Unos pies desnudos caminaban con torpeza sobre la hierba, sin aplastarla. Más bien caminaban con la hierba, sabiendo hacia donde ir, pero con miedo a avanzar. Un miedo que no la detenía. Tenía los ojos rojos e hinchados y la mirada perdida en un pueblo tranquilo cuya gente descansaba merecidamente después de un duro día de trabajo. La mujer caminaba hacia ese pueblo con aquella mirada, una mirada inexpresiva que desprendía muchas cosas. Le temblaba el cuerpo, y no porque fuese desnuda o por estar cubierta de incontables heridas, algunas ya cicatrizadas y otras todavía abiertas. Lágrimas y sangre cubrían una piel blanca y maltratada que algún día fue bonita.
Su pelo comenzó a moverse lentamente con la brisa, una brisa
que no tardó en convertirse en viento, para después
transformarse en ventisca. La joven mujer susurró unas
palabras tras las que el cielo se iluminó, después alzó los brazos sollozando y
comenzó a llover. Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y dejo que las
gotas de lluvia se mezclaran con sus lágrimas. Tras varios minutos volvió a
mirar al frente, con la mirada cambiada. Sus ojos seguían estando fijos en las
casas, pero ahora denotaba ira, rabia e incluso animadversión hacia aquel
lugar. Bajó los brazos, y apretó los puños sintiendo el agua y la sangre de una
de sus heridas recientes deslizarse por sus nudillos. La locura se había
desatado una vez más en su mente.
Echó a correr hacía una de las casas. Corría con la fiereza
de un leopardo que va tras su presa, con la furia de un jabalí que se siente
atacado, con la pasión de un caballo sin jinete y con el miedo de un asno con
anteojeras.
Cuando llegó ante la puerta de la primera casa, no se
detuvo. No tenía intención de llamar, pues nadie la había invitado. Y, desde
luego, lo que iba a hacer no instaba a invitar a esa mujer en trance a ningún
lugar.
Derribó la puerta con tal fuerza que todos en la casa se
sobresaltaron dejando lo que estaban haciendo cuando la vieron. Una mujer
abrazó a sus hijos mientras rezaba, su marido cogía un palo mientras negaba con
la cabeza, despreciándola. El palo no sirvió de mucho, pues no tardo en
partirse y el hombre en recibir un puñetazo que le dejó sin respiración. La
siguiente fue su esposa arrodillada a la que, con su pie desnudo, le dio una
patada que la destrozó el tórax, para después estrangular a sus hijos con sus
propias manos. Ya había acabado allí.
Salió de esa casa para ir a la siguiente. A esa ni siquiera
entró, desde fuera la prendió fuego tras proferir un profundo grito. El cielo
se iluminó de nuevo. Al dirigirse a otra de las viviendas pudo ver como un niño
miraba por la ventana señalándola y una mujer lo apartaba de ella. Esos serían
los siguientes. Entró a la casa por el tejado destrozando la madera con el pie;
lo que destrozó después fue el torso del niño que la había señalado. A su madre
no la hizo nada, no tardaría en suicidarse. Salió de la casa llorando de nuevo.
La furia que sentía no era comparable con aquella pena que la invadía, pero
tenía que seguir.
Continuó casa tras casa cometiendo atrocidades similares
hasta que los habitantes del pueblo alertaron de su llegada. Muchos cerraron
las puertas de sus casas con pestillo, aunque sabían que de nada servía. Otros
tantos salieron para huir y gran parte de los que salieron se quedaron para
enfrentarla.
-¡La demente está suelta!-Gritaban algunos.
-¡Vamos a morir!-Gritaron otros.
-¡Tenemos que aguantar!-Animaron varios.
-¡Hay que acabar con ella!-Decidieron los más osados
-¡Esta loca!-Aclararon la obviedad los menos ocurrentes
-¡Es injusto!¿Qué la hemos hecho?-Lloraron los más débiles.
-¡Es cruel!-Afirmaron los más decididos
-¡Despiadada!-Corearon a la tormenta otros tantos
-¡Histérica!-Acusaron en un grito los más histéricos.
-¡Puta!-Señalaron los groseros.
-¡Maldita!-Dijeron los supersticiosos
-¡Asesina!-Sentenciaron los que habían perdido a algún
conocido.
