ACTO II
INFECTADAS HERIDAS
INFECTADAS HERIDAS
Nunca había sido una buena tabernera. Se aburría tras el mostrador recibiendo gente que no le interesaba lo más mínimo. Lo más divertido siempre había sido cuando había engañado a algún cliente con el precio de lo que había tomado. Cada vez que lo hacía y su padre se enteraba la reprendía, e incluso una vez la llegó a pegar por el revuelo que se causó en la taberna cuando un cliente se enteró del engaño. En esos años, y sobre todo desde que empezó a recibir palizas con más asiduidad, se entrenó en el arte del engaño. Jamás debían descubrirla.
El oficio de tabernera es fácil, incluso aunque haya que
lidiar con gilipollas insolentes, por eso necesitaba algo más que la llenase,
aunque supusiese el rechazo de todos a los que conocía hasta ese momento.
Ponerse ese día de nuevo tras el mostrador fue como transportarse al pasado.
Ser descubierta en su engaño no hizo más que sentirse tan idiota como antaño.
Un hombre borracho te podía dar un tajo en el vientre en
cualquier momento si le ofendías, o incluso sin hacerle absolutamente nada.
Pero que lo hiciese un hombre sobrio que hablaba cordialmente sobre el niño que
tienes en tu interior es desconcertante y humillante.
No dejaba de mirarse las manos cubiertas de lo que tenía en
su vientre, temerosa de alzar la cabeza y ver la cara del guardián. Todo había
acabado para ella. Su sueño, su vida, su orgullo. Jamás pensó que ese hombre le
reconocería después de tanto tiempo. Era uno de los pocos hombres que no
sucumbía al engaño, ni siquiera al dulce engaño de una mujer. Sus pechos fueron
la perdición de muchas de sus víctimas, pero ese hombre... ese hombre parecía
estar por encima de los más bajos deseos de cualquiera de esos trozos de carne
que no dudan en dejar asomar la polla si creen que han encontrado un lugar donde
meterla.
Sus pechos y su tierna amabilidad de tabernera habían
embelesado a más de uno en la mesa, aunque algunos lo disimulaban mejor que
otros en todos se podía percibir esa chispa que nubla la razón. En todos menos
en él. Ya estaba hecho, había desviado la atención y encima tenía al alcance lo
único que quería. Un tajo era ahora lo único que tenía. Ya no había bebé, ni
tabernera, ni orgullo, ni sueños, ni reliquias, ni reputación, ni mentiras.
Solo plumas y una oportunidad perdida.
“Te pillé” fue lo último que escuchó antes de marearse. Se
sintió de nuevo como una cría acorralada por su padre antes de recibir otro
golpe. Ya no era esa muchacha, no podía seguir siéndolo. Todavía podía huir,
escapar con lo único que aún mantenía. La vida.
Finalmente levantó con cuidado la cabeza, con miedo de que
al cruzar su mirada con la del guardián éste la agarrase con más firmeza.
Apretó los dientes conteniendo el miedo y la ira, hizo un complicado movimiento
con el brazo derecho soltándose de su captor y comenzó a correr dejando un
rastro de plumas tras ella que hicieron de su huída un espectáculo de taberna
que algunos anormales ignorantes incluso aplaudieron.
El hombre que había arrestado a aquella mujer encapuchada no
tardó en reaccionar, aunque suponía que el muy imbécil no entendía nada de lo
que estaba pasando. Se puso delante de ella y desenvaino la espada para que se
detuviese, pero, desde luego, no lo hizo. Se hizo a un lado con una
agilidad impensable en una mujer
embarazada, al fin y al cabo ya no tenía niño, solo un montón de plumas. Sin
pensar, algo que caracterizaba a los hombres, y más a ese miserable condestable
descerebrado, asestó una hábil estocada hacía su nueva presa, que esquivó con
maestría de un salto y sin dejar de correr hacia la puerta. Huyó.
Oyó voces tras de si. Gritos de asombro, de pánico, de
incredulidad y de enfado. Escucho risas, más aplausos, maldiciones, golpes de
sillas caer contra el suelo e incluso el sonido de un cristal roto. La gente la
miraba deteniéndose en sus labores. Algunos incluso la ayudaban dejando el
camino libre, otros se quejaban si saltaba algún carro o llenaba una mercancía
de plumas al pasar por encima de ella.
¿Cómo había sido tan estúpida después de tanto tiempo? ¿Cómo
había creído que eso funcionaría? ¿Cómo, después de ser tan cauta, había
fracasado de esa forma? Y ya era la segunda vez en esa misma misión.
No dejaba de correr por las calles empedradas, evitando
tropezarse, evitando a la gente, a los caballos, a los niños que la seguían
riéndose y cogiendo las plumas que iban cayendo, a los perros que la ladraban y
olfateaban las plumas no sin antes asustarse al verlas caer. Los gatos en
cambio la esquivaban a ella y observaban atentos con la esperanza de encontrar
un pájaro que llevarse a la boca entre tantas plumas. Al final dejó de esquivar
y trepó. Al fin y al cabo no iba a poder volver a pasar desapercibida mientras
fuese el guardián quien la siguiese, y mucho menos con esas molestas plumas que
parecían infinitas.
Trepó con una facilidad asombrosa para quienes no la
conocían, llegando al tejado de una casa baja, con un tejado firme. Antes de
llegar a él, la larga falda se le enganchó en un saliente, rasgándose un poco
por abajo. Mucho mejor así, sería más fácil escalar y correr.
Desde ese tejado continuó trepando a otras casas más altas, apoyando bien los pies en él sin perder ni equilibrio ni velocidad. Saltó de un tejado a otro mirando hacia el bosque que se extendía más allá del camino. No tardaría en llegar a la última casa de esa parte de la ciudad, pues la taberna estaba cerca de la entrada y no había mucho más que recorrer.
Desde ese tejado continuó trepando a otras casas más altas, apoyando bien los pies en él sin perder ni equilibrio ni velocidad. Saltó de un tejado a otro mirando hacia el bosque que se extendía más allá del camino. No tardaría en llegar a la última casa de esa parte de la ciudad, pues la taberna estaba cerca de la entrada y no había mucho más que recorrer.
Desde el tejado de la última casa observó a sus
perseguidores. Vista desde arriba era una escena ridícula. Los dos hombres que
seguían al condestable y al guardián se chocaban con todo lo que se cruzaba en
su camino, parecía que lo hacían apropósito para que la gente se riese y
disfrutase de lo que, definitivamente, más bien parecía un espectáculo de humor
absurdo que una persecución real. Incluso el condestable y el guardián, dos
hombres curtidos en combate, tropezaban de vez en cuando. Aunque lo más
patético era ver al muchacho mucho más atrás corriendo lo poco que podía.
Hombres...estúpidos inútiles.
Saltó como un gato saltaría de un tejado y cayó con la punta
de los dedos de la mano rozando la hierba situada al los lados del camino de
piedra, con los pies en paralelo apoyados firmemente. Un gato la miró celoso
desde un tejado y otro la imitó. Después ella se irguió y continuó. Correr era
lo único que podía hacer. Correr mientras suplicaba llegar a un árbol cuanto
antes. Cuando llegase a uno estaría a salvo. Solo en ese momento podría pensar
con tranquilidad qué hacer, lo cual era más difícil que escapar. Era fácil
enfrentarse a la ley, pero nunca es tan fácil enfrentarse al destino.
El bosque estaba cada vez más cerca, pero todavía podía oír
los gritos y lo peor era que también podía oír los relinchos. Eso la
preocupaba. Aunque más lo hacía oír los cascos sobre las piedras que formaban
el camino. Incluso los oía golpear la
hierba. Fueron tan imbéciles que no cogieron sus caballos al salir de la
taberna, pero, cuando sus cerebros consiguieron empezar a funcionar, habían
decidido coger caballos a la salida del pueblo. Si lo hacía ella se
consideraría un robo, si lo hacían ellos asuntos del rey.
Pero si no había cogido un caballo no era porque temiese
robar y ser juzgada por cuatrera, sino porque no le gustaba ese animal. Siempre
había querido valerse por si misma, no confiar en nadie, ni siquiera en
animales. Se movía como un gato, y un gato no necesita a un caballo para
moverse. Puede que el caballo recorra más distancia, pero los caballos se ponen
nerviosos si ven ratas, mientras que los gatos se las comen. Y los que la
seguían no eran más que ratas perfumadas que se las dan de proteger a las demás
ratas malolientes cuando lo único que hacen es comer y vivir a costa de su
trabajo.
Detestaba escuchar los cascos tanto como los gritos de sus
jinetes. Pero lo que la puso realmente nerviosa fue escuchar un silbido. Un
silbido que, como si de un espíritu del bosque se tratase, la pasó por la oreja
derecha. Oírlo fue peor que verlo. Su espíritu tenía las piernas de plumas, el
torso de madera y la cabeza de acero. El cuerpo vibraba con la cabeza clavada
en un árbol cercano. Una buena señal. Si llegaba al primer árbol daba igual qué
caballo montasen sus perseguidores, seguirían siendo ratas incapaces de vencer
al gato.
Escuchó algo que la desconcertó. Un “deja eso” de la boca
del guardián que no se esperaba, y un “que la jodan” de la del condestable que
le parecía de lo más normal. Lo siguiente fue todavía más desconcertante.
-¡¿Vas a matar a la que muy seguramente sea la única que
puede salvar a nuestro rey?!
