Las
llamas acorralaban en cada esquina a aquella mujer. Día tras día vivía en aquel
infierno que solo ella veía, solo ella sentía. Con aquel abominable ser que
parecía disfrutar haciéndola daño. No tenía escapatoria, sabía que un día la consumiría
hasta acabar con ella. La destrozaría por completo. Caminaba por la calle
queriendo pedir ayuda, pero sin poder hacerlo. Algunos la miraban, pero la
mayoría la ignoraban. Cruzó la mirada con otra mujer, cuyo espejo ocular
reflejaba un mundo sin fuego, bonito. Pero no tardó en esfumarse, pasando de
largo, devolviendo las llamas a su sitio.
Cruzó
la carretera sin importarla la caótica circulación y llegó al río. Pudo ver
cómo entre las llamas algunos sacaban sus móviles para grabarla, otros solo la
miraban, e incluso unos cuantos la gritaban para que tuviera cuidado cuando
cruzaba. Apoyó las manos en la barandilla del puente y gritó de dolor al sentir
el calor del metal en sus manos. Agachó la cabeza y miró al río en el que podía
verse reflejada, podía ver reflejado todo lo que había junto a ella. No pudo
decir que era bonito, pero era mejor que ese infierno de fuego. Agarró con
fuerza la barandilla, sin importarla ya que quemase, y se dejó caer al espejo
acuático que descansaba bajo ella. Se sumergió en ese mundo anodino, pero
limpio, para dejar de sentir ese dolor. Cuando lo hizo, por primera vez en
mucho tiempo, no se ahogó.
Paseaba
por calles grises, con gente sin rostro, sin sonidos y sin olores. Incluso
aquello era menos doloroso. Las figuras poco a poco se volvían más borrosas,
pero no la importaba. Por fin tenía lo que quería.
-No tienes lo que quieres, mi pequeña. -No sabía a quién pertenecía esa voz- ¿Recuerdas cuando tu madre te leía esos cuentos?
Había uno que te gustaba en especial. Sí, eres muy parecida aquella niña
adentrándose más allá de espejos. -Seguía sin reconocer la voz o ver la silueta de la persona a la que
pertenecía-. Sí, sí. Sé que sigues sin identificarme. Eso es
porque no soy nadie. No tengo forma, pero puedo dar formas, muchas formas. Me
encanta crear, construir, dibujar, pintar. A través de este espejo puedo dar
rienda suelta a mi creatividad, crear yo el reflejo, pues aquí nada hay que se
pueda reflejar más que lo que yo cree. ¿Cómo puedes crear sin brazos ni ningún
tipo de extremidad? Te preguntarás. Pues no te preguntes, no te preguntes
chiquilla. Para crear nada de esto necesitas, solo pensar precisas. -Todas las siluetas habían prácticamente desaparecido,
ya casi no quedaban figuras en ese lugar- Pero estás a tiempo, ¡oh, sí! ¿Sabes lo mejor de mis creaciones? Que
ellas pueden crear. Más allá del espejo no hay límites. ¿¡Y no te lo crees!?
Pues vas a tener que volver a cruzar el espejo para comprobarlo. Deja que me
deleite con lo que eres capaz de crear. -La joven comenzó a ver una figura formándose frente a ella, junto al
gran espejo- ¡Oh, mira, mira! Estás creando.
Su
madre, sentada en la cama, le contaba su cuento preferido. Lo había olvidado.
Siempre había querido ser como la protagonista de ese cuento. Entonces las
imágenes pasaron muy deprisa, con muchas personas cruzándose en ellas,
tornándose todo más oscuro hasta que comenzó a arder.
-Igual que puedes crear, puedes deshacer. Ninguna creación puede
imponerse a la tuya tras el reflejo, es lo bonito del reflejo, que hay lugar
para cada destello. Ninguna imagen puede imponerse a otra, todas conviven. Hay
muchos estilos, muchísimos. Elige el tuyo y comienza a crear. Y si no te gusta
lo que creas deshazlo, ¡maldita sea! Tienes el poder, yo te lo di. Hazme caso y
cruza de nuevo el espejo antes de que se acabe el tiempo. Tus líneas no se han
borrado, no las borres tú. Y mucho menos dejes que te las borren. No vengas al mundo de la nada, ¡crea, crea,
crea, crea! ¡Crea! Nunca destruyas y aléjate del que está dispuesto a hacerlo
para existir.
Creyó
y creó. Cruzó con dificultad el gran espejo, abrió los ojos y respiró por
primera vez en mucho tiempo. No había fuego, solo agua. El agua del río la
rodeaba. Tampoco tenía calor, ni frío. Vio a un montón de gente observándola desde
el puente mientras alguien intentaba ayudarla. Se oían sirenas, otrora
chillidos de aves preparadas para devorar los restos orgánicos de un contenedor
vacío, convertidos ahora en cantos de auténticas sirenas que cumplían las
promesas que hacían y que iban a salvarla. Y entre esos cánticos de sirena
podía contemplarse a una auténtica sirena que, desde tierra firme, observaba a
su víctima flotando en el agua, invirtiendo la historia, lo conocido, lo
preestablecido. Aquella sirena que la había llevado al abismo de la locura y la
salvación. Aquella sirena que la hizo conocedora de la única verdad, de la
mentira más absoluta, del vació redentor, del reflejo infinito. Del espejo
vacuo que nada contiene y todo refleja.
Los
demonios con tridentes no existen, el infierno es tan auténtico como el
paraíso, Dios es una mentira tan grande como las sirenas, que no siempre
engañan, y los reinos celestiales tan tangibles como los submarinos. Solo
existe el reflejo del espejo, y tras el espejo no hay nada. No, nada no. Esta
él, o ella, está el vacío. El vacío tiene un nombre, el vacío tiene una
voluntad, y esa voluntad es ninguna, porque el vacío no tiene un fin sino un
principio, y ese principio es nuestro, nosotros lo comenzamos. Por eso ya no es necesario llenar de letras el vacío de esta hoja, a no
ser que queráis saber qué pasó con aquella visitante del vacío, aquel ogro que
la destrozaba y su fortuita e inusual sirena terrestre. Os lo podría decir,
pero no importa. Vuestro espejo ya está reflejando y, al final, vosotros
llenaréis ese vacío convenientemente. Así que ¡vamos! Haced como ella y cread,
cread, cread. ¡Cread! Y jamás os dejéis destrozar.
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