ACTO IV
Honorable Mercenario
Cuando el sol estaba lo suficientemente alto dejaron de
cabalgar. Cambiaron el sonido de los cascos del caballo impactando contra el
suelo por el de los filos de sus espadas chocando, los gritos de advertencia y
los aullidos de dolor. Mandobles torpes impactaban con el movimiento ligero de
una espada, lanzando destellos en todas direcciones. Jadeos, risas y algún
grito de frustración precedían a los silencios rotos solo por los mordiscos a
carne apenas cocinada la noche anterior y frutas recién arrancadas de los
árboles para dar lugar después al sonido de cascos, otra vez. Sonidos que se
sucedieron intermitentemente durante todo el día, ahogando los sonidos
naturales de los bosques y montes que recorrían. La noche retornó tan
velozmente como él cabalgaba y la princesa avanzaba en su dominio de la espada,
más veloz de lo que había llegado nunca a aquella torre en la que recogió su
mercancía, donde para ella los días eran eternos.
El mercenario había vivido prácticamente toda su vida sin
hogar, por lo que ese viaje para él era una rutina más dentro de su vida. No le
costó encender una hoguera y cazar algún animal incluso sin arco, pues el suyo
tuvo que dejarlo oculto para infiltrarse como mercader en la ciudad de la
princesa. Se las apañaba bien para atrapar a sus presas. Él apenas estaba
cansado, pero a la princesa ya le costaba incluso moverse.
-Esta noche descansad bien, partiremos antes incluso de la
primera luz del día.
-¿Descansar? Si nos paramos no es para descansar, es para
avanzar con mi entrenamiento, nos pisan los talones, no podemos perder el
tiempo.
-No os hagáis la dura, vuestro cuerpo ya no aguanta más.
La princesa estaba sentada en el suelo, roja y sudando,
masajeándose los muslos y los hombros.
-Es normal, llevo metida en esa torre veinte años, pero que
mi cuerpo no pueda más no quiere decir que no vaya a hacerlo.
-Estamos entrenando con espadas de verdad, no con palos.
Estoy siendo muy cauteloso para no haceros más daño del debido y ya tenéis
pequeños cortes en los brazos y las piernas. Un fallo producido por el
cansancio puede ser grave. Y hemos empezado con lo más básico.
La princesa se levantó refunfuñando cogiendo de nuevo su
espada y colocándose la ropa de aquel cazador.
-Si no empiezas tú, empezaré yo.-La princesa alzó la espada
para atacar a su captor, pero apenas la elevó lo suficiente, se detuvo en seco
quejándose a gritos por un tirón que le había dado en el brazo.
-Te vas a matar antes de lograr tu objetivo, tozuda.
-¡Joder! ¿Por qué soy tan débil?- Se dejó caer de rodillas
sin soltar el brazo derecho, que le palpitaba con violencia.
-¡Venga ya! Dejaos de numeritos, no sois débil y lo sabéis,
cualquiera en vuestro lugar necesitaría un descanso.
-No seas cínico, tú mismo me dijiste esta mañana que era una
debilucha y una quejica.
-No os toméis todo lo que digo en serio. Aunque bien es
verdad que quejica sois un rato, lo estáis demostrando. ¿Debilucha? Vos me
hablabais de amor y yo os digo que en comparación con las mujeres que he amado,
vos sois débil, no que lo seáis sin más.
-Entonces tienes razón, he de descansar.
-¿Tan fácil ha sido convenceros esta vez?-El mercenario se
mostró sorprendido ante la decisión repentina que la princesa había tomado.
-Si me entreno demasiado puedo hacerme tan fuerte como una
de esas mujeres que dices haber amado, y que tú me ames sería más desagradable
que cualquier cosa que me haya pasado en esa torre.
-Uy, eso sí que ha sido desagradable por vuestra parte. No
obstante no os preocupéis, estoy acostumbrado a los insultos de las
mujeres...aunque en realidad, esos insultos los profieren tras haberme acostado
con ellas y largarme por la ventana sin previo aviso, no antes. Créeme, más de
una vez sigo oyendo los insultos desde la salida del pueblo en el que me las he
tirado.-Se mofó el mercenario
-¡Machista miserable!
-Ellas son las miserables. Algunas solo se van a la cama
conmigo tras hablarles de mis riquezas en algún lugar lejos de este reino. Si
fuese cierto harían que me casase con ellas y me exprimirían hasta la última
moneda de bronce. Huir de ellas tras hacerlas disfrutar es lo más sensato que
puedo hacer en mi vida.
-Así que no las...”enamoras” con tus encantos.
-Entonces ¿reconocéis que poseo encanto?
La princesa soltó una carcajada un tanto nerviosa y evitó la
mirada con su compañero de viaje.
-El mismo encanto que puedo tener yo meando sobre el orinal
de mi torre.
-Ver a una princesa como vos meando en un orinal tiene más
encanto del que pensáis. Ya me lo imagino, “princesa joven y cautiva liberando
la vejiga ante todos los ciudadanos”. Más de uno pagaría por verlo, alguno con
la intención de comprobar si la orina real tiene un color diferente o para ver
como una princesa delicada en apariencia como vos, se las apaña para colocarse
sobre el orinal y...
-¡Para ya!
-...Si les dejásemos, algún imbécil incluso la probaría
-Con este tipo de conversaciones dudo que conquistes alguna
dama, ni siquiera creo que pudieras acercarte a una ramera.
-Perdón, había olvidado que hablaba con una princesa
impecable en sus modales, criada entre algodones cuyo vocabulario está bañado
en galantería y cortesía continuas.
-Para hablar con caballeros descerebrados y mercenarios
bocazas cuya arrogancia les precede, no hace falta esforzarse mucho en ser
cortés y educada.
-Perdonadme entonces por no estar a la altura de vuestra
alteza.-El mercenario hizo una reverencia burlona mientras sonreía. Sonrisa,
que sin poder evitar, la princesa le devolvió.
-No te inclines tanto, me pones el cuello tan cerca que me
dan ganas de rebanártelo.
-Sí, todavía está esperando que acabéis lo que empezasteis.
Lo que mi cuello no esperaba es que una princesa tan tozuda podía tomar
decisiones tan sensatas.-El mercenario volvió a su posición.
-No se puede decir lo mismo de ti. Sacándome de esa torre,
entrenándome... Todos tus pasos te llevan a la muerte.
-Y no hay manera de que la muerte me alcance. Es una
rivalidad que tengo hace tiempo con ella. De todas formas si compito con ella
es porque puedo hacerlo, conozco bien mis límites, al contrario que vos.
-Si no intento sobrepasar mis límites, moriré igualmente.
-Discrepo. Si dejamos de perder el tiempo y os tumbáis junto
a la hoguera, descansaréis. A pesar del malestar que sentiréis, mañana estaréis
más dispuesta para seguir entrenando.
-Mañana entrenaremos el doble.-La princesa comenzó a echarse
hacia atrás sin dejar de mirar al mercenario.
-No, eso supone reducir las horas de viaje, solo doblaremos
en intensidad.
El mercenario no obtuvo respuesta. Tras dos escasos minutos
la princesa se durmió. El mercenario la miraba con una leve sonrisa en el
rostro. Había sido un hallazgo curioso. Realmente había conocido a pocas
mujeres como ella. Las conocía de alta y baja cuna, tímidas y decididas,
cobardes y valientes, alegres y depresivas, inteligentes y rematadamente
imbéciles. Pero esa princesa era una explosión de muchas cosas, una explosión
imprevisible, como su vida de mercenario. Cualquiera en su lugar no hubiese
aguantado tantos años la vida en esa
torre. Pero ella mantuvo la cordura y se forjó un carácter fuerte, luchador y
decidido. Era desconfiada y al mismo tiempo demasiado ingenua, era valiente y
al mismo tiempo insegura. La estancia en esa torre había creado una realidad
diferente en su mente. La necesidad de luchar para sobrevivir y el deseo de
vivir y simplemente de poder amar. En sus ojos se veía la falta de cariño y el
deseo de encontrarlo, la confianza de que el mundo fuera de esa torre es
distinto y la desconfianza que la gente de esa torre le había contaminado.
Quería ser libre, vivir al día como hacía él, lo podía ver a
leguas. Quería obtener los recursos para poder hacerlo y ante todo quería
cumplir por una vez su objetivo, una oportunidad que en esa torre solo le
dieron a medias. Pero solo era una mercancía más como tantas otras. Todos
tenemos un objetivo, en la vida triunfamos solo si los cumplimos, por eso debía
entregarla. No sabía con seguridad lo que la esperaba tras la entrega, pero
confiaba en que pudiese forjar su vida, que cumpliese su objetivo. Si lo hacía
tal vez le liberase a él de esa carga, de esa vida, de su objetivo constante. O
tal vez, tras entregarla todo acabaría, ese objetivo constante no
desaparecería, esa carga permanecería y todo seguiría su curso. Ella volvería a
ser una presa con otro dueño, pero él triunfaría, una vez más. Un triunfo
doloroso.
Habían pasado solo unas horas, el bosque todavía estaba
envuelto en una oscuridad que poco a poco se desvanecía y de la hoguera apenas
quedaban unas brasas. Despertó a la princesa con delicadeza, pero ni siquiera
hizo ademán de levantarse. La agitó suavemente varias veces hasta que abrió los
ojos y, somnolienta y con cierta dificultad, se subió al caballo. El mercenario
cabalgó con cuidado, pues no había suficiente claridad para moverse con soltura
entre los árboles. Sintió como la princesa se revolvía tras él y se agarraba
olvidando el orgullo que hace unas horas impedía que le tocase por mucho que
peligrase su estabilidad en la montura.
Después de un par de horas viajando, el sol ya hacía acto de
presencia y la princesa acto de cierta lucidez que provocó la retirada
inmediata de los brazos que sujetaban al mercenario por el abdomen. La oyó
bostezar y quejarse, principalmente. También pudo oír como masticaba una de las
frutas que habían cogido anteriormente y toser cuando se atragantó con un
trozo.
-¿Llevamos muchas horas cabalgando?-Preguntó la princesa con
los ojos entrecerrados.
-Solo un par. ¿Habéis dormido bien?
-Sí, el problema es como me he despertado, me duele todo.
-Coge del saco de mi derecha una hierba y mastícala,
reducirá las molestias y podréis seguir entrenando.-Sintió como la princesa
rebuscaba en uno de sus sacos la hierba que le había recomendado. Tras
masticarla, la princesa se quejó de nuevo.
-¡Puagh! ¡Está asquerosa!
-En la naturaleza hay plantas y plantas, y os ha ido a tocar
la más asquerosa.
