ACTO
IX
DESHONROSO
CABALLERO
Primero
había perdido la razón por ella, después la perdió a ella. Su irracional deseo
por poseerla le llevó a actuar movido por la lujuria, haciendo caso omiso a su
conciencia, olvidando la moral y cometiendo innumerables errores. Tal vez jamás
debió escapar del castillo de su rey. Desde niño había soñado con ser un
caballero honorable con la noble misión de proteger a alguien importante
luchando por lo que está bien, pero también había soñado con proteger a una
mujer que le amase, nunca pensó que esos dos sueños fueran contrarios. Durante
años calló los ecos del amor para escuchar solo la voz de la moral y atender a
su código de honor. Lo que hizo estuvo mal, jamás debió leer aquel libro que
ese traidor le dio.
Obtuvo
respuestas que no le gustaron, tenía que decidir si proteger a la ciudad y su
rey o darle un lugar a su princesa. De ambas formas estaría haciendo el bien,
la princesa era una víctima que no tenía culpa de lo que había sucedido allí en
el pasado. Consumiendo su amor también estaría cumpliendo con su deber como
protector, protector de su alteza, no del reino. Estaba muy confuso y lo seguía
estando, pero lo que tenía claro es que tras lograr sacar a su princesa de allí
no había obrado bien. Tenía a su amada, pero jamás podría poseerla. Ella le
había rechazado como tantas veces había hecho en la torre, solo que pensó que
al sacarla de ese lugar las cosas cambiarían.
Tendría
que haberla sacado él mismo, pero hubiese sido imposible. Los caballeros no
solían salir de la ciudad sin un motivo, y aunque la ocultase el rostro ¿cómo
explicaría la presencia de un segundo jinete en el caballo? Por eso contrató a
un eficaz mercenario. No podía arriesgarse a quedarse allí tras hacer llegar
aquel libro a la princesa, por eso el mercenario tenía la misión de ganarse la
absoluta confianza del rey, no sería difícil, pues se había vuelto muy confiado
durante esos veinte años de tranquilidad y seguridad, solo desconfiaba de los
ciudadanos que ya se habían rebelado un par de veces. La anciana criada a la
que le había dejado el libro sería descubierta y ejecutada, el propio
mercenario tenía que delatarla tras descubrir el libro, libro que finalmente
descubrió otro caballero. Tras su ejecución, el mercenario debería animar al
rey a que su cadáver fuese llevado ante el caballero que le había dado el libro
y que había huido de la ciudad, o sea él, para burlarse de su patético plan
fracasado. El mercenario le diría que en el pueblo del que venía se hablaba de
un caballero de la ciudad impenetrable alojado en la taberna, por ello el rey
le permitiría salir de la ciudad con un cadáver envuelto que cambiaría por su
princesa.
Todos
los movimientos del mercenario en la ciudad habían sido planeados por él
aprovechando que conocía muy bien a su rey y sabía perfectamente como
reaccionaría ante todo. El carisma del mercenario hizo el resto. Hubo un cambio
en el papel de la criada que sería ejecutada, ya que la anciana fue lo
suficientemente astuta como para pasarle el muerto a una más joven y al parecer
amiga de la princesa, pero por lo demás todo salió a la perfección. Lo que no
había planeado era como sería el camino de vuelta. Confiaba en que un
mercenario tan caro y ducho en su profesión sabría como actuar ante los
caballeros que el rey pondría en su búsqueda, lo que jamás sospechó fue que en
ese camino el mercenario enamorase a su princesa.
Al
fin y al cabo él le había sacado de allí y pasaron muchos días juntos. ¿Quién
sabe de que hablarían? ¿Qué encantos desplegaría ese maleducado mercenario? ¿Qué
harían? No podía aguantar la presión en el pecho cada vez que pensaba en ello,
la misma presión que le aparecía cada vez que recordaba sus palabras.
“No
habrá besos, ni caricias, ni historias de amor, ni mucho menos sexo. Si hace
falta firmaré un contrato como el del mercenario. Somos una compañía, nada
más.”
Había
puesto tanta ilusión en su rescate que cuando la escuchó decir aquello todo se
desmoronó. No era por el sexo, aunque no podía negar que no despreciaría
tenerla en su cama o amanecer en su interior, de hecho sintió unas ganas casi
irrefrenables de hacerlo la primera y única noche que pasó con ella, pero no
era su prioridad. Solo quería estar con ella, besarla, acariciarla, quererla,
justamente lo que ella le había prohibido hacer. Se tendría que conformar con
seguir protegiéndola, y hasta eso había hecho mal.
Su
honor como caballero no fue solo el que desapareció, también el honor como
persona. Su vida había caído en un abismo, sin un lugar en el que vivir y una
persona a la que amar sin límites todo había perdido sentido, por lo que su
primer impulso fue mandarlo todo a la mierda, olvidarse de sus restricciones y
beber para olvidar. Había vomitado como un borracho, se cagó en los pantalones
como un niño asustadizo y perdió a la princesa sin poder hacer nada. Vio como
se la llevaba aquel caballero en brazos delante de sus narices mientras se
desmayaba.
Tampoco
contó jamás con que aquel caballero, que había sido uno de sus pocos amigos en
aquel lugar, incluso como un hermano pequeño, se la llevase con él. ¿Qué
buscaba? ¿Quería que el rey le recompensase? ¿Quería solamente cumplir con su
deber? Era joven, podía llegar a entenderle, pero le había traicionado, algo
que el jamás habría hecho...aunque al fin y al cabo si estaba así era porque él
había traicionado a su rey. ¿Y si quisiese a la princesa solo para él? ¿La
violaría? ¿Haría lo que ponía en el libro? Si hacía eso juraba por su honor, el
poco que le quedaba, y por su princesa que le cortaría la cabeza. Sería rápido
e indoloro, pero tan contundente como la justicia divina.
Era
el momento de redimirse, de recuperar su honor y enmendar sus errores.
Rescataría de nuevo a la princesa y la haría libre, la dejaría decidir si
volver a su torre o vivir en otro lugar, ajena al conflicto, como ella deseara.
Tomase la decisión que tomase la esperaría un camino complicado. Si no quería
vivir con él, si quería una vida totalmente diferente a la que él había
planeado, se la daría. Si le quería solo como protector le tendría, pero si
quería perderle de vista no lloraría como un infante, volvería a la ciudad
impenetrable y respondería ante el rey. Le mataría, eso seguro, pero moriría
con honor. Aunque para conseguir recuperar a la princesa tal vez necesitase
volver a traicionar a su rey, pues no era seguro que alcanzasen al caballero
antes de que llegase a la ciudad impenetrable, por ello volvía a necesitar al
hombre que contrató una vez. Al fin y al cabo la princesa quería verse con él
una vez más antes de partir a donde fuese, cumpliría su deseo por mucho que le
doliese. Necesitaba su ayuda, aunque le molestase reconocerlo, y la princesa
deseaba su presencia, aunque le doliese tan solo pensarlo.
Ya
había emprendido el viaje hacia la montaña, un viaje largo, pero tranquilo, sin
nadie que le molestase. No podía evitar sentirse intranquilo al viajar en una
dirección contraria a la que viajaba la princesa capturada. Lo lógico hubiese
sido ir tras él, pero había muchas posibilidades de que no le alcanzase y de
que tuviese que adentrarse de nuevo en la ciudad impenetrable para sacar de
allí a la princesa, por ello se vio obligado de nuevo a contratar a aquel
mercenario. Contaba también con el que parecía haber sido su único amigo en esa
endemoniada ciudad, si él le conseguía alcanzar, la princesa estaría entonces a
salvo hasta que llegase con el mercenario. Después solo tendrían que hacer lo
que saben los dioses hubiesen planeado. ¿Querría matarle por el daño causado?
No creía, puede que el mercenario matase a aquella criada, pero él la sacó de
allí y sin duda había complicidad entre ellos. Si hubiese querido empezar una
nueva vida con él, el mercenario no se hubiese ido de esa forma y la princesa
no le habría solicitado llevarla a la montaña para luego volver...no entendía a
esa niña que había creído suya. Ni tampoco al caballero que se la llevó, ni al
mercenario que contrató, ni a su rey, ni el por qué de un conflicto tan
antiguo. No se entendía ni siquiera a si mismo, no entendía nada.
Tenía
frente a él una gran montaña extraña y solitaria, emergiendo de la tierra por
dos extremos bien diferenciados que le hacían parecer brazos de una esfinge.
Cuando era solo un escudero había estado allí, muy cerca de la capital de
reino, situada, según le dijo su padre, sobre un volcán tras la montaña a
muchas millas de distancia comunicadas por un eterno puente de piedra con un
único soporte en la parte central. Los ojos de aquella montaña vigilaban el
reino sin poder ver más allá de la ciudad impenetrable situada en el sur, pocos
en esos momentos sabrían lo que había más allá de ese reino. Él ni siquiera
había salido del reino por el oeste, el único sitio por el que se podía salir
sin necesidad de barcos, tampoco había visto el mar a pesar de que no estaba
tan lejos, recorriendo varias millas a caballo hacia el este. Él había crecido
en ese reino para protegerlo. Había soñado con ser un caballero de la Guardia
Real en la capital del reino, en llevar ese volcán en erupción en su armadura,
pero jamás pudo siquiera pisar el volcán apagado.