No hubo una respuesta, ni en forma de palabras ni en forma
de más flechas. Alcanzó el árbol. Jamás el tacto de su corteza había sido tan
agradable para ella. Se impulsó y trepó escuchando un “mierda” y un “otra vez”
que la hicieron mucha gracia.
Desde arriba se permitió detenerse un momento y observarles.
Maldecían mientras levantaban la cabeza sin bajarse del caballo y apartando con
un brazo las plumas que caían sobre ellos.
-¡Baja aquí muchacha insolente! Todavía has de responder
ante la justicia del rey.-Gritó furioso el condestable.
La tabernera hizo un gesto obsceno y se marchó saltando de
árbol en árbol.
Podía volver a la guarida, pero no aguantaría la humillación que suponía ese segundo fracaso. Tampoco sería tan fácil acecharles de nuevo, pasarían todo el día rastreando el bosque, además acababa de darse cuenta de que seguía dejando un rastro de plumas bajo los árboles, ¿cuántas se necesitaban para rellenar un cojín?
Podía volver a la guarida, pero no aguantaría la humillación que suponía ese segundo fracaso. Tampoco sería tan fácil acecharles de nuevo, pasarían todo el día rastreando el bosque, además acababa de darse cuenta de que seguía dejando un rastro de plumas bajo los árboles, ¿cuántas se necesitaban para rellenar un cojín?
Esperaba
que todavía quedasen suficientes para indicar el camino que había tomado. Se
sacó el cojín de debajo de la ropa desgarrada y siguió esparciendo sus plumas
hasta que quedó vació, después lanzó el cojín lo más lejos que pudo y continuó
esparciendo las plumas restantes. Se desplazó a otros árboles cercanos
esperando a que llegasen sus presas, los que casi llegaron a ser sus captores.
Pero no llegaban. Hasta seguir un rastro de plumas les costaba y habían tenido
que hacer un descanso. Suponía que se habrían reunido con esos dos patanes que
les seguían para seguir el rastro juntos.
Lo
primero que hizo fue quitarse la pintura blanca de la cara, pues ya le empezaba
a molestar, no estaba acostumbrada a ese tipo de potingues en las piel. Después
se rasgó las mangas del vestido y se rajó más la falda dejando el mismo corte
perpendicular que se quedó al enganchársela, pero más corto, para maniobrar con
más comodidad. También aprovechó el tajo que tenía en el vestido y que le había
destrozado el cojín, delatándola, para acabar de desgarrarse toda la parte que
le cubría el abdomen. Ya no solo se le veía el ombligo, ahora podía verse el
terso abdomen, dejando las vestimenta intacta por encima para que la cubriese
el pecho. Le gustaría ir por ahí desnuda, sería más cómodo, pero llamaría
demasiado la atención.
Lo
último que hizo fue ajustarse las vainas de los cuchillos que tenía bajo la
falda desgarrada y que asomaban un poco entre las telas rotas, pegadas a sus
piernas desnudas.
Esperó
pacientemente vigilando el terreno. Vació la vejiga sin bajarse de los árboles
y en un lugar lejano al rastro de plumas. Si encontraban orina junto al rastro
les hubiese extrañado que hubiese continuando dejando plumas por el camino
después de haber meado, así que lo mejor era hacerlo lejos, nunca encontrarían
el rastro de orina. Tampoco llegarían a olerla, sabía que por muy buenos
guerreros que fuesen como exploradores no valían nada. Comió algo también
mientras esperaba, algunas frutas que encontró en los árboles que usaba como
transporte.
Poco
después de comer retomaron la búsqueda. El guardián era suficientemente
inteligente como para comprender que no podían continuar con normalidad su
viaje si ella seguía suelta por ahí y sabrían que les seguía por algo que
estaba buscando. Aunque toda la inteligencia que mostraron buscándola antes de
retomar el viaje se desmoronó en la forma de buscarla. En vez de ordenar que
solo uno siguiese el rastro de plumas y el resto rastrearan en profundidad el
bosque decidieron seguir juntos el rastro de plumas. Como si fuese tan estúpida
de dejar miguitas de pan.
Lo
peor es que seguían el rastro en línea, como si fueran niños que van tras el
rastro de un animalillo herido. Pobres hombres incautos. Lo único que hicieron
con acierto fue que cada uno vigilase un ángulo mientras caminaban. Aún así
sería demasiado fácil.
No
quería matarlos, no era una asesina. Y ni siquiera eso hubiese sido lo más
fácil. Dispararles con un arco (si hubiese tenido uno a mano) desde un árbol
hubiese servido con uno de sus perseguidores, pero iban tan juntos que
enseguida se darían cuenta del impacto de la flecha, aunque fuese solo al
escuchar el cuerpo caer al suelo. No. Debía acercarse en silencio, atraparles
sin que siquiera pudiesen reaccionar. Iba a ser tan fácil...
Saltó
con ligereza sin llamar si quiera la atención de los conejos que rondaban en la
zona. Aterrizó con una suavidad mayor que la de un águila, y se movió con la
velocidad de una liebre. Apoyaba los pies de tal manera que no hacía un solo
ruido, comenzando a frenar cuándo se acercaba a sus víctimas. Salió de entre
los árboles situándose justo tras la fila de hombres, mirando al soldado
encargado de vigilar las espaldas del resto. Su cara de asombro precedió a la
voz de alarma que nunca llegó. La tabernera le dio un golpe certero en el
cuello y lo agarró por los hombros evitando que hiciese ruido mientras caía al
suelo.
El
siguiente, un hombre alto que miraba continuamente a los lados, fue todavía más
sencillo. Le cogió con los dos brazos tapándole la boca y presionándolo en el
cuello para dejarlo también inconsciente, sin soltarlo hasta que tocó el suelo.
El condestable y el guardián iban en paralelo, uno observando al frente y otro
a lo alto de los árboles. Llevaban las espadas en las vainas, pidiendo a gritos
ser robadas. Había que ser un confiado estúpido para llevarlas envainadas
cuando era a ella a quién seguían.
Les
podía haber dejado inconscientes a los dos con otro golpe en el cuello para
cada uno, pero inconscientes no eran tan útiles. Además, sería más divertido
ver el fracaso reflejado en su cara, más hiriente si venía de ella, una mujer
que ya había jugado con ellos. O por lo menos lo había hecho en sus casas.
Se
adelantó dos pasos, tres, y alargó los brazos cerrando la mano sobre la
empuñadura de cada una de sus espadas, tirando con fuerza hacia fuera para
extraerles el arma y colocarla sobre sus cuellos tensos por el repentino cambio
de tornas.
No
era la mejor manejando espadas, pero tenía la fuerza suficiente en los brazos
para mantenerlas en el aire, dejando que la punta de su acero acariciase el
cuello de sus víctimas, cuya piel se ponía de gallina por muy condestable y
guardián que fuesen.
-La
última vez fui una maleducada marchándome así de la taberna y solo quería
despedirme en condiciones.-Dijo con toda la naturalidad del mundo.
-Así
que es cierto que eras tú...cretina.-Al condestable se le desencajó el rostro.
-Ya
te lo dije...por mucho maquillaje que se pusiese, por mucho tinte que se echase
en el pelo, por mucha ropa de tabernera que llevase y por mucho que fingiese
estar embarazada, su forma de hablar la delató. Además, no iba a olvidar a una
mujer cómo ella y menos cuando sospechaba que era quién nos seguía desde que
salimos de la capital.
Ambos,
acorralados por sus propias espadas hablaban sin girarse por completo,
volviendo solo un poco la cabeza.
-Es
tan enternecedor que te acuerdes de mí todavía. Pero siento decirte que no sigo
buscando un refugio entre tus fuertes brazos, ya sabes que no soy de esas.
-¡Eres
una puta que merece ser condenada!-Gritó el condestable sin importarle su
situación de desventaja.
-Culpable de todos los cargos, soy una puta sin remedio. Y esta
puta es la que os ha puesto entre... la espada y el árbol. Dadme lo que vuestro
antiguo amiguito no pudo darme.
-¿¡Unos azotes en la espalda que
os hagan aprender!?
-Eres tan aburrido
condestable...-Miró al guardián, más prudente que su compañero-.La llave.
-No voy a dártela, ya lo sabes.
-¿Vas a hacer que te la quite? No
puedes resistirte a que te manosee el cuerpo ¿eh? Eso eran otros tiempos, ahora
dame la llave y todos salimos ganando.
-¡¿En que salimos ganando
nosotros, si puede saberse?!-El condestable no podía estarse callado.
-Yo tengo mi llave y vosotros
conserváis vuestra vida.
-¡¿Crees que vas a...?!
-No lo va a hacer.-Anunció el
guardián.
-Y, según tú, ¿por qué no lo voy a
hacer?
-Porque ya lo hubieses hecho si
hubieses querido, y por que tú no matas.
La tabernera presionó la espada
con más fuerza hacia ambos cuellos, hundiendo un poco el filo en ellos.
-Eso es porque siempre consigo lo
que quiero antes de recurrir a ella. No seas tú el primero que me obligue a
hacerlo. Es muy desagradable robarle a un cadáver.
-Cógela.
A la tabernera se le cambió la
cara. El guardián sabía tan bien como ella que no podía. Su orgullo por ver la
cara de gilipollas del condestable le estaba costando caro, pues sujetando las
dos espadas no podía coger la llave de su ropa.
-Dámela. Métemela en el escote del
que tanto te intentas resistir.-Fue lo único que se le ocurrió.
