ACTO V
CERCENADO CIEMPIÉS
-¿Venís o...?
El puñetazo del condestable interrumpió la pregunta.
-¡En esta puta expedición tú no tomas las putas decisiones
que afecten a nuestro reino!-Él mismo le levantó del suelo mientras le gritaba.
El guardián no tardó en apartarse y palparse la herida con toda tranquilidad
-Era una oportunidad para la paz que acabas de tirar por la
borda.-Le acusó ligeramente afectada la ladrona.
-¿Desde cuándo preocupa la paz del reino a una vulgar
ladrona?-Ni al propio guardián le había gustado su tono.
-Desde que estoy en busca y captura por unos delitos que no
he cometido.
-¿Delitos que no has...?Llevas media vida siendo una
ladrona...y más cosas que no creo quieras reconocer delante del...
Después del puñetazo, otro, esta vez de la ladrona. Aunque
por su cara parecía haberse hecho más daño ella que él.
-Siempre has sido un cabrón, un hipócrita y...más cosas que
no creo quieras reconocer delante del condestable.
-¡Dejaos de discusiones absurdas! Parad esta locura ¡ya!
-No depende de mí.-Respondió con frialdad.
-Tampoco la vida de este gobernante y la has tomado a
placer-Se aproximó manteniendo una
mirada retadora y un tono severo, más del habitual en el condestable y que
podía llegar a asustar a más de uno-.¡Así que hazlo!
El guardián le apartó de un empujón.
-¿¡Qué cojones os pasa!? ¿Ha comenzado una rebelión y
pretendéis que dejemos a nuestros enemigos irse sin más?
-¡¿Te crees que estábamos charlando aquí, con nuestro amigo
el gobernador, sobre las buenas putas que hay al sur del reino?! ¡¿O del buen
queso que tienen más al norte?! ¡No, amigo “yo soy el sensato que mato antes de
preguntar”, estábamos negociando un viaje a la capital para dialogar con el tío
del rey, abrir una investigación y atrapar al asesino para recuperar parte de
la estabilidad!-Por suerte el condestable no le dio demasiada importancia al
empujón que había recibido.
-¿¡Negociando!? ¿Sabes lo que pretendían, verdad? Conseguir
autorización para entrar en la ciudad fácilmente e imponer su orden a base de
espada. Vosotros no habéis visto cómo han asesinado a sangre fría a los que
defendían mantener la monarquía actual.
-Pues a esos habrá que juzgarlos. Pero claro que han surgido
dudas tras extenderse los rumores sobre la crisis en la capital y el
envenenamiento de nuestro rey. ¡No todos los que decidieron que lo más sensato
era instaurar un nuevo orden estaban de acuerdo con hacerlo sin usar la cabeza.
Y tú has matado a uno de esos, querido guardián. Y si me toman el pelo, rompen
los juramentos, olvidan los acuerdos y aprovechan la confianza otorgada para
matar al tío del rey y a todos los que se les oponen para sentar al trono a uno
de los gobernantes, entonces es mi puto problema y yo responderé también a él
como condestable. ¿Os ha quedado claro?
-Por eso, yo como guardián, me anticipo al problema y me
hago responsable del rey y su ciudad antes de que la lleves a la perdición.
-¿Ves como no eres tan diferente a mí? Te gusta anticiparte
a un problema que tal vez no exista aunque haya que derramar sangre...
-Derramo sangre por un bien mayor y solo en un momento
crítico, no buscando cualquier excusa para alimentar mi ego y mis inseguridades
mientras culpo a otros de mis métodos.
-Páralo.-Repitió con voz amenazadora el
condestable.-Pá-ra-lo. ¡Ya!
Antes de que el guardián pudiera dar una respuesta, varios
soldados entraron en tropel en la sala sin reparar en su presencia en un primer
momento.
-¡No hay escapatoria, señor! Tenemos que...
-Me temo que vuestro señor ha caído mientras vosotros
luchabais ahí abajo, lo que no debíais haber dejado de hacer.-Volvió a
desenvainar su espada el guardián.
-¡No! Ya habéis aplastado esta ciudad, derrotado a su
gobernante y eliminado un apoyo más a los rebeldes. No es necesario que
continuéis con la matanza ¡He dicho que paréis!
Se detuvo. No envainó, pero se detuvo. Bajó la espada y
mantuvo su mirada hacia los soldados, fieles soldados que no abandonarían la
lucha tan fácilmente.
Cargaron con espadas y escudos hacia los asesinos de su
gobernador, hombre al que habían jurado proteger en pos del equilibrio del
reino más grande que existía. Su deber ahora era matar o morir para vengar su
muerte. No había más razón que esa.
Una razón que no llevaba a ninguna parte, de la cual ninguna
parte se beneficiaba y con la cual no conseguirían así enmendar su fracaso.
Pero aún así lo hicieron, porque algo en la naturaleza del hombre le hace
actuar por unos principios básicos, autoimpuestos, impuestos por la sociedad o
por la naturaleza. Unos principios sin los cuales no somos nada, que nos llevan
a formar algo con significado en un mundo que no lo tiene. Porque al igual que
el amor nos lleva por un camino que no comprendemos pero deseamos, el deber nos
lleva por otro, y cuando no hemos cumplido nuestro deber es cuando nos
resignamos.
De la misma forma que nos damos a la bebida cuando un amor
nos abandona o cometemos locuras cuando queremos que un amor nos corresponda,
esos soldados se lanzaron a una lucha por matar o morir por un protegido al que
no habían podido proteger, haciendo algo que de ninguna forma cambiaría la
situación, llenando los huecos de su existencia con sus espadas y diciéndose a
sí mismos que de esa forma honraban la muerte de su gobernador, camuflando el
sentimiento de fracaso, de vacío...
Solo podían matar o morir, tal vez ambas, pero no ninguna.
No porque no fuera posible, no. No simplemente porque hablar es demasiado
complejo para ser tan sencillo. Nadie les entrenó para hablar. Porque hablar es
más que simplemente hablar, más que simplemente pronunciar unas palabras, unos
fonemas. Hablar era configurar unas ideas que chocaban, y atravesar ese bloqueo
que nos encontramos no es para nada sencillo. En cambio, con el entrenamiento
adecuado es mucho más sencillo romper el bloqueo que forma la espada del rival.
Ni siquiera respondieron a los gritos de “nosotros no lo hicimos”
o “intentamos protegerle”. ¿Importaba que unos pocos más muriesen o matasen?”
La ciudad se había ido a la mierda, sus vidas se habían ido a la mierda. Era
hora de mandarlo todo a la mierda. El único que no mandaba todo a la mierda
era, precisamente, el guardián. Que luchaba para no mandar a la mierda al
reino...ni a su rey.