La
guerra llegó cuando tenía tan solo diecinueve años. El monarca al que soñaba
proteger murió en su lecho y el conflicto comenzó cuando su hijo mayor estaba
conociendo en persona a las gentes del sur, lo que su hermano pequeño aprovechó
para sentarse en el trono y autoproclamarse rey. Las ciudades del sur se
unieron a la causa del rey legítimo y traicionado que había pasado un tiempo
con ellos. Se asentó en una de las ciudades y comenzó el conflicto. El norte
estaba mejor protegido, pero el caballero al que servía, protector de un señor
de las ciudades de la montaña cercanas al valle y vasallo del monarca, dijo que
jamás ayudaría a un usurpador. Escudero y caballero huyeron juntos a reunirse
con el que debía ser el auténtico rey, pero el señor al que servían era fiel a
su vasallaje al trono y mandó que les ejecutaran por traición.
Llegaron
ilesos al sur y fueron bien recibidos en el asentamiento del verdadero rey al
que debían proteger. El caballero que le había enseñado todo lo que sabía viajó
de nuevo al norte esta vez junto a las tropas del hermano traicionado. Murió en
batalla. Poco después le hubiese tocado a él entrar en combate, ya estaba
preparado para la batalla, pero el rey recibió a mucha gente de las ciudades y
pueblos colindantes en el asentamiento estableciendo después un escudo perfecto,
la lucha había terminado. Les prometió que jamás serían atacados y que solo
tendrían que esperar a que su hermano muriese para moverse hacia el norte y
recuperar la ciudad de su padre. Veinte largos años en los que se había ganado
un lugar entre los caballeros de la Guardia Real, el momento que había esperado
toda su vida.
Había
pasado tanto de todo aquello. Había olvidado al caballero al que había servido,
el dolor y el miedo de la guerra, el honor hacia su rey y la sensación
tranquilizadora que le invadía haciendo lo correcto. Él benevolente rey que
tanto prometió a los ciudadanos no tardó en pasarles por la espada usando a sus
caballeros al mínimo revuelo que causaron cansados de esperar incomunicados en
una ciudad en la que su rey no les hacía caso. Esa ciudad fue nombrada nueva
capital del reino haciendo que con los años la gente se olvidase de la
verdadera capital, pero él también olvidó como debería haber sido esa capital.
Todos esos años cerró los ojos ante la realidad. Su rey se hacía viejo, era
normal que las cosas no fuesen como antes, pero él debía ser el rey, su labor
era la de esperar junto a él para recuperar el auténtico trono que en realidad
nadie ocupaba como debía.
Estaba
a unas horas de viaje de aquel volcán, de acabar con la injusticia, de hacer victorioso al rey por el que su caballero dio la vida, pero de nuevo anteponía
a la princesa, al fin y al cabo no podía hacer nada él solo. Era momento de
escalar la montaña para llegar a sus ojos y contemplar con claridad el
desamparado reino...la verdad que tantos años ignoró.
Tenía
que aprovechar con astucia los recovecos de la roca, pensar bien donde meter
los pies y en qué superficies agarrarse, no arriesgarse demasiado y sobretodo
no mirar abajo. La escalada era dura, en más de una ocasión pensó en que no
podía, peores fueron las ocasiones en las que pensó que se caería. Al inicio
subir por uno de los brazos de la montaña había sido pan comido, pero a medida
que llegaba al torso y la superficie se empinaba la escalada se convirtió en un
reto.
Llevaba
guantes que le ayudaban a aguantar el dolor de la roca clavándose en sus manos,
pero perdía sensibilidad en los dedos y no se agarraba con toda la firmeza que
debería. El calzado tampoco era el mejor. Los escarpes no eran los suficientemente
flexibles para moldearse a la roca, aún así no se detuvo. El ascenso era duro,
pero si el mercenario podía haberlo hecho él también podría. En ocasiones
colocaba la rodilla contra la pared como punto de apoyo y poder alcanzar puntos
en apariencia inaccesibles, utilizó todos sus recursos para poder seguir
ascendiendo sin caer al vacío.
“Luché
por conseguir poseer lo inaccesible, cometí una locura para conseguirla a ella
lejos de esa torre, pero no pude siquiera tocarla, ella me rechazó y yo caí.
Pero ella no es esta roca. La roca permanece inmóvil permitiendo que la agarre
con fuerza, puedo alcanzar cualquier soporte y usarlo para ascender. No puedo
permitir que estas rocas me tiren al suelo como hizo ella, soy un caballero de
la Guardia Real, soy su protector y voy a buscar mi espada”.
La
espada no vale nada si no se sabe usar y él había sido el que había empuñado la
espada que era aquel mercenario para ponerla a salvo. Ella se había enamorado
de la espada como solo un caballero podía hacerlo. No sabía apreciar lo que
había hecho él para que esa espada le rompiera sus cadenas, pero ahora no era
eso lo que importaba. Honor, el código de honor que aquel caballero al que
sirvió le enseñó era lo que tenía que importarle, de la misma forma que tenía
que importarle que aquella mujer fuese feliz. Por eso empuñaría la espada las
veces que fuese necesario, aunque sus destellos la hipnotizasen olvidándose de
su portador. Él cumpliría su cometido.
No
pensó ni por un momento en fracasar, siguió subiendo haciendo esfuerzos
sobrehumanos, sudando como nunca había sudado, sintiendo dolores en las
extremidades que no eran normales, con partes de los guantes rotos, algunos dedos ensangrentados y el peso de la
armadura recordándole lo estúpido que era por empeñarse en escalar con acero en
su cuerpo. Llevaba más de dos horas escalando, haciendo descansos no muy largos
y deseando que ese ascenso a los infiernos terminase algún día.
Llegó
a una superficie horizontal después de casi cuatro horas de escalada en las que
creía iba a morirse, no sabía si deshidratado, agotado o golpeado contra el
suelo. No podía creer que pudiese tumbarse y descansar. Con las manos libres
podía por fin beber un poco de agua que había llevado para su viaje y comerse
una manzana podrida. No le gustaba beber esa agua y menos después de lo que le
había pasado con la cerveza de aquella taberna. Todavía sentía cierta molestia
en el estómago y lo que menos quería era cagarse mientras escalaba. Descansó
más de lo que le hubiese gustado, unas dos horas, tiempo que la princesa pasaba
con aquel traidor. Al levantarse, antes de reiniciar la escalada decidió seguir
caminando por la superficie horizontal hasta llegar a un recoveco, la boca del
titán y sus dos lenguas.
Se
maldijo a si mismo cuando vio la escalera del valle, había pasado cuatro horas
escalando para nada. Si lo hubiese sabido podría haberse adentrado en el
desolado valle y subir a la boca sin esfuerzo.
La otra lengua de piedra era larga y se extendía muchas millas al norte,
estaba deteriorada y parecía interminable. Solo se podía imaginar su fin porque
podía verse el gran volcán a lo lejos. Allí estaba el auténtico trono y un
traidor mentiroso sentado en él. Quién sabía si no estaba muerto ya y habían
conseguido evitar que la noticia volase a la ciudad impenetrable. Le constaba
que tenía un hijo y una hija. ¿Y si gobernaba alguno de los dos por él? No
tenía sentido. ¿A que esperarían entonces, a que la defensa cayera por si sola?
Todo
era absurdo, el reino estaba desgobernado por culpa de un hermano que se empeñó
en gobernar lo que no le pertenecía. Pero ese no era ahora su camino, su camino
estaba más arriba, en el punto más alto del reino, una montaña más pequeña que
muchas de las del inexplorado norte. Tal vez, cuando volviese ante su rey para
responder por sus delitos y pecados le permitiese realizar una misión suicida
para recuperar el honor. Adentrarse en la antigua capital para comprobar la
situación e intentar matar al falso rey. Él era un caballero, no un explorador
o un espía, moriría en el intento, pero moriría sirviendo a la corona.
Era
el momento de continuar. Se aseguró de que no hubiese escaleras ocultas en la
roca y, después de maldecir de nuevo su estupidez, puso rumbo a los ojos de la
gigante roca. Se notaba el descanso, pero la subida seguía siendo ardua. Esta
vez se había quitado los guantes, pero se mantuvo con la armadura puesta, no
podía quedarse ahora sin su única protección por mucho que le dificultase el
ascenso. Además, las canilleras le servían para protegerse de la roca y
apoyarse sin miedo a hacerse daño con piernas y brazos.
Diez
minutos después del ascenso reiniciado el caballero cometió un error, no se
agarró con la suficiente firmeza y cuando se soltó con la otra manó para
sujetarse a otro recoveco, la única mano que agarraba en ese momento la roca se
resbaló cayendo hacia atrás sin poder encaramarse de nuevo. El golpe que se dio
en la espada contra la superficie horizontal fue doloroso, por suerte su cabeza
no impactó contra roca ya que quedó sobresaliendo de la superficie, lo que le
produjo un fuerte dolor de cuello. Tardó casi media hora en recuperarse y en
verse con fuerzas para intentarlo de nuevo. “Soy un caballero de la Guardia
Real”, se repitió y volvió a encaramarse en la roca.
