Así que...Talina protege a los niños abandonados por su
padres. Nunca había sentido tanta felicidad ni llorado como ahora...¡Te quiero
Talina! Aunque mi peluche no tiene el pelo tan largo como me he imaginado.
¡Bueno, ya le crecerá! Gracias por contarme el cuento de Talina, no sabía que
existía. Es mucho más que un peluche ¡qué bien! Sí, sí. Ya me duermo. Voy a
dormir mejor que nunca ¡ya verás!
¡He soñado con Talina! Dormía en su pelo, acurrucado, junto
a otros niños y junto a ti, claro. No me separaré de Talina nunca, nunca, nunca
más de los jamases. Je,je,je,je.
Aunque me sigan pinchando, la comida este mala y hablen
conmigo señores tristes y arrugados, con Talina y contigo siempre seré feliz.
¿A que a ti tampoco te gusta la comida? Me regañan cuando te
la doy porque tú no te la puedes comer. ¡Pues que te den algo que puedas comer!
Menos mal que a ti no te importa.
Por la ventana veo casas muy altas, demasiado altas. No me
gustan, aunque sí me gusta que vivan gente en ellas y sean felices. Aunque no
lo son, como los señores blancos y arrugados. Todos son arrugados, laberintos
con patas. Ja,ja,ja,ja. Me río aunque no sea del todo divertido. Pero hay que
reírse. No pasa nada, ellos no se dan cuenta de que están tristes. Supongo que
tiene que ser así.
La gente triste y arrugada se convierten en cosas tan
enfadadas como Gasgoroz, con hambre cuando se suben en esas casas en
movimiento. Debe ser porque son pequeñas y hay muchas. ¡Yo tampoco sabría por
dónde meterme! No sé como no se chocan.
La gente es de muchos colores fuera de aquí, pero todos son
grises y negros. Andan sin ir a ningún sitio ¡es un rollo! Yo les sigo porque
no sé hacer otra cosa, pero yo soy feliz aunque esté con ellos. ¡Y aprendo
cosas! Aunque esas cosas no importen un pimiento, como dice mamá. Pero no se lo
digas que lo he dicho, que a ella no le gusta que diga pimiento, no sé muy bien
por que. Papá sabe que a mamá no le gusta que diga “me importa un pimiento”,
por eso él usa otra palabra que empieza por “m”. ¡Jolín! Ahora no me acuerdo de
que palabra es. Ahora que lo pienso, mamá parece enfadada cuando lo dice papá.
Supongo que a mamá no le gusta que no nos importen las cosas y por eso se
enfada. No lo sé.
El caso es que las cosas que aprendo en el cole no importan,
le guste o no a mamá. Nos dicen que si el corazón se para dejamos de vivir.
¡Menuda mentira! Y que el mundo es redondo y tiene cinco continentes. ¡Pues
menudo rollo si fuese verdad! Pero hay que ir al cole para que mamá no se
enfade. Nos dicen que tenemos que ser buenos y ayudar a la gente y que si vamos
al cole aprendemos muchas cosas. Pues la gente de ahí fuera no debe de haber
ido porque al venir he visto como a un señor muy, muy triste, con tanto pelo
como Talina, pero en la cara, no se acercaba nadie. ¡Yo lo hubiese hecho! Pero
no podía. A lo mejor ellos tampoco pueden, a lo mejor su profe no tuvo tiempo
de enseñarles esa lección. Es que son muchas cosas importantes las que tienen
que enseñar ¡jolín! No da tiempo a todo. Aunque si algunas cosas son mentira
¿por qué no enseñan lo que de verdad importa? A lo mejor no les dejan
enseñarlas, igual que a mí no me dejan acercarme al señor del pelo en la cara.
Pobre señor, ¿qué le pasaría? A lo mejor se cansó de caminar
como los demás ¿no crees? ¿Y si no sabe caminar? A lo mejor se ha perdido y no
sabe dónde está su casa. ¿Te imaginas que no tiene casa? Espero que no esté
solo como estos niños. Si estuviese aquí Talina les protegería con su pelo.
Incluso al señor del pelo en la cara ¡Seguro!
Ahora me siento un poco mal. Yo tengo cama y a mis dos
mejores amigos haciéndome compañía. El no tiene nada. Si pudiéramos bajar y
ayudarle. Ya, ya sé que tengo que dormir, pero es que...¡Es verdad el cuento!
¿Le gustarán los cuentos al señor del pelo en la cara? Un día se lo
preguntamos. Hoy toca el segundo cuento que no conozco, ¿verdad? ¿Ryhen? ¡Vaya!
Nunca lo había oído. ¿Quién era Ryhen?
EL CUENTO DE RYHEN
Ryhen era un niño del bosque del umbral, un paraje maravilloso en el que vivían infinidad de niños que jamás crecían y cuya alma se reflejaba en sus ojos, no olvidando jamás su auténtico espíritu ni quiénes eran en realidad. De todos los cuentos existentes son, sin duda, los seres más alegres y felices que existen, pero Ryhen no era feliz. ¿Por qué no era feliz Ryhen? Os preguntaréis. Porque su auténtico espíritu, su alma, no se reflejaba en sus ojos. Todos tenían a su acompañante eterno para hablar, jugar, cantar, bailar y reír, pero Ryhen estaba siempre solo.
Nadie sabía por qué Ryhen no tenía un acompañante eterno, pero realmente a nadie le importaba, por eso no le hablaban. Era raro y muy callado. Se pasaba el día apoyado sobre su árbol, esperando a que algún niño se le acercase, pero nadie lo hacía.Un día de cada año en el bosque nevaba y hacía un frío descomunal. Eran tan bajas las temperaturas que cualquier persona corriente
quedaría congelada tras pasar unas horas en el bosque. Si los niños del bosque
del umbral no morían era gracias a su acompañante eterno, que se fusionaba con
ellos creando energía muy, muy cálida en su cuerpo. Ese día, el bosque brillaba
con una luz verde muy intensa que podía verse desde cualquier rincón del mundo.
Ese brillo anunciaba el fin de ciclo y la renovación del alma de cada persona,
la oportunidad de enmendar errores y de encontrarse a sí mismo, por eso,
durante un mes se iluminaban las calles con luces verdes. Era una fiesta que
sacaba lo mejor de las personas. Sí, como la Navidad, solo que aquí la llamaban
fiesta de la Umbralita. Con la umbralita, un mineral muy común, podían iluminar
las calles con la luz verde, muy parecida a la luz que emanaba del bosque. Y,
al fin y al cabo, el bosque de donde provenía esa luz se llamaba bosque del
umbral, como ya te he contado, así que el nombre le venía que ni pintado.
El día previo de la Umbralita los espíritus de los niños se
introducían en sus cuerpos para comenzar el periodo de hibernación de tan solo
un día. La nieve empezaba a caer y el brillo que desprendían los niños echados
junto a su árbol iluminaba cada copo. Esa lluvia de luz verde indicaba que
quedaban pocas horas para que todo el bosque brillase.
Durante el día siguiente a los niños de todas las ciudades
del mundo se les regalaban cosas para que les hiciesen compañía durante todo
ese año, aunque siempre eran cosas materiales.
Pero Ryhen era el único que estaba verdaderamente en el
umbral, el umbral entre la gente corriente y los niños del bosque, pues ni
recibía regalos ni el calor del reflejo de su espíritu. ¡Para colmo era el
primer año de Ryhen en el bosque! Cuando los niños se fusionaron con sus
espíritus y se tumbaron junto a su árbol empezó a sentir mucho miedo. Después
del miedo vino el frío acompañado de la nieve.
Pasaron tres horas y ahí estaba el pobre Ryhen, solo y
asustado congelándose de frío. Entonces vio a un espíritu despistado y un poco
lentorro que todavía no se había fusionado con su niño, que también estaba
tiritando. Se acercó a él y le saludo tímidamente. El niño le miró de reojo y
no le respondió.
-¿Me dejas tu espíritu?-Preguntó esperanzado.
-No, es mío.-Respondió tajante.
-Pero es que tengo frío.
-Si te lo dejo me congelaré yo.