Al final, ladrona y condestable se vieron obligados a
esquivar el acero como pudieron. El guardián le cortó la mano a un soldado
demasiado ocupado con el condestable mientras seguía atendiendo a sus rivales.
El condestable aprovechó para, mientras gritaba su ahora manco contrincante,
arrebatarle el escudo del brazo intacto sin intención más que de dejarle
inconsciente, al tiempo que recogía la espada del suelo para bloquear lo ataques
del resto de soldados que se le habían acercado. Y, aunque no era su intención,
no se vio en otra que usar su espada no solo como defensa.
Más de lo mismo con la ladrona, que tras esquivar
aprovechando su agilidad varios ataques, consiguió atraer a un guardia hacia el
ventanal de la torre, para después esquivar otro de sus ataques de un giro,
posicionarse detrás suyo y, con el dedo índice, tocar suavemente su espalda
para hacer que, tras su estocada, se precipitase al vació. El siguiente se
llevó una patada en la entrepierna al
tiempo que se hagachaba, haciéndolo inclinar para patearle después en la cara
mientras apoyaba las manos en el suelo. Con los golpes recibidos había perdido
la espada, y con ella la vida. Una vida más que la ladrona había tomado. Y la
siguieron dos más.
Allí estaban, el gobernador dialogante junto a sus soldados
protectores. La prueba más fehaciente de que en el mundo en el que vivían el
diálogo no era suficiente. No, no era válido, ni tan siquiera necesario. ¿Qué
pensaría si le pudiese leer sus pensamientos su enfermo rey? El rey más
dispuesto al diálogo y a la razón que había conocido.
¿Acaso la falta de diálogo contraponía a la razón y a obrar
juiciosamente? La prueba, de nuevo, frente a ellos. Esa sangre derramada en
aquella alta estancia no era más que la vía a la justicia, un fin más del
individuo con varias interpretaciones, camuflada como beneficio colectivo,
cuando no es más que un beneficio de una de las partes interpretada de varias
formas y asimilada de una sola.
Y de nuevo injusticia por todas partes; para esos soldados y
sus familias que ninguna culpa tenían de la rebelión, para unos ciudadanos que
no esperaban acabar de esa forma el día y para un gobernador que tenía como
bandera la palabra. Doloroso el camino de su justicia, doloroso el concepto, la
idea. Pero él no sentía el dolor. Ya no podía sentirlo. Tampoco percibió dolor
en el condestable más allá de la resignación, ni siquiera en la ladrona más
allá de la incertidumbre. Estaban rodeados de dolor y ellos no eran capaces de
sentirlo. El humano al fin y al cabo ya estaba acostumbrado a eso y del humano
ninguna lástima había que sentir.
Bajaron las escaleras corriendo mientras se defendían de
nuevos atacantes. Y llegaron a la entrada plagada de sus soldados acribillando
a los cobardes que huían, o a los fieles que se retiraban para proteger como
podían a su gobernador. Podía haber detenido el ataque, pero ya nada había que
detener. Solo el eco del acero resonaba en aquel edificio, pues en el exterior
el único eco existente era el del silencio. Un eco horrible que dejaba tras de
si gritos desgarradores, lamentos, lloros...casi se podía oír el fluir de la
sangre, la piel chamuscándose, el fuego crepitando. Casi podía ver al príncipe
observando al elemento que todo lo consumió y todo lo consumirá, el elemento
que guarda la verdad del mundo y el único que le consigue relajar. La
combustión de la materia que no puede esquivar su destino. La energía que
otorga y quita, el calor que insufla y arrebata. El fuego que ya consumía aquel
edificio y sus cadáveres. El nuevo monumento que se erigía en aquella discreta
ciudad, ahora llamativa para los pueblos más cercanos. Una nueva montaña
brillante que chasqueaba sonoramente amenazando a los próximos, advirtiéndolos.
Un fuego que un rey enfermo había encendido, un fuego envenenado por malas
intenciones, justas muy seguramente para algunos. Un fuego que guardaba una
única verdad. “Sois míos” Pronunciaba cogiendo aire. “Y esta tierra también lo
es”.
Ya en el exterior pudieron contemplar lo que para él ya no
significaba nada. Sus compañeros lo observaron incrédulos. Caminaron despacio
entre los cadáveres meneando la cabeza, desaprobando cómo había quedado el
teatro tras la actuación. Desde el palco todo parecía diferente, como siempre pasa.
-¿Qué has hecho?
-Mirad mis manos.-Casi ordenó el guardián-.Ahora mirad las
vuestras.
El condestable le hizo caso, a la segunda orden la ladrona
le ignoró y se le quedó mirando, parecía que sabía por dónde iba.
-¿Qué?-Refunfuñó el condestable.
-Sangre, la misma sangre en las tuyas que en las mías.
-¡Tu puta madre! Por tu culpa, hijo de perra.
-A esos soldados no les importaba de qué lado estuvieseis
vosotros, solo miraban por su gobernador.
-Y ¿qué cojones esperabas que hicieran, soltar las armas y
huir? O mejor, ¿arrodillarse ante nosotros y ya de paso chuparnos la polla?
-No, hicieron lo que debían, seguramente lo que simplemente
necesitaban egoístamente. Pero yo he hecho lo mismo. Solo miro por mi rey.
-Tú rey no permitiría esto.
-Mi rey nunca se ha visto en una igual, condestable. Y si te
permitía a ti el título de condestable, sin ofender, no veo por qué no
permitiría esto.
-Solo porque a ti se te permitió el título de guardián. ¡A
ti, que nunca estuviste preparado para ello! ¡Amiguismos y nada más! Errores de
nuestro pobre rey. El otro era más apto que tú, sin duda. Más frío y
calculador, más inteligente y sosegado, más cauto, más honrado y más agradable.
-¿El anterior guardián? ¿Frío y sosegado? ¿Inteligente,
cauto y honrado? ¿El mismo al que el rey destituyó y desterró? ¿El mismo que se
folló a una puta a cambio de...?
-Dilo, guardián. Al fin y al cabo yo también se lo he
llamado y ella no tiene reparo en reconocerlo. Es una puta, sí. Pero una puta
más honrada que tú, guardián.
-Veo que ahora os habéis hecho amiguitos. ¿Te ha engatusado
como a él? ¿Vuelve a tener la llave?
-¿Cómo te atreves?-La ladrona se mantenía muy
tranquila-.¿Cómo eres capaz después de todo?
-Yo soy el guardián que el reino se merece y necesita,
independientemente del error que cometiese el anterior guardián.-Intentó
mantener el rumbo de la conversación.
