nadie ni bajar en exceso los sueldos.
El rey también destacaba por no dar grandes banquetes. Solía solidarizarse con el pueblo cuando alguna tragedia les sacudía. Ofrecía dinero cuando los granjeros eran atacados por bandidos, si se cogía a los bandidos el rey directamente hablaba con ellos. Había ocasiones en las que eran pobres hombres con mala suerte que habían utilizado el saqueo como medio de supervivencia después de perder todo su dinero apostando o por imprudencias similares. El rey les ayudaba incluso a ellos. Aunque, claro, no siempre se ganaba el favor de los ciudadanos, sobre todo de las víctimas. Pero la ayuda que les ofrecía también a ellos aplacaba su ira. Si el bandido lo hiciese tan solo porque disfrutaba viviendo al margen de la legalidad era encerrado para que no causase más mal, pero se le trataba como a cualquiera. No permitía las vejaciones de ningún tipo e incluso le proporcionaba comida más que decente. Aunque las leyes no siempre le ponían las cosas fáciles y modificarlas no era un proceso agradable o rápido, por lo que en más de una ocasión tuvo que sentenciar a algún preso a muerte, normalmente apresados por asesinato.
No era fácil gobernar, por lo que ganarse el respeto e incluso el aprecio de la gente era más duro de lo que parecía. Él lo tuvo un tanto más fácil porque sabían de quienes era hijo y nieto, ambos grandes hombres que también se preocuparon por su reino, pero aún así no siempre fue agradable. ¿Cómo lo haría el hombre que usurpase el trono? Y lo más importante, ¿qué pretendía hacer? Quien intenta arrebatar de esa manera el poder a alguien que es justo es por que lo va a usar para su propio beneficio, sin importarle mucho el reino. Suponía que ni siquiera se ha parado a pensar en el caos que supondría una usurpación, la cantidad de ciudades que romperían pactos y se pondrían en su contra. No quería ni pensarlo.
Tuvieron que esperar tras las puertas de la ciudad, protegidas por tan solo dos guardias que les vigilaban. El tío del rey no tardaría en doblar la protección de la entrada ahora que empezaba a tener más mano en la ciudad.
El príncipe fue lo suficientemente cauto para no preguntar qué le hicieron exactamente y por qué lo golpearon, o tal vez simplemente tuvo miedo de escuchar la respuesta.
Esperaron con sus dos caballos sin hablar entre ellos absolutamente nada, y menos con dos guardias delante, a los que ambos echaban miradas furtivas de vez en cuando. Sabía lo que era estar durante una mañana o una tarde entera vigilando lo que fuera. A veces se hacía eterno e incluso de vez en cuando se agradecía que pasase algo, un borracho que intentase pasar, un imbécil que se creyese con derecho de pasar, un ingenuo que decidiese enfrentarse a ti solo por orgullo más que por pasar o incluso un viejo que escupiese al suelo maldiciéndote aunque no tuviese ningún interés por pasar.
Pero, por lo general, ser guardia era más bien aburrido, aunque en el pasado él lo hizo con orgullo. Llegó a vigilar los aposentos de su rey antes de convertirse en guardián, y eso le hizo sentirse afortunado. Y más cuando se trataba del padre de su amigo y actual rey. Era una mínima parte que mantenía la estabilidad del reino, ahora era lo único que podría mantener esa estabilidad, suya era toda la responsabilidad, lo que le producía una sensación de orgullo que se combinaba con cierta preocupación. Demasiadas cosas dependían de él.
El condestable por fin apareció protegido por dos guardias, uno de su misma estatura y otro todavía más alto. Los tres iban sobre palafrenes robustos y de colores claros. Los tres llevaban armaduras similares, aunque la del condestable parecía más pesada y era de oro bruñido. Su capa roja también era más larga y cabalgaba con más altivez que sus compañeros.
-¡Vamos!-Ordenó sin ni siquiera saludar a sus compañeros de viaje.
-¿Vas a llevar guardias para el viaje?-Preguntó incrédulo el guardián.
