lunes, 17 de febrero de 2014

Corazón Impenetrable(VIII)




ACTO VIII
GLORIOSO GUERRERO






 Era tan patético como le había parecido siempre. Se había preparado para la que creía la parte más complicada de su misión, pero no había resultado más que un juego de niños. Se había levantado de la cama despacio, esperando que la quietud de la noche llevase a todos al sobrevalorado mundo de los sueños. Se puso las botas, no sabía si más sucias de barro o mierda. Se colocó la capa, cogió sus dos espadas y se introdujo con sumo cuidado en su habitación no sin antes poner la oreja sobre la mugrienta madera. Nada, ni palabras, ni suspiros, ni ronquidos.

 Esa quietud podía significar cualquier cosa, por ello entró como si nada, se habría equivocado, simplemente eso. Pero no hizo falta mentir. El guardián no estaba con ella, se había cansado ya de su tan caro juguetito. ¿Estaría sin estrenar? Parecía dormir tranquilamente. Un juguete roto y usado no podía dormir con tranquilidad, algo de lo que no parecía poder fiarse con ese juguete que parecía hecho de una tela especial. No le extrañaba que tantos niños se pelearan por poder probarlo. Muchos habían querido hacer cabalgar a aquel muñeco de trapo sobre un caballito carnoso y duro sin ningún éxito.

 A él no le gustaba dejar que cualquier ramera montara sobre su caballito, el prefería dejarlo en libertad, guarecerlo de la lluvia lechosa en una cueva calentita y oscura con otros caballos, lejos de los alegres y peludos conejitos de los bosques, inocentes en apariencia, pero que no dudaban en morder al caballo que se encariñaba con ellos si tenían ocasión. Su caballo llevaba demasiado tiempo encabritado sin poder entrar dónde él quería, no era fácil en cualquier lugar, pero menos en donde él había vivido. La visión de aquella muñeca semidesnuda con su conejo listo para atraparle en sus fauces no le excitaba lo más mínimo. Tenía que cazar cuidadosamente al animalillo, si lo despertaba podía ser más peligroso que un dragón...”no mentía cuando decía aquello”.

 Mientras se acercaba cautelosamente sonreía como el imbécil que reconocía haber sido. Un imbécil con una importante misión que había jurado cumplir y que necesitaba de aquella muñequita endiablada para completarse, una misión que estaría complacida de cumplir. Había llegado el momento de amar, de conocer y si era necesario de follar. Parecía que la encantaban los gilipollas como él que sonreían por cada gilipollez que pasaba frente a sus narices, así que estaría complacida de que se la llevase. Desde luego iba a darle una mejor vida que el hombre que la había comprado y ni siquiera necesitaría su dinero para hacerlo

 Cuando estaba lo suficientemente cerca para golpearla tropezó con una de las botas que la mujer había dejado junto a la cama. Ésta abrió los ojos repentinamente y miró a su izquierda, tras lo que se levantó con rapidez. No creía que le hubiese reconocido en la oscuridad, pues la luz de la luna que entraba por la ventana rota le iluminaba solo el pecho. La princesa intentó abofetearle, ya que no tenía arma alguna con la que defenderse. Él fue lo suficientemente rápido como para pararle la muñeca sin conseguir que ella se detuviese, comenzando a forcejear. Unos segundos forcejeando fueron suficientes para que la mujer se diese cuenta de que no podía hacer nada más que gritar. El hombre la tapó la boca a tiempo mientras la joven se limitaba a gemir. No sabía que decirla para que se tranquilizase, tal vez nada la tranquilizara. Le hubiese gustado hacer menos ruido y ser más eficaz, pero ya daba igual, tenía que zanjar eso. La ausencia del caballero había facilitado la misión como para complicarla en algo tan estúpido con una niña que tenía mucho que aprender. La empujó contra la pared mientras mantenía la mano sobre su boca, dándola un golpe en la nuca que tuvo que oírse en la habitación de al lado, la sala común.

 Cogió a la princesa con la delicadeza propia de un caballero y la sacó de su habitación como si fuera una dama en apuros. Volvió a la sala común y allí se lo encontró, tan patético como le había parecido siempre. Tenía lo que parecía restos de vómito en el pelo, la boca y la cara en general; un poco por la nariz, otro poco por la frente e incluso junto a los ojos. Intentó decir algo mientras movía de forma absurda las piernas sin ningún resultado, consiguiendo solo manchar más aún el suelo de mierda líquida que se filtraba por su pantalón. Al ver ese lamentable espectáculo digno de todo un caballero de la Guardia Real no pudo menos que sonreír.

 Le pasó por encima con despreocupación, con su sonrisa y con su princesa en brazos y se dirigió a la salida dejando al tabernero con un ojo abierto tras él y otro hombre despierto que prefirió hacer oídos sordos. Pasó por encima de otro vergonzoso ser que dormía en el umbral y montó a la princesa sobre su caballo, montando él tras ella. Dormidita estaba mucho mejor y el viaje se le haría más corto, había pensado en todo solo para que su alteza estuviese cómoda.

 Echó un vistazo a la ciudad que irremediablemente despreciaba y a las pobres gentes que despertaban ante los sonidos del caballo, tirados en la calle con apenas ropa ni ganas de vivir. Si su misión salía bien tal vez tuvieran una oportunidad...oportunidad de morir tranquilos dejando su inmundicia para los gusanos. Golpeó con el pie a su montura comenzando así su viaje de regreso a casa. Ya era hora de volver, y no de cualquier manera. Volvía con ella, la princesa de la ciudad impenetrable, la mujer que había dado sentido a su vida. La mugre, la enfermedad, el miedo, el horror...todo quedó atrás. Una amplia llanura se abría frente a ellos, un manto de oscuridad se cernía sobre sus cabezas y una montaña lejana le marcaba el camino. No tardaría en salir el sol por su derecha, iluminando un camino despejado de peligros en el que solo se podía esperar la gloria, su tan merecida gloria.

 Cabalgaba pensando en lo que pasaría a partir de ese momento, cuando cruzase al otro lado, cuando se volviese a encontrar con ellos. Todas las noches pensaba en él, en ella, en su misión. Solo había que ser paciente, no le habían puesto tiempo límite en aquel contrato tan especial, era un contrato que no se firmaba con tinta sino con sangre; la sangre de un hijo, la sangre de un hermano, la sangre de un amante, la sangre de un auténtico guerrero, de una copia de mercenario, de un falso caballero. La princesa ya había dado mucha guerra durante todo ese tiempo, esperaba que en este viaje estuviese tranquilita como en los últimos días del anterior.

 Por desgracia, cuando el sol solo llevaba unas horas sobre su cabeza la princesa despertó. Al principio lo hizo de forma tranquila, pero cuando se dio cuenta de que estaba cabalgando dio un salto sobre el sillín e intento darse la vuelta para descubrir la identidad de su jinete, él se lo impidió mientras se inclinaba hacia ella con cuidado.
-Adivinad.-Las palabras fueron tan solo un susurro para evitar que reconociese su tono de voz.
-¡Déjate de juegos imbécil! ¿No serás...no serás...él?
-Lo soy.-Afirmó en otro susurro.
-¿Él?-Repitió sorprendida la princesa.
-Yo.-El juego le parecía tan estúpido como gracioso.
-Tú...-La princesa parecía estar más tranquila.-Solo a ti te gusta hacerte tanto el misterioso y el gilipollas.
El jinete le llevó una mano sobre los pequeños pechos que tantas desgracias habían causado y a tantos caballos encabritado. Se sentiría complacida de sentir las manos de su mercenario otra vez entre sus senos y él quería comprobar como reaccionaba.

 La princesa no hizo nada durante varios segundos, incluso le pareció que había cerrado los ojos y soltado un gemidito, aunque detrás de ella y con el ruido de los cascos del caballo no estaba seguro. Al final reaccionó e intentó apartar furiosa la mano de sus tetas.
-¡¿Se te ha pegado algo de esos hijos de puta?! A la princesa pareció no hacerle gracia su actitud aunque hacía escasos segundos había parecido todo lo contrario.
La hizo caso y dejó de manosearla los pechos para bajar la mano hacia el conejo cubierto de telas, le encantaba jugar a ese juego. Más de una vez había jugado a algo parecido, se metía en la prohibida madriguera del conejo solo por probar, aunque al igual que en ese momento el caballo se mantenía cabizbajo y arrugado. Disfrutaba del juego engañando a su presa de cuatro patas. Sabía como hacerlo, sabía donde meter el dedo, aunque en esa ocasión era más que un juego. Dudaba que siguiera siendo virgen, pero si lo era, solo con un dedo y con el roce del sillín mientras cabalgaban podría romperle fácilmente el himen, por lo que tuvo cuidado. Al poco de introducir el dedo notó como comenzó a humedecerse. La estaba gustando, pero solo porque era su querido mercenario, estaba claro que la excitaba...tal vez incluso le amase.

 Antes de que la mujer volviese en sí y dijese nada apartó el dedo y volvió a agarrar las riendas.
-¿Por qué lo has hecho?-Intentaba recuperar la compostura sin elegancia, respirando entrecortadamente y fingiendo enfado.
-Pura curiosidad-respondió en un tono de voz normal, sin ocultarlo entre susurros-,tengo que comprobar la mercancía antes de entregarla.-Al fin se había dado cuenta de quién era.
-Eres...
-Un mercenario, o lo más parecido a él. Soy un mercenario con honor que no actúa por dinero, si es que existe ese tipo de mercenarios, claro.
-Tú no eres un mercenario...no el que yo conocí.
-Me estaba divirtiendo un montón fingiendo que lo era, me lo pusisteis en bandeja, mujer.
-¿Cómo te has atrevido a tocarme, bastardo?-La princesa esta vez se pudo girar sin impedimentos.
-Venga...no seáis así, os ha gustado aunque fuese creyendo que eran las manos de aquel mercenario la que os excitaban. Entiendo que esas curtidas manos os exciten-sonrió-.Además, no creáis que he disfrutado haciéndolo, ya os dije que solo comprobaba la mercancía, es cierto que soy algo parecido a un mercenario.
-Solo eres uno de esos repugnantes caballeros de mi padre.-El despreció se reflejaba en sus ojos y su voz.
-Os equivocáis con el veredicto, pero ya lo comprobaréis.
¡Suéltame!-La princesa forcejeó sin éxito, el caballero la mantenía presa entre la crin y su pecho.
-No molestéis hombre, mostrad un poco de educación. Al final esa criada a la que matasteis iba a tener razón.
-¡¿Dónde me llevas?!-Gritó desesperada la princesa.
-A cumplir vuestro objetivo. ¿No queríais hacer lo correcto para ayudar a las pobres víctimas de la posible guerra? Pues eso haréis. Os llevó donde debéis estar.
-Mi torre...
-Será un viaje largo, así que poneos cómoda e intentad disfrutar. Me muero por, llegado el día, ver la cara de vuestro padre.

 Al final tuvo que atar con el cinto a la princesa, colocando una de sus espadas en el caballo y otra en la espalda, por lo que tuvo que quitarse la capa verde dejándola tirada en el camino. Manteniéndola atada a una roca aprovechó para cazar algo que pudiesen llevarse a la boca, al fin y al cabo necesitaban comer algo después de haber pasado un día entero en aquel asqueroso lugar sin un alimento decente que llevarse a la boca. La princesa se negó a comer nada, él decidió no forzarla a hacerlo...por el momento. Tenía sueño, pero prefirió no dormir mucho, no se quedaba a gusto dejando sin vigilancia a la princesa por muy atada que estuviese.
-No os enfadéis por lo de antes, mujer. De verdad que no pretendía abusar de vos.-La princesa se mantuvo callada mirando a la roca a la que le había atado-.Solo era un juego-era más que eso-. Es vuestro orgullo la que no os deja disfrutar, gemisteis de placer, os humedecisteis y, aunque me cuesta creerlo, parecía la primera vez que lo hicieseis con la ayuda de otro.-Silencio fue la única respuesta que obtuvo el nuevo secuestrador-.No me creo que seáis virgen, seguro que aquel mercenario os hizo una mujer en aquella granja, seguro que ardió por la pasión con la que follasteis en la cama de aquellos campesinos. Vamos, chica, follar es algo normal aunque en vuestra torre pareciese un pecado. Es lo único que nos da la máxima felicidad, cuando lo hacemos con quien queremos, claro. Incluso practicarlo para utilizar a otra persona te hace sentir poderoso, sin forzarla quiero decir. No me toméis por un violador como los otros, ni muchos menos un necrófilo, solo disfruto dando placer. Tenéis mi palabra de que no os volveré a tocar si no queréis...¡¿Qué digo?! aunque queráis no lo haré. A pesar de que os cueste creerlo no suspiro por vuestro coñito inmaculado ¿o no tan inmaculado? Vamos, decidme solo eso por favor. Con el pantalón puesto no he podido comprobarlo como es debido.
 La princesa se giró con mirada sería y tranquila a pesar de haber sido secuestrada por segunda vez en menos de un mes.
-Él jamás me tocó cuando salimos de allí, me mantuvo tan virgen como en los veinte años que pasé en esa torre. Era un hombre de verdad, no como tú.
-Sí que es un hombre de verdad, eso es innegable, aunque un poco aburrido si no os llevó a la cama, no digo a la fuerza, pero sí conquistándoos. Me extraña que él no lo hiciese, a lo mejor el problema está en vos.
-A lo mejor el problema está en todos vosotros, degenerados y obsesionados por el sexo.
-Todos lo estamos, mujer. Dime que jamás te has metido el dedo como hice yo antes, dímelo.
La princesa le escupió.
-Me das asco.
-No me excito pensando en cómo vos, aburrida, os inspeccionabais los bajos en busca del único placer que podíais experimentar allí encerrada, ni os juzgo, claro.-Se limpió el escupitajo sin dar importancia a aquella impertinencia-. Solo digo que es algo natural, los dioses nos han hecho así...o la naturaleza, lo que sea. Parece que la sangre se acumula en el miembro y necesita urgentemente sentir...el qué ya es otra cuestión, pues sobre sexo no hay nada escrito.-La princesa volvió a apartar la mirada-. El sexo da la felicidad, con el nos reproducimos, es la máxima de la vida, no debería practicarse a escondidas y nadie debe decidir con quien ha de hacerlo otra persona. El placer es libre mientras no dañes a otros ¿no?
-La próxima vez caza a un conejo y antes de comértelo fóllatelo para desahogarte, pero a mí déjame en paz.
-El único conejo que he cazado me lo comí antes de follármelo, ya me entendéis.-La informó con una sonrisa y la esperanza de conquistarla de la misma forma que aquel apañado mercenario.- Y en cuanto a vos... Hasta los dragones follan, dejad de escupir fuego, así no conseguiréis aplacar vuestros deseos y miedos. Os entiendo mejor de lo que pensáis, llevo sin follar el mismo tiempo que vos ¿qué os parece?
La princesa le miró de reojo sin poder ocultar cierta curiosidad, pero enseguida volvió a apartar la mirada con desdén.
-Empecé pronto a sentir ciertas inquietudes e incluso experimenté más de una vez. Si llego a saber que iba a pasar veinte años sin que mi caballito volviese a la acción me hubiese estado quietecito y lo hubiese dejado en la cuadra, ahora ansía volver a aquel lugar oscuro.

 La charla sobre sexo no estrechó su relación. Tampoco le importaba, no sentía ningún tipo de simpatía hacia la princesa, simplemente le molestaba que fuese tan arisca y orgullosa. Por lo menos se divertía ruborizándola y jugando con ella, eso sí, sin meterla mano, era cierto que no tenía ningún interés por lo que tenía entre las piernas más allá de la importancia que tenía para su misión. El silencio era el tercer viajero que iba sobre ese caballo, un silencio que el secuestrador rompía de vez en cuando para hacer alguna broma molesta que la princesa ignoraba. Parecía asumir su destino, no importarle lo que pasara con ella, había madurado en aquel viaje, posiblemente gracias al mercenario que la sacó de la torre. Tal vez fuese más mujer que su valiente hermana, que se habría tirado ya a medio castillo. Hacía tanto que no la veía...

 Las lágrimas de la llanura se habían secado con el paso de los días, el sol brillaba como lo había hecho hacía muchos días atrás, sin apenas nubes en el cielo, sin  la amenaza de tormentas que entorpecieran su viaje y con el calor que hacía años no sentía en su interior. Los cascos del caballo golpeaban con fuerza la tierra que recibía las herraduras con dignidad, revolviéndose lo normal con un golpe como ese, pero volviendo a su sitio, manteniéndose dónde debía estar, firme, formando la enorme llanura iluminada por la luz de cada nuevo día.

Esa llanura era ella; variable, pero estática; infinita para la vista, pero con un límite peligroso. Las herraduras eran ellos, piezas de hierro que sostenían el peso de la montura compuesta por la carne de los habitantes del reino que viajaban con diferentes rumbos según el jinete que las dirigiese. Cuatro herraduras, cada una con su particularidad, todas dispuestas a cumplir su labor, viajando al mismo destino cada una a su manera. Se había acostumbrado a su sonido; primero rey, luego mercenario, después...el falso caballero. La última era muy parecida a la herradura del rey, del mismo material y el mismo herrero. Golpeaba de la misma forma, con la misma intensidad, pero más tarde, pues se mantenía en la pata trasera junto a la suya, que a su vez se parecía a la del mercenario, para algunos esa cuarta herradura era erróneamente el usurpador. Rey, mercenario, falso caballero, usurpador; rey, mercenario, falso caballero, usurpador...y así durante todo el viaje. El caballo relinchaba cansado, pero no se detenía: Rey, mercenario, falso caballero, usurpador: rey, mercenario, falso caballero...La tierra seguía firme, mirando al infinito sin una lágrima, revolviéndose lo justo y aguantando el peso de las cuatro herraduras.

