lunes, 8 de diciembre de 2014

Corazón Envenenado(IV)

 
ACTO IV
                                                 ÚLTIMA OPORTUNIDAD




Estaba a punto de saltar hacia un árbol cuando sintió cómo la agarraba con firmeza por la pantorrilla, produciendo que cayera e impactase con la barbilla en el tronco. Tenía tierra y sangre de otros soldados por toda la ropa y la cara, lo que provocaba que no se moviera con toda la comodidad a la que estaba acostumbrada, pues acostumbrada no estaba a llamar tanto la atención. El soldado se abalanzó hacia ella agarrándola por un hombro con una mano y por el cuello con el otro brazo. Antes de que pudiera aprisionarla del todo le propinó un cabezazo con la nuca liberándose de él. Agarró su puñal y se lo clavó en un hueco de la armadura. Otro soldado apareció de la nada pateándole el costado. La ladrona fue derribada al tiempo que se le cortaba la respiración durante un instante. La espada del soldado arrasó con toda la carne y los músculos que encontró en su camino. Por suerte era la espada de otro soldado, la del hombre alto con aspecto de estúpido, la que acabó con la vida de su nuevo adversario. 

La mujer miró hacia otro lado para ver cómo el condestable derribaba a su enésimo contrincante pisándole la cabeza.
-¡Por el rey!-Gritó al tiempo que se la aplastaba.
-¡Vienen más!-Avisó el soldado más bajito y con barba.
El condestable recuperó su espada y se preparó para recibirlos. Tenía algunos golpes en la cara y una herida en la sien, pero no parecía nada grave. Sus soldados le imitaron mientras ella trepó el árbol que instantes antes no había podido, para asaltarles por sorpresa.
Los caballos les rodearon, eran más de los que habían enviado en un principio. Consideraban al condestable un hombre demasiado importante para la corona como para dejarle escapar.
No sabía muy bien si iban a ser arrestados o asesinados, pero esta vez no les superaban simplemente en número, les duplicaban. Aún así el condestable estaba dispuesto a luchar y a derribarlos a todos con su espada.
-¡No seáis ridículos y entregaos! ¡Tal vez nuestro gobernante os deje uniros a nuestra causa!
-¿La causa de unos traidores? ¡Que os joda un viejo con la polla podrida a ti y a todos los vuestros!
Digno de los modales de un noble, por supuesto. Y digna del condestable tal estupidez. La realidad es que los que estaban jodidos eran ellos y no podían hacer nada. Si al menos tuviera uno de sus productos. Pero era absurdo pensar en lo que podía hacer con lo que no tenía. Debía analizar la situación y buscar alternativas con las posibilidades que estaban a su alcance.
La realidad era que no la habían visto y podía realizar un ataque por sorpresa. Aunque atacar sin más no serviría de nada más que para llevarse a uno o dos, cuatro a lo sumo, por delante. Debía causar el caos, darles una oportunidad al resto. Incluso al pérfido condestable. Si pudiese causar una explosión, generar fuego de alguna manera. Era imposible.
-Tenéis una última oportunidad.
<<Una última oportunidad>>
-Entregaos o morid aquí, junto a los cadáveres de nuestros hermanos de armas.
<<Una última oportunidad...>>
El condestable aferró la espada con más fuerza.
-Os llevaríais una sorpresa ¡Ja!
Una última oportunidad, pero ¿para quién? ¿Para el condestable y sus hombres, para los soldados que les rodeaban o para ella? Una última oportunidad, tenían una última oportunidad y no sabía como enfocarla.
El condestable esperaba algo, un ataque; y a alguien: a ella.
Una última oportunidad para rendirse, una última oportunidad para atacarles y acabar con ellos o...una última oportunidad para escapar.
Eligió la última elección de sus últimas oportunidades. Algo de lo que no se sintió especialmente orgullosa. Una elección que tomó más bien por la falta de ideas que por el hecho de escapar.


Podía ver el sudor del condestable desde lo alto. Esperando, casi temblando de ira y de miedo. Temblando como un gato al acecho que espera su oportunidad para dar caza a su presa. Y ya sabemos todos que un gato es demasiado obstinado como para dejar escapar a su presa aún siendo superado en número y tamaño. El problema es que el condestable, además de obstinado era irremediablemente estúpido y, al fin y al cabo se merecía cualquier destino funesto. No tanto sus hombres, que le seguían sin muchas mas alternativas ni oportunidades.
-Yo me entrego a la causa.
El rostro del condestable se desencajó.
-Valoro mi vida por encima de la del rey, ni siquiera él me encomendó esta tarea.-Se adelantó cojeando el nuevo traidor.
Había hablado el soldado alto, el que había sido aplastado por el caballo que montaba con ella.
-¿Cómo puedes...? ¡Hijo de una puta con viruela!
Su soldado no le miró. Tampoco al que había sido su compañero. Detectaba algo en su mirada...parecía mentira que ella le conociese mejor que el propio condestable.
-Coged a ese pues. Vosotros, ¿elegís morir bajo nuestra espada, entregaros a nuestra justicia o, por el contrario, a nuestra causa?
-Ninguna de las tres. Elijo llevaros a unos cuantos de vosotros conmigo a la tumba.
El condestable levantó su espada en dirección hacia el soldado que le había traicionado, que con cojera o sin ella, seguía manejando la espada con maestría, deteniendo el golpe de su superior sin devolvérselo.
-La primera prueba de vuestra fidelidad. Matad a vuestro protegido condestable.-Ordenó el único que había hablado hasta ese momento.
Miró a los ojos al condestable, que no dejaba de jadear mirando con rabia a su hombre.
-No seáis insensato, mi señor, y entregaos.
-Siempre supe que eras un estúpido que jamás se enteraba de nada, pero jamás pensé que llegases a este nivel de estupidez.
-Es demasiado tarde para él.-Anunció el que siempre hablaba-.Matadle.
-¡Esperad!-El soldado alto levantó la mano-.El condestable os es de más utilidad vivo que muerto. Podéis usarlo como señuelo para entrar más fácilmente en la capital.
Asombroso que ese hombre tuviese una idea tan brillante. Y ella creyendo que lo único que controlaba con maestría era su espada. Sin dobles sentidos, se sorprendió pensando. Más le sorprendió que le sobreviniera una sonrisa por el pensamiento que había tenido.

