Cambiar el sonido del
tráfico matutino y el ambiente asfixiante de la jungla de asfalto por el sonido
de los pajarillos y el aire puro de la jungla de verdad puede parecer un cambio
a mejor para empezar la semana, pero en cuanto metes tu pierna en un lodazal que
ha pasado inadvertido y cualquier animalito puede ser un peligro mortal te das
cuenta de lo bien que estabas en Nueva York, con su malhumorada gente yendo a
sus trabajos. Porque sí, mucha de esa gente también desea mi muerte, pero al
menos no me la puede provocar tan fácilmente como el mordisco de una serpiente
camuflada bajo mis pies. Aunque con la proliferación que hay ya de supervillanos
es algo de lo que empiezo a dudar. Hoy en día es más fácil y barato adquirir
una fórmula que te otorgue superpoderes que conseguir una botella de aceite sin
tener que vender tu alma a Mefisto.
Y ¿qué pasa con tu sentido arácnido, Spidey? Os preguntaréis. Gracias a
Beyonder no se me ha fundido (aunque no sería la primera vez), pero en este
maldito lugar no para de zumbar, costando ya distinguir qué es un peligro y qué
no. Lo mismo es un lodazal, como arenas movedizas, una serpiente, una araña,
una mosca mortífera o un caimán a la orilla del río. Tal vez un ataque de
algunos de estos bichos no sea mortal, pero ya he cubierto el cupo de
sobrevivir a picaduras mortales de arácnidos, así que prefiero no jugármela.
Con la suerte que tengo seguro que me pica un escarabajo arlequín y me
convierto en mitad escarabajo y mitad payaso, aunque más de uno diría que una
de esas mitades ya forman parte de mi ser.
También os preguntaréis qué
diablos hago aquí, en una jungla alejada de la civilización. Lo obvio sería que
es algo que tiene que ver con el Lagarto, aunque sería algo que resultaría
tremendamente predecible, un recurso manido que cualquier guionista de cómics
de los que ilustran mis aventuras debería evitar. Por desgracia, es
precisamente el villano que me ha traído a este espantoso lugar. Podría ser
peor, podría estar en las alcantarillas de Nueva York enfrentándome a este
escamoso villano. En mi defensa diré que esto no es un cómic, tampoco una
película o un videojuego; es un podcast, lo cual tan poco es el epítome de la
originalidad en los tiempos que corren, pero ¡ey! Al menos no es un podcast en
el que dos personas compiten por decir la tontería más grande que hayáis
escuchado, conmigo es más que suficiente.
Y, además, eso ya lo tuvisteis con el programa en el que me invitó Jameson; lo
que no imaginaba es que ese primer programa como invitado desembocaría en una
sección propia.
Sea como sea, aquí estoy yo, un lunes por la mañana en una jungla tras los
pasos del Lagarto. Cuando, al fin, la persona que se escondía tras la
personalidad del Lagarto había recuperado su cordura y su forma humana,
desaparece sin dejar rastro. O eso creían los que le secuestraron, porque no
hacía falta ser Jessica Jones para descubrir adónde le habían llevado. Y no lo
digo por mis dotes de detective o porque ellos fueran chapuceros, sino más bien
por las dotes de nuestra persona secuestrada para actuar bajo presión. Yo le
había dejado rastreadoras arácnidas para que llevara siempre consigo y activara
en caso de que comenzara a sentir los primeros síntomas de transformación, para
así poder encontrarle antes de que realizase alguna carnicería en la ciudad. Lo
que no esperábamos es que las tendría que usar porque iba a ser secuestrado.
En cuanto se activó la señal me columpié todo lo rápido que pude por la ciudad
haciendo uso de mis telarañas para llegar a un hangar muy vigilado tomado por una
fuerza militar que conocía muy bien: Fuerza Salvaje.
¿Qué hacían Marta Plateada y sus hombres secuestrando al Lagarto? Vale que, ya
en el pasado, la mercenaria había contratado a villanos redimidos como El
Hombre de Arena, Merodeador o Puma. Incluso había formado dos grupos paralelos
formados por agentes de elite con superpoderes como Los Forajidos y Los
Intrusos, pero ¿recurrir al secuestro? Cuando llegué al hangar pude ver cómo se
mofaba de Rhino, metido en una jaula de contención a punto de ser transportado.
Entendía perfectamente ese pequeño resquemor hacia Rhino, al fin y al cabo casi
la mata en el pasado ahogándola bajo el agua. Todos la dimos por muerta,
incluso sus enemigos, lo cual aprovechó inteligentemente para darles caza más
fácilmente. Pero, ¿adónde se lo llevaban?
No fue el único preso de la Balsa que SHIELD cedió a Marta Plateada: también
pude ver a Buitre, Escorpión y Carroña. ¿Quién querría a Carroña? Y no eran los
únicos, había más celdas en las que no pude ver a los villanos contenidos en
ellas y otros tanto que se habrían trasladado.
Que Marta Plateada se llevase a Symkaria a nuestros villanos neoyorkinos era
tan ofensivo como que los ingleses se llevasen medio Egipto a Londres. Y más me
ofendía que Nick Furia aceptase un trato así. Entiendo que puede ser
beneficioso para nuestra ciudad no retener a personas tan peligrosas que no
dejan de escaparse, cediéndolos a las prisiones de otros países, pero estos
villanos son nuestra responsabilidad.
El caso es que no se podía considerar un
robo, excepto en el caso del Lagarto. Había algo en todo esto que no encajaba
(siempre quise decir esa frase de detective). El lagarto ya no es el Lagarto y
por tanto no un villano preso dispuesto a ser cedido por SHIELD, así que
tuvieron que secuestrarlo. Pero si la actitud de Furia me extraña, la de Marta
Plateada me extraña más todavía. Tal vez Furia no sabía que habían secuestrado
al Lagarto en su forma humana, pero Marta Plateada estaba claro que sí lo sabía
Estuve a punto de intervenir en el momento, pero no hubiese sido inteligente
estando SHIELD de por medio. Ya me han caído suficientes broncas de Furia en el
pasado, así que preferí esperar y seguir a Fuerza Salvaje en Spider-Móvil
Volador. Vale, no tengo uno, con el de ruedas tuve suficiente.
Encararme en una de esas aeronaves tampoco era una solución, pues el viaje
hasta Symkaria sería largo. No tuve más remedio que colarme en una de ellas.
Cometí el error de colarme en la aeronave en la que desplazaban a Carroña. Y
aun así, no fue peor que el olor del metro en plena hora punta.
En pleno vuelo y hablando bajito hice las llamadas pertinentes a mis seres
queridos, pero oyentes, no hagáis esto en casa, o, mejor dicho, si estáis volando:
activad el modo avión.
La señal de mi rastreadora arácnida se estaba perdiendo, pero yendo en una de
las aeronaves que trasladaban a los villanos no tendría problemas para llegar
al lugar donde llevaron a la persona tras la identidad de Lagarto . Imaginaba
que a Symkaria, pero ¿a qué parte exactamente?
Tras varias horas que se hicieron eternas oliendo a alcantarilla y escuchando
los lamentos y susurros de Carroña, que casi empezaba a darme la misma lástima
que Gollum, llegamos a nuestro destino, más o menos.
En nuestra aeronave no solo viajaba Carroña, también un villano que pesaba lo
suyo y se puso violento después de tantas horas encerrado. No, no era Rhino,
ese iba en la nave situada antes que ésta en el hangar; se trataba de Hippo.
Puede que no sea mi villano más conocido; es más, abro encuesta, ¿quién de mis
oyentes conocía a Hippo? Venga, sed
sinceros.
