jueves, 24 de junio de 2021

El peor enemigo del Imperio

 

 


Soy Arden Dural, el fabricante de las armaduras imperiales que el gran Emperador me encargó un día después de la formación del glorioso imperio. Me dio unas instrucciones básicas, como que tenía que mantener el estilo de las armaduras de los clones, pero más sobrio. Y, lo importante, claro, es que resistieran cualquier tipo de ataque.

No tardó en dar el visto bueno al diseño, lo que fue todo un alivio para mí, luego recordé que también aprobó el diseño del traje del imponente Darth Vader, pero acabaría mandando ejecutar al que fabricó su respirador por hacer mucho ruido. Y vaya si lo hace, algunos se pasan todo el puñetero día escuchando esa incesante respiración mecánica que aterra tanto como saca de quicio. ¿No aprendimos nada del General Grievous?

Yo mismo me encargué de elegir los materiales que compondrían la armadura, así que esperaba que la prueba saliera perfecta.
Lo que más me sorprendió es que decidieron no usar un maniquí, sino a un soldado de verdad que estaba dispuesto a dar su vida.
Se puso al final del pasillo y esperó a que un láser le impactase. Y esperó bastante porque ninguno lo hizo. Uno de sus compañeros se puso frente a él, apretó el gatillo y, vaya, falló.
Otro le quitó del medio, encañonó su E-11 y, zas, otro fallo. Hartos y nerviosos por hacer tal ridículo delante del sorprendentemente paciente Emperador, los cuatro soldados allí presentes comenzaron a disparar sin cesar a ese pobre desgraciado que portaba mi armadura imperial.

 

Le acribillaron a tiros, o eso diría si alguno hubiese impactado. Los láseres rebotaron al impactar contra las paredes y uno se dirigió directamente a Palpatine, que lo congeló a un palmo de su oculto rostro con un ligero movimiento de mano, realizado con desdén, casi con desgana.
Se oyeron toses de disimulo por parte de los soldados. Yo tragué saliva y el Emperador sonrió.
“Buen trabajo”, dijo con una voz espeluznante. Y el tío se fue tan pancho. No castigó a sus incompetentes soldados ni acabó por comprobar la efectividad de mis armaduras. Entonces lo comprendí: el poderoso Emperador, el inconmensurable Palpatine, el mayor y más astuto y sagaz gobernante que ha tenido la galaxia… ¡no veía tres en un bantha por culpa de la capucha! Vio el láser llegando a él de milagro, cuando ya estaba casi tocándole la cara.
Se creía que ese láser que había rebotado hacía él lo había devuelto mi resistente armadura, pero nada más lejos de la realidad.

Cuando El Emperador se marchó todos los allí presentes miraron sus fusiles y se rascaban las cabezas, abandonando el lugar con incredulidad por haber salido ilesos de una situación tan bochornosa ante Palpatine.
Y allí seguía el soldado imperial con mi armadura sin ver muy bien por el casco y preguntando si se podía ir.
“¡Espera!” le pedí.
Cogí el fusil E-11 que él mismo había dejado apoyado en la pared cuando se presentó como maniquí viviente. Probé a apuntar y pensé lo estúpido que estaba siendo al hacer eso. Nunca había empuñado un arma y no tenía ni idea de apuntar o disparar, ¿cómo iba yo a…? Antes de acabar de pensar aquello estaba apretando el gatillo, dando de lleno en el pecho a aquel soldado.
Juro que aquellos fusiles no tenían ninguna desviación ni usé ningún truco para apuntar, maldición sí casi ni apunte. Pero, a pesar de ello, hice lo que ningún soldado imperial parecía capaz de hacer: acertar.

Lo mejor es que la armadura no recibió ni un solo impacto, ni un solo agujero. Lo peor es que el soldado imperial que la llevaba murió ipso facto. Sudores fríos invadieron mi cuerpo por lo que podía pasarme por esto, así que solté el arma mientras silbaba para disimular y arrastré el cadáver hasta el compactador de basura.
Por el camino me encontré a algún oficial, pero sabían que estábamos haciendo pruebas con las armaduras así que nadie me dijo nada.
Si no fuera por el humillo que todavía salía de su aparentemente ileso pecho alguno pensaría que sería otra víctima de las habituales estrangulaciones a distancia de Darth Vader. A veces pienso que es el único truco que conoce ese ruidoso sith de pacotilla.

 Mi error fabricando las armaduras de momento no suponía un problema, pues los imperiales arrasan allá donde van porque apenas han encontrado oposición. Rezo porque no comience ninguna rebelión y una hipotética guerra civil galáctica ponga en evidencia la bochornosa calidad de mis armaduras. Es más, rezo porque ningún niño despistado les alcance mientras juega con algún palo o una piedra, pues me da la sensación que hasta eso lo sentirían.

 Ahora están trabajando en una poderosa arma conocida como Estrella de la Muerte que podrá arrasar planetas enteros. Mejor, menos tendrán que combatir y depender de la protección de mis armaduras.

Eso sí, espero que no pongan a cargo de su diseño al arquitecto Galen Erso, es más chapucero que yo y capaz de dejar un hueco de ventilación sin protección que conecte con toda la estructura de la base siendo posible destrozarla con un solo misil de un monoplaza. Y encima el tío es tan orgulloso que le imagino diciendo que lo ha hecho a propósito porque se opone a la existencia de un arma tan vil antes que reconocer su error.

He recibido un nuevo encargo: la fabricación de una máquina de guerra llamada AT-ST que sea capaz de resistir incluso un sable láser de los traidores jedis. Demos gracias a Sith’ari si son capaces de resistir el impacto de un par de troncos de los ewoks. En qué lío me he metido y cómo envidio en momentos así al sastre de la fallecida reina Amidala.
Ya lo dijo mi madre: “haz tu carrera en Naboo o Alderaan, las cunas del arte y el glamour”, pero no, el niño se tuvo que ir a Coruscant.
Solo pido que Darth Vader no me pida fabricar una nueva armadura para él, porque entonces Palpatine se va a quedar sin lugarteniente en menos de lo que canta un boga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario