El Poder de su Sonrisa
Poseo un gran poder, un poder que lo puede cambiar todo, un poder que nadie entiende, un poder que nadie más posee, un poder que ni siquiera yo tengo el don de poseer, solo el de admirarlo e incluso temerlo. Un poder que me revive, que me da esperanzas, incluso ante tanta miseria. Un poder que no puedo controlar, ni siquiera entender. Un poder del que seguramente sea esclavo, un poder que me mueve, que me ata, que me da fuerzas, que me las quita. Un poder que necesito, un poder que rechacé, un poder que busqué, un poder del que renuncié y que, tras hacerlo, encontré. Un poder que no me deja dormir, ni comer y a duras penas pensar. Un poder que me vuelve loco, pero que me da la vida.
Con este poder puedo hacerlo todo; puedo hacer el bien, pero también mucho mal. Puedo crear y puedo destruir. Puedo correr sin cansarme, con él puedo cansarme sin correr, puedo volar y contemplar lo que me rodea, puedo valorarlo, puedo ver belleza en el lugar más sórdido. Puedo intentar entenderlo, pero sin éxito, y puedo sentirlo, aunque lo evite. Puedo recordar y puedo olvidar. Puedo añorar, pero sobre todo esperar, esperar mucho del futuro, porque, como ya he dicho, este poder me da esperanzas.
Es un poder único, un poder que ardo en deseos de explotar, un poder que me ha sido otorgado sin condiciones ni razón. Un poder que tal vez me ha cegado, un poder que me ha vuelto peligroso. Es un poder maravilloso, insuperable. Aún recuerdo cuando todo era muy diferente. Recuerdo ese camino, recuerdo lo que sentía, recuerdo lo que tenía y lo que veía. No os voy a engañar, sigo viendo lo mismo, no tengo mucho más y los sentimientos son similares, incluso el camino es idéntico. Solo una cosa ha cambiado en él.
Recuerdo como detestaba que me tocase el sol, como detestaba escuchar a la gente hablar, como odiaba oírles reír o llorar, como me repugnaba verles matar o morir. Recuerdo como sentía lastima por todos ellos, por todo lo que les rodeaba, sentía lástima por mi mismo. Y allí estaba yo, haciendo el camino que debía. Recuerdo que me dolía la cabeza y la espalda, me dolían las piernas e incluso el estómago. Me dolía el alma. Tenía el poder, el poder de destruirlo todo. El poder de aniquilar, el poder de hacer desaparecer a cada uno de ellos, a cada uno de vosotros. Mis pasos me llevaron a la cima, una cima invisible que ni yo valoraba, una cima que creé con ese poder, desde la que sería testigo del chispazo final, un chispazo que envolvería el mundo en llamas. Solo tenía que hacer un ligero movimiento de muñeca y la chispa aparecería, el mundo se consumiría. No pretendía destruirlo, solo salvarlo, acabar con el último organismo y empezar de cero. Sigo sin saber quien me dio ese poder y para qué me lo dio, pero yo tenía muy claro como usarlo.
Desde ese lugar os contemplé a todos, con el estómago revuelto, la mirada perdida y el pensamiento nublado ¿Qué haciamos ahí? no lo sabía, incluso ahora lo desconozco ¿A donde iríamos? Sinceramente, no me importaba, solo me importaba que nos fuésemos y solo yo tenía ese poder. Esperé, no sé muy bien a qué, pero había algo en mi interior, un interior que tampoco entendemos ni controlamos, que me pedía esperar, no hacerlo todavía. Antes de actuar decidí observar, contemplaros una última vez. No vi nada interesante, como siempre, nada que me ayudase, ni que me hiciese sentir mejor. Solo veía a gente no hacer nada y hacerlo todo y ¿para qué? Hoy lo sé...para vivir. Nunca supe muy bien que era eso, que significaba. Ni siquiera hoy logro entenderlo, pues ni siquiera entiendo nada de aquel poder.
Antes de volver a elevar la mirada pude verla sonreir. ¿Por qué? ¿Por qué su sonrisa me detuvo? ¿Por qué sonreía? No lo sé, no sé nada, solo que quería verla sonreír todos los días de mi vida. Seguramente fuese como todos, seguramente lo sea, pero sonreía como ninguno. A su sonrisa le siguieron su mirada, sus andares, le siguieron sus palabras. Al verla no pude hacer lo que debía. Decidí bajar, renunciar a aquel poder que nos salvaría. Bajar a aquel infierno para acercarme al paraiso. Fui un egoista, un inconsciente, un impulsivo...pero ante todo fue feliz, feliz como nunca.
Al bajar me acerqué y la miré, la hablé y, sin darme cuenta, yo también la sonreí. Estando más cerca pude apreciar mejor sus ojos, su pelo, su nariz, sus labios, su piel...su sonrisa. Había muchas más personas a nuestro alrededor, personas que simplemente vivian, que intentaban disfrutar, que destruían...sí, pero también construían. Ellos estaban tan perdidos como yo, algunos no tenían intención de encontrarse, pero a otros la angustia les devoraba tanto como a mí. Y aun así luchaban, continuaban, vivían. Era increible, peligroso,pero admirable. Eran como yo, como yo pero sin ese poder.
