jueves, 21 de octubre de 2021

El saiyan redentor

 


Contemplo la cegadora luz que está a unos segundos de arrasar mi planeta y a mi gente: mis amigos, mi esposa, mis soldados, mi hogar. Sé que este es el fin. Por fortuna, mis dos únicos hijos se encuentran lejos de aquí, de este ataque sin piedad, de esta matanza que está a punto de perpetrar nuestro señor, Freezer.
Hemos luchado con fiereza, nos hemos defendido haciendo gala de nuestro orgullo y nuestro espíritu combatiente. Hemos derramado hasta nuestra última gota de sangre para proteger lo que es nuestro. Curioso, pues los saiyans siempre atacamos, nunca protegemos nada ni defendemos a nadie. O eso creía hasta que conocí a ese muchacho, su madre y aquel namekiano. Aún recuerdo sus nombres: Granola, Muesli y Monite. Todavía hoy no sé explicar qué me sucedió, qué fue lo que sentí, por qué actué como lo hice. Fue un sentimiento que nunca había experimentado con esa intensidad en el campo de batalla. Lo llaman piedad, empatía

 Algo cambió en mí cuando vi por primera vez a mi segundo hijo, algo se removió en mí. Cuando nació Raditz apenas le presté atención. Gine se enfadaba por ello, pues las mujeres saiyans no son como nosotros, los hombres: son más sensibles, más blandas; o eso pensaba.

Ella se encargó de su crianza cuando era un bebé hasta que tuvo la suficiente edad para empezar a luchar e invadir otros planetas. Le enseñé lo básico, pero los saiyans somos lo suficientemente fuertes como para tener que entrenar.
El mayor acercamiento que tuve con Raditz fue una noche que pasamos juntos, hablándole de la galaxia, de otras razas a las que había aniquilado, de nuestro deber hacia el emperador Freezer y sobre el poder de nuestra raza.
Le hablé sobre los ozaru y la luna llena, y se la mostré.
Sentí orgullo cuando vi a mi hijo transformado en Ozaru por primera vez, rugiendo al manto oscuro que cubría el planeta y destruyendo con frenesí y desenfreno las montañas que se encontraba a su paso.
Orgullo, pero nada más. ¿Se puede decir que quiero a Raditz? Sí, pero no es lo que otros llamarían amor paternal. Soy un saiyan, un guerrero, un asesino, un ser que se mueve solo por la lucha o la destrucción. Pero, a pesar de ello amaba a Gine, ¿no?

Gine, una saiyan que sacrificó todo para estar conmigo. Estaba prometida a un saiyan de clase alta: Whitloof, con el que hubiese tenido más comodidades en el ejército de Freezer e hijos más poderosos que los nuestros. Renunció a todo eso cuando me conoció, algo que me sorprendió, pues decidió estar conmigo mucho antes de que matase a Whitloof.
Le daba igual que fuese un saiyan de clase baja, me dijo que veía en mí un fuego más brillante que el de cualquier saiyan de clase alta y que nuestro destino no lo escribían unos datos obsoletos tomados para unas estúpidas pruebas de poder. Me creía capaz de cualquier cosa con mi pasión desmedida y mi incapacidad para rendirme.
Pero también vio algo más en mí: compasión. En aquel momento me reí y no hice mucho caso, pero ahora he de reconocer que tenía razón.
Por ejemplo, otro hubiese querido matar a Whitloof desde un inicio, pero no fue mi caso. Intenté dialogar con él, que comprendiese la decisión de Gine, estallando solo cuando fui testigo de cómo la golpeaba jurando que el castigo en casa sería más severo.

Sentí una fuerza incontrolable en mi pecho que ardía con mayor bravura que cuando estoy en combate, un zumbido en la cabeza que nublaba mi mente más intenso que cuando miro a la luna llena y me transformo en Ozaru, y una punzada en mi espalda que jamás había sentido. Al sentir aquello tan extraño en la espalda noté también algo más en mi interior, como si algo quisiese romper o explotar. Mi energía se revolvió con más intensidad que nunca y, por un breve instante, me pareció ver un fugaz destello, algo que me erizó ligeramente el pelo. Pero, en apariencia, ningún cambio se había provocado en mí, lo único que ocurrió fue que me abalancé con ira desmedida contra aquel que había dañado a la saiyan que amaba.
Le destrocé, sin esa piedad que Gine veía en mí. Ni ella misma podía reconocer a Whitloof en esa pulpa de sangre que se había convertido su cabeza.
A Freezer le pareció gracioso todo eso y no fui condenado. Por su parte, al rey Vegeta no le importaban las disputas entre los suyos, pero no le parecía bien que un soldado de clase alta fuese asesinado por uno de clase baja, y menos si era porque el segundo se había enamorado de la prometida del primero.
Desde ese día sentí que el resto de saiyans me respetaban más, pues a pesar de tener mucho menos poder de combate que Whitloof, le había destrozado sin que este pudiese hacer nada.

Se puede decir que los días posteriores a asesinar a Whitloof fui feliz. Era algo más respetado por mis hombres, me seguían asignando planetas interesantes que conquistar, Freezer estaba contento con nosotros, Gine me daba toda la fuerza que necesitaba con su cariño y confianza y estaba rodeado por buenos compañeros de armas. Encima, Gine me iba a dar un segundo hijo, ¿se podía pedir más? Mi vida era perfecta.
Pero todo tiene un ciclo en este universo, todo ha de terminar algún día, en algún momento la luz precederá a la oscuridad y el silencio. El tiempo es algo que pasa para todos y no se puede cambiar, no se puede viajar al pasado, no se puede lograr que un momento sea eterno ni que otro no suceda nunca. Debemos vivir sabiendo que todo algún día acabará, pero sin resignarnos a perderlo todo o que nos lo quiten sin más. Hay que luchar, ajustarse la bandana en la cabeza y dejarse la vida en el combate hasta que la bandana sangre y estemos tan exhaustos que apenas podamos respirar.
Y eso es lo que he hecho hoy y lo que estoy haciendo ahora mismo.
La luz se hace cada vez más grande, más ardiente. Quema en la distancia, mucho antes de que nos desgarre la piel y nos pulverice. Pero no tengo miedo, no me detengo ante la luz inevitable que impondrá la oscuridad y el silencio. Contengo mis lágrimas, pues nadie me verá llorar hasta que todo esté perdido. Aprieto los puños, rechino los dientes y concentro lo último que queda de mi energía, buscando esa ira que sentí el día que golpearon a Gine. Una chispa de ese poder volvió a pellizcarme al imaginarme a Gine muerta junto al resto de nosotros, pero ahí se quedó.
Supe que ya nada más podía hacer, pues el destino del que hablaba Gine ya estaba escrito y, en efecto, no estaba escrito por unos datos obsoletos, sino por algo mucho mayor.
A las puertas del final comprendo lo que sentí el día que vi a mi segundo hijo, lo que me hizo actuar en favor de esos cerealianos y ese namekiano en el planeta Cereal. Ese día, al mirar el rostro del hermano de Raditz vi algo que no vi en el propio Raditz. Vi lo que Gine vio en mí: no vi el rostro de un guerrero sino el de algo mayor. Puede parecer que no tenga sentido, era solo un bebé, pero uno idéntico a mí por fuera y también por dentro, lo percibí. ¿Cómo no iba a percibir algo así si yo soy su padre? Y lo más importante, por dentro tenía más de Gine que de mí. Una mujer que me enseñó que existe más que la lucha, la guerra, la destrucción o la muerte. Gracias a ella sé lo que es una familia, sé lo que es la felicidad y comprendo mejor la compasión que siempre he sentido y, por mi educación, he intentado bloquear. En ese momento fue cuando, sins er consciente, entendí todo, cuando supe qué es lo que deseaba y cómo deberían ser las cosas. Fue cuando, sin saberlo, decidí que haría algo por mantener eso en el mundo: la compasión, la felicidad, aunque fuese ajena; la familia y lo que ello conlleva. Lo que me llevaría a salvar a esa madre y su hijo, que bien podrían haber sido Gine y nuestro hijo.