-Cógela.-Insistió el guardián,
Podía deshacerse del condestable,
pero era cierto que no quería matar a nadie. Soltar la espada para asestarle un
golpe que le dejase inconsciente con la mano, o dárselo con la empuñadura, era
muy arriesgado.
-¡Dámela!
-Cógela, entrégate, vete o
mátanos, tienes varias opciones.
-No, no tiene varias opciones.
¡Vas a ser arrestada y sentenciada!
-He dicho que me la des...-dijo
esforzándose en mantener la paciencia.
-Cógela, entrégate, vete o
mátanos.
-Da-me-la.
-Cógela, entrégate, vete o
mátanos. Elige
-Dejate de gilipolleces y ¡dámela!
-Elige.
-Bien...elijo entones.
Comenzó a deslizar la espada por
el cuello de ambos, formando un hilillo de sangre en sus dos presas.
-¿Has elegido ya tú?
-Si, elijo morir.
-¿Qué? ¡¿Eres imbécil?!-El
condestable parecía no conocer bien a su compañero.
La tabernera comenzó a ponerse
nerviosa. No era aquella muchacha asustadiza. No. Ahora ella manejaba a los
demás, no los demás a ella.
-Elijo morir.
-Cállate.-No podía pensar, se
empezaba a marear.
“Elijo morir”, “elijo morir”,
“elijo morir” “elijo morir”, “elijo...”
Le sudaban las manos. Temía que se
les resbalasen las espadas.
-Ya he elegido, ¿me vas a hacer
esperar?
-Calla, calla, calla. Yo decido
aquí.
-Decides, pero no eliges nada.
El condestable estaba blanco,
mirando con incredulidad al guardián.
-Yo elijo morir, pero tú no eliges
matarn...
Un movimiento de la espada del
guardián, que sujetaba con la mano izquierda la tabernera, cortó la frase como
si hubiese perforado con el filo las palabras. El condestable no podía
palidecer más, el guardián tragó saliva y la tabernera apretó los dientes,
furiosa.
-Yo decido aquí.
La espada no solo desgarró las
palabras, también se deslizó por la colleja del guardián, rompiendo una cadena
y rasgando algo de piel. Algo brillante se deslizó por el interior de la
armadura del guardián, cayendo al suelo con lentitud. Era la llave.
-Dejad la llave en el suelo y
largaos, marchaos corriendo, sin caballos.
En cuanto cogiese la llave
volvería a trepar por los árboles, por lo que no tendrían tiempo para
reaccionar e ir a por ella. Incluso armada con dos espadas perdería un combate
directo. Podía ser ágil y esquivar todos los ataques de sus enemigos, pero no
portando dos pesadas espadas.
Guardián y condestable se miraron
un instante antes de comenzar a separarse cada uno hacia a un lado. Era un
movimiento rápido y sencillo: soltar las espadas, coger la llave con rapidez,
correr hacia el árbol más cercano, trepar y huir. La reliquia de un linaje
sería suyo, su sueño cumplido. Estaba tan solo a unos movimientos de...
No le dio tiempo ni a verlo. Tenía
la situación controlada, sabía lo que debía hacer, pero no contaba con él. Ni
lo había pensado y mucho menos lo había visto. El guardián era tan corpulento
que tapaba al muchacho que no tendría mucho más que dieciséis años. Un joven
que no hubiese resultado un problema de no habérselo cruzado de esa manera. No
se lo esperaba, estaba como en trance, respirando agitadamente y con lágrimas
en los ojos. Se abalanzó hacia ella como un perro furioso nada más descubrirlo
el guardián, ni siquiera pudo pensar.
Cuando quiso darse cuenta estaba
tirada con la espalda apoyada en la hierba, sin sujetar las espadas y con un
niño que la golpeaba sin fuerza encima de ella
-¡Ahora, vamos!-Gritaron sus
presas.
Reaccionó cuando ya parecía que
era tarde. Pero no lo tendrían tan fácil. Se quitó al criajo de encima de un
puñetazo al tiempo que veía como sus presas recuperaban sus armas. Ella se
levantó todo lo rápido que pudo, acercándose a los cuerpos inconscientes de los
dos soldados que derribó. Estuvo tentada a coger una de sus espadas, pero se
abalanzarían contra ella antes de que la desenvainase. Además, estaba en clara
desventaja contra dos curtidos guerreros. Dio un salto y un giro en el aire, y
se puso frente a sus contrincantes, que pararon en seco cuando la vieron sacar
dos dagas de debajo de su rasgada falda.
El príncipe estaba ya a salvo tras
el guardián y el condestable; la llave, en cambio, seguía tirada en el suelo.
El muchacho fue a recogerla, pero el guardián se lo impidió. Se ve que quería
protegerlo, y sabía que si tenía la llave era un blanco para la ágil tabernera.
-No hagas esto más difícil.
Entrégate, habla y tu pena será reducida.-Intentó el guardián que entrase en
razón
La tabernera no respondió. Se
limitó a juguetear peligrosamente con las dagas, mirando con desafío a los dos
hombres.
-Puede que no te matemos, pero te
dejaremos sin movilidad de cintura para abajo si hace falta. A ver como vuelves
a usar ese coñito tuyo para engañar a los hombres.-Amenazó el condestable.
La tabernera solo puso cara de
asco comenzando a moverse en círculos para abrirse un camino hacia la llave.
El combate comenzó. Las espadas
bailaron en torno a la tabernera que saltaba y esquivaba con una facilidad
asombrosa. De vez en cuando asestaba golpes con alguna de sus dagas que ellos,
o bien detenían o esquivaban torpemente alejándose como podían. En una ocasión los
dos hombres cruzaron sus espadas en dirección a ella, que se coló por abajó
rozando el suelo de un salto y acercándose a
la llave posada sobre la hierba, que el muchacho, con el labio
sangrando, no dudó en pisar.
Ella se rió y, empuñando en
dirección al joven golpeado una daga, se acercó esperando que se apartase, pero
no lo hizo. Cuando iba a darle un manotazo o incluso un puñetazo si se ponía
demasiado insistente, oyó un grito de preocupación atrás, lo profirió el
guardián espada en mano y en dirección a su posición.
Tuvo que trepar de nuevo para
mantenerse segura en las alturas.
-¡Baja aquí, puta de mierda!-La
pidió con su habitual educación el condestable.
Saltó de árbol en árbol dando
círculos. Tenía al condestable siguiéndola desde el suelo, pero el guardián se
mantenía junto a la llave. Ni siquiera se la guardaba. La tenía ahí tirada para
provocarla. Volvió a dirigirse a la llave, oculta entre los árboles, con el
condestable maldiciendo de fondo y el guardián dando vueltas sobre si mismo.
Protegiendo al muchacho y a la llave. Su tan preciada llave.
Se aproximó en silencio, esperó a
que mirase hacia otro lado, espero...esperó...¡y bajó!. Rápida y silenciosa
como un rayo; el trueno llegaría más adelante. Cogió la llave, sonrió apretando
los dientes y...antes de trepar de
nuevo el guardián se giró de golpe con un brazo por delante del cuerpo. La
empujó con el antebrazo golpeando su cuello y la empotró contra el mismo árbol
del que bajaba y al que iba a subir de nuevo.
-Te pillé...otra vez.
La tabernera gruñó emitiendo un
gemido lamentable a causa de la presión del brazo contra su cuello. No podía ni
siquiera insultarle.
La llevaron agarrada de los brazos
de vuelta a la ciudad y la ataron con una cuerda que le compraron a un tendero.
Muchos fueron los que la insultaron y la llamaron ladrona y estafadora. Otros
la maldijeron por amenazar a la hija del tabernero y amordazar al propio
tabernero.
Una mujer encolerizada, sin razón
alguna, consiguió acercarse a ella para darle un bofetón del que no tuvo manera
de escapar estando atada. Solo pudo responder con un escupitajo que le dio
justo en la cara. La mujer se puso a chillar como una loca pidiendo que la
colgaran.
Algunos tenían una vida tan
aburrida que buscaban cualquier acontecimiento para convertirse en los
protagonistas. Por suerte, el guardián la detuvo a tiempo evitando que
molestase de nuevo. El condestable se reía diciendo con autosuficiencia
“mujeres”. Cretino engreído.
Lo primero que tuvo que hacer fue
disculparse ante la hija del tabernero que ese día ayudaba a su padre, por
obligarla a ponerse su ropa, taparse con la capucha y sentarse sobre la mesa
esperando que un hombre se dirigiese a ella, sin decir quién era ella realmente
bajo amenaza de muerte. Debería aceptar ser arrestada si no quería morir. La
chiquilla dijo que no pasaba nada sin mirarla a la cara, todavía podía verse el
susto en su cara. Pobre chiquilla, cobarde quejica, no tenía ni puta idea de
nada. Ese susto debería haberla espabilado.
Su padre en cambio se mostró más
enfadado y bravucón. La miró con desprecio y
exigió un pago por los daños a su persona y a su taberna. A su hija no
la mencionó. Apestoso tabernero...tendría que haberle dado un golpe más fuerte.
Tras pagar al tabernero y no a su
hija llorica que volvía a sus labores recibiendo la compasión de sus clientes,
se fueron de aquella ciudad. Caminaron varias horas en silencio, con ella
montada sobre el caballo del condestable, al que detestaba olerle el aliento.
No la dijeron nada, ni la preguntaron nada. Parecía que se quisiesen alejar de
la ciudad todo lo que fuese necesario. Todavía se encontraban a varios viajeros
por el camino que les miraban con intriga. Algunos la señalaban riendo y otros
mostraban miedo. No estaban acostumbrados a ver a presos por el camino principal.