-¿Crees que voy a viajar solo contigo y con el joven príncipe, demasiado verde como para poder siquiera defenderse a él mismo?-Le dirigió una leve sonrisa al muchacho-.Sin ofender, alteza.
El chico le miró sin levantar mucho la cabeza mostrando tanto temor como respeto y una pizca de enfado.
-Debemos viajar lo más rápido posible, llevar a más gente nos retrasaría. Además, ver a tantos hombres moverse desde la capital levantaría sospechas. Tres viajeros ya pueden ser problemáticos, si uno de ellos es el condestable y viaja con guardias es como anunciar que algo sucede en la capital.
-¿Y que van a hacer? Levantarse en armas.-Se mofó el condestable.
-Nunca subestimes a gente con miedo que puede perder lo que tiene.
-O que quiere hacerse con lo que no tiene.-Añadió el príncipe sin mirar a nadie.
-Ese no es mi problema. A mí se me ha ordenado viajar con guardia, y eso es lo que hago. Si se quedan aquí vos también os quedaréis.
El guardián miró con desconfianza a los dos hombres y sin decir nada montó sobre su caballo. Los guardias abrieron las puertas y los cinco pusieron rumbo al monasterio fronterizo.
Viajaban a un ritmo considerablemente bueno. Por el camino el guardián había comentado a sus nuevos compañeros cómo planeaba llegar al monasterio. Discutieron un poco por los caminos que debían de coger, pero estaban de acuerdo en que no llegarían a la primera ciudad antes de llegar la noche, por lo que tendrían que acampar. Esa primera parte del viaje fue incomoda. Tras ponerse de acuerdo sobre por dónde debían ir en los próximos días nadie añadió nada. Esperaba aprovechar el viaje para conversar con su príncipe, pero no se veía con ganas. Notaba la cara hinchada y el costado le dolía cuando se inclinaba en su caballo. Además, no le apetecía hablar nada delante del condestable, sencillamente le incomodaba.
Llegó la noche y con ella el momento de detenerse cerca del camino principal. Había una posada no muy lejos, pero el guardián se negó de gastar el dinero que llevaban tan pronto. Como alternativa el condestable mencionó el decreto real. Era una tarea de urgencia que precisaba de un viaje rápido y sin contratiempos. El guardián dejó claro que no sería tan estúpido de mostrar ese documento tan cerca de casa. No podía extenderse la noticia de que la corte se había movilizado por motivos reales.
-¿Para que has traído entonces las tiendas?-Reprochó el guardián.
-Para una urgencia, no para usarlas a cinco horas de palacio.-Se quejó mientras las cogía de unos de los caballos.
El guardián decidió no continuar la discusión. Mientras le hiciese caso y abriese las tiendas le valía.
Mientras los guardias montaban las tiendas él intentaba hacer fuego junto al príncipe y el condestable iba a por el saco de comida que portaba uno de los caballos.
-Quiero que os mantengáis siempre cerca de mí y que no os fiéis de nada de lo que os digan esos tres ¿de acuerdo, alteza?-Susurró el guardián sin dejar de mirar a la leña que él mismo había conseguido.
-Como gustéis.
El príncipe parecía ansioso por ver arder la hoguera. Seguro que no tenía frío, de hecho no hacía mala temperatura, ni tenía hambre. Más bien parecía ansioso por ver simplemente como se hacía el fuego sin ningún tipo de ayuda más que dos palos. Era un chico tranquilo, que ni ansioso se alteraba. Esperaba paciente, absorto en el movimiento que hacían los palos y en las primeras chispas que presagiaban el nacimiento del fuego.
Cuando el fuego estuvo listo y las tiendas preparadas comenzaron a comer. Tenían algo de carne bien conservada y fruta de los jardines del palacio que no tardaría en pasarse. La cena se mantuvo casi en silencio. Los únicos que se empeñaban en romper ese silencio eran las llamas y sus dientes. Escuchar masticar al de al lado y el crepitar de un fuego controlado puede ser muy agradable con la compañía equivocada.
Pero la lengua a la que rodeaban los ruidosos dientes del condestable no podía estarse tan quieta como lo estaba siempre el príncipe.