-Sí, suele pasarme-respondió con la boca llena-. En el reino
habrá mercenarios y mercenarios y me fue a tocar el más asqueroso.
-Veo que os levantáis guerrera, así me gusta. Aunque os
recomendaría que guardarais fuerzas para el entrenamiento, hoy será más duro.
-Eso espero. Tengo la sensación de que no he aprendido nada.
-Dominar la espada no es tan sencillo, requiere tiempo, algo
que no poseemos, pero estás clases improvisadas y rápidas os servirán para
dominar lo básico.
Una hora después se detuvieron de nuevo para retomar su
entrenamiento. La princesa ejercitó brazos y piernas mientras el mercenario
afilaba las espadas. Comenzaron recordando los movimientos del día anterior.
Tras lo que procedieron a avanzar.
-Poco a poco vais dominando los estoques, pero para dominar
el combate es imprescindible no olvidarse de las piernas. Cuando luchas con una
espada, y más si es tan ligera como esta, no importan tanto los movimientos que
realicéis con ella, sino como mováis los pies. Os debéis sincronizar con el
enemigo como si fuera un baile, siguiendo el ritmo de la música y sus pasos, en
este caso siguiendo el ritmo de su espada.
-Jamás he bailado en pareja.
-¿No me digáis que jamás habéis tenido una pareja de baile a
la que pisar?
-Mi padre no dejaba que me pusieran una mano encima. Pero he
leído cosas.
-¿Leído cosas? Eso hay que experimentarlo, si no pierde
gracia y no te sirve de nada, hombre.-El mercenario enfundó la espada y se
acercó a la princesa-.Guardad la espada en la vaina y cogedme la mano.
-¿Esto es necesario?
-Comprenderéis mejor como debéis moveros y...¡que demonios!
No puedo permitir entregaros sin antes haber bailado, puede que a vuestro
contratista no le guste el baile. Y en caso de que le apetezca bailar con vos,
querréis hacerlo bien.
-Pero...sin música...
-Tan, tantan, tan, tantan, tan, tantan...¡vamos!-El
mercenario le cogió la mano con su mano izquierda y la agarró por la
cintura-.Cogedme también vos, eso es. Tan, tantan, tan, tantan, tan, tantan...
¿Veis el patrón? Fuerte, débil-débil. Esto es un vals, y un combate de espadas
no es más que un vals con el impacto del acero como acompañamiento musical.
Bailaron en el bosque durante varios minutos al ritmo que el
mercenario marcaba. La princesa pisó más de una vez al mercenario que se
limitaba a reír y a guiarla. A cada minuto que pasaba se ponía más nerviosa,
pero parecía cogerle el truco.
-Tan, tantan, tan, tantan.-Repetía ella-.No es tan difícil.
-¡Claro que no! Abarquemos más espacio. Venga, moveos sin
miedo hacia la izquierda. Moved los pies, eso es.
Comenzaron a hacer un círculo bailando en el claro, cada vez
con más soltura.
-En medio de un combate también hay que hacer movimientos arriesgados-comentó sin detener el
baile-. Y ¿qué es un vals sin un giro? Elevad el brazo y dad un giro sobre vos
misma, ahí está. Y ahora alejaos sin soltarme y volved hacia mí, muy bien.
Una de las veces, al alejarse de su pareja de baile, se dio
un golpe contra un árbol que no vio.
-¡Mierda!-Maldijo la princesa soltándose de inmediato.
-Ja,ja ¿Os habéis hecho daño?
-¡No! Ya he hecho suficiente ridículo por hoy.
-¡¿Ridículo?! Pero si lo habéis hecho genial. Tu primer vals
sin un traspiés es como tu primer combate sin recibir un golpe del
contrincante.-El mercenario se acercó y la volvió a coger la mano. -¿Os animáis
a terminar lo que habéis empezado?
-¡Ya está bien de bailes! Enseñadme a luchar.
-Pues a eso me refiero.-Dijo sin dudar en desenvainar la
espada-¡Sacad vuestra espada y moveos! Tan, tantan, tan, tantan...
El baile continuó con acero. La princesa cada vez movía los
pies con mayor seguridad y seguía los pasos del mercenario sin dificultad.
-Bien, seguid así, pero no os limitéis a defenderos.
Aprovechad los tempos para dar estoques, vamos. Tan, tantan, tan, tantan.
La princesa arremetía al principio con cierta brusquedad,
pero a medida que se movían y el mercenario marcaba el ritmo del baile,
conseguía hacerlo con suavidad.
-Recordad los giros al esquivar un ataque para terminar en
una ofensiva. Hacedlo solo cuando tengáis la situación dominada.
Se pasaron una hora con su vals de espadas. Golpeando,
defendiendo, girando, esquivando...
-Aprovechad la habilidad de vuestro contrincante en vuestro
beneficio. Si es fuerte y lento, cansadle, moveos con rapidez, si es delgado y
rápido seguid todos sus pasos a la perfección. Los hay que prefieren tener la
iniciativa de atacar. Debéis protegeros en todo momento sin olvidar buscar un
hueco en el momento menos esperado para meter vuestra espada. Si no es muy
decidido no dudéis en atacar, pero con cautela, no os canséis sin necesidad,
moveos con precisión y cuando sea necesario. No arremetáis a lo loco.
Después de un pequeño descanso retomaron el entrenamiento
durante otra hora que a la princesa le sirvió para pulir lo aprendido. Tras la
intensa sesión retomaron el viaje que la princesa aprovechó para descansar.
Durante el viaje no se convertiría en una gran guerrera, pero tenía madera, era
más ágil de lo esperado y sobretodo ponía empeño en lo que hacía. Tras varias
sesiones más estaría preparada por lo menos para aguantar un combate de espada.
Mientras él estuviera con ella no necesitaría acabar victoriosa, solo poder
aguantar hasta que el interviniese. Al fin y al cabo luchaban contra caballeros
de la Guardia Real bien entenados, aunque algunos un poco oxidados.
El vals se repetía varias veces a lo largo del día. El
mercenario no había tenido a una pareja de baile mejor que la princesa. Daba
igual lo que se quejara, ella no se detenía. Cada vez se movía mejor, cada vez
tenía menos miedo. Jamás había enseñado a nadie a defenderse, y mucho menos a
bailar. Solo se había preocupado de cumplir los objetivos asignados, de
entregar las mercancías, pero jamás de enseñarles nada. Eso, además de
entretenerle, le hacía sentirse útil de otra manera. Le hacía recordar...
Pasados dos días la princesa parecía manejar la espada con
bastante soltura, el mercenario ya casi no la oía quejarse y a veces hasta se
lo pasaban bien entrenando. Había conseguido herir en más de una ocasión con su
hoja al mercenario, cada vez que lo conseguía el mercenario estaba más seguro
que de que lograrían llegar a su destino cumpliendo todos sus objetivos. Cada
vez necesitaba menos descanso, algo que el mercenario agradeció, pues los
caballeros de la Guardia Real estarían cada vez más cerca y cuanto menos se
detuviesen más tarde les alcanzarían.
Ya había pasado la media tarde, después de dos horas de
entrenamiento la princesa dormía. Llevaba casi todo el día lloviendo con
fuerza, lo que hacía más incomodo entrenar y viajar. Ahora descansaban bajo un
gran árbol, solo esperaba que no comenzase una tormenta o tendrían que
abandonar el lugar antes de lo previsto. Mientras la princesa descansaba, el mercenario
se acercó al caballo sin hacer mucho ruido y sacó de su equipo algo a lo que
todavía no había echado mano desde que salieron. El diario de aquel caballero.
Pasó hojas en las que hablaba de honor, servicio, lealtad y amor...amor. Amor
por aquella princesa, deseos de poseerla, promesas de protegerla. “El amor
compra la vida” volvió a leer.
-El amor te mata.-Respondió el caballero en un susurro. La
vida no estaba hecha para amar.
“Tan desvalida y autosuficiente a la vez” escribía el
caballero. El mercenario entendía un poco mejor lo que el caballero intentaba
reflejar en ese diario. Le seguía pareciendo un imbécil, pero un imbécil que
había cumplido su objetivo durante muchos años combatiendo con sus
sentimientos. Tal vez el único imbécil fuese él. Estaba confuso, por eso siguió
pasando hojas del diario, en ellas también hablaba de los otros caballeros.
Hoy
en la cena mis compañeros no hacían más que narrar sus historias bajo los
vestidos de las pobres damas que todos los días violan. Como siempre, preferí
no decir nada, considero imposible cambiarles, cada día tienen menos
escrúpulos, ya no dudan en violar a las mujeres que se cruzan en su camino. No
tardaron en pensar de quien serían las piernas que abrirían la próxima vez. Me
mantuve impasible hasta que el caballero de los destellos habló. Estuve a punto
de cometer una locura, mi cuerpo se descontroló la razón se desvaneció. “Las de la princesa” Solo tuve que
escuchar eso para desenvainar mi espada y ponérsela en la garganta. Recuerdo
esa mirada de serpiente fija en mí, llena de odio...sabe que la quiero de
verdad, pero la quiere solo para él, no descansará hasta que la tome aunque sea
a la fuerza. Todos se callaron, no intentaron defenderle, su silencio me
pareció tan lamentable como sus palabras. No hubo nadie dispuesto a protegerle,
me pareció suficiente humillación. La próxima vez se lo pensará dos veces antes
de mancillar el nombre de nuestra princesa y mucho más, antes de intentar
violarla...si lo hiciese...no quiero pensar que haría con él.
El mercenario recordó que el caballero de
los destellos mencionó ese suceso en la cena. Paso unas cuantas hojas hacia
atrás para descubrir más sobre los que hacía no mucho habían sido sus
compañeros y ahora eran sus perseguidores.
Por desgracia, la Guardia Real parece un corral de
cerdos con problemas mentales. Solo puedo tener una conversación decente con
dos de ellos. Hablamos de literatura, filosofía o historia y compartimos
nuestras inquietudes. El otro día mencioné que echaba de menos libros de
historia en la ciudad, el anciano me dijo que estaban prohibidos, que su
contenido podía matarnos a todos, incluido la princesa. Algunas leyendas que
circulan por ahí hablan de que el simple hecho de leerlos era peligroso.
Nuestro compañero no paraba de reír. Dijo que eso eran leyendas que nuestro rey
había hecho circular para que nadie intentase nada contra nuestra princesa.
Tras la conversación volví a mis aposentos para dormir, pero antes de que
pudiera hacerlo el mismo que se reía de las leyendas me trajo un libro de
historia. Me dijo que quería aparentar normalidad delante del resto, pues el
tenía uno de esos libros y tampoco se atrevió a abrirlo. Nunca quiso decirle al
rey que lo tenía, podía considerarlo traición, así que acepté guardarlo por él.