 La primera se había mantenido hundida demasiado tiempo en la tierra, tanto que había conseguido sacar agua subterránea; después llegó la segunda herradura, que golpeó con delicadeza y firmeza a la vez, revolviendo la tierra más que ninguna y provocando que la propia tierra, todavía húmeda por el agua subterránea extraída por la herradura anterior, se pegase a ella con desesperación; la tercera acababa de entrar en contacto con ella, pero prometía moverla tanto como la segunda aunque sin conseguir que se pegase, todo lo contrario, pues la tierra ya estaba seca y dispuesta a desprenderse del hierro; la cuarta no tardaría en golpear, su golpe sería definitivo para la llanura que, en algún momento tendría que sufrir la repetición del proceso, pues el caballo seguiría al galope. Hasta que el caballo no muriese y su jinete cayese las herraduras jamás dejarían de pisotear la llanura, quedando entonces esas herraduras enterradas en la tierra que dejaría de extenderse para siempre. El caballo que poseía esas herraduras le llevaba a ella, pero ella no le importaba al caballo ni a sus herraduras, ni siquiera al jinete; importaba el destino, el lugar al que la princesa era llevado.

Una montaña era lo único que se veía, una imponente montaña que extendía sus gigantescos brazos por este y oeste, dispuesta a engullirles cuanto más se adentrasen. Tan impredecible como el destino, tan agobiante, tan imponente, tan oscura, tan desafiante. Podrían haberla rodeado, pero la tierra descendía bajo su peso encontrándose solamente el único camino al que llevaba el destino, la muerte. Decenas de pequeños pueblos sin reconstruir, huesos todavía sin reconocer, cientos de casas olvidadas...los rastros de la guerra todavía eran visibles en aquel oscuro e inmenso lugar entre las dos montañas. Los túneles escarpados en la roca tal vez ni siquiera siguieran abiertos, aunque era la forma más habitual de viajar hacia las ciudades en apariencia protegidas bajo aquel imponente y espacioso cañón. Rodeando la montaña también se podía subir, se podía ser tan osado como para intentar escalar las rocas que la componían, pasar por encima del destino, pero entonces el final que te esperaba era el mismo: la muerte. Aquel lugar era el más alto y peligroso del reino, seguro para esconderte si sabías desafiar al propio destino. Formaba una improvisada separación, una frontera creada por la naturaleza que había servido durante cientos, incluso miles de años, en batallas y guerras sin sentido como aquella.

 Antaño, pequeñas guerras habían enfrentado a los habitantes de aquel lugar, pueblos y ciudades situados bajo el cañón, sobre él y más allá de él, de donde ellos venían. A medida que el reino se extendió, en ese lugar se tuvieron que entablar forzosas relaciones de paz para que, a pesar de su enormidad todos fueran uno contra el enemigo exterior miles de millas más allá. Era un lugar extraño, como si alguien hubiese plantado esa montaña en forma de “v” invertida de la nada, o como si las cordilleras adyacentes hubiesen sido derrumbadas con el paso del tiempo y la guerra. Tras la “v” invertida, cien millas más allá, se encontraba un volcán apagado, espectacular para la vista, tan grande que abarcaba tanto como aquella montaña paralela. Se habían construido murallas en torno a los brazos de la montaña y túneles bajo ella para acceder al otro lado. Lo mismo habían hecho en el volcán, pues en su interior yacía una ciudad, la antigua capital del glorioso reino. Tras el volcán se encontraba una inabarcable cordillera que defendía fácilmente de todo lo que hubiese en el desconocido norte, pues nadie había podido viajar por esas montañas sin perderse.

 Viendo ese paisaje era fácil pensar cómo había sido millones de años atrás. Un lugar montañoso con un gran volcán custodiando la parte central cuya lava había formado un inmenso río que separó con el tiempo las cordilleras. Las situadas más al sur, de alguna forma habían desaparecido quedando extrañamente esa montaña en forma de “v” invertida aislada. El volcán había dejado de exhalar fuego y su río se había secado. Era un lugar maravilloso, cautivador, acongojante y misterioso...tenía ganas de volverlo a ver. Si no se rodeaba bajando hacía dónde el río de lava, más similar a un lago, había erosionado la montaña en el pasado, ni subiendo por la montaña hasta la primera obertura situada en el meridiano de la gran roca, la única forma de llegar al otro lado era por el valle. Con suerte la escalera de piedra llevaría todavía directamente hacia esa primera obertura, pudiendo pasar por el extenso y estrecho puente de piedra que comunicaba con el muro natural del volcán y que esperaba hubiesen mantenido seguro durante los veinte años que había pasado fuera.

 Espoleó al caballo para adentrarse más rápidamente al valle. Deseaba ver de nuevo las grandes cascadas, los altos y verdes árboles, las pequeñas casas junto a la roca, la fuente sobre la laguna que reinaba aquella paz, pero sabía que ya nada sería igual. A medida que se dejaban abrazar por los brazos del destino recordaba que lo único que quedaba en aquel lugar era la muerte y el olvido.
-Pasé muchas horas dormida, pero no tantos días.-La princesa miraba asombrada y confusa la montaña que les acogía-.No recuerdo pasar por aquí en nuestro viaje.
-Eso es porque jamás habéis estado aquí.-A pesar de la muerte y el olvido el falso caballero sonreía.
-No vamos a la ciudad impenetrable...no vamos a mi torre.-Era sorprendente que la princesa pareciese decepcionada al descubrirlo.
-Vamos a la capital del reino.
-No es cierto, la capital...
-No siempre fue vuestra ciudad, querida. Estáis a punto de conocer el auténtico esplendor del reino que con tantas ansias pretendéis proteger. Mi hogar...

 La princesa no se quejó ni preguntó. No era donde debía estar, pero sí donde quería. Quería salir de esa deprimente torre y conocer mundo, ahí lo tenía. Además, aunque no lo sabía era ese precisamente el lugar en el que debía estar si quería salvar al reino. El torso de aquel inmenso ser rocoso hundido en la tierra les recibía sobre sus cabezas. La princesa no habría visto jamás un lugar tan alto. Alzaron sus cabezas para observar la del titán que parecía tener una pequeña boca e incluso unos ojos cerca de la frente, casi imperceptibles a esa distancia. El falso caballero hizo que su caballo, el de verdad, el que montaban, se encabritase desde el saliente elevado en el que observaban tal espectáculo. El valle debía recibirle, aunque fuese en silencio. Debía sentir su presencia.

 En efecto, nada quedaba de las grandes cascadas. Los surcos en la tierra se mantenían secos como un rastro marcado por las lágrimas, ya no existía la vida, por lo que tampoco el dolor. Bajo la montaña el valle vestía de luto, su hierba estaba ennegrecida todavía por los fuegos de la guerra y las casas derruidas, algunas parecían haber sido aplastadas por la propia montaña. La laguna central era como un pequeño cráter provocado por la pisada de un gigante, con más hierba reseca en ella y la esplendorosa fuente despedaza y enterrada. De niño adoraba ese lugar, había jugado subido a los árboles ahora sin hojas, había rodado por la hierba ahora tan oscura como la roca, se había bañado bajo las cascadas por las que ahora solo caían polvo y arenilla, se había enamorado desde el primer día que llegó bajando por la escalera de piedra tan concurrida entonces por viajeros que hacían cola por llegar a la capital. En una de esas casas, con tan solo ocho años, había perdido la virginidad y había sido la persona más feliz del reino, seguramente del continente. Había pasado mucho desde aquello, ya no era el de antes, ahora era un caballero, un farsante, un traidor, un secuestrador, un hombre glorioso que había cumplido su misión, el hombre que devolvería el esplendor a aquellas tierras.

 Descendieron con lentitud todavía montados en el palafrén. La princesa contemplaba el desolado lugar con respeto y solemnidad. Agradecía que una niñata como ella mostrará respeto por un lugar como aquel. Todos los días durante esos veinte años el valle de las lágrimas y lo que había tras él se había mantenido en su mente. Si aguantaba en aquella otra ciudad era por volverlo a ver. Era curioso, en el pasado las lágrimas que daban nombre al valle eran de alegría, de prosperidad; las lágrimas que liberaban el corazón y purificaban el alma. Ahora que no había lágrimas era el lugar más triste que había visto nunca, más triste incluso que las inmundas ciudades que habían pasado. Tenía auténticas ganas de llorar, de derramar las lágrimas de dicha que hubo en el pasado por cumplir su misión y las lágrimas de tristeza que debería derramar la montaña ahora, con un lugar tan bello destruido. Pero se mantuvo como el propio valle, tranquilo, desolado, pero sin derramar ni una lagrima, sin mostrar la belleza que guardaba en su interior.