Y una vez más, el condestable demostró ser más estúpido de lo que nadie pensase. Apartó de un empujón a su soldado e hirió las patas del caballo del que parecía el comandante, que para mas inri casi le aplasta al caer. El resto de caballos se alborotaron un poco, pero sus jinetes supieron controlar la situación al tiempo que aplacaban al cansado condestable, que consiguió matar a uno de los muchos soldados y herir a otros dos, solo a uno de gravedad.
El comandante miró a su caballo, después al condestable y otra vez al caballo. Una vez más miro al condestable mientras le sujetaban antes de golpearle con los nudillos de su guantalete. Varios dientes del impecable noble salieron disparados hacia las vísceras de otros hombres. El condestable intentó liberarse, pero no pudo hacer nada. Solo escupir la sangre de los dientes destrozados a su agresor.
Después vino un golpe en el estómago y una patada en la cara. Los golpes de la vida que tan justamente estaba recibiendo. La ladrona miró. Miró y se deleitó con cada golpe, con cada gota de sangre, con cada gemido de dolor. Hubiese deseado ser ese comandante, ser sus puños, se conformaba con ser simplemente sus guantaletes. Cómo le gustaría ser aquella bota para impactar contra su cara. Cómo le hubiese gustado que el comandante sacase su espada y le amputase una mano, las dos. El brazo entero, incluso. Cómo hubiese disfrutado si le hubiese rebanado el cuello allí mismo. Como le gustaría verle desplomarse en el suelo convulsionando mientras su sangre se derramaba sobre la tierra.
Era una ladrona, no acostumbraba a matar más que por defensa propia si las cosas se complicaban, como había sido el caso. Pero en ese momento hubiese bajado del árbol para acabar lo que el comandante había empezado. Se tuvo que conformar con ser una espectadora agradecida de tal espectáculo.
El condestable terminó con la cabeza bajo la bota del comandante. Y ahí estaba ella, recordando sus asquerosas palabras.
<<La vida te ha colocado donde debías, cabronazo. Cada golpe que te está dando ese hombre es un golpe que te debía la vida. Ahora solo hay que esperar a que se te dé el golpe definitivo.>>
-¡Zorra!-Vociferó repentinamente el condestable mirando a la copa de los árboles como podía mientras besaba el suelo.-¡Zorra, puta! ¡Da la cara sucia ladrona! ¡Traidora! ¡Todos traidores!-Otro golpe.
Algunos miraron a lo alto de los árboles. Ella no supo qué hacer. Si se movía para ocultarse mejor la verían. Si se mantenía inmóvil la verían. Evidentemente, la vieron.


Saltó de rama a rama no con la agilidad que la caracterizaba, pues tenía las piernas y otras partes doloridas a causa del combate. Una decena de caballos la seguían por debajo, cabalgados por hombres que esperaban un mínimo error para atraparla al caer. Sorprendentemente ninguno llevaba un arco para darla caza. Aunque aún llevándolo no lo tendrían tan fácil. Se agarraba con las dos manos a las ramas balanceándose hacia otra rama en la que se apoyaba con firmeza y ligereza al mismo tiempo. No faltaron traspiés que supo solventar con soltura. Y ella continuó esperando perderles de vista, una tarea nada fácil. Vio como un par de jinetes se adelantaron bastante para bajar del caballo y trepar ellos algunos árboles. Fue de lo más divertido. Escalaron con torpeza, pero llegaron a la altura por la que se movía ella. Al primero simplemente le esquivó, pero al segundo lo utilizó como impulso para llegar a la siguiente rama, consiguiendo tirarle. No supo si a esa altura simplemente se dañó un poco la espalda o se quedaría sin movilidad. Poco la importaba.
Después decidió sacar el puñal para saltar hacia abajo, en dirección a uno de los caballos. Tuvo que calcular muy bien la caída. Se adelantó lo justo y se tiró con los pies ligeramente separados, el brazo izquierdo hacia delante con la palma abierta y el derecho hacia atrás empuñando su arma. Cayó sobre el lomo al tiempo que clavaba su arma sobre el equino, que relinchó violentamente  derrumbándose al instante, momento en el que ella saltó. Algunos de los jinetes que la seguían tropezaron con su compañero y el caballo que manejaba, siendo derribados ellos también. Oyó gritos exageradamente escalofriantes, por lo que supuso que hubo aplastamientos dolorosos en el proceso. El siguiente saltó lo realizó de la misma manera, pero hundiendo su puñal en el cuello del jinete, que caía de su caballo provocando también el caos.

