ACTO VII
MISTERIOSO CONTRATISTA
MISTERIOSO CONTRATISTA
Nunca prestaba demasiada atención a la comida en mal estado que le servían, nunca desde aquel primer día que comenzó su espera hacía ya algunas semanas. Se limitaba a juguetear con ella sin quitarle ojo a la entrada del lugar, no lo hacía por el hedor que desprendía la escasa porción que le correspondía o por los insectos que caminaban por el plato con más entusiasmo que lo hacían por las heces, simplemente no tenía apetito. Tampoco bebía alcohol, nunca lo hacía en exceso, pero en todo el tiempo que llevaba en ese sucio lugar solo había probado la justa agua para sobrevivir día a día. Debía mantenerse atento, por lo que aplacar los nervios con vino o cerveza no era una buena idea, peor era la idea de probar vino o cerveza de aquel lugar, incluso a veces dudaba si beber agua. En más de una ocasión terminó vomitando lo poco que podía vomitar un estomago vacío como el suyo. Las escasas veces que se llevaba a la boca la asquerosidad que tenía sobre la mesa y que solo un muerto de hambre podría llamar comida, lo hacía para mantenerse con fuerzas.
Todos los días nada más levantarse se ponía la misma ropa de siempre, se sentaba donde siempre, pedía lo de siempre, miraba donde siempre y esperaba como siempre. Era un hombre muy paciente, tanto que había aguantado en aquel lugar durante muchos años; unas semanas en esa cuadra humana no le serían demasiadas. Había gastado más monedas de las que le hubiese gustado, pocas de bronce y ninguna de plata, pero muchas de oro, había sido necesario... o eso esperaba. No le importaría volver a esperar años mientras el momento llegase y su dinero invertido se materializase en lo que había solicitado. En aquel lugar, rodeado de inmundicia escandalosa que solo tenían ojos para su mugriento ombligo, pasaba desapercibido. Su rostro bajo la capucha parecía estar en tan mal estado como aquella comida, lo poco que se le veía de él entre las sombras era pálido, cubierto por pelo sin afeitar desde hacía más días de lo que estaba acostumbrado, que rodeaba unos labios secos y agrietados junto a los que se encontraban unos pómulos marcados por la mandíbula que se dejaba ver cada vez con más prominencia debido la falta de alimento.
Todos los días nada más levantarse se ponía la misma ropa de siempre, se sentaba donde siempre, pedía lo de siempre, miraba donde siempre y esperaba como siempre. Era un hombre muy paciente, tanto que había aguantado en aquel lugar durante muchos años; unas semanas en esa cuadra humana no le serían demasiadas. Había gastado más monedas de las que le hubiese gustado, pocas de bronce y ninguna de plata, pero muchas de oro, había sido necesario... o eso esperaba. No le importaría volver a esperar años mientras el momento llegase y su dinero invertido se materializase en lo que había solicitado. En aquel lugar, rodeado de inmundicia escandalosa que solo tenían ojos para su mugriento ombligo, pasaba desapercibido. Su rostro bajo la capucha parecía estar en tan mal estado como aquella comida, lo poco que se le veía de él entre las sombras era pálido, cubierto por pelo sin afeitar desde hacía más días de lo que estaba acostumbrado, que rodeaba unos labios secos y agrietados junto a los que se encontraban unos pómulos marcados por la mandíbula que se dejaba ver cada vez con más prominencia debido la falta de alimento.
Daba igual que no se moviese de ese sitio y apenas cambiase de postura, no era un tipo importante. Nadie lo era allí. Nadie lo fue hasta ese mismo día. Si bien es cierto que nunca prestaba atención a la comida, en ese momento con más motivo que nunca ni siquiera jugueteó con ella. De hecho no prestó atención a nada. No escuchó el jaleo del exterior, más allá de los gritos de aquella taberna, no contempló las armaduras de dos hombres que atravesaban el umbral sin puerta, no observó al hombre que tenía parte de su oro, solo tenía ojos para ella, la mujer que...no, no era una mujer, era una niña. Lo pudo ver en sus ojos, en su triste y atemorizada mirada, aunque también vio algo diferente que no reconoció, tal vez en sus andares, tal vez era por la ropa. Fuese como fuese era una niña, siempre lo había sido y en ese momento más que nunca, arrancada de su hogar, expuesta a la crueldad exterior, y él había sido el causante. Tal vez hubiese cometido un error llevado por el egoísmo.
Se mantuvo inmóvil, le hubiese gustado decir que pensando con frialdad lo que debía hacer, pero su mente se había bloqueado, su estomago cerrado y su esfínter aflojado. Su estomago rugía como el león que creía haber sido toda su vida. Un noble león cubierto de una cuidada melena que imponía respeto y de la que cada vez quedaba menos. Esa melena ahora estaba sucia y rala, y apenas se dejaba ver bajo la tela de la capucha. Y su valentía...bueno, nunca había sido valiente, solo un hombre que se escondía cobardemente entre cortesía y un honor que cada vez costaba más mantener. La niña miraba perdida hacia todos lados, pero para sus ojos, al igual que para los de toda esa gente, pasaba desapercibido. Igual de desapercibido que había pasado todos esos años. No sabía si simplemente observaba algo a lo que no estaba acostumbrada o le estaba buscando. No avanzaba, por lo que miró a la persona que había entrado junto a ella, era aquel hombre que se ganaba la vida deshonrosamente con el dinero como único fin en la vida. Cuando quiso darse cuenta le estaba señalando con las manos atadas mientras hablaba con su niña. Entonces los vio.
Un hombre de avanzada edad más corpulento de lo que se podría esperar junto a un joven de pelo largo recogido en una coleta, ambos con la misma armadura, avanzando hacia él y solo uno de ellos acercando su mano a la empuñadura de la espada que colgaba de su cinto. Se olvidó de los nervios, de la niña, del contrato y de su plan; su hombre había fracasado. No se movió como no se había movido en semanas, en años. Se mantuvo a la espera, fijando la mirada en los dos hombres, calculando los movimientos con cuidado. Cuando se abrían paso entre los borrachos blasfemantes comenzó a acercar su mano derecha al puño de la espada que siempre apoyaba en su regazo guardada en su funda, mientras con la izquierda comenzaba a sujetar la vaina para poder extraer de ella el arma. Sabía qué iba a pasar, sabía quien sería el primero en atacar, se tenía que centrar en él. Se fijó en sus impacientes y despreocupados andares y en el brillo entre tanta oscuridad del filo de la espada que comenzaba a mostrar.
Se preguntaba si le habían reconocido, si sabían a quien se iban a enfrentar, si eran conscientes de lo que iban a hacer. Estaba desentrenado, sin demasiada energía y con ninguna gana de luchar contra ellos dos, pero no podía permitirse morir allí, no ahora. Tenía lo que tanto había ansiado para él solo, por fin tendría una vida que él manejaría construida únicamente por su esfuerzo en la que él recogería los frutos. Aunque habían sido otras manos las que le habían llevado las semillas, él solo puso el dinero. Los tenía ya encima, solo esperaba el momento, un movimiento. Las gotas de sudor comenzaron a caerle por la frente y a mojar la capucha, movió los dedos entre la empuñadura y deseo deslizar la lengua por la boca para humedecérsela, pero cara a sus rivales quería mostrarse inmóvil.
Lo primero que cruzaron no fue el acero sino las palabras, palabras que como esperaba pronunciaron los labios del más anciano. Le escuchó sin apartar la mirada de su compañero, ni su mano del arma que apoyaba en sus temblorosas rodillas. No tenía miedo, o eso quería creer; no se sentía débil, o eso le gustaría poder decir; pero sus piernas comenzaban a descontrolarse en el momento más inoportuno. El león parecía un cachorro frente a dos verdaderos leones hambrientos de su misma manada, una manada que había abandonado y que servía a un rey al que había robado su bien más preciado.
-¿Sois vos la persona que contrató a aquel hombre?-El anciano intentaba descubrir el rostro bajo el manto de oscuridad que envolvía parte de su cara mientras señalaba al hombre de las manos atadas.
No deseaba contestar, pues no sabía qué decir. Mentir no llevaría a ningún lado y alargar el inevitable combate no ayudaría en nada, debía actuar.
-Al igual que vosotros sois las personas que envía el rey.-Es lo único que supo contestar.
-Quitaros la capucha.-No fue una petición.
-Sabéis quien soy.
-Queremos comprobarlo.
-Entonces guardad vuestra arma.-Pidió al caballero más joven.
-Haced lo mismo con la vuestra.-Respondió el joven de la coleta señalando con la mirada su regazo.
El encapuchado hizo casó y dejó caer el arma envainada al suelo. El ruido no llamó a nadie la atención. Si alguno de sus interlocutores atacaban con su espada ya estaba preparado para agacharse y empuñarla de nuevo. Para su sorpresa, el de pelo oscuro también la guardó.
-Ahora queremos ver vuestro rostro.-Insistió el anciano pacientemente.
El encapuchado miró a la niña que había comprado y a su acompañante, no sabía si ella conocía su identidad, desde luego en el contrato ponía que su identidad se mantendría en secreto, quería evitar problemas antes de que ella llegase. Las piernas dejaron de temblar, sus brazos se alzaron y sus manos agarraron la capucha que se deslizó hacía atrás dejando ver el rostro por completo. Tras la capucha apareció una mirada seria, cercana a la tristeza, mechones de pelo antaño limpio, más oscuro y cuidado deslizándose por su frente y un rostro macilento que parecían recordar con asombro. Ambos caballeros se miraron.
-Así que finalmente era él.-El moreno de la coleta no pudo contener una sonrisa picarona.
-Tal vez debiera dejar que me arrestéis, he fallado mi misión. Pero no puedo fallarle a ella, no después de llegar hasta aquí.-El hombre ya sin capucha parecía arrepentido, ni siquiera cuando hablaba sobre ella se mostraba con fuerzas.
-¿Dónde quedó vuestro honor?-Era de esperar que el anciano le juzgase.
-¿Dónde quedó el vuestro aquella noche?-Siguió sin moverse cuando pronunció la pregunta.
El anciano apretó los labios mientras su compañero le observaba con más seriedad de la que había mostrado hasta ahora.
-Yo no os juzgo por lo que habéis hecho, sino por cómo lo habéis hecho.-Le respondió el ofendido caballero.
-Lo hice de la forma menos arriesgada para ella.-En ese momento el arrepentimiento desapareció.
-Dejándola a merced de un mercenario sin escrúpulos.-Intervino de nuevo el más joven de los tres.
-Un reconocido y habilidoso mercenario ligado a un contrato. No había porque temer. Lo planeamos todo antes de que partiese a la ciudad impenetrable. Yo no arriesgo mi honor y su vida si no juego sobre seguro.
-Nosotros tampoco, por eso hemos venido hasta aquí.-El anciano se sentó en la mesa mientras su compañero, que no quitaba ojo a sus otros dos acompañantes, les hizo una seña para que se acercaran.
El corazón comenzó a latirle con fuerza. El sudor volvió con más intensidad, las rodillas volvían a temblar ligeramente, la boca parecía un pozo de esa ciudad empobrecida y sus ojos no sabían hacía donde mirar.
-Aquí está vuestra mercancía solicitada.-Dijo el hombre al que había contratado señalando con las manos todavía atadas a la niña que no se atrevía a mirar, como si no hubiese sucedido nada-.Me hubiese gustado poder entregárosla sin percances y sin que os convirtieseis en un preso más. Al igual que me hubiese gustado que me informaseis de que no iba a salvar a la princesa sino al dragón que la custodiaba, tiene carácter.-Se permitió sonreír en un momento como ese
El mercenario al que había contratado no había perdido su molesto humor, pero sí parecía haber perdido la vista, pues todavía no tenía las manos atadas al contrario que él. Prefirió no decirle nada y mantenerse prudente. Estaba demasiado nervioso como para hablar con su niña delante, que le miraba mostrando cierta sorpresa. Esperaba que hubiese hablado, se hubiese quejado e incluso gritado, pero esa niña ya no parecía la misma.
-No hemos venido aquí para hacerle nuestro preso.-Nadie se esperaba esa frase excepto el compañero del caballero canoso.
-Matarle, entonces...supongo.-Apostó despreocupadamente el mercenario.
-Nada de eso. Solo queremos hablar...y ayudar.-El anciano le miraba fijamente, a veces le gustaba bromear y era muy perspicaz, pero nunca jugaba con el engaño.
-¿En qué exactamente?-No sabía si mostrarse exaltado o preocupado.
-Os vendría bien saber que vuestra apuesta no era tan segura. Si no hubiese sido por nosotros vuestro mercenario hubiese fracasado dejando la mercancía a medio camino ¿No es así amigo?-El joven caballero se divertía mucho con todo eso.
-Siempre tan puntilloso y dispuesto a humillarme, pero tan acertado que no puedo llevaros la contraria. Matar caballeros de la Guardia Real es agotador, lo reconozco, a partir del cuarto me fallaron las fuerzas.-Caballero y mercenario sonrieron como si jugasen al mismo juego, al anciano y al contratista no les hacía tanta gracia y la niña ni siquiera escuchaba, le estaba mirando, y eso le ponía muy nervioso.
-En efecto nos envía el rey, pero no para arrestaros o mataros, nos envía a por el mercenario y la princesa que secuestró y que nosotros debíamos proteger.-Prosiguió el anciano
-¿Renunciaréis también a arrestarme o matarme si me niego a que os la llevéis de nuevo a esa torre?-El contratista no quería mirarla, después de tanto tiempo esperando no tenía valor.
-Eso es lo que deberíamos hacer, pero os dejaremos...a ambos.-Cada vez que el anciano hablaba era para sorprender a sus presos.
-¿Con que fin?-El contratista quería fiarse, pero ya no se fiaba ni siquiera de si mismo y menos desde aquella noche en la que se marchó sin escuchar su voz interior.
-Con ninguno más que el que vosotros queráis buscar. Sois un buen amigo.-Inclinó ligeramente su cabeza cubierta de pelo grisáceo mientras su compañero afirmaba sonriendo como nunca le había visto sonreír.
-Soy un traidor que ha deshonrado a la Guardia Real, al rey...y a mi princesa.-Esta vez sí la miró, pero no obtuvo ninguna respuesta de sus labios, no se mostraba ni enfadada ni asustada, ni siquiera sorprendida o confundida como le había parecido hacía tan solo un momento..
-Sois más que un caballero de la Guardia Real, valéis más que cualquiera de nosotros, cabrones que se han dejado llevar por la locura del rey.
-¿Lo de cabrones no será por mí?-Bromeó su compañero de la coleta.
-Pero vosotros...-El contratista no tenía palabras ni de agradecimiento ni de reproche.
-...vosotros me engañasteis.-Intervino el mercenario.
-Teníamos que asegurarnos de que el contratista era él, de lo contrario la información en tu poder podría jugar en nuestra contra.
-¿Creíais que iría a contarle a vuestro rey, el mismo rey que me quiere muerto, el plan que teníais? -Todo eso le parecía absurdo.
-Se trataba simplemente de tener precaución, nada más. Ahora que sabemos que él es el contratista, tal y como pensábamos, podemos dejar que la princesa se vaya con él.