Ella seguía ahí. La pude observar un poco mejor , pude ver sus miedos, sus penas, sus pérdidas, su dolor...y pude ver que no dejaba de sonreir. También vi promesas y retos, vi sueños. En ese momento me juré que cumpliría todos y cada uno de esos sueños. Acepté mi destrucción en pos de su elevación. Llamadme estúpido, pues soy el estúpido más feliz de este mundo. Solo necesito verla a ella feliz, verla sonreir, nada más. Desde ese día jamás me separé de ella, por lo menos no en alma. Ahora no está conmigo, pero la veo, cada parte de su ser está conmigo. También puedo oirla, escucho su risa, sus palabras, he llegado a adorar esas palabras que tanto repite, esas expresiones que la hacen única. Pero lo más importante es que la siento, decidle a mi corazón si miento, pues el pobre no deja de latir, lo cual solo indicaría que sigo vivo si no fuese por que jamás había latido como en este momento.
¿Qué puedo tener yo? os preguntaréis ¿Qué la puedo ofrecer? ¿Qué me hace a mí único? Os lo diré...nada. Nada que no puedan tener los demás, menos de lo que pueden ofrecerla muchos, os lo aseguro. Yo solo puedo ofrecerla ese poder. ¡Ah! Olvidé deciros que el poder que rechacé no era del que hablaba en un principio. Renuncié a aquel poder destructivo, capaz de limpiar este mundo y lo hice solo por su sonrisa, solo por ella. Y es que ella me ofreció un poder mucho más valioso, un poder que conservaré hasta el final y que jamás rechazaré. ¿Acaso, ilusos lectores, creíais que un gran poder capaz de cambiarlo todo, que nadie entiende, que nadie más que yo poseo y que en en realidad ni siquiera yo tengo el don de poseer; un poder que solo puedo admirar o temer, que me revive y me da esperanza, que no puedo controlar ni entender y del que seguramente sea esclavo. Un poder que me mueve y que me ata, que me da fuerzas y me las quita. Un poder que necesito, del que en su día renucié y que sin buscar encontré. Un poder que no me deja dormir, comer y a duras penas pensar, que me vuelve loco, pero que me da la vida y con el que puedo hacerlo todo; desde correr sin cansarme y cansarme sin correr, hasta volar para contemplar y valorar lo que me rodea. Con el que puedo ver belleza en el lugar más sórdido y al que puedo intentar entender sin éxito y sentir aunque lo evite, que me ha sido otorgado sin condiciones ni razón, que me ha cegado y vuelto peligroso, creíais de verdad que era un poder creado para destruir? Si es así siento deciros que os equivocáis, es más, siento que penséis así, pues ese poder que ella me ha dado, que no controlo y que no quiero dejar de sentir, ese poder que muchos dicen no ser eterno, pero, al mismo tiempo, juran que es el más ferreo que pueda poseer un ser humano; ese poder tan complejo, amigos, solo puede ser el del amor.
Un poder por el que solo puedo decir gracias, gracias a ella. Un poder que si alguien intentase arrebatarme moriría. Y sí, esto no me convierte en alguien mejor al resto de seres humanos que tanto odié, pero nadie eligió esto. Cada uno tiene su propio poder, y cada uno decide qué hacer con él. Yo lo sé, o, mejor dicho, sé lo que no puedo hacer con él. Con este nuevo poder no puedo mejorar el mundo, no puedo cambiarlo, con este poder sigo viendo lo mismo de siempre, pero no de la misma manera. Por eso es tan importante este poder. Porque no nos hace poderosos, simplemente felices, porque no nos hace superiores, solo iguales, porque nos permite vivir en un mundo donde la vida no tiene sentido. Porque nos permite darle un sentido a todo, un poder que nos conecta a la otra persona y que, manteniendo nuestra mortalidad, nos convierte en imparables hasta el fin.
Cuento el tiempo que queda para volver a verla, no con mi mente, sino con mis ojos. Cuento el tiempo que queda para abrazarla, para poder besarla. Me gustaría saberlo, pero solo puedo esperar mientras escribo. Y, mientras escribo, me pregunto si ella también tiene este mismo poder. No sé si lo compartimos, no sé si ella lo comparte con otra persona. Si es así, me conformaré con verla sonreir, con verla ser feliz, me conformaré con verla pasar de largo tantas veces que me haga daño. Y si he de morir que sea consumido por este poder que ella me ha otorgado y que tal vez jamás podamos compartir.
No será un final triste, simplemente un final, un final sin ella, un final que no llega con estas últimas líneas, pues yo seguiré esperando. Espero su abrazo, espero su beso, espero su mirada clavada en mi rostro, su sonrisa generada por mis palabras o mis actos y su amor, su amor consumido por mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario