ACTO VI
ABSTRUSA
MARIPOSA
El grito la había dejado paralizada. No había podido ver la
reacción del resto debido a la oscuridad, pero a juzgar por el silencio todos
estaban petrificados. La única luz que había aparecido por un momento entre la
oscuridad les había cegado momentáneamente. Y entonces escuchó dos palabras
pronunciadas por el guardián que la extrañaron: “nos vamos”. Habían ido allí
para comprobar si escondía el cofre, si se podían ahorrar el viaje al norte. Y
a pesar de que ella ya había asegurado que no poseía el cofre, puesto que no lo
había encontrado cuando se dispuso a robarlo, no la habían creído. ¿Qué había
pasado en ese instante? ¿Por qué gritaron el príncipe y el guardián? ¿qué había
sido esa luz? No conocía ninguna artimaña similar de sus hermanos, pero ¿y si
era un sistema oculto de defensa? No tenía sentido, sus hermanos no habían
actuado tras activarse esa intensa luz.
Sus pensamientos se interrumpieron. Oyó pasos. Una de las
antorchas se encendió. Poco después otra, y luego otra...los rostros de los
allí presentes iban desvelándose entre las tinieblas, algunos desencajados,
otros impertérritos. No veía al príncipe por ninguna parte. Entonces escuchó un
desagradable gemido, a alguien vomitando sobre el suelo de la caverna. Era el príncipe,
arrodillado con las manos sobre el estómago. El guardián se acercó a él para
ponerle una mano en la frente mientras seguía devolviendo. Después de limpiarle
le cogió, miró a todos los que le estaban observando y se giró hacia el pasillo
de vuelta.
-Acompañadnos a la salida, no podemos perder ni un segundo
más.-Comenzó a caminar con el príncipe en brazos dispuesto a que le
acompañaran.
-¿A qué habéis venido?-Preguntó su hermano molesto.
-A encontrar respuestas que ya se nos han dado.-Siguió
caminando.
-¿Quiénes sois?-Intervino por fin la líder.
-Un guardián. Nada más que un guardián. La pregunta es
quiénes sois vosotros.-Se detuvo y se volvió a girar.
-Humildes ladrones...nada más.-Nunca había visto así a su
superiora. Afectada por algo que parecía no poder controlar.
El guardián no añadió nada. El condestable hubiese soltado
una carcajada estridente al oír tal frase, pero él se mantuvo muy serio y
continuó caminando.
-Que alguien les acompañe a la salida, por favor.
Fue ella la que se ofreció. Comprensiblemente nadie se
opuso, algo que no hubiese sido tan comprensible hacía solo unos minutos. Era
como si en ese momento todos tuviesen miedo de todos. El soldado cojo la
siguió.
Llegaron a la salida. Al guardián y su compañero les vendó
los ojos. Al príncipe no hizo falta, se había desmayado. Recogieron a los
caballos, subieron los primeros escalones, momento en el que ella cogió una
piedra del suelo y la apretó contra su mano. Esperaron unos segundos y entonces
una compuerta se abrió permitiéndoles seguir subiendo hacia el exterior. Su
líder había recibido la señal y abierto la compuerta con la única piedra que
podía hacerlo, una especie de diamante rojizo que ella poseía. Salieron, dieron
varios pasos y cuando la ladrona considero les quitó a todos las vendas.
El guardián se subió a su caballo junto al príncipe
inconsciente, comenzando a hacer trotar la caballo sin mediar palabra. No tenía
intención de despedirse. La ladrona le observaba entrecerrando los ojos, la luz
del sol la molestaba y todavía se sentía un poco mareada debido a la luz que
les había cegado abajo y al golpe en la cabeza que había recibido de Rojiza, de
hecho todavía tenía sangre e la frente.
-Parad, por favor.-Había hablado el caballero cojo.
-No hay tiempo, si quieres llevártela a la cama hazlo, pero
no esperaremos por ti.-Había decidido hablar mientras su voz sonaba cada vez
más lejos.
Por un momento el soldado cojo no sabía qué decir.
-No...no podemos irnos sin ella..
Él guardián le ignoraba.
-La necesitamos.
-La necesitas tú, no yo. Además, no me fío de ella.
-Nos ha ayudado. ¡Nos dijo la verdad! ¿Por qué no confiar en
ella?
-Tal vez en quien no se pueda confiar es en ti...guardián.
Tal vez no me temes a mí si no a tu pasado.-La ladrona no pudo quedarse
callada, algo que seguramente debería haber hecho.
El guardián detuvo al caballo y la miró.
-¿Acaso quieres venir con nosotros? No sacarás ningún
beneficio a menos que nos robes el cofre y no me voy a arriesgar a tal cosa.
-Si intenté robar el cofre fue porque era lo único que me
quedaba...el ciempiés está cercenado, pero puede coserse, volver a unir sus
partes. Me siento libre viviendo como una ladrona, pero soy consciente de que
me falta algo nada que ver con lo material. Déjame intentarlo. Ayudar. Déjame
viajar contigo ahora que sé que la gente puede cambiar. Ahora que lo he visto
con mis propios ojos.
El guardián volvió a girarse en silencio continuando su
camino. Nunca pensó que fuera más testarudo que el propio condestable.
-Ven si así lo deseas. Pero no me temblará el pulso si tengo
que usar la espada contra ti.
Sin añadir nada la ladrona cogió su caballo y marcho tras el
caballo sin jinete que arrastraba desde el suyo el guardián, seguida por el del
guardia cojo.
Volvían a ponerse rumbo a su destino juntos, aunque tan en
silencio como siempre, incluso más en silencio que nunca. Ya ni siquiera
comentaban nada sobre lo que comían o sobre la climatología. Algo en esa cueva
había sucedido que nadie comprendía y nadie parecía querer comentar. Terminó el
día y comenzó uno nuevo, su tercer día de viaje desde que se pusieron en marcha
antes de llegar a la guarida de la ladrona. El guardián había calculado que en
el sexto día de viaje (teniendo en cuenta los dos que les llevó la desviación
hacia la guarida) llegarían al monasterio fronterizo sí no surgían percances en
el transcurso, por eso había dejado un margen de dos días para reunirse con el
condestable. Se habían desviado simplemente hacia el este, así que al poner
rumbo al norte no tuvieron que perder más días de viaje. El tercer día fue
idéntico al final del segundo y al primero: bosques, silencio, cansancio,
escasas paradas...El ritmo al que se movían durante tantos días seguidos
acabaría con cualquiera. Durante ese tercer día el príncipe viajaba solo en su
caballo. Se encontraba mejor y no había vuelto a tener ataques. El condestable
dijo que al final del día, en la última parada, comenzaría a enseñarle a usar
la espada. Y así hizo.
Comenzaron a entrenar con palos que encontraron por el
camino y que el guardián arregló para poder practicar. El príncipe parecía
estar despertando de un sueño muy largo, pero dos horas después se manejaba con
cierta decencia para ser quien era. Aunque no podía hacer absolutamente nada
contra el guardián, claro, que le hacía parecer más patético de lo que era.
Mientras los observaba pensaba. ¿Por qué un hombre daba tanto por un reino?
¿Cómo era posible olvidar su identidad para representar la de toda una nación?
Parecía que era la única forma de vivir que conocía. Como si no tuviera otra
vida, como si no sirviera para nada más que para luchar en nombre de algo.
Aunque ¡que tontería! todos luchamos en nombre de algo, el problema es que él
lo hacía más fervientemente que cualquier persona que hubiese conocido. Tal vez
no fuese solo por llenar su vida vacía, tal vez hubiese algo de verdad en su
vínculo con el rey. Siempre fueron inseparables, incluso llegó a pensar que...
Podría ser una razón por lo que no disfrutó esa noche. Cumplió con su palabra
igual que ella cumplió con la suya, pero no disfrutó tanto como lo hizo ella.
Le gustaría hablar de todo eso con él, pero ya lo había
intentado. Tal vez la única solución fuese él, o tal vez empeorase las cosas.
No obstante tendría que arriesgarse. No sabía cómo reaccionaría, por eso lo
mejor sería actuar antes de que llegase el momento; si encontraba la forma de
hacerlo, claro. Ella misma se sentía estúpida por sentir lo que sentía. Había
vivido subyugada a los hombres y cuando buscaba algo de libertad no hizo más
que colocarse bajo sus botas ella misma, sin que nadie la obligara a hacerlo.