-Es una pena que nuestro príncipe esté presente, me gustaría narraros uno de mis viajes.-Que hablase ya era lo suficientemente molesto para todos, que lo hiciese con la boca llena era directamente desagradable.
-¿Por qué no puede escucharla el príncipe?-Preguntó uno de los guardias, el más alto con la cara alargada y el poco pelo, de color castaño claro, que le quedaba peinado sin gracia.
-Estando él delante solo puedo decir que la historia tiene como protagonistas a un dueño que quería mucho a su perro, al que le encantaba jugar con pelotas.
-Parece inofensiva.-Volvió a intervenir el mismo guardia. Era joven y poco atractivo, en su rostro podría verse que era un buen hombre, aunque también parecía un tanto estúpido. Si lo veías sin armadura no parecía un soldado. Incluso con armadura era difícil imaginárselo en combate. Suponía que el actual mandatario no querría malgastar a sus mejores soldados.
-Porque es lo que diría estando él delante. Imaginaos esos mismos detalles un poco más escabrosos...
-¿El perro y su amo no tendrían relaciones sexuales, verdad?-Preguntó el guarida con cierta inocencia y dejando claro su desaprobación con un gesto de la cara.
El condestable comenzó a aplaudir.
-¡Bravo! Captas bien las sutilezas. Te digo que el príncipe no debe escuchar esas groserías y no se te ocurre mejor que soltarla delante de él. Cada día me sorprendes más en combate, pero lo que es en pensar...
-Lo siento, no pensé que sería eso. No sé...ni siquiera soy capaz de imaginármelo.
-Has visto cosas peores que esas, hombre. ¿No me digas que tu imaginación es tan escasa?
-No, solo que parece que uno está acostumbrado a ver ciertas cosas incluso en un reino tan tranquilo como este. Pero ¿eso?
-Creo que tu hiciste algo parecido con una prima tuya ¿no? Antes de meteros al ejército.-Río sin disimulo, parecía que no era la primera vez que se mofaba utilizando ese argumento. No sé que te parece tan raro. Si algo sí debemos enseñar al príncipe es que somos libres de tener relaciones sexuales con quien queramos. ¿No?
-¡No estoy de acuerdo! Intervino el soldado de estatura más normal. Tenía una barba que empezaba a ser espesa y el pelo muy oscuro-.Si dejásemos a cualquiera follar con cualquiera, el equilibrio que el rey intenta mantener no se mantendría tan fácilmente. Se incrementarían las violaciones, bajaría la natalidad, y algún imbécil dejaría de producir carne porque se encariña demasiado con la mercancía.-Rió a carcajadas al decir eso último-.Ya me lo estoy imaginando. A saber que otro trozo de carne ha pasado por el trozo de carne que nos estamos comiendo.-Rió con más fuerza.
-Me costaría creer que sois guardias de palacio. Quién diría que estáis acostumbrados a codearos con lo más alto de la nobleza.-Al condestable no parecía molestarle tanto como quería hacer ver.
-Lo sentimos, es la falta de costumbre de tratar con un príncipe de esta forma. En el palacio es más fácil guardar las formas.-Respondió avergonzado el guardia más alto sin atreverse a mirar al príncipe.
-¡Pues yo no lo siento! Ya es mayorcito. Debe empezar a acostumbrarse a oír ciertas cosas si quiere sentarse en el torno. Que un degenerado se folle a su perro no me parece para tanto.-Reivindicó el otro guardia.
-Si hubiese sido eso lo que pasó. Sí, va sobre un hombre que adoraba a su perro, pero su perro prefería las pelotas de otro.-Miró con prudencia al príncipe-.No os molestéis alteza. Solo son historias de la más bajeza moral que solo pueden protagonizar las más bajas personas que pueblan el reino y a las que debemos proteger.
El príncipe siguió mirando al fuego y comiendo. El guardián también fingía no prestarles atención. Se preguntaba si el príncipe realmente fingía o realmente se encontraba absorto en sus pensamientos observando al fuego.
-Ocurrió en un pequeño pueblo cercano a la capital, situado concretamente al sudeste. Yo todavía no era condestable.