-Grac...
-¡No!-Gritó la niña secuestrada levantándose antes de que el contratista pudiese agradecer la compasión de su antiguo compañero. Esa era su niña-.¿Quién me pregunta a mí lo que quiero? ¿Por qué todos os empeñáis en decidir por mí?-Había muchas posibilidades de que la princesa reaccionase así.
-Alteza-el contratista pronunció la palabra en un susurro-,solo busco lo mejor para vos.
-Soy una puta mercancía. Lo tenía asumido, pero que seas tú quien me haya convertido en eso...el caballero todo cortesía y amor.
-Lo siento milady, no quería ofenderos.
-¿Pensabas que nada más verte gritaría de felicidad mientras me abría de piernas? Tal vez pensaste en meterme entre ellas algunas de las monedas que usaste para comprarme y que no rechistase mientras te deleitabas con lo que llevas años pudiendo solo contemplar.
-Sabéis que para mí eso no es importante, solo quería...
-Princesa.-El mercenario pronunció la palabra más alto de lo que debería, pero solo un par de hombres, que no tardarían en estar borrachos, se giraron sin dar mucha importancia a lo que veían, ni siquiera prestaron atención cuando la princesa se había levantado de su sitio elevando la voz-.Recordad lo que habíamos hablado-.La princesa miró a su secuestrador, se calló y se sentó, parecían tener más complicidad de lo que al contratista le hubiese gustado.
-¿Qué habéis hablado?-El contratista sabía que no debía preguntarlo, pero al fin y al cabo el mercenario estaba siendo pagado con su dinero.
-Que yo recuerde en el contrato no ponía nada de desvelar los secretos que tenga con la mercancía solicitada.-Odiaba esa sonrisa que tanto mostraba al terminar sus frases.
-Ni yo recuerdo que pusiese que tendría que pagarte la otra mitad si eran otras personas quienes me la traían sana y salva.-El maleducado mercenario le obligaba a ser descortés, al fin y al cabo sí tenía pensado pagarte.
-Os advierto que me pagaréis con oro o sangre, vos decidís.
-Os he permitido muchas insolencias, pero ni una amenaza más al que es mucho más que un compañero de la guardia.-Amenazó al mercenario su antiguo compañero de pelo corto y gris.
-No son insolencias, son matizaciones de contrato, ya sabéis que en estos casos cualquier detallito crea conflictos. Ya os habéis metido demasiado en medio...Por cierto, un resumen de lo que ha pasado por vuestra cabeza para montar este teatrillo sin espectáculo final dejaría todo mucho más claro a los espectadores que considero somos-bajó la voz-, la princesa y yo.
-¿Espectadores? Sois actores que habéis interpretado muy bien vuestro papel.-Continuó con el símil teatral el de la coleta-.Cuando secuestrasteis a la princesa, tras comprobar que el diario de nuestro compañero prófugo había desaparecido-dijo señalando al contratista,-y que curiosamente llegasteis en el momento justo para sustituirle, el rey, y la verdad es que todos nosotros, intuimos que había sido él quien os había contratado. El rey nos mandó en grupos de dos para daros caza, se ve que no confiaba plenamente en nuestras capacidades.
-Muy sabio vuestro rey.-Interrumpió el relato el mercenario.
-Mi fiel compañero y yo éramos buenos amigos del traidor, estábamos hastiados en esa ciudad y ciertamente indignados con la forma de gobernar de su rey. Hizo falta que él diese el primer y arriesgado paso para que nosotros nos desvinculásemos de ese lugar. Decidimos que si os cogíamos os obligaríamos a llevarnos ante el contratista con el fin de arrestarle. Como ya te dijo mi compañero, si os decíamos la verdad sin asegurarnos de que él era el contratista corríamos el riesgo de que nuestra traición fuese en vano y estuviese en labios de un mercenario sin honor alguno.
-No me habléis de honor, leí el diario de vuestro querido compañero.
-Cierto. ¿Dónde está mi diario? Os dije que os pagaría un dinero extra si me lo traíais de vuelta y que en él encontraríais información sobre vuestros futuros enemigos, además de sobre mí.
-Y me vino mejor de lo que os podéis imaginar, pero me temo que ardió.-Le anunció sin tacto alguno.
-Junto a un montón de cadáveres entre los que él podía haber estado perfectamente.-Puntualizó el caballero joven.
Todas sus vivencias, sus grandes recuerdos, sus sentimientos reflejados en aquel papel se habían esfumado. La miró de nuevo sintiendo arrepentimiento ¿tan mal había hecho las cosas?
-Así que escribíais sobre nosotros.-El anciano sonrió levemente.
-Me temo que sí, ese diario era mi gran confidente, en él reposaba parte de mi alma.-De nuevo dirigió una mirada a la princesa que permanecía todo lo tranquila que podía.
-Esa otra mitad de alma vuestra tiene más de bardo que de caballero, desperdiciasteis vuestra vida en aquella torre. Hubiese sido más productivo dedicaros la vida tocando el laúd mientras componíais canciones de amor persiguiendo a la primera bella dama que pasase por delante para cautivaros el corazón, tal vez así hubieseis follado más y no seríais tan agrio.-Se burló el mercenario. El contratista prefirió no responder a tal tontería de infante.
-Jamás escribí nada malo sobre vosotros dos...sois los únicos amigos con los que se podía contar, pero demasiado leales al rey como para cumplir vuestra misión de matar al hombre que pidió secuestrar a nuestra princesa, por ello me preparé para combatir con ambos y por ello me habéis sorprendido.
-Vos también nos habéis sorprendido, erais el más leal y honorable de todos nosotros.
-Y el que más amaba a la princesa, no cuento a los que se la querían tirar.-El caballero de la coleta hablaba como si la princesa no estuviese allí con ellos.
El contratista se puso nervioso, no supo que decir...de nuevo. Toda su vida había luchado contra si mismo para no dejarse arrastrar por el amor que sentía por la princesa, pero al final se había dejado llevar, había incumplido su misión solo por amor y había arrastrado con él a sus compañeros. Se produjo un silencio incomodo, incomodidad que los que más sufrieron fueron la princesa y el contratista.
-Vistos de esta manera hasta parecéis caballeros como los de las leyendas y los cuentos...honor, lealtad, amistad, amor. Por un momento hasta me conmuevo, entonces he recordado que por un lado vos mentís, pues en el diario sí pusisteis cosas comprometidas de, por lo menos, uno de los aquí presentes, y por el otro, vos-señaló al anciano,-huís de una ciudad de la que habéis formado parte en toda su locura y barbarie, y es que una de las cosas que tu...amiguito reflejaba en el diario, era la violación de una mujer ¡Uy! Estos caballeros nos han salido tan rana como a los que nos hemos tenido que cargar viniendo hacia aquí.
-¡Jamás hablé mal! Conté lo que me contó y me mostré preocupado por lo que esta ciudad nos hacía. Todos tenemos necesidades y fantasías irrefrenables y él se responsabilizó después de lo que hizo. Soltadle ya y que se vaya, no pensé que por ser mercenario había que mostrarse tan rastrero.-El contratista le miró con desprecio.
-¿¡Yo!? ¿Yo rastrero? Ja,ja,ja,ja. Sí por supuesto, pero tanto como vosotros, que ocultáis vuestras miserias en un manto de...-sin siquiera mirarle, el caballero canoso le agarró de la solapa manteniéndose sentado.
-No tenéis ni puta idea de lo que hemos pasado. No os atreváis a juzgarme cuando yo no lo he hecho con vos.
-No os juzgo, os retrato. Vamos, que estamos entre amigos, no estropeemos esta bonita reunión. Yo ahora cobro, me soltáis, me largo y aquí no ha pasado nada.-El anciano le soltó la andrajosa y agujereada ropa de campesino.
-¿Por qué contratasteis a este payaso?-Quiso saber el caballero del pelo recogido sin dejar de sonreir de la misma forma estúpida que el mercenario.
-Algunos hablaban bien de él por aquí, fue un mercenario muy reconocido antaño, sabe pasar desapercibido, me demostró que era bueno con la espada y hábil con la mente. Trazamos un plan que había comenzado antes de irme de la ciudad con un par de niños que actuarían en el momento preciso, pues calculé también que día debía alojarse allí para que coincidiese con el rey el único día que saliese del castillo para rezar y conseguí interceptar al mercader que debía ir con el pescado solicitado por el rey de la red de contratistas. Le di lo que le hacía falta para pasarse por uno de ellos, incluso un documento falsificado que justificaba el cambio de mercader aprobado por el rey.
-Documento que perdí cazando, pero improvisé para que los competentes guardias de la puerta me dejasen pasar sin necesidad de molestar a su rey. Por eso gobernar bajo la sombra del temor no siempre es buena idea.
-Le consideraba más eficaz, de hecho tardó más de lo que esperaba, pero bien es verdad que no le puse plazo alguno de entrega, era una misión delicada que requería tiempo.
-El rey cometió imprudencias propias de un rey que lleva tantos años sin sobresaltos, pero tampoco era tan fácil ganarse su total confianza. Tuve que asesinar a una criada y creedme, no me hizo ninguna gracia.
-Conté con ello, lo había planeado, de hecho por algo lo puse en el diario.
-No a esa, esa le pasó el muerto a una compañera más joven. Aunque si os complace saberlo, la vieja fue asesinada por la princesa, que también mato a uno de vuestros compañeros, el pelirrojo. El resto, por si os interesa, también están muertos.
¿La princesa? Era impulsiva, pero jamás la vio capaz de matar a alguien. No se equivocaba cuando escribía sobre la locura que envolvía la ciudad impenetrable. Su pequeña no debía tener las manos manchadas de sangre...lo peor es que había sido por su culpa. ¿Habría leído los libros que la había dejado? En especial le interesaba el que quería que leyese y que ella misma algún día buscaría. Prefería tratar ese tema en privado, si no lo sacaba el charlatán mercenario.
-¿Sabéis? Os admiro.-No tuvo reparo en reconocer el caballero de la coleta-.Sois nuestro preso, estáis a punto de conseguir la libertad y vuestro dinero y aún así os permitís decir lo que os da la gana. No sé si sois estúpido o simplemente os aburrís.
-Unos estúpidos me aburren, simplemente eso-sonrió-. Bueno, ya podemos dejarlo, ha quedado todo bastante claro: un caballero enamorado de una princesa contrata a un mercenario hábil en su trabajo para sacar a la princesa de su cautiverio matando a los malvados caballeros que la custodian y devolviéndola a su caballero andante para que vivan felices, mientras dos de los temibles caballeros que les perseguían se redimen, les ayudan y se marchan lejos de aquel horrible lugar para vivir una nueva vida. Fijaos, dicho así sí que parece un cuento.-Le dijo a la princesa-.Ahora yo cobro el resto de mis servicios y vosotros seguís con vuestro cuento de hadas, si no es molestia.
El contratista se fijo en como la princesa no le quitaba ojo al mercenario mientras hablaba, parecía preocupada. Miró al mercenario frunciendo el ceño más de lo acostumbrado y buscó el saco de monedas que siempre llevaba encima.
-Aquí tenéis la otra parte como os prometí, a pesar de que habéis necesitado ayuda y casi fracasáis.
-Una misión sin contratiempos es como un caballero sin lealtad ¡Uy! mal ejemplo.
-Desatadle ya y dejad que se vaya.-El contratista no le aguantaba más.
-¿A dónde marcharéis?-Preguntó de repente la princesa. Pregunta que extrañó a los allí presentes, a todos menos al mercenario que, por supuesto, sonrió.
-A ningún sitió al que no me lleve mi corazón, que apunta a lo más alto, en lo más profundo, aguardando para cumplir una última misión.-Todos se quedaron callados, la princesa parecía pensativa, el mercenario no solo sonrió, también la guiñó un ojo y, ya con las manos desatadas y el dinero en ellas, se marchó.
¿No era él quién tenía alma de bardo? ¿Qué le había dado para ponerse tan poético antes de marcharse? ¿Sería una despedida burlona o era más que una mofa irónica? Con ese hombre nunca se sabía, pero al menos ya lo había perdido de vista. Se alegraba de volver a estar con sus dos amigos...y su princesa, tan seria como en aquella torre, pero más tranquila.
-Espero que ese bufón no os haya dado demasiados problemas.
-No tantos como en un principio esperamos.-Explicó el anciano-.De hecho fue bastante dócil y coherente.
-Es un gilipollas, pero un gilipollas de los buenos, no os creáis.-El joven de la coleta sonreía mientras miraba al mercenario alejarse de la concurrida taberna.
Tras un silencio que no duró demasiado, en el que nadie sabía muy bien hacia donde mirar o qué decir, el contratista les pidió disculpas.
-No pensé en vosotros, diría que ni siquiera pensé en mí, no sé muy bien lo que pensé. Ese mercenario podría haberos matado igual que mató a los otros.
-Ya lo habíamos hablado muchas veces, no éramos caballeros para eso. Si no me fui antes fue porque no sabía a donde ir, lo único que me quedaba era la lealtad al rey, lealtad que no estaba orgulloso de mantener. Yo también sufría por el estado de la princesa, y ni siquiera yo, el más veterano de los caballeros, podía razonar con él sobre ese tema. Estaba obsesionado con mantenerla en aquella torre.-El anciano miró de reojo a la callada niña.
-Si os soy sincero-intervino el joven caballero-, yo también pensé en más de una ocasión en salir de allí. Me hubiese gustado matar con mis propias manos al desorejado o al caballero de los destellos, pero supongo que me conformé con seguir entrenando en el patio con el pelirrojo. Me caía bien, pero estaba más degenerado de lo que jamás pensé.
-Todos sufrimos una degeneración allí. Recuerdo que cuando comenzó a servir al rey el rojo de su pelo no era tan intenso. Tal vez sea un recuerdo difuso, pero es como si cuanto más se ensuciase con sangre las manos más rojo se volviese. Ese chico era normal cuando llegó, tenía sus perversiones sexuales, como muchos, pero penetrar un cadáver...-El anciano desaprobaba la actitud negando con la cabeza mientras miraba a las moscas del plato.
-Nos debilitamos allí metidos, encerrados en nosotros mismos, sin nada que hacer, con un rey que en realidad no nos necesitaba, con una ciudad que él mismo despreciaba desde aquel día en el que intentaron salir al exterior cansados de que el rey solo pensase en sus comodidades tras las puertas del palacio. Fue el único día que nos necesito ¿recordáis? Matamos a más gente de la que nos hubiese gustado. Nos ordenó matar a niños que intentaban huir hacia las murallas mientras sus madres se dejaban ensartar por nuestras espadas. Fue inhumano e innecesario. ¿Por qué no dejar salir al mundo exterior a la gente de la ciudad?
-Estaba loco, un loco muy bien defendido por una defensa absoluta que ni siquiera nosotros comprendemos.