Pero ¿qué podía hacer? Al fin y al cabo no era solo a ella a la que le pasaba:
el guardián, ese soldado...o incluso él. Todos presos de un corazón que no les
pertenece y por el que no merece la pena mantenerse encerrados. ¿Era eso malo?
Sentirse atraído incontrolablemente por otra persona que viaja en otra
dirección. ¿Es conveniente ponerse en su camino continuamente para recibir
empujones? Qué complicado... Nadie se libra, absolutamente nadie. Hombres,
mujeres, niños, ancianos...todos podemos vernos atrapados por ese sentimiento
que tanto esquivamos en ocasiones y que no sabemos cómo gestionar. Tal vez la
naturaleza programó al ser humano así para asegurar la procreación, tal vez ese
sentimiento sea una trampa que nadie puede evitar. Pero ninguna trampa es tan
dolorosa y placentera a la vez.
A veces pensaba en la princesa del reino impenetrable, en
aquella mujer que nadie ha visto y que no puede salir de su torre. ¿Habrá
conocido el amor? Dicen que solo se permite que entren a sus aposentos los
guardias reales y que tienen prohibido cualquier relación con ella. ¿Habrá
podido la princesa resistirse? ¿Cambiaría la forma de percibir ese sentimiento
para ella?
Le hacía gracia encontrarse lamentándose de una muchacha que
ni conocía cuando ella no era tan diferente. Solo había conocido una vez el
amor y no había salido bien. Había mantenido relaciones sexuales con más
hombres, por supuesto, pero solo una vez lo hizo con ese amor. Estúpida. Tenía
una vida, una profesión, unos hermanos; tenía libertad y aún así tuvo que
inmiscuirse en esa misión arriesgándolo todo por él. Algo que él ni de lejos
haría. A veces no se perdonaba por algo como eso, pero otras veces no podía
evitar ceder tan fácilmente a la presión en el pecho. Es como si ese guardián
hubiese envenenado su maldito corazón. Cuánto deseaba arrancárselo para dejar
de sentir. También quería pensar que se conformaría con su amistad, que se
conformaría con que todo volviese a ser como antes, que sintiese la felicidad
que hacía años no sentía, que el ciempiés volviese a caminar. Un ciempiés
humano compuesto por cuatro partes bien diferenciadas. Si la única forma de que
el ciempiés se mantuviese en movimiento era la de estar juntos siguiendo cada
uno a la parte que le correspondía ¿por qué no luchar por eso? Ya ni siquiera
pedía ser correspondida. Y eran esos pensamientos los que la hacían sentirse
como una cría. Había intentado robar esa llave para acceder al cofre y
asegurarse un camino más sencillo en la hermandad, pero sabía que también lo
hacía porque esa llave podría abrir más cosas.
Lucharía por ello, pero no era tan estúpida. Si las cosas
salían mal tendría que tomar una dura decisión y mirar por ella misma. Era una
mujer enamorada, pero antes era una ladrona con cierto prestigio. ¿Y sí el
ciempiés tenía que mantenerse cercenado y cada una de las dos partes
corresponder a la anterior? Tal vez no fuese tan terrible. Pero el corazón...
El guardián había dicho que el amor podía ser egoísta. Y lo
era, sin duda. Pero no se puede reducir todo a esa afirmación tan a la ligera.
El amor es egoísta porque con él se busca la auto-satisfacción, pero va más
allá. Nuestra auto-satisfacción se liga a la satisfacción que siente la otra
persona creando un sentimiento de pertenencia y unión que puede poner en
peligro nuestra individualidad. También el guardián estaba siendo egoísta
cuando actuaba en nombre del reino, solo para satisfacer su necesidad de
sentirse útil. Pero el hecho de que dé su vida por el reino hace que su egoísmo
beneficie al resto y que la desdicha del resto le consuma a él mismo. ¿Qué mas
da que sea el egoísmo lo que nos una si por lo menos hay algo que nos une? Tal
vez el amor no signifique nada, tal vez la vida no signifique nada. A veces lo
pensaba, cuando más caminaba por el mundo más lo comprendía. Cuando arrebató
esas vidas con aquella facilidad...no somos nada y nos creemos que somos todo
en este mundo. Pero al mismo tiempo había comprendido que el pequeño aleteo de
una mariposa es capaz de provocar un terremoto más allá de la montaña olvidada
a la que nadie puede adentrarse sin perderse para siempre. Si su padre no le
hubiese dado esas palizas nunca hubiese llegado a ese punto de su vida, jamás
hubiese conseguido sentir lo que sintió. Y tal vez, eso que siente ahora la
lleve por un camino que provoque muchos cambios. No sabemos lo que una pequeña
acción puede suponer para el mundo ni lo que un sentimiento como el amor puede
lograr cambiar. En la hermandad de ladrones todo funcionaba con un sencillo
sentimiento de unión. Todos eran ladrones unidos, por lo que todos eran un
único ladrón que movían cada extremidad con certeza para conseguir lo que
deseaban. Así funciona el mundo. Todos somos seres humanos, por lo que hasta la
peor acción puede suponer algo positivo en el mundo a la larga. Formamos parte
de un todo que no comprendemos, tal vez que ni siquiera tenga sentido, pero al
que nosotros podemos otorgar uno. Por eso tal vez matar con tal de alcanzar un
fin no le parecía tan horrible, en ese aspecto seguía pensado lo mismo.
Le hubiese gustado no dormirse antes de que terminaran el
entrenamiento, pero no pudo evitarlo. Se dejó llevar por sus pensamientos y la
visión del guardián. Después observó de reojo al soldado cojo. No la molestaba
que la mirase, pero la hacía sentir como podría sentirse el guardián con ella.
Se sentía mal por él, pero tal vez ese sentimiento que seguro le torturaba le
condujese a alguna parte. Tal vez ya lo había hecho, al fin y al cabo se
encontraba lejos de la guerra civil y de una posible muerte gracias a ella.
Pensó otra vez, por alguna razón que desconocía, en aquella
princesa. ¿Les daría la vida lo que ambas necesitaban? Se durmió ansiosa de
encontrar una respuesta algún día.
Cuarto día. Empezaba a estar cansada del silencio, pero
tampoco hacía nada para evitarlo. A medio día, mientras comían sobre el
caballo, decidió dirigirle la palabra al soldado cojo para intentar que el
guardián se animase a participar.
-¿Sabes? Sin ánimo de ofenderte, cuando te vi nunca pensé
que fueras tan bueno en combate, ni siquiera un hombre medianamente
interesante. Tan delgado, con esa postura, ese corte de pelo, esa cara...de
verdad, no te ofendas, pero creía que eras un pelele más que habían puesto a
cargo del condestable. Incluso un poco idiota. Pero me has sorprendido. Manejas
la palabra mejor que muchos diplomáticos y la espada mejor que muchos
guerreros...
-G-gracias...es un honor recibir tales palabras de alguien
como vos, bella, inteligente y grácil.-La ladrona sonrió confortablemente al
escuchar tales palabras, torpes, por otra parte.
-Siento lo de...tu pierna. Recuerdo que cuando desperté tras
la caída al primero que vi fue a ti intentando reanimarme. Gracias.
-No debéis disculparos, no fue vuestra culpa que el caballo
cayese debido al cansancio, yo apreté demasiado para atrapar a aquel mensajero.
Me lo busqué solo.
-Es una lástima que no puedas seguir combatiendo, me
gustaría verte mejor.
-Tengo otra pierna, y dos brazos. Creedme, me las apañaré.
-Confió en ver...en veros de nuevo en acción.
-Lo haréis.-El soldado también sonrió.
Muy probablemente nunca le había visto sonreír, ni siquiera
cuando se hacían bromas. A veces parecía que ni siquiera las pillaba, pero
ahora le veía con otros ojos y comprendía ciertas cosas.
-¿Qué te llevó a convertirte en soldado?-Siguieron la
conversación más adelante.
-No os sabría responder. No os diré que por honor o por el
rey, pues os mentiría. Siempre he sido muy delgado y ágil, y me ha costado poco
subir por los árboles, tejados...por eso me fascina cómo vos lo hacéis.
-Cuando huía de vosotros no parecíais muy por la labor de
subir.