La joven desnuda les miró con esa ira y esa pena combinadas,
agitándose su respiración poco a poco y temblando su cuerpo con más intensidad.
Cuando sus víctimas se movieron dio un pisotón sobre una roca que sobresalía de
entre la hierba produciendo un temblor que resquebrajó el suelo. Por la grieta
cayeron muchos hombres y mujeres que intentaban huir. Sus gritos se perdían en
la lejanía mientras los de los supervivientes eran ahogados por la tormenta.
Varios habían quedado todavía con vida para enfrentarla.
Cogieron hachas, mazas y hasta rifles. Cuando se hubieron acercado lo
suficiente, ella combatió solo con sus extremidades, asestando golpes secos y
atravesando diferentes partes del cuerpo de aquellos inocentes que cayeron a
sus pies sin poder hacer nada por defenderse. Combatió hasta agotarse,
derribando personas y viviendas, destrozando todo lo que se la ponía en su paso
sin reparar en nada más que en sus golpes. Era una mujer imparable y peligrosa
cubierta de tanta sangre que ya no se distinguía cual era la suya o la de
aquellas personas.
Se detuvo, no podía más. Se quedó erguida, pero jadeando,
mirando a los cadáveres y a los que aún quedaban con vida mostrando una mueca
de dolor que nada tenía que ver con el dolor físico. La lluvia amainó, la
tormenta cesó, el viento se detuvo. La mujer ahora parecía una víctima más sin
aquel temporal que la hacía más imponente ante todos. El sol salió iluminando
la belleza de aquel paisaje desolado por aquella mujer y su sed de sangre.
Parecía inmóvil, ya ni siquiera temblaba, no podía seguir matando, no podía
seguir haciendo eso. Hasta a ella le parecía cruel. Pero lo hacía por un buen
motivo, tenía que seguir.
Dio un paso que sobresaltó a los supervivientes. Cuando
vieron que a ese paso no le seguía otro actuaron como si despertaran de un
sueño nocturno y gritaron mientras se alzaron en armas contra esa extraña mujer
a la que conocían muy bien. Se escuchó un disparo que no detuvo a los
enfurecidos hombres que arremetieron contra ella. La bala no la movió, pero
abrió una nueva herida. Después llegaron hachazos y golpes con mazas y puños.
La cogieron por los brazos y la ataron una soga tanto en las muñecas como en
los tobillos y la arrastraron entre el barro y la sangre ignorando sus sollozos
y sus súplicas, llevándola ante dos postes de hierro sobre una meseta y
atándola junto a un cadáver desnudo que había en el suelo y que apartaron
enseguida.
Allí estaba ella: colgada como un cerdo, desnuda y herida;
frustrada y dolorida; arrepentida. Miró a las personas que la habían hecho eso,
no podía articular palabra. Todo había sido un error, un lamentable error. Un
hombre blanco, con bigote oscuro, adusta mirada y bruscos andares se acercó a
ella.
-La primera vez que te vimos te admiramos.-La observó de
arriba a abajo-.Todos queríamos formar parte de ti, nos obnubilaste con tu
belleza-pasó una mano por su hombro desnudo-.Te respetamos-siguiendo hasta uno
de sus pechos-. Hasta que nos hiciste sentir como esclavos, nos hiciste daño y
comenzaste a matarnos.-La pellizco un pezón con rabia. Ella gimió de dolor.
-Yo. Yo...
-Tú...tú nos quitabas la vida de la misma forma que nos la
dabas. Tu sangre, tu cuerpo, tu pelo, tus ojos, tus labios...todo nos alimenta,
nos da fuerza y nos hace más poderosos. Has escapado más veces de las que puedo
recordar y siempre ayudada por algún incauto que no entiende nada. Estás loca,
tu existencia fue ideada para darnos placer, para ser uno con nosotros, pero
has decidido usar tu poder para matarnos y destruir nuestras vidas.-El hombre
metió su mano en una de las heridas abiertas-. Pero nosotros nos aseguraremos
de que no vuelva a pasar y de que nos sigas proporcionando lo único bueno que
tienes.
Extrajo la mano cubierta de sangre para comenzar a
lamérsela.
