Acto I
Desquiciante Cautiverio
El caballero, con su impecable armadura, derrotó a todos y cada uno de los malvados, pérfidos y horripilantes hombres que custodiaban a la bella princesa de melena rubia y ojos azules que conservaba el vestido de seda rosa que llevaba cuando la capturaron. El fiel y honorable caballero la rescató y la besó. La devolvió con su padre, se casaron y fueron felices por la et…
El sonido que produjo el tomo al cerrarse resonó por toda la estancia. No aguantaba más esas fábulas para niñitas sensibleras que vivían en su mundo maravilloso e irreal. No existían caballeros fieles y honorables, ni princesas inocentes de belleza indiscutible que esperasen a su amado. Eran basuras que se tragó de niña y que al recordar la pusieron enferma. Llevaba tiempo leyendo libros de muchas áreas diferentes, pero no tenía un solo libro con historias ficticias decentes y adultas que la ayudasen a evadirse. Ya eran muchos años allí encerrada y su paciencia se estaba acabando, su carácter agriando y su cordura desvaneciendo. Leer bazofias como la que tenía delante no la ayudaban y más si pensaba que ella era una de esas princesas encerradas. Pero ni era rubia y de ojos azules, ni tenía un vestido de seda rosa, ni era inocente y amable, ni la tenían encerrada hombres malvados, ni esperaba a su príncipe azul. Era de cabellera larga y castaña, ojos marrones, nariz gruesa, boca pequeña y labios suaves. No muy alta, delgada y de piel blanquecina, pues apenas comía y el sol no la tocaba. Llevaba un jubón de brocatel beige con amplio escote y unos bombachos del mismo color, nada propios para una princesa como ella. Tenía tanto carácter como sabiduría, se pasaba el día leyendo sin dejar de fruncir el ceño. Odiaba a su padre, odiaba a todos los que pisaban esas habitaciones mustias y descuidadas. Evitaba que entrasen las criadas, pues no le gustaba oír las absurdeces que comentaban entre ellas. Mucho menos le gustaba que entrasen los soldados de su padre, a los que no tardaba en echar cuando la molestaban. Pero al que menos aguantaba era a su propio padre. Nunca la reprendía por nada, a él le valía con que se estuviese quietecita y no volviese a intentar escapar como aquella noche.
Siempre dejaba las sábanas sucias en la puerta para que las criadas las cogiesen y las lavasen, pero estuvo un tiempo guardándolas en su habitación sin que nadie se preguntase nada. Cuando tuvo suficientes, una noche, ató como pudo todas las sábanas entre ellas, atando la última a la pata de su cama. Sin dudarlo se colgó por la ventana, pero no bajó ni un metro cuando un guardia la vio y alertó al resto. Su habitación estaba en una torre sobre una muralla en la que se apostaron los soldados esperando que bajara. Todos quedaron horrorizados al ver que las sábanas se rasgaban y su princesa caía. Uno de ellos pudo cogerla antes de que impactase contra el suelo, consiguiendo que solo se dislocase un hombro...el soldado, porque, por fortuna, ella no se hizo ningún daño. Eso fue hace ya unos años, ahora no era tan estúpida. Sabía que no podía ir a ningún sitio y, aunque pudiese, no sabría a dónde, llevaba toda la vida en esa torre. Su padre intentaba hablar con ella, explicarla que era lo mejor para todos, incluso para ella. No comprendía esa sobreprotección. Solo pedía salir a la ciudad escoltada, ni siquiera más allá de las murallas. Pero su padre jamás lo permitió.
Ahora solo sentía odio hacia su padre. Un rey que nunca se hizo respetar, apodado de muchas maneras: “El Majestuoso Carcelero”, “El Sin Alma”, “El Esconde Princesas” "El Bandera Blanca"…no había ni un apodo decente para él y lo peor es que todos parecían ciertos. Pero a pesar de las burlas, los ciudadanos bien que se refugiaban tras sus murallas. Hipócritas tan cobardes como su padre que habían abusado de su permisividad y que frente a él solo tenían palabras agradables que ofrecerle. Los odiaba tanto a todos…
La puerta de madera abriéndose interrumpió sus pensamientos. Daba igual quién apareciese tras ella, siempre la molestaba que entrasen. Lo único que tenía era esa habitación, esas cuatro paredes. Solo pedía que nadie entrase en ellas. Pero de vez en cuando algún imbécil con aires de grandeza, solo porque servía a su padre, se veía con el derecho de entrar para ver qué tal le iba a la princesa cautiva. Tras ella apareció un esbelto caballero con la misma armadura que había visto siempre fuera de los libros, adornada con una esfera verde en el peto. Su melena era lisa y morena, su nariz puntiaguda y sus mofletes rosados. De rostro solemne y modales refinados se acercó a la hija de su rey no sin antes reverenciarla.
-¿Está vuestra merced complacida durante mi guardia?- Pronunció la cortés frase mientras inclinaba con delicadeza la cabeza
-Lo estaba antes de que entrases por esa puerta.- No se molestó en disimular su molestia
-No era mi intención importunarla, mi lady. Sabéis que estamos aquí para servirla como deseéis.
-¿Cómo desee? Deseo salir de esta mierda de torre y dar una vuelta por esta asquerosa ciudad que gobierna mi padre.-Cada palabra denotaba el desprecio que sentía por ese lugar y su gente.
-Sabeís que eso es imposible, mi lady, tenemos órdenes que cumplir y su merced no estaría a salvo ahí fuera.- Le respondió sin perder su delicado tono de voz y sus corteses palabras.
-¿En qué tipo de ciudad vivimos que ni siquiera su princesa puede pasear tranquila por sus calles? ¿Qué tipo de Guardia Real me protege que no se ve capaz de mantenerme a salvo fuera de estas cuatro paredes mugrientas?
El soldado agachó la cabeza, mostrándose avergonzado y frustrado. Cuando volvió a levantarla parecía querer hablar de nuevo, la miró a los ojos y movió los labios, tembloroso, para no decir nada finalmente.
-Eres como todos los demás.-Le dijo más tranquila la princesa-.Quieres mostrarte gentil, pero no eres capaz ni siquiera de hablar con claridad conmigo ¡Estoy harta de que me tratéis como a una cría! -Concluyó gritando.
A pesar de los gritos, el caballero se mantuvo en la misma posición, sereno, esperando para responder con la misma tranquilidad de siempre.
-No sois ninguna cría, mi lady. Sois la mujer más bella que he conocido, la única mujer por la que daría mi vida y juro que hasta el último de mis días viviré para hacerla feliz.- Pronunció las palabras con la mano apoyada en el pecho.
-Vete con el cuento a otra. Si quieres meterte en mi cama y abrirme de piernas no te bastará con palabras pomposas y gilipolleces caballerescas. Tal vez con alguna de las rameras que pululan por esta ciudad maloliente te funcione. Y si no, siempre puedes violarlas, no sería la primera vez que uno de los honorables caballeros que sirven a mi padre asaltan en las oscuras calles a esas pobres desgraciadas.- Estar confinada en esa torre no la mantenía lo suficientemente alejada de los correveidiles de la ciudad.
-Si un caballero de vuestro padre realizase tal ominoso acto sería juzgado y sentenciado ante el pueblo.
-Si por tal ominoso acto fuesen juzgados y sentenciados los caballeros de mi padre, el rey se quedaría sin soldados en la Guardia Real que le protegiesen.- Ya no sabía si ese caballero era demasiado ingenuo o un hipócrita más de la ciudad.
-Sea como sea, mi labor no es complacer mis necesidades sexuales sino a su merced.
-Bien, te lo voy a poner fácil. Compláceme saliendo de esta habitación, una vez fuera juega con tu juguetito todo lo que quieras y así todos salimos complacidos.
El caballero no dijo nada más. Se quedó en silencio mientras la miraba a los ojos. Ella tampoco dijo nada, estuvo a punto de increparle, pero vio en él algo diferente al resto de guardias que pasaban por allí por compromiso o con intención de pasar un buen rato oyendo sus quejas. Después de unos largos segundos demasiado cortos para uno y eternos para la otra, el caballero de melena oscura se dio la vuelta suspirando levemente. Cerró la puerta con suavidad y se quedó allí plantado, cumpliendo con su guardia en el exterior de la estancia.
Estaba tan harta…harta de estar sola y harta de esas compañías. No sabía que sentía, no sabía que sentir. No quería nada, la estancia le succionaba la vida, la alegría. A veces estaba furiosa, le daba ganas de destrozar cosas, arrancar hojas de los libros, romper los cristales de la ventana. Más de una vez le habían sangrado los nudillos por dar puñetazos a las paredes que cada día parecían más sólidas y oscuras. Después de dar unos mordiscos a la comida que la servían en la cama y de dar un par de tragos de agua, muchas eran las veces que tiraba la bandeja al suelo de una sacudida. Oía que a veces la llamaban "Malcriada". Criada metida en una torre durante veinte años no había muchas posibilidades de mantener un buen carácter y conducta cortés. Esas viejas conformistas la decían más de una vez que ellas tampoco eran libres, trabajaban para su padre en su inmenso castillo y para sus propios esposos. Ellas lo habían elegido, no tenía nada que ver con vivir bajo ese techo.
-Yo no he elegido nada, niña.- La anciana intentaba adecentar un poco la descuidada habitación de su princesa mientras intentaba también razonar con ella.
-Mira, no tengo ganas de discutir asuntos que no tienen discusión alguna. Además, os he dicho un millar de veces que no entréis a limpiar, que me ahogaré entre mi propia mierda.-La espetó mientras se levantaba de la cama y se ponía la misma ropa de hace unos días.-Lo único que te pido es que me prepares un baño caliente.
