domingo, 21 de septiembre de 2014

Los cuentos prohibidos



Tiene tanta luz como tú. Pero es tan triste...como yo si no estás tú. Son todos blancos, como tú. ¿Es tu casa? ¿No? Pues vaya. Quiero ir a tu casa. O a la mía. Mamá me quiere, aunque llore. ¿Por qué me mira? Quiero irme. Ya he estado aquí. Me acuerdo, pero no me acuerdo. ¡Han dicho mi nombre! Y el tuyo. Pero solo me miran a mí. El hombre blanco me mira. Tiene el cuerpo blanco y el pelo blanco. La piel es rosa. Me mira...me habla. Me sonríe. Pero no sonríe, hace que sonríe. Está triste. Yo también lo estaría ¡está arrugado! ¡Y no tiene pelo por delante! Aunque por detrás lo tiene largo. ¡Hala! ¡Está arrugado también por dentro! Cómo todos. ¡Menudo lío! Se parece al cuento de los laberintos. ¡Jolín!

Me ha preguntado que qué tal. Pues muy bien, claro. Me ha preguntado que qué tal en el cole. Bien, a veces es difícil no aburrirse, pero la verdad es que no es tan aburrido. A veces hasta me lo paso bien. Ha dicho que si me lo paso bien con mis amigos. ¡Pues claro! Si tengo al mejor amigo del mundo. Me ha preguntado quién es. Pues tú, claro. Me ha dicho que quién eres tú. Jolín, pues tú. Si estás a mi lado. ¡Te ha mirado! ¡Dile hola, dile hola! Ja,ja,ja,ja. ¡Ha sonreído! Pero otra vez no ha sonreído ¡Jope! ¿Por qué nadie se ríe de verdad?
¡Au! Ahora me ha tocado la herida del labio. ¡Jopelines que duele! Y ahora la del ojo. A ver si me la curan y puedo volver a beber zumo contigo. Ahora seguro que me escuece si lo hago.

¡Yuju! Soy blanco como tú. Me han puesto tu luz. Ahora somos iguales je,je,je. Mamá me ha abrazado y papá me mira, como siempre me ha mirado. No, siempre no, pero bueno. Para mí es siempre. Me ha tocado el hombro muy serio. ¡Siempre serio! Tiene los ojos brillantes, pero no se ríe, ni llora. No sé porqué. Supongo que papá es así. Me he ido con el señor blanco y arrugado y me han llevado a una cama. Me escuecen las heridas, pero no me importa mientras estés conmigo. A ti no te abrazan porque saben que no te importa y porque no te han pegado. ¡Y eso que te pusiste delante de ellos! Eres muy valiente.

Hay más niños cerca, pero ninguno tiene luz. Que pena...están solos. Muy solos. Y se están arrugando como el señor blanco. Supongo que tiene que ser así ¿no?
 Esta tarde me han traído a Talina, mi peluche favorito. Me gusta mucho que el pelo sea verde y le llegue hasta el suelo. Lo mejor es que son dos peluches en uno, porque puedes meterla en su propio pelo y sacar a otra Talina por la otra parte ¡es muy raro!

Hoy me han tenido que pinchar, pero me ha dolido menos estando tú a mi lado, como cuando me pegaron. Me dijeron que si decía quienes habían sido les castigarían mucho. Pobrecitos, me pegaron porque estaban solos. Se reían sin reírse y tenían un lío peor que el señor blanco.
Que bien que quepas en la cama. ¿Me cuentas un cuento? ¡No! El cuento de Virrilla ya me lo sé y Virrilla me da pena. Aunque si quieres, no me importa, también es divertido.
El de Melfa es muy bonito, pero también me lo has contado ¡Jo! Y el de Säusca da mucho miedo. Con el de Choburozo aprendes mucho, pero quiero algo más divertido. ¡Sí! Y mira que sabes muchos cuentos. ¿Qué? ¿De verdad que hay cinco cuentos que nunca me has contado? ¿A que esperas? Sabía que me sorprenderías. ¿De quién es el primer cuento? ¡Halaaaaa! ¿De verdaaaaad? No sabía que...¡Talina tiene un cuento! ¡Cuéntamelo, cuéntamelo!




    EL CUENTO DE TALINA



Erase que se era, en una era que era lejana, nació una niña a la que el pelo le crecía sin parar. Tanto le crecía que nada más salir de la barriguita de su mamá ya tenía el pelo largo, largo muuuuuy largo. Su mamá se lo cortaba todos los días, al principio con cuidado y esmero, pero con el tiempo cada vez más enfadada y preocupada. Tenía un pelo negro y fuerte que cada vez costaba más cortar. Días, meses incluso, se pasó cortándole su madre el pelo. Hasta que un día se cansó e hizo algo muy feo que solo hacían los padres que no querían a sus hijos. La llevó al pantano de Gasgoroz. Allí la dejó, junto a un árbol negro, triste y sin hojas, sobre el lodo que cubría todo el lugar. Pasaron las horas y Gasgoroz empezó a tener hambre. Emergió del pantano rugiendo como ninguna bestia rugía. ¡No! ¡No rugía él, sino su estómago! ¡Qué hambre tenía Gasgoroz! Necesitaría un buen bebé para llevarse a la boca. El monstruo viscoso buscó y buscó en su pantano, pero nada encontró. Esta vez sí que rugió, enfadado por no poder comer. Todos los días algún padre dejaba allí a algún niño que se había portado mal y no les gustaba, pero ese día ningún padre fue tan cruel para hacer eso.