Al decir esto, el contratista se quedó callado mirando a los insectos, más moscas que otra cosa. Nervioso de nuevo, las contó. Eran siete moscas, como siete caballeros fueron. El plato de comida era la princesa entorno a los que todos revoloteaban. Algunas eran tan osadas de posarse en ella y juguetear con un trocito, otras simplemente observaban mientras volaban en pequeños círculos y otras incluso defecaban en el mismo sitio que la probaban. Cuatro de esas moscas eran más grandes que las otras tres, por lo que seguramente morirían en poco tiempo, aunque las demás tampoco dispondrían de muchos más días de vida. Cuando pereciesen, la comida tal vez diese de comer a otras moscas en otro lugar...no permitiría que le pasase eso a su niña.
El caballero de la coleta decidió interrumpir el extraño silencio.
-Ese día el desorejado fue en el que perdió media oreja, lo peor es que se la arrancó de un mordisco un borracho. Solo por eso la matanza mereció la pena.-No había sido un comentario afortunado, pero suficiente para mantener la fluidez de la conversación.
-Hubo otra revuelta, aunque de menores dimensiones, un año después. Ni siquiera hicimos falta nosotros, los guardias de la ciudad se bastaron solos, pero a partir de ese año jamás pasó nada parecido. Hubo intentos de huida muy concretos, y todos los prófugos acabaron calcinados. Como si algo les hubiese quemado al cruzar la puerta. ¿Vos no...?
-Sentí un extraño calor al huir, cierto, pero evidentemente no me quemé. Al fin y al cabo éramos los únicos con cierto privilegios...
-Era como si la ciudad estuviese viva...-El anciano no dejaba de mirar al contratista-.Vos sabéis algo que nosotros no sabemos ¿verdad? Poco después de que el mercenario llegase ocurrió el incidente de los libros, y está lo de la criada.
-Cierto. Yo tenía varios libros sin el permiso de nuestro rey.-El contratista miraba al joven de la coleta mientras hablaba-.Libros de geografía, literatura o historia. Ya sabéis que el rey no quería que...ella leyese ciertos libros, cierta información sobre la guerra del pasado, sobre su tío, no quería que supiese que la ciudad estaba protegida no por tratados de paz, sino por...por...por algo desconocido, algo que necesitábamos para evitar mantenernos en jaque, algo que podría hacer a la princesa preguntarse cosas y salir de allí.
-Algo que vos conocéis. Hay muchos libros de historia, el rey no quería ninguno, cierto, pero había uno especial que ya de por si era difícil de encontrar, solo algunas bibliotecas lo tenían, solo algunos eruditos lo poseyeron y solo algunos viejos como yo lo recordamos con claridad, aunque nunca lo tuve en mis manos. Lo escribió un monje alquimista que se dedicó media vida en desentrañar muchos de los misterios que envuelven nuestro mundo. Algo descubrió sobre nuestra...aquella ciudad. La bautizada ciudad impenetrable. Algo que vos leísteis. Era ese libro el que le disteis a la princesa ¿Me equivoco?
-No...-El caballero era incapaz de mentir al amigo al que estuvo a punto de matar hace escasos minutos.
-Puedo suponer que lo leísteis.
-No...no en mucho tiempo. No sé si por temor o respeto, pero ni siquiera lo abrí. Pero al final la ignorancia siempre lucha por morir, aún sabiendo que puede ser una muerte dolorosa para recibir al tortuoso conocimiento, dispuesto a abrirte los caminos de la verdad plagados de trampas desagradables...la verdad dolió, pero fue ella quien me impulsó a salir de allí y sacar a la princesa.
-¿Qué leísteis?-El caballero, como siempre, se mostraba tranquilo, aunque sus ojos mostraban el ansia de conocer la verdad. La ignorancia del anciano empuñaba un cuchillo que acercaba a su cuello mientras miraba fijamente a los ojos del conocimiento.
-La necesita.-No quería mentir, pero tampoco decir toda la verdad. Era su verdad, su secreto, su princesa, su niña.
-¿Con ella fuera está indefenso cara al enemigo?-La sangre de la ignorancia brotaba por su cuello, ansiosa por expandirse hacia gente que estaba todavía viva. La lucha por la verdad siempre había arrastrado muchas víctimas por el camino, la prueba había sido el viaje que habían hecho a la taberna.
-...No.-Una respuesta que fue como una puñalada para los allí presentes. Pues la princesa también le miraba con más atención que nunca. Sabía que en su mente la ignorancia se estaba convirtiendo en locura, algo que desgraciada o afortunadamente no le pasaba a todo el mundo, siendo la ignorancia una cama de plumas en la que descansar placidamente entre las sombras. Descubrir la verdad no la estaba ayudando.
-No entiendo nada...la quería dentro, ¿para que la necesitaba entonces?.-El anciano mostraba su frustración ante sus propias limitaciones o la falta de datos.
-Para mantener la farsa-interrumpió sonriendo el joven caballero del pelo recogido-. La magia no existe, es por todos sabido, pero si desviaba la atención a su hija como punto débil pasarían años intentando secuestrarla, sin buscar su auténtica debilidad.
-Eso no tiene sentido. La información se extrae de un alquimista...
-Que bien podía haber servido al rey-interrumpió su compañero.
-Por eso se molesta tanto en quemar los libros que encuentra y en condenar a una pobre criada. Por eso saca a todos sus caballeros reales.
-Porque tiene que mantener el paripé y hacer de su hija algo importante. Es una distracción. ¿Qué le importan ahora sus caballeros si está protegido? ¿Qué le importa que los ciudadanos intenten huir si son calcinados al traspasar sus puertas?
-Está protegido del exterior, pero no de sus propios ciudadanos. Si la gente intenta traspasar las puertas del palacio para matarle, tal vez los guardias de la ciudad no sean suficientes.
Nadie dijo nada más, aunque el anciano seguía mirando al contratista con extrañeza. Suponía que se preguntaba por qué no les contaba sin tapujos y sin tener que responder a preguntas lo que había leído. Por eso, antes de que contraatacase con otra cuestión, el caballero habló.
-El alquimista dio respuestas a esas preguntas, pero todavía habían quedado incógnitas en su investigación, supongo que nunca conoceremos toda la verdad.-Mentía...a medias.
La princesa apretaba los puños con mucha fuerza, mirándole con rabia contenida y con unos ojos brillantes que intentaban mantener en ellos las lágrimas de la verdad que no llegaron a deslizarse por su cara. Y ni siquiera era toda la verdad. Cuando la conociese los lloros tal vez se convirtiesen en gritos de desesperación, tal vez en esperanza o más miedo. El conocimiento apenas había incrustado en su mente el cuchillo de la verdad y ya estaba sufriendo.
-El caso es que estamos en las mismas. La guerra jamás terminará, no hasta que su hermano muera ya anciano. Pueden pasar años. La capital seguirá aislada eternamente y sus ciudadanos morirán con amargura.-El anciano parecía decepcionado.
-Sí...pero eso ya no importa. El rey jamás nos atrapará. Viviremos como queramos lejos de sus tierras. Ajenos a la guerra.
-Matizo, en sus tierras, pero lejos de su ciudad. No tenemos a donde ir, ni tenemos nada más que espadas, caballos y algo de dinero.-Aclaró el viejo.
-Bueno, él tiene algo más-.Sonrió el maleducado joven mirando a la callada niña.
-Podemos ganarnos la vida de muchas maneras, no será fácil, pero podemos aprovechar nuestra habilidad como caballeros para defender a gente, para defender nuestro propio hogar...
-¿Defender nuestro hogar? ¿Acaso tenemos de eso?-Preguntó entre la broma y el asombro el de siempre.
-Tenemos algo de oro, creedme, el oro fuera de la ciudad está más valorado de lo que creéis. Los tenderos están más acostumbrados a ver el bronce, ni siquiera la plata. Aunque para vivir minimamente bien tendremos por lo menos que salir de este lugar.
-Un pozo de enfermedades en el que hemos permanecido demasiado tiempo. Miraos la cara, estáis hecho mierda.
-Es por la falta de comida y los nervios. Reconozco que existían posibilidades de que algo saliese mal, de hecho no salió exactamente como esperaba.
-Mejor incluso, deberías pensar. Vuestro mercenario os falló, pero no así vuestros amigos.-La sonrisa del caballero moreno esta vez le gustó más.
-Antes de irnos y a sabiendas de que no es el mejor lugar para hablar este tipo de cosas, me gustaría saber que pensáis hacer ahora-. El canoso caballero parecía estar demasiado preocupado por qué hacer a partir de ese momento.
-Por el momento me quedaré una noche en las habitaciones de esta taberna. Quiero que su alteza pueda descansar.
-Valiente decisión, o estúpida si miráis a vuestro alrededor.-El caballero joven miró a su alrededor con rostro despectivo.
-Ya son varias noches las que he dormido-“o intentado dormir”- aquí. Y a la princesa no la sucederá nada por pasar una noche en este nauseabundo lugar, como os digo la vendrá bien descansar, tendremos tiempo para dormir en lugares mejores. Podéis quedaros en la habitación de al lado, está libre y puedo pagarla, al fin y al cabo ya he pagado esta semana, si me voy mañana por la mañana no creo que le importe que os alojéis de mi parte en otra habitación esta noche.
Pasear por aquella ciudad no era agradable. No le gustaba ver las miradas que le dirigían a las armaduras de sus amigos las gentes de aquel lugar tan abarrotado y abandonado a la vez. Menos le gustaba ver la triste mirada de la princesa cada vez que veía a un niño llorando, sucio, esquelético o con pústulas sangrantes por todo el cuerpo. Peleas, súplicas, vómitos en los que había más bilis y sangre que alimentos devueltos. Era indignante contemplar lo que durante años había ignorado incluso él mismo. La defensa de la ciudad impenetrable debía caer, debían luchar por derrocar al rey y que alguien más justo gobernase para llevar la prosperidad a lugares como ese. No sería fácil. La princesa no pudo evitar agacharse para coger con sus brazos a un niño que le tiraba de la ropa pidiéndole ayuda. Por suerte lo impidió a tiempo cogiendo por la capa a la princesa y echándola hacia atrás.
-No le toquéis. Mirad su boca destrozada y llena de moscas, su encía limpia de dientes y sucia de sangre. Es una de las enfermedades más contagiosas, ni siquiera es seguro mantenerse tan cerca de su aliento. Vamos.-La advirtió con toda la delicadeza que pudo.
Al caer la tarde sus nuevos acompañantes tampoco comieron demasiado. La princesa ni siquiera se esforzó. El contratista no dijo nada para que se esforzase en hacerlo, pues comprendía su rechazo a la comida en esa taberna y más después de tantas emociones. Ya tendrían tiempo de comer. Cuando anochecía la taberna seguía igual de abarrotada que siempre. La mayoría de la gente estaba de pie, no buscaban sentarse, solo beber, hablar y olvidar la inmundicia que les rodeaba. Al no tener puerta podía entrar cualquiera con facilidad, pero el tabernero se las apañaba para echar a los niños y a los enfermos. Más de una vez había protagonizado una pelea, pero casi nadie de los que pasaban por allí tenían mucho más que un cuchillo o un garrote. Él tenía un machete siempre a su lado, se apañaba bien con él, aunque el día de su llegada notó como el tabernero se puso tenso al ver la espada. Cuando comprobó que no tenía intención de usarla, que se sentaba tranquilo todos los días, además de que pagaba por un poco de comida que luego podía servir a otros clientes ya que el apenas la tocaba y de que se alojaba en una de las mugrientas habitaciones, no solo se relajó sino que hasta decidió llevarse bien con él. Si algún día tenía un problema con algún cliente incluso podría echarle una mano, o eso creía él, pues no tenía intención de ayudarle a no ser que fuese estrictamente necesario.
Lo bueno de ese lugar, a pesar de la suciedad y el hedor, era que los precios eran bajísimos, tanto que el contratista apenas había gastado monedas a pesar de que ya había perdido, en tiempo, más de lo que le hubiese gustado y eso sin tener en cuenta la gran cantidad de oro que había perdido con aquel mercenario. No cualquiera, ni el mejor mercenario, aceptaba una misión tan peligrosa, suicida y con cierto halo de misterio como aquella si no era por una cuantiosa cantidad de dinero.
El caso es que al final todo había salido bien, su dinero había sido bien invertido, su princesa había sido sacada ilesa de aquel lugar y había llegado a su destino. Lo que le preocupaba era que ella misma se considerase una mercancía, o que considerase que él la tomaba como tal. Era su niñita, a la que debía proteger y a la que puso en peligro...por protegerla lo mejor posible fuera de ese horrible lugar, se intentaba convencer. Tenía ganas de hablar con ella, de que le explicase como se había sentido allí, como se sentía ahora. Si había sido tan duro como se imaginaba, qué le gustaría hacer, a dónde le gustaría a ir. Aunque teniendo en cuenta que apenas conocía nada del mundo exterior, veía difícil que le dijese un lugar concreto. “Lejos” le contestaría tal vez. Pero él, al fin y al cabo, tampoco conocía tantos lugares más allá del lugar en el que se encontraban.
Si había conocido a ese mercenario fue gracias a que se encontraba en esa misma taberna y escuchó los cuchicheos que aparecían tras su presencia. Nada más. Había tenido suerte, pues aunque su idea desde el principio había sido contratar a un mercenario, por algo había dejado todo preparado, no esperó encontrar a uno tan pronto, tan cerca y tan bueno, al fin y al cabo cuanto más cerca estuviese el punto de encuentro mejor era para el mercenario y su mercancía ya que tendrían que recorrer menos camino. “No es una mercancía, no es una mercancía, es mi niña”. Se recordaba todo el rato el contratista, su caballero.
La taberna se estaba vaciando a medida que la luna asomaba. Algunos se quedaban a dormir en el suelo sin que el tabernero les dijese nada, pero a la mayoría les echaba llegada la madrugada. Esa noche no importaba dormir dentro o en la intemperie, ambos lugares eran igual de insanos y con las lluvias desaparecidas nadie se paraba a suplicar o amenazar al tabernero. Ellos tenían aseguradas dos habitaciones, pero prefirieron quedarse un rato sentados en la mesa. Ninguno bebió nada y casi no comieron, pero hablaron mucho. Recordaron cosas que hacía no mucho querían olvidar y se callaban al unísono cuando querían evitar asustar a la princesa, algo que a esas alturas parecía ya difícil.
-Nunca fue agraciada físicamente, pero cumplía bien con sus labores y era fiel a su rey. Y no siempre estuvo tan amargada.-El anciano era quien mejor había conocido a aquella criada a la que, según dijo el mercenario, la propia princesa había asesinado.
-Nunca me gustó esa anciana. Odiaba a nuestra princesa y la insultaba constantemente. Incluso alguna vez amenazó con matarla con sus propias manos como se volviese a quejar. Insolencias de una vieja que todos ignorábamos.-El contratista no disimuló la animadversión que sentía por esa mujer, por algo la había usado como una herramienta que el mercenario debía utilizar para sacar a la princesa de allí.
-Al final sucedió al revés.-El joven caballero sonrió malévolamente mirando con descaro a la princesa. La princesa apartó la mirada disgustada.
-No sé que pasaría en la torre aquel día, pero tras el asesinato de la joven criada de manos del mercenario, comprendo que cualquier mofa de aquella grosera anciana fuese llevado al extremo.-Excuso el anciano-.Pero ese no era vuestro plan, por lo que comentó antes vuestro hombre.