La mujer no paraba de llorar mientras el resto de hombres y
mujeres se acercaban. No esperaron a nada más para comenzar a destrozarla una
pierna con un hacha. El hueso podía verse entre los tendones desgarrados. La
arrancaban mechones de pelo, la extraían órganos, las costillas que se caían se
las llevaban e incluso recogían su sangre en cubos. Varios se desnudaron y la
violaron allí mismo durante horas. Hubo un momento que paró de llorar casi
repentinamente.
-Algún día volveré a liberarme y os daré lo que os merecéis.
Os juro que acabaré con todos y cada uno de vosotros, aunque eso suponga
quedarme sola.-No lo decía completamente en serio. Temía quedarse sola.
Hachazos, disparos, latigazos, puñetazos, escupitajos,
penetraciones...Hasta los niños participaban en esa tortura diaria. No solo se
aprovechaban de la sangre que extraían los adultos, también se divertían
orinando sobre su cuerpo, escupiéndola e incluso golpeándola. Aguantó durante
varios meses hasta que vio a una joven que la miraba, la única que no la
golpeaba y solo se acercaba para beber de su sangre derramada con cuidado de no
hacerla daño. Era delgada, tenía la piel oscura y la mirada triste. Su ropa era
peor que no llevar nada, la tenía rota y sucia. Contemplaba su cuerpo atado y
maltratado sin poder evitar llorar, incluso había gritado furiosa contra
algunos a los que veía acercarse para humillarla y destrozarla. Hasta que un
día fue ella quien se acercó sin intención solo de beber su sangre.
Se quedaron mirándose sin decir nada durante un largo rato.
La única que lloraba era la muchacha morena.
-No mereces que te hagan esto. Eres tan guapa. Pareces tan
dulce, tan joven.-Rompió el inquietante silencio.
-¿Joven? No, tú eres joven. Yo he vivido más de lo que mi
cuerpo aparentaría si no fuese por las heridas. Mi sufrimiento se ha alargado
demasiado tiempo.-Miraba al horizonte, como recordando cosas que no quería
recordar.
-¿Por qué? ¿Por qué te hacen esto?-Preguntó con tono
lastimero la muchacha.
-¿Acaso tú no estás enfadada por lo que le he hecho a tu
gente? Supongo que soy una asesina demente, solo eso.-La mujer colgada apartó
la mirada indignada.
-No, tú nos das la vida. Ellos no saben verlo.
-Pero también se la quito.-Esta vez clavó su mirada en
aquella desconocida.
-¡Como venganza por lo que te hicieron! Hasta yo lo
entiendo.
La joven mujer destrozada en cuerpo y alma sonrió con cierta
ironía.
-No...tú tampoco entiendes nada. Y créeme, es mejor.
-¡No! Quiero entender. ¿Acaso no es esto una venganza por lo
que te hicieron?
-No, o por lo menos no era así entonces.-Volvió a mirar al
horizonte, a recordar-.Esta locura la empecé yo.
-¿¡Qué?! ¿Así, sin más?-La joven no esperaba esa respuesta.
-Antaño éramos una familia, ellos convivían conmigo. Hasta
que comencé a matarles.
La joven no daba crédito a aquellas palabras. Había creído
en su inocencia.
-Entonces ellos son las víctimas...
-Sí, son víctimas de un error que cometí en el pasado.
Aunque mis intenciones eran buenas. Estaba sola, no tenía absolutamente a
nadie, necesitaba a alguien que me admirase, a alguien que me acariciase e
incluso me hablase. Así que usé mi esencia para crear a alguien como yo, pero
no quedé satisfecha. Comencé a creer variantes de mi ser para mejorar el
resultado de mi creación, usando tan solo una parte de mi, por lo tanto
inferior a mí. Les hice demasiado dependientes, pero con cierta autonomía.
«Experimenté con mi sangre para crear a mi familia. Pero ni
siquiera yo soy perfecta. Cometí errores y algunos murieron en el proceso.
Otros murieron después de varios años, estaban enfermos. Muchos no morían, pero
sus vidas eran lamentables, y todo por mi culpa. El proceso de creación estaba
calculado milimétricamente a mi imagen y semejanza, no podía fallar y no solía
fallar, pero las probabilidades estaban ahí. Algunos mataban a sus propios
hijos deformes, otros los criaban hasta que no tenían fuerzas para seguir. A
algunos les maté yo misma. Pero ¿cómo iba a controlar a seres creados por mí si
no podía controlarme a mí misma?