-Con los años me he vuelto más torpón. Los cincuenta
comienzan a pesar, supongo. El caso es que los guardias de la ciudad me
llamaron la atención más de una vez, e incluso una vez multaron a mi padre por
mi culpa. No sé, supongo que vi poder en esos hombres. Además, mi hermano se
reía porque decía que era un flojo y no valdría para mucho cuando creciera. No
tenía necesidades económicas, podía estar viviendo en una casa en el centro de
la capital junto a una esposa que cuidar y que me cuidara. O en una buena zona
de las afueras, en una parte del bosque tranquila. Pero quería probar a tener
ese poder, demostrar que sin fuerza también podía ser útil, supongo. Y aquí
estoy.
-¿Con cuantos años entraste? Porque ahora eres muy diestro
manejando la espada.
-Diecisiete. Hasta los treinta no empecé a destacar. Me
cuesta pulirme haciendo cualquier cosa, pero si le dedico mucho tiempo supongo
que puedo ser como el mejor. Aunque hay muchos soldados mejores que yo, claro.
-¿Qué opinas de todo esto?-Quiso saber la ladrona.
-¿De qué?
-De esta misión, de esta guerra civil, del envenenamiento
del rey.
-No lo sé, la verdad. Creo que deberían haber investigado
con más profundidad para encontrar al posible urdidor, de dónde sacó el
veneno...y dejar todo mejor atado antes de partir en busca de algo que no
sabemos si servirá. Aunque el rey parecía muy seguro. Tampoco pienso que lo
mejor fuese enviar al condestable con nosotros. Creo que el guardián está
capacitado para hacer un trabajo como este él solo. No me malinterpretes, el
condestable no es tan mal tipo como parece, aunque de vez en cuando me golpee,
pero no es discreto. Y si esta guerra civil ha comenzado es por su metedura de
pata en aquel pueblo.
-Cierto...¿crees que el tío del rey hizo esto a propósito?
-No. Nunca pensaría en él como el envenenador. No me cae
bien, si me tengo que sincerar. Pero sé que no es capaz de esto, está muy
apegado a la familia. Tampoco pienso que fueran el condestable o el guardián,
ambos se deben a su rey por una cosa o por otra. Solo se me ocurre una persona,
pero no creo que en este momento...
-¿Yo?-A la ladrona no le extrañaba que tuviese esa duda.
Había elementos que apuntaban a ella, pero era del todo imposible si el cofre
no estaba en el palacio y ella no tenía la llave.
-¡No! Claro que no. Hablaba de...
-De él.-Acababa de caer en la cuenta, y tenía sentido.
-Tenía algo que no me daba buena espina, aunque parecía
tomarse su trabajo muy en serio. Tal vez como venganza...
-Pero igualmente la llave estaba en el palacio. ¿Cómo es
posible que le envenenara?
-¿Qué tiene que ver esa llave?
Había olvidado que ese soldado no conocía la historia. Eran
secretos de palacio que pocos manejaban.
-Es igual, es todo demasiado complicado.
El cuarto día había llegado a su fin. De nuevo príncipe y
guardián entrenaban. El príncipe estaba mejor que nunca y empezaba a manejar la
espada como un joven digno de su edad que se había entrenado para ello. Era
extraño, nunca se lo hubiese imaginado.
-¿Qué piensas del príncipe? Las cosas que dice, las cosas
que hace...lo que pasó en la guarida.
-No lo sé. En el palacio nunca dio tantos problemas. Creo
que simplemente se traumatizó al ver lo que vio aquel día.
-¿Qué día?
-El día que iba a ser nombrado heredero legal. Ahora el
príncipe sería rey en funciones por derecho propio, con su tío-abuelo como
consejero. Igualmente hubiese corrido peligro en la ciudad y nos lo hubiéramos
tenido que llevar, pero tal vez sería todo más sencillo frente a la revolución.
No se puede presentar ningún documento legal que asegure la estabilidad del
reino.
-¿Qué pasó en la ceremonia?-Quiso saber la ladrona.
-Nadie lo sabe con certeza. El rey atacó a su propio hijo,
se cree que fue a causa del veneno. Yo estaba en el patio aquel día, no te puedes
imaginar lo espantoso que resultó...ver como atacaba a su hijo con la espada,
ver cómo temblaba el rey, ver como lloraba el muchacho. Desde ese día todo
cambió para él. Como si de alguna forma el veneno hubiese afectado a ambos.
-Pobre chiquillo...
-Recemos para que el plan del rey salga bien y el remedio
para el veneno funcione.
-Sí...me gustaría verle una vez más y no que muriera de una
forma tan horrible.
-¿Conociste al rey?
-Es mejor que nos durmamos.
La ladrona echó una ultima mirada al guardián antes de
cerrar los ojos. El soldado no se quejó por esa brusca respuesta.
Al día siguiente el príncipe parecía cansado, incluso estuvo
a punto de caerse del caballo una vez. El guardián le estaba exigiendo
demasiado. Ese día pararon en un pequeño pueblo para comprar algunos víveres y
asegurarse de que iban bien encaminados hacia el monasterio. Iban bien según
les confirmó un anciano. Los caballos descansaron y ellos hicieron una parada
en una taberna. Cuando estaban todos juntos seguían sin hablar. Se limitaban a
comer, beber y mirar a su alrededor. El guardián se ausento durante varios
minutos. Cuando volvió reanudaron su viaje. Se lo tomaban con más calma porque
cada vez estaban más cerca. Cumplirían los plazos de sobra si el viaje de
vuelta a la capital iba tan bien como el de ida al monasterio.
El quinto día estaba finalizando, la noche les recibía y
cada vez estaban más cerca del monasterio fronterizo. A lo lejos ya podía
empezar a vislumbrarse la montaña olvidada, siempre tan lejana. Iban a un ritmo
más pausado para darles un respiro a los caballos. Suerte habían tenido de que
ninguno cayera. Se agradecía que ni tan al norte hiciera demasiado frío, aunque
de noche la brisa empezaba a ser más molesta. Observaba cómo las hojas se
movían como si les saludasen. Entonces observó más allá de la brisa. Más allá
de la quietud de la noche. Las hojas se movían con más violencia. Lo veía, lo
oía.
-¡Parapetaos tras los caballos!-Gritó en cuanto comprendió.
El guardián lo hizo con mucha destreza, deslizándose hacia su
izquierda, dejándose caer tocando con su pierna izquierda el suelo y dejando la
pierna derecha sobre el lomo. El príncipe no reaccionó, mientras que el soldado
intentó imitar al guardián sin mucho éxito debido a su pierna aplastada, por lo
que cayó al suelo aparatosamente.
La ladrona, que pudo ver una flecha sobrevolándola por
encima, fue la que más agilidad demostró. El objetivo era ella. Desde la
posición en la que estaba no la costó tirarse del caballo apoyando las dos
manos en el suelo, para dar después una voltereta bajándose por completo del
animal y escondiéndose tras el árbol más cercano. Otra flecha, justo en la
corteza.
Era Rojiza, estaba segura. Les había seguido. Su caballo se
había desbocado, no tardó en caer herido por una flecha de su atacante. Quería
dejarla sin escapatoria posible.
-¡Tras los árboles!-Gritó el guardián tirándose del caballo
también y situándose tras otro árbol. Otra flecha, esta vez contra el caballo
del príncipe para dejarle bajo el caballo. Por suerte el príncipe ya estaba
intentado bajar y no le aplastó ninguna de las dos piernas, aunque la caída fue
aparatosa. El guardián se mantuvo escondido mientras el soldado se dirigió
hacia donde estaba el joven señor al que ayudó a levantarse. Estaban muy
expuestos.
-Sal de tu escondite o mato a esos dos ¡zorra!
La veía capaz. En ese momento sí. En otra ocasión no le
hubiese importado, pero ese muchacho molesto y aquel soldado con aspecto de
enclenque eran mucho más de lo siempre pensó. Salió.
-¡Traidora! ¿Algo que decir antes de recibir lo que siempre
has merecido?
-¡Rojiza detente!
Ninguno de ellos había gritado. Había sido su hermano, él
también había ido tras ellos. Gracias a eso el ataque fue interrumpido. Dirigió
los ojos hacia donde oyó la voz, en la copa de los árboles.
-¡No te acerques! ¡Esto es cosa nuestra!