-No...tampoco me interesaba en exceso que muriese, simplemente formaba parte del plan inicial. Le di los libros a la anciana con la excusa de que a ella le podrían interesar más que a mí leerlos, no conté con que estuviese al tanto de que esos libros eran los prohibidos, la consideraba una criada ignorante. Supongo que si le dio los libros a una criada más joven fue porque quería evitar ser ejecutada. Lo que no entiendo es por qué no avisó a su rey.
-La quería muerta.-Fueron las primeras palabras que pronunciaba la princesa en muchas horas.
-¿A aquella criada?-El contratista no quería incomodar a su princesa, pero tenía curiosidad.
-Y a mí...sabía que esa criada era mi única amiga. Supongo que planeó avisar al rey de la traición de la criada por poseer esos libros, pero tenía que planear como hacerlo sin levantar sospechas y evitando que también se abriese una investigación contra ella. No contó con que yo pidiese los libros de historia. O tal vez sí y por eso esperó, pues conocía mi desesperación y era cuestión de tiempo que buscase respuestas.-La princesa se frotó las sienes confusa-. Si los solicitaba y mi criada me los daba, ambas seríamos castigadas. Y así ocurrió. Mi amiga...la engañaron y la condenaron injustamente.
Era una niña que quería no aparentarlo guardándose las lágrimas o una mujer que no sentía nada después de contemplar la mayor crueldad en el exterior. No lo tenía claro, pero hablando de esa mujer asesinada a la que quería no mostró ni un atisbo de pena o de dolor. A cada momento que pasaba le confundía ¿Quién era esa chiquilla que había comprado? “No la he comprado, no la he comprado. La he rescatado”.
-Y por eso el mercenario tuvo que matarla tras conquistarla. Fue cruel, pero necesario para sacarte de allí...Era más profesional de lo que pensaba.-Reconoció el viejo caballero.
-¿Profesional o despiadado?-Preguntó molesto el contratista.
-No veo que diferencia hay en un mercenario.-Respondió incrédulo el más joven de ellos-.Deberíais alegraros de que matase a esa criada, si llega a tener escrúpulos nosotros no estaríamos aquí, libres de aquella ciudad y tu princesa seguiría amargada en aquella torre.
Amargada seguía pareciendo. Lo peor es que parecía no odiar al mercenario que solo actuaba por dinero. El mismo que, por trabajo o no, había matado a una inocente, el mismo que había fracasado dejándose capturar por dos caballeros. En cambio, ese odio parecía sentirlo hacía él. Él que la quería, que la amaba, que la deseaba, que juró protegerla; él que había reunido valor para luchar contra sus principios y poder sacarla de ese lugar, él que había pagado al hombre que parecía haber hecho todo. Se había mantenido en la sombra, sí, pero era la misma sombra que durante años había rechazado y que había abrazado solo por ella. Parecía que para su princesa eso no tenía valor alguno.
-Sabemos como llegaron los libros a la princesa, pero ¿cómo llegaron a vos?-El caballero de más edad no se cansaba de preguntar, parecía no estar convencido por completo de lo que estaba haciendo por ayudarle, pues había algunos cabos sueltos que el contratista se forzaba en no atar.
Un nuevo e incómodo silencio se apoderó de ellos. Ocultar la verdad era cansado. Esta verdad no le perjudicaría a él, tal vez a nadie, pero había jurado no desvelarlo, pues su auténtico dueño temía que alguien supiese que los había poseído.
-Siempre estuvieron conmigo. Yo ya servía al rey cuando nos convertimos en una ciudad impenetrable y esos libros ya los poseía. Jamás inspeccionó mis habitaciones cuando se estableció la defensa, pues se fiaba de mí.-El anciano pareció no quedar convencido con la respuesta.
-Hasta las mías fueron inspeccionadas, y llevaba más tiempo que vos junto a él.
-Parece que dudáis de mi palabra, viejo amigo. Está claro que cometió un error al no inspeccionarlas cuando ingresé en la guardia.-No le gustaba mentir.
Había sido una jornada extraña para todos. Ya desde por la mañana las cosas cambiaron para cada uno de ellos, y a pesar de no haber continuado viajando unos y esperando inmóviles otros, todos se sentían igual de cansados. El contratista pagó al tabernero después de intercambiar algunas palabras, cordiales por parte del tabernero y monosílabas por parte del contratista. El jaleo de la taberna se había trasladado al exterior. Pocos se habían quedado durmiendo en su interior, uno en el umbral donde debería haber puerta y el propio tabernero e una de las mesas situada frente al hueco de la puerta, con un ojo abierto vigilante de que nadie entrase a robar. Al contratista no le costaría creer que ese hombre no durmiese nunca.
No tuvieron que subir escaleras, pues para llegar a las habitaciones solo había que ir a la estancia del otro lado, que quería ser un pasillo, aunque no era más que otra estancia más angosta que la anterior, con tres puertas que conducían a habitaciones no muy amplias que daban al otro lado de la taberna, con cristales rotos y excrementos en el suelo. La princesa se colocó las manos sobre nariz y boca conteniendo una arcada. También se podían oír las quejas de los dos caballeros que la habían llevado hasta allí desde el otro lado de la pared. Maldiciendo la taberna, la habitación, a la gente e incluso al contratista y a la princesa en una ocasión.
-Siento que tengáis que dormir aquí. Mañana partiremos lo más pronto posible. Buscaremos una ciudad decente en la que vivir, si conocéis alguna...podemos ir allí.-La princesa no parecía dispuesta a responder-Vos podéis dormir en la cama, yo dormiré en el suelo-.Pero no se dirigió a la cama deshecha y mohosa, se limitó a mirar por la ventana. Podía verse a gente todavía pululando. Muchos durmiendo, algunos incluso abrazados. Otros todavía llorando. Había algún cadáver a las puertas de casas que habían sido asaltadas. Eran casas sin dueño fijo, el más fuerte se quedaba con ellas. No había ley allí, ni orden, ni ganas de instaurarlo, no mientras no tuviesen nada por lo que vivir.
-¿Y si digo que quiero volver?-La joven ni siquiera le miró.
-¿A la sala común? Si eso es lo que queréis, milady...
-A mi ciudad...a mi torre.-Corrigió la princesa
-No os entiendo, alteza. Creía que queríais ser libre.
-¿Soy libre?-La princesa fue brusca al realizar la pregunta.
-Claro que lo sois, estáis aquí, conmigo. No os obligaré a permanecer encerrada en una estancia, podréis dedicar el tiempo a lo que queráis, hablar con quien deseéis...
-¿Irme a donde me plazca?
-Claro, yo os protegeré.
-Sin tu presencia.-Seguía sin mirarle.
-Pero...¿por qué princesa? ¿Por qué no os dejáis ayudar? Siempre os traté bien en aquella torre, y así seguirá siendo hasta el fin de mis días.
-Si la defensa de mi padre cae, la guerra se reanudará, está gente morirá, gente inocente que de nuevo se verá enfrascada en un conflicto que nada tiene que ver con ella. Y después de, quién sabe cuantos años de guerra, volverá una época de penurias posterior al conflicto que sufrirán las ciudades menores. Veremos a más personas como las de esta ciudad, y todo por no cumplir mi único objetivo.
-Pero, princesa, si la defensa de vuestro padre cae la guerra podría acabar, el rey morir y la justicia hacer por fin acto de presencia...
-Es mejor no causar más daño del que ya hemos provocado. Quiero volver.-La princesa se giró para mirarle con unos ojos que mostraban toda la seguridad que no tenía en aquella torre-.Pero antes tengo una misión que no puedo abandonar...ni fracasar.
-Princesa, princesa...por favor escuchad. Creedme cuando os digo que la ciudad de vuestro padre seguirá intacta aunque estéis fuera de ella. Os juro que esa defensa absoluta de la que habla aquel libro se mantiene mientras vos os mantenéis en el exterior...y muy posiblemente jamás caiga.
-Muy posiblemente...-No apartaba su mirada, parecía querer creerle.
-Eso depende de vos. Si vosotros no deseáis más que amar y proteger a esa gente, no habrá daño alguno.-Estaba jugando con las palabras, su princesa no podía decidir dejándose guiar por su cabeza sino por su corazón, solo así tomaría la decisión correcta, una decisión que les afectaría a todos.
-Ahora soy yo la que no entiendo.
-Solo debéis entender que las cosas ocurrirán cuando tengan que ocurrir y que esa defensa no caerá aunque paséis toda vuestra vida viviendo lejos de ella. –Tal vez ese era el momento.
Reunió todo el valor que no había necesitado para formar parte de la Guardía Real, para desafiar a los que amenazaban con violar a su niña, para destrozar la vida de ciudadanos que solo buscaban la libertad, para escapar de aquella ciudad, para dejar la vida de su princesa a manos de un mercenario. Todo ese valor lo reunió solo para acariciarla la mejilla suavemente, para sujetarle delicadamente la cabeza, para aproximarse lo que jamás se hubiese aproximado en aquella torre, para cerrar los ojos y sentir su aliento cerca...y el calor de su mano impactando contra su cara.
-No te atrevas.-Le advirtió.
-Perdonadme, por favor.-El caballero se arrodilló, se había dejado llevar después de años conteniéndose-.Pensé que...solo quiero vuestra felicidad junto a mí. Yo os protegeré para que no os pase nada. Mientras estéis a salvo, nada le pasará a la ciudad. Hacedlo por ellos -señaló a los moribundos del exterior-, por vos, no volváis allí, permaneced a mi lado.-Algún día, con el paso del tiempo, aprendería a amarle y ambos serían tan felices como se merecían.
-Si es verdad lo que dices me mantendré a tú lado, pero solo si demuestras que me concedes la libertad, aunque sea junto a ti, de viajar a un lugar.
-Por supuesto, milady, viajaremos hacía donde vos queráis.-No contaba con que conociese ningún lugar fuera de la ciudad impenetrable.
-Entonces, mañana quiero que me lleves a...a...al lugar más alto del reino, en lo más profundo.-La princesa le miraba fijamente, como si en sus ojos pudiese encontrar la respuesta de ese acertijo, como si encontrarle a él fuese lo más importante para la princesa, incluso más que esa gente.
-Esas palabras fue las que dijo...
-...el mercenario. Sí. No conozco ese lugar, pero seguro que tú sabes algo.
-¿Por qué querríais volver a ver a ese bribón?
-No te atañe, asuntos privados de una mujer libre con el hombre que la raptó.
-Fue un rescate, milady.
-Fue una compra, más bien. Si os arrepentís de haberme tratado como una mercancía, dame la posibilidad de actuar como una persona y viajar conmigo a aquel lugar. Juraste protegerme para que cumpliese mi objetivo.
-No ese...sea lo que sea lo que os hayáis propuesto.
-Si no puedo cumplir ese objetivo no podré vivir en paz y cumplir el que en un principio se me dio. Una vez que esté limpia podré vivir tranquila...contigo...y por ellos.
El contratista era un caballero, un hombre de honor, fiel a su palabra. -“Soy un caballero, soy un caballero, lo fui y lo sigo siendo. La ayudaré si lo que quiere es venganza, mataremos juntos a ese mercenario y juntos viviremos para proteger a la gente de la guerra, de la forma que sea, fundiremos nuestro amor algún día y entonces solo importará nuestra felicidad”.
-Os ayudaré.
-Bien. Pero ya te lo advierto. No habrá besos, ni caricias, ni historias de amor, ni mucho menos sexo. Si hace falta firmaré un contrato como el del mercenario. Somos una compañía, nada más.
El contratista no podía evitar sentir cierto dolor al pronunciar esas palabras la princesa ¿por qué no le amaba como él a ella? ¿Había hecho algo en el pasado? -“Formé parte de la Guardia Real, solo es eso, nada más. Cuando se haya olvidado de que pertenecí a la Guardia Real, cuando se haya olvidado de que fui el contratista, todo seguirá su curso natural”.
Habían parado las lluvias y cuando parecía que la época de calor estaba a punto de concluir, el bochorno volvía a aparecer por la noche. Ni entre los cristales rotos corría algo de brisa y para colmo, entre los excrementos y el olor que desprendían, no había quien respirase allí. La princesa estaba ya dormida en la poco apetecible cama. Estaba exhausta. Él dormía en el suelo, o lo intentaba. Las cosas habían salido bien, pero nada era como se había imaginado en sus sueños. Amar sin tapujos estaba doliendo más que haciéndolo en secreto. Alzó un poco la mirada para observar a su niñita, ya tan madura y tan segura de lo que hacía, con los hombros desnudos y tapada hasta los pechos a pesar del calor.
La deseaba tanto. Deseaba con tanta intensidad meterse en su cama, deseaba tanto acariciarla la espalda, masajearla...Quería abrazarla, rozarle los pequeños pechos con delicadeza. Pasar la lengua con suavidad por los pezones, sentir sus piernas en torno a su cuerpo, meterse en su interior, como si fuesen solo uno. Jamás había ansiado de esa manera su cuerpo, antaño solo le preocupaba ser correspondido. El miembro se puso erecto preparándose para algo que jamás llegaría, no con ella. Cuando más pensaba en la imposibilidad de hacer el amor todos los días de su vida con aquella niña adulta, más dura se le ponía. Y cuanto más dura se le ponía más se incorporaba en el suelo, más le empujaba a tumbarse junto a ella. Se levantó.
Caminó como pudo hacia la cama, se puso de rodillas y la observo durante un tiempo que no calculó. Alargó el brazo hacia su pelo, tentado a acariciárselo, a acercar su boca para susurrarle palabras bonitas al oído diciéndola cuanto la amaba y deseaba, para suplicarla que la dejara formar parte de su vida como algo más que un socio de una compañía. Pero esta vez escuchó a su voz interior, la voz de la cordura, la voz del caballero, la voz del honor. Se levantó frustrado, con el corazón palpitando de amor y de rabia. El pene palpitaba también sin control, no podía responder a su llamada, sería tan fácil...ahora entendía a los otros caballeros. Pero él no era ningún violador, no podía hacerlo y menos a ella, la mujer de su vida. Se apartó de la cama, asustado de si mismo y de un futuro sin ella. Se acercó a la puerta y maldiciendo entre susurros se fue de la habitación. Volvió a la sala común. Dejó una moneda de bronce en la mesa del tabernero que parecía sí dormir por las noches. Cogió una jarra y se sirvió una cerveza muy poco apetecible. Estaba turbia, olía a podrido y estaba avinagrada, pero era la única forma de tranquilizarse, de olvidar lo que le pasaba por la cabeza, de bajar la erección. Bebió todo lo que no había bebido en esas semanas, sentado en la misma mesa de siempre, sollozando como un joven campesino al que hubiese dejado su pareja. Él ni siquiera tenía eso.