Con el siguiente no tuvo tanta suerte. El pie entró en contacto con el caballo en mal momento, cuando los cuartos traseros se estaban moviendo, lo que produjo un desequilibrio en la ladrona que cayó al suelo. El impacto pudo ser peor, pero los caballos que venían detrás iban dispuestos a aplastarla. Se recompuso rápidamente y se retiró de un salto puñal en mano, hiriendo la pata de un caballo que estuvo a punto de aplastarla y esquivando a otros tantos que iban junto a él. Sin pensar se subió al árbol más próximo algo dolorida. El resto de jinetes dirigieron sus caballos hacia ella sin resultado. Finalmente desistieron y abandonaron la persecución.



Era libre, completamente libre. Libre para marcharse a su guarida, su único hogar. Podría olvidarse de todo, del puto cofre y su contenido, de viajar al culo del mundo, de aguantar a gilipollas repugnantes. De él. Pero abandonar todo de esa manera solo para asegurar su integridad le parecía un desperdicio, una cobardía. Había tomado las riendas de su vida, vivido como quería, ajena a ningún tipo de control por más hombres, empezando por su padre y terminando por el rey. Era hábil, ágil, perspicaz y autosuficiente, y no tenía abuela. Pero sería estúpido negar lo evidente. No necesitaba ser mantenida por nadie para vivir, ni quería pagar absurdos impuestos por mucho que estuviesen ajustados.

Ella prefería hacerse con todo por ella misma, utilizando sus habilidades, pero no robaba a pobre gente lo poco que tenía, no. Comenzó robando para vivir a cualquiera que podía, hasta que se puso unos límites. Robar a los que más tenían no era fácil, pero sí lo era robando junto a gente que dedicaba su vida a lo mismo, aunque por diferentes motivos. Formar una hermandad de ladrones fue lo más acertado, y así pudieron repartirse las tareas. Alguien se encargaría de obtener lo necesario para vivir, mientras que el resto se dedicaba a robar reliquias, algunas como trofeos y otras para venderlas. Dejó de depender de nadie y comenzó simplemente a colaborar con otros iguales que ella. El dinero que obtenían de sus ventas lo usaban en contadas ocasiones, para darse caprichos, y así de paso hacer más ricos a humildes tenderos. Pero lo importante era labrarse una reputación como ladrón, obtener el mejor botín y dar prestigio a la hermandad, además de a tu propio nombre.
Por eso ese cofre era tan importante. Un cofre casi desconocido, pero legendario. Perteneciente a un linaje de reyes y cuyo contenido ni siquiera ella conocía. Había sido valiente, no se había dejado amedrentar, ¿y ahora iba a abandonar su tarea por un condestable? Había tenido tanta paciencia... Sabía que su destino se encontraba tras el palacio de la capital, pero adentrarse de nuevo en él no sería tan fácil, por eso vigiló y esperó. Por dos tesoros que cambiarían su vida.
La única forma de reencontrarse con el guardián era volver a su guarida y esperar o volver con el condestable. La primera opción era la más cómoda, pero no la más inteligente, pues cuando el guardián llegase a la guarida, que tarde o temprano encontraría siguiendo sus sinceras indicaciones, la tomaría como una traidora que había roto su trato abandonándoles. Así que tenía que hacerlo por más que detestase la idea. Tenía que rescatar al condestable.


No la hizo falta seguir el confuso rastro de los caballos, pues sabía a qué ciudad les habían llevado, la misma en la que habían sido retenidos tras haber recibido una carta del gobernador en la que anunciaba la situación actual del reino y la próxima llegada de éste. Había comenzado una guerra civil. El condestable se indignó tras enterarse de la traición de ciertos gobernadores. Por desgracia la noticia había, literalmente, volado antes de que llegasen a su guarida y ahora se encontraban en esa situación. No habían sido arrestados, tenían un alojamiento decente mientras esperaban la llegada del gobernador de la ciudad, que sería el que decidiera qué hacer con el condestable y sus hombres. Pero el señor condestable no pudo estarse quieto y terminó, un día, arremetiendo con varios soldados, primero con improperios y después con su espada. El resto, evidentemente, tuvo que unirse a la fuerza a tal alocada empresa.

Y así acabaron huyendo hacia el bosque, perseguidos por soldados dispuestos a hacerles pagar lo que habían hecho. Y a punto estuvieron de morir si no hubiese sido por la astucia de uno de los hombres del condestable, el que más estúpido había parecido hasta ahora.
No entraba en sus planes volver a dicha ciudad para vigilar los cambios de guardia y buscar una forma discreta de entrar. Pero había que hacerlo.
La muralla no era alta y los árboles estaban cerca de ella, algo muy poco adecuado. Suponía que el largo periodo de paz les había tranquilizado y por ello habían dejado crecer los árboles cerca de sus muros protectores, lo que ella usaría como ventaja.


Esperó disfrutando del tacto de la corteza, de la vista nocturna de aquella ciudad, de la tranquilidad que no llegaría a romper, de la situación controlada, del salto, del aire fresco recorriendo su cara, de la caída firme, del silencio de sus pies, de no existir. No tanto disfrutó hendiendo su cuchillo en la parte del cuello más cercana al hombro de aquel soldado, de sentir su sangre en la cara, de sufrir el dolor de sus extremidades al moverse, de tener que salvar al condestable. Pero continuó. Recorrió silenciosa como un felino la muralla, bailando con las sombras y tropezándose intencionadamente con el resto de guardias, demostrando que ella era la dueña de aquel baile y que la sombras eran las únicas que tenían derecho a entrar en contacto con ella. La muralla quedó vacía, hora de bajar.