Los soldados que viajaban con
ellos la miraban con respeto, el más alto parecía más manso, el de la barba
mostraba más resignación. El chiquillo que viajaba con el guardián, en cambio,
le miraba con desprecio y parte del labio hinchado. El guardián ni siquiera la
mirada, no a menudo. Cuando lo hacía, lo hacía de reojo, como un padre mira a
una hija que le ha salido...puta. A ningún padre le gusta tener a una hija
puta, ni aunque la haya tenido con una. Del condestable solo podía sentir la
presión que ejercía su cuerpo y su maldito aliento.
Se detuvieron tras más de una hora
viajando. El guardián se bajó del caballo y, con un gesto, pidió al condestable
que la bajara. Eso hizo. Más bien la tiró del caballo con desprecio. Cayó
atada, sin poder amortiguar el golpe con las manos, golpeándose el hombro
derecho contra la tierra. Se quejó lo menos posible para no mostrar debilidad.
El mismo condestable fue el que la levanto, para darle una bofetada que la
volvió a tirar al suelo. Le ardía la mejilla izquierda.
-¡Basta!-Intervino el guardián-.No
estamos aquí para eso.
-Se ha burlado de nosotros, nos ha
amenazado, nos ha intentado robar y, de hecho, sabemos que es una ladrona. Se
merece más que eso.
Estuvo tentada a escupirle, pero
se contuvo. El condestable no era aquella mujer histérica.
El guardián se acercó a ella.
-Dinos dónde guardaste el cofre.
-¿Qué? Yo no tengo ningún cofre.
-Sabemos la información que
sacaste en palacio. Sabemos que sabes dónde se localiza y que querías la
reliquia. Lo que no sabías era que necesitabas una llave que no poseías.
¿Cierto?
-Cierto.-Decidió no mentir.
-Ahórranos un viaje innecesario al
norte y dinos donde guardaste el cofre.-Le pidió amablemente el guardián.
-No lo tengo, ya te lo he dicho.
-¡Venga ya! ¿Y pretende que nos la
creamos?-El condestable estaba tan irritado como irritante era.
-Espera.-Dirigió al brazo en
dirección al condestable mostrando totalmente la palma de la mano- ¿Por qué no
lo tienes si sabes dónde se encuentra?
-Fui. Pero no lo encontré. Amenacé
a varios monjes del monasterio, pero no hubo manera. Aprecian más su labor que
su propia vida. Es de locos.
-Es de gente honrada, honorable y
fiel.-La reprendió con tranquilidad el guardián.
-¿Qué va a saber ella de eso?-Bufó
el condestable.
-Bueno, ya tienes lo que buscabas.
Yo no tengo el cofre ni la llave.
-¡Está mintiendo! Es una ladrona
experta, ¡y una manipuladora! ¡Se infiltró en nuestro palacio! ¿Acaso vas a
creerla sin más?
-Creo que dice la verdad.
-¿Crees? Venga por favor. ¿Porque
nos seguiría entonces, porque querría
la llave?
El guardián la miró con
desconfianza.
-Llévanos a tu asentamiento.
-¡¿Qué?!-La tabernera que ya no
era tabernera estuvo a punto de reírse.
-Sabemos que no operas sola, y que
hay un grupo de ladrones que os dedicáis a recolectar reliquias y tesoros
perdidos. Algunos os los quedáis y otros los vendéis, así es como vivís. Dinos
dónde os escondéis, registraremos el lugar y, si no está el cofre, nos iremos.
-¿De verdad crees que soy tan
ilusa de deciros dónde escondemos nuestros trofeos? Desmantelaríais todo y nos
arrestaríais.
-Tienes mi palabra de que no. Nos
ceñiremos a la misión. Registraremos la zona y nos iremos, cómo si no
hubiésemos visto nada.
-Ja, ja, ja. Si que estás
desesperado. Pero, aunque no sé nada de honor y fidelidad-miró al condestable
de reojo-, sé lo que es el orgullo. No voy a vender a mis compañeros ni mis
trofeos solo porque he fracasado en mi robo. Demasiada humillación estoy
sufriendo ya.-Sonrió sin ganas, intentando mostrar algo de picaresca en una
cara que no podía evitar mostrar la decepción y la tristeza.
El guardián y el condestable se
miraron. Parecían estar en un punto muerto. El viaje era largo al monasterio y
podían estar ante la auténtica poseedora del cofre. Que viajasen entonces, que
perdiesen el tiempo, que la mantuviesen atada el tiempo que quisieran. Sería
divertido verles sin saber qué hacer perdiendo el tiempo y...otro bofetón.
-¡Te he dicho que...!
-¡No! ¡Ya vale de
gilipolleces!-Contestó el condestable sin mirar si quiera al guardián-.Va a hablar
por las buenas o por las malas.
-¡No permitiré que la tortures
delante de mí! ¡Estos no son nuestros métodos!
-¿Cuál es tu método?-Esa vez sí
que se giró-¿Dejar que el rey muera a causa del veneno? ¿Hacer un viaje de
varios días para nada, dejando que el reino se desestabilice poco a poco solo
porque una niñata quiere jugar con nosotros y no puede ser golpeada? Si tú eres
el urdidor de la trama, por supuesto, es una buena idea viajar al monasterio
sabiendo que allí no hay nada para dejar que poco a poco el rey muera. Pero
yo...
La mandíbula del guardián se marcó
exageradamente. Y con un gesto de resignación lo dijo.
-Hazlo. Pero contrólate.
Pudo ver una sonrisa en el
condestable antes de recibir otro bofetón. Y otro, y otro...La agarró del pelo
y la metió la cabeza en la tierra. Le hizo morderla y tragársela.
-¿Dónde os escondéis tú y las
demás ratas?-Le sacó la cabeza de la tierra, pero aunque hubiese querido
responder no hubiese podido, se atragantaba, tosía y escupía.
Otra vez humillada y golpeada. Cuando
se cansó de meterla la cabeza en la tierra se la estampó contra un árbol. El
bosque giraba en su cabeza. Le vino una arcada mientras observaba los rostros
borrosos de los dos soldados que viajaban con ellos. El de la barba ni se
inmutaba, pero el alto estaba temblando. El muchacho al que había golpeado no
mostraba ninguna emoción, solo observaba. El guardián parecía estar apretando
los puños.
Entonces apareció la primera
patada, en las costillas. Y otra, y otra...
Puñetazos en el estomago que la hicieron
vomitar, una patada en la boca que la rompió el labio y un puñetazo en la cara
que le dejaría una buena marca en el ojo izquierdo. Entonces llegó lo peor. La
desató, la cogió por los antebrazos y la volvió a atar a un árbol con los
brazos separados. Después la separó las piernas y la bajó la falda rasgada. Le
lamió las piernas y antes de llegar a partes más intimas se levantó. La tocó
los pechos todavía cubiertos, la lamió el cuello y se acercó a su oído.
-Ultima oportunidad antes de
recibir algo peor que mis puños.
Esta vez si le escupió. Aunque más
que saliva fue sangre y bilis. Mucho mejor. Después recibió otro bofetón y su
lengua en sus partes. Apretó los puños mirando mejor al guardián que había
apartado la mirada. Al muchacho que miraba con los ojos muy abiertos y un bulto
debajo de sus pantalones. Al soldado de la barba que mostraba un asco mal
disimulado, a pesar de que tampoco podía apartar la mirada de sus piernas. El
otro soldado, el alto con cara de imbécil, más que asqueado se mostraba indignado,
furioso. Le temblaba el cuerpo y también miraba, pero no a sus piernas o a sus
partes íntimas húmedas por aquel cabronazo. Miraba al condestable, respirando
fuerte, como si se controlase.
El condestable se levantó la cogió
por la barbilla. Cuando creía que se la iba a meter dijo algo mucho peor.
-Ya que no usas la boca para
hablar te meteré algo en ella.
Cerró los ojos y apretó la boca
con fuerza. No hablaría, pero se negaba a chupársela a ese condestable
degenerado. Obligó a que se agachará, por lo que los brazos atados al tronco
del árbol se estiraron más de lo debido. Un poco más y hubiesen acabado rotos,
aunque el dolor era ya considerable. Abrió lo poco que pudo el ojo izquierdo y
vio al guardián a punto de intervenir.
-¡Para!-No era la voz del
guardián.
Uno de los soldados se acercó a
ella apartando de un empujón al condestable, que todavía no se había sacado
nada.
-Por favor, puede que vos
aguantéis esto, pero yo no-la levantó-.No puedo ver como torturan así a una
chiquilla solo por cometer algún robo y algún engaño.-Miró con desdén a su
superior-.El rey no permitiría algo así-.Después miró al guardián.
No sabía cómo entre tanta sangre y
moratones pudo sonreír. Sentía lástima por ese pobre hombre, no sabía lo que le
haría el condestable.
-Por favor. Sabemos que no queréis
ningún mal para el reino, solo queréis prestigio entre los ladrones, una
reliquia. Por eso tenéis que ayudarnos a recuperar ese cofre, es importante. Yo
os pagaré lo que queráis.
-No es por el dinero.-Dijo como
pudo.
-Lo sé, pero no se me ocurre nada.
Tal vez os valga un anillo de mi familia que mi abuela muerta le pasó a mi
madre y que ahora posee mi esposa, a su manera es una reliquia familiar.
Lo más gracioso es que lo decía en
serio.
-Por favor, ayudadnos. Ayudaos.