 Entraron en una de las casas menos afectadas por los derrumbes. Todavía se veían las marcas de los filos de las armas en la piedra, los huesos sobre la madera. Huesos destrozados, huesos desperdigados, huesos de niños, huesecillos perdidos entre el polvo. Estaba oscureciendo, y a pesar del calor de los días y de estar envueltos por la montaña el frío les abrazaba, el frío de la soledad, el frío de la muerte. Ató a la princesa con una vieja cuerda que encontró en la casa al cabecero carcomido de una cama llena de arenisca, pero en la que se podía echar si quería sin demasiados problemas, y se volvió a colocar el cinto que había utilizado como grilletes. Él salió de la casa, si quería intentar escapar que lo hiciese, no podría salir del valle sin que la cogiese. Incluso el aire viciado del lugar le sentaba bien, conseguía hacerle recordar días pasados y mejores aunque el aroma de antaño no tenía nada que ver con ese. Miró la casa en la que tanto tiempo había pasado en su infancia. Era una de las más afectadas, tenía el techo desplomado y las paredes agujereadas, aún así se acercó para contemplarla más de cerca. Gracias a la diosa del valle él no había estado allí aquella mañana. Comenzó a escalar sobre los escombros para meterse en la estancia más próxima a la roca de la montaña. La roca estaba tan fría como la recordaba, la había sentido en la espalda desnuda mientras introducía el pequeño miembro tembloroso. Se sintió tan bien, estaba tan enamorado...Habían pasado veinte años que no le habían hecho olvidar, pero sí habían trasformado sus sentimientos. El amor se había convertido en melancolía para transformarse después en miedo. ¿Le estaría esperando? ¿Seguiría con vida? Una lágrima quiso asomar, pero a pesar de no estar en presencia de la princesa la contuvo. Nunca le había gustado llorar...cuando lo hacía le llamaban mujer y lo detestaba tanto como su hermana. Habría dicho que no tenía miedo a nada más que a su perdida, por eso había aceptado aquella misión. Quería recuperar aquel lugar, su pasado, quería asegurar su futuro, quería demostrar su valía, su honor. Quería que la gloria de su ciudad y de aquel valle se forjase de nuevo, pero esta vez con sus propias manos, las del guerrero glorioso que había nacido para ser. Pero ahora no era más que un caballero farsante, un vulgar secuestrador.

 Incluso en ruinas, la luz de la luna impregnaba de belleza el lugar. Las tonalidades oscuras se fusionaban con maestría, un azul tan oscuro como el negro de la montaña y la hierba se colaba en las casas derruidas, la laguna seca y los surcos de la montaña. La diosa del valle bendecía su camino, incluso hundido en las sombras del destino había esperanza. A unos pasos estaba su ficha de cambio, su pase a la gloria, su bendición hecha carne. Rechazaba a aquella chiquilla y el lugar del que procedía, pero deseaba lo que escondía bajo su sombrío corazón. Un secreto que pocos conocían y que cuando fuese revelado sacudiría los cimientos del reino destruyendo lo corrupto y bañando en oro lo que jamás debió de oxidarse. Un baño de oro fundido que muy seguramente a más de uno quemaría, pero había que arriesgar.

 A la mañana siguiente iniciaron el largo ascenso por la escalera de piedra a pie. La princesa iba atada a las riendas del caballo mientras el falso caballero caminaba tras su grupa guiándolo. Gran parte de la subida la hicieron en silencio. Las escaleras no eran demasiado empinadas, pero no estaban en buenas condiciones, la batalla y el tiempo las había estropeado dejando escalones destrozados y piedras por todos lados. Pisar sin mirar podía llevar a bajar sin remedio. El caballo tenía serios problemas para ascender y en más de una ocasión estuvo a punto de torcerse una pata. Tal vez hubiese sido mejor dejarlo abajo, pero le había cogido cariño al animal y quería entrar a la ciudad cabalgando su palafrén. Se imaginaba el retorno con trompetas y alaridos de júbilo, aunque bien sabía que era imposible que eso sucediese más allá de su mente. Con todo, no tenía nada mejor que hacer en ese ascenso a tan pausado ritmo. A cada escalón que pisaba se imaginaba que estaba subiendo a la cima de la gloria donde le esperaba su padre sonriente y orgulloso, su aguerrida hermana, su único amor, todos ansiosos por abrazarle y agradecerle todo lo que había hecho. El sol salía de nuevo por la derecha acariciándoles el rostro e iluminando la empedrada escalera. Así era más fácil imaginarse el esplendor dorado que se abría ante su llegada y que dejaría tras sus pasos. Su corazón palpitaba con más fuerza cuanto más alto se encontraba. No tenía como objetivo llegar a la cima de la montaña, pues la auténtica cima se encontraba al otro lado, pasando por el larguísimo puente de piedra, sobre los restos de los pueblos que le apoyarían en el futuro. El amor le había empujado a salir de aquel lugar que tanto admiraba para adentrarse en un foso de lodo y podredumbre, y volvía a ser el amor el que lo devolvía allí, el que le había hecho cumplir su misión en el momento menos esperado. Las primeras herraduras habían marcado bien el camino, pero eran ahora las que más se tambaleaban sobre las rocas del camino que el había decidido recorrer, esas dos herraduras delanteras que todavía tenían que seguir recorriendo el camino a pesar de haber cumplido ya parte de su función.



 Cada vez quedaba menos, más de la mitad de la escalera quedaba tras sus espaldas. Se giró para contemplar el valle que dejaban atrás jurándose a sí mismo que no muchas lunas después su luz se reflejaría en las aguas y acogería a los nuevos habitantes que lo poblaran, el esplendor atravesaría de nuevo la montaña. No hacía falta escalar la gran roca para desafiar al destino, se podía subir por la, ya no tan cómoda, escalera para llegar al mismo lugar. Cada vez quedaba menos- “trompetas, júbilo, agradecimientos, cumplidos”-, tenía que ser paciente. Se pensó seriamente en hacer todo el trabajo restante él solo, en ponerse frente a la oculta mirada del destino, frente a los ojos de esa montaña y acabar lo que había empezado, pero sería demasiado arriesgado y al final todo llegaría, solo tenía que esperar un poco más, esta vez en su hogar. Cuando la princesa creía que iban a la ciudad impenetrable le pidió ir al lugar más alto para cumplir una última misión antes de volver a la torre, le había retado y provocado asegurando que el contratista le había prometido llevarla allí antes de ir a ningún sitio. No dudaba que aquel patético caballero hubiese aceptado y averiguado, como lo había hecho él, por qué la princesa quería ir al lugar más alto, igual que no tardaría ella en averiguar en que lugar se encontraban.
-El lugar más alto...-La princesa se detuvo cuando apenas quedaban cincuenta escalones para llegar a la llamada boca de la montaña.
-Así es, princesita, esta montaña es el lugar más alto del reino. No dudo en que más allá de las cordilleras norteñas habrá picos más altos, pero no pertenecen a las tierras del monarca.
-Aquí...-La princesa alzó el cuello para contemplar los más cercanos ojos de la montaña, un lugar al que las escaleras empedradas no llegaban.
-Os espera vuestro mercenario. Habéis tardado en daros cuenta, milady. Pero no os hagáis ilusiones, no os llevo con él.
-¡Por favor! Tienes que llevarme, después juro ir a donde quieras.
-Ya estáis yendo a donde quiero, no necesito complaceros para que lo hagáis.
-No lo entiendes, necesito verle.
-Claro, claro, para que os libere.-El falso caballero sabía muy bien lo que tenía que hacer.
-No lo hará...o tal vez sí, pero te juró que no te matará.
-Eso no hace falta que me lo digáis vos, pero no, no iremos allí. La única forma de llegar a los ojos de la montaña es escalándola desde los laterales. Demasiado peligroso para vos, me temo, incluso para mí.
-Estoy dispuesta a correr el riesgo.
-Ya...pero yo no.
-Si no me llevas ante él tarde o temprano tendrás que enfrentarte a él. Se enterará de que me has secuestrado, el contratista lo sabe, igual que sabe, como ya te dije, que el mercenario está aquí. No dudará en contratar de nuevo sus servicios para sacarme del lugar al que me lleváis.
-Sin duda, no espero menos de vuestro caballero y vuestro mercenario. Ese buen día llegará, pero por el momento tenemos que ser pacientes y continuar nuestro camino.-Su sonrisa mostraba satisfacción por como se estaba configurando todo.-Espero que cuando el caballero decida buscar a vuestro mercenario no esté tan borracho como la última vez que le vimos, pues de lo contrario no durará mucho en esta montaña. Tal vez su amor hacia vos le impulse a escalar hasta la cima sin descanso, es joven y aguerrido y ya sabemos que por amor hace lo imposible, confiemos en él. Y si no, confiemos en que el mercenario se acabe enterando de vuestro secuestro y ubicación. Tiene recursos, tarde o temprano encontrará la forma, no desesperéis.-La princesa no se fiaba de sus frases consoladoras, y hacía bien, no pretendía consolarla a ella.