-¡No! Ha de ser juzgada.
El soldado escondió al príncipe tras un arbusto y, cojeando,
se colocó delante de la ladrona.
-¡No permitiré que la mates!
Hay estaba ese hombre, cojeando entre los árboles para
clocarse delante de ella, arriesgando su propia integridad por ella. Heroico a
la par que estúpido. Pero él no era como los demás hombres que se querían hacer
los héroes o que querían la gloria. Tampoco como los que buscaban el favor de
una mujer con bravuconadas, no. Ese hombre era diferente, sabía que lo que
hacía lo hacía de corazón. Se sentía atraído por ella de una forma que ella
podía llegar a comprender, aunque solo en cierto modo. No sabía qué era lo que
realmente había visto en ella.
-¡En todo caso me permitirás que te mate antes de que la
mate a ella!
-Tu compañero no permitirá una sola muerte. Si me matas
actuará.
-No se atreverá...
-¡Rojiza! Hemos venido a traerla de vuelta, no a matarla.
-¡Júzgame si quieres!-Intervino la ladrona-.¡Ya sabemos
quién es mejor ladrona, ahora juzguemos quien es mejor combatiendo! Báñate en
mi sangre y haz honor a tu nombre. Somos mujeres que cuando hemos tenido que
matar lo hemos hecho desde la sombra. Hagamos, pues, que nuestras sombras
choquen. Veamos que es lo que sucede. ¡Luchemos en igualdad de condiciones!
Rojiza bajó de un salto y tiró el arco al suelo. Desenvainó
una espada curva y se acercó a la ladrona y el soldado.
-Aparta, cojo de mierda. Tú. Desenvaina, zorra.
-¡Rojiza! Su hermano también descendió. Si la matas tú te
harás responsable de ella.
-Gustosamente.
-En caso de que seas tú la que venzas-señaló a la
ladrona-.serás arrestada igualmente por mí.
-No.-El soldado se adelantó. Cojeando no infundía demasiado
temor-.No lo permitiré.
-No me obligues a combatir, no he venido aquí a eso.
-Tampoco has venido a llevártela.
-Lucha contra él si es lo que quiere. Mátale, y después a
esos dos que siguen escondidos. Puede que ya tengan información sobre la
guarida que ella les haya proporcionado. Es mejor que estén todos muertos,
hermano.
Su hermano no respondió. Desenvainó su espada y miró al
soldado. No era muy bueno en el manejo de la espada, al fin y al cabo en lo
único en lo que destacaba era en las artes del apropiamiento ajeno, algo que le
diferenciaba de Rojiza. Pero con su contrincante cojo tal vez tuviese alguna
posibilidad.
En un lado del bosque Rojiza y ella, en el otro su caballero
andante y el hermano de su contrincante. Y en el medio, escondidos, guardián y
príncipe, los ejes del reino. Estaba claro que ese combate no afectaría de
ninguna forma al destino del reino, era una piedra en el camino. Su sacrificio
era nimio. Si fuese parte de una de esas historias que gustan contar alrededor
de una hoguera ese combate no sería más que un fragmento que el narrador saltaría,
ofreciendo rápidamente el resultado del combate para que el verdadero
protagonista, el guardián, siguiese con su historia. Pero para ella, y sobre
todo para Rojiza, ese combate significaba todo. Las espadas chocaron y sus
miradas se cruzaron. Vio en ella ese instinto asesino que la había seguido toda
su vida y que volvía con fuerza al verla. Siempre la había odiado.
Mientras intercambiaban golpes con sus armas recordaba todas
las historias sobre Rojiza. Pensó en que ella se había conformado con huir de su
padre, mientras que Rojiza le había matado como respuesta a sus abusos. No solo
la golpeaba, según cuentan abusaba sexualmente de ella. No esperó a que le
viniera la primera sangre para hacerlo. Se dice que su padre era carnicero y
que tras matarlo se pasó horas descuartizando su cuerpo. Era una cría de
catorce años cuando lo hizo. Primero le clavó un cuchillo en la espalda, y
cuando cayó al suelo de rodillas se lo clavó en la nuca. No paró de asestar
golpes hasta que le cortó la cabeza, los brazos, las piernas y, por supuesto,
su miembro. Su padre se convirtió en varios trozos de carne ensangrentados que
algunos aldeanos llegaron a probar, pues su hija fingió sustituir a su padre
por asuntos personales y vendió su carne en su propia carnicería. Eso dice la
historia, exagerada como todas las historias. Pero en Rojiza veía esa
brutalidad posible. Abandonó el pueblo todavía bañada en sangre, llevándose
algunos de los cuchillos de su padre. Acechaba a viajeros a los que cogía
desprevenidos, matándoles para quedarse con sus víveres. Y siempre, siempre,
les amputaba el miembro.
Solo mataba hombres, hasta que un día una mujer la atacó
intentando defender a su marido. La historia cuenta que la destrozó la rodilla
con una de sus armas en cuanto tuvo ocasión, y después hizo lo propio con su
cara. Se dio cuenta de que estaba sola contra el mundo.
Ella había escuchado historias sobre Rojiza, a la que se la
conoce comúnmente como la carnicera del camino. Escuchó cómo llegó a comerse la
carne de sus víctimas para subsistir. Historias exageradas que siempre quiso
pensar eran falsas.
Pero ahí la tenía, con esa mirada, ese pelo bañado en rojo
como si de sangre de cada una de sus víctimas se tratara. Lo que si sabía era
que Rojiza no tenía el pelo de ese color, era morena, pero usó un tinte para
ocultarse y así parecer más amenazadora. Rojiza es el nombre que se le dio en
la hermandad... todos la recuerdan como la carnicera del camino.
Un día, un viajero la puso contra las cuerdas. Había sido
demasiado osada al atacar a un grupo de cuatro hombres. Dos murieron, uno
resultó gravemente herido y el otro la atrapó. Un ladrón que acechaba a ese
grupo para hacerse con parte de sus mercancías intervino y la salvó. Fue la
única vez que vio a otra persona como alguien en quien apoyarse y no al que
destrozar sin piedad. Ella siempre había sido tratada como un trozo de carne
por su padre, por ello para ella todas las personas eran un trozo de carne
necesario para subsistir. Ese día encontró otra forma de subsistir sin matar.
Ese hombre no la juzgó ni la entregó, ese hombre la dio a conocer la piedad,
ese hombre la hizo comprender el dolor que podía llegar a causar, ese hombre le
enseñó que en el mundo se puede sobrevivir sin matar y que se puede perdonar.
Ese hombre la salvó. La carnicera del camino se convirtió en Rojiza. Una estela
de fluidos rojos la precedía, no podía negar quién había sido, pero sí podía
convertirse en una persona nueva. Cuando se fundó la hermandad ella fue
aceptada y entrenada gracias a ese hombre que la había salvado, ese que se
convertiría en su hermano más que nadie en la hermandad.
Volvió a asaltar e incluso a atemorizar a los viajeros, pero
sin tocarles. Nunca dejaba ver su cara, pero sí su pelo. Permitían que los
viajeros fueran testigos del rojo envolviéndoles para que apreciasen sus vidas
y valorasen lo que los ladrones hacían. Podía robar sus vidas para evitar
testigos, y con ellos problemas. Pero les ofrecía un regalo de valor
incalculable. En comparación, las pertenencias que les eran robadas no significaban
nada. Pero no debían olvidar el rojo. Nunca.
Se daba cuenta de que ella había sufrido el cambio
contrario. Jamás se había llevado ninguna vida por delante, siempre había
actuado como una ladrona hasta que comenzó ese viaje. Robó la vida para
asegurarse la suya propia, pues cierto era que todos merecían morir tanto como
vivir.
Ahí estaban ambas, asesinas en algún momento en el tiempo,
dos ladronas que robaban vidas y que habían sufrido el mismo destino, dos
rivales fundidas en un último encuentro que acabaría de una sola forma. Con un
robo, con rojo, con dolor.
Las espadas se cruzaban con destreza, pero notándose su
falta de control en los combates directos. Tendían a esquivar, a apartarse, a
atacar con sus extremidades. Se apoyaban en el entorno para impulsarse y dar
saltos que alcanzasen a su rival en los puntos más desprotegidos. El hombro de
la ladrona se llevó un tajo, muy cerca del cuello, que no supo bloquear. Rojiza
se lo llevó en un antebrazo al agarrar de forma incorrecta el arma cuando quiso
ejecutar otro bloqueo. Aun así no se detenían. Ambas estaban ya acostumbradas
al rojo, a las heridas infectadas de las que hablaba el condestable. Esas
heridas las había llevado a ese preciso momento en el que luchaban para que
solo una quedara con vida.