Tampoco lo he abierto, pues el hecho de
pensar en poner en peligro la vida de mi princesa me hace enfermar. Los
guardaré bien y no dejaré que caiga en manos peligrosas. Muy seguramente san
falacias, pero no hay motivos para comprobarlo. Lo que si podría ser cierto es
que en su interior se encuentra la respuesta de por qué nuestra ciudad es
impenetrable, por qué la princesa no puede salir de la torre. Y la única con
derecho a leer algo así es la propia princesa.
Alguien le había dado al caballero
prófugo el libro, intuía que hacía tiempo. Ese alguien era uno de los
caballeros de la Guardia Real, uno de los que más hablaba con el anciano.
Apostaría que sería el moreno de la coleta, además era uno de los más formales
y astutos. ¿Le daría alguien los libros? ¿Los introdujo sin saber que estaban
prohibidos? De ser así, con las medidas de seguridad que tienen ¿cómo pudo
introducirlos?
Cuando se disponía a seguir leyendo lo
que ese caballero escribía en su diario, escuchó el mismo sonido que llevaba
oyendo todos estos días de viaje. El sonido de cascos de caballo impactando
contra el suelo, pero esa vez los cascos no eran los de su caballo, el ruido
venía de no muy lejos y parecían producirlo no una montura sino dos. Se
apresuró a meter el diario en la bolsa y a despertar a la princesa que dormía
tranquilamente.
-Ya están aquí.
La princesa se levantó con presteza y se
subió al caballo todo lo rápido que pudo. El mercenario recogió todo e hizo lo
mismo que la princesa. Cabalgaron todo lo rápido posible entre los árboles de
aquel bosque. Ambos querían luchar, pero en la posición en la que se
encontraban era demasiado peligroso. A pesar de no poder ver a la princesa
sintió como se ponía nerviosa y se agarraba con fuerza a su abdomen.
-Quiero luchar, estoy harta de huir.-El
mercenario esperaba que dijese eso, pero no en ese momento.
-Lucharemos, pero no ahora. Tenemos que
pillarles por sorpresa, todavía no estáis lo suficientemente preparada para un
combate real, cuantas más ventajas tengamos mejor.
La lluvia era cada vez más molesta, iba
en contra de ellos como si quisiese que redujesen su ritmo, algo que afectaría
también a sus perseguidores.
-¡¿A dónde vamos?!-Preguntó la princesa
en un grito, pues a esa velocidad viajando en caballo y con la lluvia
impactando en las armaduras, a penas se oían sus voces.
-¡No muy lejos de aquí hay una cueva en
la que podemos emboscarles, pero hay que cruzar un río cuyas aguas me temo que
estarán revueltas.-Respondió el mercenario también en un grito dirigiendo la
cabeza hacia atrás.
-¿¡Entonces!? ¡¿Qué hacemos?!
-¡Si creéis en dioses, rezar, pero
preferiría que creyeseis en vos, y por supuesto en mí!
-¡Qué remedio!
El mercenario echó la mirada hacia atrás,
pero la lluvia no dejaba ver con claridad y para colmo estaba ya oscureciendo.
Cabalgaron en contra de la lluvia durante más o menos una hora. Al caballo cada
vez le costaba más avanzar, mojado y con dos cargas en su lomo, era cuestión de
tiempo que los dos jinetes que les perseguían les alcanzase. En muchas partes
del camino había ya barro y charcos que cubrían bastante incluso al caballo. El
animal intentaba esquivarlos como podía, saltarlos si era posible, pero incluso
a él le costaba ya ver. Por suerte las temperaturas se mantenían estables, pues
el frío no hubiese ayudado a aumentar el ritmo. El pelo del mercenario no hacía
más que pegarse en su cara, como aferrándose a su dueño temeroso de lo que
estaba a punto de suceder. Al volverse a girar comprobó como la princesa se
había puesto la capucha de la túnica de los cazadores. A penas la veía el
rostro, pero lo poco que podía contemplar bajo la capucha trasmitía una
combinación de miedo e ira que asustaba al propio mercenario, más por las
imprudencias que pudiera cometer que por lo peligrosa que pudiese llegar a ser.
Poco a poco salían del bosque, aunque la
ausencia de árboles no había mejorado mucho el panorama. El cielo estaba
totalmente cerrado y la lluvia no hacía más que apresarles en esa persecución
que parecía no terminar nunca. Si se giraba ya apenas podía ver la salida del
bosque, pero lo que si pudo ver fueron dos figuras difusas salir de él
cabalgando a un ritmo cada vez mayor que el suyo. El mercenario golpeó a su
caballo para que se esforzase al máximo, para que fuese más veloz que las gotas
de agua impactando en el suelo. Llevaba años cabalgando a su querido zaino.
Nunca le había fallado, jamás, y ahora era el momento de darlo todo para salvar
a alguien que no era él. Ni siquiera estando solo contra ellos dos sabría si
sería lo suficiente osado para enfrentarse a los dos caballeros que les
perseguían, pues seguramente no eran tan inútiles como el desorejado y tan
cobardes como el caballero de los destellos, a los que además había cogido por
sorpresa. Ahora eran ellos los que le habían sorprendido y seguían siendo dos
contra uno, pues no podía contar con la princesa. Tenía que ocultarla...algún
día mataría ella misma a un caballero de la Guardia Real, pero no sería a esos
dos. Mientras pensaba, el mercenario miró a ambos lados y comprobó como los
jinetes intentaban flanquearles.
-¡Nos han alcanzado!-gritó preocupada la
princesa.
-¡Todavía no! ¡El río está cerca!
-¡¿De que servirá cruzarlo?! ¡Aunque
lleguemos a la cueva lo haremos con ellos pegados al culo! ¡No podemos..!
-¡Princesa! ¡Considerad un milagro poder
cruzar el río, y que puedan hacerlo ellos!-La intensa lluvia había cambiado los
planes del mercenario, pero si actuaban con perspicacia y habilidad las cosas
podrían salir incluso mejor.
Tras varios minutos más tenían el río
frente a ellos y un jinete a cada lado. Sus aguas estaban tan revueltas que
parecía imposible plantearse el cruzarlo. Incluso el puente había sido tragado
por sus rebeldes aguas.
-¡¿Qué hacemos?!-El grito de la princesa
trasmitía cierta desesperación ante el destino que les esperaba, pues estaban
acorralados.
-¡Luchar! ¡No queda otra! ¡Cruzar el río
ya no es complicado, es imposible! ¡Pero mientras lo hacemos debemos bordear el
río e intentar tirarlos a ellos!
-¡¿Qué!?
-¡Confiad en mí!-El mercenario detuvo en
seco al caballo frente al temible río-¡Bajad!-Parecía que finalmente la
princesa debería luchar, algo que preocupaba al mercenario.
Ambos se encontraban ya pisando la tierra
encharcada, desenvainando el acero y mirando cada uno a un jinete. El sonido de
los cascos contra la tierra reblandecida casi no se oía, pero era constante,
como constante era el sonido de cada gota de agua que impactaba contra el
tembloroso acero de la princesa y el de su compañero, tan constante como era el sonido del enfurecido río que parecía
rugir dispuesto a engullirles en cualquier momento.
-Recordad, un baile...un baile bajo la
lluvia, lo más bonito que podéis experimentar en la vida, concentraos, y
disfrutad de él. Y ante todo recordad que vuestra pareja de baile está con vos.
-Puede que todo acabe aquí...así que,
solo puedo deciros una cosa. Gracias. Gracias por permitir que muera bajo el
cielo, bajo la lluvia, sobre la tierra, junto a un río y ante todo empuñando un
acero, defendiéndome.
Sus enemigos estaban ya a punto de
echarse sobre ellos con sus caballos.
-Gracias a vos por permitirme matar por
algo más que dinero. Y ahora, dancemos bajo la lluvia.
La princesa alzó su espada deteniendo el
impacto lanzado desde el caballo por uno de los caballeros de su padre, el
mercenario se inclinó esquivando el golpe de su enemigo y llevando su espada a
las patas de su montura que relinchaba con fuerza mientras caía empapado por la
lluvia y la sangre. Uno de los jinetes ya estaba en el suelo, quejándose por el
imprevisto ataque de su contrincante. El otro volvía asestar un golpe a la
princesa que había caído al suelo tras detener el impacto. Eso no la hizo
perder el ritmo del baile, pues comenzó a rodar por la hierba esquivando los
ataques de su rival, hasta que volvió a levantarse con rapidez empuñando el
acero e imitando a su compañero, atacando al caballo, no en las patas sino
cerca del corazón. Al lanzar ataques desde el caballo hasta el suelo con su
espada, el alcance y la movilidad del jinete no eran tan buenos como el de la
princesa, que pudo alcanzar a su montura fácilmente. El caballo había caído
muerto y su jinete se levantaba humillado por una mujer.
El contrincante del mercenario era el
caballero de pelo castaño y barba espesa que le había recriminado el no bajar a
cenar con la armadura de la Guardia Real y al que había humillado cuestionando
sus dotes como caballero.
-¡Sabía que erais un impresentable! ¡Más
que eso, sois un traidor a la corona que habéis mancillado el honor de la
Guardia Real!
-¡De eso ya os encargáis vosotros
solitos, ser!-Le respondió sonriendo.
-¡Voy arrancaros esa sonrisa con mis
propias manos!-El caballero castaño se abalanzó contra el mercenario sin pensar
mientras pronunciaba las palabras.
El mercenario se limitó a esquivarlo, por
lo que el caballero quedó a la orilla del peligroso río. Su rival le dio una
patada en la espalda, pero el caballero de mirada adusta tuvo la suficiente
habilidad para clavar la espada en el suelo y agarrarse con fuerza a la
empuñadura evitando caer al agua, lo que suponía una muerte casi segura.
-¡No lucháis con dignidad!-Le recriminó
el caballero.
-¡Vos no lucháis con la cabeza!
Ambos siguieron intercambiando golpes
mientras se movían hacia la izquierda para quedar paralelos al río y que ambos
tuvieran el mismo riesgo. A solo unos pasos la princesa se concentraba en mover
los pies al compás del acero.
-Tan, tantan, tan, tantan...-susurraba
ella mientras no le quitaba ojo a su rival ni a los movimientos de su espada.
De momento se limitaba a defenderse de los ataques del caballero pelirrojo, el
mismo al que había visto violando el cadáver de la joven criada.
-¡Siempre a la defensiva! ¡Como en la
torre! ¡Aunque hay que reconocer que siempre consigues excitarme con ese
carácter! ¡Tras el combate vas a ver que no solo soy bueno manejando la espada!
Ja,ja,ja,ja
La princesa decidió no responder a tales
estupideces, prefirió seguir concentrada en el combate, moviéndose con
delicadeza, deteniendo los golpes de su rival. Arriba, abajo, en el centro.
Movía la espada todo lo rápido que podía, esperando el momento de asestar ella
un golpe que fuese definitivo. Lo intento una vez, pero los nervios la jugaron
una mala pasada y no pudo acabar la trayectoria de la espada, devolviéndola a
su posición de origen rápidamente para bloquear otro posible ataque.
Ambas parejas se mantuvieron varios
minutos combatiendo formando una línea completamente paralela al río. La
intensidad de la lluvia les desgastaba más rápidamente a todos y en especial a
la princesa, que participaba en su primer combate a muerte. Cada vez le costaba
más mantener el ritmo y alzar la espada para detener los golpes del pelirrojo,
cada vez se echaba más atrás, hasta el punto de tocar con su espalda la espalda
del mercenario. Todos se detuvieron un instante para coger un poco de aire. Sus
miradas se mantenían fijas con las del rival, en cualquier momento uno de ellos
seguiría dando estoques, había que estar preparado.
-¡Tengo un rival fuerte que no deja de
atacar con gran intensidad, mis felicitaciones!-La adulación del mercenario fue
bien recibida por el caballero castaño-¡¿Recordáis princesa?!
-¡Recuerdo!
-¡¿Y recordáis lo esencial de un buen
vals?!
-¡Los giros!-Ambos compañeros no dudaron
en girar cada uno hacia su derecha para cambiar de contrincante. La princesa
quedó frente al caballero castaño, alzando su espada para defenderse de un
ataque que el despistado caballero no ejecutó, mientras el mercenario, ahora
frente al pelirrojo, lanzaba un estoque que su rival detenía a duras penas.
-¡Vaya! ¡Es un honor luchar contra un
guerrero de tu talla! ¡Aunque me consideraba afortunado por luchar contra una
desvalida princesita!-se mofó el pelirrojo de pelo largo.
-¡Desvalida princesita a la que todavía
no habéis podido derrotar!-Le respondió sonriendo el mercenario.
El mercenario no dejaba de dar estoques
contra su rival para alejarse de la princesa y que tuviese espacio para
esquivar los ataques del caballero castaño, pues lo que debía hacer era
aprovechar su agilidad para cansar al caballero como hizo él con el desorejado
la primera vez que luchó contra esa mole en la ciudad, aunque no sería tan
fácil hacerlo contra este caballero, pues no era tan descerebrado. La princesa
no paraba de deslizarse, agacharse y a veces incluso saltar para evitar los
golpes de ese caballero.
-¡Parad de una vez, alteza! ¡Entregaos,
no quiero haceros daño y lo que estáis haciendo es una locura! ¡¿Acaso no os
tratábamos bien en vuestra torre!?
La princesa no respondió, limitándose a
seguir sus movimientos contenidos para esquivarlos como podía. El mercenario se
había alejado mientras mantenía el combate bajo control, arremetiendo contra el
pelirrojo siempre que podía. Era cuestión de tiempo que en un desliz el
mercenario pudiera encajar su espada en su defensa o desequilibrarle tirándole
al río.
Ese desliz llegó, pero no por parte del
pelirrojo o del mercenario, la princesa resbaló al realizar un esquive sobre
una roca resbaladiza a causa de la intensa lluvia que aún se mantenía sobre
ellos. Cayó de frente soltando la espada y dejando su cuello a merced de su
rival. Por suerte, su rival era el caballero castaño y decidió detener la
espada antes de decapitarla.
-¡Os doy una oportunidad de volver,
alteza! ¡Dejad a este loco aquí y volved con nosotros!
La princesa se levantó recogiendo de
nuevo la espada.
-¡Si emprendo un viaje, prefiero hacerlo
al inframundo que a esa torre otra vez!
-¡Como queráis, pues, pero entonces no
esperéis más clemencia por mi parte!.
Los estoques y esquives continuaron,
mientras, el mercenario había decidido tomar una postura más defensiva para
retroceder y poder acercarse a la princesa, que no tardaría en necesitar su
ayuda. Y así fue, tras un par de minutos más esquivando los ataques del
caballero castaño, la princesa volvió a resbalar, esta vez con la hierba
mojada. Al hacerlo sus piernas se abrieron al máximo, cayendo al suelo con una
mano apoyada en el suelo y la mano de la espada alzada sin soltar la
empuñadura. El caballero castaño esta vez no se detuvo, dirigió la espada desde
lo alto hasta el cuello de la princesa, que una vez más quedó a su merced. No
iba con fuerza para decapitarla, pero sí para herirla lo suficiente, dejándola
fuera de combate. El húmedo acero se colocó con gran rapidez sobre el cuello de
la princesa, su húmedo acero. Ella en realidad no se movió, fue el mercenario
el que agarró su brazo con la mano izquierda para que lo flexionase colocando
su propia espada sobre su cuello, deteniendo así el golpe. La princesa no
estaba empuñando su espada con suficiente fuerza, por lo que el brazo le vibró
con violencia al impactar ambas espadas y su arma cayó frente a ella. A pesar
de ello, no se hizo daño en la extremidad.
La princesa dejó de usar su mano
izquierda para apoyarse en el suelo y cogió con ella su espada, cerrando las
piernas en un rápido movimiento e impulsándose contra su enemigo, dispuesta a
clavarle la espada en el pecho. Al hacerlo con la mano izquierda no estabilizó
bien la espada, y el filo solo consiguió rozar el abdomen del caballero
castaño. Éste decidió dar un codazo en la espalda inclinada y expuesta de la
princesa, que se daba de bruces contra el suelo mojado. El mercenario esta vez
se colocó dando la espalda al río, para tener en su campo de visión a ambos
caballeros, el pelirrojo a la izquierda y el castaño a la derecha, mientras
daba veloces estocadas con su espada a ambos lados, dando tiempo a la princesa
a levantarse.
La princesa se arrastraba lejos del río y
del centro del combate, levantándose cuando estaba lo suficientemente lejos. El
mercenario seguía parando golpes y dando estocadas contra los dos caballeros
simultáneamente todo lo rápido que podía. Finalmente aprovechó un ataque de
ambos para agacharse y que sus rivales chocaran sus espadas. Manteniéndose
agachado se dirigió hacia la princesa desarmada.
-¡Estamos en desventaja, tenemos que huir
siguiendo el curso del río, tal vez encontremos alguna zona por la que cruzar!
-¡No quiero seguir huyendo, quiero
luchar!
El mercenario silbó todo lo fuerte que
pudo en medio de la tempestad para que su zaino, que se había apartado hacía ya
rato del centro del combate, acudiese hacia ellos. El mercenario subió y forzó
a la princesa a hacer lo mismo. El caballero castaño corría hacia ellos, pero
el mercenario hizo que su montura comenzase a galopar con rapidez, se le
notaban esos minutos de descanso que se había tomado. El pelirrojo comenzó a
correr para colocarse frente al caballo, pues ellos ahora no tenían montura,
por lo que no podrían alcanzarles si escapaban. Cuando el zaino estaba a punto
de llegar hacia el pelirrojo con la espada en ristre, éste dio un gran salto
esquivando al caballero sorprendido ante la hazaña del mercenario y su montura.
-¡Mi espada!-Gritó la princesa girando la
cabeza hacia donde estaba tirada.
-¡No hay tiempo! ¡Ya os haréis con una
nueva!
El mercenario giró la cabeza para
contemplar a los mercenarios alejarse, pero pudo ver como el pelirrojo se
acercaba a su montura asesinada y cogía algo.
-¡Joder! ¡Rápido! ¡Galopa todo lo rápido
que puedas, compañero!
-¡¿Qué pasa!? Gritó la princesa mirando
también a sus perseguidores para comprobar qué era lo que preocupaba al
mercenario. Al girar la cabeza pudo ver una flecha rozándole la mejilla
derecha-. ¡Flechas!
-¡El pelirrojo es arquero! ¡Y a juzgar
por ese tiro en medio de un torbellino de agua como éste diría que es de los
buenos, así que manteneos agachada!.
Si se giraban podían ver al pelirrojo
corriendo mientras apuntaba, deteniéndose solo para disparar. Una flecha
impactó contra un árbol situado frente al caballo, lo que le asustó haciendo que se detuviese y encabritara,
provocando que la princesa cayese al suelo. El mercenario lo sintió cuando el
caballo continuó galopando.
-¡Soooo! ¡Detente!
El arquero alcanzó a la princesa y le
colocó una flecha frente a ella. El otro caballero también llegó a tiempo. El
mercenario dio la vuelta y se dirigió al galope contra sus enemigos.
-¡Si te acercas más soltaré la
cuerda!-Gritó el pelirrojo, dibujando tras ello una sonrisa.
El mercenario no tuvo más remedio que
detenerse frente a ellos. La princesa no decía nada, solo miraba al hombre que
había violado a su amiga ya muerta. Por un momento solo se oía la lluvia y el
río. La cuerda del arco parecía tensarse cada vez más, tanto como los nervios
de los allí presentes, en especial del mercenario. Sin que nadie lo esperase la
princesa apartó con su brazo el arco de su enemigo, aprovechando el momento en
el que el pelirrojo miró al mercenario de reojo. La princesa se tambaleó al
levantarse, y cuando fue a girarse para ir hacia el mercenario, vio la flecha
salir disparada junto a ella contra el suelo, al mercenario atizar al caballo
para que galopase hacia ella y sintió el brazo del caballero castaño intentando
agarrarla, lo que la desestabilizó aún más, haciendo que se tambalease hacia la
orilla del río. El mercenario soltó un grito cortante sobre el caballo, el
caballero castaño alzó el otro brazo para atraerla hacia él, el caballero
pelirrojo preparó otra flecha mientras apuntaba al mercenario sobre el caballo,
y la princesa...la princesa cayó de espaldas al río sin poder hacer nada más
que sentir las furiosas aguas cubriéndola hasta la cabeza.
-¡Noooo!-El mercenario no dudó en girar
con su caballo mientras sentía una flecha rozarle, haciéndole galopar siguiendo
el curso del río. Desde su montura veía como la princesa era llevada por la
corriente, pudiendo sacar apenas la cabeza del agua-.¡Aguantad!
El mercenario cogió la espada por la
hoja, acercando la empuñadura a la princesa, pero montado en el caballo la
espada no llegaba hasta ella, que alzaba el brazo esforzándose en agarrarse.