Los que no le conozcáis: no tiene mucho misterio, es un hipopótamo humanoide, y
de los pocos que antes fue animal y después evolucionó a un ser inteligente
(cosas del Alto Evolucionador). Y como os podéis imaginar, un hipopótamo con
superfuerza cabreado en una aeronave en pleno vuelo es más peligroso que mojar
a Max Dillon. Los soldados de Fuerza Salvaje intentaron calmarle con descargas
eléctricas que provocaba la propia jaula, pero eso fue peor idea ¿quién lo iba
a imaginar? La aeronave comenzó a caer con más rapidez que las acciones de
Industrias Parker cuando se fastidiaron todos los Webware que habían
desarrollado y vendido.
En plena caída salté de la aeronave agarrando en el aire como pude a todos los
soldados, cayendo después al agua con ellos.
—¡Es Spider-Man! —gritaron al unísono
mientras aleteaban e intentaban, en un acto reflejo, coger sus ausentes rifes
de asalto, perdidos en la caída.
—Ya ni de vacaciones en la jungla puede uno desconectar de los fans —Ya sabéis,
oyentes, yo y mi ingenioso humor en las situaciones de estrés.
Poco tardaron todos los soldados en gritar de pánico. Por un momento quise
pensar que era porque les intimidaba mi presencia, pero un hipopótamo de
vetetúasabercuántos kilos moviéndose a toda velocidad por el agua y cabreado
con las descargas que le acabas de pegar acongoja más que mi cara de red. Lancé
como pude mis redes por encima del agua para agarrar la parte de cuerpo de
Hippo que asomaba por encima de ella, pero no tardó en arrastrarme con él.
Surfear en la jungla HECHO.
Sobrevivir al ataque de un hipopótamo (spoiler) HECHO.
Que no me duelan varios huesos y músculos del cuerpo en mi primer día de viaje
NO HECHO.
Pude desviar ligeramente la trayectoria de Hippo, pero también cabrearle más
mientras intentaba dirigirle por el agua esquivando a los soldados que nadaban
ansiosos a la orilla.
—¡Ey, Hippo!, ¿quieres convertirte en mi Spider-Móvil acuático oficial?
El villano artiodáctilo (esto también es un podcast científico) frenó en seco
sin mediar palabra, demostrando una inteligencia mayor que la de Rhino, lo que
me hizo salir disparado fuera del río contra una roca (el frenazo, no su
inteligencia, aunque técnicamente también).
Mientras me levantaba aturdido, Hippo cambiaba de rumbo y se dirigía a los soldados, que ya habían conseguido salir del río. Casi me emociono al ver cómo un villano la tiene tomada con alguien que no sea yo, pero esos tipos corrían peligro nuevamente, tenía que actuar. Y rápido. Podría haberles enganchado con telarañas para apartar de la zona a algunos, pero sería más rápido si usaba tan solo cuatro para atrapar la pesada jaula de contención de Hippo y la lanzaba al agua antes de que el mamífero saliese de ella, siendo electrocutado con el contacto de la electricidad con el agua del río. Había sido una descarga mucho más grande que las pequeñas descargas que recibió en el aeronave, lo suficiente para dejarle inconsciente, pero no para matarle.
Los soldados de Marta Plateada salieron corriendo para internarse en la jungla y escapar de mí. O al menos intentarlo, porque les atrapé a todos para que no dieran la voz de alarma, e interrogué a uno de ellos. Me dijo que estábamos en una selva de Rusia y que Marta Plateada estaba negociando con un pez gordo para ofrecerle villanos y soldados a cambio de una buena suma de dinero. Lo último que me dijo fue la localización de la base. Ya entendéis por qué titulé así este programa, solo os falta la parte de los robots. No os negaré que titularlo "Desde Rusia con Namor" fue muy tentador, pero Namorín no se dejó ver en ningún momento en esta historia, para alegría de muchos (entre los que me incluyo).
Y en esas estaba,
recorriendo una selva en Rusia mientras evito insectos, reptiles, villanos y
soldados de Grupo Salvaje que se movían hacia la zona del accidente para
comprobar qué había pasado. Permitidme la licencia de haberles dejado
inconscientes haciendo uso de las descargas eléctricas de la otra jaula
(también vacía) que había en la aeronave; dejarles envueltos en telarañas
habría sido demasiado cantoso, así solo creerían que hubo una lucha entre ellos
e Hippo y todos acabaron fritos, literalmente.
Pasé saltando de un árbol a otro mientras evitaba a los guardias. Decidí
dejarles pasar y no cogerles por sorpresa, pues eso solo me retrasaría en mi
misión de rescate y no era necesario para poder avanzar.
Las indicaciones que me había dado el soldado me llevaban hasta una cueva
inundada. Por suerte, la luz del sol entraba por las rendijas del techo y no
necesitaba de unas gafas de visión nocturna que todo espía que se precie
debería llevar. Al menos, mi sentido arácnido se relajó, o al menos lo hizo hasta
que empezó a zumbar con fuerza, alertándome de algo que ni podía ver ni podía
escuchar. El silencio solo era interrumpido en mi cabeza por el constante
zumbido, que se intensificó al mismo tiempo que el agua comenzó a revolverse,
hasta que de ella salió Carroña lanzándose contra mí. Segundo combate del día y
segundo combate en el agua, ya hay que tener mala suerte. Sus manos agarraron
mi cuello mientras no paraba de gritar y gruñir.
—Jolín, tío, ni que llevara un anillo todopoderoso colgado del cuello —dije con
la voz ronca mientras me zafaba de él agarrándole por las muñecas y lanzándole
por encima del agua hasta una superficie rocosa.
Carroña se levantó mareado por el golpe que se había dado contra la pared y
siseó mientras me lanzaba contra él impulsado por mis telarañas pegadas en la
pared, a sendos lados de la pobre criatura.
Procuré golpearle no usando demasiada fuerza, lo suficiente para acobardarle y
que intentase huir. Pero no lo hizo, se irguió (o al menos todo lo que puede
erguirse Carroña) y me bufó.
Me preparé para seguir el combate en esa pequeña plataforma rocosa, pero antes
de poder enzarzarnos cual gatos territoriales, dos zumbidos nos interrumpieron:
uno era el de mi sentido arácnido que solo yo escuché, el otro el de una abeja.
Y sí, una sola abeja puede despertar mi sentido arácnido, pero ¿de esa forma? A
esa abeja le siguió otra, después otra más y finalmente un enjambre.
Carroña fue rápido y esta vez sí huyo, lo cual me ofendió ¿Un enjambre de
abejas es más intimidante que yo, un hombre-araña?
Para huir, Carroña escapó lanzándose al agua, donde las avispas no le
seguirían.
—Bueno, mira, dos por uno, das esquinazo a las abejas y te das un bañito, que
no te viene nada mal —grité mientras le perdía de vista e imitaba a mi enemigo
lanzándome al agua.
Las abejas eran muy insistentes y volvieron a por mí, por lo que me tuve que sumergir.
Aguanté un rato la respiración y cuando ya no podía más saqué la cabeza para
tomar algo de aire. En el momento en el que lo hice el zumbido arácnido volvió
a mezclarse con el de las avispas. Pero eso ya no era un enjambre; no uno
normal, al menos. Sobre otra de las plataformas rocosas de la cueva inundada
estaba ni más ni menos que Enjambre. O sea, no el enjambre de antes, ni un
enjambre sin más, Enjambre, el villano. No, cuando se nos dan superpoderes no
vienen con superoriginalidad incorporada.
—¡Vaya! Tú también te has escapado, Fritz.
—¿Escapar? Mua, ja, ja, ja, ja, ja —No exagero, se rio con una de esas risas de
villano tan populares que no me salen por mucho que practique. A ver, dejadme
probar: Jaja, jaja… Veis, no le cojo el punto— He venido a rastrear la zona
próxima al accidente y mis abejas me han advertido de dos personas en esta
cueva.
—Vaya, son como rastreadoras arácnidas, solo que no son arácnidas.
¿Rastreadoras insecto?