-Je,je ¿No quería ahogarse su merced entre su propia porquería?
-Quiero cambiarme de jubón y de bombachos ¿Acaso tampoco puedo?
-Renunciáis a vuestro confinamiento, a vuestras obligaciones y deberes, a vestir como una auténtica princesa, pero no renunciáis a vuestras comodidades.-La acusó sin detenerse en sus labores.
-¡¿Comodidades?! ¿Te parece cómodo pasar aquí toda tu vida?
-¿Os parece cómodo vivir limpiado la suciedad de otros? ¿Cocinando para otros? ¿Hablar siempre cortésmente con miedo a decir algo que no debes delante de quien no debes?
-Pues ahora no lo estás haciendo…
-Seguís abusando de vuestro favor de princesa.-Respondió sonriendo burlonamente la anciana, mostrando su boca desdentada.
-¡Es lo único que me queda!
-Y seguís quejándoos, mi lady.
-¡Lárgate!-La propia princesa no hubiese creído que pudiesen irritarla más de lo que ya estaba.
-Al contrario que vos, tengo unas obligaciones y no pienso dejar de cumplirlas solo por los caprichos de la Malcriada.-La anciana ni siquiera la miraba a la cara.
Le dieron ganas de agarrar a esa vieja del brazo y sacarla a rastras, o de tirarla por la ventana de la torre. Se limitó a gritarla.
-¡Tú también te quejas de tus labores, pero si no es por mi padre, por el castillo que tú y otras amargadas tenéis que cuidar, estaríais muertas ahí fuera! ¡Tal vez seríais esclavas! ¡Y no pienses que por ser una vieja débil y asquerosa no habría algún repugnante caballero dispuesto a montarte a la fuerza! ¡Aunque a lo mejor te hacía un favor y se te quitaba esa cara de amargada que tienes!
-Mira niña, yo no me quejo, solo digo que en vuestro lugar aprovecharía el tiempo para cultivar mi mente, para dibujar, para escribir e imaginar. Disfrutaría de que me lo hiciesen todo, tendría está habitación impoluta y sí, me quitaría esta cara de amargada que comparto con su merced dándome alguna alegría con alguno de los galanes que pasan por aquí. Hay uno que os desea de verdad y que os cuidaría como a la última mujer de este injusto mundo. Lo que todas las jovencitas de vuestra edad están deseando. Pero seguid quejándoos, es lo único por lo que os recordarán.
-Criada ignorante, no tienes ni idea. ¡Fuera! -La criada no la hizo caso y continuó limpiando-¡Fuera!- repitió ella.
-Esto ya está-mintió la criada para irse de la estancia con cierta dignidad-.En un rato tendréis vuestro baño listo como me solicitasteis.-La informó como si no hubiese pasado nada.
Más tarde entró otra criada con el barreño lleno de agua caliente. La princesa se desnudó sin mediar palabra y se metió cuidadosamente en el agua dispuesta a relajarse. La criada se remangó y comenzó a enjabonarla, ella la apartó bruscamente.
-No necesito tu ayuda para frotarme el cuerpo, solo quiero estar sola.-Tras esto cerró los ojos esperando oír salir a la criada, más joven que la de hace un rato y a la que llevaba años viendo día tras día.
-Sabéis que no suelo hablar con su merced porque no quiero molestarla, bastante tenéis vos ya con vuestro castigo, pero ha llegado a mis oídos la discusión que habéis tenido hace un momento con…
-¿Tú también quieres discutir? ¿Ni bañarme me vais a dejar?
-Es cierto que los modales de mi compañera no fueron los más apropiados, pero todo lo que dijo lo dijo porque quería abriros los ojos, para que comenceis a disfrutar un poco de vuestra estancia aquí. Os quedan muchos años de confinamiento y pueden ser agónicos si no intenta cambiar de actitud.
La princesa abrió los ojos de golpe, mirando a la criada como si quisiese matarla con la mirada.
-Ya están siendo agónicos…cada noche rezo porque mi padre caiga enfermo y muera.
-No digáis eso, mi lady. Vuestro padre cuida de vos y os quiere. Querrá que estéis a salvo incluso después de muerto, así que no creáis que esa es una solución.
-Nada mejor que unas palabras de una de tus criadas para consolarte.
La mujer comenzó a frotarle la espalda lentamente a su princesa sin que esta se opusiera.
-Sé que esta vida tampoco es fácil, aquí encerrada todo el día, sin poder caminar más que unos pasos, sin poder hablar con gente fuera del castillo o respirar aire fresco. Pero os aseguro que si salieses ahí fuera no tardarías en morir…y si vos morís, el reino lo hará con su merced.
-No me importa el reino, no me importa mi padre, son todos unos egoístas, por mí que se pudran sus cadáveres bajo el sol.
-Son egoístas, sí, pero no más que vos y que yo. Son egoístas con familias, con hambre, con miedo, con sueños como nosotras. No merecen morir. Puede que no todos tengamos la vida ideal que deseamos, pero vivimos, que no es poco, y eso se lo debemos a vuestro padre, hasta tú.
-Y ¿si no quiero vivir?
-Estáis en vuestro derecho, pero la vida es nuestro mejor regalo y la muerte nos llega a todos tarde o temprano ¿Por qué anticipar su llegada? Debemos disfrutar como podamos de la vida que se nos ha dado, cumplir con nuestro papel hasta el final.
-Yo no tengo ningún papel aquí encerrada.
-Hasta una mera criada como yo tiene un papel en esta vida que cumplir. Vuestro papel es importante, creedme, y seguro que vuestro sacrificio algún día será recompensado.
-Nunca me he enamorado, no sé qué se siente cuando te enamoras, no entiendo porque la gente pone en peligro su integridad por el amor, no entiendo porque otra persona puede darnos tanto placer. Dicen que el amor es el mayor placer de la vida ¿Habrá recompensa suficiente más allá de ella si no lo he sentido nunca? ¿Merecerá la pena?- Estaba tranquila, sin duda el baño caliente y las palabras de la criada la habían relajado.
-Recuerdo cuando erais solo una niña. Solíais estar triste aquí encerrada, pero erais un encanto. Soñabais con que un día un caballero aparecía tras esa puerta para rescataros. Un caballero del que os enamoraríais y con el que viviríais felizmente hasta la eternidad. Leíais muchos cuentos, os ayudaban a soñar. En una prisión como está lo más importante es soñar, aunque sepas que ese sueño nunca se vaya a cumplir. Cread vuestras propias alas y volad lejos de aquí. Hay formas de hacerlo y gente que os puede enseñar, la mente es poderosa.
-Vivir en una mentira…no es mi estilo.
-Vivir una mentira cumpliendo con vuestro papel, un papel que es muy real. Simplemente os ayudará a cumplirlo más fácilmente.
-¿Alguna vez te has enamorado?- Jamás pensó que le importaría que una criada le contara algo de su vida. A esta la conocía desde hace años, pero según fue creciendo la comenzó a odiar tanto como a todos. Ella siempre cumplió con su petición de no hablar con ella y no molestarla, pero hoy, que decidió ignorar esa petición gracias a la discusión con la otra criada, descubrió a una mujer de buen corazón que solo cumplía su deber y no tenía culpa de nada, solo intentaba ayudarla a cargar con su pesado destino en aquella torre.
-Sí, claro que me he enamorado. Pero el amor no es como en los cuentos, tiene caducidad, después se puede convertir en simple cariño…o incluso odio. Es demasiado complejo para que lo entendamos, pero experimentarlo es…inexplicable. De todos modos a veces produce más quebraderos de cabeza que placer, todo depende del caballero que arrebate vuestro corazón.
-He oído que solo hay una cosa que da verdadero placer y deriva del amor.
-Sí, ja,ja y no siempre deriva del amor, creedme, a veces es lo mejor. Incluso cuando no es tan placentero quieres más. Aunque ya hace mucho de mi última vez. He aprendido a vivir sin él, la necesidad de sexo, igual que la de comer, beber o dormir, nos hace esclavos y vos ya tenéis suficiente con estar aquí encerrada.
-Lo único que comparto con las princesas de los cuentos es que jamás me han tocado. Me he mantenido pura durante estos veinte años. No negaré que he sentido curiosidad alguna vez y he experimentado, pero nunca he deseado llegar a más, tal vez porque conozco solo a esos bestias que tiene mi padre como caballeros.
-No todos son bestias, algunos os quieren de verdad. Y ninguno de ellos os ha tocado un pelo que no debiera, ni lo hará, por animales que puedan llegar a ser.
-Pero algunos lo desean. Hay uno en especial…
-…que os desea, no que lo deseé, es muy diferente. Pero no lo hará, tu padre no quiere que ninguno os toque y no lo harán
-¿Qué pasa si yo sí quiero?
-Que demostraréis ser tan tozuda y rebelde como siempre. Lo acabáis de reconocer, no queréis hacerlo con ninguno y de momento con vuestros dedos os basta. Os aseguro que a veces son más gratificantes.
Ambas se echaron a reír. Hacía mucho que la princesa no se reía. Tras la charla salió del barreño ayudada por la criada que la secó con presura para que no se enfriara. Mientras la criada retiraba el barreño, ella se cambiaba de jubón, otro de brocatel, pero compuesto por diferentes tonalidades azules y un bombacho también azul, un azul intenso. Gracias a esa criada estaba de mejor humor, tuvo ganas de salir y correr por la llanura que veía en el horizonte, pero no le importó quedarse sentada en la mesa de siempre, junto a los libros de siempre, en la torre de siempre. Tenía un papel, puede que fuese cierto, tenía que encontrarle un sentido a su vida si no quería morirse de asco. Tal vez si se portaba correctamente y aceptaba su papel, fuese el que fuese, su estúpido padre la dejase salir por la ciudad. Para que el tiempo allí no se hiciese tan pesado y tortuoso podía tener largas charlas con su criada mientras cumplía sus obligaciones, aunque esperaba no ver a la vieja impertinente.