-¡Podemos compartirlo!-Se le ocurrió a Ryhen.
-¡He dicho que no!
Desesperado, Ryhen intentó coger con su mano el espíritu del
niño, que le hizo salir disparado. No le calentó, aunque la mano le quemaba.
-¡Ladrón!-Gritó el niño sin recibir respuesta de sus
compañeros.-¡Ladrooooón!
El espíritu del niño se iluminó con fuerza haciéndole mucho
daño en los ojos, por lo que Ryhen, muerto de miedo, salió corriendo.
La ventisca se intensifico, los árboles se sacudían furiosos
y la nieve lo cubría ya todo. Ryhen casi no podía moverse del frío. Tras dos
horas caminando lentamente entre la nieve cayó de rodillas exhausto. No podía
más. Empezó a sentir un calor inusual y a quedarse dormido. Finalmente cruzaría
el umbral. ¡Y vaya si lo cruzo! Cuando despertó se sentía con energía, aunque
seguía en el bosque en medio de la ventisca. Sintió algo en el pecho que le
hizo continuar hasta salir de él, mientras la luz verde lo bañaba todo un
poquito más. Fuera del bosque hacia frío, pero no tanto.
Había empezado la fiesta de la Umbralita y él la celebraría
fuera de ese bosque. Por fin podría ser como los demás, así que, entusiasmado,
se dirigió al primer pueblo que encontró, con casitas de madera de dos pisos,
con los tejados nevados y gente colocando los minerales de umbralita de
diferentes formas y tamaños en las ventanas, puertas y tejados. También hacían
una recreación del bosque del umbral con los niños correteando por él en el
centro del pueblo y adornaban una réplica del árbol sagrado del bosque, que
perteneció al primer niño del bosque. Era precioso.
En una tienda tenían una cosa que parecía blanda con algo
negro por encima. ¡Eran bollos de chocolate! Y muy ricos, por cierto. Ryhen
nunca había visto uno, y mucho menos los había probado, así que entró a la
casita y cogió uno deseoso de saber si sabían mejor que las plantas que comían
en el bosque. ¡Ya lo creo que le gustó! Se comió otro, y otro, y otro...cuando el despistado tendero se quiso dar
cuenta, el niño ya se había comido una bandeja entera. ¡Hay que ver que glotón
era Ryhen! Y lo peor era que no tenía dinero, ni siquiera sabía lo que era eso.
El tendero no tardó en exigírselo, pero el bueno de Ryhen no podía darle nada,
así que el hombre lo echó de una patada de su tienda. Pronto descubrió que así
pasaba en todos los sitios con cualquier cosa.
Deambulaba por la calle buscando a alguien con quien hablar,
pero su aspecto no gustaba. Llevaba la fina ropa de los bosques, iba despeinado
y caminaba solo. Algún niño curioso se acercó a él, pero sus padres no tardaron
en alejarlo de su lado. Pidió bollitos y eso a lo que llamaban dinero, pero
nadie le dio nada. Se asomó a las ventanas de algunas casas y vio como a los
niños les regalaban muchas cosas: Caballos y espadas de madera, pelotas,
ropa... Quería ser uno de esos niños. Pero no lo era, y volvía a estar solo.
Estaba acurrucado apoyado sobre la puerta de madera de un
edificio con una cruz. Aunque Ryhen no lo sabía, era una iglesia. Un hombre
mayor y sin pelo salió por la puerta.
-Vete a casa niño.-Le pidió el señor mayor.
-No tengo casa, señor.
-Vaya...pues lo siento, hijo, pero no puedes quedarte aquí.
Algunos vecinos se han quejado...entiéndelo, hombre, no es plato de buen gusto
para nadie ver a un niño tan pequeño vestido de esta forma pidiendo dinero en
la puerta de la iglesia. La Umbralita es una fiesta muy bonita, las calles
tienen que lucir espléndidas. Además, pronto pasará la gran luz y no te lo
querrás perder. Anda vete.
-¿La gran luz?