El alimento se adentró en su boca con sumo cuidado. Los dientes acechaban, parecían esperar el momento preciso para hincarse en caballo, princesa y secuestrador. Tenía dos lenguas, una llena de estrías que descendía con cuidado al valle y otra que le salía por la nuca y se extendía millas más allá de su cabeza, reseca y con mordeduras peligrosas por las que el alimento podía colarse fácilmente. Era el momento de cruzar esa lengua. Hacerlo con el caballo era sumamente peligroso, pero tenía que bajar de las murallas subido en aquel palafrén, un hombre glorioso en una ciudad gloriosa merecía una entrada gloriosa.
-Camina despacio, manteniendo los pies en línea recta a cada paso, al mismo ritmo que el caballo.-La montura caminaba con las patas muy juntas por el estrecho puente-.“La gloría supone grandes sacrificios”-,eso lo había aprendido bien.

Caminaban a una lentitud extrema, por el puente podían pasar dos personas en paralelo, pero las partes derruidas en los laterales lo estrechaban en varias partes del recorrido y los pequeños cráteres a lo largo de él dificultaban la seguridad de la caminata. Era importante no confiarse por la anchura que mostraba a simple vista, pues un descuido y se podía perder el equilibrio cayendo al vacío, o peor, al infierno reseco en el que miles de años atrás circulaba lava.
-No mires abajo.-Le ordenó el falso caballero.
-No tenía intención.-La princesa se esforzó en ocultar su miedo entre las palabras.
No habían recorrido ni un cuarto del puente y ya llevaban media hora sobre él. El silencio era el más tenso que les había dominado desde que salieron de aquella ciudad. Solo se oían los relinchos del caballo asustado, las piedrecillas desprenderse para caer a la falda de la montaña y las herraduras impactar contra la piedra.
“Impactad, vamos. Una y otra, con cuidado, pero impactad, tenéis que llegar al final, tenemos que llegar al final”.-Jamás ese puente había sido tan inseguro-.”Un paso y otro, con cuidado. Pasos cautelosos como los que daba cuando me colaba en su casa, pasos controlados, silenciosos”.-Avanzaban, con lentitud, pero avanzaban-.” Pasos cautelosos como los que he dado durante estos veinte años. Pasos cautelosos pero decididos”.-Seguían avanzando sin pausa-.”Un paso, otro...un paso lento y controlado como fue ese primer año en la ciudad impenetrable. Dos pasos, tres, cuatro, como los tres años siguientes, siempre sabiendo hacia donde me dirigía, hacía donde quería ir, pero sin saber cuando recorrería todo el camino...y aquí estoy ahora, después de: cinco, seis, siete...se hacía cada vez más duro, pero yo seguía; ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce...ya estaba acostumbrado a aquel lugar, igual que estoy acostumbrado a este derruido puente, será lo primero que habrá que reparar. Quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho...puedo hacerlo, se hizo largo, pero llegó cuando menos lo esperaba, cuando más tranquilo estaba, igual pasará aquí. Diecinueve, veinte...”,-alzó la mirada para mirar a la princesa-. “Ahí la tengo, tan cerca de mí, de mi ciudad, de mi padre, de mi final en esta misión...he de seguir sin perder el equilibrio como hasta ahora, he de avanzar como lo hace ella. No lo hace por mí, ni siquiera por ella misma...avanza por este puente jugándose la vida por él...y por el reino, esperando que llegue el día”

 Ni medio puente en una hora, era tan largo, llevaba tan lejos. Caminaban sobre los lejanos restos de la guerra, inseguros, pero preparados para limpiar los escombros algún día. Era una tortura, una última prueba en su ardua misión. Recordaba como los soldados formaban extensas filas de dos en dos pasando por ese mismo puente, más firme que en ese momento, desfilando con extrema seguridad y vista al frente para morir en el campo de batalla y luchar por mantener una gloria que murió con ellos. Intentó caminar como lo hubiesen hecho, con la mirada al frente, pero no tardó en colar una pierna por un borde derruido. Cayó apoyando la rodilla de la otra pierna y las manos sobre las piedras que se clavaban en sus palmas. Dolía, pero no tanto como el fracaso o la humillación. La princesa se giró, no supo si con miedo o esperanza, pero enseguida continuaron sin hacer ningún comentario.

 A pesar de encontrarse a tanta altura no tenían frío, el sol se burlaba de ellos flotando sobre el puente, avanzando sin necesidad de caminar por la piedra destrozada, calentándola tanto como sus cabezas, haciendo más difícil la caminata. Tres horas pasaron hasta que se detuvieron. La princesa se sentó apoyándose con cuidado en el pecho del caballo, mientras el falso caballero se tumbaba sobre la ardiente piedra.
-¿Para que me quieres?-Preguntó la fatigada princesa.
-Para lo mismo que os quieren todos-respondió su secuestrador contemplando el soleado cielo-,para ganar una guerra olvidada y un reino que nada tiene ya de glorioso.
-Tú también sabes más de lo que yo sé.-Algo a lo que ya estaba acostumbrada.
-Sé más de lo que muchos piensan, princesa. Sé que cuando este capitulo de la historia que ha vuelto a abrirse se cierre, vos no tendréis cabida en lo que venga. Os creéis el eje del reino, pero no sois más que un peón.
-Un peón que no puedes permitirte perder. Un peón que si cayese por este puente terminaría con la partida.
-Un peón muy valioso sin duda, pues hasta un peón puede ser determinante para ganar una partida, pero al final es muy probable que en el tablero solo queden algunas piezas importantes y por supuesto, tan solo un rey.

 La caminata continuó tras descansar poco menos de media hora. Cuatro horas, cinco...el final todavía quedaba lejos. Seis, siete...el volcán se aproximaba a ellos. Ocho, nueve...el sol empezaba a ocultarse tiñendo el cielo de rojo, cada vez quedaba menos. Diez. Ya casi se podían ver algunos edificios desde el puente y varios soldados patrullando el muro volcánico que rodeaba la ciudad.
-¡¿Quién va?! Se oyó gritar a un soldado a lo lejos.
-¡Un mercenario y su mercancía!-Bromeó el falso caballero. Una broma equivocada como respuesta que desencadenaría en otra respuesta más equívoca y agresiva que la anterior.
La flecha precedió al aviso.
-¡No queremos mercenarios aquí!
La punta de la flecha impactó contra el puente de piedra, a los pies de la princesa que no pudo evitar apartarse sobresaltada. Una broma en un mal momento puede desencadenar sucesos que nadie desea, pues el caballo se encabritó, sus patas traseras cedieron en un boquete y se precipitó al vació. El falso caballero intentó agarrar a su palafrén consiguiendo solo coger la empuñadura de la espada que había colgado en el sillín, desenvainándola sin esfuerzo al caer el caballo hacía atrás y quedándose con el arma en la mano y el rostros desencajado ante tal inesperada pérdida.

 La princesa, atada a las riendas, fue arrastrada por el animal al vacío. Antes de caer fue lo suficientemente rápida y hábil como para encaramarse a la piedra con los antebrazos. El peso del animal era tal que apenas podría aguantar. Intentaba arrastrase hacia el interior del puente sin éxito, la cuerda le ataba las muñecas, los brazos se mantenían demasiado juntos y tiraba con mucha fuerza hacia el vació. El caballo parecía intentar escalar un muro invisible, relinchando como loco mientras la cuerda se tensaba. El falso caballero se acercó corriendo a la princesa para agarrarla antes de que cayera, si aguantaban lo suficiente y la cuerda se rompía ella quedaría libre de la caída, pero el viaje había sido demasiado tranquilo y afortunado para él como para que eso sucediese. Lo único que pareció romperse allí fueron las muñecas de la princesa mientras resbala hacia atrás arrastrada por la fuerza del caballo. Estaba ya en el borde cuando su secuestrador estiró el brazo izquierdo sin éxito. La princesa se deslizó por la piedra sin poder hacer nada, soltándose de ella llegado el momento. Momento en el que el filo de la espada que el mercenario bromista había sacado de la funda del caballo y que empuñaba se dirigió hacia ella, que todavía con los brazos en alto pudo cerrar las manos en torno al filo del arma.