Al principio le costó tragar la cerveza, después fue como si bebiese agua. Se sirvió varías jarras, hasta que se hartó de levantarse y arrastró con cuidado el barril a su mesa. Siguió bebiendo mientras debía estar descansando. Comenzó a sentirse mareado, pero ya no sentía ganas de violar a la princesa, ni de masturbarse pensando en ella. Prefería perder el honor bebiendo alcohol y embotando sus sentidos que pensando en esas cosas. Lloraba, maldecía, rezaba...suplicaba a los dioses, les pedía perdón e incluso les maldecía. Ya no sabía ni lo que decía.
-Prin...cesa...¡os quiero! Soy un imbécil sin honor...era lo único que tenía y ¡hic! Ya no tengo nada, ni a ti. Soy un degen...erado más.-Le costaba hablar y pensar con claridad. Había sido mala idea mover tantos hilos para nada. Por mucho que acabase viviendo junto a ella sería tan tortuoso como en aquella torre, sin poder tocarla y tal vez ni siquiera mirarla o hablarla, no podía controlarse ahora que la justicia del rey no le ataba. Era un desgraciado, un borracho más de esa taberna que no tenía a donde ir ni un amor correspondido por el que vivir. ¿Qué había hecho? ¿Qué estaba haciendo?
Se mantuvo inmóvil, le hubiese gustado decir que pensando con frialdad lo que debía hacer, pero su mente se había bloqueado, su estomago cerrado y su esfínter aflojado. Su estomago rugía como el león que creía haber sido toda su vida. Un noble león cubierto de una cuidada melena que imponía respeto y de la que cada vez quedaba menos. Esa melena ahora estaba sucia y rala, y apenas se dejaba ver bajo la tela de la capucha. Y su valentía...bueno, nunca había sido valiente, solo un hombre que se escondía cobardemente entre cortesía y un honor que cada vez costaba más mantener. La niña miraba perdida hacia todos lados, pero para sus ojos, al igual que para los de toda esa gente, pasaba desapercibido. Igual de desapercibido que había pasado todos esos años. No sabía si simplemente observaba algo a lo que no estaba acostumbrada o le estaba buscando. No avanzaba, por lo que miró a la persona que había entrado junto a ella, era aquel hombre que se ganaba la vida deshonrosamente con el dinero como único fin en la vida. Cuando quiso darse cuenta le estaba señalando con las manos atadas mientras hablaba con su niña. Entonces los vio.
Un hombre de avanzada edad más corpulento de lo que se podría esperar junto a un joven de pelo largo recogido en una coleta, ambos con la misma armadura, avanzando hacia él y solo uno de ellos acercando su mano a la empuñadura de la espada que colgaba de su cinto. Se olvidó de los nervios, de la niña, del contrato y de su plan; su hombre había fracasado. No se movió como no se había movido en semanas, en años. Se mantuvo a la espera, fijando la mirada en los dos hombres, calculando los movimientos con cuidado. Cuando se abrían paso entre los borrachos blasfemantes comenzó a acercar su mano derecha al puño de la espada que siempre apoyaba en su regazo guardada en su funda, mientras con la izquierda comenzaba a sujetar la vaina para poder extraer de ella el arma. Sabía qué iba a pasar, sabía quien sería el primero en atacar, se tenía que centrar en él. Se fijó en sus impacientes y despreocupados andares y en el brillo entre tanta oscuridad del filo de la espada que comenzaba a mostrar.
Se preguntaba si le habían reconocido, si sabían a quien se iban a enfrentar, si eran conscientes de lo que iban a hacer. Estaba desentrenado, sin demasiada energía y con ninguna gana de luchar contra ellos dos, pero no podía permitirse morir allí, no ahora. Tenía lo que tanto había ansiado para él solo, por fin tendría una vida que él manejaría construida únicamente por su esfuerzo en la que él recogería los frutos. Aunque habían sido otras manos las que le habían llevado las semillas, él solo puso el dinero. Los tenía ya encima, solo esperaba el momento, un movimiento. Las gotas de sudor comenzaron a caerle por la frente y a mojar la capucha, movió los dedos entre la empuñadura y deseo deslizar la lengua por la boca para humedecérsela, pero cara a sus rivales quería mostrarse inmóvil.
Lo primero que cruzaron no fue el acero sino las palabras, palabras que como esperaba pronunciaron los labios del más anciano. Le escuchó sin apartar la mirada de su compañero, ni su mano del arma que apoyaba en sus temblorosas rodillas. No tenía miedo, o eso quería creer; no se sentía débil, o eso le gustaría poder decir; pero sus piernas comenzaban a descontrolarse en el momento más inoportuno. El león parecía un cachorro frente a dos verdaderos leones hambrientos de su misma manada, una manada que había abandonado y que servía a un rey al que había robado su bien más preciado.
-¿Sois vos la persona que contrató a aquel hombre?-El anciano intentaba descubrir el rostro bajo el manto de oscuridad que envolvía parte de su cara mientras señalaba al hombre de las manos atadas.
No deseaba contestar, pues no sabía qué decir. Mentir no llevaría a ningún lado y alargar el inevitable combate no ayudaría en nada, debía actuar.
-Al igual que vosotros sois las personas que envía el rey.-Es lo único que supo contestar.
-Quitaros la capucha.-No fue una petición.
-Sabéis quien soy.
-Queremos comprobarlo.
-Entonces guardad vuestra arma.-Pidió al caballero más joven.
-Haced lo mismo con la vuestra.-Respondió el joven de la coleta señalando con la mirada su regazo.
El encapuchado hizo casó y dejó caer el arma envainada al suelo. El ruido no llamó a nadie la atención. Si alguno de sus interlocutores atacaban con su espada ya estaba preparado para agacharse y empuñarla de nuevo. Para su sorpresa, el de pelo oscuro también la guardó.
-Ahora queremos ver vuestro rostro.-Insistió el anciano pacientemente.
El encapuchado miró a la niña que había comprado y a su acompañante, no sabía si ella conocía su identidad, desde luego en el contrato ponía que su identidad se mantendría en secreto, quería evitar problemas antes de que ella llegase. Las piernas dejaron de temblar, sus brazos se alzaron y sus manos agarraron la capucha que se deslizó hacía atrás dejando ver el rostro por completo. Tras la capucha apareció una mirada seria, cercana a la tristeza, mechones de pelo antaño limpio, más oscuro y cuidado deslizándose por su frente y un rostro macilento que parecían recordar con asombro. Ambos caballeros se miraron.
-Así que finalmente era él.-El moreno de la coleta no pudo contener una sonrisa picarona.
-Tal vez debiera dejar que me arrestéis, he fallado mi misión. Pero no puedo fallarle a ella, no después de llegar hasta aquí.-El hombre ya sin capucha parecía arrepentido, ni siquiera cuando hablaba sobre ella se mostraba con fuerzas.
-¿Dónde quedó vuestro honor?-Era de esperar que el anciano le juzgase.
-¿Dónde quedó el vuestro aquella noche?-Siguió sin moverse cuando pronunció la pregunta.
El anciano apretó los labios mientras su compañero le observaba con más seriedad de la que había mostrado hasta ahora.
-Yo no os juzgo por lo que habéis hecho, sino por cómo lo habéis hecho.-Le respondió el ofendido caballero.
-Lo hice de la forma menos arriesgada para ella.-En ese momento el arrepentimiento desapareció.
-Dejándola a merced de un mercenario sin escrúpulos.-Intervino de nuevo el más joven de los tres.
-Un reconocido y habilidoso mercenario ligado a un contrato. No había porque temer. Lo planeamos todo antes de que partiese a la ciudad impenetrable. Yo no arriesgo mi honor y su vida si no juego sobre seguro.
-Nosotros tampoco, por eso hemos venido hasta aquí.-El anciano se sentó en la mesa mientras su compañero, que no quitaba ojo a sus otros dos acompañantes, les hizo una seña para que se acercaran.
El corazón comenzó a latirle con fuerza. El sudor volvió con más intensidad, las rodillas volvían a temblar ligeramente, la boca parecía un pozo de esa ciudad empobrecida y sus ojos no sabían hacía donde mirar.
-Aquí está vuestra mercancía solicitada.-Dijo el hombre al que había contratado señalando con las manos todavía atadas a la niña que no se atrevía a mirar, como si no hubiese sucedido nada-.Me hubiese gustado poder entregárosla sin percances y sin que os convirtieseis en un preso más. Al igual que me hubiese gustado que me informaseis de que no iba a salvar a la princesa sino al dragón que la custodiaba, tiene carácter.-Se permitió sonreír en un momento como ese
El mercenario al que había contratado no había perdido su molesto humor, pero sí parecía haber perdido la vista, pues todavía no tenía las manos atadas al contrario que él. Prefirió no decirle nada y mantenerse prudente. Estaba demasiado nervioso como para hablar con su niña delante, que le miraba mostrando cierta sorpresa. Esperaba que hubiese hablado, se hubiese quejado e incluso gritado, pero esa niña ya no parecía la misma.
-No hemos venido aquí para hacerle nuestro preso.-Nadie se esperaba esa frase excepto el compañero del caballero canoso.
-Matarle, entonces...supongo.-Apostó despreocupadamente el mercenario.
-Nada de eso. Solo queremos hablar...y ayudar.-El anciano le miraba fijamente, a veces le gustaba bromear y era muy perspicaz, pero nunca jugaba con el engaño.
-¿En qué exactamente?-No sabía si mostrarse exaltado o preocupado.
-Os vendría bien saber que vuestra apuesta no era tan segura. Si no hubiese sido por nosotros vuestro mercenario hubiese fracasado dejando la mercancía a medio camino ¿No es así amigo?-El joven caballero se divertía mucho con todo eso.
-Siempre tan puntilloso y dispuesto a humillarme, pero tan acertado que no puedo llevaros la contraria. Matar caballeros de la Guardia Real es agotador, lo reconozco, a partir del cuarto me fallaron las fuerzas.-Caballero y mercenario sonrieron como si jugasen al mismo juego, al anciano y al contratista no les hacía tanta gracia y la niña ni siquiera escuchaba, le estaba mirando, y eso le ponía muy nervioso.
-En efecto nos envía el rey, pero no para arrestaros o mataros, nos envía a por el mercenario y la princesa que secuestró y que nosotros debíamos proteger.-Prosiguió el anciano
-¿Renunciaréis también a arrestarme o matarme si me niego a que os la llevéis de nuevo a esa torre?-El contratista no quería mirarla, después de tanto tiempo esperando no tenía valor.
-Eso es lo que deberíamos hacer, pero os dejaremos...a ambos.-Cada vez que el anciano hablaba era para sorprender a sus presos.
-¿Con que fin?-El contratista quería fiarse, pero ya no se fiaba ni siquiera de si mismo y menos desde aquella noche en la que se marchó sin escuchar su voz interior.
-Con ninguno más que el que vosotros queráis buscar. Sois un buen amigo.-Inclinó ligeramente su cabeza cubierta de pelo grisáceo mientras su compañero afirmaba sonriendo como nunca le había visto sonreír.
-Soy un traidor que ha deshonrado a la Guardia Real, al rey...y a mi princesa.-Esta vez sí la miró, pero no obtuvo ninguna respuesta de sus labios, no se mostraba ni enfadada ni asustada, ni siquiera sorprendida o confundida como le había parecido hacía tan solo un momento..
-Sois más que un caballero de la Guardia Real, valéis más que cualquiera de nosotros, cabrones que se han dejado llevar por la locura del rey.
-¿Lo de cabrones no será por mí?-Bromeó su compañero de la coleta.
-Pero vosotros...-El contratista no tenía palabras ni de agradecimiento ni de reproche.
-...vosotros me engañasteis.-Intervino el mercenario.
-Teníamos que asegurarnos de que el contratista era él, de lo contrario la información en tu poder podría jugar en nuestra contra.
-¿Creíais que iría a contarle a vuestro rey, el mismo rey que me quiere muerto, el plan que teníais? -Todo eso le parecía absurdo.
-Se trataba simplemente de tener precaución, nada más. Ahora que sabemos que él es el contratista, tal y como pensábamos, podemos dejar que la princesa se vaya con él.
-Grac...
-¡No!-Gritó la niña secuestrada levantándose antes de que el contratista pudiese agradecer la compasión de su antiguo compañero. Esa era su niña-.¿Quién me pregunta a mí lo que quiero? ¿Por qué todos os empeñáis en decidir por mí?-Había muchas posibilidades de que la princesa reaccionase así.
-Alteza-el contratista pronunció la palabra en un susurro-,solo busco lo mejor para vos.
-Soy una puta mercancía. Lo tenía asumido, pero que seas tú quien me haya convertido en eso...el caballero todo cortesía y amor.
-Lo siento milady, no quería ofenderos.
-¿Pensabas que nada más verte gritaría de felicidad mientras me abría de piernas? Tal vez pensaste en meterme entre ellas algunas de las monedas que usaste para comprarme y que no rechistase mientras te deleitabas con lo que llevas años pudiendo solo contemplar.
-Sabéis que para mí eso no es importante, solo quería...
-Princesa.-El mercenario pronunció la palabra más alto de lo que debería, pero solo un par de hombres, que no tardarían en estar borrachos, se giraron sin dar mucha importancia a lo que veían, ni siquiera prestaron atención cuando la princesa se había levantado de su sitio elevando la voz-.Recordad lo que habíamos hablado-.La princesa miró a su secuestrador, se calló y se sentó, parecían tener más complicidad de lo que al contratista le hubiese gustado.
-¿Qué habéis hablado?-El contratista sabía que no debía preguntarlo, pero al fin y al cabo el mercenario estaba siendo pagado con su dinero.
-Que yo recuerde en el contrato no ponía nada de desvelar los secretos que tenga con la mercancía solicitada.-Odiaba esa sonrisa que tanto mostraba al terminar sus frases.
-Ni yo recuerdo que pusiese que tendría que pagarte la otra mitad si eran otras personas quienes me la traían sana y salva.-El maleducado mercenario le obligaba a ser descortés, al fin y al cabo sí tenía pensado pagarte.
-Os advierto que me pagaréis con oro o sangre, vos decidís.
-Os he permitido muchas insolencias, pero ni una amenaza más al que es mucho más que un compañero de la guardia.-Amenazó al mercenario su antiguo compañero de pelo corto y gris.
-No son insolencias, son matizaciones de contrato, ya sabéis que en estos casos cualquier detallito crea conflictos. Ya os habéis metido demasiado en medio...Por cierto, un resumen de lo que ha pasado por vuestra cabeza para montar este teatrillo sin espectáculo final dejaría todo mucho más claro a los espectadores que considero somos-bajó la voz-, la princesa y yo.
-¿Espectadores? Sois actores que habéis interpretado muy bien vuestro papel.-Continuó con el símil teatral el de la coleta-.Cuando secuestrasteis a la princesa, tras comprobar que el diario de nuestro compañero prófugo había desaparecido-dijo señalando al contratista,-y que curiosamente llegasteis en el momento justo para sustituirle, el rey, y la verdad es que todos nosotros, intuimos que había sido él quien os había contratado. El rey nos mandó en grupos de dos para daros caza, se ve que no confiaba plenamente en nuestras capacidades.
-Muy sabio vuestro rey.-Interrumpió el relato el mercenario.