-El mismo título que podía llevar yo, por lo que veo. Como
ya te he dicho, no somos tan diferentes como ambos creíamos.
-Lo somos, condestable. Más de lo que te puedes llegar a
pensar. Solo por el título que yo llevo hay un abismo entre nosotros que nos
separa.
-¡Señor!-Grito de repente un alto cargo de la tropa que
comandaron hasta la ciudad-¡Todo limpio! Podéis marchar con libertad.
-Gracias, ser.
-Entonces, ¿vos os vais y es el condestable quien se queda?
-¿Cómo? ¿Qué cojones está diciendo?
-Hice un trato con los gobernantes fieles a la corona. Les
apoyaría de camino a la guarida de la ladrona antes de continuar con mi misión
de conseguir el cofre del rey y su contenido para curarle y recuperar el
equilibrio. Necesitaban tiempo para controlar a los rebeldes y yo se lo he
proporcionado a cambio de perder un poco del mío. No esperaba encontraros tan
cerca, o tan lejos, según se miré.
-Y ¿qué coño dijiste sobre mí?
-Que conocía a alguien fiel a la corona y más útil que yo en
el campo de batalla.
Al condestable se le hinchó el pecho de orgullo mientras
intentaba mantener el enfado en su cara.
-Eso es cierto, pero...
-Condestable, dejando las diferencias y las discusiones a un
lado. Te pido que sigas con esta tarea para darnos más tiempo. No puedes dejar
que los rebeldes se acerquen a la ciudad. El daño ya está hecho. Protege al
rey. No te pido que ataques ciudades como he hecho yo si después de tantos años
os produce escrúpulos matar gente. Solo pido que sirvas de bloqueo e impidas a
posibles atacantes cruzar las fronteras locales. Por favor.
El condestable gruñó unos segundos sin decir nada.
-Lo haré. Por el rey. No por ti.
-Me vale más que si lo hicieras por mí.
-¿Qué haremos con el príncipe?
-Es más seguro que me lo lleve yo. Ya sabes que viajaré a la
frontera norte del reino, lejos de la guerra civil.
-¿Tengo motivos para dudar de tus intenciones con nuestro
heredero, cuando ya te lo has llevado una vez?
-Lo alejo de los rebeldes que lo quieren muerto. Juzga tú
mismo, condestable.
Observó cómo la ladrona miraba para otro lado.
-Y ¿dónde está ahora, si puede saberse, nuestro príncipe?
-A salvo, no lejos de aquí, condestable. Nos reuniremos con
él al abandonar la ciudad.
-Está bien. Podemos irnos, entonces. No quiero estar ni un
minuto más aquí.-Inevitablemente contemplaron una vez más la ciudad arrasada.
Nadie dijo nada, ni hizo nada, ni un sonido, ni una lágrima, ni un gesto. Nada.
La balanza de la justicia ya no les dejaba ver los cadáveres aplastados por
ella.
-¡Soltadnos, hijos de la más puta de todas las putas! ¡Os
hemos dicho que no somos de ninguna banda de ladrones o asesinos y que no
tenemos que responder ante nadie.-Vociferaba el más bajito-. ¡Somos soldados de
vuestro bando! Seguidores del condestable en una empresa cuyo objetivo...-El
golpe tuvo que doler, por fuerza.
-¡Calla joder! Ganas me dan de cortarte la garganta como a
uno más de estos traidores, pesado de los cojones.
-¡Dejadlos!-Se apresuró a ordenar el condestable-.¡Son de
los míos, y vosotros ahora también sois de los míos. ¡Por ello seguiréis mis
putas órdenes! ¿Suficientemente claro?
Recogieron al príncipe en un pueblo cercano ocupado por
varios de los hombres que habían partido con el condestable. Había estado
alterado antes de ver el fuego que se podía contemplar desde el pueblo. Lo
observó y dijo cosas extrañas que los soldados apenas se habían molestado a
escuchar. Los primeros rumores de una posible locura del príncipe empezaban a
extenderse. Unos rumores que no beneficiaban para nada al reino y que no sabía
hasta que punto tenían sentido. En palacio era mucho más...normal.
-¿Te trató bien?-Se interesó el condestable
El príncipe alzó la mirada inquietando al noble, que
intentaba disimularlo.
-Sí.-Escueto-.Con el guardián no es con quien corro peligro.
Nadie supo si se refería a esos soldados, a su tío abuelo,
al condestable, a la ladrona o directamente a la capital y sus gentes.
Prefirieron no preguntar.
-Bien. Vos, pequeño señor, marcharéis con el guardián y la
ladrona, yo lo haré con mis hombres.
El príncipe miró al guardián de la misma forma que miraba al
fuego. Sintió alivio...y miedo. Intentó ver qué reflejaban, pero no pudo ver
nada.
-¡No! Yo marcharé con ella, la ladrona...y con el guardián y
nuestro príncipe, claro.
El condestable le miró con el semblante razonablemente
serio.
-Buen soldado, pero con más polla que cerebro. Cosa que no
es difícil, ¿verdad?
-Alguno de nosotros tendrá que quedarse junto al príncipe
¿no? Por algo nos envió el tío de nuestro rey y actual monarca en funciones.
No sonó muy convincente.
-Sí claro...-Decidió abstenerse de cualquier grosería que
pudiese incomodarles-.Como desees, total, de poco me servirá un soldado cojo
por bueno que sea ni por mucho que te tratasen la rotura nuestros captores.
-¿Te trataron la rotura?-El guardián estaba sorprendido.
-Eso hicieron. ¡Te parecen demasiado benevolentes esos
traidores?
El guardián decidió no responder.
Ya estaban dispuestos a marchar cada uno por su camino,
dispuestos a ayudar al reino como podían. Por un lado el condestable y su
guardia más fiel, por el otro la ladrona, el príncipe, el guardián y aquel
guardia alto y medio tullido. Y entre ellos un rey envenenado al que salvar.
-¿Cuántos días?
-Doce. Dos días a paso ligero de camino a la guarida de la
ladrona, cinco días de viaje al norte y cinco de viaje de vuelta.
-¿Solo? Es decir, es mucho tiempo para lo que necesitamos,
pero poco teniendo en cuenta el recorrido.
-Iremos a buen ritmo. Les exigiré, incluso al príncipe. Ha
llegado el momento de adiestrarlo. De hecho tengo pensado tardar cuatro, lo que
harían diez en total. He añadido dos días que podamos perder por cualquier
percance.
-¿Cuentas con percances?
-Nunca se sabe cuando emprendes un viaje. ¿Acaso no lo has
comprobado tú mismo? Ya deberíamos estar en la guarida de la ladrona, incluso
de camino al norte.