-Hace más de diez años, entonces.-Interrumpió el guardia de la barba.
-Hace más de diez años, así es.-Confirmó el condestable sin mostrar molestia por ser interrumpido-.Nos mandaron un aviso urgente sobre unos aldeanos que se habían tomado la justicia por su mano. Resulta que un hombre tenía un perro que atacaba a cualquier persona que tenía cerca. Había matado a dos mujeres, tres hombres y a un niño. A un viejo no le mató pero le arrancó las pelotas de un mordisco. El viejo debió de arrastrarse gritando de dolor cuando varias personas le vieron a él y al perro con los huevos ensangrentados colgados de la boca. No dudaron en atacar al perro hasta matarlo, aunque claro, se llevó a una persona por delante e hirió a otras dos en la cara y el cuello. Una murió más tarde desangrada.
-Quiero a ese puto perro en el ejército.-Bromeo con cierto tono de asombro el de la barba.
-Poco aprecias tus pelotas entonces.-Le respondió el condestable manteniendo el tono jocoso.
-¿Os mandaron allí solo porque habían matado a un perro asesino?-Preguntó sorprendido el otro guardia.
-No, hombre, el problema fue que el dueño se puso como una fiera y atacó a los atacantes. Incluso mordió a algunos. Evidentemente lo mataron. Y, aquí llega lo más escabroso...
-¿Más?-Por la cara que ponía el guardia alto parecía que prefería la historia de el hombre que se follaba a su perro.
-Pusieron el cadáver del perro sobre el de su dueño, con la...bueno, ya sabéis...la...polla- miró de reojo una vez más al príncipe-. La polla metida en la boca de su dueño.
El de la barba se echó a reír.
-Seguro que le hubiese gustado más experimentar eso en vida.
-Fue gracioso sí, aunque también desagradable, y más cuando tuvimos que encontrar a los culpables. No eran pocos, y algunos...bueno, algunos nos atacaron. Fue como si ese perro y ese hombre les hubiesen contagiado algo, una enfermedad. Tuvimos que matar a algunos. Y...no me enorgullece decir que mataron a algunos de los nuestros. Fue muy extraño, de hecho el pueblo tuvo que quemarse, trasladando a los supervivientes a la capital hasta que se construyese otro pueblo en otra zona. El rey se preocupó de instalarles en su ciudad.
-Veis, un príncipe debe conocer esas historias si su siguiente destino es el trono.-El guarida de la barba no parecía demasiado afectado por la parte de las muertes tanto de ciudadanos como de soldados.
-Sí...-Afirmó pensativo el condestable mientras tiraba los restos de comida a la hoguera-.De hecho fue parecido a lo que le ocurrió a vuestro padre, mi príncipe. Tampoco él podía controlarse, y parecía querer morder a todo el que se le acercaba, aunque de forma más racional, utilizando sus armas. Sería difícil pensar que pertenezca al mismo brote, pues sucedió hace mucho, pero...
El príncipe respiraba cada vez con más dificultad. Se inclinaba hacia el fuego cuya luz mostraba un rostro aterrado. Se puso de rodillas y se agarró la cabeza.
El condestable se quedó blanco, los guardias tampoco supieron cómo reaccionar.
-¡Alteza! ¡Alteza no os preocupéis estáis a salvo!-El guardián le agarró por los hombros apartándolo del fuego.
El príncipe miraba a su guardián con una cara que hubiese amedrentado incluso al perro de esa historia. Era un terror que no había visto ni siquiera en la gente que veía morir bajo el filo de su espada.
-¿Qué le pasa?-Preguntó el guardia alto acercándose hacia ellos con cautela y mostrando cierta preocupación.
-No lo sé, pero no ha sido una buena idea recordarle lo sucedido.-Miró al condestable con todo el reproche que pudo cargar en sus ojos.
-¡No sabía que sucedería esto!-Se defendió sin poder fingir cierto temblor en su voz
El príncipe estaba temblando, pero parecía tranquilizarse poco a poco. El guardián le balanceaba como a un niño pequeño sin soltarle.
-Tranquilo, tranquilo, tranquilo. Estáis a salvo, estáis a salvo.