-Mi fiel compañero y yo éramos buenos amigos del traidor, estábamos hastiados en esa ciudad y ciertamente indignados con la forma de gobernar de su rey. Hizo falta que él diese el primer y arriesgado paso para que nosotros nos desvinculásemos de ese lugar. Decidimos que si os cogíamos os obligaríamos a llevarnos ante el contratista con el fin de arrestarle. Como ya te dijo mi compañero, si os decíamos la verdad sin asegurarnos de que él era el contratista corríamos el riesgo de que nuestra traición fuese en vano y estuviese en labios de un mercenario sin honor alguno.
-No me habléis de honor, leí el diario de vuestro querido compañero.
-Cierto. ¿Dónde está mi diario? Os dije que os pagaría un dinero extra si me lo traíais de vuelta y que en él encontraríais información sobre vuestros futuros enemigos, además de sobre mí.
-Y me vino mejor de lo que os podéis imaginar, pero me temo que ardió.-Le anunció sin tacto alguno.
-Junto a un montón de cadáveres entre los que él podía haber estado perfectamente.-Puntualizó el caballero joven.
Todas sus vivencias, sus grandes recuerdos, sus sentimientos reflejados en aquel papel se habían esfumado. La miró de nuevo sintiendo arrepentimiento ¿tan mal había hecho las cosas?
-Así que escribíais sobre nosotros.-El anciano sonrió levemente.
-Me temo que sí, ese diario era mi gran confidente, en él reposaba parte de mi alma.-De nuevo dirigió una mirada a la princesa que permanecía todo lo tranquila que podía.
-Esa otra mitad de alma vuestra tiene más de bardo que de caballero, desperdiciasteis vuestra vida en aquella torre. Hubiese sido más productivo dedicaros la vida tocando el laúd mientras componíais canciones de amor persiguiendo a la primera bella dama que pasase por delante para cautivaros el corazón, tal vez así hubieseis follado más y no seríais tan agrio.-Se burló el mercenario. El contratista prefirió no responder a tal tontería de infante.
-Jamás escribí nada malo sobre vosotros dos...sois los únicos amigos con los que se podía contar, pero demasiado leales al rey como para cumplir vuestra misión de matar al hombre que pidió secuestrar a nuestra princesa, por ello me preparé para combatir con ambos y por ello me habéis sorprendido.
-Vos también nos habéis sorprendido, erais el más leal y honorable de todos nosotros.
-Y el que más amaba a la princesa, no cuento a los que se la querían tirar.-El caballero de la coleta hablaba como si la princesa no estuviese allí con ellos.
El contratista se puso nervioso, no supo que decir...de nuevo. Toda su vida había luchado contra si mismo para no dejarse arrastrar por el amor que sentía por la princesa, pero al final se había dejado llevar, había incumplido su misión solo por amor y había arrastrado con él a sus compañeros. Se produjo un silencio incomodo, incomodidad que los que más sufrieron fueron la princesa y el contratista.
-Vistos de esta manera hasta parecéis caballeros como los de las leyendas y los cuentos...honor, lealtad, amistad, amor. Por un momento hasta me conmuevo, entonces he recordado que por un lado vos mentís, pues en el diario sí pusisteis cosas comprometidas de, por lo menos, uno de los aquí presentes, y por el otro, vos-señaló al anciano,-huís de una ciudad de la que habéis formado parte en toda su locura y barbarie, y es que una de las cosas que tu...amiguito reflejaba en el diario, era la violación de una mujer ¡Uy! Estos caballeros nos han salido tan rana como a los que nos hemos tenido que cargar viniendo hacia aquí.
-¡Jamás hablé mal! Conté lo que me contó y me mostré preocupado por lo que esta ciudad nos hacía. Todos tenemos necesidades y fantasías irrefrenables y él se responsabilizó después de lo que hizo. Soltadle ya y que se vaya, no pensé que por ser mercenario había que mostrarse tan rastrero.-El contratista le miró con desprecio.
-¿¡Yo!? ¿Yo rastrero? Ja,ja,ja,ja. Sí por supuesto, pero tanto como vosotros, que ocultáis vuestras miserias en un manto de...-sin siquiera mirarle, el caballero canoso le agarró de la solapa manteniéndose sentado.
-No tenéis ni puta idea de lo que hemos pasado. No os atreváis a juzgarme cuando yo no lo he hecho con vos.
-No os juzgo, os retrato. Vamos, que estamos entre amigos, no estropeemos esta bonita reunión. Yo ahora cobro, me soltáis, me largo y aquí no ha pasado nada.-El anciano le soltó la andrajosa y agujereada ropa de campesino.
-¿Por qué contratasteis a este payaso?-Quiso saber el caballero del pelo recogido sin dejar de sonreir de la misma forma estúpida que el mercenario.
-Algunos hablaban bien de él por aquí, fue un mercenario muy reconocido antaño, sabe pasar desapercibido, me demostró que era bueno con la espada y hábil con la mente. Trazamos un plan que había comenzado antes de irme de la ciudad con un par de niños que actuarían en el momento preciso, pues calculé también que día debía alojarse allí para que coincidiese con el rey el único día que saliese del castillo para rezar y conseguí interceptar al mercader que debía ir con el pescado solicitado por el rey de la red de contratistas. Le di lo que le hacía falta para pasarse por uno de ellos, incluso un documento falsificado que justificaba el cambio de mercader aprobado por el rey.
-Documento que perdí cazando, pero improvisé para que los competentes guardias de la puerta me dejasen pasar sin necesidad de molestar a su rey. Por eso gobernar bajo la sombra del temor no siempre es buena idea.
-Le consideraba más eficaz, de hecho tardó más de lo que esperaba, pero bien es verdad que no le puse plazo alguno de entrega, era una misión delicada que requería tiempo.
-El rey cometió imprudencias propias de un rey que lleva tantos años sin sobresaltos, pero tampoco era tan fácil ganarse su total confianza. Tuve que asesinar a una criada y creedme, no me hizo ninguna gracia.
-Conté con ello, lo había planeado, de hecho por algo lo puse en el diario.
-No a esa, esa le pasó el muerto a una compañera más joven. Aunque si os complace saberlo, la vieja fue asesinada por la princesa, que también mato a uno de vuestros compañeros, el pelirrojo. El resto, por si os interesa, también están muertos.
¿La princesa? Era impulsiva, pero jamás la vio capaz de matar a alguien. No se equivocaba cuando escribía sobre la locura que envolvía la ciudad impenetrable. Su pequeña no debía tener las manos manchadas de sangre...lo peor es que había sido por su culpa. ¿Habría leído los libros que la había dejado? En especial le interesaba el que quería que leyese y que ella misma algún día buscaría. Prefería tratar ese tema en privado, si no lo sacaba el charlatán mercenario.
-¿Sabéis? Os admiro.-No tuvo reparo en reconocer el caballero de la coleta-.Sois nuestro preso, estáis a punto de conseguir la libertad y vuestro dinero y aún así os permitís decir lo que os da la gana. No sé si sois estúpido o simplemente os aburrís.
-Unos estúpidos me aburren, simplemente eso-sonrió-. Bueno, ya podemos dejarlo, ha quedado todo bastante claro: un caballero enamorado de una princesa contrata a un mercenario hábil en su trabajo para sacar a la princesa de su cautiverio matando a los malvados caballeros que la custodian y devolviéndola a su caballero andante para que vivan felices, mientras dos de los temibles caballeros que les perseguían se redimen, les ayudan y se marchan lejos de aquel horrible lugar para vivir una nueva vida. Fijaos, dicho así sí que parece un cuento.-Le dijo a la princesa-.Ahora yo cobro el resto de mis servicios y vosotros seguís con vuestro cuento de hadas, si no es molestia.
El contratista se fijo en como la princesa no le quitaba ojo al mercenario mientras hablaba, parecía preocupada. Miró al mercenario frunciendo el ceño más de lo acostumbrado y buscó el saco de monedas que siempre llevaba encima.
-Aquí tenéis la otra parte como os prometí, a pesar de que habéis necesitado ayuda y casi fracasáis.
-Una misión sin contratiempos es como un caballero sin lealtad ¡Uy! mal ejemplo.
-Desatadle ya y dejad que se vaya.-El contratista no le aguantaba más.
-¿A dónde marcharéis?-Preguntó de repente la princesa. Pregunta que extrañó a los allí presentes, a todos menos al mercenario que, por supuesto, sonrió.
-A ningún sitió al que no me lleve mi corazón, que apunta a lo más alto, en lo más profundo, aguardando para cumplir una última misión.-Todos se quedaron callados, la princesa parecía pensativa, el mercenario no solo sonrió, también la guiñó un ojo y, ya con las manos desatadas y el dinero en ellas, se marchó.
¿No era él quién tenía alma de bardo? ¿Qué le había dado para ponerse tan poético antes de marcharse? ¿Sería una despedida burlona o era más que una mofa irónica? Con ese hombre nunca se sabía, pero al menos ya lo había perdido de vista. Se alegraba de volver a estar con sus dos amigos...y su princesa, tan seria como en aquella torre, pero más tranquila.
-Espero que ese bufón no os haya dado demasiados problemas.
-No tantos como en un principio esperamos.-Explicó el anciano-.De hecho fue bastante dócil y coherente.
-Es un gilipollas, pero un gilipollas de los buenos, no os creáis.-El joven de la coleta sonreía mientras miraba al mercenario alejarse de la concurrida taberna.
Tras un silencio que no duró demasiado, en el que nadie sabía muy bien hacia donde mirar o qué decir, el contratista les pidió disculpas.
-No pensé en vosotros, diría que ni siquiera pensé en mí, no sé muy bien lo que pensé. Ese mercenario podría haberos matado igual que mató a los otros.
-Ya lo habíamos hablado muchas veces, no éramos caballeros para eso. Si no me fui antes fue porque no sabía a donde ir, lo único que me quedaba era la lealtad al rey, lealtad que no estaba orgulloso de mantener. Yo también sufría por el estado de la princesa, y ni siquiera yo, el más veterano de los caballeros, podía razonar con él sobre ese tema. Estaba obsesionado con mantenerla en aquella torre.-El anciano miró de reojo a la callada niña.
-Si os soy sincero-intervino el joven caballero-, yo también pensé en más de una ocasión en salir de allí. Me hubiese gustado matar con mis propias manos al desorejado o al caballero de los destellos, pero supongo que me conformé con seguir entrenando en el patio con el pelirrojo. Me caía bien, pero estaba más degenerado de lo que jamás pensé.
-Todos sufrimos una degeneración allí. Recuerdo que cuando comenzó a servir al rey el rojo de su pelo no era tan intenso. Tal vez sea un recuerdo difuso, pero es como si cuanto más se ensuciase con sangre las manos más rojo se volviese. Ese chico era normal cuando llegó, tenía sus perversiones sexuales, como muchos, pero penetrar un cadáver...-El anciano desaprobaba la actitud negando con la cabeza mientras miraba a las moscas del plato.
-Nos debilitamos allí metidos, encerrados en nosotros mismos, sin nada que hacer, con un rey que en realidad no nos necesitaba, con una ciudad que él mismo despreciaba desde aquel día en el que intentaron salir al exterior cansados de que el rey solo pensase en sus comodidades tras las puertas del palacio. Fue el único día que nos necesito ¿recordáis? Matamos a más gente de la que nos hubiese gustado. Nos ordenó matar a niños que intentaban huir hacia las murallas mientras sus madres se dejaban ensartar por nuestras espadas. Fue inhumano e innecesario. ¿Por qué no dejar salir al mundo exterior a la gente de la ciudad?
-Estaba loco, un loco muy bien defendido por una defensa absoluta que ni siquiera nosotros comprendemos.
Al decir esto, el contratista se quedó callado mirando a los insectos, más moscas que otra cosa. Nervioso de nuevo, las contó. Eran siete moscas, como siete caballeros fueron. El plato de comida era la princesa entorno a los que todos revoloteaban. Algunas eran tan osadas de posarse en ella y juguetear con un trocito, otras simplemente observaban mientras volaban en pequeños círculos y otras incluso defecaban en el mismo sitio que la probaban. Cuatro de esas moscas eran más grandes que las otras tres, por lo que seguramente morirían en poco tiempo, aunque las demás tampoco dispondrían de muchos más días de vida. Cuando pereciesen, la comida tal vez diese de comer a otras moscas en otro lugar...no permitiría que le pasase eso a su niña.
El caballero de la coleta decidió interrumpir el extraño silencio.
-Ese día el desorejado fue en el que perdió media oreja, lo peor es que se la arrancó de un mordisco un borracho. Solo por eso la matanza mereció la pena.-No había sido un comentario afortunado, pero suficiente para mantener la fluidez de la conversación.
-Hubo otra revuelta, aunque de menores dimensiones, un año después. Ni siquiera hicimos falta nosotros, los guardias de la ciudad se bastaron solos, pero a partir de ese año jamás pasó nada parecido. Hubo intentos de huida muy concretos, y todos los prófugos acabaron calcinados. Como si algo les hubiese quemado al cruzar la puerta. ¿Vos no...?
-Sentí un extraño calor al huir, cierto, pero evidentemente no me quemé. Al fin y al cabo éramos los únicos con cierto privilegios...
-Era como si la ciudad estuviese viva...-El anciano no dejaba de mirar al contratista-.Vos sabéis algo que nosotros no sabemos ¿verdad? Poco después de que el mercenario llegase ocurrió el incidente de los libros, y está lo de la criada.
-Cierto. Yo tenía varios libros sin el permiso de nuestro rey.-El contratista miraba al joven de la coleta mientras hablaba-.Libros de geografía, literatura o historia. Ya sabéis que el rey no quería que...ella leyese ciertos libros, cierta información sobre la guerra del pasado, sobre su tío, no quería que supiese que la ciudad estaba protegida no por tratados de paz, sino por...por...por algo desconocido, algo que necesitábamos para evitar mantenernos en jaque, algo que podría hacer a la princesa preguntarse cosas y salir de allí.
-Algo que vos conocéis. Hay muchos libros de historia, el rey no quería ninguno, cierto, pero había uno especial que ya de por si era difícil de encontrar, solo algunas bibliotecas lo tenían, solo algunos eruditos lo poseyeron y solo algunos viejos como yo lo recordamos con claridad, aunque nunca lo tuve en mis manos. Lo escribió un monje alquimista que se dedicó media vida en desentrañar muchos de los misterios que envuelven nuestro mundo. Algo descubrió sobre nuestra...aquella ciudad. La bautizada ciudad impenetrable. Algo que vos leísteis. Era ese libro el que le disteis a la princesa ¿Me equivoco?
-No...-El caballero era incapaz de mentir al amigo al que estuvo a punto de matar hace escasos minutos.
-Puedo suponer que lo leísteis.
-No...no en mucho tiempo. No sé si por temor o respeto, pero ni siquiera lo abrí. Pero al final la ignorancia siempre lucha por morir, aún sabiendo que puede ser una muerte dolorosa para recibir al tortuoso conocimiento, dispuesto a abrirte los caminos de la verdad plagados de trampas desagradables...la verdad dolió, pero fue ella quien me impulsó a salir de allí y sacar a la princesa.