-Os he dicho que no tengo ese
cofre. No puedo hacer nada más que aguantar los golpes y las violaciones. Ya
estoy acostumbrada.-Le mantuvo la mirada a su interlocutor.
-Y yo estoy harto de ver cosas
así. Soy soldado para combatir este tipo de cosas. Tenéis que entender que
debemos registrar vuestra guarida. Si es verdad lo que decís no tenéis qué
temer.
-Yo no, mis hermanos de la
hermandad sí.
-Os lo dijo el guardián, no les
pasará nada.-Sonrió de forma patética para mostrar confianza.
-Os creo de la misma forma que me
creéis a mí.
-Supongo que uséis un negocio como
tapadera.-Intervino el guardián.
Aunque no respondió era fácil
intuir que sí.
-Sin un permiso formal del rey no
podemos registrar un negocio legal. Será todo extra oficial. Juro que, si no
volemos a saber de vosotros, haremos cómo si no hubiésemos estado ahí.
-Vosotros puede, pero en el
futuro, cuando hayáis vuelto a solucionar vuestros problemas-cada vez le
costaba hablar más fluido-,vuestro condestable volverá para arrestarnos.
-Si colaboráis, el rey seguiría
vivo y no permitiría eso. Incluso aunque os arrestase se os daría un trato
considerablemente bueno. Os firmaremos un documento. Nos haremos con algún pergamino y tanto el condestable como yo lo firmaremos. No tendréis problemas. Por el sello del rey no os preocupéis, contamos con uno.
-¿Y si me expulsan de la hermandad
por llevar a hombres del rey? No tengo futuro.
-Tendrás un lugar en la capital,
se te concederá una casa que pagaréis trabajando honradamente.
-Esa no es la vida que quiero.
Un silencio. Nadie sabía qué
decir, nadie sabía qué debía hacer. La ladrona estaba acorralada, su fracaso
había supuesto más que una humillación, una paliza y una casi violación. Su
vida se desmoronaba. Hiciese lo que hiciese muy seguramente no volviese a
formar parte de la hermandad. O arrestada o exiliada. Solo podía confiar en sus
palabras y llevarles a su guarida. Se salvaría del arresto por el momento y
puede que pudiese razonar con sus hermanos.
-¿Serviría volver a decir que no
tengo el cofre?
El guardián la miró a los ojos.
Sabía que él la creía. Incluso el soldado alto. Pero la respuesta fue clara.
-No.
En ese caso, todavía, incluso en
el exilio, le quedaba un as bajo la manga. Una última oportunidad de conseguir
la reliquia más preciada del reino.
La permitieron viajar con el
soldado alto. Hubiese sido agradable hablar con él, tal vez aburrido, pero no
pudo saberlo ya que prefirieron mantenerse callados. Intentaron tratarla las
heridas, pero apenas tenían conocimientos sobre medicina y ella tampoco conocía
demasiado bien las plantas que necesitaban. Ella solo sabía desvirtuar la
verdad, camuflarla, no la dominaba. Sentía como si el labio le cubriese media
cara, le ardía y molestaba. Todavía podía sentir el sabor de la sangre. El ojo
izquierdo directamente no lo podía abrir y junto al derecho tenía varias marcas
moradas y manchas de sangre seca. En la barbilla también tenía una marca y en
la frente un bulto que no dejaba de aumentar. Al inclinarse sobre el caballo
sentía el dolor de las costillas y se le revolvía el estómago. Para colmo
todavía se sentía húmeda al moverse el caballo.
El condestable no hablaba nada, ni
para quejarse. Se percibía en su cara cierto enfado, pero no su enfado habitual.
Tenía un gesto desagradable sin llegar a fruncir el ceño exageradamente como
otras veces. Miraba al horizonte, como pensativo, como si lo que hizo con ella
le perturbase, como si le molestase que uno de sus guardias le llevase la
contraria y fuese él, junto al guardián, quienes la convenciesen de conducirles
a algún sitio. Ni siquiera se mostró desconfiado asegurando que les conduciría
a una trampa. Era como si...como si algo le distrajese. Nunca el condestable le
había inspirado miedo y tristeza. Temía que hiciesen otra parada antes de
llegar a su destino. Y las harían.
Llegó la primera. Tras montar las
tiendas, el condestable y el guardia alto desaparecieron. Cenaron en silencio,
mirándose lo justo. El muchacho no dejaba de mirar al fuego. Hasta ese momento
solo le reproducía rechazo, le molestaba. En ese momento, en cambio, también le
daba miedo. Un miedo diferente. Parecía que esa mirada ocultaba mucho más de lo
que parecía, algo que ella buscaba. Algo perdido por el tiempo. Las llamas que
se reflejaban en sus ojos la hizo sentir algo extraño, un escalofrío. ¿Habría
sido un error ir en busca de aquella reliquia? ¿Qué contendría el cofre? ¿Oro?
No, muy básico. ¿Un anillo? Conocía historias fantásticas y reales cuyo
protagonista residía en uno o varios anillos, era demasiado probable y a la vez
aburrido pensar que allí se escondiese uno. Incluso aunque fuese un anillo
mágico, incluso un anillo que te hiciese perder la cabeza. Esa historia la
había leído en algún sitio. A lo mejor escondía el anillo de la familia de su
salvador, el soldado alto. Sería tan gracioso...
Fuese lo que fuese estaba
consiguiendo mantenerla en vilo, y jugársela por obtenerlo. El poder de lo
ancestral y lo desconocido, una fuerza más atractiva que el propio oro o los
anillos mágicos de las leyendas. Cuando abriese el cofre, la magia del secreto
desaparecería y allí solo habría una reliquia, su orgullo. Pero antes de eso
estaba su lucha por conseguirlo, sus artes de ladrona para obtenerlo y sus
suposiciones sobre su contenido. Después solo la realidad, nunca a la altura de
los sueños. ¿Qué sería? El rey lo quería recuperar después de milenios oculto y
protegido. ¿Un arma? ¿Se aproximan invasores? Los libros hablan de artilugios
que crean explosiones en los que están trabajando para utilizar algún día.
¿Sería eso? ¿O algún tipo de pócima que te otorgase poderes sobrenaturales?
Cómo la gustaría ser invisible...
El guardián y su alto guardia
volvieron. El primero con el puño más rojo e hinchado, el segundo con un ojo
ligeramente morado y algo de sangre saliendo por la nariz. Y, en el
condestable, aquella mirada. Se sentaron sin decir nada. La tensión era
inaguantable. El guardia de la barba miró de reojo a su compañero y siguió
comiendo. Continuaron el viaje inmersos cada uno en sus pensamientos y parando
cuando era necesario.
La noche siguiente fue igual de
tensa, más si cabe, pues al soldado de la barba se le ocurrió abrir esa bocaza
cubierta de pelos.
-¿Ya no nos contáis historias,
señor?-Sonó cómo si un niño pidiese otro cuento a su madre. Patético, como
siempre.
El condestable giró la cabeza
hacia su hombre, después hacia el muchacho embelesado por el fuego, tras lo que
miró a la ladrona y al guardia alto, ambos heridos, y finalmente al guardián.
-Puedo contaros muchas historias,
siempre que agraden a nuestro señor príncipe y a su guardián.
Ese muchacho era hijo del rey.
Desde luego no lo parecía. El reino estaba jodido.
Nadie añadió nada al comentario
del condestable.
-Mi última historia fue tildada de
vulgar e irrespetuosa, una buena definición del mundo que nos rodea.
Hablaba más calmado de lo normal,
manteniendo esa prepotencia que le caracterizaba, pero cómo si hablase pensando
antes de abrir la boca. Mostrando un dolor que la ladrona no conocía ni quería
conocer.
-Una buena definición de vos
mismo.-Se arrepintió de decirlo al instante de pronunciar las palabras. Pero
había usado un “vos” que solo usaba para mostrarse como no era. Eso denotaba
miedo hacia su respuesta y hacia el condestable, no respeto.
Sorprendentemente el condestable
no encolerizó ni lanzó ningún improperio.
-¿Pegaros os parece que es vulgar
e irrespetuoso?-soltó un bufido y miró al cielo-. Recuerdo su cuello
completamente desgarrado, recuerdo la sangre manchándome las botas y las manos.
Recuerdo el olor a mierda. Recuerdo sus súplicas antes de que lo hiciese y sus
lágrimas. Recuerdo que era inocente. Todos sus hermanos habían violado a alguna
joven. Su padre era un violador muy conocido por su brutalidad. Creían que
tenían la violación en la sangre. Oí las palabras de su padre antes de que el
mío lo matase. “Cuando las abres las piernas sientes que el poder de la
naturaleza se abre ante ti, cuando las hago gemir de miedo y de placer siento
que controlo las fuerzas contrarias de la naturaleza. Cuando me las follo
siento que soy un dios que disfruta de la creación y la destrucción. Cuando las
mato veo de lo que estamos hechos, veo la verdad, me siento libre”. Después fui
yo quien pude ver de lo que estaba hecho, no era muy diferente al resto y la
sangre no tenía nada especial. Soñé con sus entrañas y sus palabras. Jamás las
olvidé
<<Sus hijos no estaban tan
locos ni eran tan buenos filósofos, simplemente se excedieron con alguna
muchacha. Pero ese chico, ese era inocente. Joven e inocente. Entre lloros me
dijo que una joven se le había insinuado y no la correspondió por miedo. No era
un violador, ni lo sería nunca. Pero lo maté. ¿Quise hacerlo? No. Debía
hacerlo. Mi padre me observaba. Si mataba a alguien inocente anticipándome a su
crimen demostraría ser útil para servir a la corona, formar parte del ejército,
ser una pieza de acero en la espada que empuña el reino. Mi primera
víctima.-Miró al muchacho-. Vuestro abuelo también era muy querido, pero sí
permitía la mano dura contra los criminales, al contrario que vuestro padre.