Al otro lado, el soldado cojo daba toda una lección de cómo
moverse sobre si mismo esquivando y ejecutando ataques sin demasiada
dificultad. Pocas veces se podía la ladrona permitir observarle, pero cuando lo
hacía veía cómo el soldado hacía parecer que ese combate era una extraña danza.
¿Qué no podría hacer con las dos piernas? El hermano de Rojiza estaba pasando
serias dificultades, teniendo que alejarse de su rival en varias ocasiones para
pensar por dónde colar su espada.
Mientras, ellas seguían moviéndose sin parar, agitando sus
espadas, su pelo, su sangre salpicando al césped oculto en un manto de
oscuridad. La luna le daba al pelo de Rojiza un brillo especial. Un rojo
diferente adornaba su cabeza, un rojo más tenue que delataba a Rojiza. Ya no era
la asesina que fue. La carnicera del camino había desaparecido. Ante ella tenía
a Rojiza intentando sacar de lo más profundo de su corazón a esa carnicera.
Pero en su corazón no pudo encontrar el odio que necesitaba descargar para
vencer en aquel combate. Su corazón seguía envenenado por los golpes de su
padre, su cuerpo manchado de la sangre de sus víctimas, pero ahora no eran más
que retazos de ese veneno, marcas de sus víctimas que no eran visibles a simple
vista. Su hermano había borrado ese rastro, había inclinado la balanza hacia un
lado. mientras el guardián había mantenido tan dañino como siempre el veneno
que afectaba a su corazón.
Junto al condestable la había salpicado de sangre hacía no
mucho, inclinando a su vez la balanza hacia otro lado. Lo correcto había sido
lo que había hecho ese hombre que ayudó a la carnicera del camino, lo justo.
Pero si algo había aprendido del guardián es que la justicia es la mayor
falacia sobre el mundo por la que se realizan auténticas barbaridades, la que
mantiene el mundo en desequilibrio. La justicia no era honrada como aquel
hombre que había convertido a una asesina en ladrona, era más bien como aquel
guardián que había convertido en asesina a la ladrona. La mariposa aleteó el
día que tanto su padre como el de Rojiza las pegaron, y aleteó de nuevo cuando
hizo que dos personas muy diferentes se cruzaran en su camino, decidiendo quién
sobreviviría en ese encuentro, quién seguiría su camino y quién aseguraría la
estabilidad del reino.
Quién merecía vivir y quién morir no importaba. El soldado
que amaba a una mujer enamorada de un hombre injusto e hipócrita se enfrentaba
al hombre honrado que había llevado por el buen camino a una asesina, pero ¿qué
importaba el hombre honrado? Para muchos era un vulgar ladrón que merecía
morir. Y así debía ser. Esa muerte no solo serviría para contentar a un pueblo
en busca de justicia, servía también para recordar lo cruenta que era la
justicia, servía para desequilibrar la balanza. Suponía un nuevo aleteo de una
mariposa que tarde o temprano podría suponer la salvación o la destrucción de
su reino.
El soldado cojo se movió sobre si mismo una vez más girando
sin dificultad, pero en esta ocasión no se conformó con esquivar el ataque del
rival, sino que completó el movimiento agarrando el antebrazo con el que
sujetaba la espada, atrayéndole hacia
él y ensartándole la suya en el pecho. Las dos ladronas se detuvieron al
instante mirando una a su izquierda y la otra hacia su derecha. El hombre cojo,
sin mover una ceja, extrajo la espada del pecho de su rival y le dejó caer al
suelo sin vida.
-No...¿qué has hecho?
Rojiza se giró acercándose lentamente hacia su hermano
caído, como si temiese encontrarse de bruces con la realidad.
-Cojo de mierda ¿cómo te has atrevido? Qu...¿qué has hecho?
El cuerpo de Rojiza temblaba, la sangre que brotaba del
cuerpo de su hermano parecía hacerla recordar. La carnicera del camino parecía
dispuesta a resucitar. La ladrona no podía permitir que esa mujer despiadada
retornase. No fue justa, no fue honorable, no demostró ser más hábil, demostró
aprovechar mejor la circunstancia que le había ofrecido ese aleteo. Cambió los
roles y, por un momento, ella se convirtió en Rojiza, en aquella carnicera.
Atravesó con su espada la espalda de su contrincante, tal como hizo ella con su
padre años atrás. La extrajo enseguida contemplando cómo Rojiza se tambaleaba.
-T-traidora. Eres peor...que...yo.
La cabeza de la que un día fue una despiadada asesina
intentó girar en dirección a su rival. La ladrona temió que ese dolor la hiciese
recordar, que de la sangre brotara la asesina que llevaba dentro, que en un
último aliento se la llevase a ella por delante. Todo concluyó como su
contrincante lo había empezado, siendo lo siguiente que golpease la espada lo mismo que había golpeado el cuchillo de
Rojiza hacía tantos años. Perforó la nuca de su adversaria bañando su pelo en
el rojo más auténtico. De nuevo sacó la espada. A pesar del contundente ataque
Rojiza pudo girarse por completo, pudo mostrar su lado más espeluznante. Con la
sangre deslizándose desde la nuca, los ojos inyectados en sangre, la mirada
dirigida directamente a la que se suponía debía haber sido su hermana, a la que
compartía una unión más fuerte de lo que deseaba con ella. Tosió, escupió una
ingente cantidad de sangre por la boca, y Rojiza cayó más rojiza que nunca.
Había caído la carnicera del camino, asesina de viajeros,
bajo la espada de una viajera, de la misma forma que había caído su padre; bajo
la espada de una de sus hermanas, de la hermana con la que más vínculos
mantenía. Había caído bajo la espada de su reflejo, había caído en uno de esos
caminos que tanto acechaba, junto al hombre que la ayudó a volver a pisar el
camino sin esconderse de él. Allí yacían ambos, víctimas de su destino,
víctimas de un robo, víctimas de un simple aleteo.
Si esto fuese una de esas historias que se cuentan alrededor
de la hoguera podría decirse que los buenos habían ganado. Pero eso era el
mundo real, la historia de un reino que estaba en su peor momento, y de este
capítulo solo se podía decir que los más fuertes habían ganado. Que la mariposa
había decidido sin pensar en la justicia, muy posiblemente sin criterio alguno.
Escondieron los cuerpos, pero no se molestaron en
enterrarlos. El guardián no dijo nada, no reprochó ni aprobó nada. Simplemente
cogió al príncipe y lo subió a su caballo, dejando que la ladrona viajase junto
al soldado cojo, pues Rojiza había herido de muerte a las dos monturas. El
soldado tampoco dijo nada, simplemente se subió a su montura haciendo un amago de
ayudarla a subirse con él.
-¿No vamos a descansar?
-No aquí.
La herida del hombro cada vez le escocía más. Necesitaba
tratarla antes de que fuese a peor. Pasaron media hora a caballo hasta que se
detuvieron. Era completamente de noche, una noche cualquiera, la última noche
de su viaje de ida. La ladrona ya no pensaba en nada. Prefería no pensar. Tal
vez porque no podía hacerlo con claridad. Se desmayó. Por suerte lo hizo al
bajar del caballo.