-¿Aguantará?
-Lo hará. Por la parte que depende de él aguantará.
-¿Por la otra parte?
-Depende más de ti que de nadie, condestable.
-Doce días. ¿Dónde?
-A las puertas de la capital. Si no estás procederé sin ti.
-¿Qué pasa si eres tú el que no está?
-Entonces solo podrás animar con palabras al rey para que
aguante y organizar tus defensas según como avance el desarrollo de la
contienda.
-Bien. Doce días. En doce días conoceremos el destino de
este reino.
-Y de este mundo, supongo. Al fin y al cabo este reino es
uno de los pilares de nuestro mundo.
-Cierto. Con otro rey y con el caos que pueda reinar en él,
otros reinos menores pueden desestabilizarse...más de lo que algunos ya están.
-Recemos para que todo salga bien.
-Recemos.
De nuevo intercambiaron la llave y se marcharon. Dos por un
lado, cuatro por el otro. Separados, pero unidos por el mismo cordel que si se
tensaba demasiado podría romperse. Doce días aguantaría, tal vez más. Pero era
mejor no arriesgar.
Se abastecieron bien antes de comenzar el viaje juntos. O
más bien continuarlo. Consiguieron monturas para todos, incluso para el
príncipe. La ladrona se opuso por el retraso que supondría, pero el condestable
dijo que se encargaría de enseñarle a montar al tiempo que viajaban. En
principio el príncipe viajaba con el guardián, arrastrando éste último de las
riendas a la montura sin jinete. Aprovechaba los escasos descansos para
enseñarle a montar.
-Espalda erguida, riendas agarradas con firmeza, mira
siempre al frente. Usa tus pies con suavidad para controlar el ritmo, así mira.
El príncipe observaba atento y después probaba.
-Eso es. Dirígelo con las riendas, mira.
Observaba y probaba. Y, sorprendentemente no tardó en
cogerle el truco. Casi un día entero había pasado ya y el príncipe ya manejaba
con cierta tranquilidad su montura. Hasta le había puesto un nombre, pero en la
historia de este reino no hay tiempo para nombres, no importaban los nombres.
Solo de vez en cuando se colaba algún mote, más personales que los propios
nombres. Los nombres eran importantes para ellos, pero para nadie más. No había
nombres, solo un caballo, un príncipe, un guardián, una ladrona y un guardia.
Además de un condestable. En el mundo había princesas y mercenarios, caballeros
y criadas, reyes. Padres, abuelos, tíos, hermanos, hijos y primos. Todos tan
diferentes e iguales al mismo tiempo. Protagonistas cada uno de su historia,
pero ante todo de una historia que afectaba a sus reinos... su mundo. Nada más
que esa historia era importante para comprender. Nada más.
Primera noche. Primer día de los doce. La intemperie les
acogía bajo su oscuro manto estrellado. El fuego abrasador y arrasador les
calentaba. El príncipe lo observaba y el guardia descansaba. La ladrona y él,
ya cenados, contemplaban el cielo.
-Siempre que he dormido en la intemperie me he acordado de
vosotros.
-No empieces, por favor. Ya no queda nada de esos días y no
hay nada de qué hablar. Te lo dije en aquella taberna.
-De esos días queda algo, guardián. De lo que no queda nada
es de aquel muchacho.
-Desde luego...No, desde luego que te equivocas. Queda él y
mi amistad con él.
-No la que te mantenía con...
-No pronuncies su nombre. No quiero si quiera oírlo.
-¿Desprecio? ¿Hacia quién? Nunca lo he tenido claro. ¿Hacia
él, hacia mí o hacia ti mismo? ¿Tal vez un poco hacia los tres?
-Ahora mismo hacia ti, ladrona.
-Me honra que utilices ese término como un título. Comparto
el título con muchas otras personas, un título más limpio que el que tú
compartías con él.
El guardián se frotó las sienes cerrando los ojos y
apretando los dientes.
-No deja de ser divertido. Éramos como un ciempiés humano,
tú siempre detrás de tu rey, yo detrás de ti y él detrás de mí. Éramos un
ciempiés condenado a ser cercenado por su puro egoísmo. Nuestro destino era
mantenernos siempre juntos y en cambio, el egoísmo nos destruyó. El único que
se mantuvo al margen fue la cabeza del ciempiés, donde, precisamente, se
encuentra el cerebro.
-No estás aquí para recordar el pasado, ladrona. Yo soy un
guardián, tú eso mismo, una ladrona. Nuestros caminos nos llevaron a esto. Y tú
intentaste sacar más beneficio de este asunto del que te correspondía.
-En realidad intenté quedarme con lo que para mí eran las
migajas. Arrebatarte lo único que te interesaba para mi beneficio. Tú lo has
dicho. Nuestros caminos nos separaron. Yo cumplí mi papel, tú el tuyo. Nada nos
vinculaba ya.
-Y aún así no has abierto la boca.
-Quería mi beneficio, no tu perdición...guardián. Eras mi amigo.
-Él también. Y a pesar de ello...
-¿Qué? ¿No era acaso el tuyo?
-Sí...-El guardián bajó la cabeza-.Era mi amigo. Pero...
-Sentiste lo mismo que yo. No sé si por el puesto o por él.
Pero sentiste lo mismo que yo contigo. Y aún así no eres capaz de entenderme.
-Tienes razón, éramos un ciempiés egoísta. El egoísmo lo
mueve todo, incluso la amistad...si me apuras hasta el amor. Siempre lo he
pensado. Éramos amigos y a pesar de ello nos destruimos mutuamente.
-No todos. Precisamente porque había más que una amistad.
-Sí...y no.-Intervino el príncipe.
Guardián y ladrona se miraron incrédulos.
-Ni amigo ni enemigo, solo una sombra del pasado se ha
interpuesto entre vosotros. Una sombra resurgida de un mundo en el que esas
palabras no tienen significado.
-Mi príncipe...¿qué quieres decir?
El príncipe se tambaleó. Les miró y sin decir nada se
durmió.
-¿Está...loco?-Preguntó con cierto temor la ladrona.
-No, no lo está. Tú tranquila, yo me encargaré de él.
Comenzó el segundo día. Un día soleado que auguraba un camino
agradable hasta llegar a la guarida de la ladrona. El príncipe cabalgaba
tranquilo sobre su caballo, observado de vez en cuando por el guardián, que a
su vez era observado por la ladrona, a la que el guardia cojo aprovechaba para
observar. El príncipe no observaba a nadie, solo el camino. Tampoco el camino.
El horizonte, tal vez nada. Un nuevo ciempiés caminaba por ese reino, un
ciempiés de nuevo egoísta que podía ser cercenado en cualquier momento.