El caballero que parecía enamorado de ella no le atraía, pero podía esforzarse en tratarle mejor que al resto y si pasaba mucho tiempo sin haber probado el sexo, podía recurrir a él, con un poco de suerte disfrutaría, aunque no le atrajera, y la trataría como a una dama. Pero ¿acaso era ella una dama? Nunca se había esforzado por serlo y su entorno seguía repugnándola, si intentaba cambiar lo hacía por ella misma, no por complacer a su padre. Se alegraba de que hubiese alguien decente en la corte con quien pudiese charlar, pero eso no cambiaba ciertas cosas.-Se acercó a la ventana para abrirla y respirar el aire del exterior. Observó a la gente moviéndose por la ciudad. Gente con carros, transportando materiales, gritando para vender sus productos, mendigando…cada uno cumpliendo con lo que la vida le había ofrecido, demasiado ocupados como para quejarse. Tenía que aprovechar su tiempo, disfrutar de su vida aunque fuese allí encerrada, cumplir con su misión, tenía que tener una.
Se pasó las horas sin hacer nada, pensando en su misión, en el sentido de la vida, algo que la dejó agotada. Sus ojos ya no podían más. Cerró la ventana por la que ya entraba un poco de frío, echando un último vistazo a las, ahora, silenciosas calles oscuras. Se dejó caer sobre la cama, deprimida de nuevo, como siempre. No había nada que hacer allí, su confinamiento no tenía sentido por más que se lo buscase. Su vida era un asco y seguiría siéndolo veinte años más. En ese momento hubiese vuelto a salir por la ventana, pero esta vez sin sábanas. Tampoco tenía alas, de ningún tipo, soñar era ya inútil, lo es cuando ya no te queda esperanza. La vida es un regalo sí, pero no todos los regalos han de gustarte y no siempre se ofrecen por buena voluntad. Su vida era un regalo sin envoltura, sin ningún tipo de valor, solo un compromiso que tenía que aceptar desganada.
El sueño la invadió, el único momento en el que era libre, deseaba no despertar nunca, pero siempre había una mañana a la que enfrentarse, muchas veces el momento del día en el que se encontraba más malhumorada. Se había dormido con la misma ropa del día anterior y no hizo en toda la mañana ninguna intención de quitársela, solo deseaba dormir. Durante todo el día pasaron un par de caballeros y otra de las criadas encargadas de adecentar los aposentos. No le dirigió palabra alguna a ninguno de ellos y siguió pensando. Tal vez fuese cierto que tenía un papel y su deber era cumplirlo, pero ¿quién había establecido ese papel? ¿Qué consecuencias traería cumplirlo?
Era una princesa, hija del rey de un importante reino y tenía muchos libros, pero ninguno de historia. Sorprendentemente nunca había reparado en ello, hasta los 12 años se conformó con los cuentos, libros para mejorar su lectura, para aprender a hacer operaciones matemáticas para conocer los animales que pueblan el mundo…según fue creciendo los libros eran más complejos: biología, contabilidad, astronomía, arquitectura…incluso tenía un libro de gastronomía.
Muchos libros, pero ninguno sobre historia... de pequeña nunca pensó en ello, y con el tiempo no puso atención en su ausencia, ni siquiera se planteó cuáles eran sus antecedentes. Se moría por saber que había más allá de esas cuatro paredes, pero nunca había pensado como se habían formado las cuatro paredes que día tras día la quitaban la alegría. Desde pequeña había aceptado que era hija de un rey poco respetado, pero poderoso al fin y al cabo por mantener una enorme ciudad como esa sin ningún problema. No confiaba en esos caballeros que le servían, pero lo que decía la joven criada era cierto, son muchos los que la desean, pero ninguno la había tocado, por lo que a lo mejor eran más fieles de que lo ella había pensado ¿Temían a un hombre tan débil en apariencia como su padre? ¿Cómo alguien como él podía tener el respeto de tanta gente? Además, si tanto lo respetaban ¿Por qué no la dejaba salir escoltada por la ciudad?
Si lo pensaba bien, no solo no tenía libros de historia o de ficción adulta, tampoco libros de literatura, ni siquiera geografía. Todavía hoy tenía una actitud muy infantil en ese sentido, pensaba que su ciudad era el centro del mundo, que ella era la única princesa y que su familia siempre había tenido esa condición de realeza. Pero gracias a la joven criada se había dado cuenta de que ese papel que tiene que cumplir lo ha escrito alguien por algún motivo, un papel diferente al de cualquier princesa, que concierne a una ciudad entera y tal vez a un reino, pues lo más lógico era pensar que su padre gobernaba una región con más ciudades como esa. Si no tenía libros de historia era porque su padre no quería que descubriese nada sobre su pasado y muy posiblemente sobre lo que realmente la tenía ahí atada. No podía ser solo por protección, no tras unas murallas como esas, no siendo la hija de ese rey. ¿Qué ocultaba su padre? ¿Había más motivos para odiarlo? ¿Cómo podría descubrir la verdad? Pues como se descubre todo en esta vida, hablando y leyendo. La respuesta estaba en los libros que su padre la había ocultado y que jamás la habían interesado, en los miembros de la corte que la custodiaban.
Conseguirlo no sería fácil, pero varias opciones se le pasaron por la cabeza. Podía pedírselo a la joven criada, pero tal y como la había dicho que debía hacer ella, cumplía muy bien su papel y no haría nada en contra de los deseos de su rey. Los caballeros también parecían cumplir los designios de su padre, pero todos ellos tenían un punto débil, una espada que al ser desenvainada era capaz de despedazar la razón del hombre más fiel; ella tenía una nueva y atractiva vaina entre las piernas para esa espada, si la usaba bien podía proporcionarla lo que deseara. Pero no estaba segura de tener el estómago suficiente para dejar que alguno de esos energúmenos la tomara, solo había uno…
La otra opción era la amenaza de suicidio si no la contaban la verdad o la traían lo que solicitaba. Podía acercarse a la ventana y amenazar con lanzarse si no la llevaban los libros, pues no era la primera vez que probaba su vertiginosa caída y a lo mejor le empezaba a coger el gustillo a dejarse caer hacía la muralla del aburrido castillo. Incluso podía coger alguno de los cubiertos que la llevaban sobre la bandeja de comida y acercárselo a las venas jurando acabar con todo si no la tomaban en serio. Aunque quien bien la conociese sabría que no es de las que se rinden acabando con todo fácilmente, pero por otro lado era muy decidida y lo que decía lo cumplía, aunque fuese solo por pura testarudez. Podía haber empezado por la menos arriesgada, pero decidió ir a lo seguro, a lo más sencillo y, quién sabe, tal vez también a lo más gratificante.
No sabía demasiado sobre sexo, no más de lo que oía hablar a los obscenos soldados de su padre que contaban sus venturas y desventuras en la cama de alguna fulana o a las fantasiosas criadas, siendo las más jóvenes las que hablaban de algún pretencioso muchacho al que consideraban su príncipe azul, pero que seguro no era más que un maloliente mendigo con aires de superioridad. También había visto a algunas de las rameras de la ciudad llevarse a algún hombre con ellas e incluso ofrecer sus servicios en mitad de la calle, alborotando a los ciudadanos que pasaban por ahí. Era el momento de comportarse como una de esas mujeres de baja cuna dispuestas a ofrecer su manoseado cuerpo a cualquier baboso con tal de ganar unas cuantas monedas de bronce. La diferencia es que ella solo quería ganar unos libros, respuestas y con un poco de suerte, su libertad.
Daba vueltas por la habitación nerviosa, pensando en que decir, como actuar, como sería su primera vez… lo único que tenía claro era con quien. Aquel caballero que hacía ya varios días que no veía, caballero que, por otra parte, no había mostrado ningún interés sexual hacia ella, solo amor puro, o más bien demasiada palabrería que la irritaba. Fuese como fuese tenía que ser él, no era excesivamente atractivo, pero no le disgustaba, era refinado, aunque demasiado para su gusto. También tranquilo, lo que indicaba que muy seguramente no la sacudiese tan bestialmente como muchos otros soldados presumían hacer con las desafortunadas mujeres que tomaban.
Cada día que algún soldado la importunaba esperaba que fuese él, pero nunca le volvió a ver hacer guardia. Esperó verlo en alguno de los turnos de los dos días siguientes, pero ni rastro de su larga cabellera negra. Empezó a desesperar hasta que se percató de como la miraba el escote otro de los soldados que entró para comprobar que todo iba bien. Era de constitución fuerte, con una espesa barba que contrastaba con su cabeza calva. De cejas pobladas y nariz de cerdo, el soldado, que mostraba una fea cicatriz vertical y de gran tamaño en la mejilla izquierda y al que le faltaba media oreja derecha, miraba los senos de la princesa como si entre ellos pudiese encontrar el sentido de la vida. Solo de pensar en lo que debía hacer con él sintió asco. Siempre le parecieron repugnantes las rameras que vendían su cuerpo y con él su integridad como mujer, pero para conseguir lo que uno quiere en el sucio mundo en el que vivimos a veces hay que ensuciarse y olvidar el orgullo, así que se bajó el escote y se le acercó contoneando el cuerpo torpemente para parecer más atractiva, dando como resultado una lamentable escena en la que una mujer, que más bien parecía un pato mareado, se acercaba a un imbécil baboso que no apartaba la mirada de los dones de la princesa por cerca que estuviesen.