Tres
horas después podía rozar ya los ojos. Si cometía un error como el de antes
sería mortal, no podía permitirse fracasar. Se pensó muy bien donde agarrarse,
avanzó con sumo cuidado y finalmente se colgó en la cuenca del gran ojo de la
roca. Cuando entró en la pequeña cueva sintió una profunda decepción. Era un
espacio angosto que terminaba pocos pasos después de donde empezaba y allí no
había nadie, en ninguno de los huecos. El mercenario les había mentido o ellos
habían interpretado mal su mensaje. Se sentó en la roca con las manos en la
cara pensando en lo estúpido que había sido confiando de nuevo en aquel
mercenario, en cómo había fracaso y en lo que le esperaría a partir de ese
momento a la princesa.
Sin
poder contener su enfado agarró una piedra y la tiró contra la pared de su
derecha. Al caer al suelo la piedra no hizo ningún ruido, su descenso se
prolongó varios segundos hasta que se oyó el eco de su impacto. El caballero se
levantó y comprobó que no había suelo junto a la pared del fondo, la cueva
decencia hacia la más absoluta oscuridad. Allí tenía que estar oculto aquel
mercenario, pero ¿cómo bajaría hasta allí?
Entonces lo vio, a sus pies había un enganche metálico incrustado en la
roca y atado a él una cuerda por la que no dudó en bajar verticalmente apoyando
los pies en la pared y agarrándose con firmeza a la cuerda. La oscuridad le
envolvió, se sentía indefenso y más sabiendo que un sucio mercenario acechaba
en las sombras. Después de varios minutos bajando sin mucha dificultad llegó al
suelo. No veía absolutamente nada, no sentía el aire y el frío le calaba los
huesos. Buscó la pared con la mano y se movió muy despacio sin separarse de
ella mientras la otra acariciaba el puño de su espada.
No
veía nada, solo sentía. Sentía la áspera y fría roca en su mano, el pegajoso y
también frío sudor en su frente y el afilado y más que frío acero en su cuello.
Tenía que ser él.
-Ni
un paso más.-Era una voz ronca que no conocía.
-¿Sois
el mercenario?
-Que
considerado por tu parte, pero tú eres el intruso y el que pregunta aquí soy
yo.-La frase pronunciada con aquella voz le dio un escalofrió.
-Solo
soy un caballero de la Guardia Real.-Mientras se presentaba extraía con mucho
cuidado el filo de su espada de la vaina.
-Un
caballero con ansias de hacer honor a su nombre y también de morir en la más
absoluta oscuridad.-El desconocido asaltante pasó su mano libre por el dorso de
la mano con la que sujetaba la espada-.Suéltala y no hagas más estupideces.-El
caballero le obedeció, la soltó y el desconocido fue quien le extrajo la espada
de la vaina.
-No
quiero haceros daño.
-Ni
puedes, amigo intruso.
-Ni
puedo.-Repitió dándole la razón para evitar problemas.
-Así
que un caballero de la Guardia Real ¿eh? Creía que os habíais extinguido con la
guerra y mira tú por donde va a parar uno aquí. ¿Sabes, llevo mucho sin dar
caza a una presa tan apetecible como tú? ¿A que sabrá un caballero real? A
mierda, a que va a saber un hombre que sirve al rey.-A mierda sabría después de
la diarrea que sufrió en la taberna, sin duda.
-No
asustes al pobre hombre, que se va a cagar en los pantalones.-Dijo otra voz
desconocida-. ¿Qué hacemos con él?
-Primero
vendarle los ojos y encender las antorchas de nuevo.-Volvió a hablar el que
sujetaba el puñal sobre su cuello.
Sintió
como una tela se posaba sobre sus ojos anudada con fuerza. Después el negro se
fundió en naranja, pero seguía sin ver nada. Le condujeron por una especie de
pasadizo mientras hablaban de lo concurrida que estaba últimamente la montaña.
¿Estaría la antigua capital mandando exploradores más allá del valle? Después
de tropezar varias veces con rocas salientes por el camino le detuvieron.
-Al
final el viajero ha hecho una paradita en nuestra humilde morada, aunque siento
decirte que viene solo.-Anunció el hombre que le había cogido desprevenido.
-¿Qué
le habéis dicho? Desprende cierto olor a...mierda.-Dijo un tercer desconocido
mientras hacía un exagerado ruido olfateando el aire.
-Pues
es verdad...empezaba a pensar que era yo. Llevo demasiados días aquí metido y
cada vez me da más pereza alejarme para hacer lo que la madre naturaleza me
obliga.-Anunció el segundo hombre.
-Se
debió de cagar cuando le dije que me lo iba a comer. La risa del segundo hombre
resonó por toda la estancia. -Tranquilo hombre, solo te mataremos.
-Venga
chicos, creía que no matabais así porque sí.-Una cuarta voz.
-Dilo
por vosotros. Esta montaña es mía, a los intrusos los mato.-El dueño de la
primera voz volvió a poner el cuchillo en su cuello.
-No
hasta que descubra que ha hecho con ella.-Esa cuarta voz sí la conocía-. ¿Ya
has perdido la mercancía que me solicitaste?
-¡Ella
no es ninguna mercancía!
-Eso
decía el contrato...
-¡No
podía poner en un documento por escrito que te llevaras a la princesa!-No
llevaba ni un minuto hablando con él y ya le había desquiciado.
-Así
que este es el amiguito del que hablabas.-La tercera voz se acercó a
él-.Mírale...un cobarde como tú no merece ser llamado hombre. Si quieres que el
pececillo se coma la almeja tienes que meterte en el mar.
-No
tienes idea del lugar del que vengo.
-Ohh,
pobre. Un caballero de la Guardia Real ha debido de sufrir muchísimo rodeado de
doncellas, banquetes y camas de plumas, mis disculpas, ser.-Se mofó la tercera
voz.
-¿Qué
va a saber alguien como tú, que te escondes en un oscuro agujero como una
apestosa rata?. Con sus oídos no fue suficiente para percibir el puñetazo antes
de que se lo diese. Volvía a estar tirado en el suelo, pero esta vez no se lo
haría encima.
-Cuidado
con lo que sale de tu boca de caballero, las ratas pueden matarte antes de que
puedas darte cuenta.
-Pégale
todo lo que quieras, pero el que le rajará el cuello seré yo.-El de la voz
ronca parecía no pensar en otra cosa.
-Quietos,
hombre. ¿Qué va a pensar de nuestra hospitalidad? No le dejéis sin dientes
antes de que pueda decirme qué ha pasado con su amada princesa.-Y él pensando
que el mercenario era de la peor calaña.
-No
te importa...
-¿Entonces
a que has venido? ¿A que te matemos? no
seas estúpido y orgulloso, hombre.
Era
cierto que había ido allí buscándole, ¿pero qué le esperaba a la princesa con
gente de tal bajeza? Además, reconocer ahora que se habían llevado a la
princesa delante de sus narices le dolía más estando aquellos tres hombres
presentes. Pero en esa situación no podía hacer otra cosa, y podría ser lo
único que le sacase de allí con vida
-Vengo
a contratar tus servicios...de nuevo.
-Ja,ja,ja,ja.-No
identificó de quien era la risa puesto que no dijo nada tras ella, pero parecía
ser de nuevo la segunda voz la que soltaba tal carcajada.
-¿Qué
tipo de encargo solicitas?
-Rescate.
-¿No
es secuestro esta vez?
-Nunca
lo fue.
-Ya...Bien,
¿tenéis el dinero para pagarme?
-¿Dinero?
Se trata de la princesa, esto ya es personal. ¿Acaso no la quieres rescatar
tanto como yo?
-Tú
mismo lo dijiste, esto es un contrato. Si hay algo que le dejé claro a la
princesa es que mis objetivo se antepone ante todo, sobre todo ante las
mujeres, y mi objetivo es conseguir dinero realizando misiones que me
encarguen. Por lo tanto la misión está por encima de la princesa.
-Pero
la misión es rescatar a la princesa.
-Para
lo que quiero una recompensa
-Ella
te quiere, incluso quería que la trajera aquí y tú...-El caballero no salía de
su asombro.
-Ella
quiere matarme, es su misión, cada una tiene la suya. Contaba con que la
cumpliese o por lo menos que lo intentase, por eso os di la pista sobre el
escondite, suponía que no negarías nada a tu princesa y tampoco traerla aquí.
Sino consigue matarme necesitaré dinero después de cumplir mi misión de
rescatarla para seguir viviendo. ¿No? Son las condiciones de un contrato, yo
realizo un servicio que no me beneficia personalmente y tú me pagas.
-¿Y
esperabas que escalase esta montaña ella sola?