Se pasaron el día callados, parando solo una vez para comer
y descansar. La tarde se estaba echando.
-Parad.-La ladrona alzó la mano.
Todos hicieron caso.
-¡Puedes salir, hermana!
No hubo una respuesta.
-¡Sigo siendo tu hermana! ¡Confía en mí!
Flecha. Una sola flecha impactó contra el suelo, muy cerca
del caballo que se desbocó tirando al suelo a la ladrona. Los demás se
revolucionaron aunque sus jinetes supieron controlarlos...todos menos el
príncipe, que no pudo mantener a su montura quieta mientras esta avanzaba con
miedo.
-¡No!-Gritó la ladrona desde el suelo.
-Un hombre se lanzó desde la rama de un árbol placando al
muchacho que avanzaba entre la vegetación.
-Joder...-musitó el guardián mientras se abalanzaba con su
caballo contra el atacante.
Otra flecha, esta vez frente al guardián, que supo controlar
de nuevo a su montura y esquivar la flecha clavada en suelo. El hombre que tiró
del caballo al príncipe desenvaino una pequeña espada.
El guardián continuó avanzando temiendo que pudiesen llegar
más lejos.
-¡Detente!-Gritó el hombre mientras colocaba la fina espada
sobre el cuello del príncipe.
El guardián detuvo al caballo.
-Déjale...no intentaba nada. Tu compañero ha asustado al
caballo y por eso...
Una figura descendió de los árboles con agilidad y rapidez.
-Nunca te he considerado mi hermana. Y ahora menos que
nunca, traidora.
-No soy ninguna traidora, Rojiza.-Afirmó mientras se
levantaba.
-Has traído a nobles y soldados del reino a nuestro
escondite.-Colocó una nueva flecha en la cuerda del arco, con la punta rozando
la sien de la ladrona-.No somos precisamente gente de bien a la que el reino
quiera premiar por su servicio.
-Han firmado un documento que asegura tan solo un registro
de la guarida con intención de confiscar un cofre que yo robé, en caso de que
fuese así, nada más.
-¡Pero que imbécil! Tendrán la información de nuestra
guarida para volver cuando les plazca, arrestarnos y desmantelar todo.
-No, en el documento se especifica que los arrestos no serán
válidos en caso de no realizarse por un robo demostrado y realizado tras el
registro. Está todo atado, créeme. Podéis fiaros de la corona. Lo digo yo,
Rojiza.
-Hemos oído noticias, visto el humo...sabemos que la corona
está en crisis y tú piensas que todo será tan fácil.
-Precisamente porque está en crisis, joder. Lo que menos las
preocupa ahora precisamente es arrestar a unos ladrones.
-¿Sabes lo que pienso? Que sigues siendo tan zorra como
siempre. Que te pillaron intentando robar esa llave que querías robar y que
hiciste un trato con ellos. Te llevarás parte del botín que confisquen aquí, como
si lo viese.
-Estoy harta de que me tomes como una traidora. ¡En su día
te demostré qué tipo de ladrona soy! ¡Que estoy con vosotros!
-A mí no me vale. Tu historial está demasiado manchado.
Puta, vendida, traidora, orgullosa, dependiente...nunca has sido digna de
nuestra hermandad.
-Contemos los trofeos en forma de robos, esos objetos de
lujo o perdidos en lugares olvidados que tenemos cada una. A ver quién de las
dos se merece más ese título. Los trofeos en forma de cabezas, vergas y sangre
no cuentan.-La ladrona guiñó un ojo provocativamente a su interlocutora.
La cuerda del arco se tensó más.
-Dame un solo motivo más y ni siquiera tendré que
justificarme.-La mirada estaba llena de desprecio.
-Os olvidáis de mí, señora. Parecía que nadie se había
percatado de que el soldado cojo que viajaba con ellos había bajado, no sin
cierta dificultad, del caballo.
-No, no me había olvidado.-Mentía, seguro-.Solo que no le
doy importancia a alguien como tú.
-Pues deberías.-Con toda tranquilidad desenvainó su
espada-.Estáis en desventaja numérica.
-Puede. Pero tú situación no es favorable por ello. Mueve un
músculo y la cuerda se me escapará, la flecha atravesará el cráneo de esta
noble ladrona que de seguro ya te has tirado y el muchachito con el que viajáis
se quedará sin su garganta, que seguro ninguna mujer ha besado todavía. ¿Qué
pena, no?
-Te pido por favor que recapacitéis. No vamos a haceros
nada. Por favor, esta mujer no merece morir, y menos de esta manera.
La ladrona pelirroja miró al soldado y después a su hermana
de profesión sin saber muy bien qué pensar. Seguro que se esperaba amenazas de
muerte e insultos por parte del guardia alto y delgado.
-Llevamos años aquí, viviendo ajenos a todos vosotros y
creyendo en otra forma de vida para que ahora vengáis a jodernos. Esta mujer ha
estado dos veces a punto de joder nuestra forma de vida y esta es la
tercera.-Rojiza hizo honor a su nombre, pues ya no solo su pelo era rojo,
también su rostro lleno de ira-.Es el momento de zanjar esto. La excusa
perfecta para protegernos del mal externo. De esta niñata crecida...-El arco le
tembló.
Al soldado le sudaba la espada, parecía estar calculando
cómo podía encajar un golpe, como moverse de la forma más rápida. El otro
hombre no alejaba la espada del cuello del príncipe y él no podía hacer más que
observar desde el caballo.
-Has tenido una oportunidad de oro para matarla sin darla
pie a explicaciones. Pero no lo has hecho. Te has limitado a asustar a su
caballo. Estás enfadada con ella, pero no lo suficiente como para matarla.
-Si no la he matado es porque mis tiempos de asesina
pasaron...-Tenía el rostro desencajado, parecía estar recordando cosas-.Pero
que el resplandeciente rojo de la sangre me bañase una vez más por una causa
como esta no sería malo.
-No...
La mano se escurría lentamente. La flecha temblaba casi
tanto como el labio de la ladrona. El soldado agitaba lentamente la cabeza
hacia los lados intentando hacer recapacitar a la mujer que sujetaba el arco. Y
mientras, él no hacía nada. Solo observaba esperando a que la situación se
resolviese. Ni palabras ni actos. En verdad poco le importaba al guardián lo
que le sucediese a la ladrona. Lo que le pasase a ella de ninguna forma
afectaría al reino ni a su misión. Lo que si afectaría es lo que pasase con el
príncipe. Pero cuando iba a intervenir con palabras como las de su compañero
cojo algo le vino a la mente. Decidió callarse. Después de que la flecha
atravesase la cabeza de la ladrona, la espada atravesaría el cuello del
príncipe. ¿Qué podía hacer?