—Son abejas asesinas sedientas de sangre, de tu sangre. —Enjambre lanzó otro
ídem contra mí, que me volví a sumergir, para salir más alejado de mi enemigo
esta vez.
—¡No olvidan las derrotas a las que nos sometiste en el pasado!
—¡Awww! Se acuerdan de mí, qué monas—- Quiero que todos pongáis emojis de
abejas y corazoncitos en los comentarios cuando escuchéis esta parte.
—¿Tu única táctica es sumergirte cada vez que te ataque?
—¿Y la tuya lanzarme tus abejas como balas? —contesté a la defensiva.
—No, también puedo lanzarte granadas abeja, ¡mira!
—Eso es nuevo, mira—. Lo que no era nuevo era sumergirme en el agua para evitar
la explosión.
Antes de salir, pude ver borrosamente cómo las abejas de su cuerpo cubrían casi
por completo la zona de la superficie, así que, en cuanto salí del agua lancé
todo lo rápido que pude mis telarañas hacia el techo, para escapar por uno de
los huecos y esquivarlas mientras intentaban seguirme, no sin evitar que varias
se me posasen en el traje y me picasen.
Escapar era una opción, pero acabaría dando la alarma y complicándome las
cosas, así que, después de moverme alrededor de la zona exterior de la cueva y
perder de vista a sus insectos voladores volví a ella por uno de los huecos y
esperé a que se volviera a formar como un solo cuerpo.
¿El problema? Era un cuerpo intangible, así que no podía golpearle. Tampoco contaba con mis telarañas de fuego, ni tampoco tenía tiempo de volver a la aeronave para buscar entre sus cajas de equipamiento unas granadas incendiarias, así que no quedaba otra: tenía que gastar casi la totalidad de los únicos cartuchos de telaraña que había traído para envolverle lo máximo posible y encerrar a sus abejas con suficiente fuerza durante unos segundos. Se acabarían liberando, pero no si antes conseguía lo que finalmente hice, impulsarme contra ellas y lanzar a Enjambre contra el agua. Al estar envueltas en mis numerosas, densas y pegajosas telarañas pude crear un cuerpo solido al que golpear.
Y no, Enjambre no muere, ni pretendía hacerlo, como ya sabrán mis fieles oyentes, pero pasará mucho tiempo con sus enjambres de abejas disueltos. Y no niego que más de una abeja murió en el proceso, eso sí.
Al menos, de momento, Enjambre ha dejado de ser un problema.
He llegado a una parte de la
base, pero todavía no he encontrado a Marta Plateada y desconozco dónde tienen
al Lagarto. Es hora de entrar en el edificio y buscar algo de información.
Evito a varios guardias, dejo inconsciente a varios de un ligero puñetazo en
partes como la nuca o la sien, tapo con mi cada vez más escasa telaraña la boca
de algunos que me ven para, después, dejarles también inconscientes. He usado
el viejo recurso de esconderles en zonas de vegetación frondosa o contenedores.
Después me desplazo a la azotea y entro por un conducto a lo que parece un
edificio de oficinas. Sigo esquivando guardias, asaltándoles desde el techo,
escondiéndolos ahora en taquillas y, lo reconozco, asustando a más de uno. No
me pude resistir.
Necesitaba una tarjeta llave de nivel 2 que le quité a un guardia que estaba
hablando con otro sobre las villanas con la que les gustaría acostarse. Menos
mal que estos dos no tienen un podcast… creo.
Al entrar en la sala me encontré a un hombre custodiado por otros dos que
estaba escribiendo un informe. Abatí de una rápida patada a uno y de un seco
puñetazo a otro, mientras al que escribía le cerré el pico usando lo poco que
me quedaba de telaraña cuando se giró y estuvo a punto de dar la alarma.
—Si me dices dónde estamos, con quién tiene acuerdos Marta Plateada y dónde
tienen al Lagarto prometo no meterte en un contenedor con estos dos y hacerlo
en una taquilla, ¿trato?
—Hmmph
—Ah, claro, la telaraña—. Le quite la mordaza lentamente, pero mi sentido
arácnido no zumbaba, parecía dispuesto a colaborar.
—E-estamos en Tvchivesko, una base rusa.
—Sí, la verdad es que tú sí que suenas ruso. ¿Y con qué ruso hace tratos Fuerza
Salvaje? Será tu jefe, imagino.
—S-sí. Pero no sé su nombre. Mi jefe directo no es el que trata con la mujer
symkariana.
—¿Qué pensáis hacer con todos estos villanos?
—D-depende de qué villanos.
—Venga, Dimitri, ¿puedo llamarte Dimitri? Que lo estás haciendo muy bien. No te
hagas el misterioso, sé concreto.
—A c-ciertos villanos les queremos para combatir, a otros para rastrear, a
otros para experimentar y a algunos para investigar.
—¿Combatir contra quién?
—N-no lo sé, de verdad.
—Venga, Dimitri, que ya somos como amigos, no hace falta que tiembles al inicio
de cada frase, ¿tanto miedo te doy? Y eso que no me he quitado la máscara.
—N-no, es que tengo cierto grado de t-tartamudez que me dificulta comenzar las
frases y pronunciar ciertas palabras.
—Ah, vaya. Top momentos incómodos de mi carrera. Y te lo dice un tipo que se ha
balanceado en cueros por Nueva York.
—Y m-me llamo Svyatoslav Bilyaletdinov,
ya que nos estamos s-sincerando.
—Muy bien, Svyt… Bilet… Dimitri. Tiene que ser complicado ser medio tartamudo y
tener ese nombre.
—Es d-de las pocas veces que me ha salido a la p-primera, señor.
—Ojalá más esbirros malosos tan majos y educados como tú en Nueva York, de
verdad te lo digo, Dimitri.
—G-gracias.
—Si me dices algo útil sobre esos experimentos e investigaciones y sobre el
paradero del Lagarto, te dejaré mi mail para que me escribas de vez en cuando.
—S-se han llevado al Lagarto al laboratorio, aunque no les interesa su
personalidad de Lagarto, al menos por ahora. Pretenden que colabore con un
proyecto secreto, es lo único que sé.
—Claro, porque es secreto.
—Ef-fectivamente.
—¿Lo tienen en un laboratorio de la base, entonces?
—S-sí, te puedo indicar dónde está.
—Te lo agradezco, Dimitri.
Una vez me indicó la localización del laboratorio, procedí a apuntarle mi correo
público en uno de sus documentos, TuamigoyvecinoSpiderman@hotmail.com
(sí, uno tiene ya sus años) y aprovecho para deciros que podéis escribirme por
ahí fans, haters, malosos lacayos tan simpáticos como Dimitri o villanos que me
echen de menos. No siempre puedo contestar, pero os leo a todos.
Spidey-promise.
Tras aquella conversación tan amistosa procedí a golpearle con cierto cariño y
a esconder su cuerpo inconsciente en una taquilla como le prometí, dejando a
los otros dos en un contenedor cercano.
Después, salí de las oficinas y volví a internarme en la selva.
Esto se complicaba cada vez
más. Di por hecho que Nick Furia había hecho un trato con el presidente de
Symkaria para trasladar a sus presos a otra prisión y no que Symkaria los
usaría para beneficiarse. Pero, claro, por qué otro motivo querría Symkaria
arriesgarse a meter en su país a supervillanos. ¿Habían engañado a Furia?
Quiero pensar que el director de SHIELD no permitiría un trato para que otro
país usase a los villanos como soldados y experimentos en absoluto éticos. ¿Qué
se me escapaba aquí?
Mientras reflexionaba preocupado sobre todo esto, mi sentido arácnido comenzó a
zumbar, momento en el que vi una figura pasando a mi lado desplazándose
velozmente y cortándome la tela de araña, provocando mi caída.
Cuando aterricé en el suelo tuve que esquivar inmediatamente un ataque con
afiladas garras que me rasgó levemente el traje, en la parte del pecho.