Por ello el mercenario decidió cabalgar a más velocidad para adelantar a la
princesa, bajar del caballo y acercarse más cuando pasase. Comenzó a forzar al
zaino para que galopase a toda velocidad...había olvidado a los caballeros,
solo pensaba en la princesa, solo oía sus gritos sobre el estruendo del río y
la lluvia, oía los relinchos de su fiel montura, oyó un silbido, el silbido de
una flecha que se clavaba en la garganta de su fiel compañero, que caía al
suelo relinchando por última vez. El mercenario cayó aparatosamente, momento en
el que se dio cuenta que tenía el brazo izquierdo herido por la otra flecha
lanzada por el pelirrojo.
-¡No, joder!-No tuvo tiempo de lamentar
la pérdida de su amigo de cuatro patas. Lo único que se le ocurrió tras coger un pequeño saco de
su montura muerta y colgárselo en el cinto, fue clavar su
espada en la orilla y tirarse al río mientras se mantenía agarrado a la
empuñadura. La princesa llegaba a toda velocidad hacia donde él estaba, pero
también los caballeros.
-¡No lancéis esa flecha! ¡Esperad a que
la salve! ¡Nuestro rey nos permitía llevarla herida, no muerta!-Oyó decir al
otro caballero.
Se aferraba con toda la fuerza posible a
la empuñadura mientras contemplaba como la princesa empezaba a alejarse hacia la
otra orilla, pues la corriente la había hecho perder el control. Ambos
estiraron el brazo todo lo que pudieron llegándose a rozar con los dedos, pero
la princesa siguió su curso.
-¡A fallado! ¿¡Puedo disparar de una puta
vez!?
Antes de que el otro caballero
respondiese, el mercenario tiró de la empuñadura hacia fuera, sacándola de la
tierra, lo que produjo que la corriente le llevase a él también, pues ya nada
le aferraba. Las violentas aguas le desplazaban a gran velocidad. No fue poca
el agua que le entraba de vez en cuando, pues tenía que esforzarse en no quedar
sumergido por completo. Entre la revuelta agua que le rodeaba y le llevaba sin
ningún tipo de control pudo ver a la princesa no muy lejos agitando los brazos.
Si seguía sin hacer nada ambos acabarían muertos, no sabía si ahogados o con el
cuerpo estrellado en algún sitio. Morir no era lo que le importaba, lo que le
importaba era no cumplir su objetivo...y que fuese la princesa quien perdiese
la vida.
La princesa estaba solo a unos pasos por
delante, y solo un poco desplazada hacia la izquierda, pues él también había
sido llevado hasta el otro lado. Para ganar velocidad decidió quitarse el peto
de la armadura y todo lo que pesaba, al fin y al cabo nunca le habían gustado
las armaduras. Primero envainó como pudo la espada y después se puso a ello. No
era fácil hacerlo siendo movido por las aguas, pero cuando pudo quedar libre,
el agua le dio más impulso y se acercó a la princesa que llevaba la ropa de los
cazadores, ganando más peso y perdiendo velocidad con respecto al mercenario.
-¡Vamos a mantenernos unidos pase lo que
pase!-Le gritó el mercenario mientras desenvainaba la espada costosamente y la
sacaba a la superficie-¿¡Vais a agarraros a mi espada, de acuerdo!?
-¡De...de acuerdo!
El mercenario cogió la espada otra vez
por el filo y le cedió la empuñadura a la princesa. Tardó un poco en
conseguirlo, pero finalmente consiguió aferrarse.
-¡Perfecto! ¡Ahora no se os ocurra
soltaros!
El río les trasladaba unidos. Tal vez ese
fuese su final. Después de haber sido maltratados por la vida, siendo
vapuleados constantemente, sin saber cual era su destino, sin nadie que les
ayudase, a punto de ahogarse en sus miserias, llegaba el fin. Con un río que
era la metáfora perfecta de sus vidas, un río que al igual que la vida les
maltrataba, les llevaba a un destino incierto y les ahogaba. Pero al contrario
que en la vida, en el río encontraron a alguien que les ayudase, a alguien que
moriría por ellos. Vivieron solos, pero morirían unidos, sufriendo hasta el
último momento.
-¡Hay esperanza, princesa! ¡La hay!-El
mercenario había vislumbrado un enorme árbol en la orilla con las ramas secas
inclinadas hacia el río-.Intentad agarraros al árbol que tendréis en breves a
vuestra derecha.
La princesa trató de girarse en esa
dirección sin soltar la espada, pero las ramas pasaron de largo, en incluso una
le azotó la mejilla. Por suerte el mercenario se agarró con su mano izquierda a
una, todo lo fuerte que pudo. La princesa solo se mantendría a salvo mientras
se mantuviese agarrada a la empuñadura del mercenario
-¡No os soltéis! ¡Por lo que más queráis,
aguantad!
-¡Puedo aguantar! ¡No os preocupéis!
Ahora el mercenario solo tenía que pensar
cómo, manteniéndose agarrado a la rama y la espada, podía acercarse a la orilla.
El río parecía ir con más fuerza, como si tratase de hacerle soltar el árbol o
que la princesa soltase la empuñadura. El agua le entraba por las orejas, por
la nariz y por la boca. Le costaba pensar con claridad en esa situación. El
dolor del brazo y de la mano derecha empezaba a hacerse latente. Pues la
princesa cada vez se aferraba con más fuerza y la hoja se clavaba con más
intensidad en la palma de su mano.
-¡Arghh! ¡No puede acabar aquí y de este
modo! ¡No fallaré otra vez!
La princesa contempló la sangre que salía
de su mano y se unía al río, contempló la cara de dolor del mercenario llevado
al límite y comprendió lo que debía hacer.
-¡Gracias! ¡Has permitido que llegue más
lejos de lo que jamás me hubiese imaginado! ¡Has permitido que escape de esa
torre, de mi padre! ¡Has permitido que sea libre, que respire aire fresco, que
sienta la hierba bajo mis pies, la lluvia sobre mi cara, que luche, que baile!
¡Has permitido que valore la vida y me has dado un objetivo que te has
esforzado en cumplir conmigo! ¡Pero lo mío nunca ha sido cumplir los objetivos
que se me han dado! ¡Seguiría mi camino convirtiéndome en un nuevo títere!
¡Haber llegado hasta aquí me basta! ¡No puedo permitir que la gente siga
sufriendo por mi culpa! ¡Ni siquiera tú! ¡Mata a esos caballeros por mí, si
puedes incluso destruye esa maldita torre! ¡Acaba lo que juntos empezamos y
descansaré en paz!
-¿¡Que decís?! ¡Vamos a conseguirlo!
¡Tenemos un objetivo! ¡No podemos...!
-¡Adiós! ¡Y gracias por todo!-La princesa
se soltó sin dejar de mirar al mercenario que gritaba mientras intentaba
acercarse a ella sin soltarse de la rama.
-¡Noooo! ¡Princesa, nooooo!- No muy lejos
había más árboles y troncos apilados formando una especie de dique al que la
princesa se dirigía-.¡No...!
El golpe retumbó incluso por encima del
sonido del río y la lluvia, el golpe del fin, del fracaso, de la muerte. El
mercenario gritó de rabia mientras envainaba su espada y se aferraba con las
dos manos a la rama intentando acercarse a la orilla. Le costó varios minutos
pero al final llegó. Salió del agua con dificultad tras lo que comenzó a dar
puñetazos contra la mojada hierba mientras se mantenía de rodillas.
-¡He fracasado! ¡Ha muerto! ¡Juré que no
volvería a fallar! ¡Puta Guardia Real, puto río, puta lluvia, putos dioses!-El
mercenario había olvidado lo que era el fracaso y lo que es más importante,
había olvidado lo que era perder a alguien.
Caminó con el torso desnudo, arrastrando
los pies, sangrando por el hombro izquierdo y la mano derecha, temblando,
maldiciendo. Su objetivo había desaparecido, su destino ya no existía, la
esperanza se había desvanecido. Una vez más demostraba su inutilidad al mundo.
Después de tantos años volvió a ocurrir y esta vez había pagado una muchacha de
tan solo veinte años. Podía dejarse caer sobre la hierba mientras esperaba el
fin bajo la lluvia, era lo justo, pero era rendirse, y la rendición es derrota.
Vivir con la derrota, morir derrotado...no era una opción. Tenía que volver con
el contratista, informarle de la pérdida de la mercancía y aceptar un nuevo
objetivo para sobrevivir y hacer lo único que sabía hacer. Solo. Tenía que
llegar a la cueva, aunque no fuera fácil al estar desorientado, pero suponía
que caminando en perpendicular hacia la izquierda llegaría a su destino.
Y tras varios minutos que parecieron
horas llegó. Una mole de piedra no muy lejos del camino principal formaba una
pequeña colina, en ella, en la parte inferior, se podía encontrar una gran
obertura donde solo le esperaba el frío y la oscuridad. Cuando hubo llegado lo
primero que hizo fue tirarse entre las tinieblas. Tenía que encontrar algunas
plantas para que las heridas dejaran de sangrar y cicatrizarán, además debía
encender una hoguera para calentarse, pero estaba demasiado débil siquiera para
levantarse, debía descansar a riesgo de que el sueño acabase siendo eterno
debido a la pérdida de sangre. Presionó ambas heridas como pudo mientras
cerraba los ojos. No eran heridas profundas por suerte, pero había perdido
demasiada sangre en la herida de la mano y la temperatura a la que estaba el
río no había ayudado a estabilizar su cuerpo. Sus ojos se cerraron pensando en
los dos caballeros que provocaron su fracaso, los dos caballeros que tal vez al
día siguiente, cuando el día hubiese avanzado, cruzarían el río con mayor
seguridad, pues suponía que esa noche no serían tan osados de intentarlo. Cerró
los ojos pensando en su mercancía perdida.
Una gota proveniente de un hueco del
techo unida al ruido de pasos sobre la roca le despertaron. Se levantó despacio,
sintiendo el latir de su corazón en el pecho y el latir de la herida de la
palma de su mano. No sabía cuanto tiempo había pasado, pero todavía no era de
día, no podían ser ellos. Sacó la espada con mucho cuidado y se colocó junto a
la pared, en la entrada de la cueva, esperando a la presa que se creía cazador.
Tardó en bajar, y lo hizo con cierta torpeza, caminaba con lentitud acercándose
a la entrada de la cueva. El mercenario agarraba con la mano izquierda y con la
poca fuerza que le quedaba su espada. La oscura figura deambulaba adentrándose
en las sombras que desvanecían su silueta. Antes de que desapareciera comprobó
que era una figura delgada y temblorosa de pelo largo por el que escurría
agua...era el caballero pelirrojo. Había tenido el suficiente valor de cruzar
el río, que tal vez ya no corría con la misma violencia al haber menguado la
lluvia. Pero parecía que el caballero castaño no lo había logrado por lo que
todavía no sería seguro... El caballero calculó sus movimientos para dirigirlos
hacía donde debía permanecer la figura, pues en esa oscuridad ya no podía verse
nada. En un enfrentamiento directo estaba perdido, pero si le cogía por la
espalda podía matarlo de un solo movimiento. Alzó la espada con mucho cuidado,
adelantó el brazo derecho y avanzó unos pasos muy despacio. Olía cerca la
humedad de su cuerpo, le sentía justo enfrente a no más de un paso, se había
detenido. El mercenario solo tuvo que agarrarle el hombro con fuerza a pesar de hacerse bastante daño en la palma
de la mano, y llevar la espada a su cuello.