Y entonces, más que la flecha y más que el labio de la
ladrona, el príncipe comenzó a temblar. La violencia de los temblores produjo
que su garganta se deslizase casi sola por la espada. Por suerte el hombre la
retiró a tiempo, soltándola y sujetándole para contenerlo.
-¡Rojiza para! ¡Este chaval está...!
No le iban a matar. No era asesinos. Solo pretendían
recurrir a la amenaza más simple. Aunque en el caso de la ladrona pelirroja...
Rojiza apartó la mirada hacia su compañero, momento en el
que la flecha dejó de temblar, también el labio de la ladrona, que aprovechó
para apartar de un manotazo los brazos de su supuesta hermana, haciendo que la
flecha saliese disparada contra el suelo y pillando por sorpresa a la mujer que
había estado a punto de matarla.
-¿¡Cómo te atreves zorra!?-La ladrona se tiró contra el
cuello de Rojiza. Ésta le agarró los brazos mientras la ahogaba y se impulsó
para darle una patada en el estómago a la ladrona que la apartó. El soldado,
cojeando, se puso en medio. Lo único que recibió fue un codazo de Rojiza que no
vio venir.
El príncipe seguía temblando. El guardián había bajado del
caballo para ayudar al hombre a controlar su ataque.
Rojiza y la ladrona no hicieron caso, comenzaron a combatir
con sus propias manos. Puñetazos, patadas, codazos, rodillazos y hasta
cabezazos. Y Rojiza volvía a ser más rojiza que nunca con sangre en la frente.
A saber si suya o de su rival.
Y el príncipe seguía temblando. Nada le paraba. La sangre de
la frente fluía, la mirada del guardián intentaba descifrar qué había detrás de
su príncipe y esos ataques. El príncipe seguía temblando.
Rojiza empotró contra un tronco a la ladrona, dándole un
rodillazo en el estómago y agarrándola por el cuello provocando que se tragase
algo de vómito, lo que podría haber provocado su ahogamiento.
-Me has dado una última excusa para acabar con tu miserable
vida...Has sido más que una ladrona.
La ladrona no podía hablar. El guardián no quiso hablar. El
soldado, inconsciente, jamás hablaría. Y el único dispuesto a hablar no sabía
qué decir, ocupado en algo que le estaba impactando. El príncipe habló. Sus
ataques cedieron de pronto, como si alguien le hubiese congelado. Los ojos
comenzaron a brillarle de forma extraña y miraron al guardián.
-Detén...el...conflicto que...hay en...-Sus ojos se apagaron.
Y sin pensar, tanto el guardián como el hombre que había junto a él gritaron.
-¡Paraaaad!
-Rojiza soltó sin casi pensar mirando extrañada al otro
lado. Un error que su contrincante esta vez no aprovechó, llevando la mirada
también hacia el príncipe y el guardián.
El guardián miraba al muchacho inconsciente y cierto temor
comenzó a invadirle el cuerpo. No comprendía qué le sucedía. Qué querían decir
sus palabras. ¿Y si el rey estaba hablando a través de su hijo? ¿Pero, cómo?
Eso es magia y la magia no existe. No podía ser que simplemente estuviese loco.
Todo empeoró desde el día que envenenaron a su padre. ¿Tendría alguna relación?
-Necesita descansar. El conflicto le altera. Del alguna
forma le produce esto. ¡Joder! El reino se desgarra y vosotros peleando por
temas de crías rencorosas.
Rojiza se alejó de su contrincante, acercándose con toda
tranquilidad al guardián.
-No te equivoques, gilipollas. Esto es por mucho más de lo
que te piensas.
-¡Basta ya, Rojiza! Los únicos que nos hemos comportado de
forma hostil hemos sido nosotros.
El hombre de fina barba y rostro afilado parecía el único
con sentido común junto al soldado inconsciente.
-Enseñadnos ese documento y podréis entrar a nuestra
guarida. Siempre que aceptéis hacerlo con los ojos vendados.
Aceptaron. Al fin y al cabo era otra condición del
documento.
Solo hierba bajo sus pies. Las suaves manos de Rojiza sobre
sus brazos y espalda, la tela sobre sus ojos. El olor de las flores se
transformo en olor a humedad, el blando césped se convirtió en un duro suelo.
El resplandor que se filtraba a través de la tela desapareció. Las manos de
Rojiza se alejaron. Por unos segundos se encontró expuesto, inseguro,
desamparado y desubicado. Solo sabía que habían caminado unos metros y habían
bajado unos escalones. Tras esos infinitos segundos le quitaron la venda de los
ojos. Tenía ante él un pasillo iluminado por antorchas totalmente vacío.
Estaban bajo tierra. Nadie conocía esas galerías en ese punto del bosque.
-¿Habéis construido esto vosotros?-Preguntó sorprendido el
guardián.
-Nunca lo sabréis.-Respondió Rojiza. Ni sabréis quien las
hizo ni como se accede a ellas. Nunca. Solo sabrás más o menos dónde se
encuentran.
Le hubiera podido responder que era suficiente si querían
encontrarles algún día, pero no quería caldear más el ambiente.
-Y, créeme. Aunque sepáis la zona, no es tan fácil acceder a
aquí dentro.
También podía decirle que, aunque no pudiesen acceder a su
interior, podían controlar el bosque para interceptar a todo el que intentase
entrar o salir, pero también era demasiado osado.
Avanzaron por galerías vacías de gente. Algo que no
sorprendió al guardián. Eran ladrones a los que no les gustaba que se les
pusiesen cara.
-Supongo que no estéis escasos de ladrones en la hermandad,
sino de gente que confié en nosotros.
-Exacto.-Intervino el hombre que había dirigido al príncipe
y al guardia antes de quitarles las vendas-. Con dos que nos hayamos expuesto
es suficiente.
-Si queremos registrar toda la guarida debemos movernos con
libertad. Por ello, si quieren evitar que veamos su cara deberéis desalojar las
galerías.
-No.-Rojiza fue tajante. La conocía de poco, pero parecía
propio en ella-.Primero veréis a la persona que mantiene la hermandad unida.
-¿Su fundador?
-No...su fundador ya no está entre nosotros. Hablaréis con
la persona que le sustituyó en el cargo.
-No entiendo porque unos ladrones necesitan un líder. ¿No os
movéis por la libertad del individuo?
-Así es.-Se anticipó a la respuesta de Rojiza el ladrón-.
Nuestro líder no impone nada. Se trata de organizarnos, tomar las decisiones
que nadie quiere tomar. Quién se encarga de asignar las guardias o los robos de
víveres esa semana. Todos preferimos robar reliquias u objetos preciados.