-¡Ay! Pero, que niño más ignorante. Después de la lluvia
verde el bosque del umbral se ilumina tan intensamente que todos pueden verlo
desde cualquier sitio. Entonces, antes de que termine el día, todos se reúnen
en el punto más alto de su ciudad o pueblo para ver la gran luz que cruza el
cielo y absorbe la luz del bosque, devolviéndolo a la normalidad. Se dice que
la luz absorbida del bosque por la gran luz celestial se esparce por todo el
mundo repartiendo prosperidad. ¡Es más! Si te has portado bien y eres de corazón
puro te puede conceder un deseo. ¡Anda, niño, vete y corre a pedir un deseo!
Corrió, claro que corrió, pues esa era su última esperanza.
La gente estaba arremolinada en la colina, pero todos le miraban mal, muy mal.
Se alejó de ellos buscando otro sitió. En su búsqueda de un lugar alto vio su
reflejo en el escaparate de una tienda. Cuando vio lo diferente que era al
resto comprendió porque le miraban así. Tenía la piel muy blanca, estaba muy
delgado y se le marcaban muchos los huesos...era raro. Pero no quiso pensar más
en ello y salió veloz como la gran luz celestial a lo alto de un árbol.
Entonces la vio, magnífica, cruzando el cielo con una
grandiosidad inexplicable, iluminando el mundo, tan verde como la luz del
bosque. Ryhen la miró fijamente. No cerró los ojos, solo la miró y se
concentró. Podía haber pedido ser como los demás, tener un acompañante eterno,
un amigo normal, un bollo o dinero. No pidió nada de eso, de hecho no pidió
nada. Se quedo anonadado mirando esa luz, dejándose bañar por su verdor,
asombrándose por su gran calidez. Era magnífica. Entonces la gran luz celestial
se detuvo sobre el bosque y se hizo más grande cuando absorbió la luz del
bosque. Se quedó por un momento flotando en el aire y, tras unos segundos,
salió disparada hacia el pueblo.
La gente gritó entre maravillada y asustada cuando la gran
luz pasó por encima de sus cabezas, él en cambio se quedó en silencio cuando le
atravesó el pecho, saliendo de él la silueta de una mujer reluciente ante la
que todos se inclinaron. Todos menos Ryhen.
-No he venido a concederte ningún deseo-susurró la mujer.-Al
fin y al cabo ningún deseo has pedido. Pero siento tu corazón. Que no puedas
proyectar tu alma no quiere decir que no la tengas...de hecho es la más intensa
que he conocido, tanto que no hace falta que la veas y hables con ella para que
te sientas bien. Ella te ilumina y te mantiene con fuerzas y calor, por eso
saliste del bosque sin congelarte, Ryhen.
-Sabes mi nombre.-Se maravilló Ryhen.
-Tu alma me lo ha dicho.
-Pero yo no la oigo.
-Yo tampoco...pero la siento con la misma intensidad que tú.
-¿Y qué hago para que la gente me quiera?
-Nada, Ryhen. No has de hacer nada. No aquí, este no es tu
lugar. Tu lugar está muy lejos, cruzando otro umbral. Te necesitan más en ese
otro lugar, pues otro niño debe llegar donde estás tú y tú has de conducirlo
hasta aquí, Ryhen.
-Y, ¿entonces seré feliz?
-No a ojos de los demás, pero los demás no saben mirar. No
debes buscar su aceptación, no la necesitas. Tampoco les culpes por ello,
necesitan la luz que a nosotros nos sobra. ¿Sabrás dársela, Ryhen?
-No sé cómo, pero sé que lo haré.
La silueta de la mujer creó con su luz un portal, tras él se
veía un mundo totalmente diferente.
-Crúzalo, y devuélvenos el equilibrio que perdimos hace
siete años.
Ryhen ya no se sentía triste, ni tenía frío. Ahora sentía el
calor, siempre había estado ahí aunque no se había dado cuenta. Y, ahora,
repartiría esa luz y ese calor en aquel mundo para compartirlo con la gente que
estuviese sola como lo había estado él.
Antes incluso de cruzar el umbral, sintió eso a lo que
llaman felicidad.
No había leido todo, que tonta! Empecé en el propio cuento y no había visto lo anterior. Menos mal que me he dado cuenta.
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