-La princesa me pidió que acabase con la
vida de todos vosotros, y yo cumpliré gustoso.-Le susurró al oído-.Destruisteis
mi objetivo y acabasteis con el suyo , es hora de que paguéis.-Introdujo el
acero en la garganta disponiéndose a realizar el movimiento definitivo con el
brazo. Un instante antes escuchó un gemido del caballero. Parecía débil.
-Ssss...ss..soy...
Cuando comenzó a rasgarle el cuello con
su espada se detuvo.
-Un miserable más de este mundo.
-La...princ...ce...sa
El mercenario, sin apartar la espada de
su cuello, le soltó el hombro y acercó su mano ensangrentada a su cara para
palpar su rostro e identificar a la persona que estaba a punto de matar. Esa
piel suave, esa nariz gruesa, esos labios tan apetecibles al tacto...era ella.
-¿Co...como es posible? Deberíais
estar...
-Muerta...lo...lo sé...y te di...ría
que...lo estoy.-La princesa cayó sobre él desmayada.
-Prin...¡joder!
Al verla viva el mercenario parecía haber
recuperado toda su energía. Primero puso el oído sobre su pecho para escuchar
su corazón latir con gran fuerza, por lo que no haría falta presionarlo para
reanimarla. Después arrastró su cuerpo hasta la entrada de la cueva para
tenerla a la vista y salió con rapidez buscando madera para hacer una hoguera
en el interior y las plantas necesarias para que las heridas se fuesen
cerrando. La del hombro ya casi no sangraba, pues era superficial, pero la de
la mano se estaba poniendo fea. Ya no llovía, aunque seguía cayendo alguna
gota, aún así encontrar madera buena sería difícil, pues estaría mojada y no
prendería bien. Tardó más de una hora en tener todo y casi media en encender
una hoguera, había tenido que buscar madera seca bajo diferentes rocas y
excavando un poco, aunque había sido una lluvia tan intensa que las ramas
enterradas estaban casi tan mojadas como las del exterior. En la cueva,
afortunadamente, también encontró ramas que le fueron muy útiles. Las hierbas
tardó en encontrarlas, pero por suerte la milenrama era una planta muy común que
se podía encontrar en muchos prados y herbazales. Además, con lo que cogió de
los troncos de las encinas que encontró, también podía tratase la herida menos
superficial.
Colocó a la princesa junto a la hoguera y
volvió a poner el oído sobre su pecho para comprobar si seguía latiendo. En
efecto, no solo latía sino que latía a la velocidad adecuada. No solo era
extraño que ese impacto no la hubiese matado, también lo era que no hubiese
tragado agua. No tenía una manta para taparla, pero no podía dejarla con la
ropa de los cazadores húmeda, así que decidió quitarle la parte de arriba
dejando su torso desnudo. No tenía ninguna marca del golpe y en la cabeza
tampoco parecía tener ninguna herida. Colocó la ropa junto a la hoguera e
intento escurrir la capa para usarla más adelante como manta. Pasaron una hora
junto a la hoguera en aquella cueva, ella inconsciente y él mirándola mientras
se trataba las heridas. Creía que la había perdido, se sintió por primera vez
en muchos años abatido, volvió a sentirse una mierda más de este mundo, toda la
seguridad que había recuperado después de aquello pareció desvanecerse con la
princesa en ese río. Pero allí estaba, como un milagro de los dioses que tanto
detestaba, ella decidió soltarse al verle sufrir, al no ver escapatoria para
los dos. A pesar de que le había odiado y de que había hecho cosas horribles
delante de ella, consiguió sentir pena por él y rabia por sentirse como un
estorbo. Era demasiado testaruda como para suicidarse y durante esos veinte
años en el interior de aquella torre había estado más al limite que en unos
minutos en aquel río, pero aún así decidió soltarse para dejarse abrazar por la
muerte. No lo hizo tanto por ella como por él. Sabía que solo uno de los dos
podía salvarse en esa situación y antes de despedirse le cedió a él sus
objetivos. Esa joven mujer era increíble, esa torre la había dado otra
perspectiva, otro baremo para medir lo que estaba bien y lo que estaba mal,
otra visión para juzgar y decidir.
Era hipnótica, sus gritos de auxilio mientras
el río jugaba con ella eran cantos de sirena que obligaban a darlo todo por
sacarla de tal terrible lugar. Jamás en todos esos años se había vuelto a
implicar emocionalmente con una misión, pero aquella princesa malcriada y
rebelde que decía lo que pensaba tal y como lo pensaba le había hecho recordar.
Ella no había hecho nada para seducirle, todo lo contrario, pero allí estaba
dando su vida por ella y sin pensar en el dinero. Allí inconsciente, tumbada a
unos pasos de él, iluminada por el fuego de la hoguera, con el pelo húmedo
pegado en la cara y los hombros desnudos, el rostro relajado y los pechos
incipientes intercalando fragilidad y poderío, las mismas sensaciones que
trasmitía continuamente con su actitud. Unos pechos tan hipnóticos como aquella
enigmática mirada que cruzó por primera vez con ella aquel fatídico día en el
patio, unos pechos que encumbraban su discreta pero arrebatadora belleza sobre
su pequeño cuerpo, unos pechos bajo los cuales se encontraba un gran corazón
que parecía impenetrable para cualquier hombre y capaz de penetrar la razón de
cualquiera. Era una diosa, una diosa condenada a vivir eternamente sin ningún
tipo de libertad, sin nadie a quien amar de verdad, condenada a no conocer la
verdad, a vivir solo para los demás, necesitada por muchos, querida por muy
pocos. Perseguida por intereses tras huir de la morada desde la que casi rozaba
el cielo del que debía proceder. Una diosa que debía castigarle por sus
pecados, una diosa que debía liberarle, una diosa que debería llevarle al lugar
del que todos los dioses proceden. Una diosa que estaba por encima de cualquier
diosa existente o creada por el hombre, la única diosa a la que respetaba, la
única a la que amaría. Pero él ya no creía en el amor.
La princesa comenzó a abrir los ojos
lentamente. Giró la cabeza hacia los lados con cuidado y sin levantarse para
comprobar donde estaba y comenzó a temblar a pesar de la hoguera. El mercenario
se acercó rápidamente a ella.
-¿Sigo en la cueva?-Preguntó mirando al
techo.
-Y permanecéis conmigo.-Respondió el
mercenario en voz baja-.¿Os encontráis bien?
-Un poco rara ¿Qué sucedió en el río?
-Esperaba que vos me lo contaseis.
-Solo recuerdo el agua, mucho agua,
recuerdo verte en la lejanía sujetando la espada por la hoja y gritando, recuerdo
ver varios troncos, sentir un golpe, sentir miedo, frío, sentí paz hasta que oí
una voz, una voz que ya he oído en el pasado. Una voz que retumbaba mientras yo
me hundía. Después recuerdo despertar en la orilla, temblando...recuerdo tus
palabras sobre la cueva resonando en la cabeza y mi cuerpo caminando
prácticamente sin que yo decidiese que lo hiciese, recuerdo ver la cueva,
adentrarme en su oscuridad, sentir tu espada, oír tu voz, sentir tu mano en mi
cara y tus brazos mientras mi mente volvía a desvanecerse...
-¿Es posible que alguien os sacase de
allí?
-¿Es posible que alguien sobreviviese a
tal golpe?
-¿Y si nunca os lo disteis? Tal vez el
sonido fue algo diferente.
-Tú lo oíste, yo lo sentí.
Ambos permanecieron un instante en
silencio, además de consternados por lo que había sucedido en el río, se
encontraban cansados.
-Será mejor que no intentéis recordar
más, tan solo descansad.-Mientras el mercenario le daba su consejo, el fuego
comenzó a apagarse por culpa de varias gotas que comenzaron a caer
repentinamente desde el techo sobre la hoguera. Volvía a llover. Antes de que
el fuego se apagase, la princesa se vio el torso desnudo.
-¿Qué hago sin ropa? ¿No habréis..?-Ante
la pregunta inconclusa el mercenario sonrió débilmente.
-Ya os he dicho que no me interesáis lo
más mínimo-hace unos días eso hubiese sido cierto-.Además, aunque os dije que
todos en el mundo somos unos miserables, ya debéis saber que hay diferentes
grados de miserabilidad y yo no llegó al grado de nuestros perseguidores. Lo
hice para que estuvieseis más seca.
-Gracias, entonces....-La princesa se
levantó y se arrimó todo lo posible al ya casi extinto fuego.
-Gracias a vos por sacrificaros por mí,
aunque, no debisteis hacerlo.
-Si no lo hubiese hecho ambos seguramente
estaríamos muertos.
-Cierto...-el mercenario quería hablar
con ella sobre lo ocurrido, pero ella no parecía por la labor de explicar
porque se había soltado dando su vida para salvar al hombre al que había jurado
matar.
-Tengo frío.-Y miedo, lo veía en su cara,
aunque jamás lo reconocería.
-La hoguera ya está casi apagada y no
puedo encender otra hasta que pare de llover otra vez, venid, arrimaos conmigo
a la pared.-La princesa le hizo caso.
El mercenario también tenía frío. En esa
cueva, calados hasta los huesos y sin fuego en el que calentarse era difícil no
tenerlo. La capa se había secado un poco así que decidió tapar a la princesa
que intentaba mantener los pechos ocultos con los brazos, aunque con la
oscuridad que se cernía sobre ellos el mercenario ya no podía verlos.
-Si nos mantenemos abrazados, tapados
ambos con la capa, mantendremos algo de calor y podremos dormir.
-Dices no estar interesado en mí, pero
buscas cualquier pretexto para arrimarte.-La princesa todavía tenía fuerza para
bromear.
-Yo lo tendré fácil para no excitarme
sintiendo vuestros pechos sobre el mío... ¡si casi ni tenéis! Pero vos lo
tendréis más difícil.-En otra ocasión la princesa se hubiese enfadado, pero
comenzaba a comprender el humor del mercenario así que se limitó a reír.
-Espero que, tras sucumbir a tus
encantos, no escapes por algún hueco de la cueva como acostumbras a hacer con
las demás mujeres.