Un hombre suplicaba por su vida. Junto a él se encontraba el
cadáver de su padre. Era el padre de ese muchacho, lo sabía, aunque ninguno de
los dos tenían rostro. Sobre el cadáver se apoyaba una mariposa manchando de
sangre sus alas. Con cada aleteo se formaban figuras frente a ella, figuras de
un hombre violando a varias mujeres, figuras que generaban otras figuras de
otros hombres que se borraban con nuevos aleteos. Ella tenía una espada, el
hombre seguía suplicando, la mariposa aleteando. No había vuelta atrás. Lo
primero era el reino. La justicia, la sabiduría. Anticiparse. ¡Ja! La justicia
no, el miedo a la justicia, el miedo a su padre. Miró al hombre que observaba
la escena, sonriente, seguro de lo que se hacía. No era su padre, pero lo
reconocía como tal. Tampoco tenía rostro. El hombre suplicaba, la mariposa
aleteaba. Con cada aleteo ella movía un músculo, movió todos los necesarios
hasta que su espada pudo atravesar a ese hombre. La mariposa echó a volar
esparciendo la sangre de sus alas por la zona hasta impactar contra su propia
cara. Vio las figuras que formaban los colores de sus alas, no supo
interpretarlas. Y cuando la mariposa se apartó de su campo de visión la escena
había cambiado. Ahora era Rojiza la que suplicaba y era su hermano el que yacía
muerto junto a ella. La mariposa se volvía a posar en el cadáver de aquel
hombre. Justicia, defensa, obsesión, egoísmo, posposición. El insecto comenzó a
agitar sus alas cada vez con más violencia. El suelo empezó a temblar, miles de
mariposas comenzaron a salir de todos lados agitando las alas con más violencia
que la primera. El suelo se desvanecía, los cadáveres eran engullidos por la
nada. Ella corría escuchando solo el estruendo, intentando evitar ver cómo su
mundo era engullido. Pero nunca se es suficientemente rápido. La misma mariposa
de las dos visiones se colocó frente a ella, el suelo comenzó a desaparecer por
delante también. El vació la engulló y en su última visión pudo ver un rostro
dibujado en las alas de la mariposa. Un rostro de muchos colores que cubría las
dos alas, un rostro manchado de sangre por un lado, en una sola ala. Parecía
sonreír al tiempo que la sangre cubría más colores al deslizarse. Sí...Sonreía.
Tenía al guardián frente a ella. Le veía borroso, con los
brazos dirigiéndose hacia ella. Sentía la brisa en su torso, sentía las manos.
Sentía su frío en los pechos y su calor en la herida. Le escocía bastante el
hombro izquierdo. Miró hacía abajo. La herida le llegaba casi hasta el pecho
izquierdo. Le hubiese gustado que también le tocase los pechos, necesitaba el
calor de sus manos en ese otro sitio. Pero solo sentía el frío que traía la
brisa, casi convertida en viento. No sabía qué la estaba haciendo, cómo lo
estaba haciendo. No la importó.
Buscó con la mirada al soldado cojo, no le sorprendería que
estuviese allí, mirándola, contemplándola. No la hubiese molestado. Pero no
estaba allí, sino unos metros más allá, con el príncipe, que de vez en cuando
miraba hacia ella. Era normal en un joven de su edad, pero también lo hubiera
sido en ese soldado, y aun así...El guardián tampoco parecía interesado en
mirar, solo se concentraba en la herida.
-Gracias.
El guardián no respondió.
-Aquel día me dejaste atrás, no te importó si estaba muerta.
Pero ahora demuestras que no te resulto tan indiferente como te esfuerzas en
aparentar.
-No...simplemente tu herida nos entorpecería más la labor.
-No tengo labor aquí que te incumba, supuestamente.
-Si aquella vez no te socorrí fue porque hacerlo nos
retrasaba frente a un bien mayor, si esta vez te dejase es eso precisamente lo
que nos retrasaría.
-Podrías dejar de tirar de mí y dejarme morir aquí.
-Él no me lo permitiría.
No era la respuesta que esperaba.
-Tampoco a él le necesitas.
-Y ¿qué hago? ¿Le mato?
-Dejarle aquí conmigo.
-No permitiría que me llevase al príncipe conmigo, entonces.
-Entonces si lo haces es realmente por interés.
-Como todo lo que hacemos en esta vida. Y deja de tratarme
como si fuese un hombre despiadado. Mirar por el bien mayor es lo único que
podemos hacer.
-Más bien diría actuar por el mal menor.
-Como sea. Seguirás con nosotros. Sé que no volverás a la
hermandad de ladrones. No tiene sentido después de lo que ha sucedido, por lo
cual tampoco pienso que quieras ese cofre, a no ser que busques la perdición
del reino. Que podría ser, si no tuviéramos en cuenta que el rey, en caso de
sobrevivir, te perdonará tus delitos y ofrecerá una vida normalizada con sus
pros y sus contras. Si lo que eliges es llevar el reino a su perdición no
tendrás si quiera posibilidades de vivir y no veo qué beneficio podrías sacar
de algo así. Solo confió en que, llegado el momento, sepas guardar discreción.
-A mí me perdona, pero a él le destierran. No veo por qué.
-No se le desterró, se le expulso de la corte.
-Tú mismo lo dijiste discutiendo hace días con el
condestable.
-Tal vez se le presionó. Era peligroso, tú en cambio no eras
más que...pues eso, una puta y una ladrona. Querías prestigio, no hacer daño.
Sabrá perdonarte.
-Cínico incluso conmigo. La mejor forma de mantener una
mentira es cree-eeh! ¡Au! Me estás haciendo daño.
-Compórtate y olvídate de ese episodio, olvídate ya de mí.
Por favor.
-Siempre has sido tan educado...supongo que es otra de las
tantas cosas que me gustan de ti. A pesar de conocer lo que hay en tu interior.
Sé quien eres y...también ese “yo” interior que posees me gusta. Eres educado,
cumplidor y persistente. Consigues lo que te propones sin manchar tu imagen y
actuando siempre por el mal menor. No, perdón, el bien mayor.
Puede que sonase irónica, pero ciertamente todo eso le
gustaba de él. Tal vez porque fue testigo de su cambio gradual, de lo que
mantuvo desde joven y de lo que apareció cuando era más adulto. Era un humano
lleno de defectos, pero también de virtudes. Y, ante todo, era el único hombre
capaz de sacar lo mejor y lo peor de ella, pero sin tocarla. Y al final se hacía
irresistiblemente apetecible. Buscaba ese contacto que siempre le negaba. Era
el guardián que no la protegía y que incluso la ponía a ella como escudo. Un
escudo que desechar tras la batalla. Eso es. Era el escudo de su guardián y un
escudo siempre debe cumplir su función, pero para ello debe estar siempre sobre
el brazo de quien lo porta, del guardián que debe proteger el reino.
-Tú no tienes ni idea de lo que guardo en mi
interior...ladrona.
-Muéstramelo. Ya me usaste una vez. Soy tu escudo, y entre
el escudo y su portador debe existir una unión, una simbiosis.
Le apartó los brazos cogiéndole las manos húmedas por los
fluidos de plantas que estaba utilizando para tratarla la herida. Se aproximó a
su cara acariciándole el pecho, esperando que él hiciera lo mismo, y le besó
como solo ella sabía hacer: robando. El guardián se apartó.
-No te pido que disfrutes-le susurró-.No te pido que finjas
ni que me ames. Solo te pido que sigas siendo quien has sido todo este tiempo.
Te aseguro que pronto es posible que necesites nuevamente el escudo. Si crees
que no lo necesitas me iré y juro que no volveré. Pero cuando vayas a echar
mano de él ya estaré lejos y te lamentarás. Solo por no pasar unas horas
arreglando el acero mellado. Sé que un día te atraje. Recuerda esos días,
recuerda cómo empezó todo antes de que cambiaras y lo dieses todo por el reino.
Recuérdame.
Le besó de nuevo. No se apartó. Fue un beso lento, cálido,
suave, melancólico, oculto, nostálgico, culpable, ansiado. Comenzó a
convertirse en un beso más impaciente, más agitado, más dañino. Sintió por el
fin el calor de sus manos donde debía sentirlo. Empujó al guardián aplástondolo
contra el suelo. No paraba de besarle. Por un instante recordó al soldado cojo
y al príncipe a escasos metros de allí. No hizo nada para detenerse. El
guardián tampoco. Le quitó la parte de arriba aparatosamente, le lamió el
hirsuto pechó, se lanzó a su cuello, volvió a descender. Echaba de menos ese
miembro. Ninguno le había llenado tanto como aquel. Mientras se lo introducía
en la boca alzó un poco la mirada para comprobar cómo el soldado cojo miraba la
escena. No lo hacía de forma lasciva, ni oculto, igual que no podía ocultar su
dolor. No tardó en reaccionar y en llevarse de allí al príncipe.
Siguió con su tarea sin importarle nada. Volvió a sus
labios. Y esta vez ella fue la derribada contra el suelo. Sintió por primera
vez su lengua en sus pezones. Aquella vez no lo hizo, aquella vez no se mostró
en absoluto interesado por sus pechos. Pasó directamente a lo importante, o lo
que se considera más importante. Pero esta vez se detuvo hasta en su vientre.