El príncipe no dejaba de mirar al fuego por encima de los hombros de su guardián con el rostro todavía horrorizado.
Cuando el guardián llevó al príncipe a una de las tiendas se percató de que solo había dos. Eran de tamaño considerablemente grande para que durmiesen en ellas dos personas con espacio suficiente para ambas. Llevando dos el condestable, o bien pretendían que él y los dos guaridas durmiesen apretados y el condestable a solas con el príncipe, cosa que no permitiría, o él en la intemperie y el resto en las tiendas. Una actitud infantil, sin duda. Ahora no le importaba discutir estupideces. Metió al príncipe en una de las tiendas y salió para reprender al condestable.
-La próxima vez ahorraos vuestras absurdas historias, el príncipe no necesita escuchar a ignorantes mofarse de las desgracias ajenas.
El condestable estaba de pie, contemplando el fuego mientras comía una manzana. Se giró para mirar con todo su desprecio al guardián y escupió el corazón de la manzana sin dejar de mirarle.
-Esa era una de las historias más suaves que tenía. ¿Queréis convertir a nuestro amado príncipe en un gran guerrero? Entonces empezad a instruirle, a hablarle de los horrores que se encuentran en el mundo y que su padre trata de ocultar para que nadie sufra.
Hubo una pausa tensa. El guardián no supo qué decir. La instrucción teórica del príncipe había empezado hacía mucho. Sería un hombre diplomático, inteligente, prudente y podía que hasta sabio, pero no sabía nada sobre la cruda realidad, ni mucho menos defenderse. Su padre estaba descuidando ese tipo de cosas. Un error que no hubiese cometido el suyo.
-Si lo preferís, la próxima vez le cuento una historia más seria, sin mofas, sin risas.-Se acercó un poco al guardián al tiempo que tiraba los restos de la manzana al fuego-. Le cuento cómo conseguí el título de condestable. O qué sentí la primera vez que maté a un hombre. Si lo preferís puedo contarle cómo fue mi primera batalla, a cuántos hombres maté, a cuantos amigos perdí. Puedo contarle qué he escuchado sobre los reinos que nos rodean, puedo explicarle con qué tuvieron que lidiar su abuelo y su padre sin que nadie lo supiese.
-De momento preferiría que os callaseis y me dejaseis a mí la instrucción. Vos solo estáis aquí para vigilar, nada más.-Arqueó las cejas enfatizando las últimas palabras.
-Y no os quitaré ojo, eso tenedlo por seguro.
Decidió echarse junto a la tienda del príncipe, sobre la mullida hierba. Por suerte no hacía frío, así que no necesitaba situarse junto el fuego, que prefirieron apagar. No corrían demasiado peligro con él encendido, pues los caminos eran muy seguros, sobre todo en esa zona, pero cualquier animal salvaje podía verse atraído por el calor o la luz.
Él prefería mantenerse donde estaba, cerca de la tienda de la persona que debía proteger. Aunque no podía dormir tranquilo pensando que estaba durmiendo con uno de los guardias que protegían al sospechoso de envenenar o asistir al envenenador de su padre. Por otra parte, le tranquilizaba que el que dormía con él fuese el guardia alto, parecía más prudente.
No creía que la primera noche le hiciesen algo al príncipe. Dejarían que la gente les vieran para poder dejar testigos oculares de su viaje antes de hacer nada en contra de las órdenes del propio rey. Matarles cerca de casa no era una opción.
Pensando aquello se relajó un poco, por lo que empezó a dormirse sin proponérselo. Los sueños se mezclaban con sus pensamientos. Pensó en los ataques de pánico del príncipe causados por el traumático suceso de los jardines de palacio. Pensó en aquel perro y no pudo evitar ver en su mente cómo el perro mordía a su rey y luego le arrancaba los testículos. Se estaba durmiendo y ya no era dueño de sus pensamientos. Era imposible que eso tuviese algo que ver, una parecía más bien una enfermedad natural y otra un veneno, algo premeditado. Pero ¿podían tener alguna relación?