No estaba acostumbrada a matar. ¿Alguien se creería ya esa afirmación? Nunca pensó que le sería tan fácil, no por falta de habilidades, sino por exceso de escrúpulos que,  según parecía, ya no conservaba...o nunca tuvo. Continuó con aquella matanza más propia de una asesina que de una ladrona. Silenciosa, concentrada, divertida incluso. Le iba cogiendo el gustillo. Cuando robaba se sentía la dueña de aquello que robaba. Como el amante que consigue enamorar a la persona ya comprometida. Ella se gana la posesión de todo aquello que roba mediante su habilidad. Y lo mismo pasaba con la vida. Si no eres suficientemente hábil para mantenerla, quien te la quita no es un ladrón ni un asesino, sino simplemente un gran amante, un conquistador. Había embaucado a la vida con sus encantos para que abandonase a esa persona y a la muerte para que se la llevase con ella. Amante y celestina, eso es lo que era. ¿Qué había de malo en ello? Todos merecemos vivir y tenemos algo por lo que hacerlo. Todos. Pues todos somos víctimas de un destino cruel y un mundo que no comprendemos, fuera de nuestro control. Pero también, todos, absolutamente todos, merecemos morir. Todos hemos hecho algo por lo que no deberíamos estar en este mundo si nos regimos por la lógica de la moral. Daba igual la perspectiva, todos merecemos desaparecer de este mundo o lo mereceremos pronto. Incluso ella, por supuesto. Pero mientras no hubiese nadie más hábil que ella solo habría una cosa capaz de llevársela de este mundo, el tiempo, que no tiene enemigo alguno.

No era cierto, todos no merecen morir, pensó mejor. Los niños no. Ya tendrán tiempo de convertirse en adultos y ganarse el derecho de muerte. No puedes juzgar una espada cuando todavía se está fundiendo el acero. Eso no quiere decir que el acero fundido no sea peligroso, pero todavía no está preparado para dar estocadas o recibirlas. Y eso eran los niños, espadas afiladas a medio hacer que podían hacer mucho daño si querían, pero que no merecían conocer a la terrible dama encapuchada tan pronto. Y el condestable había acercado a un pobre niño a ese destino, por eso era el que más se merecía morir de todos. Y ahí estaba ella, salvándole, matando por  mantenerle con vida y conseguir su libertad. Por esa misma razón ella merecía tanto la muerte como la vida, así era el mundo. Ni justo ni injusto, un cúmulo de infortunas casualidades y causalidades que no llevaban a ninguna parte más que al beneficio de las partes.

Y todo esto lo pensaba mientras mataba. Mataba y se acercaba a su objetivo. Llegó, ni sabía ella muy bien cómo, a las celdas del edificio del gobernador. No las había visitado, pero no era tan difícil encontrarlas como acceder a ellas. Para entrar solo había necesitado hacer uso de las sombras...bueno, y de una ventana mal cerrada, de su cuchillo, de su capacidad de observación y de la confianza de los guardias. El caso es que había llegado.
Observó escondida tras unas cajas con un olor bastante desagradable las rutinas de los dos guardias que paseaban por los, prácticamente, vacíos calabozos. Esperó, observó, se movió y se deleitó. ¿Con la muerte? No...o eso creía. Era el placer de un trabajo bien hecho que concluyó con el segundo guardia, al que mató en cuanto se giró.
En la celda los dos presos la miraron, pero no tenían cara de agradecimiento, sino de sorpresa; pero tampoco de sorpresa agradable.
-¿No vais a decir nada, sucios desagradecidos?
-Sí, que solo hay una cosa que disfrute más que ser rescatado.-La sonrisa parcialmente desdentada y la expresión de la cara del condestable no le gustaron ni un pelo. Parecía la típica de alguien que se deleitaba por ganar algo más antes de perderlo todo.
-¿A qué te ref...?-Algo le presionó la garganta.
-A que una puta ladrona sea atrapada in fraganti como una sucia rata despistada.
Fue la última frase que escuchó antes de quedar inconsciente.

No sabía cuánto tiempo había pasado, solo que la dolía el cuello y que se había movido unos pasos, la diferencia era que ahora podía ver la zona desde otra perspectiva. Perspectiva que, de haber tenido antes, le hubiera permitido evitar ser atrapada
-Hay que ser estúpida. Evitas a todos los guardias de fuera, entras hasta aquí, llegas hasta nosotros y no eres capaz de darte la puta vuelta para acabar con el único que te había visto. ¡Menuda ladrona de los cojones!
-¿Qué tienen que ver eso que tanto te gusta mencionar y de lo que careces con comer trigo? Ser mejor o peor ladrona no se relaciona con haberme dejado atrapar. Estúpidos vosotros que no me avisasteis y os quedasteis con más cara de alelados, si cabe. Y te recuerdo que he llegado hasta aquí sola, y no evitando a los guardias, precisamente, sino matándoles.
-Encima de puta, impostora y ladrona, asesina. Mereces esta celda, escoria.
-La misma que comparto con vos, noble señor.
-Menos sorna. Quien me ha encerrado aquí no es más que un traidor de la corona.
-Al que vos enfadasteis.
-Deja de hablar así.
-¿Así como?
-Tomándome el pelo fingiendo que me respetas por mi título nobiliario y tratándome a la vez como a un imbécil
-Con respeto hay que tratar a todo ciudadano, noble o no, noble señor. Y como a un imbécil solo a los que lo son, como es el caso.
-¿Te han dejado tonta del todo? No pretendas hacerte la indiferente y la graciosilla, te han jodido y humillado. Puta.
-Haciendo uso de tal palabra constantemente no haces más que demostrar tu amplio conocimiento del léxico propio de una persona que ha recibido una educación como la vuestra, al contrario que la mía, vulgar ladrona e impostora que solo pretende fingir buenas maneras y una indiferencia con la que intento ocultar mis heridas.
El guardia de estatura normal y barba descuidada gruñó cansado de la discusión, posiblemente porque se le escapase el tono que había adquirido.
-Puta. No tengo más que decir.-Intentó seguirla el juego torpemente. No tenía habilidad para discutir con ironía. Aunque tenía cierta gracia que lo hiciera de tal modo.
Después imperó el silencio. No hablaron sobre cómo salir de ahí, qué deberían hacer, o el por qué de su regreso. El regreso de la que el condestable ya consideraba traidora, una traidora que nunca le fue fiel.
Pasaron la noche en silencio, aunque despiertos. Ella no pudo dejar de pensar en lo que estaba haciendo en esa celda. Tenía una última oportunidad para saldar todas sus deudas y conseguir lo que quería y la había desaprovechado compartiendo celda con un cerdo cabrón. Solo podía hacer una cosa antes de que la ejecutaran...desahogarse. Tener unas últimas palabras con el condestable, juzgarle sin miedo a las represalias. Podía decir que su alma era libre y siempre había hablado con libertad y sin miedo, pero mentiría. Vivir como había vivido había sido una opción mejor que la de vivir subyugada a su padre, pero una vida que no hubiera decidido en la comodidad de un hogar decente. Lo reconocía, era una cobarde que necesitaba esconderse y quitar a los demás lo que no era suyo, lo que jamás podría ganarse por si misma.