A pesar de haberlo esquivado a gran velocidad consiguió rasgarme la carne y
hacerme sangrar. Casi sin poder reaccionar salté esquivando otro golpe, me
agarré a una rama, di una vuelta completa y salté, lanzando mi telaraña desde
el aire a aquel villano, que no tuvo problema en cortarla de nuevo con sus
garras. Se trataba de Puma.
—Déjame adivinar: no te han secuestrado, sino que te están pagando —dije cuando
volví a aterrizar en el suelo.
—Muy intuitivo, Spider-Man —Puma sonrió enseñando sus afilados colmillos, con
la clara intención de intimidarme.
—No echaba de menos los tiempos en los que nos enfrentábamos, Puma —Mientras
hablaba estaba en posición de ataque, pues conocía de sobra que Puma igualaba
mi supervelocidad e incluso la superaba—. Seguro que si me llevas ante Marta
Plateada podemos hablar todos y entendernos sin hacer uso de la violencia.
—Hace días que no veo a Marta Plateada en persona, sigo órdenes desde nuestras
comunicaciones privadas —Puma tampoco abandonaba su pose de ataque—. Así que si
no tiene tiempo para uno de sus mercenarios más eficaces, no pienses que lo
tiene para ti.
—Muchos te considerarán afortunado por no tener que ver a su jefe en persona
durante días, pero estando en la misma base ¿no te parece un pelín raro?
—¿Qué insinúas, Spider-Man?
—Que aquí se cuece algo más gordo que Kingpin y quiero llegar al fondo de ello,
si es posible sin tener que enfrentarme a ti.
—Para eso ya es tarde.
Antes de acabar la frase Puma se abalanzó hacia mí con sus afiladas garras, que
de nuevo esquive por poco, gracias a mi efectivo sentido arácnido y mi
velocidad. ¿Cómo un tío con tanto músculo puede ser tan rápido?
Reboté con el tronco de un árbol y me lancé contra él, dándole un fuerte
puñetazo en la mandíbula. Puma aguanta bien mis golpes, así que no me tenía que
contener como con otros enemigos.
Antes de tocar el suelo, el antiguo villano
se agarró con sus garras en la tierra, deslizándose por ella, mientras alzaba
su mirada hacia mí. Parecía un auténtico puma a cuatro patas.
No me dio tiempo a lanzar un comentario ingenioso, pues Puma se lanzó de nuevo
hacia mí, aunque esta vez no salté: me agaché y le encajé un puñetazo en la
barbilla desde abajo, que rematé con una patada en el estómago.
Cayó hacia atrás, pero no llegó a tocar con la espalda en el suelo, ya que
apoyó las manos en la tierra y dio una voltereta hacia atrás antes de
impulsarse de nuevo hacia mí.
Esta vez realizó una finta, y no utilizó sus garras sino sus puños, que pude
detener a duras penas. Tras los puñetazos, me lanzó una patada en la cabeza,
que no me dio tiempo a esquivar, y después otra a los pies con la que me
derribó.
Desde el suelo le lancé telarañas a los ojos que desgarró sin problemas, pero
hacer eso me dio el tiempo necesario para levantarme y lanzarle varios
puñetazos. Solo conseguí encajarle uno, el resto me los bloqueó.
Durante un rato intercambiamos varios golpes, demostrando nuestras habilidades
en el combate cuerpo a cuerpo, al fin y al cabo a ambos nos habían enseñado
kung fu (a mí el propio Shang Chi).
Después de un rato combatiendo nos dimos un respiro alejándonos. Ninguno habló,
solo jadeábamos mientras un poco de sangre seguía cayendo de la parte
desgarrada del traje en mi pecho y un hilillo de sangre se dejaba ver en la
dentadura de Puma, que no tardó en sanar gracias a su factor curativo.
—Solo quiero respuestas, Puma. Eso y evitar que los supervillanos que hay en
esta jungla causen algún problema. Sé que esto también te parece raro a ti, tu
instinto te lo dice —Esperaba que Puma mostrase buen juicio y dejará de
combatir conmigo—. No han dado la alarma, nadie sabe que estoy aquí,
simplemente me detectaste con tu olfato. No estarás incumpliendo órdenes ni
ningún contrato. Déjame seguir investigando, por favor.
—No negaré que disfruto combatiendo contigo, Spider-Man. Hacía mucho que no lo
hacía —Puma abandonó su postura de ataque—. Pero tampoco negaré que todo esto
me huele raro.
—Y eso es mucho diciendo de ti.
—Pero un buen mercenario no hace preguntas.
—Un buen mercenario no, pero sí un buen hombre.
Puma se limitó a afirmar con la cabeza y se marchó. Fue más fácil de lo que
esperaba.
Antes de llegar al
laboratorio donde habían trasladado al Lagarto me topé con una sala bien
custodiada. Tras deshacerme de todos los guardias sin problema e intentando
ahorrar la poca telaraña que me quedaba. En ella encontré a un conocido enemigo
al que no solía tener el privilegio de ver en persona.
—Iba a decir que no salieses corriendo a dar la alarma, pero creo que lo ibas a
tener difícil, Phineas.
Vale, me pasé con ese chiste, pero no me canceléis. El tío ha intentado matarme
más de una vez y ha desarrollado tecnología a villanos que también lo han
intentado.
—¡¿Qué haces aquí, entrometido!? —El ingeniero paró de trabajar y se giró hacia
mí. Parecía asustado.
—¡Ey, ey! Tranqui. ¿No puede uno visitar a un viejo enemigo suyo?
—¡Lárgate! ¡Lo vas a estropear todo! ¿Quién te envía? —Estaba muy nervioso y no
dejaba de mirar a todos lados.
—Paso por paso. Nos vamos a sentar y me vas a explicar todo. Bueno, eh… tú no
te vas a sentar, me voy a sentar yo.
Vaya, nuevo top uno de momentos incómodos en mi carrera. Y esta vez no lo hice
en serio, lo prometo.
—Déjate de bromas, esto es muy serio. Lo que se cuece aquí es más peligroso que
cualquier arma o traje que diseñase a un supervillano con la financiación del
Dr. Muerte en Latveria. —Chapucero volvió a girarse hacia su trabajo—. Pero a
pesar del peligro que supone debo seguir trabajando si no quiero que acaben
conmigo.
—¿Más peligroso? Me estás preocupando, Chapucero.
—Ya no uso ese nombre. Sigue llamándome Phineas. O mejor, no me llames de
ninguna forma y lárgate. Si te pillan lo pagaran otros.
—¿Qué quieres decir con “otros”? —Su actitud cada vez me parecía más extraña,
incluso para el Chapucero.
—Spider-Man, esto no es como detener a un grupo de pandilleros, a un ratero o a
un villano con ínfulas de conquistador. No estás preparado para algo de esta
escala.
—¿Te suena un tal Octopus? No es la primera vez que lidio con problemas a
escala mundial e incluso mayor—. Recordar cómo Octopus casi provoca el fin del
mundo todavía me pone la piel de gallina.
—Lo que estoy desarrollando a partir de los planos de Smythe es imparable: una
máquina capaz de provocar el caos.
Por cómo lo decía no parecía que Phineas Mason estuviese desarrollando esa
máquina imparable por gusto o por dinero.
—No tienes por qué terminar el trabajo. Te puedo sacar de aquí junto al
Lagarto.
—Estoy ultimando algunos detalles que faltan por pulir, pero ya está terminado,
Spider-Man. Aunque mataste a Smythe hace un tiempo, ya había avanzado mucho en
un trabajo que lleva años planificándose. Yo apenas he tenido que ajustar
algunas cosas y terminar lo que él empezó. Aunque ahora me fuese contigo,
podrían utilizarlo.
Que quede claro que yo no maté a Alistair Smythe, oyentes. Todo lo que pasó durante
el tiempo que me denominé Spider-Man Superior no tiene que ver conmigo, o al
menos no con mi conciencia. Pero no era el momento de aclarar esos detallitos.