¡Espera! Sí que lo fueron. La niña cuyo pelo crecía y crecía sin parar estaba allí, pero Gasgoroz no pudo verla ¿por qué? ¡Ja! Tanto le había crecido el pelo que la cubría por completo. Su pelo, en pocas horas, había dejado de ser negro para tornarse verde, pareciendo así un poco de musgo en el triste pantano. Pasaron los años sin que Gasgoroz jamás la viese. El bebé creció y se convirtió en una niña que sabía que no podía moverse si no quería que Gasgoroz se la comiese. Su pelo creció tanto durante esos años que empezó a cubrir a otros bebés a los que sus padres dejaban en el pantano. Gasgoroz cada vez estaba más enfadado.
-¿¡Dónde están mis niños!? Gritaba cada día más furioso.
Pero tenía el cerebro tan viscoso que no se daba cuenta de lo que estaba pasando. Ni siquiera se había dado cuenta de que el musgo era cada vez más grande y que los bebés podían estar ahí. Este Gasgoroz...¡nunca fue muy listo!

Entonces, un día la niña se cansó de estar ahí. Cuando creció un poco más y algunos de sus bebés también eran niños más mayores, decidió huir con ellos del pantano. Se agarraron fuertemente a su pelo y ella corrió todo lo que pudo. Gasgoroz se percató del movimiento mientras dormía en el fondo del pantano y, enfadadísimo, emergió para darse su merecido y esperado banquete. Los niños podían haber gritado, pero ninguno lo hizo, se agarraron con fuerza y confiaron en su salvadora que corría tanto como podía arrastrando un pelo tan frondoso como un bosque. Ella no lo sabía, pero en realidad corría como corren las personas sin pelo, no la molestaba, sabía cómo manejarlo. Al fin y al cabo era su pelo.

El pantano era grande, pero ella no se cansaba de correr. Nunca lo había hecho y ¡era maravilloso! Cubrió los árboles negros y tristes con su frondoso pelo verde. Muchos mechones se engancharon en los árboles, pero a ella no le dolía, todo lo contrario, le hacía muy feliz, pues los mechones que se le habían enganchado en los árboles ahora eran como hojas. Tooooodo el bosque, antes triste, negro y sin hojas era ahora verde, luminoso y muy alegre. El pelo también comenzó a caerse sobre el pantano, creando una capa de lo que podría haber sido hierba. 

Gasgoroz no dejaba de gritar, sin el pantano él no podía existir, y ahora su hogar oscuro y lúgubre más bien parecía un bosque alegre que le consumía. Era tan largo el pelo que comenzó a alcanzar las nubes, siempre situadas sobre ese pantano, negras y amenazantes. Pero ese día tuvieron que apartarse para que no se les metiese el pelo de la niña por todas partes. Cuando se apartaron el sol pudo asomarse por primera vez en muchos años a ese lugar. Gasgoroz se detuvo echándose las manos a la cara mientras se derretía sobre el verde pelo de la niña que lo cubría ya todo.

La bestia del pantano se deshizo cayendo lentamente y gimiendo sin parar. Un estruendo temible azotó el pantano por última vez, un estruendo que formó una palabra. “Gracias”. Era la voz de Gasgoroz y la de todos los niños que se había comido. Ya no volvería a tener hambre.
La niña se detuvo para mirar el paisaje que había dejado tras de sí.
-Si me hubiese movido antes, antes se habría acabado todo.-Dijo sin saber si sentirse triste o feliz. Gasgoroz tampoco quería estar ahí, pero tenía que comer, tenía hambre. Solo su propia comida podía detenerle.

Los niños salieron de su pelo para abrazarla. Solo entonces se sintió muy feliz.
Todos los niños la dieron las gracias menos uno que la hizo  una pregunta.
-¿Por qué nos has salvado?
-¿Y por qué no?
-Nos salvaste porque estábamos contigo. Pero hay más niños abandonados a los que no salvarás.
La niña pensó en eso que le había dicho. Solo había un Gasgoroz, pero más padres crueles que abandonaban a sus niños, era muy cierto.
-¡Los salvaré a todos!-Afirmó convencida la niña-.Haré que mi pelo llegue a todos los rincones del mundo para moverme más fácilmente y esconderlos de los papás malos y otros monstruos que se los quieran comer.
El niño hizo otra pregunta que no supo responder con tanta facilidad.
-Y ¿cómo te llamas?
La niña que cubría con su pelo todo el bosque miró al cielo, dónde las nubes huían y el sol brillaba con fuerza. Pensó un rato. No tenía nombre, ni ella ni todos los niños que la acompañaban. A lo mejor sí lo tenían, pero ninguno lo conocía. Se sintió apenada por un momento, pero entonces comprendió que eso significaba que se la había dado un regalo, el de decidir qué nombre llevaría toda su vida.
¿Qué nombre te gustaría tener si pudieras elegirlo tú mismo? ¡Espera! No me respondas! Ni si quiera lo pienses. Antes te diré el que escogió ella. Aunque ¡que tontería! Lo sabes desde antes de que comenzara el cuento.
-Me llamaré Talina, en este y en cualquier otro mundo.


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