No es el mar, desde luego, pero se le parece tanto que puede
llegar a ser reconfortante mientras él lo permita. Nadie es tan afortunado como
para encontrar siempre el mar calmado, todo el que se aventura a navegarlo sabe
que se la juega, que escapa a su control, pero cuando el mar se mantiene
tranquilo, cuando te acoge con amabilidad en su vastedad, puedes llegar a ser
feliz. Solo has de no asomarte para intentar mirar lo que oculta en su
interior, disfrutar contemplando el horizonte sin preguntarte qué hay más allá.
Pero la tranquilidad del mar no es eterna, como
parece serlo el propio mar, por ello es recomendable acercarse a la costa y
bajar de tu embarcación para pisar tierra firme. ¿Os imagináis un mar en el que
te veas obligado a navegar eternamente? Existe, me temo, o algo que se le
parece demasiado, como decía. Algo tan inclemente como éste cuando se le
antoja, tan bravo como bello, tan espeluznante como apacible. Es inabarcable,
incontrolable e inesperado. Está lleno de vida, pero a su vez recibe gustoso a
la muerte. No tolera a los desalmados, pero tampoco tiene piedad con los
inocentes. A veces sacude los cimientos de nuestra civilización para segar las
vidas que cree oportuno y llevárselas a la inmensidad del oscuro vacío que
esconde en sus profundidades, donde yo ahora yazco, arrastrado por sus
designios, los designios del caprichoso destino. El mar por el que navegan
nuestras vidas, un mar que, de una u otra forma, siempre nos acaba engullendo y
llevando al fondo de su ser, donde ya nada tiene sentido, donde espero el fin
de algo que es infinito.