Si daba un paso más estaría cerca de metérselos en la cara, así que tuvo que carraspear y acariciarle la cicatriz de la mejilla para llamar su atención. Lo único que consiguió fue el efecto contrario, ya que el soldado elevó la mirada sorprendido, como si hubiese descubierto en ese momento que esos dos pechos tenían dueña, retrocediendo rápidamente hacia la puerta.
-¿Se va a asustar un caballero como vos de los encantos de una princesa?- Apoyó una mano sobre la cadera mientras intentaba pavonearse.
-¡Yo no me asusto!-gruñó molesto el caballero-¡Solo cumplo con mi deber!
-Tu deber es complacer a tu princesa, y yo también puedo complacerte a ti, ser...a cambio de un pequeño favor.-La joven princesa se acercó más alargando su brazo hacia aquel rudo caballero cuya cabeza sin pelo brillaba por el sudor que le recorría ya todo el cuerpo.
-No me toques o no respondo niña.-Apartó la mirada de la mujer que hacía un momento la había hipnotizado y a la que conocía desde que era una niña, lo cual no le había impedido mirarla con deseo, no con el deseo de protegerla, cuidarla o amarla que tenía el desaparecido caballero, sino con hambre, con el deseo de tomarla y de dominarla, pero esta vez el dominado parecía él.
-Eso es justo lo que quiero, que no respondas, que me des lo que busco, que me hagas gritar como a las demás, que me des placer, que me hagas mujer.-Se acercó a su boca de la que salía un fuerte olor a comida, de hace seguramente unos días, que la hizo detenerse y cerrar los ojos para contener la náusea. Antes de continuar, prefirió hablar-.Me tendrás para ti durante tu guardia si me das lo que busco… solo unos inofensivos libros de historia, nada más. Me los traerás aquí ¿verdad que sí?
De nuevo cerró los ojos, frunció el ceño sin darse cuenta, mantuvo la respiración y se acercó a su repugnante boca. El bofetón fue tan fuerte que seguramente se hubiese oído hasta en las cocinas.
-Te dije que no respondería niña.- Con su enorme mano había tumbado a la Malcriada que observaba a su fallida conquista desde el suelo, anonadada por lo que la había hecho.
-¡¿Prefieres golpear a tu princesa antes que tomarla?!- Mantenía la mano en la mejilla, aunque no sentía el dolor-. A mi padre no le gustaría que hicieses ninguna de las dos cosas, la diferencia es que de esta si va a tener constancia. Has decidido calentar el miembro equivocado.
En efecto, la mano le ardía por el fuerte golpe, tanto como debería arderle la mejilla a la princesa. El soldado se limitó a soltar un bufido.
-Más le sorprendería saber a su majestad que tiene una puta como hija y no que yo haya abofeteado a una malcriada como tú.-Se había negado a responder a las sugerencias sexuales de su princesa, pero su cuerpo sí había respondido a ellas, por lo que se movió con dificultad hacia la puerta para abandonar la sala.
La princesa se quedó tendida en el suelo, despreciándose por lo que había hecho y por lo que no había conseguido. Ni siquiera era atractiva para un bestia con más polla que cerebro como ese maloliente caballero. Había amenazado con decírselo a su padre, pero prefería mantener lo que había ocurrido en secreto, además, no sería inteligente desvelar que buscaba esos libros de historia a su propio padre, por lo menos no de momento. Buscaba respuestas a su cautiverio y las encontraría. Había más formas, formas más limpias que esa, pero más arriesgadas. Lo peor es que no suponían un riesgo para ella sino para otras personas, para una en concreto, que confiaba en que correría el riesgo con tal de ayudarla. Lo pensó durante todo lo que quedaba de día. Cuando todavía no había decidido si hacerlo, entró la joven criada con la que hablaba durante tantas horas. Mientras ordenaba la habitación hablaron de canciones y de un bardo con el que la criada tuvo un romance.
-La única canción que me dedicó fue una de despedida que ni siquiera me cantó él, ya que le encargó a otro bardo que lo hiciese por unas monedas de bronce. Lo peor es que la canción era para burlarse, plagada de símiles entre su instrumento y su miembro. Antes de que acabase la burlona la canción, le di al bardo una bofetada, le quité su instrumento, lo tiré al suelo y lo pisé. Enseguida dejó de reírse y de cantar para comenzar a gritar exigiendo que le pagase las monedas de plata que costaba un instrumento como ese. Menudo par de imbéciles.-Al mencionar la bofetada, la princesa recordó que debía haberse tapado la cara para que no viese las marcas que seguro tenía de la mano de aquel caballero, pero la criada parecía no haberse percatado. De lo que sí se percató fue de que su princesa estaba ausente-¿Os encontrais bien, mi lady? La criada dejó lo que estaba haciendo para acercarse a ella.
-Sí, solo que…he pensado en lo que me dijiste, en cumplir el papel que se me ha asignado.
-Eso está muy bien, demostráis que no sois ninguna malcriada.
-El caso es que, para cumplirlo, me gustaría saber más sobre ese papel. Tiene que haber un motivo por el cual estoy aquí, saber quién es en realidad mi padre y en qué tipo de ciudad vivo. Saber más sobre mi pasado, el futuro que me espera, y eso…solo lo puedo encontrar en los libros de historia, libros que nunca he poseído, lo cual quiere decir que mi padre me oculta algo. Tal vez, cuando descubra cual es mi misión estando aquí encerrada, no quiera cumplirla.
La princesa se quedó mirando fijamente a la criada, esperando que esta fuese capaz de deducir lo que la estaba pidiendo.
-Una simple criada como yo no sabe ese tipo de cosas, mi lady. Solo vuestro padre y sus leales caballeros saben la verdad.
-No te pido que me digas nada, aunque estoy segura de que algo sabéis en el castillo. Lo que te pido es que me consigas unos libros de historia y me los traigas, solo eso.
La criada se alejó de la joven princesa con gesto preocupado.
-¿Solo eso? ¿Sabéis lo que me estaría jugando desde el momento en el que los robo hasta el que os los doy?
-¿Sabes tú lo que me estoy jugando si me quedo aquí sin más?-La princesa no tardó en sacar su carácter.
-Nada, vos no os jugáis nada, estáis a salvo aquí, nadie os hará daño, nadie os matará.-La criada parecía molesta por las palabras de la inconsciente princesa.
-La soledad me hace daño, los soldados de mi padre me hacen daño ¡Mi propio padre me hace daño! Siento como este confinamiento me está volviendo loca y encima tengo que escuchar decirte que es mi única labor. ¿Entonces pido tanto por saber cuál es esa labor antes de cumplirla?
-Las labores no las elegimos, se nos asignan y las cumplimos. No lo pongáis tan difícil, por favor. Solo limitaos a manteneros aquí, tranquila, colaborando por el orden del reino.
-Eres una criada desconsiderada, después de lo bien que te he tratado estos días…creía que eras diferente al resto, pero ya veo que solo eres una egoísta que solo mira por su propia seguridad, una cobarde que vive cómodamente en este castillo, en esta ciudad, sin cuestionarse nada.-Sus ojos de princesa le brillaban de rabia.
-¿Cómo me podéis decir eso…?-por el contrario, a la criada la brillaban de pena-.Yo solo intento ayudarla, pero no me escucháis. Tal vez, mi lady, la desconsiderada seáis vos.-Le dijo sollozando.
-Fuera de mi habitación-le espetó la princesa con tono aparentemente calmado-.Prefiero a la vieja amargada a partir de ahora, ella solo me irrita, no me hiere con sus palabras.
-Pero…-La criada intento acercarse a su princesa para hacerla entrar en razón, pero ella la empujó.
-He dicho que… ¡Fuera!
-No…mi lady…yo.-La criada se negaba a salir de aquella habitación.
-¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fueraaaa!- Apenas controlaba su respiración y algunas lágrimas se asomaban disimuladamente.
La criada abandonó el lugar corriendo y llorando. La princesa se quedó sola, de nuevo. Por conseguir respuestas estaba destruyendo todo lo que tenía a su alrededor y cuando las obtuviese tal vez no le quedase nada, tal vez ni su propia vida, pues solo quedaba una cosa que hacer. Si tan valiosa era, si tan importante era permanecer ahí, encerrada, viva, a su padre no le gustaría lo que venía ahora, su siguiente, y tal vez último, movimiento.
Esperó a que llegase la hora de la cena impacientemente, nerviosa por lo que estaba a punto de hacer. Si no conseguía lo que quería tenía que hacerlo. No era una rendición, todo lo contrario, era hacer lo que ella creía que debía hacer, lo que en realidad quería hacer, si no conseguía su objetivo no cumpliría su misión, era un buen trato.
Por fin llegó la vieja criada, con su molesta sonrisa continua en la arrugada cara y una bandeja en la que iban posados un par de platos con apetitosa comida, unos cubiertos y un vaso lleno de agua. La anciana colocó la bandeja sobre la mesa.
-Aquí tenéis vuestra cena, joven princesa.- Reverenció educadamente a la joven y se dirigió a la puerta para marcharse.
-¡Espera!-La princesa tenía una penúltima carta de la que no se había percatado hasta ese momento-.Vamos a ser mujeres claras…me irritas, anciana, y tú me repudias.
-¡Oh, no! Simplemente no os aguanto, decir que os repudio es decir demasiado, hace falta tener más para llegar a repudiar a una persona y al fin y al cabo vos no sois más que una malcriada.
La princesa tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse y no gritarla.