—Y algo me dice que no es otro Mata-Arañas para acabar conmigo.
—No exactamente. Aunque Smythe estaba obsesionado contigo, así que podría
decirse que en parte lo es. —Phineas paró de hacer lo que estaba haciendo y
comenzó a navegar entre archivos para enseñarme de qué se trataba—. Son dos
proyectos en paralelo. El primero sí parte de un Mata-Arañas que Smythe comenzó
a diseñar él solo. Su Mata-Arañas más ambicioso.
Tragué saliva mientras contemplaba las fotos y las especificaciones que Mason
proyectaba en la pantalla.
—Se trata de un vehículo terrestre, un tanque, con capacidad nuclear. El SpiderHod.
En hebreo hod significa esplendor.
Para Smythe esto era su Mata-Arañas más espléndido.
—¿Qué objetivos planean atacar?
—Imagínatelo— Mason comenzó a navegar entre otros archivos—. Pero no es lo
único que estaban desarrollado y en lo que he tenido que trabajar.
—¿Algo peor?
Phineas Mason abrió una nueva imagen con más especificaciones escritas a su
lado.
—Spider Gear. Al contrario que el SpiderHod, esta arma tiene patas: ocho,
concretamente, como una araña. Este proyecto lo comenzó a desarrollar gracias a
la financiación que Symkaria parece haberle facilitado.
—Sí que estaba obsesionado conmigo —señalé mientras no dejaba de mirar a la
pantalla—. ¿Y en qué se diferencia al otro, aparte de en las patas?
—Bueno, es más versátil. El SpiderHod fue un proyecto que tiene ya muchos años,
obsoleto. Y falló en su principal objetivo: la posibilidad de disparar armas
nucleares.
—Pero aun así sigues trabajando en él.
—El Spider Gear sí que necesita más tiempo para ser terminado, pero el
SpiderHod ha sido equipado con un sistema que es capaz de falsear un
lanzamiento nuclear y lo necesitan ya, hasta que termine el Spider Gear. De
momento, es el que van a utilizar para completar la primera fase del plan. Eso
no quiere decir que en el futuro no necesiten armas nucleares de verdad. Y ahí
entra en juego el Spider Gear, que no se está desarrollando en esta edificio,
aunque puedo trabajar sobre algunas de sus especificaciones desde aquí. Te daré
la localización de la base donde se encuentra el edificio principal de
desarrollo.
—¿Pero en qué demonios está pensando Marta Plateada? ¿Qué planea?
—Estamos en Rusia, Spider-Man. El falso ataque va a ser emitido desde aquí,
donde está el SpiderHod, que tiene la tecnología capaz de enviar la señal de
misiles inexistentes a Estados Unidos. Y ya sabes cómo responderá Estados
Unidos a ese supuesto ataque.
—Atacarán a Rusia y, a ojos públicos, Estados Unidos será la que inició un
ataque nuclear contra el país—. Esta vez sí tuve que sentarme en una de las
sillas vacías.
—Provocando una Tercera Guerra Mundial de forma inmediata. Imagino que Symkaria
planea sacar beneficio de que dos de las mayores potencias mundiales pugnen
entre sí. Pero lo que Marta Plateada parece no haber pensado es que esta Guerra
Mundial podría acabar con el planeta.
Por un momento no pude contener mi ira y descargué un puñetazo contra uno de
los paneles.
—Yo tampoco quiero esto, Spider-Man, pero me sacaron de prisión y me obligaron
a colaborar—. Phineas se acercó a mí con su silla de ruedas—. Si reaccioné mal
al verte es porque alguien importante para mí se está jugando el pellejo
infiltrándose aquí.
Alcé la mirada y miré fijamente al ingeniero, expectante por saber quién estaba
aquí.
—Si das la alarma, su misión también correrá peligro. Se trata de mi hijo, Rick
Mason, conocido como El Agente. Llevaba años dándole por muerto, desde la época
de vuestra Guerra Civil superheroica. Pero no lo estaba, Spider-Man. —Phineas
se secó con la chaqueta las lágrimas que empezaban a asomar por sus ojos—. Y a
pesar de que siempre hemos estado en diferentes bandos de lo que llamáis
justicia, él intentó sacarme de prisión. Consiguió colar un transmisor para
poder estar comunicados, y gracias a ello pude informarle de que alguien se le
había adelantado y decirle dónde me
habían traído.
—-¿Sigues en contacto con él por radio? —pregunté esperanzado de contar con la
ayuda de un agente de campo especializado.
—Sí. Te daré el transmisor. Su frecuencia es 140.85.
—Gracias, Phineas.
—Tendréis que someter a al SpiderHod a ataques de artillería pesada de forma
continua. Pero eso solo evitará que pueda moverse y usar sus armas convencionales.
Para detener el sistema que enviará la emisión del falso ataque de misiles
nucleares debéis introduciros en su interior, desmantelar manualmente todos los
archivos de memoria y destruir la estructura en la que se alojan.
Sí, oyentes, una misión de rescate en una jungla infestada de villanos se
convirtió en una misión para evitar la maldita Tercera Guerra Mundial.
—¿Y para que quieren al Lagarto, entonces?
—Se trata de otro proyecto que nada tiene que ver con armas nucleares, aunque igual
de peligroso. Pero no hay tiempo para explicar más, sabes lo importante. Te
indicaré dónde tienen el SpiderHod. Ponte en contacto con mi hijo e id juntos a
por él.
Antes de salir de la sala el antiguo Chapucero me miró fijamente, sin un ápice
de la maldad que proyectaban antaño sus ojos y me suplicó dos cosas.
—No dejes que mi hijo muera, por favor. Y si os cruzáis con mi peor enemigo,
aquel que me hizo esto, no le detengas si tiene oportunidad de matarle y
vengarme.
—Solo te puedo prometer una cosa, Phineas: nadie morirá.
Me movía todo lo rápido que podía por la jungla sin usar apenas mi telaraña
para ahorrarla, hasta que mi sentido arácnido me alertó. Me detuve de golpe sin
conseguir ver nada a mi alrededor. Escudriñé el entorno sin poder vislumbrar a
nadie, pero mi sentido no dejaba de zumbar. Seguía sin ver nada, hasta que pude
percatarme de algo que se acercaba a mí. Apenas tuve tiempo de reaccionar para
esquivarlo, consiguiendo que aquello con lo que me habían atacado y no podía
ver me rasgase levemente la pierna.
Pude escucha una leve risa burlona que me puso en alerta, mientras el sentido
arácnido no dejaba de avisarme.
—¡Venga, no te escondas! ¡No puedo burlarme de quien no se deja ver!
Tras pronunciar estas palabras me sentí levemente mareado y caí al suelo,
mareado. La selva me daba vueltas. ¿Qué llevaba aquella arma ? Menos mal que no
se me había clavado del todo.
—La tarántula ha cazado a la arañita —dijo con sorna aquel enemigo misterioso.
—¿Q-quién eres?
La figura se dejó ver, finalmente. No estaba escondido como tal, sino que se
había hecho invisible con la tecnología de su traje. A estas alturas no me
extrañaba que fuese un Predator, con su traje de camuflaje óptico y sus armas
súper tecnológicas. De hecho, tengo entendido que Lobezno se enfrentó a uno
hace no mucho.
Pero no, no se trataba de uno de estos extraterrestres que usan la Tierra como
su coto de caza privado, sino de Tarántula. La tercera o la cuarta, no sé, ya
he perdido la cuenta. Me había atacado con uno de los aguijones de sus botas,
que cargaba con drogas alucinógenas.
—No conoces mi nombre, Spider-Man. Al contrario que el resto que han llevado el
título de Tarántula, mi identidad, como la tuya, es secreta. Pero eso está a
punto de cambiar para ti.
Sentía cómo se acercaba alargando su mano hacia mí para quitarme la máscara.