El único que miraba al condestable
era el soldado de la barba. Eso no quería decir que el resto no lo estuviesen
escuchando. Pero ¿por qué les contaba eso de repente? ¿Intentaba dar pena?
Penoso le parecía sin que se esforzarse en aparentarlo.
-Por alguna razón, la vida colocó
a ese muchacho en esa familia de violadores, un golpe que le marcó de
nacimiento y le llevó a su destino. Yo me encargué de eso golpeado por la ley,
por el cumplimiento de las cosas que están bien. La vida solo ofrece golpes que
no podemos evitar, que debemos afrontar. Duelen, pero debemos fingir que los
aguantamos, entenderlos, interpretarlos y asimilarlos. No hay otra. Idolatraba
a mi padre, el único hombre que me pegó una paliza, tengo hasta un recuerdo de
aquello, una de las pocas cosas que me dejó. Debemos sentir ese dolor para
querer evitarlo como podamos y aprender a afrontarlo cuando no haya otra salida
y, entonces, aprender.
-No has hecho esto para que
aprenda.-Le interrumpió la ladrona mirándole, moviendo levemente la cabeza.
-No, es cierto. Pero la vida te ha
colocado dónde debías. Te impulsó a convertirte en ladrona y te colocó frente a
mí.-Después miró al guardia alto-.Aunque algunos sí espero que aprendan de mis
golpes.
-Los golpes solo acumulan heridas
que se infectan, convirtiéndose en rencor. Recuerda eso.-Decidió aportar el
guardián.
-Y ¿qué hacemos con el rencor? Lo
descargamos golpeando a quien nos hirió o a quién no tiene la culpa. La vida
nos obliga, es ella quien nos golpea. Asimiladlo. Nuestro rey, y antes que él
su padre y su abuelo, han sido siempre respetados por su bondad. Me miráis con
rencor por lo que hice ayer, creéis que soy un monstruo, lo veo en vuestra
mirada.-Esta vez nadie le miraba-. Pero, mi príncipe, has de saber que vuestros
familiares también golpearon duramente. ¿Por qué creéis que este es un reino
pacífico? Lo hicieron bien sobre el trono y fueron justos, sí. Consiguieron
dominar el reino sin batallar y lo mantuvieron siendo sabios, cautelosos y
justos. Pero siempre hay ciudades en desacuerdo, rebeldes que quieren otra cosa
o no quieren nada, gente que ha de ser golpeada para que, esquivando un nuevo
golpe, no vuelvan a poner en peligro el reino. La estabilidad se mantiene a
base de golpes. Los que lo entienden son los únicos que aguantan sin morir
demasiado jóvenes o sufrir durante toda su vida.
-Os intentáis justificar, es
todavía más asqueroso.-Farfulló la ladrona.
El condestable la miró.
-No solo cuento esto para
justificarme.-Se defendió gruñendo como lo solía hacer antes de la paliza-.Es
cierto que no me arrepiento de la paliza. No solo habréis aprendido algo,
también nos hubiese servido para mantener la estabilidad del reino.
-Pero lo que la mantuvo fueron las
palabras y una promesa.-Sorprendió a todos el soldado alto con sus palabras.
-Lo que la mantuvo fue que esta
joven estaba acorralada. Conmigo, en vez de decidir entre ser repudiada o vivir
como no quiere tendría que decidir entre ser repudiada o, sencillamente, morir
a golpes. No os equivoquéis, simplemente tuvimos suerte. ¡Pero dejadme acabar!
Lo que quiero decir es que...¡maldita sea!-Se levantó. Parecía querer hacer
algo a lo que no estaba muy acostumbrado, disculparse.
-¿Estáis bien?-Preguntó el
caballero de la barba mirando hacia arriba.
Era evidente que algo le perturbaba.
-Ese hombre...quise saber lo que
sentía. Dominar el mundo, sentirme un dios.
-Solo conseguiste ser un cerdo
revolcándote entre mis piernas.-El desprecio era palpable.
-Siempre he condenado la
violación.-Miró a las estrellas-. Pero en ese momento no lo vi como tal. Erais
una mujer que ponía en peligro al reino y yo debía usar todas mis armas para
protegerlo. Si hacía algo que me hiciese sentir un dios, protegiendo al mismo
tiempo lo que juré proteger hace tantos años...sería como un dios protector.
Ahora me veo como un demonio.
-No esperes que acepte tus
disculpas. No me enternecéis con vuestras historias de combatiente torturado.
Eres un cerdo despreciable que hace lo que ha aprendido, tan solo eso. Yo soy
una ladrona, tú un cabrón que disfruta con el combate, la tortura y la viol...
Antes de que acabase la frase,
antes de que la vena del cuello del condestable reventase a causa de lo que
estaba escuchando, antes de que alguien se arrepintiese de decir o hacer algo
más, al muchacho le volvió a dar un ataque. Tenía razón en una cosa, cada vez
que el joven príncipe sufría de uno de esos ataques la vida le golpeaba sin
motivo. Un golpe que no quería decir nada. ¿O sí? ¿Tendría algún significado?
Fuese como fuese, con ese débil chiquillo como heredero, la vida daba también
un golpe al reino. Poco la importaba, ya había recibido ella muchos golpes
durante mucho tiempo, les tocaba al resto. Les tocaba a los que los propinaban
y se justificaban.
Al día siguiente retomaron el
viaje como si nada. El condestable parecía más tranquilo dentro de sus
posibilidades, como si se hubiese quitado un peso de encima, y al mismo tiempo
era como si cargase uno nuevo. Ahora sí parecía enfadado y ni siquiera la
miraba. Poco la importaba. El guardián sí que, de vez en cuando, miraba al
condestable con cierta mirada curiosa. ¿En que estaría pensando? El príncipe
iba dormido. No sabía porqué ese inútil viajaba con ellos.
Pasaron dos días más viajando por
los bosques que conducían a su guarida. Los guardias se turnaban para adelantarse
y comprobar que no hubiese ninguna emboscada. Comieron de los suministros que
llevaban de la capital y que también habían comprado en la primera ciudad en la
que pararon, donde la habían atrapado. Tras las silenciosas cenas alrededor de
una hoguera se iban a dormir a las tiendas. Ella dormía vigilada por el guardia
alto mientras que el príncipe dormía con el guardia de la barba y el
condestable. El guardián dormía a la intemperie, junto a la tienda en la que
dormía el muchacho al que protegía. Según decían, el guardián era más útil
durmiendo en el exterior, la última vez les había alertado de su presencia.
Todavía quedaban varios días de
viaje hacia el este. Todo el camino estaba compuesto por bosques y ciudades no
demasiado grandes. Al fin y al cabo, por muy grande que fuese el reino y muchas
ciudades que hubiese no dejaba de ser una sucesión de árboles y caminos
empedrados que conducían a ciudades prósperas, pero modestas en apariencia. Tan
solo una vez viajó al sur del reino, dónde más ciudades concentradas se
encuentran, con bosques muy bien aprovechados y una gran cantidad de ríos y
riachuelos, algunos de los cuales forman parte también del reino impenetrable y
llegan incluso a los reinos situados más al sur. Al norte, hacia donde iban, se
encontraba una gran cordillera que nadie había traspasado sin perderse y que
abarcaba desde el extremo oeste del reino en el que habitaban hasta el extremo
este del pequeño reino impenetrable. De hecho, según dicen, la actual frontera
entre el reino impenetrable y el reino norteño estaba compuesta antaño por un
volcán que nadie recuerda activo.
Situados en montañas anteriores a
la gran cordillera había pueblos dispersos y, por supuesto, el monasterio
fronterizo, allá dónde viajaban. El sencillo nombre que le habían dado
resultaba más interesante de lo que parecía. La frontera norteña no era una
frontera cualquiera que conectaba con otro reino, el reino del norte era un
reino perdido, abandonado. Ni siquiera se puede acceder a él bordeándolo por
mar, está aislado por esa gran cordillera. Se cree que la única forma de verlo
es volando, algo imposible para el ser humano. Los monjes estudian los
misterios de nuestro mundo, por ello, que su monasterio se sitúe en la frontera
norteña no es casualidad. La frontera del mundo, allá dónde habita lo
desconocido. Algunos decían que ni la vida ni la muerte existía allí. Se
escribieron historias de ficción que algunos tomaron como ciertas sobre
deambuladores pálidos o algo así...no lo recordaba con claridad, hacía tiempo que
había leído esos libros. La gente es muy previsible y espera que así sea el
mundo. Lo más seguro es que en ese reino perdido no haya más que huesos
antiguos, polvo y un eco escalofriante que delate el vacío del lugar. Tal vez
no haya ni siquiera huesos de animales, tal vez no es un lugar hecho para la
vida, tal vez sea solo un lugar que la naturaleza, en su sabiduría, aíslo. Tal
vez siempre estuvo aislado y por ello nunca fue habitado, aunque las
condiciones fuesen las mismas que en el resto de reinos.
Intentar robar algo en ese reino
olvidado era tan estúpido y suicida como innecesario. Nada había allí que la
gente conociese para asombrarla, de hecho nada había que robar, directamente.