-¿Qué leísteis?-El caballero, como siempre, se mostraba tranquilo, aunque sus ojos mostraban el ansia de conocer la verdad. La ignorancia del anciano empuñaba un cuchillo que acercaba a su cuello mientras miraba fijamente a los ojos del conocimiento.
-La necesita.-No quería mentir, pero tampoco decir toda la verdad. Era su verdad, su secreto, su princesa, su niña.
-¿Con ella fuera está indefenso cara al enemigo?-La sangre de la ignorancia brotaba por su cuello, ansiosa por expandirse hacia gente que estaba todavía viva. La lucha por la verdad siempre había arrastrado muchas víctimas por el camino, la prueba había sido el viaje que habían hecho a la taberna.
-...No.-Una respuesta que fue como una puñalada para los allí presentes. Pues la princesa también le miraba con más atención que nunca. Sabía que en su mente la ignorancia se estaba convirtiendo en locura, algo que desgraciada o afortunadamente no le pasaba a todo el mundo, siendo la ignorancia una cama de plumas en la que descansar placidamente entre las sombras. Descubrir la verdad no la estaba ayudando.
-No entiendo nada...la quería dentro, ¿para que la necesitaba entonces?.-El anciano mostraba su frustración ante sus propias limitaciones o la falta de datos.
-Para mantener la farsa-interrumpió sonriendo el joven caballero del pelo recogido-. La magia no existe, es por todos sabido, pero si desviaba la atención a su hija como punto débil pasarían años intentando secuestrarla, sin buscar su auténtica debilidad.
-Eso no tiene sentido. La información se extrae de un alquimista...
-Que bien podía haber servido al rey-interrumpió su compañero.
-Por eso se molesta tanto en quemar los libros que encuentra y en condenar a una pobre criada. Por eso saca a todos sus caballeros reales.
-Porque tiene que mantener el paripé y hacer de su hija algo importante. Es una distracción. ¿Qué le importan ahora sus caballeros si está protegido? ¿Qué le importa que los ciudadanos intenten huir si son calcinados al traspasar sus puertas?
-Está protegido del exterior, pero no de sus propios ciudadanos. Si la gente intenta traspasar las puertas del palacio para matarle, tal vez los guardias de la ciudad no sean suficientes.
Nadie dijo nada más, aunque el anciano seguía mirando al contratista con extrañeza. Suponía que se preguntaba por qué no les contaba sin tapujos y sin tener que responder a preguntas lo que había leído. Por eso, antes de que contraatacase con otra cuestión, el caballero habló.
-El alquimista dio respuestas a esas preguntas, pero todavía habían quedado incógnitas en su investigación, supongo que nunca conoceremos toda la verdad.-Mentía...a medias.
La princesa apretaba los puños con mucha fuerza, mirándole con rabia contenida y con unos ojos brillantes que intentaban mantener en ellos las lágrimas de la verdad que no llegaron a deslizarse por su cara. Y ni siquiera era toda la verdad. Cuando la conociese los lloros tal vez se convirtiesen en gritos de desesperación, tal vez en esperanza o más miedo. El conocimiento apenas había incrustado en su mente el cuchillo de la verdad y ya estaba sufriendo.
-El caso es que estamos en las mismas. La guerra jamás terminará, no hasta que su hermano muera ya anciano. Pueden pasar años. La capital seguirá aislada eternamente y sus ciudadanos morirán con amargura.-El anciano parecía decepcionado.
-Sí...pero eso ya no importa. El rey jamás nos atrapará. Viviremos como queramos lejos de sus tierras. Ajenos a la guerra.
-Matizo, en sus tierras, pero lejos de su ciudad. No tenemos a donde ir, ni tenemos nada más que espadas, caballos y algo de dinero.-Aclaró el viejo.
-Bueno, él tiene algo más-.Sonrió el maleducado joven mirando a la callada niña.
-Podemos ganarnos la vida de muchas maneras, no será fácil, pero podemos aprovechar nuestra habilidad como caballeros para defender a gente, para defender nuestro propio hogar...
-¿Defender nuestro hogar? ¿Acaso tenemos de eso?-Preguntó entre la broma y el asombro el de siempre.
-Tenemos algo de oro, creedme, el oro fuera de la ciudad está más valorado de lo que creéis. Los tenderos están más acostumbrados a ver el bronce, ni siquiera la plata. Aunque para vivir minimamente bien tendremos por lo menos que salir de este lugar.
-Un pozo de enfermedades en el que hemos permanecido demasiado tiempo. Miraos la cara, estáis hecho mierda.
-Es por la falta de comida y los nervios. Reconozco que existían posibilidades de que algo saliese mal, de hecho no salió exactamente como esperaba.
-Mejor incluso, deberías pensar. Vuestro mercenario os falló, pero no así vuestros amigos.-La sonrisa del caballero moreno esta vez le gustó más.
-Antes de irnos y a sabiendas de que no es el mejor lugar para hablar este tipo de cosas, me gustaría saber que pensáis hacer ahora-. El canoso caballero parecía estar demasiado preocupado por qué hacer a partir de ese momento.
-Por el momento me quedaré una noche en las habitaciones de esta taberna. Quiero que su alteza pueda descansar.
-Valiente decisión, o estúpida si miráis a vuestro alrededor.-El caballero joven miró a su alrededor con rostro despectivo.
-Ya son varias noches las que he dormido-“o intentado dormir”- aquí. Y a la princesa no la sucederá nada por pasar una noche en este nauseabundo lugar, como os digo la vendrá bien descansar, tendremos tiempo para dormir en lugares mejores. Podéis quedaros en la habitación de al lado, está libre y puedo pagarla, al fin y al cabo ya he pagado esta semana, si me voy mañana por la mañana no creo que le importe que os alojéis de mi parte en otra habitación esta noche.
Pasear por aquella ciudad no era agradable. No le gustaba ver las miradas que le dirigían a las armaduras de sus amigos las gentes de aquel lugar tan abarrotado y abandonado a la vez. Menos le gustaba ver la triste mirada de la princesa cada vez que veía a un niño llorando, sucio, esquelético o con pústulas sangrantes por todo el cuerpo. Peleas, súplicas, vómitos en los que había más bilis y sangre que alimentos devueltos. Era indignante contemplar lo que durante años había ignorado incluso él mismo. La defensa de la ciudad impenetrable debía caer, debían luchar por derrocar al rey y que alguien más justo gobernase para llevar la prosperidad a lugares como ese. No sería fácil. La princesa no pudo evitar agacharse para coger con sus brazos a un niño que le tiraba de la ropa pidiéndole ayuda. Por suerte lo impidió a tiempo cogiendo por la capa a la princesa y echándola hacia atrás.
-No le toquéis. Mirad su boca destrozada y llena de moscas, su encía limpia de dientes y sucia de sangre. Es una de las enfermedades más contagiosas, ni siquiera es seguro mantenerse tan cerca de su aliento. Vamos.-La advirtió con toda la delicadeza que pudo.
Al caer la tarde sus nuevos acompañantes tampoco comieron demasiado. La princesa ni siquiera se esforzó. El contratista no dijo nada para que se esforzase en hacerlo, pues comprendía su rechazo a la comida en esa taberna y más después de tantas emociones. Ya tendrían tiempo de comer. Cuando anochecía la taberna seguía igual de abarrotada que siempre. La mayoría de la gente estaba de pie, no buscaban sentarse, solo beber, hablar y olvidar la inmundicia que les rodeaba. Al no tener puerta podía entrar cualquiera con facilidad, pero el tabernero se las apañaba para echar a los niños y a los enfermos. Más de una vez había protagonizado una pelea, pero casi nadie de los que pasaban por allí tenían mucho más que un cuchillo o un garrote. Él tenía un machete siempre a su lado, se apañaba bien con él, aunque el día de su llegada notó como el tabernero se puso tenso al ver la espada. Cuando comprobó que no tenía intención de usarla, que se sentaba tranquilo todos los días, además de que pagaba por un poco de comida que luego podía servir a otros clientes ya que el apenas la tocaba y de que se alojaba en una de las mugrientas habitaciones, no solo se relajó sino que hasta decidió llevarse bien con él. Si algún día tenía un problema con algún cliente incluso podría echarle una mano, o eso creía él, pues no tenía intención de ayudarle a no ser que fuese estrictamente necesario.
Lo bueno de ese lugar, a pesar de la suciedad y el hedor, era que los precios eran bajísimos, tanto que el contratista apenas había gastado monedas a pesar de que ya había perdido, en tiempo, más de lo que le hubiese gustado y eso sin tener en cuenta la gran cantidad de oro que había perdido con aquel mercenario. No cualquiera, ni el mejor mercenario, aceptaba una misión tan peligrosa, suicida y con cierto halo de misterio como aquella si no era por una cuantiosa cantidad de dinero.
El caso es que al final todo había salido bien, su dinero había sido bien invertido, su princesa había sido sacada ilesa de aquel lugar y había llegado a su destino. Lo que le preocupaba era que ella misma se considerase una mercancía, o que considerase que él la tomaba como tal. Era su niñita, a la que debía proteger y a la que puso en peligro...por protegerla lo mejor posible fuera de ese horrible lugar, se intentaba convencer. Tenía ganas de hablar con ella, de que le explicase como se había sentido allí, como se sentía ahora. Si había sido tan duro como se imaginaba, qué le gustaría hacer, a dónde le gustaría a ir. Aunque teniendo en cuenta que apenas conocía nada del mundo exterior, veía difícil que le dijese un lugar concreto. “Lejos” le contestaría tal vez. Pero él, al fin y al cabo, tampoco conocía tantos lugares más allá del lugar en el que se encontraban.
Si había conocido a ese mercenario fue gracias a que se encontraba en esa misma taberna y escuchó los cuchicheos que aparecían tras su presencia. Nada más. Había tenido suerte, pues aunque su idea desde el principio había sido contratar a un mercenario, por algo había dejado todo preparado, no esperó encontrar a uno tan pronto, tan cerca y tan bueno, al fin y al cabo cuanto más cerca estuviese el punto de encuentro mejor era para el mercenario y su mercancía ya que tendrían que recorrer menos camino. “No es una mercancía, no es una mercancía, es mi niña”. Se recordaba todo el rato el contratista, su caballero.
La taberna se estaba vaciando a medida que la luna asomaba. Algunos se quedaban a dormir en el suelo sin que el tabernero les dijese nada, pero a la mayoría les echaba llegada la madrugada. Esa noche no importaba dormir dentro o en la intemperie, ambos lugares eran igual de insanos y con las lluvias desaparecidas nadie se paraba a suplicar o amenazar al tabernero. Ellos tenían aseguradas dos habitaciones, pero prefirieron quedarse un rato sentados en la mesa. Ninguno bebió nada y casi no comieron, pero hablaron mucho. Recordaron cosas que hacía no mucho querían olvidar y se callaban al unísono cuando querían evitar asustar a la princesa, algo que a esas alturas parecía ya difícil.
-Nunca fue agraciada físicamente, pero cumplía bien con sus labores y era fiel a su rey. Y no siempre estuvo tan amargada.-El anciano era quien mejor había conocido a aquella criada a la que, según dijo el mercenario, la propia princesa había asesinado.
-Nunca me gustó esa anciana. Odiaba a nuestra princesa y la insultaba constantemente. Incluso alguna vez amenazó con matarla con sus propias manos como se volviese a quejar. Insolencias de una vieja que todos ignorábamos.-El contratista no disimuló la animadversión que sentía por esa mujer, por algo la había usado como una herramienta que el mercenario debía utilizar para sacar a la princesa de allí.
-Al final sucedió al revés.-El joven caballero sonrió malévolamente mirando con descaro a la princesa. La princesa apartó la mirada disgustada.
-No sé que pasaría en la torre aquel día, pero tras el asesinato de la joven criada de manos del mercenario, comprendo que cualquier mofa de aquella grosera anciana fuese llevado al extremo.-Excuso el anciano-.Pero ese no era vuestro plan, por lo que comentó antes vuestro hombre.
-No...tampoco me interesaba en exceso que muriese, simplemente formaba parte del plan inicial. Le di los libros a la anciana con la excusa de que a ella le podrían interesar más que a mí leerlos, no conté con que estuviese al tanto de que esos libros eran los prohibidos, la consideraba una criada ignorante. Supongo que si le dio los libros a una criada más joven fue porque quería evitar ser ejecutada. Lo que no entiendo es por qué no avisó a su rey.
-La quería muerta.-Fueron las primeras palabras que pronunciaba la princesa en muchas horas.
-¿A aquella criada?-El contratista no quería incomodar a su princesa, pero tenía curiosidad.
-Y a mí...sabía que esa criada era mi única amiga. Supongo que planeó avisar al rey de la traición de la criada por poseer esos libros, pero tenía que planear como hacerlo sin levantar sospechas y evitando que también se abriese una investigación contra ella. No contó con que yo pidiese los libros de historia. O tal vez sí y por eso esperó, pues conocía mi desesperación y era cuestión de tiempo que buscase respuestas.-La princesa se frotó las sienes confusa-. Si los solicitaba y mi criada me los daba, ambas seríamos castigadas. Y así ocurrió. Mi amiga...la engañaron y la condenaron injustamente.
Era una niña que quería no aparentarlo guardándose las lágrimas o una mujer que no sentía nada después de contemplar la mayor crueldad en el exterior. No lo tenía claro, pero hablando de esa mujer asesinada a la que quería no mostró ni un atisbo de pena o de dolor. A cada momento que pasaba le confundía ¿Quién era esa chiquilla que había comprado? “No la he comprado, no la he comprado. La he rescatado”.
-Y por eso el mercenario tuvo que matarla tras conquistarla. Fue cruel, pero necesario para sacarte de allí...Era más profesional de lo que pensaba.-Reconoció el viejo caballero.
-¿Profesional o despiadado?-Preguntó molesto el contratista.
-No veo que diferencia hay en un mercenario.-Respondió incrédulo el más joven de ellos-.Deberíais alegraros de que matase a esa criada, si llega a tener escrúpulos nosotros no estaríamos aquí, libres de aquella ciudad y tu princesa seguiría amargada en aquella torre.
Amargada seguía pareciendo. Lo peor es que parecía no odiar al mercenario que solo actuaba por dinero. El mismo que, por trabajo o no, había matado a una inocente, el mismo que había fracasado dejándose capturar por dos caballeros. En cambio, ese odio parecía sentirlo hacía él. Él que la quería, que la amaba, que la deseaba, que juró protegerla; él que había reunido valor para luchar contra sus principios y poder sacarla de ese lugar, él que había pagado al hombre que parecía haber hecho todo. Se había mantenido en la sombra, sí, pero era la misma sombra que durante años había rechazado y que había abrazado solo por ella. Parecía que para su princesa eso no tenía valor alguno.
-Sabemos como llegaron los libros a la princesa, pero ¿cómo llegaron a vos?-El caballero de más edad no se cansaba de preguntar, parecía no estar convencido por completo de lo que estaba haciendo por ayudarle, pues había algunos cabos sueltos que el contratista se forzaba en no atar.