Intenté alejarme, pero solo conseguí desplomarme del todo en el suelo, boca
arriba.
Mi esperanza para ganar tiempo era lanzarle telaraña a las manos para
inutilizárselas y ganar tiempo hasta despejarme. Al no clavarme el aguijón de
lleno, el efecto no había sido tan intenso como Tarántula pretendía.
Apunté a sus dos manos mientras las mías temblaban por el efecto de la droga y
“click”. Efectivamente, mis cartuchos ya se habían quedado secos.
Dejé caer mis brazos al suelo, derrotado, sabiendo que ese miserable villano de
segunda estaba a punto de descubrir mi secreto.
Comenzó a retirarme la máscara cuando, en un instante, escuché un disparo. El
sonido casi me despejó por completó. Alcé la cabeza levemente y pude ver a
Tarántula en el suelo, sangrando por el antebrazo que había estirado para
quitarme la máscara.
—¡Quién ha sido el hijo de la gran…!
Voy a censurar esa parte para que no desmoneticen el podcast.
El hombre que disparó apareció entre la vegetación con su pistola del calibre
.45 echando humo.
—Agente…— dije recuperando las fuerzas poco a poco.
—Has tenido suerte Spider-Man —Agente no dejaba de apuntar a Tarántula, que
gritaba de dolor—. Tú no tanta. Si intentas hacerte invisible te dispararé en
el pecho.
—¡Esto es jugar sucio! —gritó sin dejar de presionar la herida del brazo.
—Lo dice el que le ha robado el nombre a otro villano que existió antes que él
y me ha envenenado con un aguijón —Me acerqué a él teniendo cuidado de no
ponerme en el rango de tiro de Agente—. Por cierto, ¿de verdad te parece buena
idea usar el nombre en clave de Tarántula teniendo en cuenta que todos los que
lo usaron en su carrera de villanos han acabado muertos?
—¡Yo pienso ser la excepción, Spider-Man! Y si no llegas a tener ayuda te
hubiese dado caza.
—No vas por buen camino. Por el momento, eres el único villano al que me he
enfrentado hoy que ha acabado con un agujero de bala —Me dirigí a Rick—. ¿Qué
hacemos con él?
—Pagarle con la misma moneda.
Rick había sacado otra pistola y disparó sin dudar en el cuello de Tarántula,
donde se le clavó un dardo tranquilizante que le durmió al instante.
—Ey, una de esas podría venirme bien.
Una vez conocí a un Spider-Man de otro universo que utilizaba pistolas y,
creedme, oyentes, es más raro que ver a Hulk haciendo un crucigrama. Ni
siquiera una pistola de dardos tranquilizantes me sentaría bien.
Y sí, como os habréis imaginado, antes de mi encuentro con Tarántula ya había
llamado a Agente y habíamos acordado un punto de encuentro intermedio entre los
dos para acceder al laboratorio, sacar de allí al Lagarto e ir juntos a
destruir el SpiderHod. No lo dije antes en pos de la narrativa y la tensión del
relato, así no os esperabais la entrada de Agente en un momento crítico. He
aprendido leyendo a los mejores guionistas en mis propios cómics.
La habilidad de Agente para deshacerse de los guardias con su pistola de dardos
tranquilizantes me dejó boquiabierto. ¿Cómo un tío como Chapucero había tenido
un hijo tan molón que parecía sacado de una peli de espías? Tras neutralizar
entre los dos a varios guardias, llegamos a una amplia zona que debíamos
recorrer antes de llegar a la zona del laboratorio.
No parecía que hubiese enemigos, al menos no en plural. Pronto, mi sentido arácnido
comenzó a zumbar y Agente me avisó de un destello a lo lejos, entre los
árboles. Yo salté hacia un árbol, Rick se lanzó al suelo. Ambos nos pusimos a
cubierto tras los árboles, como hacía nuestro atacante.
—¡Spider-Man! —Me llamó Mason mientras cogía el rifle de francotirador con el
que cargaba—. Yo le distraeré mientras tú te acercas y le neutralizas.
—¡Cuenta con ello, Mason!
Hacerlo con telarañas hubiese sido más fácil, pero también más llamativo, así
que me conformé con pegar saltos y moverme entre las lianas cual Ka-Zar
mientras me acercaba al atacante.
—¡TÚ!
El grito lo había proferido Mason. ¿A quién había visto por la mira
telescópica?
Cada vez estaba más cerca, así que pronto lo descubriría.
—¡Te mataré! —Volvió a gritar.
No podía dejar que Mason matase a nadie, no mientras yo estuviese implicado en
la misión. ¿Pero a quién odiaba tanto el agente Mason para querer matarle?
Mi respuesta llegó justo en el momento en el que ese alguien se percató de mi
presencia, me apuntó y me disparó con su rifle. Una vez más mi sentido arácnido
me salvó.
Su traje negro destacaba tanto como el mío rojo y azul en esta selva verdosa.
Pero lo más llamativo, sin duda, era la calavera blanca que lucía en el pecho.
—¡Frank Castle! —grité sorprendido.
—¡El Castigador para ti!
Otro disparo del que me libré por poco.
—¿Qué haces aquí Castle? Vale que fuiste uno de los villanos de mi galería,
pero eso fue hace ya mucho tiempo.
Un disparo de Mason nos interrumpió, golpeando un árbol cercano al Castigador.
—Esto no es personal, amigo. —Castle me hablaba mientras intentaba cubrirse de
los disparos y mantenerme a mí a raya—. Ni tampoco lo hago por dinero.
Enseguida me fijé en el collar que llevaba con una luz roja parpadeante.
—¿Te han puesto una bomba?
—Me secuestraron y me obligaron a luchar para ellos. Así que vete de aquí y no
me obligues a matarte, Spider-Man.
—Sabía que no podías estar tan zumbado, aunque hoy ya no me sorprende nada.
Otro disparo impactó el árbol tras el que se ocultaba Castle.
—¿Y sabes también por qué ese tarado me tiene tanta inquina?
—A bote pronto te diría porque nos has disparado tú primero. Pero si quiere
matarte es por lo que le hiciste a su padre— le expliqué.
—He hecho muchas cosas a muchos hombres. Sé más específico.
Otro disparo.
—Su padre es el Chapucero. El mismo al que le clavaste un cuchillo en un
omoplato provocando que se quedara paralítico.
—Me quiere sonar. Algo haría, desde luego.
Ahora entenderéis lo fácil que es fastidiarla escribiendo un cómic de un
personaje que lleva publicándose muchos
años, cuando hasta el protagonista de las historias olvida sus propias
historias. ¿Le pasará también eso al Capitán América con sus historias de la
Segunda Guerra Mundial o para él eso fue como si hubiese sido ayer?
—No lo dudo, pero su hijo es un buen tipo, intenta no matarle.
—No es mi estilo, hombre araña, y lo sabes bien. Al menos no contra gente
inocente— El Castigador disparó de nuevo hacia el agente Mason, sin mucho
tiempo para apuntar antes de volver a cubrirse—. Si no hago mi trabajo detonan
el collar. Y te aseguro que saben bien si lo haré.
—¿Insinúas que están viendo todo lo que haces? —No pude evitar mirar hacia
todos lados.
El Castigador señaló al collar.
—No solo tiene un detonador.
—Mierda. Eso quiere decir…
—Eso quiere decir— continuó Castle— que si no te ataco a ti también y me limito
a hablar contigo, se mosquearán.
El Castigador me apuntó y disparó sin pensárselo. Mi sentido arácnido me avisó
antes de que terminara la frase y pude parapetarme tras un árbol.
No tenía telaraña, así que la distancia no era una posibilidad para mí.
Mientras el cruce de disparos continuaba entre ambos, me moví entre los
árboles.