Más de uno en su gremio aseguró que algún hueso o algún diamante que habían
robado provenían de allí. No solo no pudieron demostrar que era cierto, si no
que se pudo demostrar que no lo era. El único dinero que se paga por recuperar
algo de ese reino es por personas que se perdieron viajando hacia allí, en sus
montañas. Pero a ella solo le interesaban los bienes materiales. Las
personas...la aburrían.
El paisaje boscoso no les
abandonaba, ni les abandonaría en todo el viaje hacia su guarida del este, pero
un acogedor pueblo apareció como un oasis en el desierto. Ella prefería los
árboles, pero por lo menos el jaleo de los transeúntes y de los que pasaban el
día en la taberna acababa con ese incómodo silencio. No le gustaba que las
personas hablasen demasiado, pero tampoco que pensasen en ella mientras
callaban.
La habían desatado para no llamar
demasiado la atención, aunque no era fácil con las marcas que tenía en la cara
y el ojo todavía hinchado. En la primera ciudad creyeron que su misión real era
atrapar a la ladrona, por lo que nadie se preocupó de conocer la verdad de su
viaje, dejándoles marchar sin molestarles con preguntas.
Tomaron algo en la taberna, donde
la pusieron un paño de agua fría sobre el ojo izquierdo y algo de alcohol en la
herida del labio, y alquilaron tres habitaciones para dos personas cada una.
Sintió algo en el estómago al saber con quién dormiría, algo que no esperaba
sentir. Se había sentido fracasada durante mucho tiempo por su culpa, le
intimidaba pasar la noche con él. Pero era una oportunidad de oro para
conseguir lo que quería. O por lo menos parte. Si no era la llave, era su
confianza o si no sus más bajos instintos. Algo esa noche estaría en su poder,
tal vez todo. Lo único que tenía claro era que no fracasaría. La situación era
diferente a la de aquella vez.
Pasearon por el mercado comprando
alguna cosa que necesitaban para continuar el viaje, sobre todo comida. Había
estado mirando algo de ropa limpia y nueva, pero algunas de las prendas que
vendían no estaban en su mejor estado. Otras directamente no la gustaban. Al
fin y al cabo su falda desgarrada y su camisa rota eran cómodas. Antes de que,
aburrida, continuase mirando nada en particular en el puesto de puerros, sintió
algo tras ella, la rozó sospechosamente. Se giró y vio a un niño de unos nueve
años pasar junto a ella y dirigirse hacia el condestable por detrás. Sonrió al
verle, tan pequeño y ya se entrenaba en las artes del robo. Entonces le vino a
la mente la paliza del condestable, no quería pensar qué haría con el niño si
le descubría.
-¡Eh! Ten cuidado que pisas al
crío.-Le gritó la ladrona al condestable.
El niño se quedó paralizado sin
saber qué hacer.
-Ten cuidado de meterte encima,
¡hombre!-Le regañó el condestable.
-Perdón señor.-Se disculpó el
pequeño con toda su inocencia.
-¿Quieres puerros, pequeño?-La
ladrona se agachó para ponerse a su nivel.
-La verdad es que...tengo un poco
de hambre.-Anunció con timidez.
No miró a la ladrona, parecía
saber que en realidad le había pillado y le estaba cubriendo las espaldas.
-Dinos qué quieres y te lo
compraremos.-La ladrona no se preocupó de consultárselo al resto.
El condestable chistó y siguió
observando los puestos.
-Me gustaría un bollito de ese
puesto de allí.
Señaló a un puesto en el que un
hombre de pelo canoso y rostro amable, junto a la que parecía su hija; una
mujer joven y alegre, vendía unos bollos cuyo aroma llegaba hasta ellos.
-¡La verdad es que huelen la mar
de bien!-Los niños, y más si eran unos ladronzuelos como ella, eran las únicas
personas que aguantaba-¿Me das cinco monedas de bronce?-Le preguntó con desgana
al condestable. Temía empezar una discusión.
El condestable miró al niño y
después a la ladrona. Después se metió la mano en el saco de dinero farfullando
algo.
-Pero solo para el bollo.
-Claro, no vaya a ser que te
arruines,
Apartó la mano con el dinero justo
antes de posarlo en la de la ladrona.
-No te pases. No me gustaría que
el niño pagase el precio de tu insolencia.
La ladrona no añadió nada más, se
limitó a coger el dinero mirando con cara de pocos amigos a su prestamista.
En el puesto el hombre les atendió
con sobrada amabilidad.
-Sé de uno que se va a poner las
botas.
El niño sonrió, asintió y se
relamió antes de coger el bollo de las manos del vendedor.
-¡Qué aproveche!-Le deseó la
ladrona.
-¡Gracias!-Las dio mientras mordía
el apetitoso bollo-.¡Hmm! ¡Está bien rico!
-¡Nos alegramos!-La hija del
vendedor era tan amable y alegre como su padre-.Por cierto-susurró la joven
mujer-, ¿sabes que sé hacer magia?
El niño se quedó dubitativo
mirando a la mujer.
-Mi hermano dice que la magia no
existe, nadie ha visto nunca magia.
-Porque si cualquiera supiese de
su existencia la podrían usar para hacer cosas malas, ¿pero sabes para que la
uso yo?
-¿Para qué?-Preguntó interesado el
niño.
-Para duplicar los bollos. Mira lo
que hay a tus pies.
Había un pequeño saco, y en su
interior dos bollos. Los pasó por debajo del puesto usando un pie y sin que el
niño se diese cuenta.
-¡Hala! ¡Muchas gracias!-Tenía los
ojos vidriosos.
-No me las des a mí, dáselas a la
magia.
La ladrona sonrió. Suponía que no
todo el mundo era tan desagradable. A veces se podían conseguir cosas sin
necesidad de robarlas. Pero solo a veces, así era el mundo en el que vivían.
La ladrona y el niño volvieron con
el resto.
-¡Uno va a ser para mi hermano! Y
el otro...me lo comeré yo. Ji,ji,ji.
-Bueno, ¡pero luego! Que te acabas
de comer uno. No sea que te haga daño al estómago.-Le aconsejó su nueva
compañera.
-Vaaaale. Pero...¿ni un
mordisquito?
-Solo si consigues hacerlo sin que
te vea.-Le guiñó un ojo y el chiquillo sonrió con una malicia que en su cara
solo dejaba mostrar dulzura.
Hubo un momento en el que todos
sus compañeros de viaje les miraron. El guardia alto sonrió con un paternalismo
que asustaba. El guardia de la barba arqueaba las cejas poniendo cara de tonto,
como si nunca hubiese tratado con un niño. El príncipe le miraba con cierto
recelo. El guardián, manteniendo el rostro serio, sonreía levemente, algo de lo
que era incapaz el condestable. Quería pensar que no era tan agrio como para no
sonreírle a un niño y que solo les miraba así porque no se fiaba de ella. De
hecho, una hora después así lo demostró.
-Pequeño.-Él también se agachó
para ponerse a su altura-.Aquí hay gente peligrosa, es mejor que vayas con tus
padres.
Era un miserable que la iba a
joder hasta el último día de viaje.
-Papá trabaja hasta tarde para
traer un poco de comida y darnos de comer. Mamá...no está.
-¿Y tu hermano?
-Tiene doce años. Está buscando a
gente a la que...pedir algo de dinero. Con lo de papá no nos llega si queremos
vivir en casa.
-Vaya, no es todo tan bonito como
lo pintan.-El tono de la ladrona hacía parecer que les hubiese pillado en una
mentira que la favorecía.
-¿Crees que en un reino tan grande
no hay pobreza?-Dijo el condestable manteniéndose inclinado y mirando hacia
arriba.
-Creía que vuestro rey era una
especie de dios capaz de todo.
-Hay pobreza, pero no un exceso de
ella, sobre todo si lo comparamos con otros reinos.-Intervino el guardián-.Los
problemas suelen ser demasiado complicados como para poder resolverlos todos y
mucho menos conocerlos.
-Papá dejó de trabajar cuando mamá
se fue. Algunos vecinos decían que le podían ayudar, pero el dijo que no, que
no y que no. Que éramos una familia unida y fuerte. Consigue lo que puede para
nosotros y con el dinero que gana paga la casa.
-¿Cuánto tiempo estuvo sin
trabajar?-Preguntó el guardián.
-Un año.
-Si estás dos años por algún
problema que te impide trabajar, estás exento de pagar impuestos durante el
tiempo que se estipule, si no me equivoco.
-No sé. Cuando volvió al trabajo le daban mucho menos dinero por
todo ese tiempo y ahora le cuesta más. Además mamá no puede encargarse de
nosotros...no está. Tampoco queríamos que los vecinos nos cuidasen. ¡Somos
mayores y ayudamos a papá!
-¿Ves? La gente de nuestro reino
suele destacar por su amabilidad. Es su orgullo lo que les ha llevado a la
mendicidad. Ese hombre no aceptaría ni una bolsa de oro de manos del rey.
-¿Lo dices por mi papá? Pues
parece que le conoces bien, porque creo que no la cogería. Je, je, je. Yo
preferiría ro...-La ladrona le dio un golpecito.
-¿Ro...qué?-El condestable
entrecerró los ojos.
-Rogárselo si hiciese falta, je,
je.
El niño era más astuto de lo que
parecía.
Durante el atardecer pasearon
todos juntos por el pueblo hablando de política, de historia, de impuestos, de
espadas, de bollos y de caballos. Cualquiera diría que era un grupo de amigos
pasando una tarde agradable. Discutieron sobre si debían de parar solo a
descansar dónde les pillase, sin hacer tiempo en ciudades o pueblos esperando a
que cayese la noche para alojarse en ellos. Parecía que tenían prisa.