 Sus palmas se deslizaron por el filo dejando un surco de sangre en ella mientras resbalaba sin poder parar. En ese momento su acompañante sacó la otra espada que llevaba en la espalda para precipitarla hacia el vacío mientras se arrodillaba facilitando que llegase más lejos que la primera y dirigiéndola hacia las muñecas de la princesa, haciendo que desgarrase la cuerda que la ataba y consiguiendo que se agarrase también a su filo con la otra mano que ya casi había llegado a la punta de la otra espada suspendida en el vacío. Hizo toda la fuerza que pudo agarrada a las dos espadas que el falso caballero mantenía en el aire. Las espadas se mantenían cruzada formando una “X”, pues la segunda había tenido que cruzarse entre sus muñecas para cortar la cuerda. El caballo había caído, posiblemente ya muerto por tal tensión. La princesa se mantenía suspendida en el aire, con la sangre de sus manos cayendo sobre su cara.
-La situación se repite, pero esta vez a la inversa.-La princesa, extrañamente, sonrió-.También por culpa de una flecha y un caballo.
-¡No se os ocurra soltaros!
-Ya lo hice una vez...y sobreviví.
-¡No lo haréis esta vez!-O sí, pero no quería perderla ahora que habían llegado tan lejos.
-Sin peón no hay partida...
-¡Y si no hay partida el pueblo muere!
-Sucio truco...pero tienes razón. La otra vez me solté por amor, ahora lucharé por mi pueblo.
-¡Enternecedor, pero no es momento de hablar! ¡Aguantad!

 El falso caballero intentaba subir a la princesa con todas sus fuerzas, los brazos de ambos temblaban. Gotas de sangre caían de las manos a la frente de la princesa, desde ella se deslizaban por la cara hasta la barbilla desde donde, lentamente, se precipitaban al vacío. Rojas lágrimas perdidas que bombeaban su corazón impenetrable y que se desvanecían sobre aquella tierra yerma, como ella estaba a punto de hacer. Escapar del destino no era fácil, lo había hecho muchas veces ya, pero esta vez podría ser la definitiva. Precisamente todo acabaría en la lengua del destino, el puente de aquella montaña que se burlaba de ella, pero si el mercenario no la había perdido en aquel río apesar de lo que el pelirrojo y su compañero les habían contado, él no podía perderla en aquel puente, a las puertas de su ciudad, de su verdadero destino, de su hogar, de su gloria.

 La fuerza con la que tiró fue demencial, podría haberse desencajado perfectamente los brazos. Ella se elevó como un ángel con alas de acero manchado por su propia sangre incorruptible. El sol contemplaba el espectáculo paralelo a ese puente, los destellos escarlata que desprendían las espadas centellearon en el cielo camuflados entre los rayos del sol del atarcedecer y los surcos de sangre que la princesa había perdido aferrada a la vida. La princesa se había levantado una vez más, había volado sobre ese puente, sobre sus cabezas y sobre su capital aterrizando de nuevo sobre la lengua de piedra que recorrían juntos. Bromeó al presentarse como un mercenario, pero ahora él había demostrado ser mejor que aquel mercenario al que habían contratado, había demostrado que con él la princesa estaba igual de protegida y que juntos podían enfrentarse a la montaña y sus trampas, a la propia muerte. Con las muñecas rotas y las palmas de las manos abiertas por una profunda raja, la princesa se levantó. El falso caballero la contempló desde el suelo, confuso. La princesa, sin gritar por el dolor, se giró y continuó caminando por el puente de piedra ella sola. Su secuestrador y ahora también salvador sonrió, se levantó, enfundó sus espadas y la siguió.
-¡Deteneos!-Otra flecha les rozó.
La princesa no se detuvo. Parecía una diosa caminando sobre el mundo, herida, pero sin mostrar un ápice de sufrimiento. Más flechas adornaron el desfile celestial. Era extraño, pero el falso caballero no sentía miedo alguno, no temía ni por su vida ni, por supuesto, por la de la princesa.

 Siguieron caminando como si nada sucediese. Cada vez estaban más cerca y los arqueros decidieron disparar a dar. Una flecha alcanzó el hombro de la princesa que continuó sin tambalearse. El falso caballero se hartó,
-¡La próxima flecha os la haré tragar! ¡Soy yo!-La princesa caminaba, la sangre goteaba, la brisa les acariciaba, el sol les observaba, las flechas les rozaban, los guardias preguntaban.-¡Soy vuestro príncipe!
-¡¿Dices ser...?!
-¡Vuestro futuro rey!-La negra coleta fue sacudida por el viento. El príncipe había llegado con el escudo y el arma, con la gloria asegurada.

 La sala del trono no era el lugar que más recordaba, cuando era un crío prefería corretear por los pasillos, juguetear en las habitaciones o guerrear en el patio de armas. El trono era un lugar inaccesible para él, por lo menos hasta pasados unos años, y esos años ya habían pasado. El recuerdo era vago, pero tampoco había que recordar gran cosa, se trataba de una sala del trono con su larga alfombra, sus escaleras y su trono rodeado de columnas y banderas, no había mucho más que recordar. En una sala de trono no importa lo que veas o lo que recuerdes de ella, lo que importa es lo que sientes. Esa sala irremediablemente trasmite algo, algo que desprende el trono, el rey, el poder. Es como si en ese lugar el extenso reino se comprimiera, como si todo se viera sometido a la voluntad del que estaba allí sentado, como si incluso el hombre más libre perdiese el control sobre su vida. Hasta el propio rey perdía su voluntad, se veía sometido al poder que le daba el trono, un poder que debía utilizar con cautela y sabiduría. Debía escuchar consejos, aguantar peticiones y tomar decisiones que afectarían a todo ser viviente que se mantenía tras las fronteras. Tenía el poder de decidir y actuar como le viniese en gana, sí, pero esas decisiones le arrastrarían a uno u otro lugar, un poder maldito que podía usarse de mil maneras y que más de uno quería poseer, por eso el trono era tan peligroso incluso para el que se sentaba en él y por eso había comenzado esa guerra, porque ni siquiera de tu propia sangre te puedes fiar cuando se trata de tener poder, de hecho es de los que menos te puedes fiar, tu familia. El hermano pequeño quiere ser el mayor y la hermana mayor quiere la misma justicia del hombre, algo que ese trono permitía. Era lo único que le quedaba a su padre y ni con él había conseguido mantener controlado el reino, solo tenía parte de él al que se aferraba con fuerza por miedo a perderlo llegado el momento, como un perro que tiraba de un trozo de carne. Un trozo de carne que el pueblo ya no recordaba a quien pertenecía legítimamente y que no tardarían en robar matando a ambos perros si se demoraban más en devorarlo.

 Las pocas veces que contemplaba el trono de piedra volcánica sentía admiración, ilusión y el regustillo del poder que algún día saborearía sin límites. Entonces era solo un niño, ahora las sensaciones eran muy diferentes. Se alegraba de volver a casa, pero no le gustaba lo que veía. No hacía falta tener mucha memoria para recordar que el salón del trono no era tan oscuro, no estaba tan descuidado y sus banderas tenían más color, ya ni siquiera se veía el dibujo del volcán en erupción que había en ellas. Antaño ellos habían sido el poder que se erigía sobre el pueblo y que escupía un ardiente fuego que lo iluminaba consumiendo a quienes se rebelaban. Ahora ese volcán que les representaba estaba tan muerto como el volcán sobre el que vivían. Y eso le producía una profunda pena, una tristeza que no sabía definir y sobretodo decepción.

 Había esperado que le recibiesen con orgullo mientras bajaba en su palafrén. Esperaba que le felicitasen y le diesen las gracias, esperaba que llorasen de alegría y que recitaran poemas sobre su regreso y que le cantasen a la luz de un nuevo día que se avecinaba gracias a él. Esperaba que la lava comenzase a extenderse por los ríos secos hacia sus enemigos, esperaba la gloria que tanto ansiaba y que poco a poco el reino recuperaría, pero no fue con eso con lo que le recibieron. Bajó a pie escoltado por guardias del puente, vigilado con desconfianza mientras descendía a una ciudad tétrica siguiendo a una princesa herida a la que todos observaban con extrañeza. Era su presa, su triunfo y en vez de llevarla junto a él la estaba siguiendo como si fuese su guía. Bajó ella sola, como en trance, tranquila. No hacía falta que la guiasen, se dirigió hacia el edificio más grande situado al otro extremo del interior del volcán, junto a la roca. La princesa solo se detuvo cuando los guardias informaron de quienes eran. Las puertas se abrieron para que les recibiera la oscuridad del castillo.

 La princesa se detuvo frente al trono vacío, le hubiese gustado saber qué era lo que ella sentía. ¿Miedo? ¿Incertidumbre? No lo parecía, se mostraba muy tranquila, demasiado segura de lo que hacía. No era su torre, no estaba con su mercenario, pero aceptaba lo que la sucedía. ¿Se habría vuelto definitivamente loca? Desde que la había salvado en el puente su actitud fue otra, como si se sintiese inmortal, como si nadie la pudiese hacer daño. De hecho seguía teniendo la flecha clavada en el hombro, nadie se preocupó por quitársela. Ella no quería que la guerra volviese, pero era como si hubiese comprendido que lo que hacían era por terminar con la guerra. En el momento en el que un rey quedase sobre el tablero la partida sería ganada, y si la partida se ganaba se podría limpiar la mierda que se había acumulado en el tablero colocando nuevas piezas que se mantendrían intactas, preparadas para el próximo conflicto que podía tardar cientos de años en llegar. A ella la tendría que dar igual quien venciese, el caso es que alguien lo hiciese para poner fin a la situación actual.