Podía ver como Frank Castle me buscaba con la mirada entre la vegetación
mientras se cubría. Tenía que aprovechar uno de los momentos en los que se
distraía para disparar a Rick e intentar cogerle por la espalda. Y así hice. En
uno de esos momentos me lancé hacia él y le agarré por el cuello, poniéndole a
cubierto de los disparos de Rick.
Evidentemente, no fue tan fácil, estamos hablando del maldito Castigador. Mientras
gruñía no dejaba de golpearme en el abdomen con el codo. Además, soltó el rifle
y echó la mano a su cartuchera para sacar una Magnum con la que intentar
dispararme a un pie, pero se la saqué de la mano de un rodillazo en el antebrazo y
le inmovilicé con más fuerza.
Seguimos forcejeando mientras Rick seguía disparando, intentando dar al
Castigador entre los árboles.
—Si… me… n-noqueas el… collar… expl-plotara.
Castle me conoce bien y sabe que no estaba por la labor de perder una vida.
—¿Cómo lo desactivo? —pregunté sin dejar de hacerle la llave.
—Max lleva… el c-control.
—¿Max?
—Max Dill…
Repentinamente, un rayo pulverizó la zona en la que se encontraba Rick Mason.
Tras el rayo dejaron de oírse los disparos; tampoco pude escuchar más la voz de
Rick. En cambio, una risa atronadora ocupó el extraño silencio que había dejado
tras de sí aquel trueno.
—Spider-Man, sé que estás ahí. Era cuestión de tiempo que te entrometieses.
—¡Electro! Deja en paz a Agente —grité hacia el otro lado, aunque lo único que
veía era el humo que había dejado el rayo en la zona en la que había impactado.
Ya había soltado al Castigador, así que mi voz se entremezclaba con sus toses.
—Agente va a ser mi juguete en las próximas horas. Si quieres salvarle tendrás
que venir a por él. Castigador, tienes permiso para dejarle ir. Me pregunto
cuánto tiempo aguantará Agente a mi tortura —La risa de Max Dillon se perdió en
la selva.
Electro podría haberme atacado a mí directamente, pero sabe de sobra que mi sentido
arácnido me habría avisado a tiempo para esquivarle. Aunque sin ver de dónde
viene el ataque complica que pueda evitarlo, como me pasó con el ataque de
Tarántula haciendo uso de su traje de camuflaje óptico. Sea como sea, prefirió
no jugársela e ir a por Agente para tener un rehén con quien divertirse. De
paso, se divertiría también conmigo poniendo el peso del sufrimiento y la vida
de una persona sobre mi espalda.
Frank Castle no se despidió, no dijo nada, simplemente se dio la vuelta y se
marchó. Imagino lo humillante que estaba siendo para alguien como él haber sido
secuestrado y tener que seguir órdenes de gente a la que detestaba.
—¡Frank! Detendré a Max Dillon y conseguiré desactivar tu bomba. Te lo prometo.
Frank Castle no respondió y se perdió caminando entre la vegetación. Era como
ver a un león enjaulado.
Pero no tenía tiempo que perder, no solo debía desactivar la bomba de El
Castigador, también rescatar a Agente y a Curt Connors.
Para lograrlo me adentré en
el edificio de la base principal. Tras deshacerme de varios soldados había
llegado al laboratorio, donde esperaba encontrarme al doctor trabajando en ese
otro proyecto del que no sabía. No descartaba que, debido al estrés, se hubiese
transformado en el Lagarto, pero mi sentido arácnido no zumbaba, así que
parecía que estaba a salvo del escamoso villano.
Y así fue, pude ver a Curt leyendo documentos y trabajando en algo. Llevaba
pocas horas aquí desde que lo secuestraron y ya le tenían investigando. Imagino
que amenazaron con hacer daño a Martha y Billy y no pudo oponerse.
—¡Connors! Recibí tu señal de socorro —Me acerqué corriendo hacia él, que se le
iluminó la cara al verme.
—¡Spider-Man, gracias al cielo! —dejó lo que estaba haciendo y me dio la mano
entusiasmado.
—No sé en qué te tienen trabajando, pero sea lo que sea no tendrás que seguir.
Te voy a sacar de aquí. Pero antes, aprovecharé lo que tienen el laboratorio
para fabricar más telarañas.
Mientras trabajaba todo lo rápido que podía con el fin de rellenar de nuevo mis
cartuchos, Connors no para de moverse e un lado a otro en la sala.
—Es terrible, Spider-Man. Me han hecho continuar el trabajo de Wolfgang
Hesller. Un virus programable para que afecte a quien ellos quieran
configurando su ADN.
—¿De qué forma afecta ese virus?
—Provocando un infarto inmediato al entrar en contacto con esa persona. Lo
tienen muy avanzado. Dentro de poco solo necesitarán el ADN de las personas que
quieran eliminar— Connors estaba sudando y no dejaba de frotarse el pecho con
su mano.
—Tranquilo, se terminó. Nos vamos. Yo ya he terminado.
—Si no me pueden usar a mí es cuestión de tiempo que encuentren a otro.
—No dejaré que pase, Connors.
—No lo entiendes, tienen todo bajo control. Llevan años planeando esto. No van
a parar hasta controlar el mundo.
—Connors, tranquilo. Ahora es importante pensar en el corto plazo: sacarte de
aquí, rescatar al agente Mason y destruir el SpiderHod.
—Da igual lo que hagas aquí, Spider-Man. Estamos condenados— Se detuvo en seco
y comenzó a respirar fuertemente mientras se apoyaba en una mesa de trabajo.
—Curt, trata de controlar la respiración. Es un ataque de ansiedad —Intentaba
calmarlo como podía, pero no había mucho tiempo.
—Estamos condenados, Spider-Man. Condenados. Estamos condenados.
—Connors, necesito que te repongas y salgamos de aquí ya, por favor. ¡Connors!
—Estamos condenados, estamos condenados. Condenados —De repente dejó de hablar
y de respirar frenéticamente.
—¿Estás más tranquilo?
Connors levantó lentamente la cabeza y me miró con unos ojos que no eran los
suyos.
—Estás condenado.
Mi sentido arácnido comenzó a zumbar cuando
en su muñón se formó a una velocidad inusitada un brazo reptil con el
que me atacó y al que apenas pude evitar.
—¡SSSpider-Man! ¡Páralo! —Connors gritaba y se retorcía con medio cuerpo ya cubierto
de escamas.
—¡Intenta aguantar, Connors! ¡Piensa en Martha y Billy! Piensa en nuestra
misión aquí.
—¡No puedo Spider-Man! ¡Me controla, me controla!
—¡Tú controlas al Lagarto, no él a ti!
—¡No el Lagarto! ¡Me controla ella! ¡Ella! ¡Detenla, Spider-Man! ¡Por favor!
—¿Ella? ¿Quién es ella, Curt? ¡¿Curt!?
—Detenl… ¡¡¡¡Ahhhhhhhh!!!!!! —El grito fue desgarrador y retumbó más allá del
laboratorio.
Connors había completado su mutación al Lagarto.
Hubo un silencio tenso y una extraña quietud. Sé que Connors había conseguido
hacía un tiempo dominar el cerebro del Lagarto imponiendo su psique a la del
reptil.
Me quedé en posición de defensa, esperando una reacción por su parte, tenso,
pendiente de que mi sentido arácnido zumbase o el Lagarto hablase como Connors.
Por desgracia ocurrió lo primero y me vi obligado a lanzarme hacia atrás
mientras disparaba mi telaraña contra el monstruo, que se deshacía de ella con
facilidad.
Alguien le controlaba; una mujer, y por eso no había sido capaz de controlarle.
¿Ella sería...?
Pego un gran salto hacia la pared en la que estaba adherida, teniendo que
zafarme de él de una gran patada en su enorme abdomen, que le lanzó contra una
de las mesas de trabajo, destrozando gran parte del material de laboratorio.