-Bien…puedo jurar que no volveré a molestarte, ni a quejarme, ni siquiera a poner una mala cara si me traes lo que te pido.
-¿Le falta sal a la comida?-Se burló sin darse la vuelta siquiera.
-Le falta un hervor…y no precisamente a la comida. Y a mí me faltan unos libros, es lo único que te pido. Necesito que me traigas unos libros de historia…he seguido tu consejo y quiero cultivar más mi mente.
-Je, je…Buen intento chiquilla, espero que los muchos años que os queden en esta torre sin respuestas no sean muy tortuosos.
Antes de que la anciana abandonase la sala pudo oír como la princesa cogía los cubiertos para cortar la carne…su carne.
-Me darás los libros que te he pedido si no quieres limpiar el charco de sangre que voy a dejar en el suelo y cargar la culpa de la muerte de la princesa
-Limpiar vuestra sangre es la tarea que realizaré con más gusto…y no es mi culpa que seáis una malcriada a la que le gusta llamar la atención.
Para sorpresa de la princesa, la anciana se fue sin siquiera comprobar si la amenaza era cierta. Allí estaba, con el cuchillo apoyado sobre su muñeca, rozando sus venas, sin nadie que respondiese a su amenaza, sin nadie que se preocupase por lo que estaba a punto de hacer. Un ligero movimiento y todo acabaría, pero si lo hacía en ese momento, así, sin más, desesperada y sola, sí podía considerare una rendición. Por eso, sin soltarlo, apartó el cuchillo de sus venas y se dirigió a la puerta para aporrearla.
-¡El soldado de la puerta, que entre!- Solo tuvo que esperar unos segundos para que un extrañado soldado, de pelo corto y gris, entrase.
-Está todo bien mi lad…¡Mi lady!-El soldado no podía creer que delante de sus ojos la princesa fuese a suicidarse-.Mi lady ¡¿Qué haceís!?
-La pregunta es, qué harás tú. Si haces algo indebido me corto las venas, solo quiero una cosa, unos libros de historia, nada más. La vida de tu princesa por unos simples libros. No sería conveniente para ti, ser, que la princesa muriese durante tu guardia.-La mano le temblaba, pero sonreía para fingir tranquilidad.
-Tranquila, vengo enseguida, no hagáis ninguna tontería.
-Esperaré ansiosa, ser. Y no hagas tú ninguna tontería por el camino.
El soldado abandonó la torre a toda prisa. Esa vieja bruja la odiaba, había sido una estupidez contar con ella, pero aquel caballero no podía permitirse que la princesa se quitase la vida mientras él debía protegerla. Había sido el plan más arriesgado, pero el más sencillo. Lo que no sabía es si se hubiese quitado la vida, si hubiese cumplido su palabra, si hubiese tenido el valor.
El tiempo de espera se le hizo eterno, pero el caballero volvió, no con los libros, sino con su padre. La furia le invadió el cuerpo cuando vio a su padre entrar por la puerta.
-¡Mentiroso cabrón!- Mientras gritaba, la princesa volvía a coger el cuchillo dispuesta a conseguir lo que quería-¡Padre! Si no me das lo que quiero o me lo cuentas tú mismo, la última imagen que tendrás de tu princesita será la de su cuerpo bañado en su propia sangre…y sabes que yo no me ando con tonterías.
-Cariño…-a pesar de la dramática situación, el rey sonreía-.Así no vas a conseguir nada, solo quedar como una escandalosa y ni tú ni yo queremos que te sigan llamando "Malcriada" durante toda la eternidad ¿Verdad?
-Malcriada por un padre que jamás se ha preocupado por su hija, malcriada en una torre durante veinte años viendo a su padre en contadas ocasiones como esta. Malcriada por unos caballeros sin honor y unas criadas egoístas. ¡Malcriada porque pido que se me trate con un poco de respeto! ¡Malcriada porque quiero respuestas!
-Malcriada porque no aceptas tu destino…-Le dijo su padre sin perder la paciencia.
-Un destino que has elegido tú.-Su malcriada hija intentaba mantener la calma, pero la mano le volvía a temblar, sus ojos volvían a estar cargados de ira y su voz parecía a punto de quebrarse.
-Un destino que elegí por el bien de todos.-El rey la miraba también fijamente, sin temor, sin enfado, con toda la serenidad que le debería faltar a un padre en momentos como este, incluso con cierta mirada retadora.
-Pero no por el mío propio.
-No eres la única que tiene que hacer sacrificios.
-Puede, pero esté será el último que hago si no me das lo que quiero.-Apretó con fuerza el cuchillo para mostrarse más segura, comenzando a incrustar el filo en la carne.
-Y ¿qué es lo que quieres? Le preguntó su padre apartando la mirada hacia el cuchillo, como si intentase pararla, temiendo que algo pudiese suceder.
-Respuestas.
-No puedo dártelas, la verdad en tu posesión corre peligro.
-Así que es cierto que me ocultas cosas.
-Hago lo posible para que tu cautiverio no sea demencial, te proporciono libros, pinturas…-Intentó desviar el tema.
-No los que yo quiero. Quiero libros de historia.
-En ellos solo se escriben mentiras. Mentiras que te harían daño. No dejaré que leas esos libros.-Por primera vez comenzaba a mostrarse con cierto enfado.
-Pero sí dejarás que tu hija muera…-comenzó a deslizar el cuchillo con lentitud por su pálida y delicada muñeca sin que todavía saliera sangre de ella o sintiera dolor.
El enjuto rey, de rostro arrugado, mirada triste, pelo canoso y baja estatura, se dio la vuelta moviendo la cabeza hacia los lados y suspirando.
-Haz lo que creas que debas hacer, ya eres suficientemente mayor. No puedo darte lo que buscas, pero tampoco impedir que te quites la vida. Si lo haces, las consecuencias pueden ser nefastas y te aseguro que no encontrarás el descanso que buscas.-Comenzó a avanzar hacia la puerta, con los ojos cerrados, esperándose lo peor.
Esta vez a la princesa le temblaba todo el cuerpo. El miedo se combinaba con la rabia y la rabia con el odio. La mano que sujetaba el cuchillo parecía que se le iba a dislocar, pero finalmente no ejecutó el movimiento que acabaría con todo. Levantó el cuchillo y gritó, gritó más que en toda su vida.
El cuchillo se clavó tras él, los gritos no cesaban, los lloros se sumaban. Los insultos aparecían, los lamentos, los reproches, las verdades y mentiras junto a ellos. Los silencios de una veintena de años se rompían, los miedos y rencores estaballan, los sueños y esperanzas se desvanecían, mientras un profundo dolor aparecía. Extrajo el cuchillo para clavarlo con más certeza en un punto vital, pero la histérica princesa fue detenida por el soldado de pelo gris cogiéndola por la muñeca que hace un momento se estaba viendo amenazada por el mismo cuchillo y tirándola contra la cama. Su rey caía de rodillas, pidiendo auxilio, solo le habían herido un hombro, pero dolía tanto como el hecho de que fuese su hija quien había provocado esa herida.
-¡Mátame! ¡Acaba tú mismo conmigo si tan poco te importo! ¡Acaba con mi tortura! ¡Rey de mierda! ¡Carcelero! ¡Asesino! ¡Cobarde! ¡Mentiroso!-El soldado intentaba sujetarla, pero ella no paraba de agitarse entre sus brazos mientras gritaba y lloraba-.¡Débil! ¡Necesitas a estos cerdos cabrones para detenerme! ¡Necesitas a este puto reino de mierda que un día te destruirá para sentirte poderoso! ¡Me necesitas...! ¡Me necesitas, pero nunca me has querido! ¡Ni siquiera tienes el valor de decirme por qué!-La mano del soldado tapó su boca, pero ella la mordió-¡Os pudriréis tras estas murallas! ¡Me aseguraré de que vuestros cadáveres se pudran lentamente bajo el sol! ¡Me tendréis donde queréis y os arrepentiréis de ello! ¡Todos vosotros, toda la corte! ¡Y los ciudadanos! ¡Nobles! ¡Mendigos! ¡Rameras! ¡Todoooos! ¡Hipócritas! ¡Cabrones! ¡Hijos de...!-Esta vez la mano no tapó su boca si no que su puño golpeó su cabeza, silenciando el miedo, la ira, el rencor, la venganza y la verdad.
La puerta seguía donde siempre, su cama, la comida, los libros, libros que no quería, la sangre del que para ella ya no era su padre. Seguía ese miedo, esa pena, esa desesperanza, ese odio, esa soledad. Todo seguía allí con ella cuando despertó. Incluso su vida, la que había estado a punto de perder. Pero lo único que perdió fue a un padre, le perdió sin que muriese como ella quería. Perdió su posibilidad de conocer la verdad, perdió la unica posibilidad de ser libre. Perdió la cordura, su razón de ser. Perdió su identidad, una identidad que nunca conoció, que tal vez nunca tuvo. Lo perdío todo, incluso sus lágrimas. Se aferró a la almohada, temblando, sabiendo que pasaría otros veinte años, tal vez treinta o incluso cuarenta más, allí, encerrada, amargada, olvidada, repudiada. Apretó los dientes y rezó para que la pena la consumiese como un veneno, que su dañado corazón se detuviese repentinamente. Rezó para que la torre se derrumbara sobre ella, rezó por que la ejecutarán por intento de asesinato al rey.