Si no se quedó con su padre fue porque estaba harta de recibir golpes, si decidió vivir al margen de la ley fue porque temía morir de hambre o del asco bajo las ordenes de hombres que la utilizarían a su antojo, si nunca dijo lo que pensaba fue por miedo a recibir más golpes por partes del condestable. Siempre el miedo, el mismo miedo. Miedo a sufrir esos golpes. Pero ahora ambos habían recibido el mismo golpe, que les había dejado en la más fría y sucia oscuridad, esperando por recibir el golpe que terminaría con todo.

Y esperando ese golpe desapareció el miedo. Frente a ella solo tenía al condestable, o solo le veía a él. Ya no hacía falta ser cautelosa, por una vez no. Por una vez podía hacer las cosas de frente. Miró al condestable en silencio, acumulando la rabia que a veces desaparecía por mucho que se esforzaba, como si se hubiese acostumbrado a ver ciertas cosas que no le gustaba ver. Cómo si una parte de su ser comprendiese eso a lo que debía odiar. ¿Era miedo o piedad entonces? No había miedo, no había piedad, solo una cruda y asquerosa realidad.
-Puede que sea una puta-La voz sonaba extraña en aquella celda tras tanto tiempo en silencio-.Puede que sea una sucia ladrona e incluso una asesina. De hecho soy las tres cosas, lo reconozco. De la misma forma que reconozco mis pecados y mi único deber en este mundo, que es el de morir. Vivo con ello y asumo mi responsabilidad. Y aún así, después de todo, después de haber hecho tanto daño queda algo en mi interior, algo...una pequeña parte que me permite odiar tanto como amar. Que me permite tener piedad. La piedad que tú no tuviste cuando...
Las palabras le robaban la entereza de la misma forma que ella robaba las bolsas de cuero.
-No sigas por ahí.-El condestable se mantuvo sentado, al contrario que la ladrona-.No se te ocurra...
-Amenázame lo que quieras. No te gustan las ironías, los dobles sentidos, ni las bromas. Hablemos en serio, entonces.-Se esforzó en contener las lágrimas para no mostrarse débil. No acostumbraba a llorar como las malcriadas de la nobleza...como las malcriadas cuya vida envidiaba-.Fuiste capaz de cortarle la mano a un niño que te suplicaba piedad, que te pedía tu perdón. Un niño que robaba por supervivencia y que no tenía culpa de nada...Y tú...tú...
Cuando le vino la imagen que había intentado olvidar se le agitó la respiración tanto como si volviese a estar allí. Pero esta vez no se desmayó.
-Tú...no titubeaste, no mostraste un atisbo de sufrimiento o de arrepentimiento. Ejecutaste un castigo injusto ignorando los gritos de miedo y dolor de un infante. ¿Qué hay en tu interior? ¿Cómo cojones esperas limpiar el mundo de escoria si la mayor escoria insensible que hay en él eres tú? ¿Cómo...?
Por un momento se planteó rodearle con sus cadenas y estrangularle. Pero ella todavía poseía justamente lo que el condestable no tenía, y no pudo. Tal vez su guardia no le hubiese permitido acabar con él, pero el simple hecho de intentarlo...por una parte la reconfortaba. Pero al no hacerlo también le daba una oportunidad al condestable. Una última oportunidad de mostrar el atisbo de humanidad que parecía haber perdido. La desaprovechó.
El condestable se levantó, miró fijamente a la ladrona y, con un gesto que desprendía demasiada ira contenida, alzó sus manos encadenadas abarcándola todo el cuello. Un movimiento que pilló por sorpresa a la ladrona, pero que no la sobresaltó. No la asustaba, pues tarde o temprano debía llegar ese último golpe. Su última mirada iría dirigida a los ojos de ese hombre, tan llenos y tan vacíos. En su último aliento encontraría la respuesta que buscaba. ¿Podía quedar algo de humanidad en personas impías? ¿Podían tener un motivo por el que vivir, ganarse una última oportunidad? ¿Había una forma de sanar el mal del mundo sin destruirlo o castigarlo? ¿Era una celda más efectiva que apelar a la razón? ¿Era más efectivo encerrar al hombre que liberar su alma? Ahí estaba la prueba.