Nunca había sentido tal placer. Jamás. Ni siquiera aquella otra vez. La herida
ya ni la notaba. Por ella podía morirse desangrada allí mismo que no la
importaba.
Le quitó la parte de abajo y paso la lengua entre sus muslos
hasta llegar al pubis. Introdujo su lengua con cierta torpeza. No la importó,
disfrutó de lo hasta ahora inalcanzable, de sentir partes de su cuerpo que
nunca había sentido en su interior. Y la lengua o los dedos solo fueron el
principio. Después volvió a utilizar su lengua para besarla, colocando
cuidadosamente su pene para introducirlo como lo hizo aquella noche. Y aunque
eso ya lo había sentido, no como en ese momento.
Lo hizo pausadamente, de la misma forma que lo hizo aquella
noche. Pero en esa noche tan especial para ella él jamás aumentó el ritmo. En
esta ocasión no fue así, se dejó llevar por la pasión. Aceleró el ritmo,
sabiendo cuándo detenerse para cambiar de postura. La puso encima y después a
horcajadas con la espalda apoyada en el árbol sobre el que había estado sentada
mientras la trataba la herida. Sus gritos tuvieron que oírse por todo el bosque
como se oyó por toda la guarida el grito del guardián ante aquella luz ¿Qué fue
eso? Ni siquiera le había preguntado. ¿Qué importaba? Le tenía en su interior,
volvía a ser suyo...aunque ella le pertenecía. Insultante para muchas mujeres,
vulgar para otras que estaban acostumbradas a la subyugación del género
masculino, placentero para ella. No podía explicar qué le proporcionaba ese
hombre, tampoco tenía que justificarse. Ella elegía su propia vida, con todas
sus consecuencias. Vivir al margen de la ley, someterse a ese hombre.... Pero
esa vez no la estaba penetrando por interés, esa vez había logrado que desease
penetrarla, esa vez tuvo lo que deseaba. Por una vez fue ella, con sus
palabras, los recuerdos y su cuerpo, quien consiguió someterle a él, aunque
fuese por unos minutos. Al fin y al cabo no era más que un hombre.
Terminó en su
vientre, pero con ello no terminó el acto. Ambos se quedaron tumbados sobre la
hierba, sumidos en la oscuridad, manchados de la sangre de su herida, cubiertos
de su semilla. No hablaron. Se miraron añorando y temiendo el pasado, deseando
y evitando el futuro. La ladrona se giró, el guardián pasó su brazo izquierdo
por encima de ella, rozándole los pechos. Allí estaba ella, su escudo, y allí
estaba él, el guardián que empuñaba ese escudo y que no dudaría en utilizar
llegada la ocasión.
El sexto y último día amaneció de la mejor forma posible,
con el guardián, ya vestido, despertándola. Se movió, ella todavía desnuda. Al
hacerlo sintió de nuevo el dolor en el hombro, pero la herida no sangraba. Al
levantarse vomitó sobre el lugar en el que habían fornicado y descansado. Recuperando
la estabilidad poco a poco se vistió despacio y con cuidado de no empeorar la
herida que el guardián le había tratado. Se tocó la frente sintiendo todavía el
huevo del cabezazo de Rojiza días atrás, antes de llegar a la guarida. Se
sentía echa una mierda, pero no podía quejarse después de una noche en la que
había luchado, matado, amado y follado.
Se pusieron en rumbo enseguida, tras comer algo para reponer
fuerzas. Ella comió con desgana, pues apenas la entraba nada. Esperaba acabar
pronto con esa misión y tener tiempo para rehacer su vida con él. Aunque a lo
mejor era más favorable para ella continuar su viaje con el guardián el máximo
tiempo posible.
El bosque que en ese reino parecía eterno llegaba a su fin.
Se encontraban ante una llanura inmensa en la que descansaba una cordillera en
la lejanía. Al este, más allá de la frontera de ese reino, se encontraba aquel
volcán inactivo en el que descansaba una ciudad. Al oeste el mar. Al norte lo
desconocido. No, se conocía muy bien lo que esperaba al norte. La
muerte...tampoco. El olvido...menos, pues nunca se olvidaba a la gente que allí
viajaba para desaparecer sin dejar rastro. Tal vez la nada. Demasiado absurdo
para ser real. Lo desconocido es posiblemente el término más preciso, pues
aunque se conocía que de allí no se volvía, se desconocía el motivo. Y allí, al
pie de esa inmensidad desconocida descansaba un pequeño monasterio en el que se
estudiaban los misterios del mundo. Alquimia, química, biología...magia lo
llamaban algunos, aunque no hay ni una evidencia de la existencia de la magia,
pues todo parece tener una explicación lógica. Por otro lado, muchos aseguran
que la magia no se contrapone a la lógica, e incluso compone una lógica que
jamás podemos comprender. En la hermandad chocaban mucho ambos puntos de vista.
Desde luego, esas runas formaban parte de un conocimiento que no les
pertenecía.
A medida que se acercaban al monasterio una calma
insoportable les iba inundando. El cielo sobre ellos era gris, y arrastraba una
tormenta del este que no tardaría en descargar. El príncipe la miraba de una
forma que la incomodaba, como si se hiciese preguntas a la par que intentaba
ver de nuevo a través de su ropa, repitiendo las imágenes de anoche. El soldado
ni siquiera la miraba. ¿Qué esperaba? ¿Qué le correspondiese? Podía hacerlo
solo por complacerlo, pero no era ninguna puta. O eso se decía a ella misma.
Nunca había sido la puta que decían que era a pesar de que lo aceptase. Ella
era la única capaz de entenderlo. Tal vez también el guardián, por mucho que se
resignase. Aunque durante ese sexto día tampoco la dirigió la palabra. Seguro
que sentía remordimientos por haberse dejado llevar, por haber intentado
recuperar un pedazo del pasado dejando a un lado el reino y la misión, por
poner en peligro su estatus...
Después de casi una hora cabalgando llegaron al monasterio
fronterizo, un edificio de dos pisos descansando sobre la piedra de la montaña.
No abrumaba, pero tenía algo que inquietaba. En medio del bosque hubiese pasado
desapercibido, pero allí desprendía un aura inquietante. Aunque lo más
inquietante fue encontrar un cadáver apoyado en uno de los dos portones. El
otro portón estaba abierto. Todos bajaron de los caballos. Antes de hacer nada,
de acercarse al cadáver o asomar la cabeza al interior del monasterio, el
guardián agarró por los brazos a la ladrona y la empotró contra el portón
cerrado. Hubiese deseado que lo hubiese hecho con la intención de volverla a
penetrar, sin importar ya siquiera la presencia de cadáveres.
-¡¿Qué has hecho?!-Gritó furioso-¡Dijiste que tú tan solo te
dedicabas a robar, no a matar! ¡Es imposible que no obtuvieses el cofre si les
torturaste!
Por un momento la ladrona tuvo miedo. Pero no tenía porque
tenerlo si decía la verdad. Tampoco debía tenerlo porque el soldado puso su
espada en el cuello del guardián, amenazándole con dureza.
-Suéltala, por tu bien.
-¡Tú fuiste el que decidiste irte de la guarida sin
registrarla! ¡Confiaste en mí! O te cagaste en los pantalones tras lo que
sucedió allí, no lo tengo claro visto lo visto.
El guardián cerró los ojos presionando fuerte los brazos de
la ladrona, como si se estuviese controlando. El soldado deslizaba con cuidado
su espada por su cuello para recordarle que estaba ahí.
-Dime que no te lo llevaste. Dime que no hemos venido aquí
para nada.
-No me lo lleve porque nunca lo encontré.
-¿Y era necesario matarlos? Esta gente sabe más de lo que
nosotros soñaríamos, podría habernos dado respuestas. Respuestas a nuevas
preguntas que nos han surgido durante el viaje.
Las runas.
-Yo tampoco los maté. No maté a nadie. Lo juro.
El guardián la soltó al tiempo que el soldado envainaba el
arma. El primero se acercó al cadáver y examinó su sangre.
-No es reciente. Pero tampoco más de un mes.
Volvió a mirar a la ladrona.