 La puerta situada a un lado del trono se abrió para recibir a un anciano débil, con largos mechones blancos cayendo alrededor de su cabeza calva y un rostro arrugado por la vejez y la furia contenida. Le recordaba serio, pero ahora parecía amargado y muy enfadado. A pesar de su innegable debilidad no aceptaba ayuda para moverse, quería aparentar fortaleza andando tan erguido como la espalda le dejaba. Una mueca de dolor asomaba a cada paso que daba, y ni cuando se sentó relajó el rostro. Él no dudó en arrodillarse.
-Padre, he vuelto con la misión que me encomendasteis cumplida.-El anciano apenas alzó la mirada para contemplar a su hijo.
-No...esta no fue la misión que te encomendé. Has fallado, como era de esperar.
-Pero padre, la he traído a ella, a la princesa...
-¡No...! No...vuelvas a llamarla princesa en mi presencia, es la cría de uno que se hace llamar rey.
Tenía razón, pero para todo el reino ahora era él el usurpador.
-Perdón, padre...os traigo a vuestra sobrina.
-Bien podría ser una puta que hayáis comprado desesperado por hacer algo bien. Ni siquiera habrás tenido cojones para tirártela.
-Padre, os juro que es la prin...vuestra sobrina.
-No vuelvas a llamarme padre. Ni siquiera sé si tú eres mi hijo, ni si quiera sé si he tenido hijos.
-Dos, mi señor.-¿Su mente estaría deteriorada?
-¡No! Tengo una hija y un niño que jamás se hizo un hombre.
-Padre...
-¡Soy vuestro rey!
El falso caballero, y parecía que también falso príncipe, apretó los puños y contuvo la rabia que sentía ante tal deshonra.
-Mi rey, perdonadme. Os traigo la herramienta que os volverá a convertir en rey legítimo.
-¡Siempre fui el rey legítimo! Que el pueblo sea demasiado ignorante para saber que yo soy el mayor y que ese traidor no es el verdadero rey no quiere decir que haya dejado de ser rey. Él gobierna el reino tanto como yo...
“Nada”-Decirlo en voz alta podía encolerizar a aquel anciano que no reconocía.
-Y ella hará que lo sigas siendo durante mucho tiempo.
-¿Esta puta? Lo único que conseguirá es mantener mi cama caliente durante mucho tiempo.-Eso sería si podía todavía encabritar al caballo cansado ya de tantas travesías por madrigueras sucias y desconocidas.
-Es ella, mi señor, la saqué de esa torre.
-No fue eso lo que te pedí...-El rey lo miró con desprecio.
-No...mi señor, pero tengo un plan para conseguir cumplir mi misión y ese plan requería tenerla fuera.
-Ese plan se os debió de ocurrir hace veinte años, inepto.
-Dijisteis que no cometiese errores y que me ganase la confianza del rey para poder...
-¡Yo soy el rey! Juro que te cortaré la cabeza a ti y a esa puta mientras me la chupa si sigues mancillando mi nombre y el de mi familia.
-No es una puta, mi señor, es ella.-La voz se le entrecortó, no sabía si era miedo o frustración, pero sería su sentencia si ese viejo que poco tenía ya de su padre lo notaba.
-Ya me estoy cansando de esta conversación...sea ella o no todas las mujeres son unas putas que solo sirven para follar. ¡Algunas ni eso! Y esta puta, sobrina mía o no, lo es como todas. Seguro que se ha tirado a todos sus caballeros custodios menos a ti ¡¿eh?! ¡Eres mi vergüenza!
-Esta...puta acabará con tu hermano y su ciudad. Salvará el reino.
-¿Salvar el reino? Tu eres gilipollas, definitivamente. El reino está consumido, ya nada puede salvarlo. Cuando gane la guerra habré ganado a ese cabrón, honrado a mi padre y demostrado mi poder. Al reino le pueden dar por culo. Cuando yo pueda morir tranquilo que mi hija haga lo que quiera con el reino.-Esas palabras habían sido desafortunadas. No le había gustado lo que había oído, y tampoco creía que le hubiesen gustado a la princesa.
-¿Vuestra hija? Yo soy vuestro heredero...
-¡Tú no eres nada! Mientras tu jugabas a las princesitas y los castillos tu hermana estaba aquí conmigo preparando el frente para el futuro, reabasteciendo nuestras ciudades y entrenando a los hombres para cuando tú cumplieses tu mierda de misión. Pero en vez de eso, cuando estoy ya a las puertas de la muerte traes a esta puta ante mí sin pruebas si quiera de que es mi sobrina.
-Pero tú me ordenaste jugar a las princesitas y a los castillos, tú...
-¡A mí me hablas con respeto!
-Vos...vos me ordenasteis jugar a...
-¡Mi misión era clara! No hacía falta alargar el juego, pero claro,  te mandé a ti a cumplirla...mi hija estaba más cualificada para cumplir una misión como esa y hubiese tardado menos.
“¿Lo sabrá?”
-Mi señor, no era tan fácil...la princesa.-El rey se levantó.
-Demostrad que esa puta es mi sobrina u os mato aquí mismo, delante de mis guaridas.-No era una amenaza llevado por la ira. Lo haría.
El falso caballero no supo qué decir, la situación le estaba desbordando.
-Ella podría describiros a su padre con todo detalle ¿No es así?-Más le valía a la princesa colaborar.
-No me vale. Podrías habérselo descrito tú ¡Guardias!
-No, padre...por favor. Os juro que...
-Soy esa puta...-La princesa comenzó a caminar hacia el trono mientras los guardias agarraban a su príncipe.
-No te acerques...puta u os rebano el cuello.
-Probad a hacerlo...así no ganaréis la guerra.
-¿Cómo la voy a ganar? ¿Penetrándote?
-No...soy tan impenetrable como mi cuidad.-El falso caballero contempló cómo la princesa alzó las manos hacia su padre con las muñecas todavía rotas y por las que todavía se deslizaba sangre de las heridas abiertas en ambas palmas.
Pasaron unos segundos silenciosos. El falso caballero notó algo extraño.
-Es...es ella, tal como decían en aquel libro.-Algo había convencido a su padre repentinamente.
-Mientras yo no sufra mi reino tampoco lo hará. No permitiré que seas tú quien gane la guerra mientras ellos sigan condenados.
-No es tu reino, mocosa. Y ya está sufriendo.-Parecía respetar más a aquella puta que a su propio hijo.
-Pero lo será si es otro rey el que vence. No puedes hacer nada contra esa defensa, te conviene que colabore.
-Que equivocada estás, putita. Yo puedo hacer tan poco como tú, no tenemos control sobre tu...poder, pero si sobre tu padre teniéndote a ti aquí. Da igual que no colabores y no podamos destruir su defensa, serás nuestra prisionera hasta que el rey reaccione.
-Os equivocáis mi señor. Si vengo con ella es porque tengo un plan, destruiremos su defensa y ganaremos esta guerra.

 Se dirigía con paso ágil a los aposentos de su hermana, tenía ganas de informarla de que había completado la misión que al parecer todos dudaban que podría completar. Su padre había quedado complacido tras contarle el plan que tenía y comprobar que aquella era su sobrina. Él mismo tenía que haber destruido el escudo hace años, pero si el libro no mentía, ahora no estarían lejos de hacerlo. Había movido las piezas del tablero para que todo se dispusiera a su favor, pero el último movimiento que desestabilizaría al enemigo y lo pondría en jaque no dependía enteramente de él si no del peón y de una pieza con la que nadie había contado. En un principio el alfil había sido su mejor baza, pero cuando los había conseguido juntar, el peón se comió al alfil de su mismo color y él tuvo que actuar. Ahora solo podían esperar, una buena partida de ajedrez era larga y a veces pesada. Si no se ponía atención a las posibles futuras jugadas del adversario podía dejarte en jaque sin que siquiera te dieras cuenta, justo lo que él había hecho.

 Llegó a la habitación vigilada de su hermana. El guardia no parecía reconocer a su príncipe, pero su padre ya había dado la orden de que le dejaran caminar con libertad por el castillo. Seguía mostrándose arisco, pero tras ver con sus propios ojos el poder de la princesa que hasta ese momento ella misma desconocía, se relajó y le dio un respiro. Hasta este momento todos dudaban de la veracidad de ese libro, empezaban a pensar que esa defensa era absoluta y que no tenía nada que ver con los escritos de aquel monje. Lo que era seguro era que ese escudo existía, él había fingido dudar de la veracidad de la historia para sembrar la duda entre los propios caballeros del falso rey, había que ser estúpido para no comprender que lo que pasaba ahí se escapaba de toda lógica.