-Con las demás mujeres hago algo más que
abrazarme a ellas, no os preocupéis.
Tras las bromas continuadas para recuperar
la normalidad de su relación, ambos se quedaron en silencio, acurrucados bajo
la manta, sintiendo la fría pared, temblando juntos. Ambos intentaban olvidar
todo lo sucedido, pero era imposible. En el silencio y la oscuridad de aquella
cueva debería ser más fácil conciliar el sueño, pero el mercenario no podía
dejar de pensar en lo sucedido. No podía dejar de pensar en ella como algo más
que una mercancía. Haberla visto
despertar le había devuelto la tranquilidad y escucharla bromear le hacía
recordar ante que tipo de mujer estaba. Parecía incluso haberse acostumbrado a
él, a sus bromas y era ella ahora la que empezaba el juego. ¡Que no le gustaban
sus pechos! le había dicho bromeando...y tanto que era broma. Ahora que los
sentía sobre su propia piel no solo sabía que esos pequeños pechos le
encantaban, el mero hecho de estar en contacto con ella le relajaba más que
cualquier planta del bosque. Debido al frío sentía los pezones duros sobre su
pecho también desnudo y por suerte, debido al frío también, no tuvo que
esforzarse tanto en evitar que su miembro respondiese con una erección. No solo
le excitaba el hecho de tener a aquella mujer tan especial abrazado a él, le
excitaba que esa mujer tan especial, reservada y reticente a las relaciones con
otros hombres, tuviese la suficiente confianza para dejarse abrazar con el
torso desnudo. Aunque bien era verdad que el frío cada vez más intenso que les
envolvía les forzaba a olvidar sus vergüenzas, que en el caso del mercenario
eran bien pocas.
Los dos temblaban al unísono, dos cuerpos
semidesnudos, abrazados y sin forma en aquella cueva, que no dejaban de
moverse, conmocionados por el frío, pero también por todo lo que habían pasado.
Temblaban sin parar, en el caso de la princesa también era el miedo, en el caso
del mercenario la ira contenida. Pero sobretodo, parecían temblar por controlar
sus más bajos instintos, un temblor que no cesaba en toda la noche, como si sus
cuerpos quisiesen forzarles a abrazarse con más intensidad. La intensa lluvia,
el goteo constante contra la roca y el castañeo de los dientes eran los únicos
sonidos que salían de la oscuridad. Hasta que la princesa, que tampoco podía
dormir, lo rompió.
-Entonces ¿no has amado?-El mercenario se
sorprendió ante tal repentina pregunta.
-Ya os he dicho que...
-No. Hablo en serio. La criada a la
que...bueno, ella me dijo una vez que el amor es lo más complejo del mundo. Me
dijo que no se podía explicar, pero cuando hablaba sobre ello se le iluminaba
la mirada, daba la sensación de que hablaba de lo más maravilloso del mundo. Me
dijo que a veces te torturaba, que caducaba y que puede transformarse en
odio.-El mercenario permanecía callado-.Comprobé que lo que dijo era cierto,
ella misma parecía saber muy bien cuales eran los peligros del amor y fue el
amor lo que la mató. No me dan ganas de probarlo, pero parece inevitable que te
atrape alguna vez, tan inevitable como que te atrape la muerte. Parece que sin
amor no puede haber vida, aunque luego acabe con ella.
-Amor... ¿Queréis saber lo que es el amor?
El amor es una ilusión proyectada en un mundo cruel, un mundo creado para
funcionar de forma despiadada donde solo el más fuerte y astuto sobrevive,
donde unos tienen que pisar a otros para funcionar, donde hay que comer y en el
que para comer hay que matar y comprar, y para comprar tener dinero, y para
conseguir dinero hay que trabajar, venderse y también matar. El mundo no ha
sido creado para amar sino para vivir, o mejor dicho, sobrevivir. Y si se
quiere sobrevivir no hay tiempo para amar. Yo lo aprendí a la fuerza, el único
sentimiento real es el odio, pues todo lo que hay que hacer para conseguir
sobrevivir acaba acumulando mucho odio, odio en las personas que matan, odio en
los familiares de los muertos, odio de los poderosos con dinero hacia los que
consideran solo esclavos, odio de los esclavos que se sienten humillados, odio
y más odio. Y tras ese odio la proyección del amor que aceptamos para poder
creernos parte de algo superior a este mundo que nos aliena desde que nacemos,
una ilusión que no es más que el deseo de no sentirnos solos y la pura
necesidad incontrolable de procrear para sentir placer. Es curioso, la única
vez que sentimos auténtico placer en nuestra vida es para justamente eso, dar
la vida, para mantener a la humanidad funcionando, para mantener el odio
latente. Por eso el amor no es más que un engaño que nos lleva a la destrucción
continua y cíclica, sin freno, como un chiste sin gracia y largo, de esos que
parecen que no terminan y con el que al final solo se ríe el que lo cuenta. Un
chiste del que he decidido reírme solo para enfrentarme a la vida y sus
adversidades. La risa es la mejor medicina, no tomarte nada en serio de lo que
te suceda en este mundo por difícil que sea, es la clave.
Aunque la princesa no podía verle, y a pesar
del duro discurso, el mercenario sonrió como siempre lo hacía. Una sonrisa de
medio lado, una sonrisa que no iba dirigida a la gente con la que se enfrentaba
día a día, sino al mundo que les manipulaba. Él se reía del destino, de las
reglas, de sí mismo. Y lo mejor es que ahora ella también estaba aprendiendo a
reír.
-Odio...en veinte años solo he sentido
odio, es cierto. Pero ¿puede el odio convertirse en amor?-El mercenario no supo
que responder, y antes de que pudiese pensar algo, la princesa continuó con sus
preguntas un tanto apurada-.Es igual, sigues sin responder a mi pregunta ¿Te
has enamorado?
El mercenario volvió a sonreír en la
oscuridad.
-¿Cómo sino sabría tanto sobre él?
-¿Puedes hablarme de ella?
-Podría deciros que es una parte de mi
pasado enterrado, pero os mentiría. Ella está presente en mis pensamientos día
tras día, me recuerda porqué vivo, hacia donde camino, me recuerda quien soy,
es ella la que me recuerda que debo reírme de los que son como ella y de los
que son como fui yo. Es ella la que me recuerda que la vida no está hecha para
amar, sino para cumplir un objetivo. Ella, una mujer maravillosa de la que me
enamoré hace ya quince años...
“La conocí en una taberna ¿dónde si no?
Recuerdo estar charlando con mi mentor, un gran hombre, la mejor persona que he
conocido en el mundo y el que me enseñó todo lo que soy hoy. Junto a nosotros,
apoyado en el mostrador, había un hombre bebiendo como si no hubiese un mañana.
Tras él apareció una veloz figura que le desgarró el cuello con su daga sin
pensar. Esa figura pertenecía a esa mujer de la que os hablo, no puedo deciros
que era bella, pero desprendía un aura de magnificencia, autosuficiencia y
seguridad que cegaba. Y tampoco se podía decir que era fea, pues llamaba la
atención, era alta, esbelta, pelirroja con una mirada absolutamente
cautivadora. Lo que más recuerdo de ella era como sonreía. Lo lógico es que
tras el asesinato se hubiese ido, pero nos miró, primero a mí y luego a mi
mentor, un reconocido mercenario cuyos servicios eran tan solicitados como su
cabeza. Se acercó a nosotros mostrándose admirada ante las habilidades y las
proezas de mi mentor. Le dijo que sería un honor para ella ser su alumna como
lo era yo. Pero él respondió que no era ningún maestro de armas, que a mí me
había acogido porque había creado un gran vínculo conmigo, pero que no iba por
ahí desvelando sus trucos o enseñando a moverse y a luchar a cualquiera. Pero
ella insistió, y yo también. Pues parecía buena en lo suyo, y con nosotros
podía aprender más. Además, podíamos realizar juntos trabajos más complejos,
pues siendo tres podríamos afrontar mejor cualquier peligro. Al final el viejo
aceptó, dejando claro que él se llevaría el cuarenta por ciento de las
ganancias, yo el otro cuarenta y ella el veinte por ciento restante.
Sorprendentemente, la misteriosa mercenaria aceptó.”
“Viajamos juntos por muchos lugares del
reino mientras entrenábamos día y noche. Fue el mejor año de mi vida. Ella era
tan especial, como se movía, como luchaba, como hablaba, como sonreía, como
veía la vida. Era una mujer tan interesante...Nuestro vínculo, como podéis
imaginar, era cada vez mayor. Poco a poco íbamos teniendo más confianza y
trabajamos mejor juntos. Nuestra compenetración hacía de nosotros dos
mercenarios tan letales como lo era mi mentor por si solo. Aceptábamos trabajos
de todo tipo, recogida y entrega de mercancías como vos, robos, asesinatos
tanto individuales como múltiples. No olvidaré el asesinato en un santuario,
acabamos con los cuatro sacerdotes y los dos guardias sin que ningún feligrés
nos viese. Yo me encargué de dos de los sacerdotes, ella de otros dos y mi
mentor de los dos guardias. Después se hablaba de una maldición en aquel
santuario, los pobres ignorantes creían que el demonio les habían castigado por
sus actos impuros, aunque a nosotros en realidad fue una de las mujeres a la
que habían violado quien nos contrató para acabar con ellos.”
“Una tarde todo cambió. Mi mentor tenía
que atender otros asuntos en la ciudad y nosotros aceptamos una misión para dar
caza a un verdugo que había ejecutado al hijo de nuestro contratista. A pesar
de que el verdugo viajaba con cuatro caballeros y un preso, pudimos matarles
sin dificultad emboscándoles en mitad del camino. Como creían que queríamos
rescatar al preso, lo primero que hicieron fue ejecutarle allí mismo. Acabar
con todos ellos no fue difícil, aunque mientras nos enfrentábamos a los
caballeros, el verdugo escapó. Cuando ella hubo acabado con sus dos rivales y
yo con los míos, que resultaron ser bastante pésimos en el combate, perseguimos al verdugo y le atrapamos cerca
de la orilla de un lago. Ella se colocó detrás y antes de que pudiera suplicar
piedad le atravesó la espalda con su espada mientras yo le atravesaba la
cabeza. Su sangre nos salpicó a los dos. Tras caer al suelo el cadáver nos
quedamos mirándonos. No sé explicaros que fue, pero tras dar caza a ese
objetivo al unísono, al mirarnos...no pensamos, nos comenzamos a besar,
sintiendo el sabor de la sangre de nuestra víctima, con su cadáver a nuestros
pies. Nos tiramos al lago mientras nos desnudábamos y allí mismo consumamos
nuestro amor. Esa fue la primera y la única vez que hice el amor, eso en lo que
ya no creo. Fue como estar en el paraíso, con aquel cielo completamente azul
sobre nuestros cuerpos desnudos, aquel verde que nos rodeaba, aquella sangre
tan brillante que sabía a victoria, aquellas aguas calmadas y templadas que nos
cubrían, aquella sonrisa que me cautivaba...Todo se desvaneció siete meses
después.”