-Con
tu ayuda. Si algo intenté en el viaje fue que se valorara más y fuese de
utilidad, creo que la infravaloras demasiado.
-Hasta
yo estuve a punto de matarme.
-Hasta
tú...lo dices como si fueras alguien a tener en cuenta.
Seguía
empeñado en humillarle, pero no le importaba. Si la princesa quería realmente
ir allí para matarle se quedaba más tranquilo.
-Bien,
te pagaré, pero la mitad que la otra vez. Esta vez iré contigo.
-¿Tú
conmigo? No es habitual en un contrato y tú más bien serías una molestia.
-Me
necesitarás en caso de que haya que adentrarse en la ciudad impenetrable, soy
el único que puede entrar. Haré salir al caballero que se la llevó al exterior
para que tú te encargues de él mientras yo saco a la princesa.
-No
sé como funciona el escudo de la ciudad, pero es probable que ya no puedas
traspasarlo como si nada, eres un traidor, ¿o se te había olvidado? Aunque
antes de que digas nada creo que ir a la ciudad impenetrable es ir al lugar
equivocado.
-¿Qué
sabes tú?
-Sé
que hace tan solo unos días una montura llevaba encima a dos jinetes, no te
creas que pasamos todo el día metidos en esta cueva. Creía que serías tú con la
princesa, pero resulta que era su secuestrador. Te aseguro que no hay muchas
posibilidades, todo esto está desierto.
-¿Por
qué querría llevarse él a la princesa a este lugar?
-Cuando
dices él ¿te refieres al anciano o al de la coleta?
-¿No
podía ser otro secuestrador?
-Aunque
seas un inútil sigues siendo un caballero de la Guardia Real, no creo que
cualquier te quitase tu mercancía.-“En el estado en el que estaba hasta otro
borracho podía haberse llevado a la princesa sin que yo pudiese hacer nada”.
-En
efecto...fue el de la coleta.
-Me
lo imaginaba...Bien, pues debemos empezar con los planes para entrar en la
ciudad volcánica.
-¿En
la ciudad volcánica? ¿Estás loco?
-Más
loco estás tú pretendiendo entrar en la ciudad impenetrable como sí nada ¿no
crees? No creo que nadie cruce esta montaña para contemplar las vistas, ese
caballero intenta ganarse el favor del otro rey.
-Pero...no
conocemos el terreno, no será tan fácil como meterte en la ciudad impenetrable.
-Nosotros
no lo conocemos pero él sí.-Si había señalado a alguien no podía verlo con los
ojos vendados.
-Solo
fui un par de veces, prefería la montaña, pero creo que podría ofreceros algo
de información.-Era el de la voz ronca, eso no le gustaba.
-Yo
también pasé varios días allí antes de convertirme en mercenario.-Ahora el que
le había pegado el puñetazo, la cosa se ponía fea.
-Bien,
trazaremos un plan y actuaremos cuanto antes.
-¡Espera!
¿Van a venir ellos?
-Hace
mucho que no realizamos un contrato juntos-dijo el de la tercera voz
dirigiéndose a alguien-, y si puedo ayudarte, yo encantado.-Suponía que hablaba
con el mercenario.
-Yo
hace tiempo que no desgarro la carne de alguien, estoy harto de cazar
animales.-No se fiaba del de la voz ronca.
-Pues
yo no pienso quedarme aquí, además, será un placer viajar con mis
mentores.-También el dueño de la segunda voz y aquella risa escandalosa.
-¡Entonces
el dinero de la recompensa será menor!-No necesitaría el dinero cuando muriese
ante uno u otro rey, pero era el orgullo hacia esos mercenarios lo que le
impedía ser generoso con la cantidad de oro que ofrecía.
-Al
contrario, será más, pues somos más. No hace falta ser un ilustre caballero
para saber eso.-La tercera voz volvía a acercarse. Esta vez, arrodillado en el
suelo apartó la cara por miedo a recibir otro golpe.
-El
contrato lo tengo con él, no con vosotros. Si el mercenario recibe ayuda se
rebajará el precio.
-Pero
como no ha firmado nada y casi todos somos mercenarios aquí, el contrato se
modifica y se paga por igual a los cuatro contratados. ¿Te parece bien, caballerito?
-Es
una misión de rescate limpia en la que predomina la infiltración, no el combate
abierto. Cinco personas seremos un estorbo.
-Tú
serás un estorbo, nosotros sabemos lo que hacemos.
-Y
de limpia nada, amigo intruso, yo voy a ensuciar con sangre mi cuchillito.-No
sabía si soportaba menos su voz ronca o lo que decía. Ese hombre parecía matar
a cualquiera con tal de desahogarse.
-¡He
dicho que...!-Entonces pensó hacía donde iban y la gente que iba a ir con
ellos-.No...sí, podéis matar, de hecho debéis matar. Vamos a entrar a la ciudad
volcánica. Si entramos no podemos desaprovechar la oportunidad, no solo
rescataremos a la princesa, otros se encargarán de asesinar a un rey.-Nadie
dijo nada, por lo que tardó en saber que les pareció sin poder ver sus rostros.
-¿Pretendes
que matemos al rey de la ciudad volcánica? Deberías saber que las guerras no
nos interesan.-Le informó el de la tercera voz.
-Pero
sí el dinero.-Que raro que esas palabras saliesen de la boca del mercenario-.
Si además de rescate añadimos un asesinato, el contrato se amplia y con él el
dinero. Y si se trata de asesinar a un rey...espero que tengas mucho dinero.
-Lo
tengo, os daré todas las bolsas de dinero que llevo encima y me aseguraré de
que el rey os pague.
-Pero
¿no es al rey al que vamos a matar?-Preguntó la segunda voz.
-Vamos
a matar a un rey, el otro será el que os pague.
-Y
¿cómo pretendes pedírselo? No creo que le apetezca pagar a un traidor por mucho
que le haga el trabajo sucio.
-Eso
si supiera que soy un traidor. Si el caballero que ha secuestrado a la princesa
no ha ido a la ciudad impenetrable mi rey no sabrá la verdad, solo tiene
especulaciones. Le diré que huí para dar caza a su hermano y que no podía
informarle siquiera a él por lo peligroso de tal misión. Después le pediré
dinero de las arcas y os lo daré gustoso, podéis confiar en mi palabra.
-Este
tío empieza a gustarme.-Reconoció la segunda voz.
-Por
lo menos esta vez se tirará de cabeza al mar aunque sea junto a unas ratas como
nosotros. Y si es verdad que nos paga bien dejaré de darle los puñetazos en la
cara, no vaya a ser que su rey no le reconozca y nos quedemos sin cobrar.-Era
gente extraña, sucia, sin moral ni ningún código, pero en ese momento les
empezó a ver de otra forma, aunque no podía ver todavía nada por culpa de la
santa venda que no le quitaban. Esos hombres podían ser su salvoconducto.
Cuando
le quitaron la venda el panorama no mejoró. La cueva estaba sucia y la luz de
las antorchas no era lo que se dice acogedora. Era un lúgubre agujero habitado
por personas lúgubres. La voz ronca pertenecía a un hombre con el pelo largo y
grisáceo, una cara en la que las arrugas se mezclaban con varias cicatrices y
una de ellas le atravesaba un ojo totalmente blanco que le otorgaba un aspecto
temerario. Era delgado, casi esquelético, pero a pesar de ello parecía
enérgico, incluso con aquella edad parecía poder moverse con agilidad.
El
de la risa escandalosa era el más joven de todos, su rostro no denotaba maldad
alguna y se estaba intentando dejar barba, que no era más que una pelusilla
ridícula, ridiculez que aumentaba con ese tono naranja que tenía su pelo
alborotado. El que le había pegado el puñetazo parecía de la misma edad que el
mercenario, tenía una barba muy parecida y era más o menos de su misma estatura,
pero al contrario que el mercenario él era moreno, tenía el pelo más corto y
peor peinado y su rostro no intentaba ser amable. Le miraba con desprecio
mientras que a los demás mostraba una sonrisa que parecía contagiosa entre
mercenarios y secuestradores, aunque la suya era diferente a la del mercenario
y el caballero de la coleta, la suya era una sonrisa que no acompañaba con la
mirada, una sonrisa que no mostraba soberbia, confianza o cierta amabilidad
oculta en oscuras acciones, la suya era una sonrisa desconfiada, una sonrisa de
desprecio.
El
mercenario seguía como siempre, a decir verdad mejor que nunca. Ya no llevaba
esas ropas de campesino, se había curado bien las heridas y mostraba un mejor
aspecto y vitalidad. Todos llevaban ropas sencillas y cómodas, pero bien
preparadas para el combate. Juntos habían planeado los movimientos que
realizarían para rescatar a la princesa y asesinar al rey. Le hubiese gustado
un plan tan preciso y calculado como el que tenía cuando el mercenario se
adentró en la ciudad impenetrable, pero no era tan fácil. Algo que no dejaba de
resultar irónico teniendo en cuenta que la ciudad volcánica no tenía el nombre
de impenetrable.
La
estrategia parecía efectiva sobre el papel, pero ejecutarla era ya otra cosa.
Se dividirían en dos grupos. El primero estaba compuesto por él mismo y el
mercenario moreno. Cruzarían el largo puente de piedra hacia la cima del
volcán, donde había una mayor seguridad. Él mentiría diciendo que llevaba
información de la ciudad impenetrable que podía ser de ayuda y un mercenario
como prisionero. Contaba con que el de la coleta estuviera allí, así que
tendría que pensar muy bien qué decir sobre el secuestro de la princesa en su
ciudad y sobre los falsos planes que tenía.
Mientras,
el segundo grupo compuesto por el mercenario, el viejo de la voz ronca y
zanahorio, como le llamaban los demás, se adentrarían en la ciudad por los
túneles bajo la montaña cerrados después de la guerra. Para ello tendrían que
bajar de nuevo la montaña y descender hacia la llanura situada entre volcán y
montaña. Posiblemente hubiese poca vigilancia en esa entrada ya que la tenían
sellada, pero entre los tres se las apañarían para abrirla y pasar al otro lado
eliminando en silencio a los guardias pertinentes. Ellos se encargarían de
llegar a las celdas, que según decía el viejo se encontraban bajo la roca
volcánica del castillo. Mientras él y su compañero eliminarían al rey. Habían
planeado como hacerlo, incluso habían practicado a manejarse con las manos
atadas. Había que estar preparado.
Al
día siguiente dejaron todo a punto. Repasaron el plan y siguieron practicando
unos con otros tanto acciones sigilosas como combates directos. El viejo de la
voz ronca daba saltos por la roca para desoxidarse un poco, desde luego se
movía con rapidez y en silencio trepando por superficies tan irregulares. Él se
masajeaba piernas y brazos como podía para aliviar el dolor de las agujetas y
se limpiaba las heridas de los dedos con algo de agua filtrada en la roca que
también se echaba en mejilla derecha sobre el moratón que le había causado el
puñetazo. Después se dirigió hacia el mercenario, que le estaba dando unas
pautas a zanahorio para ser lo más silencioso posible y esperó a que acabase
con él
-¿Seguro
que son lo suficientemente buenos?-El caballero sabía que la misión era muy
peligrosa.
-Me
pregunto lo mismo de ti.-El mercenario sonrió levemente.
-Deja
las pullas y habla en serio por una vez.
-Siempre
hablo en serio aunque no lo parezca.
-¿También
hablas en serio cuando dices que son buenos?
-Completamente.
Zanahorio vino aquí hace no tanto, pero entre mi amigo y yo le entrenamos y ya
ha trabajado en algún contrato él solo, tiene que pulirse, pero así empecé yo.
Mi amigo es un mercenario como yo, de los mejores. Nos conocimos en un contrato
coincidente. Diferentes contratos que nos llevaron al mismo lugar y a dos
objetivos reunidos.
-¿Y
el otro?
-El
otro es el único que no es un mercenario, pero es mejor que cualquiera de
nosotros, podría habernos matado si no llegamos a superarle en número.
-¿Mataros?
-Cuatro
mercenarios fuimos contratados para adentrarnos en esta montaña y explorarla.
Eran clientes que simplemente querían estudiar este lugar, pero no se atrevían
a adentrarse en él. ¿Sabías que muchos creían que había monstruos de la oscuridad
y que eran los mismos que los que se comieron las cordilleras que
desaparecieron? Cuentos de brujas, claro. Solo había hombres del valle que
sobrevivían como podían.
-Hombres
del valle...
-Exploradores
que se encargaban de la vigilancia y la caza cuando éste era un lugar
habitable. Escalan como nadie y son muy peligrosos, antes de que puedas verlos
ya han saltado sobre ti. Al igual que pasó contigo nos consideraron intrusos.
Dos de nuestros compañeros mercenarios, a los que hay que decir que no conocía
de nada, les mataron. Ellos eran tres. Nosotros matamos a dos de ellos, este
sobrevivió cuando solo quedábamos mi amigo y yo.
-Entonces
se rindió.
-Je,je.
No, mi amigo tiene una cicatriz para demostrarlo. Cuando le arrinconamos e
íbamos a matarle se echó a reír y reconoció que éramos buenos, que la montaña
era nuestra. Nos hizo tanta gracia que le dejamos vivir y nos quedamos con él.
-¿No
tenéis miedo a que una noche os rebane el cuello?
-Si
no lo ha hecho ya no creo que lo haga ahora. Se divertía con nosotros y le
gustaba nuestra forma de luchar. Nos acogió en su cueva, que nos sirvió de
guarida.
-Creía
que no tenías hogar.
-Y
no lo tengo, como te digo es una guarida, no un hogar. Mi hogar es el mundo y
todas las tabernas que hay en él, aunque muchas veces prefiero la intemperie.
Por aquí pasamos de vez en cuando para esconder algo, escondernos nosotros si
se tercia o simplemente pasar un buen rato. Como buen explorador que es no deja
de vigilar la montaña y a pesar de la altura sabe distinguir quien va hacía
ella, así que no puede entrar cualquiera y sabe cuando somos nosotros los que
nos dirigimos a ella. Aquí oculté mi auténtica espada, por eso no me molesté en
pedir al caballero de la coleta que me la devolviese, esa era de la Guardia
Real. Lo malo es que ahora tenemos un enemigo con dos espadas.
-Es
mejor saber manejar una espada que empuñar dos sin tener ni idea.
-Bien
dicho, aunque me parece que nuestro joven amigo sabe muy bien empuñar su
espada.
Era
la primera vez que mantenían una conversación normal desde que se conocieron,
así que tenía que aprovechar.
-Mercenario...
-Tres
de los que estamos aquí lo somos, tendrás que atinar más.
-Nunca
me has dicho tu nombre.
-Ni
tú el tuyo.
-Cierto...
-Ni
lo quiero. Los nombres no dicen nada de nosotros, menos incluso que los títulos
o nuestra apariencia física. Los nombres no hacen quienes somos y no son más
que una carga imborrable, es mejor olvidarlos.
-Entonces
como quie...queréis que os llame.
-No
hace falta que recuperes los modales de repente, ni tampoco que me llames de
ninguna forma, simplemente di lo que quieras decirme.
-No
la mates...por favor.-Fue tan repentino como educado.
-Eso
no es decisión mía.
-¿Cómo
no va a ser decisión tuya si lo primero que haga al liberarla es ir a por ti?
-Es
la misión que se ha autoimpuesto, matarme por unirme a la barbarie de la
ciudad, tiene que cumplirla con todas sus consecuencias. Es lo que ella quiere,
decidir sus propias metas aunque jamás las alcance, luchar por ellas.
-Pero
no tienes porque matarla.
-Si
fracasa será lo mejor para ella y para mí. No puedo vivir toda la vida
amenazado por una mujer y ella no puede vivir sabiendo que es incapaz de
conseguir nada.
-Pero
no es más que una niña.
-No
es una niña, ni una princesa, ni una mujer, ni tiene nombre. Recuérdalo, no
somos nada ni nadie hasta que demostramos serlo, y ella ha decidido ser mi
asesina o una más de mis víctimas.
-¡No!-El
grito fue un susurro ahogado y el agarre fue prudente para que nadie se diese
cuenta.-No voy a permitir que la mates, la quiero con todo mi corazón.
-Pero
el suyo no importa ¿no? Mira, te puedo asegurar que no he vuelto a amar a una
mujer desde hace muchos años y que tanto como amar me cuesta olvidar ciertas
cosas y recordar otras, pero ella me hizo ver las cosas de otro modo, consiguió
recordarme a una mujer del pasado. No he dicho que vaya a disfrutar matándola,
pero así es la vida. Despierta de esa novela de caballería en la que vives, la
vida no se simplifica a si vencemos a nuestros enemigos y nos quedamos con
nuestra amada, la vida es muy jodida cuando sales ahí fuera. La princesa ya lo
ha descubierto, veo que tú todavía no. Si quieres llegado el momento mátame,
pero al quitarla su objetivo tú te convertirás en el nuevo.
-Has
creado un monstruo...-No sabía si soltarle o acabar la conversación con un
puñetazo como harían ellos.
-No...solo
he despertado a la bestia que había en ella, la misma bestia que tanto has
contenido tú todos estos años.
-Entonces,
cuando el contrato sea completado seré yo quien te mate, una nueva etapa está a
punto de llegar al reino y quiero que la princesa viva para verla.
-Me
parece bien, juguemos. Solo te recuerdo que yo llevo muchos años en el juego y
que jamás he perdido.
-Déjate
de juegos. Esto es serio, mercenario.
-Tan
serio como la propia vida. Espera...fue la vida la que se mofó haciendo que
incluso ante la adversidad tuviese la suficiente suerte como para cumplir mi
misión mientras tú a la primera de cambio perdías a la princesa que tanto amas.
La vida juega con nosotros, somos nosotros los que decidimos si ser sus fichas
o jugar con ella.
-Juguemos
entonces.-Si jugaba por la princesa confiaba no en su suerte sino en la de
ella, por eso estaba tan seguro de lo que decía-. Te juro que aunque sea por
primera vez en tu vida, fracasarás una misión. Perderás el juego.
Cuando
estaba anocheciendo subieron por la cuerda hacia los ojos de la montaña de
nuevo. Después desataron la cuerda y la ataron a un gancho que ni siquiera
había visto al otro lado de los ojos cuando había subido, lo que hizo más
sencillo el descenso hacia la boca. Empezaba a ponerse nervioso mientras bajaba
por la cuerda, jamás pensó que su propio egoísmo y el amor que sentía hacia la
princesa le llevaría a liderar una misión tan importante para el reino como
esa. Jamás pensó que se alegrase de contar con la ayuda de cuatro mercenarios,
sobretodo porque esta vez él iba a participar también.
Había
desconfiado de ellos, pero el mercenario le aseguró que eran buenos, el que más
peligroso parecía era precisamente el único que no era un mercenario. Aquel
explorador asalvajado del valle era quien indirectamente le había dado la idea
de asesinar al rey aprovechando el rescate, por fin esa gentuza hacía algo
productivo por el reino.
Una
vez llegaron al puente de piedra sus caminos se separaron. El mercenario,
zanahorio y el explorador bajaron por la escalinata para acceder al túnel de
entrada a la llanura y muchas millas más allá bajo el puente, al túnel del
volcán. El continuó el viaje junto al amigo del mercenario, que fingía ser un
preso con las manos atadas con una cuerda. El puente de piedra era traicionero,
lleno de recovecos peligrosos por los que colar la pierna fácilmente.
Calcularon que recorrer ese puente caminando con cuidado les llevaría unas seis
horas. Habían comentado que si el caballero llevó por ese puente a la princesa
y al caballo, puesto que no lo vieron en ninguna parte por la montaña,
tardarían por lo menos dos horas más ya que había que reducir mucho más el
ritmo y descansar para que el caballo no se alterará en un lugar tan inusual
para él como ese.
Tres
horas pasaron en total silencio. Concentrados en el camino, en no dar un mal
paso y en llegar cuanto antes. Miraron hacia abajo y vieron tres puntos moverse
con rapidez por la llanura desolada, ellos también tardarían bastante en
recorrer esa distancia a pie, aunque por lo menos podían correr. Las tres horas
siguientes cruzaron más palabras de las esperadas.
-Puedo
entender lo que ganas sacando de allí a esa princesita, pero no entiendo que te
puede importar lo que le pase al reino.
-No
hace falta que lo comprendas, ya sabemos que os encanta vivir al margen de la
ley. Os da igual qué pueda pasar con la gente normal.
-Claro,
por algo somos unas ratas ¿no?
-No
me gusta insultar a la gente, pero eso demostráis ser a menudo.
-Si
supieras lo que hay tras estas ratas no nos juzgarías tan a la ligera.
-Cuéntamelo
y puede que no lo haga.
-¿Pretendes
que te amenice el viaje con una historia de mi cruel pasado para que te apiades
de mi miserable vida y comprendas mis motivaciones para convertirme en un
mercenario? No, gracias, no te daré ese placer.
-Entonces
será mejor que sigamos interpretando nuestros papeles de preso y captor.
-Sin
olvidar que no soy tu preso, espero que recuerdes que puedo desatarme con
facilidad de este nudo.
-No
te preocupes, solo espero que sepas manejar la espada a la hora de la verdad.
No es lo mismo un entrenamiento que un combate real.
-Yo
solo espero que no me la claves por la espalda.
-Soy
un caballero de la Guardia Real, no soy como vosotros.
-Con
más motivo, caballerito. No me fío.
-Para
mí es muy importante el honor y...
-No
me vengas con eso, traicionaste a tu rey, contrataste a un mercenario, ahora
contratas a cuatro y pretendes asesinar a otro rey engañándole primero y
secuestrando a una princesa después. No sé que tendrás de caballero, pero de
honor andas escaso.
Lo
peor es que tenía razón.
A
las seis horas de viaje podían ver ya el interior del volcán y a los guardias
patrullando apuntándoles con arcos.
-¡¿Quién
va?!
-Soy
un caballero de la Guardia Real con un preso que os interesa.
-¿Un
caballero de la Guardia Real? Están todos en el castillo según mis informes.
-Vengo
de la ciudad impenetrable con información que interesará a vuestro rey.
-¿De
la ciudad impenetrable? ¿Qué tipo de información? ¿Y quien es el preso?
-Información
sobre los movimientos del rey y sus planes para derrotar a su hermano. También
traigo la fórmula de su defensa y la forma de destruirla. El preso es un
mercenario que me ayudó en un trabajo, pero que ha de responder ante el rey por
sus delitos anteriores.
-¡Antes
de pasar tendrás que deponer tu espada y nosotros informar a nuestro rey!
-Como
queráis.-Solo esperaba que todo saliese bien.
El
rey finalmente les dio audiencia. La sala del trono era mucho más triste y
oscura que la de la ciudad impenetrable y el trono mucho menos majestuoso,
incluso era feo, hecho de piedra volcánica. En la sala del trono de la ciudad
impenetrable la sensación era de satisfacción, estaba allí para proteger al
dueño de ese trono, el poder del pueblo, del reino, él era su espada. En la
sala del trono volcánico todo era muy diferente. Se sentía sucio, un vil
mentiroso, un criminal. Se sentía tan farsante como el rey que se sentaba en el
trono, pero sobretodo sentía miedo por lo que iba a suceder, el más mínimo
error supondría un fallo total, y no estaban tan preparados como le gustaría.
Era una sensación extraña de desprotección que no podía hacer desaparecer, pero
tenía que concentrarse. Si todo salía bien nada sería igual en el reino. Sería
su salvador.
El
viejo rey tosió interrumpiendo sus pensamientos. Se acomodó en el asiento y le
miró fijamente con unos ojos que incrementaron ese sentimiento de
desprotección.
-Dices
que vienes de la ciudad de ese bastardo con información y un preso.
-Así
es, alteza. El preso no tiene mucha importancia, pero actuaba con uno de los
mercenarios más buscados y creí pertinente traéroslo para que lo juzgaseis.
-Hiciste
bien. Ahora dame una razón para que no te juzgue junto a él.
-Información.
-Dámela
y pensaré qué hacer.
-Necesito
que me aseguréis protección en la ciudad.
-¿Estás
desconfiando de mi palabra?-Frunció el ceño tanto que por un momento pensó que
le iba a matar tan solo con la mirada.
-No
mi señor, pero como comprenderéis...
-¡No!
No comprendo nada. De repente aparece un caballero de la guardia de mi hermano
de la nada diciendo que me trae información justo unos días después de que
llegue mi hijo con mi sobrina. Pues no, no comprendo nada ¡Demasiadas
casualidades! Y yo no soy ningún estúpido.
-Es
sencillo, padre.-El joven de la coleta entró como si nada en la sala del
trono.-Os está engañando aprovechando que le quité su mercancía, solo quiere
recuperarla.
-¡No
vuelvas a interrumpir una audiencia empezada! O llegas a tiempo o no te
molestes si quiera en entrar, maleducado.-El caballero de la coleta se disculpó
intentando sin éxito que no se le notase la humillación que sentía. No hubiese
dicho nunca que ese joven caballero era el hijo del falso rey, el sobrino de su
rey, eso explicaba muchas cosas. Lo tuvo fácil por ser el hijo de quien era, en
cambio él era un simple caballero traidor. La cosa no pintaba bien.
-Considero
importante, mi rey, que sepáis que él contrató a otro mercenario para sacar de
allí a vuestra sobrina y comenzar con ella una idílica historia de amor.
-Cierto
es que contraté a otro mercenario, pero no os he mentido. Este me ayudó con
cierta información sobre la red de mercaderes en la que el otro mercenario se
infiltró. Mi plan era sacar de allí a la princesa para traérosla a vos, pero no
me fiaba de nadie, por eso ni siquiera le conté a la princesa lo que planeaba.
El mercenario al que contraté se fue sin poder hacer nada para cogerle y
traerle ante vos, pero puedo contaros dónde se esconde para que vayáis a por
él.
-Le
estamos esperando...amigo. De hecho creía que lo traerías tú dispuesto a
rescatar a la princesa, y sigo pensando que es lo que pretendes, esto no es
normal.
-¡¿Te
he dado yo acaso permiso para hablar?!-Gritó el rey-¿Que información es esa que
me traes?
-El
rey está planeando un ataque a vuestro castillo para...
-¡El
no es el rey! Si quieres servirme no te vendría mal recordarlo.
-Perdonad,
alteza. El caso es que...vuestro hermano está preparando un ataque y no tardará
en mover sus tropas hacia aquí ahora que la princ...vuestra sobrina no está con
ellos.
-Es
lo que estábamos esperando, pero ya estábamos preparados. Además, en este
volcán es imposible pillarnos por sorpresa con un ejército. No me interesa
vuestra información. ¡Ya no me sirven, lleváoslos y matadlos a los dos!
-¡Espera!-Cuanto
más tiempo ganase, mejor-. Mi señor...también sé como destruir la defensa
absoluta de la ciudad impenetrable.