Enseguida se incorporó
cuando estaba a punto de darle un puñetazo que le volviese a tumbar. Pero
agarró mi brazo y me lanzó contra otra de las mesas, saltando después sobre mí.
Esta vez el que se levantó de un salto fui yo, encajando mis dos piernas en su estómago
aprovechando el impulso.
El Lagarto profirió un grito y cayó contra el suelo, aunque ya estaba levantado
de nuevo cuando le lanzaba más telarañas para intentar apresarle.
—¡NOOO! —gritó deshaciéndose de mi
fluido y abalanzándose de nuevo con las garras en ristre.
Esquivé su ataque agachándome y le di otro puñetazo, esta vez en el pecho. A
pesar de la potencia con la que le golpee, no se detuvo y me derribó con su
cola, tras lo que saltó dispuesto a aplastarme con sus patas.
Me aparté a duras penas rodando por el suelo.
Antes de que pudiese levantarme escuché a varios soldados entrando en el
laboratorio. Lógico que hubiesen dado la alarma con el escándalo que estábamos
montando.
—El Lagarto está desbocado. Repito: el Lagarto está… —Antes de que el soldado
pudiese terminar la frase por radio, el Lagarto se la arrancó de la mano, con
mano incluida.
Los gritos del soldado fueron interrumpidos después de que su garganta fuese
desgarrada.
—¡NO CONNORS! ¡TÚ NO ERES ASÍ!
Sabía que por mucho que gritara a Connors no reaccionaría. Ahora era el Lagarto
quien mandaba, y en los últimos años se había vuelto más despiadado que nunca.
Los soldados comenzaron a disparar contra el Lagarto hasta que agotaron la
munición del cargador. El reptil era muy resistente y rápido.
—¡NO LO HAGAS, CURT!
De nada sirvieron mis gritos, el Lagarto comenzó a destripar a los allí
presentes sin ningún miramiento. Intenté detenerle lanzando mis telarañas a sus
brazos, pero solo sirvió para que me lanzase hacia el exterior del laboratorio,
al pasillo.
Cuando quise levantarme, el laboratorio ya estaba lleno de sangre y vísceras y
el Lagarto había vuelto contra mí, sin poder apenas reaccionar a pesar del
zumbido de mi sentido arácnido.
Me dio otro colazo que me hizo atravesar una puerta sin necesidad de la tarjeta
de acceso requerida. La sala en la que aterricé era una con una consola de
mando, una vitrina de cristal en la que no alcancé a ver que había y una
cristalera que dejaba ver otro sala.
Entre la puerta derribada y las chispas que salían de ella pude ver aproximarse
al Lagarto, imponente, sediento de más sangre y frenético. Entró derribando lo
que quedaba de la puerta de metal destruida, tras lo que me encarame en el techo, lancé dos telarañas
y me impulsé encima de sus hombros, para golpearle la cabeza e intentar
cegarle.
Pero el intento no fue suficiente, ya que aguanté tan solo unos pocos segundos antes de que me agarrase y me quitara de sus hombros lanzándome contra el cristal blindado, algo que pude confirmar al impactar contra él.
Antes de poder levantarme, y con el traje roto y cubierto de sangre ya por varios sitios, el Lagarto me agarró por la nuca y comenzó a empotrar mi cabeza contra el cristal blindado, que con cada golpe se iba agrietando un poco más.
—¡Connors, por favor! —Otro golpe—. Tú tienes el control, ni el Lagarto ni ella.
Los golpes continuaban mientras mi cabeza estaba cada vez más aturdida.
—Martha y Billy han vuelto —Y otro golpe—. Tienes algo por lo que… —Más golpes— ¡Vivir!
El Lagarto se detuvo.
—Sssí. Essss mi vida, no la sssuya,
—Eso es, Connors —Mi respiración era agitada y la sangre de mi boca ahogaba mis palabras mientras se deslizaba por mi barbilla y salía por la parte inferior de mi máscara rasgada—. Es t-tu vida… No la s-suya. T-te han obligado a trabajar en algo para… matar, te han obligado a matar. Pero ese no eres… tú.
—No… no lo ssoy.
—T-tú has luchado… todos estos años tan solo para vivir. Por ellos.
—Por ellossss.
Cuando el Lagarto comenzaba a soltarme profirió un grito repentino que casi me destroza los tímpanos, me agarró con más fuerza y volvió a golpearme la cabeza contra el cristal.
—¡NOOOO! Ella tiene el control, no tú, ¡Sssspider-Man!
Los golpes continuaron. Yo casi me había desmayado, pero con la poco consciencia que me quedaba pude pensar algo, mientas esperaba el golpe definitivo contra el cristal.
—T-tú… lo has querido….
El Lagarto me agarró con tanta fuerza que parecía que iba a pulverizar mi cráneo. Cogió más impulso y, tras varios golpes más, dio un último golpe con mi cabeza contra el cristal blindado que acabó rompiéndose.
Mi cuerpo se impulsó hacia el pasillo, chorreando sangre por la cara y con la máscara casi rota por completo, por la que asomaban mis heridas y mi pelo también manchado de sangre.
—¡S-se acabó! —sentencié con mis últimas fuerzas y lancé una telaraña a una palanca que destacaba en la consola de mando.
La sala tenía que ser una de las que usaban para experimentos y pruebas, así que esa palanca no podía activar nada bueno.
Y en efecto, no lo era. Un gas comenzó a cubrir la estancia, lo que hizo que el Lagarto me soltase y comenzase a dar colazos contra paredes y muebles.
Intenté cubrirme la boca mientras me tiraba contra el suelo del otro lado del cristal, arrastrándome. Pero ya estaba respirando ese gas que no creía que tardase mucho en asfixiarme, o algo peor.
Me levanté a duras penas. No dejaba de toser y de sangrar por la cara y otras partes del cuerpo. Si la palanca accionaba un gas tenía claro lo que había en la vitrina de al lado. Sin pensar lancé una telaraña para derribar la vitrina, romperla y con otra telaraña atraer lo que había en ella: una máscara de gas.
Me la puse, no sin dificultad, mientras observaba al Lagarto volverse cada vez más loco.
¿Qué debía hacer? ¿Esperar mientras veía a mi amigo morir frente a mí? ¿Ayudarle poniendo en riesgo mi vida y la misión que tenía ahora por delante?
Antes de que pudiese decidir algo vi cómo el Lagarto se agarraba con más fuerza, se apoyaba en la pared y respiraba más frenéticamente. Di un paso hacia el cristal roto para volver a la sala en la que estaba e intentar a hacer algo, pero en ese momento lanzó un bufido y me mostró unos ojos inyectados en sangre. Su respiración era más agitada que nunca y no dejaba de babear. Ese gas no le estaba matando, había alterado sus químicos cerebrales y le había vuelto más loco si cabe. Intenté pasar por otra puerta para escapar de su ira, pero antes de que pudiera intentar abrirla, el Lagarto se lanzó contra mí atravesando el hueco donde antes estaba el cristal blindado haciéndome atravesar la puerta que estaba intentando abrir. Era otra sala con otra consola, así que activaría otra cosa para la sala de experimentación.
El Lagarto comenzó a rugir agónicamente mirando al techo, momento que aproveché para activar la palanca de esa sala esperando que no hiciese lo mismo que la de la sala de la que veníamos. Y, efectivamente, no hizo lo mismo.
El suelo de la sala era diferente y de él comenzaron a surgir descargas eléctricas que inmovilizaron al Lagarto mientras se desgañitaba por el dolor, la furia y la locura. ¿Intentaban crear a otro Electro aquí?
Tras unos segundos de agonía, El Lagarto cayó inconsciente, yo desactivé el suelo eléctrico y no tardé en seguirle. Antes de perder la consciencia por completo pude escuchar a unos soldados con su voz amortiguada por máscaras de gas
—Están los dos abatidos. El Lagarto vuelve a ser humano. Parece que no hay peligro.
—Cogedlos. Nos los llevamos.