-No me creo que no surjan discusiones.
-Surgen, claro que surgen. Pero cómo líder se involucra
también en estas tareas cuando le toca, por lo que las discusiones son menores.
-Se expone.-Habían comenzado a caminar.
-Para ser un líder de nuestra hermandad no hay que ser un
intocable escondido y protegido. Hay que saber esconderse y protegerse para
convertirse en un intocable.
-Tiene lógica. ¿Cómo elegís a vuestro líder?
¿Democráticamente o tal vez os guiáis por quien más...”reliquias” haya robado?
-Es complicado asignarlo. No solo el que más trofeos tenga
en su vitrina es el elegido. También cuenta lo útil que hayas sido para la
hermandad, toda la mercancía robada que haya proporcionado y lo poco que hayas
sido pillado.
-Cómo sabéis eso si los robos se ejecutan de forma
individual.
-Hay robos colectivos, por ejemplo a caravanas dónde vemos
qué tal funcionan otros compañeros. Pero sí, nuestra forma de actuar como
ladrones suele ser individual. Aún así, muchos de nuestros miembros son
buscados en diferentes ciudades. Los menos discretos y los que menos se merecen
ese puesto de líder.
-Ahórrate cualquier tipo de broma, guardián.-La ladrona
parecía muy molesta. Ella también tenía sangre en la frente.
-Ni se me había pasado por la cabeza.-Aseguró muy en serio
el guardián.
Y no mentía. No se consideraba ningún bufón barato. Además,
tenía que reconocer que si descubrió a ladrona fue porque la conocía muy bien,
no porque no estuviese realizando mal su papel como tabernera antes de intentar
robarles la llave.
-Te pillaron enseguida, ¿verdad? Patético.-Rojiza apartó la
cara despreciativamente hacia otro lado.
Antes de que comenzase otra discusión el guardián
interrumpió con otra pregunta.
-Y en caso de que muera ¿tenéis pensado ya quien le
sustituirá?
-¿Piensas matar a nuestro líder?-Preguntó socarronamente
Rojiza.
-No. Yo siempre cumplo mis juramentos. Siempre.
Una puerta metálica enorme les bloqueó el camino.
-Esperad. Rojiza, vigílalos.
El hombre dio tres toques fuertes pero serenos a la
abrumadora puerta. Después pasó el filo de la espada una vez por el metal y
esperó una respuesta. La recibió. La puerta comenzó a brillar mostrando unas
runas que el guardián jamás había visto. Sí, sí las había visto, pero ¿dónde?
Esas runas eran...El príncipe se arrodilló.
-¿Otra vez este chaval se va a poner a montar un número?-La
ladrona de pelo rojo no mostró ninguna delicadeza.
-Están aquí.-Musito el príncipe contemplando la puerta.
-¿Quién está aquí muchacho?-Se agachó el guardia alto, con
cierta torpeza debida a su pierna mal herida, para ponerse al nivel del
príncipe.
-Oigo sus voces...oigo sus razones. Tienen miedo, como yo.
Algunos sienten odio, como yo. Y otros ya no sienten nada, como...Huelo a
miedo, huelo a sangre. Huele diferente. Es otro olor. El fuego de las antorchas
crea esas sombras...apagadlas, por favor. Apagadlas, apagadlas, apagadlas,
apagadlas....¡¡¡¡APAGADLAS!!!!
Todos se quedaron congelados, sin reaccionar. La puerta de
metal había desaparecido. Su inmenso interior repleto de antorchas que
iluminaban escudos, cuadros y vitrinas de piedra repletas de objetos extraños
estaba al descubierto para todos. Un trono adornado con algunas piezas no menos
extrañas estaba vacío. Junto a él se encontraba una mujer de pelo
extremadamente largo y oscuro que observaba la escena sin moverse del sitio.
El joven príncipe se tiró al suelo cubriéndose la cabeza.
-Apagadlas, apagadlas, apagadlas, apagadlas, apagadlas, por
favor, por favor, por favor, apagadlas.
-Podéis apagar las antorchas, ¡¿por favor?!-Reaccionó
enfadado el guardián.
El ladrón que les había acompañado se apresuró, pero Rojiza le
detuvo cogiéndole de un brazo y soltando una carcajada.
-Un truco muy bien preparado. Empezó en el bosque, pero
¿creéis que nos lo vamos a tragar?
-Apagadlas, apagadlas, apagadlas, apagadlas, apagadlas....
-¿Es que no ves al crío Rojiza?
-Espera...no. El fuego le relajaba.-Recapacitó el
guardián-.No puede ser...el fuego le relajaba.
-Apagadlas, apagadlas, apagadlas, apagadlas, apagadlas....
-¿Quién es esta gente, que pasa aquí?-La mujer de pelo largo
y oscuro rondaba los cuarenta años, si ella era la líder parecía joven para tal
cargo.
-Apagadlas, apagadlas, apagadlas, apagadlas....
-Son el guardián del rey, un soldado y el príncipe del reino
junto a nuestra hermana...
-Sé quién es.-Interrumpió la mujer.-Te dije que tuvieses
cuidado.
-No, señora, yo...
-Apagadlas, apagadlas, apagadlas, apagadlas.
-¿Qué hacemos?-Preguntó el ladrón visiblemente afectado por
la situación.
-Apagadlas, apagadlas, apagadlas, apagadlas...
-Apagadlas.-Pidió la líder. Aunque más bien parecía una
orden.
-Pero con las luces apagadas todos seremos vulnerables
frente a ellos.-Se quejó Rojiza-.Nos la están jugando.
-No...ellos no conocen la guarida como nosotros. Si eres una
buena ladrona puedes moverte en la oscuridad. Y más si juegas en casa.-La mujer
llamó a Rojiza por su nombre real, ese que para la historia en realidad no
importa. Y pronunció la frase no como una reprimenda, sino como un recordatorio
amable de una mujer con cierta experiencia.
Todas las antorchas del pasillo y de la sala del trono se
apagaron, el ladrón se encargó de ello. Un escalofrió extraño le recorrió la
espalda.
-¿Sabéis? Nunca habíamos visto este lugar completamente a
oscuras, ni siquiera el día que lo encontramos, pues entramos con antorchas.-La
líder parecía tranquila, pero se respiraba una inquietud en la quietud muy
desagradable. Apostaba que Rojiza tenía una mano en su arco. El príncipe, que
era lo principal, se había relajado.
Silencio durante al menos un minuto, después calor. Mucho
calor. El corazón del guardián comenzó a palpitar con fuerza, las sienes
parecía que le iban a explotar. Entonces él también se arrodilló.