-¿Pero
tú con quien crees que estás hablando? ¿Crees que no sé de sobra desde hace
años como se destruye esa defensa? Solo estoy esperando el momento adecuado.
¡Apartadlos ya de mi vista! no aguanto tenerles frente a mi más tiempo
-¡Necesitáis
espadas! Os vendríamos bien.-Insistió el caballero.
-Necesito
espadas, en efecto, pero no las vuestras. ¿Qué tipo de rey sería si no contase
con espadas a mi cargo? No creas que me voy a fiar de un caballero traidor y de
un mercenario. No me fió ni de mi propio hijo.-Ni siquiera se dignó a mirar a
su descendiente, que se había colocado tras el trono junto a un hombre que
parecía un caballero de la Guardia Real.-¡Lleváoslos!
-¿No
queréis que los ejecutemos aquí mismo, mi señor?-Preguntó uno de los guardias.
-Imbécil
impertinente. ¿He dicho yo que quiera verlos morir aquí? ¡Creo que he ordenado
alto y claro que os los llevéis y los matéis fuera de aquí! No tengo ninguna
gana de verlos suplicar y desangrándose ante mis ojos.
-Perdón
señor.
-No,
perdón no. Cuando les matéis quiero que te cortes tú mismo las orejas, ya veo
que no las quieres para nada.
-Pero
mi señor...
-¡Y
la lengua!
-¡No!
Por favor...
-¡Agh!
Matadle y que se calle, y hacedlo aquí mismo ya que estaba tan empeñado.
-Yo...yo
no...-Los guaridas no hicieron preguntas y mataron a su compañero.
-Lleváoslo
todo: presos, cadáveres. ¡Todo!
Si
su rey estaba loco no sabía cómo catalogar a su hermano. Era cruel incluso con
sus propios hombres, cosa que jamás fue el rey de la ciudad impenetrable, no
con los hombres que le protegían al menos.
Un
guardia le cogió por el hombro mientras otro agarraba al mercenario, les dieron
la vuelta y les condujeron hacia la puerta principal situada al fondo de la
sala para llevarles a otro lugar donde les ejecutarían. El rey había comenzado
a levantarse y los guardias a abandonar la sala. Caballero y mercenario se
miraron y sin tener que decir nada actuaron. El caballero, al que no tuvieron
la prudencia de atar, dio un codazo al guardia que le llevaba mientras le
robaba la espada, su compañero se desataba con facilidad abatiendo a su guardia
de un contundente cabezazo y cogiéndole también su arma. Ambos las usaron para atravesar
a sus captores aturdidos. El rey se detuvo por un momento con los ojos más
abiertos que nunca y el rostro desencajado. Intentó salir corriendo al grito de
“matadles”, pero cayó al suelo. Aceptó la ayuda de varios guaridas que le
sacaron de la estancia mientras caballero y mercenario hendían las espadas en
las armaduras tachonadas de sus enemigos que se desangraban casi sin reaccionar
a una respuesta inesperada de dos presos en clara desventaja. Quedaban cinco
guardias y dos caballeros todavía vivos, tendrían que andarse con cuidado y no
confiarse. El mercenario dio estocadas rápidas y ágiles que no tardaron en
partir la lanza de uno de los enemigos al tiempo que la esquivaba y le rajaba
el cuello desprotegido. La espada del caballero se movía con más lentitud, pero
también más precisión. Bloqueó los espadazos con elegancia y rompió su defensa
atravesando el pecho a su enemigo. Otro guardia con lanza no tardó en colocarla
en ristre mientras embestía, pero el caballero fue lo suficientemente rápido como
para bloquearla y apartarla con la espada dirigiendo después su arma robada al
estómago de su enemigo antes de que pudiera volver a colocar la lanza en
posición de ataque. Cuando estaba a punto de recibir la espada de otro
adversario se agachó y se la introdujo entre las piernas con una estocada
lateral. Un ataque sin honor, pero necesario para cumplir su misión.
Mientras
la sangre salía de entre las piernas del enemigo contempló al mercenario
luchando contra dos guardias simultáneamente sin muchos problemas. Eran cinco y
él ya había matado a tres, teniendo en cuenta que el mercenario había matado a
uno comprendió que uno de los dos combatientes no era uno de los guardias sino
uno de los dos caballeros. El otro caballero esperaba junto al trono sonriendo,
una sonrisa que conocía demasiado bien. Entre los cadáveres de los guardias sus
miradas se cruzaron. El mercenario ya había matado al otro guardia y herido al
caballero, momento en el que el de la coleta decidió participar también.
Desenvainó sus dos espadas con lentitud y comenzó a acercarse a él ya sin
adversarios.
-Sabía
que no podíamos fiarnos de ti, traidor.
-¿Y
me lo dices tú? Tú que traicionaste a un amigo y secuestraste a una niña.
-Esa
historia me suena, un caballero de la Guardia Real que traiciona a su amigo,
que es el rey, y secuestra a una niña, que es la princesa.
-No
es lo mismo...
-Cierto,
tú tuviste el descaro de intentar engañarnos a mí y a mi padre también con una
burda mentira que no se sostenía. ¿Qué pretendías con esto? Entiendo que si te
llevásemos preso podrías tener contacto con la princesa, pero atacarnos
abiertamente ha sido cuanto menos imprudente.
-La
desesperación me mueve.
-La
estupidez te mueve, ya he dado la orden a uno de los guardias de que informe
sobre la incursión de uno o más mercenarios y les busque en las mazmorras. ¿No
creerías que soy tan imbécil como para no darme cuenta de que contratarías de
nuevo al mercenario y lo traerías aquí? Lo que no esperaba era que vinieses con
más.
Mientras
el otro mercenario y el otro caballero intercambiaban acero ellos solo
intercambiaban palabras. Era el momento de combatir, y esta vez lo haría con
honor.
-Ganaré
el juego.-Susurró el caballero.
El
acero chocó desatando furia contenida en ambos guerreros. Ambos representaban a
diferentes reyes, ambos querían a la princesa por diferentes motivos y ambos
estaban hartos de contenerse. No pararon ni un segundo, los golpes con el filo
fueron continuos. El sobrino del rey era más rápido, pero menos hábil, por lo
que el caballero paraba todos sus golpes sin conseguir, en cambio, encajar
ninguno de los suyos entre el filo de las dos espadas. Estaba siendo un duelo
tan intenso como la propia misión, ninguno se podía permitir fracasar, pero él
menos que nadie, el reino dependía de él. Se defendía, retrocedía un paso,
arremetía. El sonido del acero chocando entre sí se entremezclaba con el mismo
sonido que procedía del duelo que se desarrollaba justo a su lado. Un duelo muy
diferente, con un mercenario que parecía estar jugando con el caballero. No
dejaba de darle golpes con el puño de la espada como si quisiese espabilarle
prolongando el combate hasta que su compañero terminase. No podía
desconcentrarse, debía olvidar el combate de al lado, solo existía su
adversario, su espada.
La coleta se movía continuamente dando tantas
sacudidas como la propia espada. Jamás pensó que lucharía con su amigo, el
joven con el que tanto habló de literatura, de historia, de fantasía, de
caballería. El mismo joven al que había entrenado en la ciudad impenetrable, el
mismo joven al que le había contado ciertas confidencias y que ahora parecía
haberlo olvidado todo dispuesto solo a cumplir la misión que se le había
encomendado. El mismo joven que, asustado, le había dado el libro prohibido
sobre la defensa de la ciudad. Viéndolo con perspectiva todo parecía haber sido
una artimaña para llevar a cabo su plan. Le había engañado desde el principio.
Tantos años ocultando ese libro e incluso la identidad de quien se lo dio a su
único amigo allí para que el mismo al que protegió le traicionase.
El
caballero arremetió con más furia pero no más certeza. Su contrincante volvía a
sonreír enfureciéndolo más. Recordó la sonrisa del mercenario, recordó la
sonrisa de su contrincante cuando se llevó a la princesa, los recuerdos le
llenaron de una ira que había bloqueado durante años y que no pudo detener. El
calor que sentía y el sudor que le empapaba desaparecieron, el sonido del acero
chocando que procedía del duelo que se desencadenaba a su lado también, la
coleta moviéndose ya no existía. Solo tenía frente a él su sonrisa. Deseó
arrancársela de cuajo. Parecía no poder controlar los brazos mientras intentaba
inútilmente atravesar con su espada el pecho del traidor al que había querido
como un hermano pequeño. Lo único que consiguió arrancar fue una de las dos
espadas que portaba de su mano. Alguien que no estaba acostumbrado a luchar con
do armas simultáneamente no podía entrar en combate sin haber entrenado antes,
demasiado había tardado en perderla.
Después
de un tiempo que no supo calcular, luchando, una sombra se reflejó en suelo,
todos se detuvieron mirando con desconfianza a su rival y alzando la mirada con
cuidado de no recibir un golpe inesperado de su contrincante. Era él, saltando
entre las columnas en silencio y cayendo como una ligera gota de agua sobre el
adversario de su compañero mercenario. La sangre empapó el pelo gris de aquel
cazador sediento de muerte, ese podía haber sido él al llegar a los ojos de la
montaña.