Un nuevo e incómodo silencio se apoderó de ellos. Ocultar la verdad era cansado. Esta verdad no le perjudicaría a él, tal vez a nadie, pero había jurado no desvelarlo, pues su auténtico dueño temía que alguien supiese que los había poseído.
-Siempre estuvieron conmigo. Yo ya servía al rey cuando nos convertimos en una ciudad impenetrable y esos libros ya los poseía. Jamás inspeccionó mis habitaciones cuando se estableció la defensa, pues se fiaba de mí.-El anciano pareció no quedar convencido con la respuesta.
-Hasta las mías fueron inspeccionadas, y llevaba más tiempo que vos junto a él.
-Parece que dudáis de mi palabra, viejo amigo. Está claro que cometió un error al no inspeccionarlas cuando ingresé en la guardia.-No le gustaba mentir.
Había sido una jornada extraña para todos. Ya desde por la mañana las cosas cambiaron para cada uno de ellos, y a pesar de no haber continuado viajando unos y esperando inmóviles otros, todos se sentían igual de cansados. El contratista pagó al tabernero después de intercambiar algunas palabras, cordiales por parte del tabernero y monosílabas por parte del contratista. El jaleo de la taberna se había trasladado al exterior. Pocos se habían quedado durmiendo en su interior, uno en el umbral donde debería haber puerta y el propio tabernero e una de las mesas situada frente al hueco de la puerta, con un ojo abierto vigilante de que nadie entrase a robar. Al contratista no le costaría creer que ese hombre no durmiese nunca.
No tuvieron que subir escaleras, pues para llegar a las habitaciones solo había que ir a la estancia del otro lado, que quería ser un pasillo, aunque no era más que otra estancia más angosta que la anterior, con tres puertas que conducían a habitaciones no muy amplias que daban al otro lado de la taberna, con cristales rotos y excrementos en el suelo. La princesa se colocó las manos sobre nariz y boca conteniendo una arcada. También se podían oír las quejas de los dos caballeros que la habían llevado hasta allí desde el otro lado de la pared. Maldiciendo la taberna, la habitación, a la gente e incluso al contratista y a la princesa en una ocasión.
-Siento que tengáis que dormir aquí. Mañana partiremos lo más pronto posible. Buscaremos una ciudad decente en la que vivir, si conocéis alguna...podemos ir allí.-La princesa no parecía dispuesta a responder-Vos podéis dormir en la cama, yo dormiré en el suelo-.Pero no se dirigió a la cama deshecha y mohosa, se limitó a mirar por la ventana. Podía verse a gente todavía pululando. Muchos durmiendo, algunos incluso abrazados. Otros todavía llorando. Había algún cadáver a las puertas de casas que habían sido asaltadas. Eran casas sin dueño fijo, el más fuerte se quedaba con ellas. No había ley allí, ni orden, ni ganas de instaurarlo, no mientras no tuviesen nada por lo que vivir.
-¿Y si digo que quiero volver?-La joven ni siquiera le miró.
-¿A la sala común? Si eso es lo que queréis, milady...
-A mi ciudad...a mi torre.-Corrigió la princesa
-No os entiendo, alteza. Creía que queríais ser libre.
-¿Soy libre?-La princesa fue brusca al realizar la pregunta.
-Claro que lo sois, estáis aquí, conmigo. No os obligaré a permanecer encerrada en una estancia, podréis dedicar el tiempo a lo que queráis, hablar con quien deseéis...
-¿Irme a donde me plazca?
-Claro, yo os protegeré.
-Sin tu presencia.-Seguía sin mirarle.
-Pero...¿por qué princesa? ¿Por qué no os dejáis ayudar? Siempre os traté bien en aquella torre, y así seguirá siendo hasta el fin de mis días.
-Si la defensa de mi padre cae, la guerra se reanudará, está gente morirá, gente inocente que de nuevo se verá enfrascada en un conflicto que nada tiene que ver con ella. Y después de, quién sabe cuantos años de guerra, volverá una época de penurias posterior al conflicto que sufrirán las ciudades menores. Veremos a más personas como las de esta ciudad, y todo por no cumplir mi único objetivo.
-Pero, princesa, si la defensa de vuestro padre cae la guerra podría acabar, el rey morir y la justicia hacer por fin acto de presencia...
-Es mejor no causar más daño del que ya hemos provocado. Quiero volver.-La princesa se giró para mirarle con unos ojos que mostraban toda la seguridad que no tenía en aquella torre-.Pero antes tengo una misión que no puedo abandonar...ni fracasar.
-Princesa, princesa...por favor escuchad. Creedme cuando os digo que la ciudad de vuestro padre seguirá intacta aunque estéis fuera de ella. Os juro que esa defensa absoluta de la que habla aquel libro se mantiene mientras vos os mantenéis en el exterior...y muy posiblemente jamás caiga.
-Muy posiblemente...-No apartaba su mirada, parecía querer creerle.
-Eso depende de vos. Si vosotros no deseáis más que amar y proteger a esa gente, no habrá daño alguno.-Estaba jugando con las palabras, su princesa no podía decidir dejándose guiar por su cabeza sino por su corazón, solo así tomaría la decisión correcta, una decisión que les afectaría a todos.
-Ahora soy yo la que no entiendo.
-Solo debéis entender que las cosas ocurrirán cuando tengan que ocurrir y que esa defensa no caerá aunque paséis toda vuestra vida viviendo lejos de ella. –Tal vez ese era el momento.
Reunió todo el valor que no había necesitado para formar parte de la Guardía Real, para desafiar a los que amenazaban con violar a su niña, para destrozar la vida de ciudadanos que solo buscaban la libertad, para escapar de aquella ciudad, para dejar la vida de su princesa a manos de un mercenario. Todo ese valor lo reunió solo para acariciarla la mejilla suavemente, para sujetarle delicadamente la cabeza, para aproximarse lo que jamás se hubiese aproximado en aquella torre, para cerrar los ojos y sentir su aliento cerca...y el calor de su mano impactando contra su cara.
-No te atrevas.-Le advirtió.
-Perdonadme, por favor.-El caballero se arrodilló, se había dejado llevar después de años conteniéndose-.Pensé que...solo quiero vuestra felicidad junto a mí. Yo os protegeré para que no os pase nada. Mientras estéis a salvo, nada le pasará a la ciudad. Hacedlo por ellos -señaló a los moribundos del exterior-, por vos, no volváis allí, permaneced a mi lado.-Algún día, con el paso del tiempo, aprendería a amarle y ambos serían tan felices como se merecían.
-Si es verdad lo que dices me mantendré a tú lado, pero solo si demuestras que me concedes la libertad, aunque sea junto a ti, de viajar a un lugar.
-Por supuesto, milady, viajaremos hacía donde vos queráis.-No contaba con que conociese ningún lugar fuera de la ciudad impenetrable.
-Entonces, mañana quiero que me lleves a...a...al lugar más alto del reino, en lo más profundo.-La princesa le miraba fijamente, como si en sus ojos pudiese encontrar la respuesta de ese acertijo, como si encontrarle a él fuese lo más importante para la princesa, incluso más que esa gente.
-Esas palabras fue las que dijo...
-...el mercenario. Sí. No conozco ese lugar, pero seguro que tú sabes algo.
-¿Por qué querríais volver a ver a ese bribón?
-No te atañe, asuntos privados de una mujer libre con el hombre que la raptó.
-Fue un rescate, milady.
-Fue una compra, más bien. Si os arrepentís de haberme tratado como una mercancía, dame la posibilidad de actuar como una persona y viajar conmigo a aquel lugar. Juraste protegerme para que cumpliese mi objetivo.
-No ese...sea lo que sea lo que os hayáis propuesto.
-Si no puedo cumplir ese objetivo no podré vivir en paz y cumplir el que en un principio se me dio. Una vez que esté limpia podré vivir tranquila...contigo...y por ellos.
El contratista era un caballero, un hombre de honor, fiel a su palabra. -“Soy un caballero, soy un caballero, lo fui y lo sigo siendo. La ayudaré si lo que quiere es venganza, mataremos juntos a ese mercenario y juntos viviremos para proteger a la gente de la guerra, de la forma que sea, fundiremos nuestro amor algún día y entonces solo importará nuestra felicidad”.
-Os ayudaré.
-Bien. Pero ya te lo advierto. No habrá besos, ni caricias, ni historias de amor, ni mucho menos sexo. Si hace falta firmaré un contrato como el del mercenario. Somos una compañía, nada más.
El contratista no podía evitar sentir cierto dolor al pronunciar esas palabras la princesa ¿por qué no le amaba como él a ella? ¿Había hecho algo en el pasado? -“Formé parte de la Guardia Real, solo es eso, nada más. Cuando se haya olvidado de que pertenecí a la Guardia Real, cuando se haya olvidado de que fui el contratista, todo seguirá su curso natural”.
Habían parado las lluvias y cuando parecía que la época de calor estaba a punto de concluir, el bochorno volvía a aparecer por la noche. Ni entre los cristales rotos corría algo de brisa y para colmo, entre los excrementos y el olor que desprendían, no había quien respirase allí. La princesa estaba ya dormida en la poco apetecible cama. Estaba exhausta. Él dormía en el suelo, o lo intentaba. Las cosas habían salido bien, pero nada era como se había imaginado en sus sueños. Amar sin tapujos estaba doliendo más que haciéndolo en secreto. Alzó un poco la mirada para observar a su niñita, ya tan madura y tan segura de lo que hacía, con los hombros desnudos y tapada hasta los pechos a pesar del calor.
La deseaba tanto. Deseaba con tanta intensidad meterse en su cama, deseaba tanto acariciarla la espalda, masajearla...Quería abrazarla, rozarle los pequeños pechos con delicadeza. Pasar la lengua con suavidad por los pezones, sentir sus piernas en torno a su cuerpo, meterse en su interior, como si fuesen solo uno. Jamás había ansiado de esa manera su cuerpo, antaño solo le preocupaba ser correspondido. El miembro se puso erecto preparándose para algo que jamás llegaría, no con ella. Cuando más pensaba en la imposibilidad de hacer el amor todos los días de su vida con aquella niña adulta, más dura se le ponía. Y cuanto más dura se le ponía más se incorporaba en el suelo, más le empujaba a tumbarse junto a ella. Se levantó.
Caminó como pudo hacia la cama, se puso de rodillas y la observo durante un tiempo que no calculó. Alargó el brazo hacia su pelo, tentado a acariciárselo, a acercar su boca para susurrarle palabras bonitas al oído diciéndola cuanto la amaba y deseaba, para suplicarla que la dejara formar parte de su vida como algo más que un socio de una compañía. Pero esta vez escuchó a su voz interior, la voz de la cordura, la voz del caballero, la voz del honor. Se levantó frustrado, con el corazón palpitando de amor y de rabia. El pene palpitaba también sin control, no podía responder a su llamada, sería tan fácil...ahora entendía a los otros caballeros. Pero él no era ningún violador, no podía hacerlo y menos a ella, la mujer de su vida. Se apartó de la cama, asustado de si mismo y de un futuro sin ella. Se acercó a la puerta y maldiciendo entre susurros se fue de la habitación. Volvió a la sala común. Dejó una moneda de bronce en la mesa del tabernero que parecía sí dormir por las noches. Cogió una jarra y se sirvió una cerveza muy poco apetecible. Estaba turbia, olía a podrido y estaba avinagrada, pero era la única forma de tranquilizarse, de olvidar lo que le pasaba por la cabeza, de bajar la erección. Bebió todo lo que no había bebido en esas semanas, sentado en la misma mesa de siempre, sollozando como un joven campesino al que hubiese dejado su pareja. Él ni siquiera tenía eso.
Al principio le costó tragar la cerveza, después fue como si bebiese agua. Se sirvió varías jarras, hasta que se hartó de levantarse y arrastró con cuidado el barril a su mesa. Siguió bebiendo mientras debía estar descansando. Comenzó a sentirse mareado, pero ya no sentía ganas de violar a la princesa, ni de masturbarse pensando en ella. Prefería perder el honor bebiendo alcohol y embotando sus sentidos que pensando en esas cosas. Lloraba, maldecía, rezaba...suplicaba a los dioses, les pedía perdón e incluso les maldecía. Ya no sabía ni lo que decía.
-Prin...cesa...¡os quiero! Soy un imbécil sin honor...era lo único que tenía y ¡hic! Ya no tengo nada, ni a ti. Soy un degen...erado más.-Le costaba hablar y pensar con claridad. Había sido mala idea mover tantos hilos para nada. Por mucho que acabase viviendo junto a ella sería tan tortuoso como en aquella torre, sin poder tocarla y tal vez ni siquiera mirarla o hablarla, no podía controlarse ahora que la justicia del rey no le ataba. Era un desgraciado, un borracho más de esa taberna que no tenía a donde ir ni un amor correspondido por el que vivir. ¿Qué había hecho? ¿Qué estaba haciendo?
Había sido un gran caballero, soñaba con ser respetado, justo con la gente, valeroso...soñaba con ser amado. No podía pensar en otra cosa, ya ni borracho. Escuchó los rugidos de su corazón. ¡Era un león! Un león hambriento que no podía dejarse derrotar por el hambre que sentía hacia ella, debía luchar contra si mismo. Pero cuando quiso darse cuenta de que los rugidos de su corazón eran en realidad de un estomago revuelto por culpa de la cerveza, ya estaba vomitando sobre la mesa. La mala alimentación, los nervios...todo fue a peor cuando ingirió esa cerveza. El esfínter se aflojó, pero esta vez sin control. Sintió la calidez en sus partes. No había conseguido que ella le provocara esa calidez, solo era mierda reblandecida, tan liquida como la bilis que empapaba la mesa y que sentía gotear hasta en los genitales.
-Llevo conteniendo mierda durante años, no soy más que eso-lloraba mientras se olía a si mismo, casi tan mal como aquella taberna-. Me he dejado llevar...otra vez.-Dejo caer la cabeza contra el vómito, empapando el pelo ya de por si sudado. Vomitó más veces despertando a un hombre que dormía en el suelo y al que pareció no importarle ver como la mierda goteaba por su pantalón-.Princesa...perdonadme...
Entre sus propios sollozos oyó un pequeño gemido de mujer al otro lado de la pared, parecía su niña. Cerró los ojos para imaginarse que era la princesa gimiendo mientras follaban. Sonrió con las comisuras manchadas de más bilis. Después oyó un golpe seco que le devolvió a la realidad. Tenía los ojos entrecerrados y apenas podía tenerse en pie, pero intentó ir a ver que pasaba. Se levantó de golpe sintiendo el peso de sus excrementos bajo su ropa, teniendo que apoyarse en la pared para vomitar otra vez y cayendo finalmente contra el suelo cuando intentó correr. Se desmayó sin remedio mientras veía a su amada con otro hombre. -“Es mía...no os vayáis con otro, yo os quiero. Sois mía...”-El hombre que se la llevaba sonrió. Incluso borracho, detestaba esa sonrisa.
-La primera imagen pertenece al usuario de deviantart Satibalzane: http://www.deviantart.com/art/Congiura-142600709
-La segunda imagen pertenece al usuario de devianart ValkAngie: http://valkangie.deviantart.com/art/The-King-Bedchamber-162677106
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