Por fin, tras tanta discusión que
calmaba el tenso ambiente de los días anteriores (roto por un pequeño de nueve
años), fueron hacia la taberna. Cenaron con el niño, que decidió reservarse su
bollo para después de la cena.
Jugaron a un juego que les explicó
el niño y que nadie conocía. En realidad era una tontería, se trataba de
adivinar, según el aspecto de las personas, qué habían pedido para beber y, en
caso de que la mesa no se viese bien desde donde ellos estaban, también de
comer. Seguramente ni el niño había jugado nunca y lo habría improvisado. Lo
divertido era acercarse indiscretamente a la mesa en cuestión para comprobarlo.
Todos, menos el príncipe, participaron. ¡Hasta el condestable! Que llamó flojo
a uno por beber agua cuando había apostado que estaba bebiendo cerveza.
Era tarde. Los guardias se fueron
a la cama, cada uno a su habitación. El condestable parecía esperar a que ella
se fuese también, así que así lo hizo, aunque antes acompañaría al niño a la
puerta de la taberna.
-¡Espero que papá no se enfade! Es
un poco tarde.
-Si quieres voy contigo y se lo
explico.
-No hace falta, ¡gracias! Nunca me
ha pegado y siempre nos portamos bien. Yo sobre todo, ji,ji,ji. Pero se
preocupa.
-Es normal.-Ni una paliza. Nada de
golpes-.Ale, vete ya. Corre.
-¡Sí!-Se impulsó para echar a
correr, pero paró en seco-.¿Mañana nos veremos antes de que os vayáis, ¿verdad?
-¡Claro!-Lo dijo cómo si fuese
imposible que no fuese así.
-¡Geniaaaaal! Tengo una cosita
pendiente antes de que no os vuelva a ver.
-¿Cómo que una cosita...?
-¡Adiooooós!-Y se fue. Corriendo
con su bolsita del bollo, en dirección a la luna menguante.
Volvió a entrar a la taberna.
Dentro solo quedaba la tabernera, tres clientes cenando, dos charlando en el
mostrador, uno borracho maldiciendo en susurros y el guardián.
-Parece que al fin se fía de que
no voy a salir corriendo.-Se quedó mirando al guardián sin sentarse.
-Más bien diría que se fía de mí.
Te estuvo vigilando desde la ventana. Le convencí de que yo te vigilaría y de
que, con el príncipe en su habitación no tendría ningún interés de marcharme
yo.
-¿Por qué te querrías ir tú?-Sabía
que había cosas de esa misión que no la habían contado.
-Es una larga historia.
-Que me gustaría escuchar.
-Que no sé si deberías escuchar.
La ladrona se acercó y le levantó
la cabeza cogiéndolo por la barbilla.
-Debemos hablar.
-No hay nada de lo que
hablar.-Dijo mirándola por fin.
-Hay mucho. Desde aquella noche...
Le retiró la cabeza y volvió a
mirar a la mesa.
-Desde aquella noche no hay nada
de lo que hablar. Tú hiciste tu trabajo y yo el mío.
La ladrona suspiró y se dio media
vuelta. Antes de continuar giró la cabeza un poco para dirigirse de nuevo al
guardián
-¿No subes?-Preguntó con interés
camuflado en indiferencia.
-No. Disfruta de la habitación
para ti sola. Y no te molestes en levantarte para ver si estoy dormido sobre la
mesa con la llave desprotegida. El turno de madrugada lo cubre el hermano de la
tabernera y se encargará de vigilar que no haya robos.
-Confías poco en mí. Te juro que
no voy a robarte la llave.
El guardián no añadió nada más.
Antes de acabar subiendo los
escalones que conectaban con el piso de las habitaciones, se detuvo y giró de
nuevo la cabeza hacia el cada vez más alejado guardián, en todos los sentidos.
No era el hombre que había conocido, aunque igual de impertérrito.
-Es sorprendente que no sucumbas a
mis encantos y sí a los del puesto de guardián.
-Vete. Por favor.-Lo dijo muy
serio. Ella hizo caso.
Prefería dormir en la intemperie
que en esa cama, prefería dormir con él que sola. Aunque fuese una mentira, era
en la mentira dónde más a gusto se encontraba. Finalmente esa noche no tuvo
nada, ni su llave, ni su confianza, ni su cuerpo. Le había jurado que no
intentaría robarle más la llave. A partir de esa noche, del momento en el que
la dijo que no dormiría con ella, había decidido que así sería. Cumpliría el
juramento.
Lo que ese día había conseguido
era más valioso. Un poco más de fe en la gente. Pensó en los tenderos, en el
niño, en los bollos...Se durmió sintiendo una extraña sensación de felicidad
que no sentía desde niña.
¡Qué buena mañana hacía! Todos
estaban ya desayunando cuando bajaba las escaleras. Miró al guardián que no
subía la mirada del plato. Se llenó el
estómago y salió del la taberna junto al resto. Miraba para todos lados
esperando ver al niño aparecer. Ni rastro de él. Estaban ya ensillando los
guardias, el guardián, el príncipe, ella y...el condestable.
Desde el caballo del guardia alto
lo vio. Vio al niño deslizarse con cuidado tras el condestable y su bolsa de
dinero. No fue cauteloso. El condestable iba a girar para montarse y sus
hombres lo estaban viendo. Antes de que lo avisasen del robo él lo descubrió al
comenzar a montar. El niño se quedó muy quieto, sonrió y se rascó la cabeza.
-¡Cachís!
El rostro del condestable
ensombreció...más aún.
-¿Intentabas robarme?
-Err..bueno sí. Ya era algo
personal. La otra vez no pude. Solo quería...
El condestable bajó del caballo.
No lo haría. No, a ese niño no.
-¿Te lo tomas a risa?
-No, señor. Pero me da rabia
que...
-¿Te da rabia? ¿Sabes lo que me da
rabia? Que haya dedicado mi vida a luchar contra delincuentes para que ahora se
lo tomen a broma.
-¡Es un niño por dios!-Le
exclamó la ladrona.
-¿Sabes cual era la pena de
robo o intento de robo cuando el abuelo de ese joven reinaba?
-No señor.
El condestable agarró por
la pechera al niño y lo metió en la taberna. Todos les miraban en ese momento,
ella y el resto bajaron rápidamente del caballo.
-¿Qué vas a hacer?-Le gritó
también el guardián al tiempo que el condestable le obligaba a inclinarse sobre
una mesa estirando sobre ella el brazo derecho.
-¡Estoy harto! ¡Harto de la
permisividad de nuestro rey! Sus medidas ayudan a que en un reino tan grande se
mantengan a raya a los asesinos y los rebeldes, pero los ladrones siguen
campando a sus anchas. No hay un castigo que los detenga. La ley fue modificada
para que el rey tuviese mayor poder de decisión y ahora hasta crean
hermandades.
-La hermandad existe
desde...
-¡Me importa tres cojones
tu hermandad, niñata!-El niño estaba llorando a lágrima viva-.Ahora entiendo
porque él y tú os hicisteis tan amiguitos. Sois una plaga que no deja de
extenderse. La lacra de nuestro reino.
-Suéltale.
-Me he pasado la vida
recibiendo y dando golpes para equilibrar la balanza, y vosotros pretendéis
salir impunes. Iros de rositas cada vez que metéis vuestra mano en bolsa ajena.
¡Pues ya es hora de que este niño reciba el golpe que su padre debió darle hace
tiempo!
-¡Déjalo!-Gritaron algunos
habitantes del pueblo.
-¡Asuntos del rey!
¡Enséñales el decreto!-Le ordenó al guardia de la barba que no dudó en
obedecer.
-¡El rey no aprobará
esto!-Le recordó el guardián
-El rey está atado a una
cama, delirando por el veneno. Es mi oportunidad para arreglar lo que él no quería
tocar.
-¡No por favor, señor!-El
niño intentaba escabullirse.
-¡Quieto! O será peor.-Se
giró hacia el mostrador-.Tabernero, un cuchillo para la carne.
-¡No!-Incomprensiblemente
el guardián la detuvo. Tal vez sabía que si ella intercedía la cosa acabaría
peor.
-¡Señor, por favor, juró
que no volveré a hacerlo!-Hasta el hombre más duro hubiese llorado ante eso.
El tabernero le acercó el
cuchillo mostrando desaprobación.
-Ahí va el golpe que te
debe la vida.-Alzó el cuchillo.
-¡Papá, hermanito, señoraaaaa!-Miro
a la ladrona.
-¡Suéltame! ¡No dejéis que
lo haga!-Se agitó todo lo que pudo entre los brazos del guardián.
-¡Era para comida, era
para...no, no, no ¡Nooo!
El tajo fue contundente. La
mano fue cercenada con una limpieza absoluta y el golpe propinado con una
injusticia brutal. El grito...el grito fue lo peor. Desgarrador.
Vio cómo la sangre cubrió parte de la mesa, cómo la
mano se separaba del brazo y caía al suelo, cómo se agitaba el pequeño de nueve
años gritando sin parar. Vio a los vendedores de bollos mirando horrorizados
desde la ventana, vio la bolsa con dos nuevos bollos manchados de sangre. Ella
solo pudo marearse, vomitar y desmayarse, probablemente antes que el chico.La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart StefanieOdendahl: http://stefanieodendahl.deviantart.com/art/aliya-348315251
La segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart Minnhagen: http://minnhagen.deviantart.com/art/Medieval-Market-322692737