-Entonces tú...
-A veces perdía el control, no quería hacerles daño, pero no podía evitarlo. Mi estado empeoraba cuando iba aumentando mi creación, me presionaban y mis errores no hacían más que destrozarme por dentro. No quería que esa gente sufriera, pero ya había cometido el error y no podía hacer nada para enmendarlo. Comenzaron a reproducirse sin que yo pudiese hacer nada para detenerlos. Tenían mi esencia en su interior, podían usarla a su antojo para procrear.
-A veces perdía el control, no quería hacerles daño, pero no podía evitarlo. Mi estado empeoraba cuando iba aumentando mi creación, me presionaban y mis errores no hacían más que destrozarme por dentro. No quería que esa gente sufriera, pero ya había cometido el error y no podía hacer nada para enmendarlo. Comenzaron a reproducirse sin que yo pudiese hacer nada para detenerlos. Tenían mi esencia en su interior, podían usarla a su antojo para procrear.
«Comenzaron descontrolándose queriendo controlar el
mundo, a crear de la misma forma que les cree yo. Se creyeron más poderosos que
yo. Cuando no luchaban entre ellos luchaba contra mí. Querían más poder, mi
esencia, y la extraían sin sentir remordimientos por lo que me hacían. Yo les
había creado, era la artífice de su sufrimiento, la mujer que asesinó
voluntaria e involuntariamente a muchos de sus familiares, así que decidieron
sacar algún provecho de mí. Y cuanto más se aprovechaban más enloquecía, tal
vez movida por la venganza. En mi interior había algo más que descontrol, ya no
me movía solo la locura y mi poder era más intenso y destructor que nunca.
-Entonces, tú eres víctima de ti misma.-La joven parecía
aliviada a pesar del duro relato de aquella mujer.
-Quiero pensar eso...Todo lo que hice no fue un castigo que
les impuse por algo que no hicieron, solo un error. Saber que me odian por lo
que hago con ellos me destroza por dentro, pero no puedo hacer nada.
-¡Sí se puede! Tú no haces nada de esto para causarles mal y
ellos te hacen daño porque te temen y no te entienden. Colaborad. ¡Ayudaos!
Todos tenéis algo que ofrecer al otro. Sed parte de una familia que se mantiene
unida. Todavía estáis a tiempo, ayúdales a protegerse de tu locura sin hacerte daño
y ellos te protegerán a ti de cualquiera que quiera torturarte y abusar de ti.
Luchad juntos por sobrevivir, por no consumiros mutuamente.-Su entusiasmo hacia
parecer todo tan fácil.
La mujer atada sonrió, esta vez con ternura.
-Entonces, tendrás que desatarme.
-Ni siquiera sé como te llamas-La chiquilla pronuncio
aquellas palabras con dulzura, esperando la respuesta.
-Mí nombre me lo habéis dado vosotros. Es lo que menos
importa de mí.
La joven titubeó. Al
comprobar que no obtendría más respuesta que esa se apresuró a desatarla.
Cuando estuvo desatada se volvieron a mirar, había deseo en aquellas miradas.
-Eres tan bella...-susurró la joven que la había liberado.
-Tú también...al fin y al cabo eres una parte de mí.
Ambas se besaron con delicadeza.
-Esto no está bien, no es natural. Una mujer con otra...
-Somos uno, si creé variantes fue para poder repartir mi
poder y mantener la diversidad. Pero si estoy segura de algo es que las
relaciones entre iguales no forman parte de mi error, de hecho, al inicio
concebí solo la creación de mujeres, pero ellas solas no podían mantener todo
mi poder. Si queréis mantener la especie podéis seguir haciéndolo, pero eso no
os impide amar a personas del mismo sexo.
Se volvieron a besar. El beso continuó tumbadas sobre la
hierba, con la joven harapienta también desnuda y cubierta de la sangre de
aquella mujer. Pudieron hacer el amor, a su manera, a pesar de sus heridas.
Comenzaron con suavidad hasta que se dejaron llevar por la pasión.
La joven no solo le lamió sus partes intimas, también las
heridas antiguas y recientes. A la mujer sin nombre le gustó, lo hacía con
respeto. Pero pasó demasiadas horas haciendo el amor solo con ella.