No me avergüenza decir mientras acaricio con mis dedos la amarga muerte que me espera, que gracias a ella también sé lo que es el amor. Y eso es algo que también sentí cuando miré a aquel bebé. Mi pecho se hinchó con más fuerza que todas las veces que había sentido orgullo por Raditz, mientras mi estómago se encogía. Vi en ese muchacho la capacidad de llevar a los saiyans mucho más lejos de lo que yo hubiese logrado. Veo ahora su capacidad de hacer cosas más grandes de lo que yo hice el día que maté a un soldado de clase alta como Whitloof.
Su destino como saiyan era otro, pero gracias a lo que Gine me enseñó ambos le dimos una oportunidad para que se impusiese a su destino y fuese mucho más de lo que yo he sido.
Forma una familia, hijo; y hazlo mejor que yo. No desatiendas a tu esposa y a tus hijos tanto como tu padre, no olvides el amor por la lucha, pero tampoco  la compasión, la justicia, a los buenos amigos y el amor en su esencia más pura. No dejes que corrompan tu espíritu como hicieran con el mío. Golpea tu cabeza si hace falta para olvidar lo poco que pudimos enseñarte sobre las costumbres de nuestra raza y mantén en tu corazón las enseñanzas sobre la importancia de la amistad, la colaboración y la protección de los tuyos.

Gracias a ti, ya antes incluso de que pudieras hablar, aquel pequeño, Granola, salvó su vida. Antes de conocerte yo le hubiese matado a él y a su madre, además de a ese viejo namekiano. Su madre, Muesli, fue asesinada por gente que hace negocios con el infame Freezer, que está a punto de aniliquilarnos, pero ellos dos sobrevivieron y a día de hoy siguen estando vivos. Ojalá algún día les conozcas y puedan ver lo que yo nunca veré. Al guerrero en que te convertirás, al gran hombre, esposo y buen padre. Y, ojalá, al asesino de emperador del universo, al liberador de la galaxia y al redentor de la raza saiyan.

Confío en ti, hijo. Y ojalá Raditz te siga en tu camino y no se deje llevar por sus instintos saiyans. La luz se acerca, pero no me importa. No me rendiré, tal y como a ella le gustaba. Intento repeler el ataque con la poca fuerza que me queda. Fracaso.
La luz me envuelve, el ardor en todo mi ser es tan intenso que, a pocos instantes de morir, dejo de sentir. La luz permanece, el estruendo es insoportable para los oídos, pero para mí todo se vuelve mudo, y aunque la luz me ciega puedo ver una última imagen. Nos veo juntos, a los cuatro. Felices, lejos de Freezer, lejos del planeta Vegeta, tal vez en el planeta Cereal, junto a Granola y Monite, tal vez en la Tierra, donde te hemos enviado, junto a tu familia y amigos.
Sé que jamás se hará realidad, pero esta imagen me da paz y, con ella, las lágrimas se liberan al fin. Sonrío como un imbécil con mi último aliento y, por último, te veo. Veo tu rostro adulto idéntico al mío, un rostro limpio, sin cicatriz, con semblante serio, pero calmado. Se asoma en ti una ligera sonrisa y contemplo en tus ojos una pureza inimaginable en alguien de nuestra estirpe. Incluso observo una ropa naranja y azul, no sé muy bien por qué. Pero eres tú, lo sé, en un futuro mejor que se me ha negado, pero por el que tú lucharás con la intención de protegerlo hasta el final de tus días.
Llegarás lejos, estoy seguro. Y espero que algún día, por remoto que sea, aunque pasen cuarenta años, me conozcas y puedas quererme como yo te quiero a ti o, al menos, te sientas orgulloso de tu padre.

Gracias por todo lo que ya has hecho sin ser consciente y por todas las grandes cosas que vas a hacer, Kakarot.