-¡Noo!-El
grito por parte del guerrero de la coleta denotaba algún tipo de sentimiento
hacia el otro caballero. Por un momento pensó en aprovechar ese tiempo de
distracción para atacarle mortalmente, pero consiguió controlarse. Había dicho
que lucharía con honor.
El
viejo explorador extrajo el cuchillo del cuello de su víctima lanzándoselo
instantáneamente al sobrino del rey, que se apartó a tiempo consiguiendo que en
vez de en el cuello se clavase en su hombro. El viejo explorador decidió no
quedarse a corregir su error y salió de la sala con pasos rápidos y ágiles.
Estaba buscando al rey para darle caza cayendo desde las sombras como si fuese
un águila, igual que había hecho con ese caballero de la Guardia Real.
-¿Cuántos
sois? Preguntó su rival furioso mientras se extraía el cuchillo del hombro.
-Suficientes
para cumplir nuestra misión.
-Creía
que vuestra misión era rescatar a vuestra princesa.
-Esa
es mi prioridad, sin duda. Nosotros solo éramos un cebo que si podía cumpliría
el segundo objetivo.
-Así
que pretendéis también matar a mi padre.
-Morirá
de la misma forma que tu...compañero.
-¡Bastardo!-Las
espadas volvieron a cruzarse.
-No
has contado con que ahora estás en desventaja, nuestro inquieto y anciano
amiguito me ha dejado sin rival.-Le recordó el mercenario sin nadie a quien
enfrentarse. El combate volvió a detenerse.
-Me
basto y me valgo yo solito contra los dos.
-¡No!
Quiero una lucha con honor, lucharé yo solo, tú reúnete con los demás.-El
combate se reanudó sin previo aviso. Los movimientos del príncipe eran más
lentos debido a la herida del hombro, el resultado del combate estaba ya claro.
El
mercenario enfundó la espada y se giró, suponía que pensando hacía donde
dirigirse, si a ayudar al explorador con el asesinato del rey o a sus dos
amigos a liberar a la princesa. El príncipe, tras detener una estocada con
cierta dificultad, se apartó del combate unos pasos para atravesar por la
espalda al mercenario aprovechando su distracción, girándose después
rápidamente hacia su derecha tras sacar la espada de la espina dorsal del que
había sido su fingido preso y, por poco tiempo, compañero de batalla, atacando
así de forma continuada y sin poder ocultar un gesto de dolor debido a la
herida del hombro. No pudo evitar, mientras bloqueaba ataques realizados con
mucho esfuerzo, mirar al amigo del mercenario derrumbarse en el suelo con un
agujero en la espalda del que no paraba de salir sangre. Había sido el acto más
sucio que había visto jamás en un duelo. Había sido el primer error y había
sido por su culpa. Si se hubiese olvidado del honor tal como le dijeron los
mercenarios eso no hubiese sucedido. La rabia volvió y esta vez no se
contendría, si el que fue su amigo tenía que morir deshonradamente, moriría.
Cruzaron
espadas una vez más. Una de ellas se movía costosamente, con más lentitud,
limitándose a bloquear ataques contundentes. Era la del príncipe herido que
retrocedía hacia el trono sin poder recuperar terreno, el caballero lo tenía
fácil. Llegó el golpe definitivo, la espada del príncipe cayó al suelo sin que
este tuviese fuerzas para mantenerla frente a él, que cayó sentado y desarmado
al trono de su padre. El caballero le puso la espada en el cuello y le intentó
mirar con los ojos con los que antaño le miraba. Su hermano, su alumno, su
amigo...su secuestrador.
Todo
lo que sabía se lo había enseñado él, no su padre, igual que a él se lo había
enseñado aquel caballero, pero el jamás hubiese traicionado a aquel honorable
hombre. Jamás pensó que aquel recién desvelado inesperadamente como príncipe
usaría su dominio con la espada, el que aprendió gracias a sus enseñanzas, para
matarle. Igual que jamás pensó que sería él quien mataría a ese joven perdido
en aquella inmensa ciudad y que se convirtió en caballero de la Guarida Real
gracias a él. Ahora entendía porque tenía tanta relación con el rey, era su
sobrino y por ello le permitía hablar con sus caballeros. El sobrino de su rey,
más que un hermano de la guardia para él, un hermano que le había utilizado
para aprender lo básico en el combate y mejorar con los años, uniéndose a la
guardia y acercándose a la princesa que tenía que secuestrar. ¿Lo hubiese hecho
si él no hubiese contratado al mercenario? ¿Se imaginaba el joven príncipe que
intentaría secuestrar él mismo a la princesa y solo esperaba el momento? No lo
sabía, y no lo sabría nunca. No formularía las preguntas en alto y jamás
conocería las respuestas de un cadáver.
-Creí
haberte enseñado lo importante que es el honor en un combate.
-Igual
que me enseñaste lo importante que era proteger hasta el final a quien te
proponías. Aquí estoy, desde el principio sirvo a mi padre.
-Él
no te trata como tal, yo en cambio...era el hermano que nunca tuviste.
-Y
que jamás necesité, me tenías harto con el honor. Luchar con honor casi te
lleva a fracasar, al fin y al cabo lo único que importa es la gloria. La gloria
que algún día habría tenido si no llega a ser por este ataque.
-No
debiste dejar tanto al azar si sabías que podría ocurrir.
-Buen
movimiento, sin duda. Contaba con dos piezas poniendo en jaque al rey, no
cuatro.
-Cinco,
somos cinco.-Ya no importaba que lo supiese. Permanecería allí sentado e
indefenso, como lo estaba todo el que ostentaba ese poder que no hacía más que
debilitar y exponer al peligro, sin poder hacer nada antes de recibir la
justicia de su espada.
-Sabes
que sino podría haberte vencido.
-Puede,
pero ya no, ni vencerme ni alcanzar la gloria... Lo siento, tu partida ha
terminado.
La
pequeña puerta situada junto al trono se abrió para recibir a una mujer con
armadura y una cabeza en su mano que tiró contra el caballero. La cabeza tenía
una nueva herida en la cara y ya no tenía el ojo blanco, directamente no tenía
ojo. El viejo cazador se convirtió en la presa. Cuando elevó la mirada vio a la
mujer acercarse espada en mano preparada para cortársela a él también. Apartó
la espada del cuello del príncipe sin pensar y la colocó frente a su rostro.
Cuando el acero chocó el príncipe se recompuso y recuperó una de sus espadas
del suelo. La partida había dado un vuelco y uno más había muerto.
El
honor le hizo hablar con su víctima antes de acabar con ella creando una nueva
situación de desventaja. Tanto honor acabaría con él ese día si no empezaba a
actuar fríamente como lo hubieran hecho los dos hombres que habían muerto ya.
El príncipe miró con resignación a la mujer que le había ayudado.
-El
conejito con colmillos ha vuelto a salvarte el culo.-Al oír eso el sobrino del
verdadero rey atacó con rabia mientras el caballero volvía a bloquear sus
ataques sin dificultad. El problema llegó cuando la mujer se unió al baile de
espadas, no sabía cuanto podría aguantar el ritmo.
Cuando
ya no daba abasto una nueva puerta se abrió, esta vez la del fondo de la sala.
Tras ella aparecieron el mercenario y zanahorio, su salvación si no hubiesen
llegado atados y con dos guardias tras ellos.
-Los
encontramos en las mazmorras señor, consiguieron matar al carcelero y coger la
llave. Si no llegáis a dar la alarma avisando de más hombres en la zona
hubiesen liberado a la princesa, los cogimos por sorpresa cuando creían haber
completado su tarea.-Los contendientes se detuvieron. El príncipe no disimuló
una risa cargada de desprecio y burla hacia los allí presentes-.¿Qué deseáis
que hagamos con ellos? Nos dijisteis que queríais a un mercenario vivo.
-Sí...-El
príncipe tenía más motivos para sonreír que nunca-. Al rubito lleváoslo a las
mazmorras. ¡Ah! Y metedle en la misma celda que a la princesa. Al del pelo
anaranjado... matadle, me da igual.
“Te
juro que aunque sea por primera vez en tu vida, fracasarás una misión. Perderás
el juego”. Recordó la frase mientras se llevaban al mercenario y degollaban a
zanahorio. La vida tuvo el detalle de hacer realidad su deseo, se burló de él
tal y como le había dicho el mercenario en aquella montaña. Habían jugado y
ambos habían perdido. Cómo hubiese deseado tragarse en ese momento aquellas
palabras, de la misma forma que se tragó la espada del príncipe cuando se la
introdujo por la garganta.
La primera imagen pertenece al usuario de deviantart leopardsnow: http://leopardsnow.deviantart.com/art/Img-01-80368849
La segunda imagen pertenece al usuario de deviantart David-Kegg: http://david-kegg.deviantart.com/art/Dragon-Age-RPG-Grey-Warden-Duncan-286091597
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