La mujer estaba encima, presionando su cuerpo contra el suyo
con intensidad, intentando trasmitirle todo su amor y poder, intentando que se
sintiese dichosa por poseerla de aquella manera tan especial.
Llegó un momento en el que las caricias no le eran devueltas
por la joven que la había liberado. Se irguió y contempló el cuerpo desnudo de su
salvadora, inerte. Se había dejado llevar por el momento y una vez más había
errado. Incluso los que no se aprovechaban de su poder y solo querían disfrutar
de su belleza y sus virtudes morían consumidos por ella. La desgracia no
desaparecía de su vida, por mucho que intentase amar acababa actuando
cruelmente. Su poder era incontrolable incluso para su dueña. Lloró de nuevo
como lo había hecho tantas veces. Abrazó el cuerpo sin ropa y sin vida de
aquella pura muchacha sin poder evitar poseerla de nuevo una vez muerta. Así
era ella, incontrolable e insaciable.
Se levantó dejando aquel cadáver sobre el manto verde que
había manchado con su esencia. Estaba cansada de luchar contra si misma, de no
poder amar, de equivocarse, de sufrir...Estaba cansada de vivir. Entre la ropa
de la joven a la que había asesinado encontró un puñal que le había confiscado
a uno de los niños que la habían herido mientras estaba atada. Se lo acercó a
una muñeca, lo insertó en la piel con cuidado y, tras unos segundos, se cortó las
venas. Ahí estaba, de pie, viva, desangrándose. Cuando la sangre comenzó a
salir de la muñeca comenzó a temblar. Parte de su poder se esfumaba por aquel
fluido de color rojo. Y entonces fue cuando sintió que la sangre no le llegaba
al cerebro y perdía el control. No podía matarse a si misma, cada vez que lo
intentaba enloquecía, consiguiendo únicamente matar a la gente que la rodeaba.
Soltó el cuchillo, alzó la mirada y observó el pueblo. Acabar con aquellas
personas era lo único que podía hacer para acabar con su locura y su desgracia
cíclica, y en ese momento de trance no sentía lastima por ellos, era algo que
debía hacer. Su mente confusa recordó por última vez a la muchacha que tan bien
la había tratado y a la que había matado dándola tan solo su amor.
-Chiquilla...querías saber mi nombre.-Apretó los puños como
siempre hacía-. Soy Gaia. La poderosa e indómita Gaia. Esto no es un castigo,
ni una venganza. Esto es un suicidio. Solo pretendo enmendar mi error.
Gaia comenzó a caminar sobre la hierba, con la hierba. Esa
hierba era ella, parte de ella. Se dirigía de nuevo al pueblo tras haber vuelto
a llorar. Esa gente era su creación y ese pueblo su mundo. Tenía la mirada otra
vez perdida. Iba a hacer algo llevada por la demencia y la cordura. Aquella locura
era de todos, una locura que se repetiría hasta que una de las dos partes se
destruyese para siempre.
Gaia volvería a ser amada y a amar hasta matar, volvería a
enloquecer y a destrozar hasta arrepentirse. El hombre volvería a luchar contra
ella considerándola el mal y aprovechándose de su poder. O Gaia o el hombre
sucumbirían ante tanto dolor, si Gaia caía entonces también lo haría el ser
humano, pues los humanos necesitan su poder para poder subsistir y su belleza
para poder amar.
Ella en cambio podría seguir viviendo sola. Una soledad que
también la enloquecería hasta autodestruirse. Es cierto que aquel pueblo estaba
destrozando el delicado y bello cuerpo de aquella mujer, pero ese cuerpo
necesitaba sentir a alguien cerca, si no simplemente era un cascarón vacío.
Aquellos actos despiadados eran parte de un suicidio pensado por el bien de
todos. Un atisbo de cordura y sensatez entre tantas atrocidades.
Por eso, algún día, Gaia y el ser humano dejarán de existir.
Y, tal vez solo en ese momento, cuando los dos dejen de estar vinculados por la
misma fuerza, puedan amarse en otro lugar lejos de aquel poder; de aquella
locura. En un lugar eterno en el que permanecer juntos y poder ser iguales,
colaborando para crear un mundo perfecto.
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