El hombre ya había comenzado a apretar. Al principio solo vio ira, pero cuanto más apretaba más cristalinos se volvían sus ojos, más acuosos. No los de ella, sino los de él. Estaba pensando.
-No puedes juzgarme...no sabes nada de mí ni de este mundo.
-Tú...tampoco...puedes...juzgarme.-Dijo como pudo, con unas palabras roncas apenas audibles.
-Tu eres una fugitiva, debes ser juzgada.
-No..se..trata...de...eso. Se trata de...algo...más...humano. De...no...convertirte...en...el monstruo...contra el que...
La presión de sus manos aumentó por un momento.
-¡Yo no quería matar al hijo de ese violador! ¡Lo hizo la vida, lo hizo el destino! Hizo lo mismo con la mano de ese niño...
-In...ten..taste...viol...
No podía seguir hablando. Y el condestable no podía seguir apretando. La soltó. Por alguna extraña razón la propia ladrona olvidó el rencor y el castigo para dar paso a la piedad, al sentido común. Ella era una sucia ladrona tanto como el condestable un cerdo cabrón. Lo eran, pero ambos tenían motivos para serlo. Repugnaba que un hombre justificase una violación, pero tenía ojos y había visto al condestable tras dejarse llevar; se castigaba por lo que había estado apunto de hacer. Ambos tenían motivos para estar muertos, pero también los tenían para reponerse a los golpes y seguir viviendo. Vivir con miedo a los golpes de los que siempre hablaba el condestable te nubla el juicio, pero cuando ya no tienes nada que perder, cuando el orgullo y el rencor no van a conseguir que esquives el golpe, una lucidez te invade. Ella sabía que el condestable hablaba por su padre y golpeaba como su padre. Ella robaba por su padre y evitaba más golpes recordando los de su padre. No quería pensar lo que había llevado a esa actitud a sus padres. Pero era cierto, el maldito destino era el único que nos daba los golpes llevándonos a una u otra dirección. Antes de que el destino se saliese con la suya podían mostrar un último momento de valentía y coherencia. Mostrarse como eran ellos. Y ¿quiénes eran ellos? Nadie. Personas que asumían un papel y que estaban hartos del dolor. Ciegos por los hematomas que tenían una última oportunidad de abrir los ojos.

El condestable se volvió a sentar apoyando la espalda contra la pared.
-Llevo demasiados años propinando golpes, todavía no me acostumbro a que me los den. Años cargando el peso de la culpa por el reino para que el reino acabe de esta manera. Demasiado tiempo para que mi mente aguante. He perdido la noción del bien y el mal...he dejado de sentir. ¡Joder! Mis golpes han dejado marca en gente inocente vinculadas de alguna forma a lo que yo he considerado amenazas para el reino. He actuado contra la amenaza utilizando las armas de anteriores amenazas...te intenté violar. Sigue pareciéndome inmunda tu profesión, pero violarte...¿qué me pasó? ¿Qué pretendía?
-Romper las cadenas de tu propia moral, supongo. Juzgar rompiendo tu barrera autoimpuesta. Mostrar tu lado más ruin y humano respaldándote tras el deber que el destino crees te ha impuesto.
-No hay limpieza posible...-Abrió los ojos, mostrando una decepción y una tristeza inusuales en el condestable-.Todos en nuestro interior guardamos esas cicatrices. Y, esas cicatrices han causado esta rebelión. Las personas vinculadas a los que he ajusticiado querrán verme muerto, los gobernantes quieren un control que hasta ahora el destino les había negado y alguien, por motivos posiblemente personales, ha envenenado el rey. No hay limpieza.
El condestable vivía acallando las voces de otro tipo de moral. Una moral natural, no política, que intentaba silenciar, continuando el trabajo de su padre. No le habían enseñado a pensar por si mismo, sino a asimilar los golpes tanto como a agradecer su posición nobiliaria. Sus instintos más básicos, sus deseos más mundanos, sus cicatrices más marcadas, el tiempo encerrado en aquella celda y las palabras de la ladrona habían hecho sangrar las heridas de nuevo.