Estaba mareada, si intentaba levantarse acabaría en el suelo. La daba igual, no había razón para levantarse, no había ninguna razón para querer seguir, no había razón para caminar por ese suelo, bajo ese pesado techo, tras esas opresoras paredes. Solo quería dormir, dormir eternamente. Durmío, pero no soñó. Dicen que todos soñamos, dormidos o despiertos los sueños son parte de nuestra vida. Pero ella ya no soñaba, no le quedaba sitio para los sueños, la realidad ocupaba demasiado y esa estancia de la torre era demasiado pequeña para albergar ambas. No había nada mientras dormía, no quedaba nada cuando abría los ojos. Solo un vacío capaz de matar al ser más fuerte, capaz de volver loco al más sabio. Pero ella era tenaz e incluso ante tal desamparo se alimentaba de lo único que la quedaba, lo único que parecía no haber perdido, orgullo.
No era una princesa, no era una heroina, no era una cualquiera, no era nadie, solo una luchadora herida, despojada de armas y armaduras, despojada de su escudo, despojada de su misión. Solo se tenía a ella misma, solo podía mantenerse firme incluso hundida en el lodo, pisoteada por personas más grandes que ella. Pero viva. Su intento de suicidio había sido una estrategia y sus deseos de morir lógicos en esa situación, en ese pasillo sin salida, en esa torre sin respuestas, pero no moría, su cuerpo luchaba, su mente se enfrentaba a su corazón. No se enfrentaba a la despiadada realidad como un hombre, ni lo hacía como una mujer, lo hacía como una persona única que jamás se rendía, que no esperaba nada de la vida, pero que se resignaba a darla el placer de la rendición o la redención. Cuando despertase, cuando abandonase la nada que ocupaba el lugar de sus sueños, continuaría su lucha, resignada, sin esperanzas, sabiendo bien quien es su enemigo, sabiendo qué se iba a encontrar cada día frente a ella y sabiendo que conociendo la inmundicia que la rodeaba podría vivir sin miedo, sin dolor...sin sueños, pero sin engaños, esperando el momento de desmoronarlo todo con el odio que había acumulado, consumiendoles a todos antes que a ella misma, vengándose, cumpliendo su papel, un nuevo papel que ella se había asignado.
Sus ojos se abrieron, su mirada se mantuvo perdida mientras una incontrolable y maquiavélica sonrisa aparecía sobre su cara. La sangre ya no estaba, ni la comida...ni el miedo, ni la desesperanza...solo había sitio para el rencor y la venganza. No sabía que día era, pero tras las ventanas de su prisión se presenciaba la oscura noche. Se acercó a ella para sentir el exterior, para respirar nuevos aires. Al acercarse pudo ver una nota en el escritorio sin firma de su autor. "Bajo vuestros dedos, el placer; bajo vuestro experimento, la pasión; bajo esa pasión, la verdad". Se quedó pensativa.
-Bajo mis dedos...-Elevó una mano para mirárselos-.El placer.-Acarició las yemas y entonces lo recordó. Recordó sus tardes aburridas y solas, se recordó con quince años, y con dieciseis, diciesite...hasta con veinte. Recordó los gemidos, el placer, recordó la conversación, su virginidad, su búsqueda de pasión donde no podía encontrarla, sus tonteos con lo más cercano al sexo que conocía...todo apuntaba a una dirección, al lugar donde disfrutaba haciéndolo, a la cama-.Bajo ella, la verdad...
Se apresuró a acercarse a la cama para agacharse y mirar bajo ella. No estaba el orinal, alguien lo había dejado fuera para que nadie intentase echar mano de él y encontrase lo que había allí ahora. Cuatro libros amontonados, cuatro libros diferentes, y uno...uno era de historia. Se levantó agitada, miró a todos lados. Volvió a meterse bajo la cama con cuidado y lo sacó dejando al resto allí. Se acercó con presura al escritorio frente a la ventana posando sobre la porcelana el antiguo libro. Lo abrió nerviosa, sin saber hacia donde ir, pasando páginas sin pensar, sin leer, riendo sin control, pensando en ella, hasta que se detuvo. Respiró hondo. Estaba a punto de descubrir qué es lo que la escondía su padre, qué verdad ocultaba su apellido, su reino, sus antepasados, el motivo de su encarcelamiento en aquella torre. Estaba a punto de descubrir su papel. A partir de ese momento podría decidir si cumplir su papel dócilmente o vengarse de todos ellos. Todo dependía de lo que leyese en ese libro y...leyese lo que leyese, sería libre.
Volvió a respirar profundamente mirando el oscuro horizonte, las llanuras que había tras las murallas de la, ahora, silenciosa ciudad. Antes de volver la mirada al libro pudo ver una figura que se movía a gran velocidad por la llanura envuelta en la noche. Una figura que cabalgaba rauda hacia la ciudad. Una misteriosa y lejana figura que se acercaba con decisión hacia ella, igual que estaba haciendo la verdad. La princesa sonrió aún desconociendo la identidad de esa figura, pues estaban a punto de cambiar muchas cosas a partir de ese momento. Fuese quien fuese ese enigmático viajero que cabalgaba a altas horas de la noche sin compañía y en dirección a su hogar, estaba a punto de adentrarse en una peligrosa ciudad que iba a ser testigo de muchos cambios, que iba a conocer todas las respuestas y, lo más importante, a una nueva princesa, más tranquila o más peligrosa, no lo sabía aún, pero a una que tenía sus delicadas vidas bajo su control y que, tarde o temprano, de una forma u otra, estaba a punto de cumplir su papel, un papel decisivo en el destino de todos ellos, incluso de aquel viajero.
-La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart, Depingo: http://depingo.deviantart.com/
-La segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart, Dleoblack: http://dleoblack.deviantart.com/
Poseo un gran poder, un poder que lo puede cambiar todo, un poder que nadie entiende, un poder que nadie más posee, un poder que ni siquiera yo tengo el don de poseer, solo el de admirarlo e incluso temerlo. Un poder que me revive, que me da esperanzas, incluso ante tanta miseria. Un poder que no puedo controlar, ni siquiera entender. Un poder del que seguramente sea esclavo, un poder que me mueve, que me ata, que me da fuerzas, que me las quita. Un poder que necesito, un poder que rechacé, un poder que busqué, un poder del que renuncié y que, tras hacerlo, encontré. Un poder que no me deja dormir, ni comer y a duras penas pensar. Un poder que me vuelve loco, pero que me da la vida.
Con este poder puedo hacerlo todo; puedo hacer el bien, pero también mucho mal. Puedo crear y puedo destruir. Puedo correr sin cansarme, con él puedo cansarme sin correr, puedo volar y contemplar lo que me rodea, puedo valorarlo, puedo ver belleza en el lugar más sórdido. Puedo intentar entenderlo, pero sin éxito, y puedo sentirlo, aunque lo evite. Puedo recordar y puedo olvidar. Puedo añorar, pero sobre todo esperar, esperar mucho del futuro, porque, como ya he dicho, este poder me da esperanzas.
Es un poder único, un poder que ardo en deseos de explotar, un poder que me ha sido otorgado sin condiciones ni razón. Un poder que tal vez me ha cegado, un poder que me ha vuelto peligroso. Es un poder maravilloso, insuperable. Aún recuerdo cuando todo era muy diferente. Recuerdo ese camino, recuerdo lo que sentía, recuerdo lo que tenía y lo que veía. No os voy a engañar, sigo viendo lo mismo, no tengo mucho más y los sentimientos son similares, incluso el camino es idéntico. Solo una cosa ha cambiado en él.
Recuerdo como detestaba que me tocase el sol, como detestaba escuchar a la gente hablar, como odiaba oírles reír o llorar, como me repugnaba verles matar o morir. Recuerdo como sentía lastima por todos ellos, por todo lo que les rodeaba, sentía lástima por mi mismo. Y allí estaba yo, haciendo el camino que debía. Recuerdo que me dolía la cabeza y la espalda, me dolían las piernas e incluso el estómago. Me dolía el alma. Tenía el poder, el poder de destruirlo todo. El poder de aniquilar, el poder de hacer desaparecer a cada uno de ellos, a cada uno de vosotros. Mis pasos me llevaron a la cima, una cima invisible que ni yo valoraba, una cima que creé con ese poder, desde la que sería testigo del chispazo final, un chispazo que envolvería el mundo en llamas. Solo tenía que hacer un ligero movimiento de muñeca y la chispa aparecería, el mundo se consumiría. No pretendía destruirlo, solo salvarlo, acabar con el último organismo y empezar de cero. Sigo sin saber quien me dio ese poder y para qué me lo dio, pero yo tenía muy claro como usarlo.
Desde ese lugar os contemplé a todos, con el estómago revuelto, la mirada perdida y el pensamiento nublado ¿Qué haciamos ahí? no lo sabía, incluso ahora lo desconozco ¿A donde iríamos? Sinceramente, no me importaba, solo me importaba que nos fuésemos y solo yo tenía ese poder. Esperé, no sé muy bien a qué, pero había algo en mi interior, un interior que tampoco entendemos ni controlamos, que me pedía esperar, no hacerlo todavía. Antes de actuar decidí observar, contemplaros una última vez. No vi nada interesante, como siempre, nada que me ayudase, ni que me hiciese sentir mejor. Solo veía a gente no hacer nada y hacerlo todo y ¿para qué? Hoy lo sé...para vivir. Nunca supe muy bien que era eso, que significaba. Ni siquiera hoy logro entenderlo, pues ni siquiera entiendo nada de aquel poder.
Antes de volver a elevar la mirada pude verla sonreir. ¿Por qué? ¿Por qué su sonrisa me detuvo? ¿Por qué sonreía? No lo sé, no sé nada, solo que quería verla sonreír todos los días de mi vida. Seguramente fuese como todos, seguramente lo sea, pero sonreía como ninguno. A su sonrisa le siguieron su mirada, sus andares, le siguieron sus palabras. Al verla no pude hacer lo que debía. Decidí bajar, renunciar a aquel poder que nos salvaría. Bajar a aquel infierno para acercarme al paraiso. Fui un egoista, un inconsciente, un impulsivo...pero ante todo fue feliz, feliz como nunca.