La oscuridad dejó de existir para dejar paso a una extraña
luz rojiza que provenía de las paredes, el techo y el suelo. De todos lados.
-¡Aaaargh!-El guardián abrió un momento los ojos. Los vio a
todos cegados, pero no arrodillados como él. En cambio sí vio al príncipe en
una postura muy similar a la suya. Con los ojos muy abiertos, completamente en
blanco, cegando a todos con su luz. Y gritó. Gritó mucho.
Él no pudo evitar hacer lo mismo. Antes de hacerlo notó cómo
todo el cuerpo se le durmió y cómo comenzó a salirle sangre de la nariz. Pero
después solo gritó. Un grito desgarrador que inundó cada estancia de ese lugar.
Que se metió por los oídos de cada ladrón oculto. Que llegó a romper algunos de
los trofeos robados de esa gente. Que asustó a todos los allí presentes. Un
grito que alcanzó el bosque situado por encima de ellos. Un grito en el que se
perdió.
Oía el eco del grito, pero él ya no gritaba. Contemplaba a
un hombre que no creía conocer frente a él. Le daba la espalda y miraba al
cielo.
-Estás aquí...la única esperanza de nuestro reino. De
nuestro mundo.-Su voz sonaba lejana, pero resonaba por toda la estancia sin
techo-.Fui el único que pude, aunque no el único que supe, ni que sé. El reino
era importante, por eso lo hice a pesar de la desaprobación. Más importante es
el mundo. Ella está cerca. Él demasiado. Esto no está hecho para mí, por eso me
voy a ir. Solo te pido que luches como has hecho hasta ahora. Podrás encontrar
al culpable del envenenamiento de nuestro rey. Cuando lo hagas tendrás que ser
lo suficientemente fuerte para luchar contra él y salvar el reino. El mundo. No
será fácil y puede que fracases. Pero ¿quién si no tú nos salvará?
El guardián quiso preguntar quién era él y qué sabía del
urdidor del envenenamiento. Pero no pudo hablar, ni moverse. Seguía sintiendo
el cuerpo muy caliente.
-Sé que lo intentas, pero no puedes. Tienes que luchar, ser
fuerte. -El hombre dejó de mirar al cielo.
Bajó la mirada y se giró. Era joven, pero viejo. No tenía la
cara arrugada, la tenía erosionada, los ojos hinchados como castañas, los
labios muy agrietados, la calva rosada con algunas manchas y tres mechones de
pelo, uno blanco, otro azul y otro rojo.
-No puedo decirte la identidad del asesino, tú debes
encontrarlo y enfrentarlo. Tú guardián. Solo tú. Solo puedo decirte que aquí el
cofre no encontrarás, más cuando lo encuentres en su lugar, precaución si no
quieres fallar tendrás.-Comenzó a acercarse a él.
El guardián seguía sin moverse. Algo en él reconoció ese
rostro.
-Manos entrelazadas, esperanzas despedazas. Artimañas y
rencores tienen los conquistadores. Bayas envenenadas, montañas olvidadas,
estatuas y corazones son de los creadores.-La figura del hombre comenzaba a
descomponerse, fragmentos de su rostro y su cuerpo se elevaban al cielo al
tiempo que avanzaba hacia el guardián.
-El fuego les vio nacer, el fuego les extinguió y con este
su retorno a nosotros nos destrozó.
Y así, con una llamarada, él también se extinguió.
Antes de que pudiese observar el sitio en el que se
encontraba, lleno de claridad, todo se desvaneció poco después que el hombre.
Cerró los ojos de golpe sin casi poder evitarlo. Las runas brillaban ahora en
su cabeza. Runas del color del fuego, runas muy brillantes que se transformaron
en letras, en palabras e incluso frases completas. “Miedo”, “resignación”,
“venganza”, “traición”, “error”, “mundo”, “equilibrio”, “caos”, “creación”,
“destrucción”. Antes de que volvieran a desvanecerse solo alcanzó a leer completa
una frase. “Las brasas hundidas bajo tierra, pisadas volverán a ser. Y del
calor de esas pisadas volveremos a nacer”.
Abrió los ojos. Notó un corte en el dedo antes de poder ver
nada. Alzó el brazo izquierdo contemplando cómo de su dedo índice brotaba un
hilo de sangre que descendía con cuidado y lentitud. Miró a los lados, nada.
Solo debajo. Dos figuras entre una mesa y un documento que no alcanzó a leer.
Su sangre cayó sobre el pergamino. A la primera gota la siguieron varias. Dos
manos entrelazadas. Abrió los ojos. Fuego. Cubría más que un castillo, más que
una ciudad, incluso más que un reino entero. Parecía eterno, pero no más que la
sombra que proyectaba. La sangre seguía cayendo de su dedo. Del fuego fluía
sangre que se conectaba a la suya. En un momento el fuego le rodeó. Una figura
cubierta por las llamas le observaba. No se inmutaba, no se quejaba, pero sabía
que le dolía. No debería salir sangre de su cuerpo ardiendo, pero aún así lo
hacía. Brotaba sangre que avanzaba por el suelo abrasado, suficientemente
rápido como para mezclarse con la de su dedo.
La figura comenzó a avanzar hacia él con seguridad.
-No. No te acerques.-El furioso sonido de las llamas cubría
su voz-. ¡Aléjate!
No le hizo caso. El corazón le palpitaba de nuevo con mucha
fuerza, sudaba. La figura alzó su brazo derecho y pronunció una sola palabra.
Notó su aliento humeante.
-Sálvanos.
Sintió un dolor en el pecho. La figura tenía el brazo
totalmente horizontal, a la altura de su torax. De nuevo no podía moverse.
Tampoco parecía hacerlo el corazón. Entonces lo sintió. Volvía a palpitar y lo
hacía con fuerza.
-Sálvanos.-Repitió la figura antes de desvanecerse.
El fuego se apagó, la sombra se escondió, la oscuridad
retornó y el silencio le golpeó.
Había recuperado la movilidad de su cuerpo, pero solo movió
algunos músculos.
Abrió los ojos en la oscuridad. Todavía podía ver las runas
planeando por encima de él, desapareciendo poco a poco al tiempo que el todavía
duradero eco de su grito se alejaba definitivamente. Ahora sí. Oscuridad y
silencio. Nada más. Se levantó del suelo, miró al frente e hizo una mueca con
la boca que no le gustó.
-Nos vamos.
-La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart andreiaugrai http://andreiaugrai.deviantart.com/art/Dangerous-search-403325602
-La segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart ilkerserdar http://ilkerserdar.deviantart.com/art/Ceiron-Wars-3-199540947