 El guardia le dijo que no era el mejor momento para acceder a las habitaciones de su hermana, el príncipe no dudó en apartarle de un empujón recordándole que él tenía los derechos de la corona y no su hermana y que algún día se arrepentiría de haberle contrariado en pos de la hija del rey. Abrió la puerta sonriente, ansioso de ver la cara que ponía su hermana...le hubiese gustado ver la cara que puso él cuando vio aquella escena. La sonrisa se borró. Allí estaba, abierta de piernas para el, gimiendo como la puta que era. Su padre tenía razón, todas las mujeres son unas putas que solo valen para follar, y su hermana no era una excepción. Para colmo le había traicionado, esa familia llevaba la traición en la sangre. Hacia años que no le veía pero sabía que el hombre que la montaba era él, que siguió follandose a su hermana aunque le había visto en el umbral. No supo qué hacer ni qué decir. Su impulso fue coger sus dos espadas y clavarle una a cada uno de ellos, pero antes de que pudiese reaccionar su hermana abrió los ojos, le vio y apartó a su jinete desnudo.

 El hombre no pudo evitar irse sobre la cama sin importarle no estar ya entre las piernas de su princesa. Había visto esos cuerpos desnudos más de una vez, jamás se imagino verlos juntos, engañándole en su ausencia.
-Hermano, ¿eres tú?-Su hermana no se molestó en taparse las vergüenzas humedecidas.
-¿Hermano? ¿Es tu hermano?-No supo decir si el rostro del que se acaba de tirar a su hermana era de terror o de alegría.
El hermano no respondía, no podía. Cuando tenía solo nueve años su hermana le acusó de no ser un hombre y le instó a probar el cuerpo de una mujer. Se desnudó sin importarle que fuese su hermano pequeño. Él sintió curiosidad pero su miembro no respondió en ningún momento. Ella le había quitado la ropa también y le había intentado estimular el pequeño miembro chupándoselo, pero no recibió respuesta alguna. Al final se abrió de piernas sobre la cama y le animó a meterle los dedos. Le dijo que su conejito estaba prohibido para él, pero que ahí estaba la gracia, le excitaba el riesgo, lo prohibido. Así fue como lo llamó ella, la madriguera prohibida en la que su triste caballito no podía meterse. Recordó como se humedeció cuando le metió los dedos y como gemía contenidamente para no alertar a los guardias de su padre. El caballo dio alguna coz, pero no llegó a encabritarse para poder abrirse hueco entre el pelaje oscuro del conejo. No se había excitado pero se había divertido, por lo que los hermanos repitieron sus juegos sexuales a escondidas, una vez incluso el juego le excitó a él y se la metió, pero jamás le excitó ella.

 Con ocho años se había enamorado de una persona más inaccesible que su hermana...un chico del valle de las lágrimas un poco más mayor que él con el que se había estrenado. Ese día sí se le endureció y disfrutó más en esa cueva que en cualquier madriguera. Lo hicieron a escondidas en aquel valle incontables veces mientras, para juguetear, otras veces se dedicaba a meterle los dedos a su hermana. Algunas veces ella le había preguntado qué sentía cuando un chico se follaba a otro chico, qué juegos practicaban en la cama aprovechando los dos miembros y cómo era posible que no sintiese nada por ninguna mujer. Otras veces hablaban sobre qué pasaría si su padre se enteraba de aquello o si cuando fuese rey permitiría las relaciones con personas del mismo sexo.

 En ese momento todo aquello daba igual. Le habían abofeteado como parte de una venganza por jugar a dos bandas en el pasado. El hombre con el que tantas veces se había metido en la cama follándose a la hermana con la que había jugado incontables veces antes de su marcha. Aprovecharon su ausencia para hacerse todo lo que habían aprendido con él. Durante veinte años el amor hacia ese joven le había impulsado a seguir para volver algún día a su hogar con la gloria y un futuro asegurado junto a él, lo que menos esperaba era encontrárselo sustituyendo su caballo por el conejo de su hermana.
-Lo siento...de haber sabido que volvías.-Él sí se molestó en taparse con las sábanas.
-Vamos hombre, no te enfades, no íbamos a estar veinte años sin follar, seguro que tú también te has dado algún capricho en estos veinte años.-Su hermana tan descarada como siempre.
-Además...a mí me gustan las mujeres, para mí fue una etapa, solo eso, ahora quiero a tu hermana...lo siento.
-Bueno, follamos sin más. Tampoco hay amor, que no te engañe.-Su hermana tuvo el descaro de sonreír.

 Tras las explicaciones vacuas el príncipe se giró y abandonó la sala. No quería llorar, su hermana volvería a llamarle mujer...tampoco podía mostrar su ira, pues se desvelaría su condición sexual y el guardia, que esperaba no hubiese escuchado nada, no tardaría en informar a su padre. Aunque podía matarle a él por tirarse a su hermana, la verdadera princesa del reino. ¿A quién quería engañar? No podía matar a la única persona a la que había amado de verdad...ahora era todo un hombre, mucho más atractivo de lo que era antes, sería un delito destrozarle el cuerpo, pero la rabia que sentía...Para colmo su hermana podía hacer lo que le viniese en gana en el castillo y meter a cualquiera en sus habitaciones, algo que él jamás podría haber hecho y menos con una persona de su mismo sexo. Golpeó la pared sin hacer caso al guardia que le observaba confundido y se fue con paso aún más ágil que el que traía.


 Traicionado por su sangre, engañado por su amor, humillado por su rey...no iba a permitir más golpes a su orgullo. Él había recolocado las piezas en el tablero, podía volver a hacerlo fácilmente. Solo tenía que seguir con su plan, utilizar a su peón para destruir la defensa absoluta y después realizar un doble jaque mate. La pieza del rey era la que más lentamente se movía, junto a él sería fácil realizar un movimiento inesperado rompiendo las reglas de la partida. Tendría su gloria, pero no la compartiría, empezaría de cero. Su peón, ya sin heridas, se mantenía aislado en una celda fría y oscura bajo el volcán. A pesar de estar presa no tenía miedo alguno, parecía esperar pacientemente allí acuclillada, tan pacientemente como esperaría él acomodado en sus aposentos.
-¿Era sincero tu amor hacia ese mercenario?-Fue lo primero que dijo cuando la vio.
-No era simple amor, nunca lo entenderías.
-Ya no...-El falso caballero tuvo que apretar otra vez los puños para no gritar maldiciendo a su familia-.Sabes que vendrá.
-No deja ninguna misión por cumplir y como tú dijiste, tarde o temprano sabrá cual es mi situación.
-¿Le matarás?
-Sí.-No dudó en su respuesta.
-¿Incluso si te salva?
-No le traicionaré, no lo haré por la espalda, será un duelo justo.
-Y cuando vuestro duelo termine la balanza se inclinará hacia un lado.
-¿Crees que si me mata él la defensa caerá?
-Solo sé que me estoy jugando mucho y que todo depende de ti...prima. Tendré que asegurar mis movimientos para que todo salga según mis nuevos planes.
-¿Nuevos planes?
-Nuevos planes que me convertirán automáticamente en el rey.-El príncipe sonrió.
-Aunque sonrías igual que él no te pareces en nada.
-Una pena, todo hubiese sido más fácil, pero no intento parecerme a él, siempre he sido así. Tu mercenario y yo nos parecemos más de lo que piensas, ambos luchamos por nuestro beneficio impulsados por amor.
-Tú solo buscas la gloria.
-Y tu mercenario el dinero, pero tras toda búsqueda hay algo que la ha impulsado y algo que la mueve a continuar, no juzguéis a la ligera, pues mi gloria será la de vuestro pueblo.
-Así que lo de convertirte tú en el rey va en serio ¿No os cansáis? Traiciones y barbaridades solo por un trono que ninguno sabéis utilizar.
-Yo he sido traicionado, querida. Solo impartiré justicia, usaré el trono como nuestros padres no supieron y traeré de vuelta la vida y la prosperidad a esa gente por la que te lamentabas.
-¿He de confiar en un hombre que le mete mano a su propia prima?
-Solo inspeccionaba a mi peón, ya te lo dije.
-Curiosa forma de inspeccionar a un peón de guerra.
-En las guerras se han de tener en cuenta más cosas. Esta guerra no la iniciaron las espadas al fin y al cabo.
-¿Qué si no?-La princesa parecía interesada por saber más sobre esa partida de ajedrez eterna.
-Lo mismo que va a terminar con ella. El amor.


 La primera imagen pertenece al usuario de deviantart venlian:  http://venlian.deviantart.com/art/Icy-Blood-425752894

La segunda imagen pertenece al usuario de deviantart noahbradley: http://noahbradley.deviantart.com/art/Blind-Faith-171425233

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