El mercenario tuvo que hacer una pausa,
respirar hondo y tragar saliva.
-Estábamos en la misión más ambiciosa que
habíamos aceptado. Era de noche, una noche fría y muy oscura, pues se acercaba
el invierno. Estábamos completamente en silencio, solo oíamos nuestra propia
respiración. En las calles solo se veía nuestro vaho perderse en la estrellada
noche. Teníamos que infiltrarnos en un palacete y acabar con un marqués muy
reconocido mientras dormía, sorteando toda su seguridad. Estábamos a punto de
separarnos en el punto de control que habíamos establecido y donde debíamos
reunirnos cuando hubiésemos completado nuestro objetivo. Pero todo se torció.
-¿Cometisteis algún error?-Interrumpió
interesada la princesa.
-Si. Doce meses atrás.-Al mercenario
parecía costarle hablar, era la primera vez que la princesa lo veía así-.Cuando
salimos tras los matorrales preparados para escalar cada uno en la parte que
teníamos asignada, después de pasar varios días estudiando los movimientos de
la guardia y el cambio de turno, nos encontramos con un gran número de
caballeros saliendo del palacete y rodeándolo. Nosotros no pudimos hacer mucho
más que salir corriendo hacia la plaza de la ciudad para huir hacia la salida
de ésta, pero más caballeros nos rodearon en la plaza. No solo habíamos
fracasado la misión, sino que todo acababa ahí. No comprenderíais lo que se
siente al oír el acero de una decena de soldados desenvainándose. Nosotros, a
pesar de la locura, respondimos imitándoles. Moriríamos luchando. Y así fue.
“La miré por última vez con los mismo ojos
de antaño, con el mismo amor que había alcanzado su cénit aquel día en el lago.
Cuando me dispuse a cargar desesperadamente contra nuestros enemigos dispuesto
a llevarme por lo menos a cinco por delante, vi como una espada atravesaba el
pecho de mi mentor. No pudo defenderse a pesar de su maestría, no pudo luchar
con honor, algo en lo que ahora, al igual que en el amor, no creo. La espada
que le había atravesado tenía como dueña a la mujer que había amado durante
esos doce meses. Le había matado por la espalda, cuando se disponía a combatir,
sin que se esperase que su discípula sería quien le quitase de en medio de una
forma tan sucia.”
“Recuerdo que volví a mirarla, pero todo
lo que sentía se desvaneció. En ese momento solo sentía confusión, que precedió
a la rabia...al odio. El cadáver de mi mentor cayó mientras algunos caballeros
reían. Había caído una leyenda entre los mercenarios para forjar una nueva
leyenda. Pues esa mujer no era una mercenaria, sino una cazarrecompensas que
ese mismo día hizo historia. Esta vez fue ella la que me miró...me miró y
sonrió de medio lado. Una sonrisa que jamás me quitaré de la cabeza. Me dijo
que desde el primer día su misión era acabar con él, con el hombre que tantos
quebraderos de cabeza provocaba a las autoridades de muchas ciudades. Muchas
veces porque actuaba de forma más eficaz que ellos y les quitaba el trabajo del
que vivían, pues muchos trabajos consistían en acabar con criminales. Aunque
también nos contrataban criminales o ciudadanos para eliminar a autoridades que
actuaban como unos criminales más. Pero no solo tenía que acabar con esa
leyenda, también tenía que matar a su alumno. Éramos su objetivo, y para
cumplirlo tuvo que interpretar un papel aprovechando sus habilidades. Me
enamoró deliberadamente, me engañó solo para poder matarnos. Tenía órdenes de
dejarnos vendidos ante el ejército, por lo que aprovechó esa misión tan
compleja para informar de nuestros movimientos, dejándonos así acorralados por
la muerte.”
-Y ella...
-Ella gritó al resto de caballeros: “Él
es mío, matarle mi objetivo. Si fracaso ajusticiarle ante el pueblo para que
comprendan que la ley recae incluso sobre los mercenarios mitificados.” Y así
comenzamos a luchar. Fue el combate más intenso que he protagonizado en toda mi
vida. Era tan hábil como yo y empleó más pasión aquel día en la lucha, que el
día del lago follando. Entramos en calor con mayor rapidez, a pesar de que
cuando lo hicimos en aquel lago hacía mucho más calor. Fue el día del combate
cuando más sudamos y jadeamos, además esa vez no era yo el único que embestía
con mi espada, ambos no parábamos de asestar y detener mandobles, jaleados por
el resto de caballeros que nos rodeaban sustituyendo a los caballeros muertos
que habíamos dejado atrás aquella tarde. También había un muerto a nuestros
pies, pero esta vez el cadáver me importaba y había sido un objetivo solo de la
mujer a la que amé, no de ambos. Eso sí, el día del lago concluimos más rápido,
en cambio esta vez pasamos más de quince minutos combatiendo a muerte. Todavía
guardo una pequeña cicatriz en la cadera en la que no habréis reparado. Lo
único que me queda de ella...además de su recuerdo y de su lección.
.
“Pero a pesar de haberme herido, se
trataba de un simple arañazo en la cadera, pude continuar luchando sin problemas,
mayor era la herida de mi interior. El cansancio se notaba en nuestros
movimientos, el frió mantenía entumecidas nuestras manos mientras sujetábamos
con toda la firmeza posible la empuñadura. Pero esa firmeza no era suficiente,
por lo que ella no tardó en perder la espada cuando detuvo con ella uno de mis
golpes. Se quedó desarmada frente a mí. No hizo nada, solo mirarme, más seria
de lo que la había visto nunca. Cuando colocasteis mi espada sobre mi propio
cuello aquel día en la torre me recordasteis a mí aquella noche, colocando esta
misma espada en su cuello, en el cuello de la mujer que amaba. Como os dije
aquel día, tardaréis en olvidar tanto como en matar, yo tardé demasiado.
Algunos caballeros se adelantaron dispuestos a salvarla y a acabar conmigo,
pero ella les detuvo con un solo grito. Había fracasado y debía pagar las
consecuencias del fracaso. Moriría tranquila sabiendo que había sido ella quien
mató a mí mentor, decía que su objetivo
era convertirse en una leyenda más importante que él cumpliendo con la ley. No
sé si lo logró, pero desde luego todo el mundo la recuerda, aunque no son
muchos los que lo hacen como una heroína.”
“Hubo un instante en el que
dudé..recuerdo bien sus palabras: “Te engañé. El amor es el mejor arma para
destruir a un ser humano, un arma que se oculta mejor que un puñal antes de
clavarlo en el corazón de alguien. La vida está llena de mierda, como vosotros
dos, que hay que limpiar. El mundo es mierda en la que hay que sobrevivir y en
la que para destacar hay que engañar, manipular, luchar y ante todo
sacrificar... muchas cosas. Y todo con un fin, cumplir tu objetivo, el problema
es saber que objetivo debes autoimponerte, un objetivo para enmierdar más el
mundo como hacíais vosotros, o un objetivo para limpiarlo como el que me impuse
yo. Yo puedo morir tranquila porque moriré cumpliendo mi objetivo...¿puedes
decir tú lo mismo?” Tras formular la pregunta la respondí. Mi respuesta fue
contundente, tan contundente como el acero atravesando su garganta, destrozando
un cuello que en el pasado me volvía loco, destrozando una vida que en el
futuro estaba destinado, como todos, a portar odio, una vida se gestaba en su
interior siete meses después del día del lago. El vaho que salía de su boca con
su último aliento para esfumarse entre las estrellas parecía su alma, libre del
mundo terrenal. En ese momento cumplí mi primer objetivo autoimpuesto, vengar a
mi mentor, olvidándome de los sentimientos, olvidándome de lo que la había
amado y de que llevaba en su interior a mi hijo. Después fui rápido escapando
llevándome por delante a un par de caballeros. Fue más sencillo de lo que
esperaba y no tardé en despistarles.”
“Esa noche sobreviví para cumplir mis
objetivos, lo comprendí gracias a ella. Comprendí lo miserable que es el mundo,
lo inútil que es el amor, la importancia de los objetivos y lo vital de la
supervivencia. Y ese sería mi único objetivo desde ese momento, sobrevivir y,
si podía permitírmelo, vivir. Vivir como quería cumpliendo más contratos, más
misiones, más objetivos. Todo para conseguir más dinero y salir adelante. Por
eso, desde ese día, soy yo el que utilizo a las mujeres, el que las engaña, el
que juega con el amor, el que mata de las formas más rastreras. Ella decía que
mi objetivo era enmierdar el mundo, pero se equivocaba. El suyo era el de
destacar en un mundo, como ella decía, enmierdado, lo que la convertía en la
mayor mierda que la historia recordará. Destacar en un mundo de mierda no tiene
mérito, morir para convertirte en una leyenda de mierda menos aún, lo único que
tiene mérito en un mundo tan asquerosamente enmierdado como este es salir
adelante, sobrevivir, ese es mi objetivo. Será cuando muera cuando ese objetivo
desaparezca, consiguiendo mi liberación.
-Lo...siento. No sabía que tras un
deslenguado como tú había una historia tan...
-Sentidlo por vos. Pues debido a esta
historia, a esa mujer que cambió mi vida, vos puede que seáis más desgraciada
manipulada por la persona que me contrató. Y es que como veis, me guste o no,
tengo que cumplir mi objetivo, tengo que entregaros como la mercancía que sois.
Espero que lo comprendáis.
-Lo comprendo. Por eso espero que tú
también comprendas que yo también he de cumplir mi objetivo, y que llegado el
momento tendré que matarte.
-Espero ese momento, pues si lo lográis
cumplir seré libre, desvinculado ya de los objetivos que me atan a este mundo,
pero no esperéis que me deje matar por ser vos. Será un combate a muerte como
el que tuve con ella...Solo uno de los dos podrá cumplir su objetivo, o el mío
de sobrevivir o el vuestro de vengaros.
Tras estas palabras ambos se abrazaron
con más fuerza. Un abrazo entre dos personas que se destruirían, un abrazo que
convertía el odio en amor, un amor que acechaba para cobrarse una nueva víctima
que, fuese quien fuese, moriría libre.
La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart: artastrophe http://artastrophe.deviantart.com/art/OC-Ranger-v2-344905700
La segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart: Goran-Alena http://mariana-vieira.deviantart.com/art/After-the-Battle-278837607
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