El perro volvió a asaltarle la mente. Lo vio atacando al príncipe, arrancándole también los testículos. Después pensó en el perro abarcando su cuello con sus fauces en las habitaciones reales. Entonces la vio a ella matando al perro subido a la cama y llevándose la llave que el rey tenía preparado para darle. La vio sobre él besándolo, sonriendo quitándole el dinero sin poder hacer nada para evitarlo. Después estaba de pie, desnudo y observándola. El condestable, los guaridas de palacio, todos los soldados del ejército y la corte entera se estaban riendo detrás de él. Ella le miraba sonriendo con la picaresca que la caracterizaba. Le mostraba la llave y con ella mataba a su rey. Después salía por la ventana.
De repente estaba en el bosque, de nuevo desnudo. Esta vez solo se encontraba el condestable riendo. La mujer bajaba de un salto de la copa de un árbol y le atravesaba la garganta con la llave. Al instante despertó.
Vio una sombra moverse por los árboles e incluso olió algo en su ropa que recordaba. Se palpó la llave que llevaba oculta en un saco bajo la ropa y se dirigió corriendo a la tienda del príncipe. Lo cogió en brazos sin importar despertarle mientras el guardia alto, adormilado, se levantaba balbuceando órdenes para que se detuviese.
Cuando el guardián iba a salir de la tienda, el guardia, que dormía con la armadura puesta, se colocó delante de él con la espada apuntando a su pecho.
-No puedo dejaros marchar con él. Por esto debéis responder ante...
-Debemos irnos, todos. Apártate, recoge todo y mantén la espada desenvainada.
El guardia se mantuvo con la espada en alto, pero inmóvil, permitiendo al guardián salir con el desconcertado príncipe sobre los brazos.
-¿Ya ha llegado?-Preguntó mirando de nuevo a la hoguera apagada.
-Descansad.-Se tuvo que morder la lengua para no instarle a que lo hiciese mientras pudiese.
Entró en la tienda del condestable mientras el guardia alto le observaba desde la otra tienda.
-Levantaos, nos están siguiendo.
El condestable se levantó de golpe, al guardia de la barba le costó un poco más.
-¿Qué? ¿Quién? ¿Quién nos puede estar siguiendo?
-No lo he podido ver. Pero sé que nos sigue.
-¿Por qué llevas al príncipe acuestas? ¿No es mayorcito para andar?
-Pero muy joven para...-bajó la cabeza para mirar al príncipe despierto, que curiosamente no mostraba la cara de temor de hacía un rato-.El ataque de pánico le ha dejado débil y debemos huir con rapidez.
-¿Y por qué habéis de llevarlo vos?
-Porque soy yo el que he detectado al intruso. El vigilante estaba demasiado ocupado durmiendo.-Decidió zanjar la discusión volviéndose hacia la salida de la tienda.
-Espero que no me la estéis jugando.
El guardián no dijo nada, solo observó lo alto de los árboles. Alguien les estaba vigilando, seguro. Lo sabía con total seguridad, y casi tan seguro estaba de quién era su perseguidor. ¿A qué estaba jugando el caprichoso destino?
Montó al príncipe a su caballo y partieron con toda la velocidad que pudieron a su destino. Por suerte, los caballos habían descansado suficiente para galopar a gran velocidad, aunque no tardarían en cansarse.
Antes de llegar el amanecer habían reducido el ritmo. El guardia de la barba se había dormido sobre su caballo y era el que más atrasado iba. El guardia alto daba cabezadas y el condestable iba con los ojos entrecerrados todo lo firme que podía. El príncipe iba totalmente dormido apoyado sobre la crin del caballo. Su guardián lo mantenía a buen ritmo, pues había agarrado las riendas desde su montura y se mantenía despierto con mucho esfuerzo. Apretaba con fuerza las riendas y en ocasiones cerraba los ojos, para abrirlos casi al instante. Alguna vez se había desviado del camino por cerrarlos más de la cuenta, pero nadie se había dado cuenta.
Cuando estaban llegando ya a la primera ciudad los primeros rayos de sol se filtraban con intensidad por los árboles del final del camino. Decidieron esperar al guardia que iba más atrás sin dejar de mirar por encima de ellos esperando ver algo o escuchar un ruido.
-¿Habéis vuelto a ver algo?-Preguntó el condestable conteniendo un bostezo.
-Sombras.-Respondió tras apretar los dientes para no bostezar también él.
-¿Muchas?-Se pudo percibir cierto tono de preocupación
-Una, muchas veces. Sobre todo al principio.
-He de reconocer que no he visto nada, lo cual me hace sospechar...
-Si hubiera planeado algo no os hubiera sacado así de las tiendas, o no hubiera seguido el camino.-Explicó tajante el guardián.
-Tal vez habéis decidido apresurar la marcha porque os interesa llegar a la ciudad a esta hora del día.
-Sí, al amanecer dan buena carne para desayunar en la taberna ¡¿Acaso no os cansáis?!-Estaba harto de escuchar al condestable.
-Está cerca...lo puedo sentir.-El príncipe no miró a la copa de los árboles, miro a su alrededor y después a nada, al vació. A la luz que se filtraba por los árboles, a la esfera ardiente que parecía pisar la tierra de la misma forma que ellos. Miraba asustado y anonadado.
El condestable y el guardián se miraron. Por primera vez lo hicieron sin odio o excesiva desconfianza. Seguro que el condestable estaba sintiendo lo mismo que él. Ambos prefirieron no preguntar nada más. No era lo más lógico, pero muy seguramente fuese lo que hubiese hecho cualquiera que comenzase a conocer al príncipe como lo hacían ellos.
Cuando por fin llegó el guardia de la barba y tras una bronca de su superior, los cinco continuaron su camino hasta la primera ciudad que cualquiera se encontraba tras salir de la capital por el norte.
La ciudad había despertado hacía no mucho, pero ya tenía a sus ciudadanos ocupados con su labores. La mayoría tenían ya preparados sus puestos para vender, otros ya transportaban mercancía, cargaban carros, limpiaban las calles. Era una ciudad en apariencia limpia, tanto como lo era la capital. No se veía tantos lujos, pero la ropa era de buen tejido y solo vieron un mendigo por las calles.
La taberna era de piedra gris, compuesta por dos pisos, en el segundo no tenían más mesas sino habitaciones. Sobre la puerta había tallada una especie de piedra sobre un sendero dibujado.
Entraron a la tranquila taberna. Había clientes que bajaban de los pisos superiores con legañas en los ojos y algunos que se sentaban en las mesas de los laterales. Algunos conversaban y otros se desperezaban. No había borrachos de la noche anterior tendidos en ningún rincón.
Se dirigieron al mostrador para pedir algo de comer y un par de habitaciones. Había dos camas en cada una, así que el podía dormir con el príncipe y uno de los guardias en el suelo. La tabernera era una mujer gorda, o eso le pareció al principio, pues tenía la cara delgada. No tardó en percatarse de que estaba en estado. Tenía el pelo muy moreno y la tez blanca, con unos ojos verdes preciosos, y lucía unas manchas de lo que parecía harina en la parte superior de la ropa. Tras pedir lo que deseaban, la mujer mostró su mejor sonrisa y se puso a trabajar con cierta torpeza. Estaba sola tras el mostrador, debía de ser demasiado temprano para el encargado del establecimiento.
Se sentaron en unos asientos situados en la esquina derecha de la taberna, que era más pequeña de lo que parecía desde fuera. Comenzaron a comer sin decir nada sobre lo sucedido. Se limitaron a escuchar conversaciones aburridas, entre las que se podían escuchar chismorreos sobre la tabernera nueva, que debía ser la sobrina del dueño. El de la barba se puso, como suele decirse, las botas. El guardia alto comió poco, el condestable no dejó nada en el plato aunque comió con tranquilidad y el príncipe directamente no comió nada. Él se limitó a dar cuatro bocados a lo que tenía sobre el plato.
Cuando hubieron terminado, todos miraron casi al unísono a la tabernera, que de vez en cuando les echaba miradas. Algo de lo que ya se había percatado el guardia de la barba.
-Siento algo extraño.-Anunció el guardián-.Algo que me inquieta. Algo familiar.
-Yo también siento algo...muy profundo.-Reconoció sonriendo de oreja a oreja el guardia de la barba sin quitarle el ojo a la tabernera.
-Está aquí, tan cerca como siempre. Siento su presencia.-Aseguró, por su parte, el príncipe con su mirada clavada en la comida intacta.
-Yo no siento nada, yo directamente lo veo.-El condestable sonrió mirando fijamente a un punto.
-Vaya...pues yo ni siento ni veo nada.-Se lamentó el guardia alto sentado solo, a un lado de la mesa.
-¿Qué veis?-Le preguntó con brusquedad el guardián al condestable.
-A nuestro perseguidor. La persona que nos vigila desde el bosque.-No apartaba la sonrisa ni la mirada.
-¿Estáis seguro?-El guardián no sabía si reírse de él o de ella.
La tabernera se acercó sin que nadie la llamase, por lo menos no directamente.
-¿Deseáis alojaros ya en las habitaciones?-Preguntó con una voz bastante aguda. Casi chillona.
-Deseo que bajéis la voz y me digáis si conocéis a ese cliente.-El condestable se inclinó para susurrarle a la tabernera señalando con disimulo a alguien que, de espaldas, el guardián no pudo ver.
-Llegó poco antes que vosotros. No se ha quitado la capucha desde que ha entrado y ha pedido solo una jarra de agua.-Miró al misterioso cliente con cuidado y después volvió a dirigirse hacia la mesa-.Creo que os lleva mirando desde que entrasteis.
El condestable ladeó la cabeza arqueando las cejas, mirando al guardián y volviendo a sonreír, regocijándose en que había sido él quién había descubierto a la persona que les vigilaba. Se levantó y le pidió al guardián el decreto real alargando el brazo hacia él. Al principio el guardián se mostró reticente. Observó a la tabernera que sonrió con inocencia y al final decidió ceder y darle documento al condestable. Éste lo agarró y se dirigió firme a la mesa del sospechoso.
-Bueno, ¿y de cuantos meses estás ya?-Preguntó el guardián para disimular, girándose un poco hacia la tabernera, lo que le permitió ver mejor la escena y a la persona que se sentaba junto a la puerta vigilándoles.
-De siete. Ya no hay quien pare esta barriga.-La tabernera también parecía nerviosa mientras giraba levemente la cabeza para contemplar la escena.
El condestable se acercaba con paso firme hacia la silueta que parecía esconder la figura de una mujer con capucha.
-Me parece que va a ser un bebé sano y precioso.-No apartaba la mirada.
El condestable ya había sacado el documento y se lo había enseñado a la mujer, que se mantuvo sentada sin mostrar nerviosismo.
-Vuestro parecer agradezco y espero que se cumpla.-La tabernera respondió sin pensar, parecía más preocupada por lo que ocurría al otro lado. Escudriñó la vista, como si quisiese ver mejor el documento.
El condestable levantó la voz. Dijo algo como “arresto” pero no fue claro. Cogió a la muchacha por el brazo y la levantó de un tirón para reducirla y atarla. Eso traería problemas. La tabernera ya había dado un paso en dirección hacia la otra mesa. Debería comprobar si era realmente un documento legal que permitía arrestar a uno de sus clientes.
-Permitidme debo de...
El guardián pasó su espada peligrosamente por encima de la mesa, acariciando a sus compañeros con su filo para asestar un contundente tajo al vientre de la tabernera de izquierda a derecha. Todos se quedaron petrificados, el condestable giró la cabeza mientras empotraba contra la pared a su presa y los clientes comenzaban a levantarse de sus sitios, atemorizados. El guardián miró a la tabernera, que estaba temblando con las manos situadas sobre la raja que le había producido la espada en el vientre. Ésta le devolvió la mirada mientras se inspeccionaba las manos cubiertas de, seguro, lo último que quería ver. Su atacante hizo un amago de sonrisa.
-Te pillé.
La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart artastrophe http://artastrophe.deviantart.com/art/Hierophant-352762334
La segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart daRoz http://daroz.deviantart.com/art/Morning-391751032