Al bajar me acerqué y la miré, la hablé y, sin darme cuenta, yo también la sonreí. Estando más cerca pude apreciar mejor sus ojos, su pelo, su nariz, sus labios, su piel...su sonrisa. Había muchas más personas a nuestro alrededor, personas que simplemente vivian, que intentaban disfrutar, que destruían...sí, pero también construían. Ellos estaban tan perdidos como yo, algunos no tenían intención de encontrarse, pero a otros la angustia les devoraba tanto como a mí. Y aun así luchaban, continuaban, vivían. Era increible, peligroso,pero admirable. Eran como yo, como yo pero sin ese poder.
Ella seguía ahí. La pude observar un poco mejor , pude ver sus miedos, sus penas, sus pérdidas, su dolor...y pude ver que no dejaba de sonreir. También vi promesas y retos, vi sueños. En ese momento me juré que cumpliría todos y cada uno de esos sueños. Acepté mi destrucción en pos de su elevación. Llamadme estúpido, pues soy el estúpido más feliz de este mundo. Solo necesito verla a ella feliz, verla sonreir, nada más. Desde ese día jamás me separé de ella, por lo menos no en alma. Ahora no está conmigo, pero la veo, cada parte de su ser está conmigo. También puedo oirla, escucho su risa, sus palabras, he llegado a adorar esas palabras que tanto repite, esas expresiones que la hacen única. Pero lo más importante es que la siento, decidle a mi corazón si miento, pues el pobre no deja de latir, lo cual solo indicaría que sigo vivo si no fuese por que jamás había latido como en este momento.
¿Qué puedo tener yo? os preguntaréis ¿Qué la puedo ofrecer? ¿Qué me hace a mí único? Os lo diré...nada. Nada que no puedan tener los demás, menos de lo que pueden ofrecerla muchos, os lo aseguro. Yo solo puedo ofrecerla ese poder. ¡Ah! Olvidé deciros que el poder que rechacé no era del que hablaba en un principio. Renuncié a aquel poder destructivo, capaz de limpiar este mundo y lo hice solo por su sonrisa, solo por ella. Y es que ella me ofreció un poder mucho más valioso, un poder que conservaré hasta el final y que jamás rechazaré. ¿Acaso, ilusos lectores, creíais que un gran poder capaz de cambiarlo todo, que nadie entiende, que nadie más que yo poseo y que en en realidad ni siquiera yo tengo el don de poseer; un poder que solo puedo admirar o temer, que me revive y me da esperanza, que no puedo controlar ni entender y del que seguramente sea esclavo. Un poder que me mueve y que me ata, que me da fuerzas y me las quita. Un poder que necesito, del que en su día renucié y que sin buscar encontré. Un poder que no me deja dormir, comer y a duras penas pensar, que me vuelve loco, pero que me da la vida y con el que puedo hacerlo todo; desde correr sin cansarme y cansarme sin correr, hasta volar para contemplar y valorar lo que me rodea. Con el que puedo ver belleza en el lugar más sórdido y al que puedo intentar entender sin éxito y sentir aunque lo evite, que me ha sido otorgado sin condiciones ni razón, que me ha cegado y vuelto peligroso, creíais de verdad que era un poder creado para destruir? Si es así siento deciros que os equivocáis, es más, siento que penséis así, pues ese poder que ella me ha dado, que no controlo y que no quiero dejar de sentir, ese poder que muchos dicen no ser eterno, pero, al mismo tiempo, juran que es el más ferreo que pueda poseer un ser humano; ese poder tan complejo, amigos, solo puede ser el del amor.
Un poder por el que solo puedo decir gracias, gracias a ella. Un poder que si alguien intentase arrebatarme moriría. Y sí, esto no me convierte en alguien mejor al resto de seres humanos que tanto odié, pero nadie eligió esto. Cada uno tiene su propio poder, y cada uno decide qué hacer con él. Yo lo sé, o, mejor dicho, sé lo que no puedo hacer con él. Con este nuevo poder no puedo mejorar el mundo, no puedo cambiarlo, con este poder sigo viendo lo mismo de siempre, pero no de la misma manera. Por eso es tan importante este poder. Porque no nos hace poderosos, simplemente felices, porque no nos hace superiores, solo iguales, porque nos permite vivir en un mundo donde la vida no tiene sentido. Porque nos permite darle un sentido a todo, un poder que nos conecta a la otra persona y que, manteniendo nuestra mortalidad, nos convierte en imparables hasta el fin.
Cuento el tiempo que queda para volver a verla, no con mi mente, sino con mis ojos. Cuento el tiempo que queda para abrazarla, para poder besarla. Me gustaría saberlo, pero solo puedo esperar mientras escribo. Y, mientras escribo, me pregunto si ella también tiene este mismo poder. No sé si lo compartimos, no sé si ella lo comparte con otra persona. Si es así, me conformaré con verla sonreir, con verla ser feliz, me conformaré con verla pasar de largo tantas veces que me haga daño. Y si he de morir que sea consumido por este poder que ella me ha otorgado y que tal vez jamás podamos compartir.
No será un final triste, simplemente un final, un final sin ella, un final que no llega con estas últimas líneas, pues yo seguiré esperando. Espero su abrazo, espero su beso, espero su mirada clavada en mi rostro, su sonrisa generada por mis palabras o mis actos y su amor, su amor consumido por mí.
Árboles, montañas, flores y animales pasaban a gran velocidad junto a él, sus delgadas y cortas piernas se movían todo lo rápido que podían, su mirada se mantenía al frente, su respiración era más intensa a cada paso, no era el miedo lo que le hacía correr, algo le empujaba a huir, a desconfiar de esas criaturas. Sabía que había personas importantes esperándole más allá, debía correr, se lo susurraba al oído “corre, corre, corre ¡Corre!” No podía dejar de hacerlo, se sentía cansado, pero no paraba, no podía hacerlo, no quería, no le dejaban. Al principio tuvo cuidado, pero ahora pisaba las flores que se cruzaban en su camino, no respondía a la llamada de los pequeños animales del bosque que antaño amaba, solo quería llegar al final de esa carrera.
Tras él, sus pasos eran delicados, pero rápidos y ágiles, aun así el chico corría más que ellos, más que esas bestias de piel rocosa, esas bestias gigantes y enanas. Seres con alas en la espalda, seres sonrientes y babosos, seres con muchos brazos y con ninguno, seres con musgo en lugar de pelo, seres con lenguas llenas de vida, libres de abandonar esa boca. Muchos seres que corrían tras él, desnudos, pero sin sexo, ninguno hablaba, todos gruñían, gruñidos cariñosos, apenados, asustados, trasmitían serenidad y no asustaban, pero el corría. Corría y corría y no había quien le pudiese detener, nada le podía parar, no podía dejar de correr. La carrera estaba siendo larga y muy intensa, tenía que llegar antes que ellos, no podía dejar que le cogieran, no sabía lo que le harían. En realidad estaba a gusto allí, pero no podía quedarse, no debía, lo sabía, así que un buen día, sin motivo aparente, huyó.
Comenzó caminando, varias veces retornó a su lado, hasta que un día comenzó a correr sin parar. Llevaba meses corriendo, meses que parecían años. Vio a sus padres al final del camino y los vio a su lado, al final del camino reían, pero a su lado lloraban. Se abrazaban a los árboles como si así pudiesen detener a su hijo. Alargaban los brazos para tocarle, gritaban a las criaturas, querían alejarlas de su pequeño, o eso pensó. Por un momento le pareció que les animaba a ellos y cuanto más lejos estaba de sus garras y más cerca de su meta, más lloraban.
Pasó junto a una cascada enorme de un agua cristalina que al caer producía un melodioso sonido que le tentaba a detenerse, pero él seguía corriendo. “Corre, corre, corre, corre ¡Corre, corre! ¡Huye!” La voz le estaba enfadando, pero tenía que hacerla caso, si no lo hacía sería esa voz la que le castigase y no las bestias, así que tenía que correr sin pensárselo. Hubo momentos en los que no podía evitar sonreír cuanto más se alejaba, se sentía vivo corriendo sin parar, se sentía único alejándose de ellas, se llegó a sentir poderoso. Pero cada vez era más frecuente que se sintiese tan apenado como los gemidos de las bestias, sentía un vació en su interior tan grande como algunos de los monstruos que le seguían. Lloró, lloró sin parar de correr, gritó mientras esprintaba. “Corre, corre ¡Corre! ¡Vamos! Estás cerca, muy cerca, cerca de mí, cerca de ella, lejos de ellos. Puedes llorar, puedes gritar, pero no puedes parar, no puedes retroceder”. Podía, pero no debía, no ahora o le cogerían y acabarían con su vida. “En realidad debes y no puedes, así que ¡Corre! ¡Más rápido! ¡Corre!”
Las lágrimas huían del destino del muchacho viajando hacia las bestias que las recibían con profundos gemidos que le estremecieron, encogiéndole su ya diminuto corazón. Quería irse con sus lágrimas, quería viajar con ellas y dejarse abrazar por sus bestias, pero estaba tan cerca… y estaba esa voz, esa voz que no sabía de donde venía, esa voz que odiaba pero que le ayudaría “¡Corre!” Al recibir las lágrimas muchas de las bestias se detuvieron a recogerlas con sus manos, otros cayeron al suelo derrotados al ser tocados por ellas y los más diminutos seres se metían en su interior para viajar por el bosque que el chico abandonaba.