El condestable había comprendido que de la misma forma que todos merecían la vida y mantener su integridad, todos merecían la muerte para cerrar el ciclo inacabable de violencia, rencor, miedo y dolor. Ella había comprobado que bajo la sangre que emanaba de las heridas podía seguir habiendo un humano. Y en ese momento también comprendió algo más: de la misma forma que los golpes de la vida nos confunden, abaten y convierten en monstruos, nos pueden ayudar a recuperar la conciencia antes de dejarnos llevar por el abatimiento, a ver las cosas de otra manera. Rebatiendo el argumento del condestable había comprendido que tenía parte de razón, si algo nos hace iguales a todos es que todos recibimos esos golpes, y que son esos golpes los que nos hacen reaccionar. Y al condestable ese golpe no le podía haber sentado mejor.
-¿Qué haremos ahora?-El condestable parecía desolado.
-Nada más que aceptar nuestro destino, condestable. Creo que dejar de ser parte del problema comprendiendo el problema es un final muy noble.
-Siempre pensé que moriría combatiendo. Siempre lo quise.
-¿En un reino pacífico?
-En un reino pacífico no faltan los rufianes y villanos con los que batirse en duelo. Morir arrancando el mal de raíz. Es curioso que ahora me suene tan infantil.
-Lo es, pero también muestra tu parte más noble. La que siempre me negué a ver.
-Ánimo mi señor.-Decidió por fin hablar el guardia de la barba que les acompañaba-.Toda su vida ha luchado por lo correcto y murió combatiendo a los rebeldes.
-¿No has entendido nada, imbécil?-Desde luego no se puede cambiar a una persona de la noche a la mañana, y el condestable seguía manteniendo un tono severo-.Nuestra forma de gestionar el reino no ha sido tan distinta a otra. Nuestros reyes han sido justos, pero es imposible hacer las cosas como se debiera. Mis golpes han causado rencor y ese rencor ha envenenado al rey, provocando esta rebelión. Nosotros somos los causantes de esto. Joder ¿a que juegan con nosotros?
-¿Quién?-Preguntó confuso el guardia.
-No lo sé. Quien coño maneje esto. Si nos da golpes es porque está resentido con nosotros y si nos da golpes no demuestra ser mucho mejor que esto. Dioses, Dios, Sacerdotisa, Justicia, putas entes que todo lo ven ¿A qué coño jugáis?
-Eso da igual. Asume los golpes...no te dejes llevar por el rencor, pero asume los golpes que no podrás evitar.-La ladrona utilizó, con matices, las palabras del condestable.
-Y después de asumirlos ¿qué?
-Nada. Seguir o morir. Vamos a acabar en el mismo sitio.
-¿Por eso robas? ¿Por el mero hecho de seguir?
-Podría decirse así. Asumí los golpes de la vida, no los de mi padre. Huí y me hice responsable de mí misma, sin esperar nada de nadie, ni de los dioses.
-Sin pensar en el reino.
-¿Lo hacías tú? ¿No actuabas por ti mismo? ¿Para sentirte útil ejerciendo un poder que creías tuyo?
-Sí. Fuera de esta celda hubiera gritado y te hubiese escupido. Posiblemente si saliese de esta celda volviese a hacerlo por el miedo de vivir sin ese papel. Pero ahora te puedo decir que sí.
-Por eso no te preocupes, jamás saldremos de aquí.
-Solo podemos pedir que el golpe se nos dé pronto.
-Seguro que llega cabalgando.

Y así llegó, cabalgando. El gobernador volvió de la reunión y tras acomodarse solicitó que se llevase a los presos a la Sala Mayor, una sala con una gran mesa central, un trono de madera y ventanales en forma de arcos detrás de ese austero trono. El gobernador con la palabra “dialogo” en un brazal les dio una última oportunidad. Muy propio y afortunado.
-Me han puesto al corriente de vuestro delito y de las bajas que he sufrido entre mis hombres. Lo más fácil sería ejecutaros y acabar con el problema definitivamente. Pero sé que lo hicisteis al sentiros traicionados en el reino que debéis proteger. Condestable, gozáis de tan buena reputación aquí y en otras ciudades de este, nuestro reino, como nefasta en otras muchas. Yo, personalmente, creo que sois un hombre sensato que ha sacrificado mucho por el reino. Y el reino ahora está en crisis, como bien sabéis. Un traidor a la corona ha envenenado al rey y se encuentra en la capital. Sé que no sois vos, por eso os doy una oportunidad. El rey morirá y su hijo no puede gobernar el reino sin que se resquebraje, algunos nos hemos unido para controlar la situación y asegurar el futuro del reino.
<<Más que “diálogo” su brazal debería tener grabado “monólogo”.>>
-Que el rey va a morir lo decís vos. Que su hijo será mal rey lo decís vos. Y que controlaréis la situación lo decís vos. ¿Qué pasará cuando haya que decidir qué gobernante se pondrá al frente del reino? Además, ¿crees que el pueblo aceptará fácilmente la ausencia de su justo rey por uno que ha usurpado el trono?
-Esto no es ni usurpación ni traición. Se trata de poner entre las cuerdas al urdidor y de anticiparnos al problema.
La ladrona vio el gesto de desagrado que hizo el condestable. Seguía siendo como un libro abierto. Suponía que había recordado al hijo de ese violador de su historia.
-¿Anticiparos? ¡Ja! No podéis anticiparos a un problema que no conocéis.-Lo mismo que había hecho él en el pasado.
-Buscaremos al envenenador, lo encontraremos y lo castigaremos.
-Para eso debéis adentraros en la ciudad a fuerza de espada.
-No si vos nos conducís a ella. Con vos nos abrirán las puertas y aceptarán dialogar.
El condestable miró a la ladrona como si no supiese qué hacer o decir. Era una situación extraña, el condestable siempre sabía qué decir, aunque fuese una estupidez.
Parecía convencerle de alguna manera parar la guerra, conducir voluntariamente a los gobernadores a la capital, establecer una reunión con el tío del rey y abrir una investigación para coger al envenenador. Si se llegaba a un acuerdo se podía establecer a un nuevo rey sin derramar sangre y manteniendo la confianza de la gente. Sin causar más heridas que se convirtiesen en cicatrices que algún día fuesen devueltas.
-Puede ser un buen trato-.Afirmó la ladrona.-Pero no asegura nada. Si la otra parte se niega a negociar entonces la guerra seguirá abierta y el condestable os habrá llevado de la mano a la capital.
-Entraremos solo otro gobernador y yo, viajando con un reducido grupo de hombres. Firmaré lo que haga falta. Intentaremos hacerlo todo mediante el diálogo y si eso falla...si eso falla solo podremos rezar y afilar nuestras espadas. Pero sin trampas ni juegos sucios. No por mi parte.
-Es arriesgado, pero...-el condestable volvió a mirar a la ladrona que afirmó con la cabeza-.Acepto. Espero que esto sirva para cerrar las heridas y realizar una limpieza más efectiva. Aunque antes de partir debemos esperar la llegada del guardián del rey, que será el encargado de buscar la medicina del monarca. Si podemos curarle nos ahorraremos muchos problemas. Y si mientras lo intentamos conseguimos detener esta locura, las gentes del reino lo agradecerán. El asesino encontrado acallando rumores de traición por parte de su círculo más cercano y el rey curado devolviendo la confianza a la gente y el resto de gobernadores. ¿Acaso no podíais haber llegado a esta conclusión en la reunión que celebrasteis, joder?
-Sí, si no hubiese sido por los infortunios causados por un par de exaltados que cometieron asesinatos tras una agitada reunión. La paranoia invadió a algunos y tuvimos que decidir. No se trataba de traidores o fieles a la corona, sino de tomar la decisión correcta para el reino cuando el diálogo, por desgracia no era posible con el resto de gobernantes. Hasta que vos llegasteis en estas circunstancias favorables para todos.
-En todo caso, algunos de los gobernadores serán juzgados por sus actos. Aunque si nuestro monarca sobrevive seguro que es piadoso con ellos.
-Sin duda. Me alegro de haber podido llegar a...
Los gritos de alarma interrumpieron la reunión.
-¡Se aproximan! ¡Unos cuatrocientos hombres a caballo!
-¡¿Qué?! No estamos preparados.
La última oportunidad había llegado, tal y como pensaron en la celda, cabalgando. O, mejo dicho, la que anteriormente podían haber considerado última oportunidad, pues ahora no era más que un jinete que asestaba un golpe letal a la auténtica última oportunidad de paz que se les había dado.
Los vieron llegar desde los ventanales, irrumpiendo en la ciudad por la puerta principal, sin un plan de ataque, pillando a todos por sorpresa. No tenían la vigilancia adecuada y el gobernador había llegado apenas unas horas antes. El descontrol era evidente. Las consecuencias de ese descontrol, terribles. Aplastaron a todo el que se cruzaba ante ellos: soldados, ciudadanos, animales...era una masacre que contemplaban como espectadores de un espectáculo desagradable, pero atractivo a la vez. No podían dejar de mirar desde ese palco improvisado, sin tener en cuenta, por un momento, el peligro que corrían. Sin saber con certeza quién atacaba con esa agresividad la ciudad.

Los gritos resonaban hasta donde estaban ellos, el acero chocando retumbaba, la sangre podía verse incluso desde tan lejos y el miedo podía incluso olerse. El condestable observaba pensativo, cómo si viese por primera vez tal brutalidad, como si lo hiciese con unos nuevos ojos. Después ella observó a quienes realizaban tal acto. La distancia no la impidió verle. El guardián, desde su caballo, golpeaba con su montura a cualquiera que se interpusiese sin pensar en nada, incrustando su espada en cuerpos de desconocidos. ¿Qué podía reprochar ella cuando había hecho lo mismo para entrar en la ciudad? Nada. No podía hacer nada porque no era nadie, como siempre.
Cuando quiso hacer algo, el gobernante ya estaba corriendo dando órdenes mientras era escoltado a otra sala.
-¡Esperad!-Le gritó el condestable.-Si os vais os matarán. Tenemos un acuerdo. Quedaos aquí con nosotros y no os pasará nada.
-¿Cómo podéis garantizarlo?
-No puedo. Pero sé que alguien entrará en razón.-El también le había visto. El único problema era que él no lo conocía como ella. Ni siquiera ella lo conocía tanto como deseaba y temía.


Y entró. La escena resultaba escalofriante hasta para ellos. La luz de las antorchas proyectaba unas sombras siniestras en la pared del pasillo. La silueta de un hombre situado en el umbral y la de una espada cuyo filo apuntaba al suelo goteando sangre. Pero más escalofriante que la silueta era él, Con aquel pelo anaranjado, esa barba sin arreglar, esa mirada penetrante, esa seguridad. Seguía imponiéndole más de lo que la hubiese gustado. Nunca la había penetrado, pero en ese momento su mirada parecía querer penetrar incluso a esos dos hombres, con su sediento acero siempre por delante.
-¡Os conozco! ¡Sois el guardián del rey!-Lo único que el gobernante puso delante de él fueron sus manos-.¡Hemos hecho un trato! Todo está bien, ser.
Un paso.
-Os he dicho que ya está todo hablado, intentaremos ir por la vía diplomática.
Otro paso.
-Esta rebelión solo ha sido un toque de atención.
Y otro.
-Un intento de devolver el sentido común.
Uno más.
-Un intento de salvar un reino que se resquebraja.
Cada vez más cerca.
-Un intento de no terminar como nuestros vecinos del este.
No se detuvo.
-Un intento de...de...¡Condestable!
Se detuvo.
-¡Dijisteis que estaría a salvo!
-Y lo estáis. ¿Verdad?-Miró al guardián.
Nada respondió éste.
-Recordad que sois más que el guardián del rey, sois el guardián de este reino. Y de los dos, vos sois el que tenéis el sentido común.
-¡Eso es! Mostrad sentido común. Diálogo, siempre di-á-lo-go. Como dijo mi mentor: “el diálogo asegura...”
Le perforó el pecho con una contundencia que asustaba.
-Por eso mismo, condestable. Porque soy el único con sentido común y, lo más importante, el guardián de algo más que el rey. 


La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart: JakeMurray http://jakemurray.deviantart.com/art/Idraen-431989061
La segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart: KateMaxPaint http://katemaxpaint.deviantart.com/art/To-victory-339882587

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