-Entraré. Vosotros os quedáis aquí fuera. Puede ser
peligroso si esto lo ha hecho otra persona.
-Precisamente por eso debemos estar contigo. Yo al menos.
Le dedicó una mirada cómplice. Era su escudo, a pesar de
cómo la trataba era su escudo.
-No. Voy a investigar y a buscar supervivientes. A mí se me
encomendó esta misión, lo que encuentre aquí es cosa mía y de mi misión como
guardián. Sea el cofre o sea a un asesino.
-¡Maldita sea! Ya no soy una simple ladrona. ¡No volveré a
ser una ladrona! Soy parte de tu misión.-No pudo evitar alterarse.
-Un escudo a veces no hace más que molestar. Si me encuentro
un asesino dentro solo necesitaré mi espada y mis conocimientos. El reino puede
necesitar al príncipe. Y, en caso de que fracasase, os necesitará a vosotros.
Si no vuelvo ya sabréis que os enfrentaréis a algo en el interior de este
edificio. Quiero que luchéis por cumplir la misión que yo no pude. Confío en el
escudo del reino y en su espada. Confío en su príncipe.-Añadió mirando al joven
muchacho.
Ella no era el escudo del reino, era su escudo. El escudo
del guardián del reino, nada más.
Entró cuidadosamente desenvainando su espada, dejándoles
atrás a ellos. Un error del que se podría arrepentir. Se pasaron buen rato allí
de pie, esperando. Observando los lejanos relámpagos iluminar las grises nubes
en constante movimiento que se acercaban. El eco de los truenos que no
tardarían en retumbar con fuerza en sus oídos. El príncipe se sentó apoyado en
el portón cerrado, sin temer al cadáver. El soldado, con una mano sobre la
empuñadura de su arma, paseaba mirando a la extensa llanura, vigilando lo que
no necesitaba vigilancia. O eso querían creer. Esperaban oír gritos en
cualquier momento provenientes del interior. Pero lo que vigilaban era la
llanura, en la que ningún enemigo que se les acercase podía esconderse. Una
pérdida de tiempo. Era un escudo inservible tirado en el suelo.
Un trueno se oyó más cerca poco después de que el relámpago
se dejase ver. Miró al cielo. Lo vio. Vio la auténtica tormenta, el relámpago
en la oscuridad. Era él, de pie, sobre una alta roca que sobresalía de la
montaña ¿cuánto llevaba allí? El viento movía su melena mientras su semblante
repleto de orgullo y rabia encogía su corazón. Saltó al tejado del monasterio y
después al suelo. En un momento le tenía a su lado, con la espada en su
garganta y su mirada clavada en ella, una mirada llena de rencor, recuerdos y
hasta piedad. Una sonrisa asomó.
El soldado cojo desenvainó sin dudar su arma.
-¡Suéltala!
-¿Otro bufón en tu vida? Espero que a este tampoco te lo folles.
Parece tan...patético.
Apartó la espada del cuello de la ladrona y se dirigió a su
rival.
-¿Quién eres?
-Nadie importante. Solo un cabo suelto en el que tú no
pintas nada.
-Pinto más de lo que te piensas...-No soltaba el arma,
dispuesto a hacerle lo mismo que al hermano de Rojiza.
-¿Tú? No me vayas a decir que te has enamorado de ella.
No...pobrecillo. Ella solo tiene corazón para un hombre. Tú tienes pinta de
humilde, honorable incluso, simplón...no le van esos hombres, ¿sabes? Nuestra
ladrona tiene gustos muy extraños. No le gusta que la traten bien, supongo que
para ella es como si la despreciaran, como si la desmerecieran. Le gustan las
adversidades, no que se lo pongan fácil.
-Has sido tú quien ha matado a esos hombres, ¿verdad?
-¿Tiene importancia eso?
-Claro que la tiene. Responderás ante el rey. Suelta el
arma.
-Haz el favor-se acercó más-.No me menciones...¡Al rey!-Le
asestó un golpe con una espada que desenvainó a gran velocidad y que el soldado
detuvo a duras penas, perdiendo la suya tras el bloqueo. No esperaba que fuese
tan fuerte ni que desenvainase una espada con esa velocidad y destreza.
El siguiente movimiento de su espada le cortó la cabeza al
soldado cojo e indefenso, ahora también decapitado. A aquel que siempre la
había protegido.
La ladrona lamentó su muerte, y hasta había sentido cierta
pena, pero no se enfureció como debiera haberlo hecho al verle morir
-Ese peinado no le favorecía. Le he hecho un favor. Estar
enamorado de ti es una tortura que pocos pueden aguantar.
-Gilipollas...-La ladrona le escupió.
-Cuánto desprecio injustificado hacia mi persona. Eres tan
cínica como él. ¿Por qué no nos podemos llevar como antes?
-Porque no eres el de antes. Has cambiado.
-Ja,ja,ja,ja. ¡Claro que he cambiado! ¡Tú me cambiaste!
¡Vosotros me cambiasteis! Y él también me cambió.
-Sabes que siento lo sucedido. Tú en su día quisiste
cedérselo, pero las leyes no lo permitían. Él solo...
-Miró por si mismo. Lo mismo que voy a hacer yo. Podría
decir que actúo solo por venganza. Demasiado simple para mi gusto. Voy a ir más
allá...no solo este reino está al borde del abismo. El mundo entero. Yo me
encargaré de encauzarlo.
-Tú...tienes el cofre. ¡Pero si ni siquiera sabes lo que hay
en su interior!
-Sé que de él depende este reino. Y se que tras él se
esconde algo más que desconozco y pienso descubrir. Se me negó lo que me
pertenecía por derecho. Se me arrastró a una vida en el olvido y el desprecio.
¿Es lo que pensamos restaurar? Yo me aseguraré de que no se consiga, solo con
eso me daré por satisfecho. Y espero que tú no hayas cambiado de opinión.
-No voy a dejar que lo mates, si es a lo que te refieres.
Los planes han cambiado.
-¿Me estás diciendo que, después de todo, te estás dejando
manipular otra vez por él?-Volvió su semblante serio.
-Las cosas han cambiado...voy a ayudar al reino.
Fue el puñetazo más doloroso que le dieron en su vida.
-Si te unes a él otra vez correrás su misma suerte.
-Que así sea...-Escupió hacia él la sangre.
La espada se movió a una velocidad asombrosa, deteniéndose
al mismo tiempo de la forma más repentina. La podía sentir en su cuello. No
podía matarla, algo se lo impedía. Se giró. Ella comenzó a levantarse hasta que
recibió una patada que la volvió a tirar.
-Esperarás aquí y saldaremos cuentas del pasado.
Cogió una correa del caballo, agarró la muñeca de la ladrona
y la ató a una roca de la montaña.
-Saldré con su cadáver y el contenido del cofre. Y entonces
tendrás que elegir, él o yo. Te lo pondré muy fácil.
El trueno había sonado varios minutos después de que el relámpago
se mostrase sobre la roca de esa montaña y cayese sobre sus cabezas fulminando
una de ellas. Ese rayo apunto de penetrar el monasterio le miró, era una mirada
distinta. Añoraba, recordaba, lamentaba. Podía verlo. El ciempiés se resignaba
a morir, pero ya había empezado a autodestruirse.
Apartó la mirada y se adentró en el monasterio, dejando
atrás dos cadáveres sembrados por él, a una mujer de su pasado atada como un
perro en una roca y el vacío de un príncipe que había desaparecido aterrado por
la tormenta que les había caído encima.
Junto a ella vio pasar una mariposa que se posó en el tejado
del monasterio. Un auténtico rayo descendió de los cielos y la primera gota de
lluvia mojó su pelo. La mariposa, por un momento, parecía que la observaba. Después
se posó sobre el cuerpo sin cabeza del soldado cojo. Hurgó en su cuerpo
manchando sus alas de sangre, como en su sueño. Después alzó el vuelo de nuevo
aleteando con entusiasmo y esparciendo pequeñas gotas de sangre, provocando su
propia y peculiar lluvia. Un nuevo rayo les acompañó, una lluvia más intensa.
La mariposa ascendió y ascendió y, para siempre, se perdió en la tormenta.
-La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart LuisaPreissler: http://luisapreissler.deviantart.com/art/Human-293960069
-La Segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart btsucks: http://btsucks.deviantart.com/art/butterfly-3017737