Corría, corría y corría, lloraba, lloraba y lloraba, también gemía, un gemido parecido al de aquellas bestias que le perseguían, se lamentaba, se disculpaba, suplicaba, respiraba…cada vez más fuerte, cada vez más entrecortadamente, pero nada le paraba. Comenzó a herirse la cara con las ramas que le propinaban fuertes latigazos como castigo a su huida. Tras varios golpes con ellas se alejó de los árboles que comenzaron a moverse para unirse a las bestias que le perseguían. Extendieron sus ramas mientras extraían sus raíces, pero él fue lo suficientemente hábil para saltar y esquivarlas. Las rocas también comenzaron a moverse tendiéndole trampas. Tropezó varías veces, se hizo daño, mucho daño, pero no paró. “Corre, corre, corre, corre. Más, más, más, más, corre, vamos, vamos, vamos” No paraba, corría, saltaba, se agachaba, rodaba, esquivaba y lloraba, sobretodo lloraba.
El suelo comenzó a temblar sin poder detenerle. La inmensa montaña comenzaba a moverse, rugía furiosa mientras se unía a la persecución, sus pasos eran lentos, pero enormes, capaz de recorrer el mundo dando solo unos pocos. Pero jamás pudo alcanzar al niño que corría sin pausa, sin miedo, pero con pena, con rabia y con dolor. Con esa voz continua, molesta, susurrante, perniciosa. “Corre, muchacho, corre, ya todos van detrás de ti, has desmoronado su mundo, así que corre… ¡Vamos!” Ahora el chico confiaba en la voz así que…Corrió, corrió, corrió, sin pensar, sin titubear, sin temer, sin amar, sin llorar. Solo corrió, corrió como siempre, como nunca. Ya no necesitaba a la voz, pero ahí seguía “Corre, corre, corre, corre, corre, ya lo tienes, ya me tienes. Corre, corre, ven a mí, corre a salvarte, corre a la vida, a la única opción corre hacía donde ya todos están, hacia donde todos corren, hacía donde todos mueren”. Y así corrió, corrió con todas esas bestias a sus espaldas, bestias que gritaban, que corrían, volaban y reptaban, bestias que lloraban. Bestias que montaban caballos sin sillín, perros sin collar, felinos sin cascabel, aves sin jaulas, animales que aullaban al viento sin reducir su ritmo, llamando al muchacho que en el pasado les cuidó, que les alimentó y durmió junto a ellos.
Pero el muchacho no oía, no escuchaba, no a ellos, solo a la voz que no se cansaba de hablar, de gritar, siempre las mismas palabras, siempre las mismas órdenes. Siempre lo mismo, una y otra vez, una palabra que se repetía constantemente… ”¡Corre!” Y eso hacía, corría, corría, corría, corría esperando la meta, esperando el final, la salvación. Corría sobre un vacío que no le importaba, corría sobre la nada, corría bajo un cielo que se alejaba, no paraba. Entonces, la hierba volvió, se extendió como si fuese una alfombra pasándole de largo conectándose con una gran cantidad de brea que se extendía hacia él desde el otro extremo del infinito, brea que pisó, una brea fría que no le gustó pero a la que enseguida se adaptó. En ese momento lo vio, algo que jamás pensó que vería y que a la voz parecía molestar, aunque no paraba de reír y de gritar. Vio a un niño de su misma edad que corría. Corría, corría, corría, corría y no paraba, como él. Como él, pero con miedo y, a pesar del miedo, esperanza, sin esa voz, corriendo en dirección contraria a la suya. Él mismo se decía “¡Corre, corre!”, nadie más que él lo pedía y lo hacía con la misma intensidad, a la misma velocidad. Y no lloraba, a pesar del miedo reía, reía sin parar, una risa que le llegó a parecer absurda, ignorante.
Al cruzarse, ambos niños se miraron sin parar de correr, los ojos del otro niño brillaban con gran fulgor, mientras los suyos se apagaban, eso le permitía ver mejor que al otro muchacho cuya luz era demasiado intensa como para ver el camino que tenía frente a él. Se le pasó por la cabeza detenerse, avisarle de lo que iba a encontrarse, del peligro que se iba a cruzar, de las bestias que le iban a matar, pero solo corrió. “¡Eso es! Corre, corre, corre, corre, olvida al inconsciente muchacho y solo corre ¡Ven!” No se detuvo, no obstante giró la cabeza para comprobar como el otro muchacho sí se había detenido mientras, sin parar de mirarle, le gritaba, advirtiéndole de algo. En ese momento se sintió mal por no haberse parado para hacer lo mismo, un sentimiento de culpabilidad que le azotó tan despiadadamente como una de las ramas de ese bosque que dejó atrás, cuando vio como las bestias alcanzaron al otro chico…no hubo abrazos, no hubo risas, ni besos, no hubo juegos, ni caricias…no hubo amor. Solo hubo golpes que al principio parecía no notar. Le mordieron, le arañaron, le azotaron, le zarandearon, le estrangularon, le aplastaron, le atravesaron el pecho con una rama y le decapitaron. El jinete pasó sobre su cabeza rodante sobre la hierba y todos lloraron. Había parado de correr y había muerto.
En cambio el seguía corriendo, estaba a salvo porque corría, corría, corría, corría, corría, la voz se lo decía “corre, corre, corre, corre, corre más, corre más, más, más, más, no pares, vamos, vamos, vamos, estás cerca, no pares o morirás. Corre, corre para vivir, corre sin parar, corre y no mires atrás, corre seguro del lugar que ocuparás, corre sin dudar, corre para vivir, corre para morir, corre para vivir muerto ¡Corre!” Y corrió, miró al frente y corrió, corrió hasta que no pudo hacer otra cosa que parar.
Ahí estaban, las bestias de las que el otro muchacho huía, bestias que le perseguían y que a él le cortaban el paso, bestias humanas que le miraban, no todas, pues algunos le ignoraban. Vestían con harapos, con trajes, vestían abrigados, vestían con escasez, algunos ni vestían. Ellos si mostraban su sexo, miembros de los que no podían desprenderse, afilados como algunas de las armas que portaban. Espadas, mazas, trabucos, cañones, granadas, lanzallamas, machetes, sables, pistolas. Ellos también tenían lengua, una lengua atada, esclava de su boca y con veneno en la punta. La saliva le pasó por la garganta abrasadora como ese veneno, espesa como esa brea que les rodeaba. Intentó darse la vuelta, pero ya era tarde…le atravesaron con cada arma afilada, con cada una de ellas, hasta las que no eran de acero, compuestas de carne y debilidad, atadas a su cuerpo. Le golpearon, le escupieron, le insultaron, le dispararon, le abrasaron y, finalmente, también le decapitaron. Un hombre sobre una moto pasó sobre su cabeza hundida en la brea mientras todos reían.
La voz susurraba a la cabeza sin dueño que había huido del cuerpo que ya no corría, inerte sobre la suciedad, bajo una nube negra y junto a bestias de diferentes mundos que se miraban con odio a través del muro invisible que ellos no podían traspasar ni destruir, un muro que solo los niños tenían la habilidad de saltar para recibir la más dolorosa muerte. “Da igual donde corráis, quien os anime a hacerlo, hacia donde os dirijáis, vuestro destino es este. Ambos seguís vivos, no en estos mundos, pues aquí no hay lugar para los niños. Vuestra huida, vuestra carrera, solo representa vuestro destino, el modo en el que moriréis, atados a una sociedad sin escrúpulos, poblada de humanos sometidos a su propia existencia, que no os da muchas más posibilidades que la de vivir amando el dinero. Una sociedad sin esperanza, sin sueños, con la realidad tangible frente a vosotros, con un mundo de sueños que habéis dejado atrás y en el que tampoco estáis a salvo, pues cuando os quedáis en él, la cruel y oscura realidad os estrangula, os decapita. Buscáis el amor de ensueño en el que todos creíamos, la perfección que anhelamos, pero sigue siendo un mundo ficticio, precioso en apariencia, pero un mundo que, como todos, si permanecéis demasiado en él acaba con vuestras miserables vidas. Vidas que aun habiendo llegado a la meta no sabéis dirigir, cuerpos adultos que permaneciendo inmóviles no dejan de correr, no quieren dejar de hacerlo.
A ti te ha matado el trabajo, tu familia, tus vicios, tu sociedad, a él su irresponsabilidad, su soledad, su pobreza, su libertad. A ambos os ha matado vuestro mundo, vuestra huida, vuestra meta. Pero seguís vivos, niños maltratados y decapitados, niños olvidados cuyos cadáveres yacen enterrados en vuestro interior, niños que si despertaran de su forzado descanso se horrorizarían y enloquecerían con la visión de su nueva realidad. Niños que resucitarán cuando vosotros muráis. Ahí estaré yo, susurrándoos de nuevo, pidiendo que lo hagáis, una voz que no pertenece a nadie, que os pertenece a todos, una voz que no todos escuchan, una voz nacida de ambos mundos y que solo pertenece a uno, una voz que os pedirá que lo hagáis de nuevo, que corráis, que nos os detengáis. Porque ese es vuestro destino, correr. El tuyo también, tú no me oyes, pero me lees y sabes que has corrido tanto como ellos y si me estás leyendo desde ese cómodo asiento quiere decir que la dirección que escogiste fue la de ese muchacho al que estoy susurrando, que fueron las bestias humanas quienes te decapitaron, quiere decir que tu cabeza de infante yace sobre la brea, pero no temas querido lector, ya no hace falta que corras, solo tienes que esperar, ella llegará y cuando aparezca, entonces, de nuevo… ¡Correrás!